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A la ciudadana vicealmirante Esther McQueen no le informaron del propósito del la Operación Caballo de Acecho, pero sabía las dificultades por las que estaba pasando la Armada antes de la Estrella de Trevor. Aquello indicaba que Caballo de Acecho era muy importante, dada la potencia de su fuerza operante. Aunque, se corrigió a sí misma con aspereza sin apenas mirar a su visualizador, la Fuerza Operante Treinta no era completamente suya. Se alegraba de que el Comité de Seguridad Pública hubiera eliminado al cuerpo de oficiales de los legislaturistas, pero ello no significaba que le gustara tener a aquellos perritos falderos sentados a bordo de su puente de mando para supervisar sus operaciones.
Anotó ese pensamiento en una esquina de su mente antes de volver a su visualizador y dirigió su mirada hacía el comisario Fontein intentando disimular su rencor. Un día de estos, se dijo a sí misma. Un día de estos…
Fontein le sonrió con su habitual aire de desconcierto ante todo tipo de temas navales, y la satisfacción que se produjo en los ojos de ella le molestó. No le gustaba que le tomaran por tonto, especialmente frente a alguien que lo disimulaba tan mal. Sin embargo, había trabajado duro para convencer a McQueen de que tan solo era un ignorante proletario más, que había alcanzado su nivel de incompetencia, y no tenía la mínima intención de revelarle lo bien que conocía sus operaciones de mando…; o cómo de bien comprendía su misión y sus consecuencias.
El Departamento de Seguridad del Estado había seleccionado a Erasmus Fontein como el comisario de McQueen, a pesar de que el secretario Saint-Just detestaba dejarle marchar. Fontein era un hombre pequeño y de aspecto decaído que podía pasar por alguien totalmente inofensivo a los ojos de cualquiera, pero las apariencias a veces engañan. La mayoría de los comisarios ciudadanos (por supuesto, hoy en día había que referirse a todos ellos como ciudadanos, pensó Fontein preocupado; el término «prole» era plutocrático y de elite deshonrosa) provenían de aquellos que habían odiado a los legislaturistas antes del asesinato de Harris. En algunos casos, su odio provenía de las desigualdades del antiguo régimen, pero así eran algunos. La mayoría de los espías oficiales del Comité aborrecían el antiguo régimen de forma irracional ya que siempre habían sido los perdedores. Algunos de ellos gozaban ahora de tener la sartén por el mango, a pesar de que los oficiales que les había tocado vigilar eran subordinados del sistema al igual que lo eran ellos. Un oficial era un oficial, y si no podían vengarse de aquellos que les habían hecho tanto daño, al menos querían tomarla con otros para así poder aliviar su rabia.
Hasta cierto punto, su actitud no preocupaba ni al Departamento de Seguridad del Estado ni al Comité, ya que ninguno de los dos se fiaba de los militares. La animadversión entre los oficiales de la armada y los comisarios ciudadanos era un indicio de que cualquier hecho que pudiera ser considerado como traición sería fatídico e impediría para siempre que ambas fuerzas se agruparan para luchar contra el nuevo régimen.
Desafortunadamente, había oficiales como Esther McQueen, que era de armas tomar. Sus jefes políticos no tenían duda acerca de su lealtad; sabían que era solamente fiel a sí misma, pero además, era indiscutiblemente la mejor oficial de mando que tenían. Necesitaban de su experiencia y sabían que su talento le servía para enfrentarse a cualquier espía… y al mismo tiempo para trabajar con cuidado contra aquellos comisarios a los que ella respetaba.
Este era el motivo de la misión de Fontein. Su aspecto inofensivo parecía reflejar su carácter amoral e inocuo, y a diferencia de la mayoría de los comisarios ciudadanos a él le había ido muy bien durante el antiguo régimen. De hecho, había sido un alto cargo en la Oficina de Seguridad Interna en Saint-Just, donde se especializó en vigilar de cerca a los militares. Pero quería mejorar su talento, y el comandante Fontein, cuya relación con las operaciones de la armada había sido crucial cuando Saint-Just y Pierre organizaron el asesinato de Harris para implicar a la Armada, había sido ascendido a brigadier cuando las fuerzas del Estado triunfaron sobre Seguridad Interna.
Saint-Just habría preferido hacer uso de un hombre como él para liderar una de sus fuerzas planetarias de vigilancia, pero, a pesar de la combinación de su profesionalidad y su obsesión mezclados con su profundo conocimiento militar McQueen desconocía que era tan preciado como cualquiera de sus espías.
—¿La operación continúa como teníamos previsto, ciudadano almirante? —preguntó con un tono muy sereno, y McQueen asintió.
—Sí, ciudadano comisario. Alcanzaremos la pared Minette alfa casi a tiempo.
—Excelente, ciudadano almirante. Estoy seguro de que el Comité estará encantando con la noticia.
—Me alegro por ello, ciudadano comisario —respondió McQueen y fijó su atención en el visualizador mientras cincuenta y cinco naves de la Armada Popular, encabezadas por dieciséis superacorazados de los batallones Siete y Doce, se precipitaban por el hiperespacio a una velocidad de espacio normal de mil trescientas veces la velocidad de la luz.
El vicealmirante de los Rojos Ludwig Stanton, de la Real armada manticoriana, evitaba bostezar mientras se llevaba su taza de café al visualizador principal de la NSM Majestic y se quedó de pie observando la línea de luces en la pantalla.
Todas las unidades de la Fuerza Operante Minette-01 giraban en órbita alrededor del Everest, el único planeta habitable del sistema Minette. Parecía demasiado tranquilo, incluso para él, pero el centro de información de la nave de combate del acorazado estaba ligado a una red de sensores de largo alcance que abarcaba todo el sistema. Tan solo una nave del tamaño de un guardacostas podía atravesar aquella cobertura sin ser vistos, y la cubierta exterior de las plataformas estaba a más de una hora luz de los sistemas primarios G3. El utilizar buques tripulados como ganchos tan solo habría dispersado su fuerza y no habría mejorado su capacidad de vigilancia, así que los destructores y los cruceros pesados se acercaban cada vez más para poder responder a cualquier amenaza en compañía de la mitad de su escuadrón de acorazados.
A Stanton le irritaba el hecho de encontrarse tan alejado de la acción mientras las fuerzas del almirante de Haven Albo se movían de un lado a otro junto con la flota de repos principal entre Nightingale y la avanzadilla de la Alianza en Thetis. Minette no tenía una función estratégica importante. Servía tan solo de gancho para ayudar a la base de Grendelsbane a cubrir el flanco sur de la Alianza contra las bases de los repos en Treadway y Solway, pero aquellos sistemas habían sido inmovilizados cuando la ofensiva de Haven Albo se dirigía a la Estrella de Trevor y sus defensas no presentaban ninguna amenaza. Stanton aceptó proteger al billón de habitantes de Minette —los Minetanos eran miembros de la Alianza, y el Reino Estelar tenía la obligación de velar por su seguridad—, pero sus cuatro naves del muro representaban demasiado poder armamentístico como para desperdiciar ciento cincuenta años luz fuera de la acción.
Bebió un poco más de café y observó como los puntos de luz de los cargueros impulsados se movían de un lado a otro entre los dos cinturones de asteroides de Minette y los fundidores orbitales de Everest. La industria de Minette no era muy sofisticada, pero el sistema era una fuente importante de materias primas y grandes productos industriales. Hace tiempo surgió la posibilidad de mejorar sus defensas añadiendo una gran fuerte orbital alrededor de Everest. Pero como la mayoría de los proyectos, se había retrasado a causa de la guerra. A pesar de que necesitaban un sistema de defensa más efectivo para cubrir las bases de reparación y mantenimiento que servían de apoyo a la flota en tiempos de guerra, su construcción se inició durante el periodo de paz. Una vez comenzada la guerra, aquel proyecto era demasiado costoso y ni siquiera el Reino Estelar podía permitírselo.
Resultaba increíble como la preparación armamentística antes de la guerra no había acabado con la economía de Mantícora, pensaba Stanton. Había sido un despliegue de armamento impresionante y se habían realizado muchos esfuerzos a nivel de investigación, así que el coste monetario era asombroso. Solo la base industrial del Reino Estelar y su marina mercante junto con su control sobre el empalme del agujero de gusano de Mantícora, les había dado la posibilidad de afrontar aquel presupuesto militar sin mayores contratiempos.
Ahora que la guerra había comenzado era aún peor. Los impuestos en el cruce de naves mercantes ya habían aumentado dos veces. No cabía duda de que seguirían haciéndolo, y encontrar a un equipo especializado que se encargara de la flota y la marina mercante y al mismo tiempo mantener el ritmo de trabajo podía ser un problema. Pero las cosas podían haberse puesto mucho peor. Ningún miembro de los repos era capaz de construir una nave de guerra en condiciones. Solo los manticorianos habían sido capaces de ello a pesar de tener a su lado a los partidos liberales y progresistas chillando como despavoridos por «desviar» dinero de los impuestos para construir «armamento militar de escasa utilidad».
Bien, pensaba Stanton, tan solo unos pocos repos se encontraban entre el «armamento militar de escasa utilidad» del almirante Haven Albo y la Estrella de Trevor, el único nexo del cruce manticoriano controlado por la República Popular, y de camino hacia allí, Haven Albo había recortado la gran ventaja que poseían los repos en cuanto a naves del muro. Al mismo tiempo, admitió Stanton, los repos perderían más tarde uno de sus sistemas más importantes. La captura de Sun-Yat y de sus astilleros había sido un golpe fuerte para ellos (finalmente, y junto con importantes mejoras técnicas, ayudarían a Mantícora), pero esta pérdida era una minucia comparada con la infraestructura militar que tardaron cincuenta años en construir. Lo cual explicaba por qué la Alianza no podía desviar su capacidad para reforzar sus áreas traseras. Debía concentrarse en las naves para poder soportar la presión de los repos. Y, como habían demostrado ciertos aspectos del Plan de Negocios, esas mismas naves serían también la manera más flexible y versátil de responder ante la contraofensiva que los repos estaban preparando.
Desafortunadamente, pensaba el vicealmirante con amargura, ni siquiera la nave más versátil podía estar en más de un lugar al mismo tiempo y las naves que actuaban de piquetes se retiraban de las operaciones ofensivas. Peor aún, el daño que había provocado Haven Albo dejaba a la Alianza con más zonas que proteger, y mientras Stanton prefería esforzarse ante esta alternativa, ellos se estaban debilitando en muchas zonas.
Él torció el rostro al recordar todo aquello y se recostó en su silla de mando. No podía evitar pensar que Haven Albo tenía razón, que la separación de sus naves del muro había perjudicado a la Alianza en vez de disuadir a los repos. Mantícora nunca estaba en la ofensiva —al menos por ahora— y Haven Albo necesitaba esas naves para mantener su velocidad. El Almirantazgo debía dejar de malgastar avanzadillas en los muros y colocar fuerzas mayores en posiciones estratégicas, las cuales se encargaban de cubrir los diferentes sistemas.
Minette era el ejemplo ideal de los problemas de la estrategia actual de la RAM. PO M-01 era lo suficientemente fuerte como para deshacerse de cualquier ataque de golpe y fuga, pero si la República conseguía enviar una ofensiva más potente, Stanton nunca podría detenerla. Con menos fuerzas, aunque más poderosas, cubriendo amplias esferas del espacio, los contraataques podían deshacerse de los repos en la zona trasera de la Alianza y al mismo tiempo liberar a docenas de naves del muro de Haven Albo, lo cual mantendría a los repos demasiado ocupados en luchar para proteger el centro de su imperio, impidiéndoles acercarse a la retaguardia de la Alianza.
El vicealmirante Stanton suspiró y sacudió la cabeza, después se puso de pie y se estiró. Era tarde, estaba cansado y había bebido demasiado café, lo cual explicaba su malhumor. Era hora de acostarse así que solo podía esperar que las cosas mejoraran después de una buena noche de descanso.
* * *
—Trasladando datos en cuarenta y cinco minutos, s… ciudadano almirante.
El ciudadano vicealmirante Diego Abbot hizo una mueca mientras su oficial de operaciones trataba de rectificar. Hoy en día, las únicas personas de la Armada Popular que podían utilizar el cargo de «señor» o «señora» eran los ciudadanos comisarios, y dado que Abbot no era un legislaturista, parecía que ella había llevado el igualitarismo al extremo. La disciplina militar requería un cierto grado de autocracia, y detestaba que alguien le recordara constantemente que no era más que un principiante incluso en su propia silla de mando. Especialmente cuando ese alguien había sido un técnico medioambiental (y no muy bueno, pensaba Abbot con desprecio) hacía casi un año-T. Pero no tenía intención de mostrarle al ciudadano comisario Sigourney su resentimiento… y dudaba que aquella mujer fuera tan inteligente como para darse cuenta.
—Gracias, Sarah.
Como la mayoría de los almirantes de la Armada Popular, Abbot se había acostumbrado a llamar a sus oficiales por su nombre en vez de utilizar el título de «ciudadano». Habría evitado tratarles con tanta cercanía durante el Antiguo Régimen, pero le parecía mucho mejor que la formalidad sin sentido de tener que decir «Ciudadano comandante esto» y «Ciudadano teniente lo otro». Además, ayudaba a crear un espíritu de grupo que podía evitar que aceptaran favores del Departamento de Seguridad del Estado entregando a Sigourney y a su banda. Al menos esperaba que fuera así.
El ciudadano comandante Hereux asintió en respuesta a su agradecimiento y comprobó por última vez la alineación del la Fuerza Operante Veinte en su visualizador. Su mando era mucho menos poderoso que el de Esther McQueen, pero se enfrentaba a una oposición menos intensa y estaba muy seguro de su habilidad para completar la primera fase de Caballo de Acecho. Le habría gustado saber por qué lo estaba haciendo, podría haber elaborado mejores planes de contingencia en caso de que hubiera algún contratiempo, pero el Comité de Seguridad Pública había decretado que la Armada debía operar sabiendo solo lo justo para realizar su trabajo, y Seguridad del Estado, no la oficina central de la flota, decidía qué era lo que cada almirante debía saber. Probablemente Sigourney conocía el verdadero objetivo, pero aquello no era un gran consuelo. El comisario no tenía la habilidad de elaborar planes alternativos incluso si ella tomara la iniciativa y colaborara con él.
Abbot terminó de comprobar la información, se recostó en su silla de mando, cruzó las piernas demostrando una confianza en sí mismo de la que carecía, al operar de la manera tan ciega en la que lo estaba haciendo y miró a Hereux.
—Enviaremos la fuerza operante al cuartel general dentro de treinta minutos, Sarah.
—De acuerdo, ciudadano almirante —respondió ella y él pudo observar como su rostro se torcía con gesto irónico al escuchar aquel tratamiento.
* * *
La contraalmirante del los Verdes Eloise Meiner salió de la ducha, se envolvió en una toalla y corrió hacia su comunicador ya que estaba emitiendo un pitido que indicaba una señal de emergencia. El agua estaba empapando su consola al tiempo que corría hacia su camarote, pero su nerviosismo se suspendió por un instante cuando la alarma GQ de la NSM Héctor sonó al mismo tiempo que el pitido del comunicador.
Encendió de un golpe el botón de audio del comunicador. Al activarlo cesó la alarma GQ de su camarote y el silencio le produjo un breve alivio, ya que, de repente, su jefe de personal apareció en la pantalla del comunicador.
La expresión del comandante Montague era de preocupación, y Meiner se esforzó por mantener un tono calmado y sereno.
—¿Sí, Adam?
—Acabamos de detectar múltiples hiperhuellas, señora —Montague se aclaró la garganta y su voz sonó más calmada al continuar—. Hasta ahora hemos avanzado cincuenta puntos, señora. Parece que hay unas catorce o quince naves en el muro con el mismo número de cruceros de batalla. El resto son tan solo cruceros ligeros y naves más pequeñas.
—¿Localización? —preguntó Meiner con dureza.
—A treinta minutos luz, señora, a dos-cero-punto-cinco de la fuerza operante y a cero-cinco-nueve cero-cero-ocho relativo del objetivo. Estamos intentando averiguar su vector. Parece que llevan una trayectoria muy suave, pero se están acercando a cuatrocientas ges. Suponiendo que se dirijan al planeta a uno-ocho-cuatro millones de kilómetros por hora, se acercarán a Candor en cinco-punto-tres-nueve horas.
—Entendido.
Meiner se pasó la mano por su pelo mojado y su cabeza comenzó a dar vueltas. Su fuerza operante la formaban solo doce cruceros de batalla y su equipamiento militar, el cual el almirantazgo consideraba protección suficiente para un sistema tan alejado como Candor. Desafortunadamente, el almirantazgo estaba equivocado.
Maldita sea, ¿qué estaban haciendo los repos? No tenía idea de cómo habían infiltrado una fuerza tan potente fuera de Nightingale para enviarla a la parte trasera. Es más, ¿por qué lo habían hecho? Candor estaba a ciento cincuenta años luz del frente, así que debían de saber que no podían acercarse a él.
Nada de esto significaba que podían apartarlo de ella. Sacudió la cabeza para espabilarse. Contaba con cinco horas y media antes de que el enemigo estuviera a su alcance, y debía emplear bien su tiempo.
—Avisa a las autoridades planetarias —le dijo a Montague—. Hazles llegar tu evaluación sobre la FO y dile al presidente Janakowski que haré lo que pueda, pero que no creo que podamos frenarles. Después da órdenes de que preparen Omega Uno.
Omega Uno era el plan de evacuación de emergencia que nadie esperaba tener que efectuar. Montague se puso tenso pero asintió en señal de obediencia.
—A continuación envía un aviso a Casca, Minette, Yeltsin, Clearaway, Zuckerman y Doreas. Estoy segura de que todos lo recibirán, pero asegúrate de que el mensajero de Zuckerman lleve órdenes de informar a Grendelsbane.
—Señora, solo tenemos tres naves mensajeras —le recordó Montague.
—Lo sé. Úsalos para Minette, Yeltsin y Zuckerman, ya que son los más cercanos. Para el resto utiliza los destructores —ella pudo apreciar la sorpresa en la mirada de Montague—. ¡No los vamos a necesitar, Adam! Lo único que podemos hacer es salir al sistema exterior y vigilar a esta gente; ¡no podemos enfrentarnos a ellos!
—Sí, señora —Montague sonaba disgustado, pero sabía que ella estaba en lo cierto.
—Mientras estás con ello, solicita a Comunicaciones que preparen una conferencia con todos los capitanes. Estaré en el área de mando en diez minutos para tratar este tema.
—Sí, señora.
Cortó la comunicación y Lewis, el mayordomo jefe, entró en su camarote. Lewis llevaba su traje y Meiner estaba tapada con la toalla sobre los hombros mientras sujetaba el casco de almirante con su mano izquierda. Tenía la mirada triste, pero se forzó a sonreír mientras le pasaban el traje. No era fácil.
* * *
—La Fuerza Operante Veinte debe estar acercándose a Minette en estos momentos, ciudadano comisario —observó el ciudadano vicealmirante McQueen.
—¿De veras? —Fontein mostraba una mirada de asombro al observar el crono en el mamparo de la cabina de mando y luego asintió. No valía fingir incompetencia, y no era tan difícil de permitir debido al retraso de su velocidad—. ¿Y nosotros, ciudadano almirante?
—Otros quince minutos —respondió McQueen y miró alrededor de la cabina de mando.
Su equipo se inclinó sobre las consolas, comprobando datos de última hora, y una sonrisa encendió sus ojos verdes. Los mantis estaban en mejores condiciones —no le gustaba admitirlo, pero tampoco quería engañarse a sí misma— pero aquello iba a cambiar. Es posible que su superioridad tecnológica fuera insuperable, al menos por ahora, pero tampoco eran unos gigantes y parte de la culpa de lo que le había ocurrido a la Armada Popular la tenían causas mucho más mundanas. Es decir, los manticorianos no solo tenían un buen equipamiento, sino que estaban mejor entrenados y eran más efectivos.
Bueno, también contaban con cinco siglos-T de victorias a sus espaldas. Y a pesar de que nunca haría este tipo de comentarios frente a alguien como Fontein, el éxito de su sistema educativo era el motivo por el cual sus programas de I+D eran mucho mejores que los de Haven. Pero la Armada Popular estaba aprendiendo, y los oficiales de McQueen estaban a punto de aprender una valiosa lección. Aceptando que Inteligencia estaba en lo cierto, tenía suficiente armamento como para aniquilar a los piquetes mantis en Minette a pesar de lo que intentara el enemigo, y cada batalla que salvaba la Armada Popular les servía para aprender algo más sobre la doctrina manti y sus capacidades. Además les proporcionaba más experiencia y seguridad en sus habilidades.
—¿Espera mucha resistencia, ciudadano almirante? —preguntó Fontein.
—Eso depende de lo estúpido que sea su comandante, ciudadano comisario —McQueen no podía permitirse el lujo de llamarle «señor»—. Tendrá la ventaja inicial, gracias a su red de sensores. Imagino que Inteligencia cree que ha averiguado como usar datos tácticos en tiempo real sobre nosotros, pero hasta que no consigamos producir sistemas similares, no podremos devolverles el golpe.
Fontein frunció el ceño, pero McQueen no estaba preocupada. Lo que ella había dicho era muy evidente, pero no se trataba de una crítica a sus superiores, pero si Fontein les informaba, esto podría provocar que alguno de ellos encontrara alguna manera de igualar la tecnología de los mantis. Su nuevo sistema de comunicación era técnicamente elegante, si es que Inteligencia estaba en lo cierto, y McQueen tenía sus propias ideas sobre cómo enfrentarse con la imposibilidad por parte de la República de superar su tecnología i+d. La Liga Solariana había embargado los materiales tecnológicos y bélicos en esta guerra, pero la raza humana llevaba dos mil años-T buscando medios de comunicación FTL[8]. Si la República le proporcionara a la Liga una pista sobre cómo lo estaban haciendo los mantis, entonces algún caradura de una de las armadas estaría encantado de llegar a un trato para garantizar a la República una parte de la maquinaria que elaborara con la información que había conseguido.
Después de todo, pensaba cínicamente, había sucedido hacía mucho tiempo, y no habría sido la primera vez que la República encontrara a alguien dispuesto a romper las reglas a cambio de un precio.
—Por el momento, sin embargo —continuó—, no importa demasiado. No estoy planeando nada espectacular, ciudadano comisario, y ellos tampoco deberían contar con mucho armamento para atacarnos. Si buscan pelea, les aplastaremos; y si deciden retirarse, nos reuniremos en el sistema para reírnos de ellos.
Se escuchó un grito suave que provenía de la tripulación, y ella le sacó los dientes a Fontein. Tenía sus propios planes, pero no era inmune al deseo colectivo de venganza por parte de su propio equipo. Los mantis les habían hecho quedar mal en numerosas ocasiones; ya era hora de que la Armada Popular pusiera las cosas en su sitio… y no necesitaban de ningún «ciudadano comisario» para ello.
* * *
—Confirmado, señor. Dieciséis SA, siete CB y treinta y dos unidades ligeras —el vicealmirante Stanton hizo una mueca mientras sus oficiales de operaciones evaluaban la fuerza del enemigo. Todo estaba en calma en la sala de mando del Majestic, y, en el visualizador los códigos rojos parecían avanzar hacia el Everest con decisión. Habían vuelto al espacio n, en el hiperlímite del minuto luz 20.7 de una G3 e iban rumbo directo entre ellos y su objetivo. Nadie podría con ellos, pensaba él.
—Estableciendo la última estimación, señor.
El capitán Truscot, su jefe de personal, le hizo llegar un mensaje y Stanton torció el gesto mientras escaneaba su visualizador. Se encontraban a menos de tres horas, dando por supuesto que mantendrían su aceleración actual durante todo el camino. Por supuesto, atravesarían Everest a más de 44.600 km/h, y el planeta debía ser su objetivo principal. Era el único elemento del sistema por el que sabían que debían luchar —contando con que pudiera hacerlo— así que era muy probable que giraran a mitad de camino.
Tomó aire y se apartó del visualizador. En ese momento, el enemigo estaba a doscientos cincuenta millones de kilómetros del planeta, lo cual significaba que apenas podían atisbar las naves de Stanton. Pero esto cambiaría cuando la FO M-01 encendiera motores y pusiera a funcionar sus sensores de gravedad FTL. Si pudieran acercarse en modo furtivo, serían capaces de aproximarse en tiempo real, al igual que el Majestic estaba a punto de hacer a través de su red FTL. No podrían saber lo que estaban haciendo sus unidades hasta que estuvieran más cerca, pero al menos podrían saber donde se encontraban.
Esto no tiene buena pinta, pensaba él. Los misiles manticorianos eran al menos un treinta por ciento más efectivos que los misiles de los repos y los sistemas CME[9] de Stanton y su punto de defensa contaba con márgenes muy similares de superioridad. Pero su mejor nave era un simple acorazado, y tan solo contaba con cuatro, mientras que ahí fuera había dieciséis superacorazados de los repos. Un duelo de misiles era en este caso una operación suicida, y si trataba de defender Everest podrían acercarse a la zona de energía. En este tipo de encuentro, su fuerza operante no contaba con más de treinta minutos. Les habían hecho daño antes de terminar con ellos, pero la pérdida de sus propias naves perjudicaría aun más a la Alianza… y conseguirían Everest en menos de media hora.
—No podemos frenarles —dijo él con voz solemne y Truscot asintió. Se podía ver la amargura en los ojos del jefe de personal, pero no podían seguir fingiendo.
—Helen —Stanton miró a su oficial de comunicaciones—, póngame con el primero Jones —el oficial asintió y Stanton se giró hacia Truscot y el comandante Ryan, su oficial de operaciones—. George, Pete y usted, prepárense para un encuentro recíproco directo. No tiene sentido que sigamos pensando en acabar con ellos, pero al menos me gustaría hacerles algo de daño. Establece una ruta para alcanzarles a cinco millones de km/h. Si deciden contraatacar, Jones y sus naves de evacuación podrán ganar algo de tiempo; y si no lo hacen, nuestro objetivo es tocarles a la velocidad máxima posible. Posiblemente aminoren en ese momento, pero no tendrán mucho tiempo, así que nosotros aprovecharemos para dispararles al pasar. Fuego a discreción con todo lo que tengamos hasta agotar todo nuestro armamento.
—Señor, si hacemos lo que dice…
—Ya lo sé, no podremos responder a su ataque, porque no tendremos nada con que disparar —Stanton sacudió la cabeza fuertemente, no estaba enfadado por la protesta de Truscot, sino por las consecuencias de su propio plan—. George, no podemos continuar con esta lucha hagamos lo que hagamos. Al menos, de esta manera podremos interceptarles con todo el peso de nuestra munición en el menor tiempo posible, y cabe la posibilidad de que logremos saturar su punto de defensa. Si es así, habremos avanzado algo.
—Sí, señor —dijo él—. ¿Cuáles son nuestras prioridades?
—Comenzaremos por las naves más grandes. Posiblemente podríamos acabar con más cruceros de batalla, pero si interceptamos uno o dos de los SA será más sencillo recuperar el sistema al rodearlo.
—Sí, señor —Esta vez Truscot sonaba muy positivo.
—Almirante, tengo al primero —dijo su oficial de comunicaciones y Stanton levantó la mano.
—Un momento, Helen —dijo él, que continuaba mirando a Truscot.
—Una vez que Peter y tú terminéis de elaborar el plan preliminar, deja que él lo termine y asegúrate de que la Central de Rastreo acaba con todas las plataformas del sistema interno, George. Dile a la Central que necesito que me confirmen sus disparos antes de abandonar la zona, después acércate al Seeress y al Oracle y sácalos de allí mientras nosotros nos encargamos de los repos. Bajo ningún concepto quiero que nuestros técnicos de gravedad acaben como PDC de los repos, ¿de acuerdo?
—Señor, sí, señor —Truscot asintió.
Hacer explotar las plataformas FLT le daría a Stanton una ventaja táctica importante, pero no planeaba quedarse y luchar, y los transmisores de pulso gravitatorios eran uno de los secretos mejores guardados de la RAM. Ninguno de ellos debía acabar en manos de los repos. En el caso de una nave como el Majestic, esto requeriría una destrucción interna total para poder destruir su sección de comunicación sin remedio; en el caso de la Central de Rastreo, debía ser una destrucción absoluta. Es más, los técnicos en la Central de Rastreo tenían todos los datos del sistema en la cabeza, además de en los ordenadores.
—De acuerdo —Stanton suspiró profundamente, estiró la espalda y se giró hacia su oficial de comunicaciones—. Pásame con el primero, Helen —dijo él, tratando de mantener la calma.