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Honor se echó hacia atrás con una pequeña sonrisa mientras la pinaza se posaba sobre el planeta. No llevaba puesto el uniforme y estaba encantada de poder quitarse aquel disfraz. Después de un año-T de aprendizaje, debía admitir que la indumentaria formal de las mujeres de Grayson era más cómoda que el uniforme de la RAM, y más aún que el uniforme de Grayson. ¡Y ni siquiera llevaba un jersey de cuello alto!

Se rió al pensar en aquello y acarició con sus dedos a Nimitz. El felino arqueó su espalda al disfrutar de las caricias, y ella sintió con anticipación su estado de calma. A Nimitz le gustaba Benjamin Mayhew y su familia sentía lo mismo por él. Honor y él les habían salvado la vida y aunque ella se sentía algo incómoda con su gratitud, Nimitz estaba listo para disfrutar con ello. Siempre le dejaban una buena cantidad de apio cuando les hacían una visita, y después estaban Rachel, Theresa y Jeanette, las tres hijas de los Mayhew, que le veían como el juguete más fino del universo.

Los guardaespaldas personales del protector se sintieron avergonzados cuando descubrieron por primera vez la agilidad y las ganas de jugar de Nimitz, ya que todos ellos habían visto en las cintas de seguridad de palacio como atacó a los asesinos de forma eficiente y sangrienta, pero a Honor aquello no le preocupaba. Los ramafelinos eran lo suficientemente fuertes como para sobrevivir ante cualquier peligro, incluso ante una niña de dos años, y disfrutaban con la sonrisa y la alegría de las niñas. Observar como las hijas de Mayhew retozaban y chillaban era para ella como descubrir su propia niñez, sin el vínculo de la adopción, y se había acostumbrado a que él la abandonara cada vez que llegaban las niñas.

Pero esta visita era diferente de las anteriores, pensaba tranquila. Hacía un mes que no abandonaba su nave de mando, pero se mantenía al tanto de lo que sucedía en el planeta, y Greg Paxton le había ayudado a interpretar los hechos. Había aprendido mucho de su oficial de inteligencia, ya que tenía la extraña habilidad de alejarse de su entorno cultural y la aceptación inconsciente de unas nociones de urbanidad que la mayoría de la gente adoraba. Como buen estudiante, no trataba solo de ver las cosas, sino de entenderlas, y de alguna manera su punto de vista analítico le convertía en una persona tan observadora como Honor.

Y, al igual que ella, a Paxton le disgustaba la negativa de Burdette de aceptar la decisión de la Sacristía sobre Edmond Marchant. Es más, le había puesto al tanto de numerosos asuntos. Como que el número de manifestantes que habían sido enviados al destacamento Harrington había aumentado a pesar de su ausencia. Lo sabía gracias a los informes del coronel Hill, pero lo que no había tenido en cuenta era el coste detrás de este esfuerzo. Las protestas estaban cada vez mejor organizadas, su propaganda era poco a poco más sofisticada, y las cifras sugerían que los organizadores contaban con más financiación para esta tarea.

El último punto a tener en cuenta era el más alarmante, ya que indicaba que existía una estructura muy poderosa, que estaba muy bien camuflada. Hasta ahora, incluso el coronel Hill tan solo había sido capaz de identificar a uno o dos de sus miembros, y ambos parecían ser algo más que meros intermediarios.

Pero saber quién estaba detrás de las manifestaciones no era lo más importante, ya que ya no se encontraban en Harrington. De hecho, el ambiente entre los súbditos de Honor era de crispación, y la rabia de los habitantes de Harrington tan solo aumentaba su impacto en otros destacamentos. Aparecían en las noticias, y el hecho de que la Guardia de Harrington y la PCH debía proporcionar guardias de forma permanente para evitar que la población atacara a los manifestantes, tan solo conseguía darle más peso a sus protestas entre aquellos que tenían sus dudas acerca de contar con una mujer como gobernadora.

Estas protestas eran constantes y muy escandalosas, pero, por sí solas, no parecían ejercer influencia en aquellos que no compartían su punto de vista. Desafortunadamente, Paxton se había fijado en un factor algo más preocupante; un grupo de gobernadores que apoyaban el punto de vista de los manifestantes.

Aquel era un nuevo elemento a tener en cuenta. Sin contar con Burdette, el cual no dudó en hacer pública su opinión desde el momento en que Marchant fue expulsado, los gobernadores habían permanecido en absoluto silencio. Incluso aquellos a los que no les importaba contar con una mujer entre ellos sentían que cualquier agravio contra un gobernador significaba una ofensa contra todos los gobernadores. Pero esa situación estaba cambiando. El gobernador Mueller había sido el primero en sugerir públicamente que quizá había dos maneras de ver esta reyerta. La gobernadora Harrington era, a pesar de todo, extranjera, una extraña en la sociedad graysoniana, que se había negado a formar parte de la Iglesia; dadas las circunstancias, era natural que los graysonianos, preocupados por otorgar demasiado poder a una extraña, dieran a conocer sus miedos al respecto.

Había sido una declaración muy sutil, pero se trataba al fin y al cabo de la primera vez que rompían su silencio, y desde entonces cuatro gobernadores más: lord Nelly, lord Michaelson, lord Surtees y lord Watson se habían sumado a aquella afirmación. Al igual que Mueller, sus comentarios eran demasiado suspicaces para ser considerados violentos, pero su autocontrol mostraba un esfuerzo por razonar sus argumentos. La gente que no se inclinaba a reaccionar de forma hostil e irracional ante una situación de cambio eran más propensos a escucharles y a considerar sus argumentos, sobre todo cuando provenían de los líderes más respetados en Grayson.

Al menos la Iglesia se mantenía firme, pero incluso Paxton había encontrado signos de desprecio muy sutiles. El reverendo Hanks y la Sacristía había dejado clara cuál era la posición de la Iglesia al respecto, y ninguno de los miembros del bajo clero se había opuesto a las medidas disciplinarias contra Marchant. Pero tal y como había aclarado Paxton, existía una gran diferencia entre la no oposición y el apoyo a la Sacristía. Un número significante de sacerdotes había elegido permanecer en silencio, y había una correlación entre el lugar de las iglesias y los gobernadores que ofrecían su apoyo razonable y sereno.

Honor se sentía algo culpable por el tiempo que su oficial de inteligencia estaba empleando en algo que no tenía nada que ver con su función militar y esperaba que estuviera siendo pesimista, pero sus conclusiones la mantenían preocupada. Las estadísticas mostraban que la gran mayoría de los graysonianos continuaban mostrando su apoyo al protector, pero un porcentaje cada vez mayor comenzaba a aceptar algunos asuntos en relación a ella. Después de todo, cuando el río suena…

La balanza estaba oscilando, pensaba ella, mirando hacia el punto de babor. No con rapidez o de repente, sino despacio y de forma gradual. No se trataba de una obviedad o de algo palpable, pero estaba ahí, como una tormenta en el horizonte, y tan fervientemente que tanto ella como Paxton parecían estar más preocupados de lo necesario.

* * *

Benjamin Mayhew y su familia la esperaban en el mismo comedor privado donde los macabeos intentaron asesinarlos a todos. No era la primera vez que Honor asistía a aquel comedor, pero sintió un pequeño y familiar escalofrío al entrar. La alfombra que una vez estuvo empapada de sangre había sido retirada y habían reparado las paredes de balazos, pero los muebles seguían siendo los mismos, y se preguntaba cómo habían podido superar todo lo ocurrido y seguir cenando en aquel comedor todas las noches.

Probablemente ya ni pensaban en ello. Habían pasado casi cuatro años, y existía un límite acerca de cuánto tiempo debía pasar hasta que volvieran a la normalidad después de un hecho tan traumático como este. Aquella imagen y las implicaciones de su constante, aunque cada vez menos frecuente, depresión se formó en su interior, pero apenas comenzó a pensar en ello cuando una mujer de pequeño tamaño la llamó por su nombre con una sonrisa.

—¡Honor! —Katherine Mayhew, la primera mujer de Benjamin, se precipitó hacia ella para recibirla con una sorprendente falta de educación. Sin embargo, no se trataba de una reunión oficial, ya que la invitación de Benjamin lo había dejado claro, pero Honor era una de las predilectas del protector y existían ciertas normas de protocolo cuando ella entraba en la sala.

Sin embargo, no parecía importarle a nadie. El mismo Benjamin la saludó desde el otro lado de la sala sin ni siquiera permanecer inmóvil —otra falta protocolaria grave para cualquier hombre graysoniano cuando una mujer entraba en la sala—, y Rachel, una robusta niña de seis años que era el terror de la guardería de palacio, fue directa hacia Honor, seguida de su madre.

—¡Nimitz¡ —gritó ella y el felino hizo un «blik» de alegría y luego salió despedido del hombro de Honor. Rachel la acechó por detrás con una inmensa energía y entusiasmo cuando los diez kilos del ramafelino se lanzaron sobre sus brazos y sus hermanas llegaron corriendo.

Elaine Mayhew les seguía, y Honor se percató de que la mujer más joven del protector estaba embarazada de nuevo. Era mucho más joven que Katherine y con Honor se había mostrado tímida y reservada al principio, pero hoy la recibía con un gran saludo, señalando a las niñas que jugaban animadamente con el ramafelino.

—No conseguiremos sentarles a cenar —se rió Katherine.

—Lo siento. La verdad es que suele comportarse muy bien, pero… —Un grito de alegría interrumpió las disculpas de Honor mientras Nimitz trepaba por la espalda de Theresa, posaba sus manos y pies verdaderos sobre su cabeza y dio un saltito para esconderse debajo de un sofá. Las tres niñas corrieron tras él. «A la caza del gato» (especialmente utilizando muebles, padres, invitados y guardaespaldas como obstáculos) era uno de sus juegos favoritos. Honor se encogió de hombros—. Le gustan los niños —finalizó con una voz de resignación, y Katherine se rió a carcajadas.

—Ya lo sé, y le adoran. No se preocupe. Acabarán agotados dentro de muy poco. Nosotros debemos empezar a comer. Vamos. —Honor la siguió hasta donde estaba Benjamin, el cual se levantó y levantó una mano firmemente. Era su primera visita a palacio desde que el gran almirante Matthews le había ofrecido una comisión, y a pesar de la actitud sonriente del protector, ella sintió como sus ojos la examinaban con atención. Después asintió con la cabeza y se mostró distendido.

—Me alegro mucho de verla así de bien —dijo él bajo el estruendo que formaban los niños y el ramafelino. Honor sonrió, forzando al máximo sus nervios artificiales. El papel de Benjamin Mayhew le había vuelto muy hábil a la hora de ocultar sus emociones, pero Honor no necesitaba de Nimitz para adivinar lo que se escondía bajo su expresión. ¿Tan obvios habían sido sus daños, se preguntaba? Incluso al preguntarse a sí misma, conocía la respuesta.

—Gracias —fue todo lo que dijo y sonrió de nuevo.

—Tome asiento. —Señaló una cómoda silla y levantó la vista al ver a sus hijas correr detrás de una bola de pelo gris—. Nos imaginamos que tardaran al menos unos treinta minutos en quemar toda esa energía, así que he pedido cena para nueve.

—Siento mucho… —Honor comenzó a disculparse de nuevo y sacudió la cabeza.

—Si no quisieran verle, Elaine ya se habría encargado de decírselo —le aseguró él, mientras Elaine trataba de controlar a los niños. Tan solo Jeanette era suya en el sentido biológico de la palabra, pero aquel aspecto no importaba lo más mínimo, y Honor debía admitir que los niños de Grayson tenían una niñez muy segura. Cualquier niño de Grayson, tenía tantas madres como mujeres tenía su padre, pero la cosa no se quedaba ahí. La brutalidad del entorno planetario de Grayson, especialmente en las primeras generaciones, había generado un índice de mortalidad que los graysonianos aun no habían podido superar. Veían a los niños como el regalo más preciado que Dios había creado, y trajo consigo una atención extrema por el cuidado de los niños. Honor sospechaba que a Elaine se le daba mejor que a Katherine, ya que era más tradicional que su pequeña compañera.

Katherine era la activista (ya que Grayson ya contaba con mujeres activistas) que cargaba con el peso social y político de Primera Consorte de Grayson, pero, con todo, también sacaba tiempo para atender a sus niños con una facilidad que dejaba atónita a Honor. No debía ser tan fácil como Katherine dejaba ver, Honor sabía la vida tan atareada que llevaba y aun así conseguía llevarlo todo a cabo.

—Benjamin tiene razón —dijo Katherine—. Nimitz es su invitado favorito y hace semanas que no le ven. Si él puede soportarlo, nosotros también.

—Nimitz —dijo Honor tiernamente— cree que son lo mejor después del apio.

Poco después, Nimitz, las niñas y Elaine, seguidos de dos guardaespaldas desaparecían tras otra puerta en dirección a los salones privados de la familia. El ruido descendió considerablemente, y Benjamin se rió.

—Parece que comparten sus sentimientos —observó el protector, y Honor se sentó en la silla que le indicaron. Era extraño, pensaba. Este hombre era el soberano directo de un planeta entero, cuyos valores sociales eran muy diferentes a los del planeta del que ella provenía, y aun así se sentía completamente relajada y cómoda en su presencia. ¿Sería porque Grayson no era su planeta natal?, ¿quizá porque no había sido educada para ver a Benjamin Mayhew como su soberano?, ¿o era más simple que todo aquello? Habían compartido muchas cosas en muy poco tiempo, y el universo era testigo. Habían confiado el uno en el otro y se preguntó de repente en cuántas personas confiaba el protector de Grayson. Aquella pregunta tomaba un tinte muy distinto después de las discusiones que ella había mantenido con Gregory Paxton.

—Bien —dijo Benjamin, interrumpiendo sus pensamientos—, ¿le gusta su nuevo trabajo, almirante Harrington?

—Más de lo que pensaba —dijo ella con honestidad—. Al principio no estaba segura de si el gran almirante Matthews había acertado con su decisión, pero…

Ella se encogió de hombros y Benjamin asintió.

—No quería que fuera él el que le ofreciera el puesto —confesó él—, pero creo que estoy contento con que lo hiciera. Tiene mejor aspecto, Honor. Mucho mejor —Katherine asintió desde su asiento, que estaba frente al de Honor y ella se encogió de hombros de nuevo.

—Me siento mejor, creo —admitió.

—¿Está satisfecha con su escuadrón?

—Aún no, ¡pero lo estaré! —su sonrisa agradeció al protector que cambiara de tema—. Acabamos de terminar nuestro primer ejercicio a gran escala contra el gran almirante Matthews y el Batallón Dos y nos ha ido muy bien. Tenía una sorpresa para él, pero nuestra ejecución se vino abajo. Por otro lado, él ha tenido mucho más tiempo para prepararse y mi equipo está deseando pedir la revancha.

—¿Así que está satisfecha con sus oficiales? —había un énfasis muy sutil en la pregunta de Benjamin, y Honor asintió con la cabeza.

—Sí lo estoy. El gran almirante Matthews tenía razón cuando dijo que necesitaban experiencia, pero están trabajando duro y por ello estoy absolutamente satisfecha con mi capitán de mando. —Lo cual era cierto, o lo sería… si consiguiera dejar a un lado aquellos erróneos e irracionales pensamientos—. Deme otros dos meses y los colocaré delante de cualquier escuadrón manti —sonrió al pronunciar la última palabra.

—¡Bien! —Benjamin le devolvió la sonrisa y el último vestigio de duda desapareció de su mente. A pesar de los informes, continuaba preocupado por haber presionado a Matthews a colocarle el uniforme de la AEG demasiado pronto, pero sus ojos color avellana le tranquilizaban. Quizá tenía alguna duda, pero los fantasmas de su mente habían desaparecido. Esta era de nuevo la mujer que había salvado a su familia y a todo su mundo, una oficial que había demostrado poseer una destreza excepcional y que al mismo tiempo le sirvió para encontrarse de nuevo a sí misma.

—Muy bien —repitió en un tono más serio y vio como su mirada se agudizaba—. El gran almirante Matthews recibió una notificación formal de su… quiero decir del Almirantazgo de Mantícora esta tarde. Enviarán sus últimos dos escuadrones de superacorazados para apoyar al almirante de Haven Albo la semana que viene.

—Me sorprende que hayan esperado tanto tiempo —dijo Honor después de una breve pausa—. Los repos han estado cercando los sistemas de la Estrella de Trevor desde que le pararon en Nightingale. La presión para enviarle refuerzos debe ser importante.

—Lo es. Soy consciente de que el almirante Caparelli también planea enviar dos o tres escuadrones de la flota de Mantícora.

—¿De veras? —Honor cruzó las piernas y se frotó la nariz pensativa—. Parece que están preparando una ofensiva —murmuró.

—¿Cree que no deberían?

—¿Disculpe? —Honor pestañeó y miró al protector.

—Le pregunto si cree que no deberían hacerlo. —Levantó una ceja y se encogió de hombros—. Ha sonado un tanto… indecisa, quizá.

—Indecisa no, señor. Pensativa. Tan solo estaba considerando si planean o no atacar Nightingale de nuevo. —Era el turno de Benjamin de levantar una ceja en señal de sorpresa, y sonrió.

—El almirante de Haven Albo se ha destacado en algunas ocasiones por, eh… realizar movimientos impredecibles. La base de los repos en Nightingale es con seguridad un objetivo importante, pero dado que ellos son conscientes al igual que él, quizá decida utilizarlo para crear confusión. Después de todo, su objetivo real es la Estrella de Trevor, y deben de haberse esmerado en reforzar Nightingale después de su último ataque, así que si puede convencerles de que pretende atacarles de nuevo en el mismo punto para luego desviar su objetivo… —Hizo una pausa y Benjamin sonrió en señal de comprensión.

—Bueno, parece que podemos dejarlo en sus manos, sean cuales sean sus planes —dijo él, y Honor asintió—. Por el momento, creo que al menos uno de los escuadrones de la flota base nos hará una visita. El gran almirante Matthews debe establecer unos días de prácticas de guerra para ponerles a punto antes de que se unan al almirante de Haven Albo.

—¡Bien! Nosotros hemos practicado con el almirante Suárez, pero no nos vendrá mal contar con otra «fuerza agresora». Quizá su almirante cuente con un par de trucos nuevos para mantenernos a raya.

—No dudo que lo intente —dijo Katherine con seriedad.

—Seguro que tiene razón —asintió Honor, pero su tono había cambiado—. Hablando de mantener a la gente a raya —continuó lentamente— he estado preocupada últimamente por algunas habladurías que circulan por Grayson.

—¿Se refiere a Burdette y compañía? —dijo Benjamin. Ella asintió, con una expresión de seriedad en su rostro y él frunció el ceño.

—Sé que tiene intenciones de crear problemas, pero hasta ahora ha hecho poco ruido, Honor.

—Quizá se está volviendo más estridente —comentó ella—. Y no puedo evitar el pensar que la gente que acepta esas maneras de pensar tienden a acorralarse a ellos mismos, siendo prisioneros de su propia retórica.

—¿Se refiere a que si continúa como hasta ahora deberá seguir adelante sin remedio? —preguntó Katherine.

—Algo así. Pero… —Honor hizo una pausa y frunció el ceño— estoy segura de que usted tiene mejores contactos que yo, pero Gregory Paxton y yo hemos estado vigilando todo aquello que acontece fuera del planeta y he estado en contacto constante con Howard y el coronel Hill. Desde nuestro punto de vista, parece que lord Burdette no es nuestro único problema.

—¡Ah! —Benjamin cruzó las piernas, invitándola a continuar y ella suspiró.

—Tenemos la sensación de que existe un grupo en acción, señor. Lord Burdette y los manifestantes en Harrington es uno de ellos, digamos los más escandalosos, pero también hay algo más. Algo quizá más sigiloso.

—¿Se refiere a Mueller, Michaelson y compañía? —preguntó Benjamin.

—Sí, señor. —Honor no pudo contener su alivio ante la respuesta del protector. Sonrió, de manera muy leve, y continuó con cautela—. No quiero sonar paranoica, pero creo que parecen más peligrosos que Marchant o Burdette. Son menos escandalosos y quizá por ello la gente se decida a escucharles. Y una vez que la gente comience a «moderar» condenas, se abrirá el camino para los extremistas al mismo tiempo.

—Ya veo lo que quieres decir —dijo Katherine. Miró a su marido y frunció el ceño—. ¿No discutiste este tema con Prestwick la semana pasada?

—Sí —confirmó Benjamin—. Y por el momento, ni nosotros ni Seguridad ve ningún motivo inmediato para preocuparse.

—¿Motivo inmediato? —repitió su mujer y él sonrió con amargura.

—Tú y lady Harrington tenéis ideas muy perversas en la cabeza, Kat —dijo él— y le prestáis demasiada atención a la exactitud de las palabras. Sí, dije «inmediato», ya que la situación puede cambiar.

—¿Cómo de importante cree que es la decisión de la Sacristía de deshabilitar a Marchant de sus funciones? —preguntó Honor. Él levantó una ceja y se encogió de hombros—. Greg y yo hemos estado intentando averiguarlo, pero no tenemos suficiente información. De todas maneras, me preocupa que esto le dé más fuerza a los reaccionarios, y las últimas encuestas que vi eran… preocupantes.

—La decisión sobre Marchant la tomó el reverendo Hanks —dijo Benjamin después de una pausa—. Me lo comentó a mí, ya que el Protectorado es técnicamente el brazo ejecutor de la Iglesia, pero su decisión de seguir adelante con el asunto fue tomada mediante una solicitud formal que provenía de la mayor parte de la Sacristía. Sospecho que él debía de tener algo que ver con la decisión de la mayoría, pero yo tengo como norma no interferir con los asuntos internos de la Iglesia. Dada la importancia que se han dado a estos asuntos seculares, ¡lo último que necesito es parecer que estoy forzando a la Iglesia!

Hizo una pausa y Honor asintió en señal de comprensión y él continuó.

—Dicho esto, estoy de acuerdo con su punto de vista. No solo veo el comportamiento de Marchant como imperdonable para un miembro del clero, sino que además fue un acto deliberado y desafiante que la Sacristía no podía pasar por alto. Debía ser castigado duramente y de cara a los conservadores que le apoyan. Soy consciente, al igual que lo será usted, Honor, dado que tiene a Paxton investigando el asunto, de que ha existido una especie de resistencia pasiva por parte del clérigo, pero ahora ellos mismos saben que deben conformarse con acciones que no apoyen el error por el que Marchant fue castigado para no enfrentarse a las mismas consecuencias. Creo que esto debía estar establecido y ahora que por fin lo está, el reverendo Hanks está concentrado por un lado en no dar la nota y por otro lado en convencer a los clérigos más progresistas a que den su opinión en representación de los otros.

Honor asintió, pero se dio cuenta de que estaba jugando con la llave de gobernadora en su mano derecha. Sonrió y se obligó a entender la situación.

—¿Y las encuestas, señor? —Greg y yo opinamos que la decisión de Marchant se ha basado en los números. La mayoría de la gente que admite no tener clara mi capacidad como gobernadora indica que sus dudas provienen de mi «vida de pecado».

—No hay duda —admitió Benjamin—. Pero a su gente no le preocupa ese tema y, francamente, lo que los ciudadanos de otros destacamentos piensen de usted me parece bastante irrelevante. El reverendo Hanks y yo preveíamos una negativa inicial por parte de la opinión pública, y el hecho de que nunca haya escondido sus convicciones religiosas debería ayudar. Ese es el tipo de comportamiento que los graysonianos saben apreciar, una vez consideras los motivos. —Sacudió la cabeza—. Dadas las circunstancias, creo que la acción del reverendo fue muy acertada, y como yo digo, por lo menos les ha dejado ver a los reaccionarios que hay un punto en el que la Sacristía no tolerará ciertas cosas.

—Ojalá no hubiéramos llegado a ese punto —dijo Honor preocupada—. No me gusta que el hecho de servir a Dios traiga consigo toda esta locura. —Sacudió la cabeza, irritaba por lo que acababa de decir—. Lo que quiero decir, señor, es que siento ser yo la que esté provocando todo esto.

—Honor —dijo Benjamin con calma—, lo que yo siento es que tenga que estar en esta situación solo porque estos idiotas se hayan propuesto volver a la Edad Antigua y la culpen por ser mejor que ellos.

—No pretendía… —Honor comenzó a sonrojarse y él la interrumpió muy gentilmente.

—Entiendo perfectamente lo que quiere decir. Y tiene razón; se ha convertido en el centro de atención de los reaccionarios. Cuando la nombré gobernadora, le dije que la necesitábamos para dar ejemplo, y estaba en lo cierto. Pero lo que no le dije, a pesar de que yo siempre lo he tenido en cuenta, es que el dar ejemplo de a lo que las mujeres pueden aspirar puede ser objeto de crítica por parte de aquellos que opinan lo contrario. Siento que tenga que pasar por esto. Al mismo tiempo, debo admitir que hasta yo he considerado esas críticas, pero no consiguieron cambiar la opinión que tengo de usted… ahora sé que su sentido del deber no le habría dejado que abandonara sus responsabilidades, lo cual me habría hecho sentirme muy culpable. No me habría parado, porque le necesitamos y yo como protector de Grayson tengo el deber de contar con gente como usted. —Honor se sonrojó aun más y él sacudió la cabeza—. Y el caso es que si no estuviera en su posición, estos reaccionarios habrían encontrado otra presa a la que atacar. La gente que se empeña en ponerle freno al progreso siempre será capaz de encontrar una manera de enganchar a la gente. Por desgracia, es una de esas presas, precisamente porque es usted la persona más peligrosa de Grayson, y desde su punto de vista, están en lo cierto. Sí que lo es.

—¿Lo soy? —preguntó Honor sorprendida.

—Sí —repitió Benjamin—. Es una heroína para los suyos, incluso para aquellos que tienen dudas acerca de las reformas sociales, lo cual crea una especie de «distrito» más allá de los límites de su propio destacamento. El número de personas que tienen dudas sobre usted posiblemente estén aumentando, pero la mayoría sigue viéndola como una mujer y una oficial que consiguió salvar al mundo de sus enemigos, los cuales dañan nuestra nociones de humanidad ya que consideran que las mujeres son más débiles y deben ser protegidas. Ha realizado un trabajo excepcional como gobernadora, lo cual representa un desafío intolerable para aquellos gobernadores conservadores que consideran que las mujeres nunca deben ejercer un trabajo que les pertenece. Y usted para ellos es una infiel que no solo no comulga con su Iglesia en el destacamento, sino que además ha estudiado su fe hasta el punto de atreverse a intercambiar citas con un machista como Marchant para ponerle en su sitio. Si añade todos estos elementos, entenderá que no hay reaccionario en el planeta que no le vea a usted personalmente, Honor Harrington, como la personificación directa del desafío a lo que ellos representan, y la culpa es mía por arrastrarla a esta situación.

Honor se sentó en silencio, mirándole fijamente a los ojos, después miró a Katherine la cual asintió con gesto irónico.

—Señor, Benjamin, yo no quiero ser el centro de atención —repitió finalmente. Él comenzó a hablar, pero ella pidió la palabra levantando la mano—. No solo porque no quiero que la gente me odie, sino porque no quiero ser la excusa para atacar nuestras reformas.

—Si no estuviera aquí, encontrarían a otra persona a la que atacar —dijo Benjamin de nuevo—. Tal y como están las cosas es la gobernadora, y una muy buena, desde mi punto de vista. A pesar de lo que ocurra en las encuestas, debería hacerlo muy mal para que acabara siendo un factor negativo y usted no es el tipo de persona que lo estropea en el último momento —se rió—. Francamente, el hecho de que estos lunáticos la estén utilizando como excusa, como dice, es para mí un alivio. Si tiene un corazón tan grande que no le deja culparme a mí por meterla en este lío, ¡entonces, por Amor de Dios, no se culpe a sí misma por estar aquí!

—Pero… —Honor comenzó a hablar y sonrió divertida—. De acuerdo, me callaré y seré buena. ¿Pero se está ocupando de vigilar este asunto?

—¿Se ocupa usted de vigilar a las fuerzas enemigas, almirante Harrington? —preguntó Benjamin. Ella asintió con una sonrisa irónica en señal de comprensión y él asintió de nuevo—. Yo también. Estos desaprensivos siempre me sorprenden cada poco, pero no será porque yo no les preste atención, ¿de acuerdo?

—De acuerdo, señor —contestó Honor.

—¡Bien! Porque… —El protector sonrió de nuevo y se paró a escuchar el ruido que provenía de la guardería—. Creo que estos terremotos ya vienen de camino, y si les cogemos, ¡es hora de cenar!