12
—¡Cambio de estatus! Dos bogies no identificados acaban de encender motores en cero-ocho-nueve, uno-cinco-tres, alcance cinco coma seis millones de klicks, rumbo dos-tres-cuatro-cero-nueve cinco relativo, velocidad de ochenta y un mil KPS, y una aceleración de tres-punto-nueve-cuatro KPS2.
—Les veo, Fred. —Honor se levantó y se acercó al enorme visualizador holográfico de la cabina de mando. No era tan sofisticado como el manticoriano, a pesar de que habían colocado nuevos sensores de alimentación, los detectores seguían siendo los antiguos havenitas, pero era muy superior al que ella tenía en su unidad de mando, así que sonrió. El contraalmirante Yanakov, pensó ella, era muy pícaro.
Los códigos de luz de la División de Batalla Trece seguían el rastro de las Divisiones Once y Doce en una persecución intensa, pero ella ya sabía lo que estaba a punto de ocurrir. Walter Brentworth había adelantado, colocando a la División Doce del almirante muy por delante de la División Once, con el objetivo de acechar la «Fuerza agresora», pero estaba a punto de pagar por ello.
—Identificación —anunció una voz—. Los bogies son el Valeroso y el Furioso, comandante.
—¿Qué? —el comandante Bagwell se retorció en su silla y maldijo por lo bajo—. ¡No puede ser! Son…
—Howard, informa al almirante Brentworth que acaba de producirse un fallo de comunicación —dijo Honor, y Bagwell la miró a los ojos y puso cara de sufrimiento al tiempo que el comandante Brannigan transmitía el mensaje. Honor observó a su oficial de operaciones con atención y regresó a su puesto.
El visualizador de Honor cambió cuando los ordenadores lo actualizaron, y Bagwell se colocó a su lado.
—¿Le importaría decirme lo que está haciendo el almirante Yanakov, milady? —preguntó él en voz baja.
—Se está haciendo el listo —contestó ella—. Esta —señaló los códigos de luz que la División Doce estaba revisando— es su pantalla y un par de GE programados para imitar a los SA. Quería intentar colarse en nuestro entorno para que lo identificáramos y fuéramos tras él mientras el Valeroso y el Furioso se escondían bajo sus sistemas de camuflaje. Ahora que nos ha desviado de nuestra posición y está separado de las otras dos divisiones, planea acercarse por la proa para enfrentarse frente a frente con la División Once antes de que el almirante Trailman pueda aminorar la velocidad para intentar salir en su auxilio. —Sacudió la cabeza con una pequeña sonrisa de admiración—. Es un movimiento muy preciso…si es que lo consigue.
—Ese movimiento no es parte del informe de la misión, milady —protestó Bagwell—. Se suponía que debía disparar al convoy sin comprometer nuestro muro de batalla.
—Lo sé, pero cuenta con el consentimiento del almirante Brentworth, el cual reescribió sus órdenes para que se encargara del convoy, y de paso llevarse por delante un par de SA si puede. A eso se le llama iniciativa, Fred. —El suave sonido de Bagwell parecía indicar que estaba de acuerdo, y aunque nada de esto le salpicaría, ella esperaba que aprendiera la lección. El motivo de este ejercicio era observar como actuaban sus comandantes y el resto de su personal, pero podría haber sido él y no los oficiales de Brentworth los que cayeran en la emboscada de la División de Batalla Trece.
Ella observó como los dos superacorazados de Yanakov aceleraban a más de cuatrocientas gravedades y se aproximaban a interceptar la base de la División Once. Aparecieron nuevas proyecciones en el visualizador, y asintió de nuevo con la cabeza. Yanakov había acertado al preposicionar sus naves y avanzar en silencio, y fuera quien fuera la persona que hubiera quedado al mando (quizá el comodoro Justman), había conducido a Brentworth al lugar adecuado. El Batallón Trece daría un giro hacia popa en dirección al Batallón Once, con las naves de Brentworth situadas entre este y la división de Trailman. Esto colocaría a la tripulación de misiles de Trailman en una situación complicada si se decidieran a avanzar sin atacar antes a la División Once, y la decisión de Honor de apartar a Brentworth del puesto de comandante trasladaba todo el problema a Trailman. Privar a Walter de aprender de su error no era muy adecuado por parte de Honor, pero Yanakov ya había modificado todos sus planes y quería saber cómo reaccionaría el escuadrón ante tanta confusión.
Se recostó en su silla y escuchó por el comunicador. Con Brentworth fuera de juego, Alfredo Yu se convirtió en el oficial de alto rango de la División Once, y ella le había oído obedecer las órdenes de Trailman. El almirante sonó nervioso y enfadado, y frunció el ceño cuando vio proyectado en el visualizador lo que ocurriría si el Batallón Once ejecutaba sus órdenes. Estaba intentando reunir sus divisiones para encargarse de Yanakov, tal y como lo establecían las normas.
Desafortunadamente, las normas se equivocaban, y su inexperiencia salió a relucir. El Batallón Doce estaba aminorando y situándose por debajo de su avanzadilla en un intento por despejar el alcance, y aquello, al menos, contaba con la aprobación de Honor. Si Trailman pudiera generar la suficiente separación vertical, podría disparar por encima del Batallón Once cuando las naves de Yanakov cruzaran por la popa; no sería un buen golpe, sería a largo alcance y las emisiones del Batallón Once interferirían con su control de tiro, pero al menos podían acertar. Y si el Batallón Once utilizara sus baterías de energía para girar mientras Yanakov pasaba de largo, la combinación de misiles y haces de luz darían resultado.
Pero Trailman no parecía darse cuenta de que necesitaba las armas energéticas de Yu. O quizá, había dejado que Yanakov le convenciera para que se olvidara de que la defensa del convoy era su misión principal. Su intención era proteger sus naves, apartando a ambas divisiones fuera de su zona de energía para poder usar sus misiles contra el Batallón Trece si forzaban el ataque contra el Batallón Once. Pero si las otras dos divisiones se agrupaban, Yanakov simplemente dejaría que esta maniobra apartara al Batallón Once fuera su alcance, para acercarse por detrás e ir directamente por el convoy. Su velocidad de base era baja, pero su vector se encontraba casi perpendicular al de Trailman. Pasó rozando la base del resto de los escuadrones como un ágil ramafelino y Trailman tuvo que generar suficiente delta uve para seguir su ritmo. Y lo que es peor, el punto en el que el Batallón Trece iba a cruzar el rastro de las otras divisiones estaba situado suficientemente cerca del la División Doce como para que la tripulación de defensa de Yanakov pudiera seguirle la pista a los misiles de Trailman…, los cuales tendrían muy poco tiempo restante para realizar maniobras de ataque. Las naves de Yu estarían más cerca, por supuesto; indudablemente les había interceptado en varias ocasiones, pero no lo suficiente como para causar un daño considerable.
De hecho, la única posibilidad que tenía el convoy (literalmente) era que Trailman aceptara el ataque de Yanakov en la División Once. Yu podría tener suerte, ya que contaba con unidades de protección, mientras los de Yanakov jugaban a despistar, pero el periodo de tiempo sería breve y era Yanakov el que tenía la posibilidad de dar el primer paso. El aceptaría el fuego de Yu para poder devolverlo, o podía posicionarse a su lado para bloquearlo con potentes e impenetrables cuñas de dirección y salir ileso.
Quizá no necesitaba ni siquiera realizar aquella maniobra. Si la División Once trataba de acercarse a la División Doce, sus propias maniobras lo colocarían fuera de alcance donde sus armas podrían atravesar los muros laterales de Yanakov. No le harían daño y a pesar de que no conseguiría interceptar ninguno de los SA de Trailman, al menos sabía que aniquilaría el convoy a su paso.
Ella escuchó el tono calmado de Yu al aceptar las órdenes de Trailman y se sintió decepcionada. Seguía estando muy intranquila con el exrepo, pero esperaba mucho más de él. Las consecuencias de la maniobra de Trailman eran muy evidentes, al menos para Yanakov y para Honor. Su rumbo se dirigía a babor al dejar atrás a la División Once y dirigirse hacia el convoy, ignorando las otras dos divisiones en dirección a las otras naves dispersas.
Pasaron los minutos, el visualizador mostraba las proyecciones, algunos misiles esporádicos iban y venían mientras la decepción de Honor por su capitán de mando crecía por momentos. Yu contaba con mucha más experiencia que cualquiera de los capitanes de Grayson, pero las maniobras de Trailman ya habían colocado a la nave del exrepo fuera del punto de energía que era la única esperanza del convoy, y él apenas parecía inmutarse.
Sin embargo, ella se dio cuenta de que ¡tampoco estaba siguiendo las órdenes de Trailman! La pantalla se movía de lado a lado mientras la División Once se ponía a punto y realizó un brusco cambio de ruta sin apenas ningún aviso. La división y la pantalla giraron al mismo tiempo como si se tratara de una sola nave en una maniobra perfectamente coordinada. Ella abrió los ojos asombrada, al darse cuenta de que Yu debía haber estado muy ocupado dando instrucciones al tiempo que escuchaba las órdenes de Trailman.
El brusco cambio cogió a Trailman por sorpresa. Le escuchó gritar desesperado, pero Honor estaba más contenta que nunca. Yu había escuchado muy bien las órdenes de Trailman, ¡pero para despistar a Trailman, no a Yanakov! El comandante de la fuerza agresora había demostrado su astucia con su robots ge, pero aquí se había superado con creces. Además, ¡había utilizado su comunicador para intervenir la red de comunicación de Trailman!
Nadie se esperaba que él pudiera hacer algo así contra los repos, pero aquello no era importante. Como buen oficial aprovechó cualquier oportunidad que estuvo a su alcance, y luego intentó crear todas las que pudiera, y era tan audaz como el resto de su plan. Pero no había funcionado, porque Alfredo Yu era mucho más inteligente que él. Yu no tenía manera de saber lo que Yanakov se traía entre manos, y aun así lo había permitido. Trailman había usado transmisiones omnidireccionales para mantener informadas a sus unidades simultáneamente, y en la sección de comunicaciones de Yanakov habría sido muy sencillo interceptarlos. Pero Yu debía de haber usado un láser direccional muy seguro para coordinar a sus unidades, y los de Yanakov no se habían percatado. No tenían motivo, ya que conocían cuales eran las órdenes de Trailman. La maniobra del capitán de mando podía haber funcionado, incluso sin el elemento añadido de despiste; con él, aquel movimiento pasó de ser efectivo a absolutamente devastador.
La División de Batalla Trece cambió de rumbo de nuevo, moviéndose rápidamente cuando Yanakov se dio cuenta de que les habían descubierto, pero era demasiado tarde, ya que Yu lo había planeado todo a la perfección. Su posición era lo suficientemente buena como para que sus armas de energía atravesaran los muros laterales de la división Trece, pero Yanakov estaba muy seguro de lo que sus oponentes estaban considerando hacer. Había dejado el punto de popa de sus naves demasiado cerca de Yu, ya que estaban convencidos de que el Batallón Once se estaba alejando de ellos; pero el exceso de seguridad en sí mismo le traicionó ya que la División Once despejó su trasversal y en un momento, dos superacorazados, cuatro cruceros pesados, seis cruceros ligeros y seis destructores disparaban perfectamente alineados a través del indicador posterior de sus cuñas de dirección.
Rayos láser y gráser se dirigían hacia su objetivo con una furia titánica, sin muros laterales para pararles y el superacorazado Valeroso, explosionó formando una espectacular bola de fuego. El almirante Yanakov se acercó con su nave de mando y aún fue interceptada varias veces más. El Furioso, tocado, rodó frenéticamente, retorciéndose y dando vueltas acabó con la popa muy lejos de Yu, y con la parte superior de la cuña frente al fuego enemigo. Pero Honor oyó de pronto la voz exultante de Trailman dando órdenes de nuevo, al tiempo que la División Doce se colocó sobre él con misiles, y la única trayectoria que podía proteger la nave del fuego de Yu se abrió ante él, a apenas treinta grados de Trailman. Se puso a máxima potencia mientras luchaba por poder escapar de sus enemigos. Estaba tocado y sin el apoyo del Valeroso su punto de defensa era muy débil. Un cuarto de los misiles de Trailman se detonaron frente a él, y los restos de la explosión y la atmósfera formaron un inmenso estallido en medio del espacio. Ocho minutos después de que el Valeroso saltara en pedazos, el Furioso siguió su ejemplo y Honor respiró profundamente en señal de aprobación.
—De acuerdo, Fred. Apaga el simulador.
Los visualizadores se apagaron, y ella se levantó y estiró las piernas. La pantalla le mostraba ahora el resto de las naves de su escuadrón, y sonrió ante la destrucción de los dos SA que acababan de «derribar», los cuales se encontraban plácidamente en la órbita de Grayson, mientras se movían a través del simulador electrónico.
El comandante Bagwell sacudió la cabeza, aun estaba un poco mareado al ver como Yanakov (y Yu, pensó ella con una amplia sonrisa) había incumplido los parámetros de los ejercicios. Walter iba a estar muy cabreado consigo mismo, pensó ella, pero sabía que tampoco la tomaría con Yanakov. Mejor dicho, no iba a dejar que ocurriera por segunda vez. Además, Yanakov no iba a estar muy contento consigo mismo. Había elaborado una emboscada perfecta, se le había subido a la cabeza y Yu le había obsequiado con un devastador regalo para bajarle los humos. Había esperado demasiado para mover pieza. Si Yanakov hubiera cambiado de trayectoria unos segundos antes, la División Once habría perdido su oportunidad de disparar, y el alcance era demasiado largo para realizar otro tipo de movimiento, pero eso quería comentárselo ella en privado. Al fin y al cabo, había funcionado, y él se merecía el respeto del resto del escuadrón.
De hecho, Yanakov se merecía una palmadita en la espalda, también. Es posible que lo echara todo a perder en el último momento, pero había demostrado tener inventiva y nervio, además de habilidad, al planear la emboscada. En general, estaba muy satisfecha con su actuación. Había habido varios errores, pero esperaba que pudieran aprender de ellos. Era mejor que los cometieran ante el simulador que ante el enemigo, y estaba muy contenta con la actitud que habían demostrado Yanakov y Yu. Demasiada iniciativa podía ser desastrosa, pero la falta de ella podía ser peligrosa también…, y lo segundo era algo mucho más común. Ella prefería contar con oficiales a los que tenía que parar los pies de vez en cuando, a aquellos que se mostraban tan tímidos que no eran capaces de actuar por su cuenta.
Apartó la vista del visualizador.
—Bien, ha sido muy interesante —dijo ella a Bagwell y Nimitz soltó una risilla desde su asiento detrás de la silla de comandancia.
—Sí, milady, en efecto —contestó el comandante, y los ojos de Honor brillaron. Bagwell era tan correcto y preciso (y tácticamente formal) como ella pensaba cuando le conoció, y aun parecía impresionado por la situación.
—Claro que sí… y ya tengo ganas de escuchar su análisis en el parte —dijo ella, y su risa contagió a Nimitz que arrancó a sonreír ante la expresión del oficial de operaciones.
* * *
William Fitzclarence, gobernador Burdette, frunció el ceño al ver al diácono Allman entrar en su oficina. La Casa Burdette era incluso más grande que el palacio del protector, y más antigua, ya que estaba situada en la capital de uno de los destacamentos más veteranos de Grayson. Se trataba de una enorme estructura de piedra nativa, construida en una época en la que los fuertes eran muy comunes, ya que se usaban para defenderse de otros gobernadores o de situaciones hostiles. Su oficina presentaba un aspecto tosco y contundente. Una de las primeras órdenes que había dado como gobernador era la supresión de todos los tapices y pinturas que habían colocado los dos gobernadores anteriores para darle un aspecto más cálido a la oficina. Amaba a su padre y a su abuelo, pero se habían apartado de la simplicidad que Dios exigía a sus siervos, y William Fitzclarence no tenía ninguna intención de cometer el mismo error.
Los zapatos del diácono Allman sonaban al pisar la piedra mientras atravesaba el despacho de Burdette, y sintió una extraña sensación al observar que el gobernador continuaba sentado. El protocolo oficial no requería que los gobernadores se levantaran para recibir al diácono de la Iglesia, pero la cortesía era algo muy distinto. La actuación de lord Burdette era un insulto muy calculado, y la correcta media reverencia con la que Allman se acercó a él era su manera de contestarle ante aquella ofensa.
—Milord —murmuró él, y Burdette parecía enfurecido. La suave voz del mensajero de la Sacristía no presentaba ningún motivo para enojarse, pero él sabía muy bien leer entre líneas.
—Diácono —respondió brevemente, y Allman se puso tenso. El gobernador no le ofreció asiento, y el clérigo se cruzó de brazos para estudiar al hombre al que había venido a ver.
Burdette tenía el aspecto de un Fitzclarence; muy alto para un graysoniano, hombros anchos y se había acostumbrado a la buena vida desde una edad muy temprana. Tenía un rostro muy angular pero atractivo, sus ojos azules y decididos mostraban a un hombre habituado a llevar el mando…y muy desacostumbrado a la frustración.
Se produjo un silencio, y a pesar del momento de tensión Allman estaba a punto de sonreír. Su Sacristía le había puesto en contacto con numerosos gobernadores y no estaba intimidado por Burdette, por ello su intento de intimidarle con aquella fría mirada le resultaba divertido. O, al menos, le habría parecido gracioso, si el motivo de su visita no fuera tan serio.
—¿Bien? —Burdette dijo finalmente.
—Milord, siento comunicarle que la Sacristía ha denegado su petición. La prohibición del hermano Marchant de sus funciones no finalizará hasta que admita sus errores públicamente.
—¡Sus errores! —Burdette dio un puñetazo en el escritorio, y su rostro se tornó tenso y frío como el hielo—. ¿Desde cuándo es pecado el que un clérigo hable de la voluntad de Dios?
—Milord, no estoy en situación de debatir este tema con usted —respondió Allman con voz calmada—. Yo soy simplemente un mensajero.
—¿Un mensajero? —Burdette rompió a reír—. ¡Un perro lazarillo querrá decir, que va por ahí repitiendo como un loro el mensaje que le han ordenado decir!
—Un mensajero —repitió con una voz más fuerte—, encargado de informarle de la decisión de la Iglesia de Dios, milord.
—La Sacristía —dijo Burdette con frialdad—, no lo es todo en nuestra madre Iglesia. También está formado por hombres, diácono, hombres que pueden cometer errores en un momento dado.
—Nadie ha dicho lo contrario, milord. Pero el Creador necesita de hombres que hagan todo lo posible por entender Su Voluntad… y actuar en consecuencia.
—Ah, claro que sí. —La sonrisa de Burdette era fría y grotesca—. ¡La pena es que la Sacristía ha decidido olvidarse de ello en este caso!
—La Sacristía —dijo Allman con firmeza— no lo ha olvidado, milord. Nadie ha intentado culpar al hermano Marchant intencionadamente. La Sacristía le vio cometer su error, pero si él no puede aceptar de buena fe, la decisión de la Iglesia, entonces su negativa a ello nos muestra qué tipo de persona es. Los asuntos de la fe plantean a los hombres una de las pruebas más difíciles ante Dios. Incluso aquellos que sirven en su Iglesia, deben enfrentarse a ello y la Sacristía es muy consciente de este hecho. Aun así, la madre Iglesia tiene la obligación de mostrar el error cuando se presenta.
—La Sacristía ha sido tentada en ocasiones por temas políticos —dijo Burdette—, y ello, y no el hermano Marchant, se ha opuesto a la voluntad de Dios. —La voz del gobernador se volvió más dura y profunda y sus ojos estaban enfurecidos—. Esta mujer extranjera, esta ramera que se dedica a fornicar fuera de los lazos del matrimonio y nos envenena con sus actos impuros, ¡es una abominación a los ojos de Dios! Ella y todos los que convierten nuestro mundo en una copia de su degenerado reino son los siervos del diablo, y la Sacristía está extendiendo sus hábitos indignos a los hijos de Dios.
—No voy a debatir sus creencias con usted, milord. Ese no es mi trabajo. Si está en desacuerdo con las normas de la Sacristía, está en su derecho, tanto como gobernador, como por ser hijo de la madre Iglesia, de discutir su caso ante ellos. Es también responsabilidad de la Sacristía, como sirviente y elegido de la madre Iglesia, de rechazar sus argumentos si entra en conflicto con su visión de la Voluntad de Dios. —Burdette dijo algo entre dientes, y Allman continuó con el mismo tono desapacible—. La Sacristía siente no poder concederle su petición, pero los Ancianos no pueden darle la espalda a su forma de ver la Voluntad de Dios por nada ni por nadie. Ni siquiera por usted, milord.
—Ya veo. —Los ojos de Burdette más tenebrosos (y más indignados) que nunca, inspeccionaban a Allman de pies a cabeza—. ¿Así que la Sacristía y el protector me ordenan que aparte al hermano Marchant de la llamada de Dios?
—La Sacristía y el protector ya se han encargado de apartar a Edmond Marchant de su oficio en la madre Iglesia —Allman le corrigió impávido—. Hasta que cicatrice la herida entre sus enseñanzas y las de la madre Iglesia, alguien debe apartarle de sus funciones.
—Eso es lo que dice usted —dijo Burdette con frialdad. Allman no respondió y le mostró los dientes—. Muy bien, diácono, ahora debe usted transmitir mi mensaje. Informe a la Sacristía de que es posible que puedan apartar a un hombre de Dios de su púlpito y humillarle por mantenerse fiel a su fe, pero no pueden obligarme a que yo comulgue con ese pecado. Como yo lo veo, el hermano Marchant aún conserva todos los derechos que le han sido negados. No voy a reemplazarle.
Sus ojos azules brillaban al ver que por fin había logrado encolerizar al diácono. Allman apretó sus manos con fuerza detrás de él, recordándose a sí mismo que era un hombre de Dios y que Burdette era el gobernador y apretó sus dientes en un intento por mantener la calma. Se tomó un momento para recuperar el control de su voz y comenzó a hablar en el tono más sereno que pudo.
—Milord, sean cuales sean las diferencias que tenga con la Sacristía, usted también tiene responsabilidades. Estemos o no en lo cierto, usted como gobernador ungido por Dios, no tiene derecho a abandonar sus funciones con la Iglesia y sus siervos.
—La Sacristía ha conseguido eso mismo al retirar de sus funciones al hombre que yo a través del Señor había elegido diácono. Yo, al igual que la Sacristía, tenemos el deber de actuar conforme a los deseos de Dios. Como usted dice, yo soy el gobernador, y por ello soy también su siervo al igual que lo es la Sacristía. Desobedecer la voluntad manifiesta de Dios es un pecado para cualquier hombre, pero especialmente lo es para aquel que porta la llave de gobernador, y yo me niego a cometer tal infamia. Si la Iglesia desea cubrir ese puesto, lo único que debe hacer la Sacristía es recuperar al hombre que Dios eligió para tales funciones. Hasta ese momento, ¡yo no nominaré a nadie más para suplirle! ¡Prefiero que mi gente no tenga sacerdote a que tenga uno de artificio!
—Si se niega a nominar a un nuevo sacerdote para el púlpito de la catedral de Burdette, entonces la madre Iglesia deberá hacerlo por usted, milord —dijo Allman con una calma pasmosa y Burdette perdió los nervios finalmente.
—¡Pues entonces háganlo! —gritó él. Dio un puñetazo en el escritorio y se giró hacia el diácono—. Dígales que lo hagan —susurró de pronto con un tono frío como el hielo—. ¡Pero no pueden obligarme a asistir a misa o a aceptar a un hombre que no he elegido como mi capellán, diácono! ¡Veremos cómo reacciona la gente de Grayson, que siempre han sido fieles a Dios, cuando un gobernador decida escupir sobre cualquier mequetrefe que la Sacristía coloque para ocupar las funciones de la madre Iglesia!
—Tenga cuidado, gobernador —la voz de Allman sonaba más desapasionada, pero muy fría—. Dios no rechaza a nadie si le recibe con el corazón abierto. El único camino al Infierno es el de aquel que decide apartarse de Dios, pero ese camino existe y usted ha comenzado ya a dar el primer paso.
—¡Váyase! —dijo Burdette en un tono gélido—. Vuelva con sus maestros de pacotilla. Dígales que quizá apoyen a esa ramera extranjera e intenten pervertir la ley de Dios si así lo desean, pero yo me niego. Déjeles que profanen sus almas si así lo han elegido; pero nunca conseguirán arrastrarme con ellos!
—De acuerdo, milord —dijo Allman y hizo una reverencia con una dignidad glacial—. Rezaré por usted —añadió y abandonó su despacho, mientras Burdette le observaba lleno de furia.