10
El NSM Terrible estaba suspendida en la órbita de aparcamiento, como un martillo de dos lados, de un blanco deslumbrante y con los flancos colocados en tres filas perfectas de puntos. A primera vista, parecía un modelo perfecto a escala reducida, pero la pinaza pasó a su lado y Honor alcanzó a echarle un vistazo. Su nueva nave de mando aumentaba de tamaño conforme se iba acercando. El Terrible parecía crecer en vez de acercarse, pasando de ser un juguete a una nave de verdad y después al leviatán de las naves espaciales, mientras la pinaza se acercaba al punto de referencia.
Los puntos de armamento contaban con escotillas capaces de acoplar a la pinaza con facilidad. El radar de alineamiento en fase, los grupos láser de defensa y las afiladas hojas de sensores gravitatorios aparecieron en primer plano, y sus nódulos de dirección, cuatro veces más grande que la pinaza, sobresalían de manera excepcional. Se trataba de una nave de ocho millones de toneladas (más de cuatro kilómetros de largo, seiscientos metros de ancho y con las luces verdes y blancas de amarre) y Honor observó a través del visualizador como la pinaza circulaba alrededor del superacorazado mostrándole cada detalle.
El Terrible no poseía la elegancia de la última nave de mando de Honor. La NSM Nike era un crucero de batalla, elegante y arrogante que contaba con rapidez y potencia. El Terrible no era muy elegante. Era una enorme montaña blanca, diseñada no para atacar y salir corriendo, ni para perseguir a unidades más ligeras o evadirse del fuego enemigo, sino para el intenso y violento muro de batalla. Estaba diseñada para absorber aquellos daños que casi ninguna nave podía soportar. Además ningún crucero de batalla podría sobrevivir fuera del alcance de sus baterías de energía.
No era el primer SA donde había servido, pero sí era hasta ahora el más potente que tenía al mando… y había seis naves como esta en el Primer Escuadrón de Batalla. Aquello le produjo un escalofrío solo de pensarlo, pero trató de tranquilizarse y estudiar la situación. Comenzó a atisbar diferencias entre el Terrible y sus homólogos manticorianos (más numerosos, con armamento superior en número de tubos de misiles, estaban distribuidos en una sola zona en vez de estar mezclados con las armas de energía, el número de puntos de amarre para embarcaciones pequeñas que complementaban la dársena de botes: la colocación de las luces de posición) y en su mente comenzó a elaborar sus primeras impresiones. El armamento de misiles del Terrible le proporcionaría un lanzamiento con más peso, pero al mismo tiempo contaba con menos espacio en la recamara ante un enfrentamiento en comparación con un SA de Mantícora. La colocación de los tubos hacía posible que con un solo impacto desaparecieran varios lanzamisiles, pensó Honor y asintió con la cabeza. Los muros de los repos siempre le habían parecido que estaban muy repartidos, pero ahora lo comprendía. Con la distribución de aquellos misiles y su pobre defensa, debían mantener la distancia para que las naves pudieran interponer sus impulsores y desviar los dispositivos láser o acabarían haciendo explotar su batería de misiles desde fuera de la zona de energía, y…
Interrumpió sus reflexiones al ver que la pinaza hacía uso de sus propulsores. Se colocó bajo la nave en posición y ella sintió el suave golpe mientras se cerraban los tractores de la dársena de botes. Se apagaron los propulsores y la pinaza flotaba sobre el gigantesco habitáculo iluminado y se dejó caer sobre los amortiguadores. Se cerraron los amarres automáticos y el capitán Yu se puso en pie al tiempo que se extendían los tubos umbilicales de descenso. Dio un paso atrás, dejando paso a LaFollet para colocarse en su lugar al lado de la gobernadora, y el ingeniero de vuelo de la pinaza se dispuso a comprobar la escotilla. Una luz verde anunció el correcto sellado y presión de la misma y abrió la compuerta.
Yu no dijo nada. Simplemente se quedó inmóvil, con las manos hacia atrás y esperando a que Honor bajara de su asiento. Colocó a Nimitz sobre su hombro de nuevo, se ajustó la gorra y comenzó a caminar lentamente hacia la escotilla, mientras los otros pasajeros se colocaban en formación para el desembarque. Después respiró profundamente, agarró la barra de apoyo de color verde y descendió por el tubo de gravedad cero.
* * *
Se oyó una voz de mando mientras Honor recorría los últimos metros del tubo y agarró otra barra de apoyo para alcanzar el punto de contacto del campo gravitatorio del Terrible. El sonido de una corneta la recibió a bordo. La mayoría de los almirantes eran recibidos con el pito de contramaestre; Honor, desafortunadamente, era gobernadora, lo cual significaba que estaba obligada a escuchar la fanfarria de la Marcha de los Gobernadores cada vez que embarcaba y cada vez que desembarcaba. En situaciones normales, le gustaba el sonido del tradicional instrumento de viento, y sabía que aquella marcha era imposible de tocar con el silbato del contramaestre, pero tenía que recordarles que la próxima vez era mejor que apuntaran la corneta en otra dirección. El tubo actuaba como un enorme amplificador.
Dio un paso hacia delante y recordó que debía saludar a la bandera de Grayson situada en el mamparo delantero del muelle de la nave antes de dirigirse a su tripulación. Aquello también era algo nuevo que debía aprender, aunque al menos la AEG le había permitido a su personal de Mantícora utilizar el saludo de la RAM al que estaban acostumbrados. Bajó la mano de la gorra y se giró hacia su tripulación, hacia una multitud que quizá era demasiado grande para cualquier nave, incluso para un SA.
Una Guardia de Honor de Marines, con sus uniformes marrones y verdes que se distinguían de los de la Armada por las naves cruzadas de su cuello, se cuadraron a lo largo de los mamparos trasversales. La nave contaba con un batallón entero, más las unidades de ataque de apoyo. Parecía que aquellos eran todos los que estaban, pero Honor sabía muy bien que no era así. Un grupo de marineros y contramaestres con monos azules y blancos se colocaron en el mamparo longitudinal y había otro grupo menos numeroso de oficiales situados más al fondo encabezado por un fornido joven vestido con el uniforme de comandante que debía ser el oficial ejecutivo de Yu.
El comandante saludó al tiempo que cesó el sonido de la corneta y Honor le devolvió el saludo.
—Solicito permiso para embarcar, señor —dijo ella.
—Permiso concedido, milady —dijo el comandante con su suave acento de Grayson.
—Gracias.
Honor cruzó la línea pintada sobre la cubierta y se dispuso a embarcar a su nave de mando por primera vez. Andrew LaFollet la siguió a su derecha y el capitán Yu a su izquierda. Acto seguido el capitán se reunió con el comandante.
—Bienvenida a bordo del Terrible, milady —dijo—, le presento a mi oficial ejecutivo, el comandante Allenby.
—Comandante. —Honor extendió su mano y movió nerviosamente la esquina derecha de su boca al ver como la cortesía militar anulaba las costumbres sociales a las que Allenby estaba acostumbrado. Sus tacones hicieron un suave clic al juntarlos, pero no hizo ninguna reverencia. Tan solo agarró firmemente su mano y ella le dedicó una sonrisa.
—Milady —murmuró él y dio un paso hacia atrás, mientras Yu hizo un gesto a los oficiales.
—Su personal, almirante. He pensado que quizá sea mejor esperar a que se instale antes de presentarle al resto de mis oficiales. ¿Qué le parece?
—De acuerdo, capitán. —Honor asintió, se giró y el primer miembro de la tripulación dio un paso al frente.
—Comandante Frederick Bagwell, su oficial de operaciones, milady —murmuró Mercedes Brigham que estaba situada al lado de Yu.
—Comandante Bagwell. —Honor estudió al comandante al extenderle su mano. No tenía apenas expresión en su rostro, y su correcta postura le hacía aparentar más de los treinta años-T que tenía, pero parecía seguro de sí mismo.
—Comandante Allen Sewell, milady. Su navegador espacial —dijo Brigham, y Honor sonrió sin darse cuenta y Sewell le estrechó la mano y sonrió también.
Era moreno y con la piel muy oscura. Era muy alto para ser de Grayson, apenas cinco centímetros más bajo que Honor y sus ojos oscuros eran tan picaros como serios eran los de Bagwell. Le dio la mano e hizo una reverencia, combinando la cortesía militar y la tradicional con total aplomo.
—Bienvenida a bordo, lady Harrington. —Se fue tarareando una canción y dio un paso atrás para colocarse al lado del oficial de operaciones.
—Teniente primero Howard Brannigan, su oficial de comunicaciones —anunció Mercedes.
Brannigan tenía el pelo rubio rojizo y los ojos color avellana. Era uno de los pocos oficiales con vello facial que Honor había visto en Grayson. Llevaba un bigote en forma de U invertida y una barba muy bien cuidada, y a pesar de que los galones en las mangas de su uniforme eran de un color blanco que en la armada de Grayson denotaba que era un oficial de reserva, tenía un aire muy competente.
—Milady —dijo él bruscamente apretando su mano con fuerza y se colocó a un lado para dejar paso al siguiente.
—Teniente primero Gregory Paxton, milady, su oficial de inteligencia —dijo Mercedes, y Honor asintió.
—Teniente Paxton. He oído hablar al gran almirante Matthews sobre usted. Parece valorar mucho su trabajo.
—Gracias, milady —Paxton era mayor que el resto de sus oficiales, y al igual que Brannigan, era un oficial de reserva. A diferencia del oficial de comunicaciones, no aparentaba ser un oficial, si no fuera por su uniforme. Estaba un poco calvo, sus patillas eran blancas, era muy corpulento y tenía una expresión permanente de desconcierto, pero sus ojos marrones reflejaban su inteligencia. También llevaba un pequeño broche en su solapa izquierda (chapado) y Honor estiró su mano para tocarlo con el dedo índice de la mano que tenía libre.
—¿Es usted miembro de la Sociedad, teniente?
—Sí, milady. Estoy de permiso, me temo, pero sigo siendo miembro. —Estaba contento con su respuesta y sonrió. Gregory Paxton tenía tres doctorados, en Historia, Religión y Económicas. Había suspendido su labor en la Cátedra de Historia de Austin Grayson en la Universidad de Mayhew y en la Presidencia de la Sociedad de Grayson para aceptar esta misión, y Honor estaba encantada de que Matthews hubiera conseguido que viniera.
Le dio otro apretón de manos, y se apartó para dejar paso a otro teniente primero, un pelirrojo con la insignia de la Oficina de Construcción de Naves.
—Teniente primero Stephen Matthews, milady. Nuestro oficial de logística.
—Teniente Matthews —Honor ladeó la cabeza al darle la mano y Matthews sonrió.
—Sí, milady. No cabe duda de que soy un Matthews. La nariz siempre nos delata.
—Ya veo. —Honor le devolvió la sonrisa y se preguntó cuál sería su relación con el gran almirante. Las condiciones de los asentamientos en Grayson habían dado lugar a complicadas estructuras de clanes, y sabía que los Matthews era una de las familias más grandes, pero además del color del pelo, el teniente primero podía ser perfectamente un hijo del gran almirante Matthews. Era demasiado mayor, pensó ella, pero el parecido era extraordinario.
Parecía que él estaba esperando a que ella añadiera algo más, lo cual no era de extrañar. Debía de despertar muchas reacciones, positivas o negativas, simplemente por sus conexiones familiares.
—Bueno, trataré de no meterme con su nariz, teniente —murmuró ella y él sonrió abiertamente mientras daba un paso atrás.
—Teniente primero Abraham Jackson, milady. Su capellán —dijo Mercedes.
Honor se puso algo tensa, y Nimitz levantó las orejas al tiempo que el capellán dio un paso al frente. Por primera vez, se sintió muy incómoda, ya que la RAM no contaba con un capellán en su armada y no sabía cómo reaccionar. Peor aún, no sabía qué pensaba Jackson sobre trabajar con un grupo de infieles, especialmente cuando aquella infiel había estado envuelta en un caso de expulsión de un sacerdote.
—Lady Harrington. —Su agradable voz era más profunda que la de Matthews pero más baja que la de Sewell. Sus ojos verdes la miraron con franqueza al darse la mano y ella sintió una sensación de alivio (y después se regañó a sí misma por su actitud). Debería haber sabido que el gran almirante Matthews y el reverendo Hanks le habían asignado un sacerdote tolerante. Jackson sonrió (una curiosa sonrisa, similar a la del reverendo Hanks) y le dio un fuerte apretón de manos—. Es para mí un placer conocerla por fin, milady.
—Gracias, teniente. Espero que opine lo mismo después de tener que aguantarme durante un tiempo —contestó ella con una sonrisa, y él se rió, mientras daba un paso atrás para colocarse al lado de Matthews.
—Y por último, milady —dijo Mercedes—, su teniente de mando, teniente Jared Sutton.
—Teniente. —Honor le extendió su mano y esta vez tuvo que contener la risa. Sutton era bajo incluso para los estándares graysonianos. Era un hombre fuerte con el pelo oscuro y ojos marrones que le recordaban a los de un cachorro. Era lo suficientemente joven como para haber recibido el tratamiento de prolongación de primera generación, y sus pies y sus manos parecían más grandes que el resto de su cuerpo.
—M-m-milady —le dio la mano, se sonrojó y su tartamudeo delató su nerviosismo.
Sintió una sensación de compasión por él, pero le miró a los ojos y se puso firme.
—Teniente. Espero que esté preparado para trabajar duro. —El la miró con preocupación y ella levantó las cejas—. El teniente al mando del almirante es el oficial que más duro trabaja —y continuó con tono serio—: Debe estar informado de todo lo que atañe al almirante y al jefe de personal. ¡Y no debe cometer ningún error!
Sutton y se encogió de hombros, estaba como paralizado y aquella situación era demasiado para ella. Sintió como su sonrisa desaparecía y se acercó para darle una palmadita en el hombro.
—También es el oficial menos apreciado de toda la plantilla, menos para mí —dijo ella, y su consternación se transformó en una gran sonrisa.
—Sí, señora —contestó—. Intentaré no fallarle, milady.
—Estoy segura de ello, teniente, y seguro que lo conseguirá. —Le dio otra palmadita en el hombro y cruzó las manos por la espalda. No conocía a ninguno de ellos, menos a Mercedes, pero parecían buena gente. Fuertes. Y en parte lo sabía por la manera en que Mercedes se los presentó. En general, parecía que el gran almirante Matthews había hecho un buen trabajo.
»Estoy segura de que acabaremos conociéndonos todos muy pronto —dijo ella después de un rato—. ¡Lo que está claro es que tenemos mucho que hacer! —Algunos de ellos se reían y asentían con la cabeza—. En cuanto me instale me gustaría sentarme con todos ustedes, en especial con usted teniente Paxton para mantener una reunión inicial. —Observó el día y la hora en el visualizador del mamparo—. Si son tan amables, me gustaría reunirme con ustedes en la sala de reuniones a las diez. Nos vemos pronto.
Se oyeron murmullos de aceptación por parte de todos. Ella se giró hacia Yu.
—Me gustaría que usted estuviera también presente, capitán —dijo formalmente.
—Por supuesto, milady.
—Gracias. Y ahora creo que ya es hora de empezar a instalarme.
—Sí, milady —respondió Yu—. ¿Quiere que le acompañe a su camarote? —Hubo una pausa entre las dos frases y Honor negó con la cabeza.
—No, gracias, capitán. Ya le he hecho perder demasiado tiempo. La capitana Brigham me mostrara el camino; ella y yo debemos discutir unos temas.
—Por supuesto, milady —murmuró Yu una vez más. Sus ojos se mostraban serenos y hasta algo opacos.
—Gracias. Entonces le veré a las diez.
Honor miró a Mercedes.
—¿Capitana Brigham?
—Sí, señora.
—Sígame por favor.
Los soldados presentaron armas al tiempo que Honor seguía a su jefe de personal y detrás les seguían sus guardaespaldas y James MacGuiness y ella asintió en señal de reconocimiento. A continuación, Mercedes les condujo al ascensor y pulsó el destino en el panel. Honor se apoyó contra la pared y dejó escapar un respiro de alivio mientras se cerraban las puertas.
—¡Gracias a Dios que ya está hecho! —dijo ella. Mercedes se echó a reír y Honor resopló—. Para ti fue muy sencillo. ¡Tú ya les conoces a todos!
—Sí, señora. Pero solo soy la capitana, usted es la almirante. Eso le da alguna ventaja en cuanto a las presentaciones.
—¡Ja! —Honor se quitó la gorra para pasarse los dedos por la melena, y Nimitz soltó una risilla y le agarró la mano. Ella le apartó con gracia y le dio un toque en el hocico. Después señaló con su gorra al resto de la gente en el ascensor.
—Ya conoces a Mac, Mercedes, pero déjame que te presente al resto. Este es el mayor Andrew LaFollet, mi guardaespaldas personal y el jefe del equipo de seguridad —Brigham sonrió, asintió y Honor señaló al resto—. Y ellos son Candless y Howard. Tienen que acompañarme a todos los sitios, pobrecitos. Señores, aquellos que no lo sepan, esta es la capitana Brigham, mi jefe de personal. Tengan cuidado, no se dejen engañar por esa mirada inocente. Tiene un sentido del humor malo y diabólico.
—Eso no es verdad, milady. Mi sentido del humor no es malo. —Los guardaespaldas se rieron y un suave sonido de campana anunció la llegada.
Mercedes esperó a que Honor se colocara en cabeza y la siguió por el pasillo. El centinela, que en una nave manticoriana la habría escoltado hasta su cuarto, aún no se había presentado; Simón Mattingly estaba fuera de la escotilla y se colocó en posición ante la presencia de la gobernadora.
—Milady. Capitana Brigham.
—Veo que aquí sobran las presentaciones —dijo Honor.
—No, milady. La capitana Brigham ha sido muy útil con los planes de seguridad.
—Como buena jefe de personal que es —contestó Honor.
Mattingly se rió y pulsó la llave de acceso. Honor se giró hacia LaFollet.
—Andrew, lleva por favor a Jamie y a Eddy a sus habitaciones. La capitana Brigham y yo tenemos mucho de qué hablar.
—De acuerdo, milady. Volveré sobre las nueve y media para escoltarla a su reunión.
—No creo que sea neces… —Honor comenzó la frase y después suspiró ante la mirada de Andrew—. De acuerdo, Andrew. Seré buena.
—Gracias, milady —dijo el mayor, sin aires de triunfo, y Honor sacudió la cabeza mientras la escotilla se cerraba tras ella.
—Esta gente —dijo ella emocionada— siempre está…
—… siempre a su lado —Mercedes la interrumpió. Honor hizo una pausa, y asintió con la cabeza.
—Exactamente lo que iba a decir —dijo ella, y se giró para examinar su nuevo camarote—. ¡Madre mía, aquí se puede hasta jugar al fútbol!
—No creo, milady, pero casi —dijo Mercedes—. Los almirantes de los repos viajan en primera clase, y la AEG no vio ningún motivo para modificar el tamaño.
Honor sacudió la cabeza y se colocó en el centro de su camarote. Siempre había sabido que los oficiales de mando manticorianos viajaban por todo lo alto, pero esto era demasiado. La zona de estudio tenía al menos diez metros (demasiados para una nave de guerra) y la zona de descanso estaba separada por una escotilla y era más o menos del mismo tamaño. Se paseó por la lujosa alfombra del color azul de la AEG, abrió otra escotilla y sacudió la cabeza al presenciar la zona de comedor donde fácilmente se podría organizar una comida oficial. Se habían deshecho de los muebles havenitas cuando tuvieron lugar las reparaciones, pero la Armada de Grayson había utilizado un estilo muy suntuoso y se mordió el labio al examinar el enorme escritorio y se dio cuenta de que estaba hecho con madera natural.
—Me puedo acostumbrar a esto —dijo finalmente— pero el módulo de Nimitz debería ser dorado, Mac. Parece muy plebeyo al lado de toda esta grandeza.
El ramafelino hizo un suave pero increpante sonido en su hombro y corrió hacia su módulo de soporte vital. Se sentó y enroscó su cola alrededor de sus pies auténticos, estiró el cuello y se puso a inspeccionar el camarote. Honor sonrió al sentir a través de su vínculo la satisfacción que sentía.
—Me parece que Nimitz está muy contento con el camarote, señora —señaló MacGuiness en un tono que comprensión.
—Nimitz —dijo Honor con un tono serio— es un hedonista sin complejos. —Se sentó en un cómodo sillón y estiró las piernas con aires de grandeza—. Aunque no es el único hedonista en este camarote.
—¿De veras, señora? —contestó MacGuiness en un tono neutral.
—De veras. —Honor cerró los ojos y se sentó—. ¿Por qué no vas a ver cómo es tu camarote, Mac? La capitana Brigham y yo tenemos cosas de que hablar. No te preocupes, ella me enseñará dónde está el botón en caso de que te necesite.
—Por supuesto, señora —su asistente asintió respetuosamente mirando hacia la jefa de personal y se marchó. Honor señaló una silla que estaba frente al sofá.
—Siéntate, Mercedes —dijo Honor. La mujer aceptó con una pequeña sonrisa, cruzó las piernas y colocó la gorra sobre su regazo. Honor la observaba atentamente.
Mercedes Brigham era nativa de Gryphon. Pertenecía a la segunda generación de receptores de prolongación y era lo suficientemente mayor para ser la madre de Honor, lo que significaba que su pelo negro se mezclaba con el gris de sus canas y a pesar de haberse pasado más de medio siglo en el espacio, su piel morena todavía conservaba la belleza del clima de su planeta de origen. Nunca había sido guapa, pero su rostro amable resultaba atractivo. Se conocieron por primera vez hacía seis años-T, entonces Mercedes era su maestro de navegación en el crucero ligero Intrépido. A pesar de su larga carrera (tan solo era teniente por aquel entonces) y después de tantos años en el mismo grado, había aceptado que nunca ascendería a comandante. Ahora estaba sentada frente a Honor con su uniforme de capitán, y seguía siendo la misma oficial competente y segura de sí misma que había sido siempre.
Y aquello, pensó Honor, era verdaderamente extraordinario. Sobre todo teniendo en cuenta lo que había ocurrido con la tripulación del Madrigal en Pájaro Negro.
—Bueno —dijo ella finalmente—, estoy encantada de verte de nuevo, Mercedes. Y, aunque no hace falta que te lo diga, estoy encantada de que finalmente te hayan concedido el rango que te mereces.
—Gracias, señora. Yo aún me estoy haciendo a la idea. —Mercedes observó los cuatro galones dorados de sus mangas—. Los graysonianos se olvidaron de mi cuando me quedé sola ante el peligro, pero el Almirantazgo me puso al mando cuando salí de Bassingford. No estoy segura de si querían que lo aceptara —sonrió—, creo que esperaban que abandonara.
—¿Sí? —preguntó Honor con una voz neutral.
—Sí, señora. Incluso me aconsejaron que me retirara, con pensión completa, por supuesto. Imagínese, les dije por dónde podía meterse su consejo.
Honor torció el gesto.
—Seguro que se lo tomaron muy bien.
—Ya veo que usted también ha tenido sus encuentros con los psiquiatras —dijo Mercedes y gesticuló con una mano—. Bueno, sus intenciones eran buenas, y les agradezco todo lo que me han ayudado, pero no creo que sean conscientes del buen trabajo que han hecho. Las pruebas a las que me sometieron confirmaban que podía volver a la Armada, ¡pero seguían pensando que debería tomármelo con calma!
—En parte, imagino que es por el tipo de agresión que sufriste —dijo Honor.
—No soy la única persona que ha sido violada, señora.
Honor se calló por un momento. Lo que le había pasado a Mercedes Brigham fue demasiado brutal para definirlo solo con una palabra, incluso con la palabra «violación», y aún peor había sido lo que le había pasado a toda la tripulación del Madrigal. La tripulación de Mercedes. La gente que trabajaba bajo su responsabilidad. Honor sabía por experiencia el sentimiento de culpa que experimentaba un oficial cuando perdía a su gente en combate. Más terrible aún era perderles debido a las torturas sádicas y sistemáticas.
Sin embargo, no detectó ninguna sensación de evasión o negación en el tono de voz de Mercedes. Aquella mujer no estaba intentando disimular su sufrimiento. El tono de su voz era el de una persona que había superado aquello mejor de lo que Honor sospechaba así que sacudió la cabeza y se forzó a continuar con un tono calmado.
—Lo sé, pero creo que la Armada siente una especie de culpa institucional. Nadie se esperaba lo que pasó, pero cuando el Almirantazgo nos envió sabía que ni Masada ni Grayson había firmado los Acuerdos de Deneb y ambos eran un poco… digamos… retrógrados. Sabemos que los PDC pueden ser maltratados, pero hacía mucho tiempo que algo como lo de Pájaro Negro le sucedía al personal de la RAM, y nos olvidamos de que puede pasarle a cualquiera. Pasará mucho tiempo antes de que la Armada pueda perdonarse por lo que pasó.
—Lo entiendo, pero deberían saber que el envolver a una persona en algodones no es la mejor manera de potenciar su recuperación, señora. Y llega un punto en el que te cansas de tener a alguien pegado a la oreja que te diga que no fue culpa tuya. Te hace pensar que insisten tanto en ello porque en realidad opinan lo contrario. Yo sé quiénes fueron los culpables, y a estas alturas están todos muertos gracias a usted, a los oficiales y a Grayson. ¡Ojalá el resto de la gente se diera cuenta de ello y me dejara en paz! —Sacudió la cabeza—. Sé que sus intenciones son buenas, pero puede acabar siendo agotador. Aun así —su mirada se oscureció—, supongo que deben insistir en ello para que comience a creérmelo.
—Como Mai-ling —suspiró Honor, y el rostro de Mercedes se endureció.
—Como Mai-ling —coincidió ella. Observó su gorra en silencio por un momento y tomó aire—. Seré franca, señora. Tengo pesadillas, pero no son realmente sobre mí. Son sobre Mai-ling. Sobre el hecho de que a pesar de saber lo que le estaba pasando, no pude hacer nada por ayudarla. —Honor abrió los ojos como platos—. Aceptar el hecho de no haber podido quitárselos de encima, fue más duro que superar lo que me ocurrió a mí. Ella tan solo era una niña, y desconocía que hubiera personas tan crueles como aquellos animales. Eso es lo que no me podré perdonar nunca, señora, y ese es el motivo por el que estoy aquí.
—¿Ah? —dijo Honor con un tono neutral, y Mercedes sonrió.
—Creo que debo volver al campo de batalla. Por eso me ofrecí voluntaria para la fuerza de ocupación de Endicott. Quería ver sufrir a los bastardos que enviaron al capitán Williams y su chusma a Pájaro Negro.
—Ya veo. —Honor se echó hacia atrás y la dureza de las palabras de Mercedes le dieron a entender el verdadero motivo por el que los psiquiatras estaban tan preocupados por ella—. ¿Y lo conseguiste?
—Sí. —Miró hacia su gorra y aquella única palabra salió de su boca cargada de sentimientos. Después suspiró—. Sí, los vi sufrir. Y antes de que pregunte, señora, ya sé por qué los psiquiatras no quieren que salga. Pensaron que las pruebas no habían sido del todo fiables y que me acabaría volviendo loca —miró de nuevo a Honor, con una extraña sonrisa de complicidad.
—Quizá tenían razón. Hubo un tiempo… —Hizo una pausa y se encogió de hombros—. ¿Ha estado en Masada desde la ocupación, señora?
—No —negó Honor con la cabeza—. Pensé en hacerlo. Pero si existe una persona a la que de verdad odian esos lunáticos, es a mí. Andrew me dispararía (en algún punto seguro, como un brazo y una pierna) con tal de mantenerme lejos de ellos.
—Es muy inteligente por su parte, señora. Sabe, antes de ir a visitar aquel lugar, me preguntaba por qué el reino debía encargarse de su ocupación. Quiero decir, ya hemos ampliado bastante nuestros horizontes y Endicott está a un paso de Yeltsin, así que ¿por qué no dejar que Grayson proporcione las tropas? Pero esta gente… —La jefa de personal sacudió la cabeza y se frotó los brazos como si sintiera un escalofrío.
—¿Es realmente tan terrible? —preguntó Honor.
—Es peor —dijo Mercedes sobriamente—. ¿Se acuerda de cuando vivieron aquí por primera vez? Lo que les costó comprender que las mujeres de Grayson aceptaran su estatus? —Honor asintió y Mercedes se encogió de hombros—. Comparados con los graysonianos, las mujeres de Masada dan bastante miedo. No se las trata como personas, sino como propiedad… y un noventa por ciento de ellas lo aceptan y piensan que es como debe ser. —Sacudió la cabeza—. Las que están en desacuerdo piensan que la ocupación no durará mucho. Tienen demasiado miedo para intentar hacer nada sobre la forma en que han sido tratadas, pero las que no tienen miedo son aún peores. El índice de homicidios en Masada se duplicó en los primeros seis meses de la ocupación, y la mayoría de los fallecidos eran maridos (si es así como se les puede llamar a esos cerdos) que habían sido asesinados por sus mujeres. Algunos fueron bastante elaborados, como el caso de las mujeres de Eider Simonds. La policía nunca encontró todos los miembros de su cuerpo.
—¡Santo Cielo! —murmuró Honor, y Mercedes asintió.
—Y no se trata solo de mujeres que se vengan de sus maridos. La gran mayoría de la población de Masada todavía cree en lo que ellos llaman religión, pero muchos tienen numerosas deudas que saldar. Una cuarta parte de los ancianos de la Iglesia fueron asesinados por los miembros de sus parroquias antes de que el general Marcel los mandara a prisión preventiva… y esto hizo saltar a los supervivientes que se quejaban de la opresión de la fe! La zona está sujeta ahora a la ley marcial, el general Marcel se esforzó realmente para reunir a un grupo de moderados responsables para formar el gobierno local, y nadie en el planeta sabe cómo gestionar un Estado no teocrático. Dadas las circunstancias, la simple idea de colocar tropas de Grayson habría provocado un caos, y la policía militar no podía confiscar todas las armas del planeta.
Honor se recostó aún más en su sillón y se pasó los dedos por la barbilla mientras fruncía el ceño. La información que recibía de Grayson informaba sobre la situación de Masada regularmente, pero se trataba de un enfoque no intervencionista. Aquello le sorprendía, teniendo en cuenta los siglos de rivalidad entre los dos planetas, y se sorprendió aún más al preguntarse por primera vez si quizá el Ayuntamiento había convencido a los reporteros de que trataran el tema con mucha delicadeza para calmar a la opinión pública. Por supuesto, el Reino Estelar, no Grayson, había reivindicado oficialmente el sistema de Endicott como Protectorado por derecho de conquista. Aquello les proporcionaba a los graysonianos un distanciamiento de la ocupación de Masada… y, por lo que Mercedes estaba diciendo, parecía la actitud más inteligente que nadie había tenido hasta ahora. Era una lástima que alguien tuviera que ocupar la zona, pero la Alianza no podía permitirse el abandonar un planeta lleno de fanáticos sin escrúpulos con una localización estratégica formidable.
—¿Cómo se puede analizar el alcance de esta situación? —preguntó finalmente, y Mercedes se encogió de hombros.
—Si se refiere a una insurrección general, no es una buena idea mientras sigamos controlando los altos orbitales. Todavía existen multitud de armas pequeñas flotando por el espacio, pero Marcel ha conseguido confiscar todas las armas más pesadas (¡eso esperamos!) y saben el daño que causaría un golpe cinético de intercepción a cualquiera que fuera tan estúpido como para salir a la luz. Añádale a eso los equipos de combate de tierra para apoyar a la PM y una rápida respuesta de las fuerzas desplegadas en órbita, todo ello con modernas armas y armaduras de batalla, y cualquier resistencia en masa sería un suicidio pero ello no ha evitado los sabotajes y las más o menos espontáneas guerrillas han sido aun peor algunos se han dado cuenta de que no nos gusta matar a gente en masa. Estamos experimentando numerosas «manifestaciones pacifistas», y sus organizadores continúan provocando. Creo que están intentando averiguar hasta dónde pueden llegar antes de que alguien de nosotros apriete el gatillo y se genere un nuevo grupo de mártires.
—Perfecto. —Honor se pellizcó la punta de la nariz y sonrió—. ¡Si quieren llegar tan lejos, conseguirán que los liberales y los progresistas encuentren otro motivo para quejarse sobre nuestra política de «imperialismo» brutal en el sistema!
—Me alegro de que los de Masada no se hayan dado cuenta de eso aún, milady —dijo Mercedes con preocupación—. Sus tradiciones son tan diferentes de las nuestras que parecen no darse cuenta de que nuestro gobierno sí tiene que escuchar a la gente que no está de acuerdo. Si alguna vez caen en la cuenta, y empiezan a averiguar…
Se encogió de hombros de nuevo, y Honor asintió.
—Cueste lo que cueste —continuó Mercedes después de una pausa— esa es la razón por la que he querido alistarme en el servicio de Grayson, señora. Necesitan oficiales, y yo necesitaba alejarme de Masada antes de hacer algo de lo que me fuera a arrepentir. Sé que los graysonianos ahorcaron a los desgraciados que violaron y mataron a mi gente, pero una parte de mí culpa a Masada, y ante su actitud de provocación, sería demasiado fácil…
No continuó la frase; cerró los ojos por un momento y su frustración era palpable. Después los volvió a abrir. Se encontraron con los de su almirante y lo que Honor vio en ellos le tranquilizó. Mercedes tenía sus propios fantasmas, pero los tenía identificados y bajo control. Y eso, se dijo Honor a sí misma con amargura, era más de lo que podía decir de ella misma. Sin embargo, había algo más que necesitaba saber, y solo había una manera de averiguarlo.
—¿Y el capitán Yu? —hizo la pregunta con calma y Mercedes rió débilmente.
—¿Quiere decir si le culpo por lo que pasó en el Madrigal, señora? —Honor asintió y ella sacudió la cabeza—. Estaba haciendo su trabajo. No había ningún motivo personal, y no tuvo nada que ver con lo que ocurrió en Pájaro Negro. De hecho, protestó por la forma en que nuestra gente fue entregada a Williams después de recogernos.
—¿Sí? —dijo Honor—. Eso nunca se comentó en el juicio de Williams.
—Los abogados de Grayson lo desconocían por aquel entonces, milady, y a Yu nunca le culparon. A diferencia de Theisman, él no tenía conocimiento de lo que tuvo lugar en Pájaro Negro, así que ni siquiera le llamaron para testificar; Williams era el único hombre en Pájaro Negro que conocía la situación. ¿Cree que habría dicho algo para dejar a Yu en mejor lugar? —dijo Mercedes con amargura.
—¿Entonces, cómo lo averiguaste tú? ¿Te lo dijo él? —A pesar de todo, Honor nunca fue capaz de mantener un tono neutral en su voz, y Mercedes la miró sorprendida.
—No, señora. Los primeros objetos que confiscamos después de nuestros aterrizajes iniciales fueron los archivos de Masada y documentación de la embajada havenita. Llegamos demasiado tarde para hacernos con los archivos de seguridad de los repos, pero conseguimos bastante información sobre Masada y Sword Simonds contaba con copias de los archivos de las «protestas insubordinadas» del capitán Yu.
—Entiendo. —Honor apartó la mirada y se sonrojó al darse cuenta de que ella quería que fuera Yu el que le informara a Mercedes de las protestas. Ella quería creer que eran solo una invención. Sus mejillas se enrojecieron aún más al intentar con todas sus fuerzas encontrar un motivo para culpar a su capitán de mando, y Nimitz miró hacia el módulo desde su asiento. Sintió como él la reprendía por sus pensamientos de culpabilidad, pero esta vez ella supo que estaba equivocado.
»Ya veo —repitió en un tono más natural, y volvió a mirar a la mujer—. Entiendo, entonces, que no tiene ningún problema en trabajar con él.
—Ninguno —dijo Mercedes con firmeza—. Está en el punto de mira, señora, y a mí no me gustaría estar en su lugar. Podría haber vuelto a Mantícora después de que la Oficina de Construcción de naves terminara con él. Fue decisión suya el permanecer aquí. No dudo que el gran almirante Matthews está encantado de tenerle con nosotros (tiene muy buena reputación), pero, a pesar de lo que él pueda decir, debe saber que muchos graysonianos están esperando a que cometa un error para saltar sobre él.
—Lo sé —murmuró Honor suavemente, y sintió otra puñalada de culpabilidad al pensar que podía ser ella la que saltara. Comenzó a tamborilear con los dedos de una mano sobre el reposabrazos del sofá y se encogió de hombros—. Bueno, pues si tú no tienes ningún problema, Señorita Jefa de Personal, imagino que lo mínimo que puedo hacer es ser transigente.
Mercedes asintió en silencio, al ser consciente del significado implícito de aquellas palabras y Honor sonrió. Mercedes siempre había sido una persona calmada y discreta.
—De acuerdo. Dejemos al capitán Yu a un lado. Déjame pedirle a Mac una taza de cacao para mí y un café para ti y tú mientras me puedes poner al día del resto de la tripulación.