9
Un suave pitido anunció a los pasajeros de la sala VIP la llegada de su nave y la almirante, lady Honor Harrington, de la Armada Espacial de Grayson echó un vistazo al panel electrónico, tomó aliento discretamente y se levantó de su asiento. Trató de disimular su sorpresa al ajustarse aquella gorra, pero a lo largo de toda su carrera militar en la RAM había llevado una simple y cómoda boina. La gorra del uniforme de Grayson más alta, tenía un visor, pesaba al menos tres kilos y era imposible de llevar debajo de un casco. Pero la AEG no llevaba cascos, aunque ella opinaba que deberían.
Resopló ante su perversa habilidad de preocuparse por detalles insignificantes, pero lo cierto es que se sentía como una extraña en aquel uniforme. Sabía que se acabaría acostumbrando, pero, hasta ahora, llevaba tres horas con él puesto, sin contar con las sesiones de la modista, y Grayson tenía nociones muy particulares sobre los uniformes militares.
El uniforme era azul, lo cual sorprendía a cualquier oficial profesional ya que era un color muy inusual para un uniforme naval. La túnica, baja de cadera, era de un azul más claro que el de los pantalones lo cual resultaba chocante de nuevo, y las hojas doradas del visor de la gorra parecían sacadas de un disfraz de dictador militar para carnaval. ¿En qué había pensado la Armada Estelar Graysoniana al colocar botones en los cuellos en vez de los cómodos cuellos altos de RAM o al menos un sistema más práctico? Y si tenían que ser botones, por lo menos podían haber prescindido de la molesta corbata. No solo no servía para nada, sino que además debía estar atada manualmente, lo cual era una auténtica lata. ¿Por qué se les había ocurrido colocar un lazo alrededor del cuello tan solo para adaptarse a una moda militar anticuada de hace siglos? Aquello sobrepasaba a Honor, y después de pasarse diez minutos ajustando el nudo correctamente, acabó por rendirse y pedirle a MacGuiness que por favor la ayudara. Por su expresión, él lo encontraba tan ridículo como ella, pero a diferencia de ella, él había tenido tiempo para practicar.
Resopló de nuevo, pasándose los dedos por el cuello (que estaba demasiado apretado) el cual reflejaba que las mujeres habían seleccionado lo mejor de las tendencias de moda de Grayson. Cuando llegó por primera vez pensó que las faldas eran ridículas, pero no había prestado mucha atención a lo que llevaban puesto los hombres de Grayson. Ahora debía hacerlo, ya que el uniforme de la Armada estaba pensado para la moda de hombre, y le tocó llevar aquello que en su momento pensó que se trataba de graciosos disfraces.
Miró por encima de su hombro a los dos guardaespaldas de la entrada, y después a Andrew LaFollet que se encontraba en su puesto, cubriéndole la espalda. La ley de Grayson la obligaba a ir acompañada por su equipo de seguridad incluso en el espacio, pero ninguno de sus guardaespaldas le había comentado nada sobre su nueva misión o sobre el impacto que suponía para ellos. LaFollet había enviado con antelación al Terrible a Simón Mattingly y a nueve de sus doce hombres para tener todo a punto, mientras Jamie Candless y Eddy Howard (su acompañante de viajes) vigilaban a Honor. Todos ellos eran hombres eran silenciosos y competentes que mostraban su disponibilidad para ir adondequiera que fuera su gobernadora, pero Honor no podía evitar sentirse algo culpable por sacarles de sus hogares y sus familias. Como regla general, los gobernadores nunca abandonaban Grayson, lo cual significaba que sus guardaespaldas tampoco lo hacían, pero los suyos podían acabar fuera del planeta al igual que ella. No había sido idea suya, y los requerimientos legales no eran culpa suya, pero había decidido que debía mostrarles su agradecimiento por su esfuerzo, y sabía con qué les iba a obsequiar. Los uniformes de la Guardia de los gobernadores seguían también los modelos de Grayson, así que si ella no podía librarse de este ridículo disfraz, ¡al menos podía rediseñar los uniformes de la Guardia con algo más de cabeza!
Nimitz soltó un gracioso «blik» desde la silla de al lado y su sonrisa torcida admitió que él tenía razón. La vestimenta de la RAM era casi tan incómoda como el modelo que ella llevaba puesto hoy, y su inquietud hacia estos estilos diferentes era en el fondo un intento por ignorar la única parte de su nuevo uniforme que le resultaba familiar y al mismo tiempo incómoda a la vista. El uniforme manticoriano tenía solo tres estrellas de nueve puntas en el cuello, en vez de las cuatro estrellas de seis puntas que llevaba ella. Sin embargo los cuatro galones dorados de los puños eran iguales en ambos uniformes, y la idea de vestirse con el uniforme de almirante le parecía tan ridícula que esperaba despertarse de aquel sueño en cualquier momento.
Pero no lo hizo. Se escuchó un segundo tono y la pinaza de la Armada se acercó a la plataforma con suavidad y precisión. Aterrizó a la hora esperada, y una sensación de incertidumbre le recorrió el cuerpo mientras cruzaba los brazos por la espalda y fijaba la vista a través de la ventana de cristoplast.
A lo largo de su carrera, siempre se había propuesto familiarizarse con su nuevo puesto antes de empezar. La única vez que no había cumplido con esta premisa (cuando en menos de una hora asumió el mando a bordo del crucero ligero El Intrépido), las desagradables sorpresas de todo tipo a las que se tuvo que enfrentar habían confirmado la importancia de cumplir con aquella costumbre. Pero en esta ocasión no pudo hacerlo. Sabía, términos generales lo que Grayson había llevado a cabo en relación a la las naves havenitas con las que habían sido obsequiados, pero solo porque se había interesado por la noticia como un ciudadano más. No contaba con que un día acabaría estando al mando de uno de ellos, así que no había tenido intención de indagar en el tema; además, esta última semana había sido una locura administrativa al tener que entregar la agenda diaria del Destacamento Harrington a Howard Clinkscales y no le dio tiempo a indagar en los detalles. Así que estaba a punto de asumir el mando de todo un escuadrón de seis superacorazados y ¡aún desconocía el nombre de su capitán de servicio o el del jefe de personal!
Aquello no le gustaba. Era su trabajo conocer cuál era su deber y el hecho de haber estado «demasiado ocupada» para prepararse para el puesto era una mala excusa. Tenía que haber sacado tiempo de donde fuera, se dijo a sí misma mientras la pinaza apagaba motores y la rampa se extendía hacia la dársena de botes. No tenía ni idea de cómo lo iba a hacer, pero debía de haber alguna manera, y…
Un «blik» más alto interrumpió sus pensamientos y se giró hacia Nimitz. El se sentó en su silla con la cabeza ladeada y con cara de pena, pero emitió un increpante sonido cuando supo que había captado su atención. Existía un límite en cuanto a la cantidad de autocrítica que él podía soportar e intentó decirle a Honor con su intensa mirada que acabada de sobrepasarlo. Con todas las decisiones políticas, crisis religiosas y todo el papeleo, era imposible sacar tiempo para nada más. Ambos lo sabían, y ella sintió como el ramafelino trataba de convencerla para que dejara de inquietarse por aquello.
Nimitz, pensó ella, quizá no fuera el mejor (o el más imparcial) de los jueces de la Armada, pero esta vez tenía toda la razón. El Primer Escuadrón de Batalla estaba todavía en proceso de formación. Tenía tiempo de familiarizarse con los aparatos, y no se daría el caso de meter la pata con ningún POE[7], porque era ella la que debía desarrollar todos los procedimientos operativos. En cuanto al personal, estaba segura de que el gran almirante Matthews había escogido a un buen equipo, a pesar de que la única persona que ella había especificado no estaba disponible. Había solicitado a Mark Brentworth como su capitán de mando, pero acababa de ser «disfrazado» de comodoro y le habían adjudicado la NAG Raoul Courvosiery el Primer Escuadrón de Cruceros de Batalla. Aún podía solicitarlo, y una parte de ella le pedía que lo hiciera, pero de ninguna manera lo sacaría de aquel puesto. Además, ya había un miembro en representación de los Brentworth en el Primer Escuadrón de Batalla. El padre de Mark, el contraalmirante Walter Brentworth, estaba al mando de su Primera División, y nadie se lo merecía más que él.
Ella se alegró de que pudiera contar con él pero además de Mark y un grupo de oficiales muy experimentados (como su padre o el gran almirante Matthews), Honor no conocía a nadie en la AEG lo suficiente como para formarse una opinión, y no tenía intención de elegir nombres al azar para el mando del escuadrón. Mejor sería confiar en la opinión de alguien que sí les conociera. Era muy posible que ella y ese alguien estuvieran en desacuerdo sobre las cualidades que consideraban importantes en un oficial, pero el tener una base ya era un comienzo, y siempre podía realizar cambios más adelante si era necesario.
La rampa de la plataforma se colocó en su lugar y ella levantó a Nimitz y lo colocó en su hombro derecho. A pesar del correcto análisis de la situación que había realizado Matthews, la Estrella de Yeltsin estaba a casi dos años luz y necesitaban ser más inteligentes que los repos para intentar operar en el área trasera de la Alianza. A menos que la situación cambiara radicalmente, la probabilidad de que algo crucial ocurriera era insignificante. Tampoco importaba, ya que la Armada de Grayson era básicamente una enorme unidad de entrenamiento mientras trataban de averiguar qué es lo que querían hacer con su nuevo muro de batalla. Y si había problemas, se dijo a sí misma con firmeza, había tiempo suficiente para pensar en una solución.
Nimitz emitió un suave sonido y se frotó su cabeza contra la parte de arriba de la enorme gorra que llevaba Honor. Ella sintió el alivio del ramafelino ante su actitud positiva y le acarició la barbilla, después se dirigió a la puerta de entrada con MacGuiness y sus guardaespaldas pisándole los talones.
* * *
La escotilla de la pinaza estaba abierta, y Honor sintió que una de sus cejas se levantaba al ver que dos figuras uniformadas se acercaban por la rampa. No había solicitado un escolta, y nadie mencionó nada al respecto. Incluso si hubiera pedido uno, se habría confirmado con un oficial principiante, pero al ver los reflejos dorados del visor de sus gorras se dio cuenta de que aquellos tipos eran por lo menos comandantes, y para añadirle más suspense a la situación, uno de ellos era una mujer. Existían unas pocas mujeres oficiales (no nativas) en Grayson, así que aquella mujer debía haber sido reclutada del Reino Estelar, y Honor se preguntaba si ya la conocía. Hizo uso de la función telescópica de su ojo protésico, pero el ángulo no era adecuado; aquella mujer estaba como escondida detrás de su acompañante y era imposible distinguirla, así que Honor se fijó en el hombre y por primera vez en su vida, casi se queda sentada del susto.
LaFollet le ofreció su mano para recuperar el equilibrio y Nimitz se alzó sorprendido cuando Honor reconoció a aquel nuevo tripulante. Consiguió mantenerse en pie e incluso seguir caminando casi con normalidad, pero no podía apartar la vista de aquel hombre. ¡No podía ser!
—¿Milady? —la suave voz de LaFollet sonaba preocupada y Honor sacudió la cabeza como un boxeador esquivando un izquierdazo.
—No es nada, Andrew. —Y colocó la mano sobre su codo como ausente después desvió la mirada de la escotilla al ver que se aproximaban—. Me acabo de acordar de una cosa.
LaFollet murmuró algo, pero sabía que a él no le podía engañar; sobre todo cuando volvió la mirada hacia los oficiales y frunció el ceño, pensativo. Al menos él sabía cuando debía o no hacer algún comentario y se mantuvo en silencio mientras subían las escaleras cuando un hombre esbelto la saludó.
—Buenos días, lady Harrington —dijo él, con un acento que no provenía de Grayson. Él parecía estar mucho más cómodo en su uniforme de la AEG que Honor en el suyo de almirante. Su voz profunda sonaba calmada, pero miraba con cautela. Se encontraba demasiado confusa para que sus emociones alcanzaran a Nimitz, pero lo disimuló lo mejor que pudo. Después de más de treinta años de experiencia en la Armada sabía cómo aparentar la calma, así que le devolvió el saludo y le extendió su mano.
—Buenos días, capitán Yu —contestó ella. Su apretón de manos fue firme, y se formó en sus labios algo parecido a una sonrisa al girar la cabeza.
—Pensé que sería una buena idea venir a verla, milady —dijo él, contestando a la pregunta que ella no se había atrevido a preguntar—. Soy su nuevo capitán de servicio.
—¿Es usted? —Honor se sorprendió por su tono de voz tan plano.
—Sí, milady. —Los ojos oscuros y cálidos de Yu se encontraron con los suyos por un momento, después le soltó la mano y señaló a la robusta capitana júnior vestida de azul—. Y esta, milady, es su jefa de personal. Creo que ya se conocen —dijo él, y Honor abrió los ojos sorprendida.
—¡Mercedes! —Ella dio un paso adelante y agarró la mano de su capitán con las suyas—. ¡No sabía que estuvieras al servicio de Garrison!
—Imagino que soy la oveja negra, milady —respondió Mercedes Brigham—. Por otro lado, pasar de teniente a capitán así de rápido no está nada mal para alguien que pensaba retirarse como teniente.
—Ya lo creo —dijo Honor y soltó su mano para señalar los galones de sus puños—. ¡Y hablando de ascensos…!
—Le sientan bien, milady —dijo Brigham—. He oído todo lo que ha pasado en casa, pero me alegro de verla de nuevo con nosotros.
—Gracias —contestó Honor, después se desperezó un poco y volvió la vista a su nuevo capitán—. Bueno, parece que no nos ha ido mal desde la última vez que nos vimos, ¿verdad?
—Pues no, milady. —Yu supo captar su tono punzante sin ironía o disculpa y se apartó de la escotilla. Según la tradición manticoriana, el oficial con más antigüedad era el último en embarcar y el primero en salir de una nave pequeña, pero en Grayson era ella la que debía embarcar y desembarcar la primera, así que Yu invitó a Honor a pasar delante de él—. Mis oficiales y su equipo esperamos que disfrute durante su estancia a bordo del Terrible, milady —dijo él.
—No les hagamos esperar, capitán —contestó ella.
Ambos capitanes la siguieron, junto con James MacGuiness y los guardaespaldas de Honor. Era un séquito exageradamente largo, pensó, pero aquello era una reflexión sin importancia, ya que lo que verdaderamente le preocupaba era la persona a la que el gran almirante Matthews había seleccionado como su capitán de servicio. Se sentó en su cómodo asiento en la parte delantera del compartimiento y cogió a Nimitz para sentarlo en su regazo, después se giró para mirar a la izquierda, donde se situaba Yu. LaFollet se colocó en su lugar, y Mercedes Brigham bloqueó las tres filas de asientos al colocarse detrás del mayor. Nimitz miró a Brigham pensativo, pero MacGuiness y el resto de los guardaespaldas captaron la indirecta y se colocaron en la parte trasera de la cabina.
Honor miró hacia arriba y Brigham le lanzó una sonrisa y siguió al resto hacia popa, dejando a Honor, LaFollet y a Yu separados de los demás. Honor observó cómo se retiraba y se giró para dirigirle a su capitán una mirada firme.
Alfredo Yu era la última persona que se imaginaba capitaneando una nave de Grayson. Comprendía la urgencia de la AEG por reclutar a oficiales con experiencia, pero no dejaba de ser inusual, el hecho de que la Armada entregara una de sus mejores unidades a un hombre que hace menos de cuatro años ayudó al enemigo en el intento de conquistar Grayson.
Está claro que la Operación Jericó no había sido idea de Yu. Tan solo había seguido órdenes como oficial de la Armada Popular, y si los fanáticos religiosos que dirigían Masada le hubieran dejado actuar, habría conquistado Grayson él solo. A Honor no le cabía duda, ya que Alfredo Yu era un hombre peligrosamente competente, y con sus manos había manejado un moderno crucero de batalla de ochocientos cincuenta kilotones.
Pero los de Masada no le habían dejado utilizar su nave correctamente. Habían tenido su oportunidad; Honor se la había dado al retirar todas las unidades de su escuadrón menos una fuera de Yeltsin, pero desestimaron su consejo de cómo proceder antes de que ella regresara. Y cuando regresó y echó a perder todos sus planes, él se negó a dejarles usar la nave para atacar sus unidades y bombardearon Grayson en un último y desesperado intento para forzar su rendición antes de que llegaran los refuerzos de Mantícora. Pero no aceptaron un no por respuesta. Lo que hicieron fue infiltrar el suficiente número de hombres en su nave para hacerse con el control y colocar a sus propios oficiales al mando, dejándole entre la espada y la pared.
Honor habría preferido que escucharan a Yu y abortaran la operación, pero si habían insistido en continuar con el ataque, se alegraba de que finalmente lo hubieran hecho sin su ayuda. Trueno de Dios había dejado su crucero pesado hecho trizas en manos de los de Masada; no quería ni pensar lo que habrían hecho bajo el mando de Yu.
Desafortunadamente para el capitán Yu, la RPH había sido implacable, incluso antes de que Pierre y sus lunáticos ocuparan el poder. Y sabía lo que pasaría si regresaba a casa después de que sus «aliados» de Masada tomaran su nave, especialmente cuando aquella nave y dos tercios de su tripulación estaban desaparecidos en combate. El hecho de que se las apañara, contra todo pronóstico para llevarse a un tercio de su tripulación antes de su acción final habría bastado para cargar con rodas las culpas. Así que Yu había solicitado asilo político en Mantícora y Honor tenía la responsabilidad de aceptarle en su nave para regresar a casa.
Quería sentir desprecio por un hombre que había abandonado voluntariamente su hogar, pero no pudo. La República Popular no era el tipo de nación que generara lealtad y Yu era más de lo que Haven merecía. Ella había estudiado su ficha con detenimiento después del viaje y seguía preguntándose cómo alguien tan inteligente e independiente, había conseguido llegar a capitán en la Armada Popular. Aquel hombre era un pensador, no un ciego luchador, el prototipo de hombre que habría incomodado enormemente a la burocracia de Haven, y su marcha había enfurecido a los havenitas. No solamente les había costado uno de sus comandantes más competentes, sino que habían perdido también a un importante miembro de la Oficina de Inteligencia Naval. De hecho, ella consideraba que seguía formando parte del Reino Estelar para que el Almirantazgo y la OIN pudieran tener acceso inmediato a su profundo conocimiento de la Armada Popular.
Pero no era así, y ella se mordió el labio y se preguntaba si debía o no estar contenta con aquella situación. Un hombre como Alfredo Yu podía ser muy útil si pudiera confiar en él…y si pudiera olvidar todas las razones que tenía para odiarle.
Suspiró, y Nimitz hizo un leve e incómodo sonido moviéndose en su regazo mientras ella seguía recapacitando. No era culpa suya el hecho de que tuviera que acatar órdenes para ayudar a Masada a conquistar Grayson, había cumplido con su deber de la misma manera que ella había cumplido con el suyo. Intelectualmente, podía aceptar aquello; emocionalmente se preguntaba si podría de verdad perdonarle por haber planeado y ejecutado una emboscada que había terminado con la vida del almirante Raoul Courvosier y había hecho que la NSM Madrigal saltara por los aires.
Un dolor muy familiar le pinchaba detrás de los ojos, y supo que parte de su odio por Yu lo provocaba su convicción de que sus acciones habían dado lugar a la muerte de Courvosier. Ni ella ni el almirante tenían ningún motivo para sospechar sobre la inminente operación havenita contra Grayson. Ni la OIN ni Grayson tenían ni la más remota idea. Su decisión de retirar la mayor parte de su escuadrón de Yeltsin, dejando tan solo a Madrigal para cubrirle, tenía mucho sentido en el caso de una situación diplomática, pero nadie sabía que había otros contextos que debían ser considerados. No había motivo para culparse a sí misma por lo que había ocurrido…, pero lo hacía, siempre lo había hecho, ya que Raoul Courvosier había sido algo más que un simple oficial experimentado. Había sido su mentor que había acogido a una tímida y antisociable aspirante a oficial de Marina a la que se le daban mal las matemáticas y la había convertido en una oficial de la reina. A lo largo de su carrera, le inculcó a aquella oficial sus propios estándares de profesionalidad y responsabilidad, y ella nunca había apreciado realmente lo mucho que le quería y le respetaba hasta que falleció.
Y Alfredo Yu le había matado. Le daban escalofríos al pensar en su odio por Yu cuando lo vio a bordo de su nave. Se había obligado a actuar con la cortesía que debía según su rango, incluso en el exilio, pero le resultaba muy duro. Su odio por él continuaba, aunque seguía sin tener un motivo claro. El viaje a Mantícora había resultado incómodo para ambos, y Honor nunca se hubiera imaginado estar en la misma armada que él, y menos aun capitaneando su primer superacorazado.
Yu le devolvió la mirada, como si tuviera la misma habilidad que Nimitz para leer las emociones. Las turbinas chirriaron y la pinaza se elevó en su contragravedad, pero el silencio les invadió y Yu dejó escapar un suspiro, luego colocó las manos sobre su regazo y se aclaró la garganta.
—Lady Harrington, no supe hasta ayer que nadie la había informado de mi comandancia en el Terrible —dijo—. Le pido disculpas por el descuido, si es que es de eso de lo que se trata…, y también por no contactarle personalmente. Pensé en llamarle, pero… —Hizo una pausa y tomó aire—. Pero me acobardé —admitió—. Supe cuando nos conocimos que el almirante Courvosier había muerto en Yeltsin. —Su mirada se endureció, pero se mantuvo firme y continuó con un tono de culpabilidad aunque no se disculpara por cumplir su deber—. Entonces desconocía su admiración por el almirante, milady. Cuando lo supe, me di cuenta de lo difícil que debe ser para usted el tenerme al bordo del Terrible. —Tomó aire de nuevo y se puso derecho—. Así que si considera que debe sustituirme, almirante —dijo calmado—, estoy seguro de que el gran almirante Matthews le buscará a otro oficial para este cargo.
Honor le observó en silencio, se había quedado sorprendida ante su propuesta. Debía saber lo tentador que resultaba aceptarla, y sabía que estaba en posición de poder hacerlo. Y aun así en vez de intentar evitar la situación, le había propuesto abandonar si ella así lo deseaba. Aquel hombre lo había perdido todo y había superado obstáculos inimaginables para volver a estar de nuevo al mando de una nave estelar. Su mirada era firme y su sinceridad alcanzó a Honor a través de Nimitz.
Sería tan sencillo pensó. Reemplazarlo para evitar lidiar con todo aquel cúmulo de emociones. Y había otro tema importante. Al ser su capitán de servicio, Yu sería su segundo de a bordo, encargándose de ejecutar sus órdenes y sus maniobras. Si su escuadrón se veía obligado a atacar, él podía causar daños incalculables si aún mostraba un ápice de lealtad por la República Popular. Quizá ni siquiera él estaba seguro de cómo reaccionaría. Si llegaba el momento de abrir fuego sobre las naves de su nación, atacando a oficiales y hombres que él mismo había entrenado, ¿podría hacerlo? Es más, ¿podría ella correr ese riesgo?
—Me ha sorprendido encontrarle aquí, capitán —dijo ella, intentando ganar tiempo mientras tomaba la decisión—. Imaginé que seguiría asignado a la OIN en el Reino Estelar.
—No, milady. Su Almirantazgo me cedió a Grayson hace dos años por orden del gran almirante Matthews. La Oficina de Construcción de Naves necesitaba que les proporcionara información sobre el diseño de las naves havenitas y su doctrina táctica antes de que desarrollaran las especificaciones de las nuevas naves de Grayson para el muro.
—Ya veo. ¿Y ahora? —Honor señaló el uniforme azul que ambos llevaban puesto y Yu sonrió tímidamente.
—Y ahora soy un oficial de la AEG, milady; y ciudadano de Grayson.
—¿Ah sí? —Honor no pudo contener su sorpresa y Yu volvió a sonreír.
—No había conocido a ningún graysoniano hasta la Operación Jericó, lady Harrington. Y la primera vez me… impresionó. Siempre imaginé que todos los fanáticos religiosos eran iguales, que no había diferencia entre los habitantes de Masada y los de Grayson, pero me equivoqué. Me equivoqué al pensar que los graysonianos eran fanáticos y al colocarlos al mismo nivel que a los de Masada.
—¿Así que se acaba de mudar aquí? ¿Tan fácil?
—Tan fácil no, milady —dijo Yu irónicamente—. Aún estoy pagando por mis actos en el pasado. Necesitan a gente con mis conocimientos, pero todavía hay gente que no me ha perdonado por lo que pasó en Jericó. —Se encogió de hombros—. Lo entiendo. De hecho, lo que más me sorprendió fue la cantidad de personas que estaban dispuestas a perdonarme o, al menos, a aceptar que no se trataba de nada personal, sino que simplemente estaba cumpliendo órdenes. —La miró fijamente a los ojos al pronunciar la última frase, y Honor asintió, dándose cuenta de lo que aquello implicaba—. Me he dado cuenta, milady, de que siento un cariño especial por los graysonianos. Puede que sean las personas más testarudas e irritantes que conozco, pero gracias a ello han conseguido llegar tan lejos en tan poco tiempo. Lady Harrington, no podría volver a la República Popular si quisiera. No quiero hacerlo, pero, incluso si quisiera, la República Popular que yo conocí ya no existe. Acepté no volver a casa cuando solicité asilo en Mantícora; y lo que ha pasado hasta entonces lo corrobora. Supongo que podría decirme a mí mismo que servir a Grayson en contra de la gente de Pierre es un acto de lealtad al antiguo régimen. Pero, sinceramente, lo que le pase a la República ya no me importa.
—¿No? Entonces qué es ¿lo que le importa, capitán?
—Hacer lo que me dicte la conciencia, milady —dijo Yu tranquilo—. Eso es algo que la Armada Popular nunca nos dio la oportunidad de hacer. Siempre lo supe, pero desconocía que hubiera otra manera de actuar. Era lo único que conocía hasta que…, de repente, ya no formaba parte de la Armada Popular. No sé si un manticoriano puede comprender lo que se siente. Y después me enviaron aquí, y me dieron la oportunidad de conocer el planeta que casi ayudé a conquistar.
Hizo una pausa y se encogió de hombros tímidamente.
—No creo que llegue a ser nunca uno de los suyos, al menos no de la forma que lo es usted, pero ya no soy un repo, y este es ahora mi hogar. Volví aquí en principio porque Mantícora me lo ordenó y, quizá, porque lo vi como una oportunidad para disculparme. Ahora que estoy aquí, quiero ayudar, e imagino… —rió de nuevo, esta vez con humor— que uno de los motivos por los que el gran almirante Matthews me ha nombrado su capitán de servicio ha sido para que una persona de confianza y con experiencia pueda evaluar mi capacidad de cerca. Soy bueno, pero quizá sea mucho pedir que olvide mi primera visita a Yeltsin.
—Ya veo. —Honor se recostó y levantó la ceja pensativa, consciente de la silenciosa presencia de Andrew LaFollet detrás de ella, y experimentando la sinceridad de Yu a través de Nimitz. Quería girarse y mirar a Mercedes Brigham para ver que pensaba ella de Alfredo Yu, ya que Mercedes tenía sus propios motivos por los que sentir tanto gratitud como odio hacia él. Había sido la oficial ejecutiva de la NSM Madrigal. Fueron su nave y su gente las que sufrieron la emboscada de Yu, pero también fue él el que exigió a Masada que recogiera a los supervivientes del Madrigal. Además, pensó Honor con gravedad, Yu fue el que entregó a los supervivientes a los de Masada.
Él no podía saber lo que iba a ocurrir. Un hombre que insistía en seguir las reglas de la batalla a rajatabla nunca habría entregado a los prisioneros a aquellos que estaban dispuestos a asesinarles. Pero aquello no cambiaba el hecho de que de todas las mujeres capturadas del Madrigal, solo Mercedes Brigham y Ensign Mai-ling Jackson habían sobrevivido a las brutales violaciones durante su cautiverio, y Mercedes estaba agonizando cuando los marines de Honor la sacaron de las ruinas de la Base BlackBird. Era muy difícil para Honor decidir si Yu debería estar bajo su mando o no. ¿Cómo se sentiría Mercedes al estar trabajando juntos? Especialmente aquí, donde le esperaban muchas situaciones que le recordarían el horror que había sufrido.
Honor tembló al recordar todo aquello y un dolor le recorrió todo el cuerpo. Ya tenía bastante con afrontar sus propios miedos. ¿Cómo encontraba fuerzas Mercedes para enfrentarse a sus pesadillas? ¿Y qué derecho tenía Honor a ponerla en la posición de tener que trabajar diariamente con la persona responsable, inconscientemente, de todo lo que estaba le había pasado?
Cerró los ojos, y sus manos acariciaron suavemente el lomo de Nimitz. Todos sus instintos le decían que aceptara la oferta de Yu de ser reemplazado, pero su opinión de profesional insistía en que era alguien demasiado valioso y útil para dejarlo escapar dadas las circunstancias. Se mordió la parte interna del labio ante la incertidumbre que sentía, o quizá como una prueba de que estaba en lo cierto al dudar de su fuerza.
Cerró los ojos fuertemente e intentó limpiar su mente de toda aquella confusión, para utilizar la lógica que el almirante Courvosier le había enseñado a la hora de tomar decisiones. Y, entonces, como en contra de su voluntad, le vino a la cabeza el rostro de Mercedes Brigham, y se acordó de la pequeña sonrisa cuando impidió que nadie se sentara detrás de Honor y el capitán Yu. Dejó los asientos libres, recapacitó Honor, porque sabía lo que Yu quería decirle…y quería darles privacidad para mantener aquella conversación.
El recuerdo de la sonrisa de Mercedes tranquilizaba su mente. No respondía a sus preguntas, pero las convertía tan solo en eso, en preguntas, no en un mar de confusión que la hundía cada vez más. Así que abrió los ojos para mirar a Yu a la cara.
—Valoro las dificultades de su posición, capitán —dijo finalmente, con una mano en el lomo de Nimitz para acariciarle las orejas—, y también sé lo difícil que ha debido de ser el decir lo que debía. Respeto su coraje y se lo agradezco, pero tiene razón. Tengo dudas, y lo sabe igual que yo. Sin embargo… —consiguió sonreír un poco—, usted, la capitán Brigham y yo somos nuevos en Grayson y cada uno tiene sus propios motivos para estar aquí. Quizá es hora de que comencemos este futuro en común.
Hizo una pausa, levantó la cabeza, sus ojos marrón oscuro se mostraban serenos, y se encogió de hombros.
—Tendré en cuenta su oferta, capitán Yu, y de verás pensaré en ello. Lo único que sé es que usted representa algo muy valioso para que le perdamos tan pronto. Se merece la misma sinceridad con la que usted me ha tratado, así que déjeme admitir que cualquier problema que pueda surgir al trabajar en equipo tendrá que ver con consideraciones personales y no profesionales. Tengo mis defectos, pero me gusta pensar que soy lo suficientemente profesional como para colocar el pasado a un lado y comenzar a lidiar con el presente. Sabe muy bien lo importante que es para un almirante y su capitán el confiar plenamente el uno en el otro, y como usted ha dicho, yo no sabía que le habían otorgado el Terrible, lo cual significa que todo ha pasado demasiado deprisa. Déjeme que piense en ello. Intentaré no dejarle con la duda, pero necesito recapacitar. Lo único que puedo prometerle es que si no solicito remplazarle es porque de verdad confío en usted, no solamente en su habilidad, sino en su integridad.
—Gracias, milady —dijo Yu—. Por su honestidad y por su comprensión. —Se oyó una señal y la luz de proximidad se encendió en la pantalla delantera mientras la pinaza se acercaba a su destino y él se incorporó—. Mientras tanto, lady Harrington —dijo él, con una sonrisa muy natural—, si observa el visualizador estaría encantado de mostrarle todo lo que puede hacer su nueva nave de mando.