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¡Ha!

Honor apoyó su pie derecho sobre el suelo encerado, rápida y decidida, centró su peso y su espada de prácticas lanzó un destello. La hoja del maestro Thomas le tocó la careta y ella retrocedió con su pie izquierdo. Se balanceó, empujando su sable hacia él para ganar terreno y luego colocó su arma bajo la suya, y girando sus muñecas le lanzó una estocada en su hombro derecho con una suavidad precisa.

¡Ha! —gritó de nuevo, moviendo su estocada hacia su torso cuando él intentó pararle el golpe. Pero su parada también había sido una finta.

¡He! —Se movió hacia un lado, con la ingravidez de una pluma y Honor refunfuñó al ver que su espada tocaba su antebrazo derecho antes de que ella pudiera tirarse a fondo. Bajó su espada al instante y ladeó la cabeza para evitar el toque que se había adelantado a su propio ataque, después dio un paso atrás y soltó su mano derecha de la empuñadura. La sacudió, hizo una mueca al notar el hormigueo en sus dedos y el maestro Thomas se quitó la careta y sonrió.

—A veces la mejor ofensiva, milady, es ofrecerle a su oponente un buen blanco para volver el ataque en su contra.

—Sobre todo, cuando puede leerle la mente —asintió Honor. Se quitó su careta y se secó el sudor de la frente con la manga de su túnica. La que llevaba puesta hoy era similar a la que se puso para practicar sus golpes rápidos, pero más rígida y pesada. Hace tiempo, Grayson desarrolló armaduras de alta tecnología sustituyendo a los petos de esgrima tradicionales, y la túnica estaba diseñada para darle libertad de movimiento y al mismo tiempo protegerla de posibles daños en sus extremidades.

Desafortunadamente, no estaba tan bien diseñado como para proteger el cuerpo de moratones, y los maestros de esgrima en Grayson opinaban que los cardenales eran una parte importante del aprendizaje.

—Eh, no me pareció que fuera tan transparente, milady —dijo el maestro Thomas—, pero, quizá debería ser, eh… más sutil.

—¡Pensé que estaba siendo sutil! —discrepó Honor, pero su maestro de esgrima sacudió la cabeza y se rió de nuevo.

—Quizá si luchara contra otra persona, milady, pero yo la conozco muy bien. Se olvida de que no es una lucha real, y usted piensa en términos de decisión. Si tiene la oportunidad de salir victoriosa, su instinto le empuja a intentarlo, aun a riesgo de salir herida, y en una lucha real, yo estaría muerto y usted solo tendría unos rasguños. Pero en la clase, debe entender que el primer toque es el que cuenta.

—Lo ha hecho a propósito, ¿verdad? Para poder explicármelo.

—Quizá —dijo el maestro Thomas con serenidad—, pero he salido victorioso, ¿no es así? —Honor asintió y él sonrió abiertamente—. Y no importa si lo hice para enseñarle una lección o para ganar. He sido capaz de hacerlo, porque sabía lo que estaba pensando; estaba seguro de que la estocada de su brazo era tan solo una finta cuando me tiré a fondo.

—¿No me diga? —Honor levantó una ceja.

—Por supuesto, milady. ¿Pensaba de veras que mi parada fue tan débil por casualidad? —el maestro Thomas bajó la cabeza decepcionado y Nimitz lanzó un gracioso «blik» desde su asiento sobre las barras paralelas.

—Pero —Honor señaló con el dedo al ramafelino—, ¿es que no puedes estarte callado, apestoso? —Se volvió de nuevo hacia el maestro Thomas y él le tiró suavemente de la nariz y ella le miró divertida—. ¿Habría intentado algo así contra alguien si no le conociera tan bien como a mí?

—Probablemente no, milady, pero a usted sí la conozco, ¿no es así?

—Cierto —Honor sacudió el brazo—, es bastante difícil sorprender a alguien que te ha enseñado todo lo que sabes.

El maestro Thomas sonrió y levantó una mano en señal de tocado y ella soltó una risilla. Thomas Dunlevy era el segundo en el ranking de maestros de esgrima de Grayson y para ella fue un honor cuando él aceptó ser su profesor. A diferencia del gran maestro de esgrima, Eric Tobin, que le superaba por muy poco, el maestro Thomas no tenía ningún problema con el hecho de que fuera una mujer. Tobin se había horrorizado ante el hecho de entrenar a una simple fémina; la única preocupación del maestro Thomas era si aquella simple fémina podía manejar la espada, y, al igual que la mayoría de los graysonianos, él había visto el vídeo de las cámaras de seguridad de palacio donde Honor evitó el asesinato del protector Benjamín. De hecho, había aceptado a ofrecerle clases gratuitas, si ella le enseñaba a usar su famoso «golpe rápido», de esta forma los dos se habían llevado muchas sorpresas.

Honor había aceptado halagada, y no solo porque le encantaba enseñar «el golpe». Para la mayoría de los graysonianos, la espada era tan solo una forma de competición atlética, y en parte para ella también lo era. Sin embargo, era algo más que eso. Honor era la única persona con vida en posesión de la Estrella de Grayson, y por ley, ello la convertía en la campeona del protector, y el símbolo del protector no era una corona, sino una espada. No había sido fácil para ella acostumbrarse a sustituir por «la Espada» cuando un súbdito de la reina Isabel habría dicho «la Coronan» pero ya se estaba empezando a acostumbrar de misma forma que aprendió que los graysonianos usaban «las Llaves» para referirse al cónclave de gobernadores.

Pero lo importante era que el símbolo de Benjamín Mayhew era una espada y aquella arma tan arcaica tenía un significado especial. Cualquier graysoniano podía aprender a utilizar la espada, pero la ley restringía su uso y posesión a los maestros de esgrima y a los gobernadores. Y a pesar de que Grayson no tema un código de duelo equivalente al de Mantícora, su ley fundamental concedía a los gobernadores el derecho de batirse en duelo incluso contra la voluntad del protector. Nadie había hecho uso de tal norma desde hacía más de tres siglos-T pero el derecho a ejercerla permanecía, y tales desafíos solo podían saldarse con el frío acero de la espada.

Honor no tenía expectativas de ser llamada para cubrir el puesto de campeona de Benjamín IX, pero tampoco creía en sorpresas. Además, era divertido. Su formación nunca había incluido el manejo de armas, ya que el golpe se hacía sin armamento, pero le había proporcionado una buena base de cara a las clases del maestro Thomas, incluso se dio cuenta de que le sentaba bien la elegancia del acero, aunque no era como la esgrima que se practicaba en el Reino Estelar de Mantícora.

Los colonos de Grayson se marcharon de la Antigua Tierra para escapar de la tecnología destructiva, y las primeras generaciones habían renunciado a las armas tecnológicas. Sin embargo, aún existían los productos de la sociedad industrial, pero no tenían experiencia en el uso de armamento primitivo, así que cuando el uso de la espada surgió de nuevo, no poseían la base para elaborar sus técnicas de uso.

Tuvieron que empezar desde cero, y de acuerdo con el maestro Thomas, la tradición cuenta que basaron toda su filosofía en algo llamado «película» sobre algo llamado «Los siete samuráis».

Después de tanto tiempo nadie estaba seguro, ya que la «película» (si es que alguna vez existió) había desaparecido, pero Honor sospechaba que la tradición era verdadera. Había estudiado el tema personalmente antes de comenzar con sus clases y descubrió que la palabra «samurái» se refería a un guerrero perteneciente a la era preindustrial del Reino de Japón en la Antigua Tierra. La base de datos de la biblioteca de Grayson no contenía apenas información sobre ello, pero su solicitud en el King’s College de Mantícora le había proporcionado muchos datos, y el maestro Thomas se unió a su estudio con gran interés.

Aún no había encontrado el significado de la palabra «película», pero sus connotaciones le sugerían que podría tratarse de un medio de entretenimiento visual. Si estaba en lo cierto, y los graysonianos se habían basado en ello para sus técnicas de esgrima, sus creadores poseían un conocimiento mucho más profundo que el de los actuales escritores HD. King’s College le había enviado una descripción de las espadas tradicionales del antiguo Japón, y las armas de Grayson eran muy similares a la katana, la más larga de las dos espadas con la que se identificaba a los samuráis. Era un poco más larga (según los archivos, de la misma longitud que el denominado tacha) pero con un estilo más occidental, a diferencia de la katana tradicional y con la punta más afilada, pero conservaba el mismo estilo que su antecesora.

El maestro Thomas se sorprendió al comprobar que los samuráis generalmente llevaban consigo dos espadas, y estaba pensando en incorporar la pequeña, la wakizashi, a su repertorio, para así mejorar su técnica de lucha con ambas espadas. Pensaba usarlas para la creación de un método más novedoso, pero las bibliotecarias de la universidad también le habían obsequiado con información sobre un estilo de esgrima llamado kendo. El kendo era similar a los estilos utilizados en Grayson, pero él había conseguido encontrar diferencias entre ellos. De hecho, actualmente estaba desarrollando una nueva serie de movimientos, combinando unos con otros, y estaba deseoso de que llegaran los exámenes planetarios de finales del año que viene, para poder saldar sus cuentas con el gran maestro Eric.

—Bien —dijo ella, moviendo los dedos para evitar el hormigueo de sus dedos—, imagino que debo alegrarme de que las espadas de práctica no estén afiladas. Sin embargo, espero que sepa que me ha motivado a crear mi propia estocada.

—El saber no ocupa lugar, milady —dijo el maestro Thomas con aire cómico, y Honor resopló.

—¡Claro que no! De acuerdo, maestro Thomas. —Se colocó de nuevo la careta, dio un paso atrás y se colocó en guardia—. Vamos a por ello.

—De acuerdo, milady —el maestro Tomas se colocó en posición y se saludaron, pero el suave e insistente timbre de la puerta de la sala les interrumpió antes de que pudieran comenzar.

—¡Vaya! —Honor bajó su espada—. Salvado por la campana, maestro Thomas.

—Uno de nosotros, milady —contestó él, soltó otra carcajada y se dio la vuelta para recibir a James Candless. Apretó un botón, escuchó un momento y se incorporó con una cierta expresión de sorpresa.

—¿Jamie? —contestó Honor.

—Tiene visita, milady. —Había algo extraño en el tono de voz de su guardaespaldas, y Honor ladeó la cabeza.

—¿Una visita? —preguntó ella.

—Sí, milady; el gran almirante Matthews ha preguntado si está disponible.

Honor levantó las cejas sorprendida. ¿El gran almirante Matthews ha venido a verla? Le tenía un gran respeto, y habían llegado a conocerse muy bien durante la lucha por destruir el ataque de Masada en Grayson, pero ¿para qué había venido? Y ¿por qué (bajo las cejas y recapacitó) no le había advertido de que venía?

Se espabiló. Fuera lo que fuera, probablemente era demasiado importante como para perder el tiempo en cambiarse de ropa para recibirle.

—Por favor, dile que pase, Jamie.

—Por supuesto, milady. —Candless abrió la puerta de la sala y salió. Honor se volvió a su instructor.

—Maestro Thomas… —comenzó a disculparse, pero el maestro de esgrima hizo una reverencia y se dirigió a los vestuarios.

—Le dejo con su reunión, milady. Podemos mover lo que queda de clase para finales de semana, si le parece.

—Gracias. Me parece buena idea —dijo ella, y él asintió y salió al tiempo que Wesley Matthews entraba en la sala detrás de Candless.

—Milady, el gran almirante Matthews —dijo el guardaespaldas con una reverencia y se colocó en posición, detrás de su gobernadora. Nimitz descendió de su asiento, y Honor le entregó a Candless su espada de prácticas y el equipo de protección, luego se agachó para que el ramafelino se posara en sus brazos.

—Gran almirante. —Sujetó a Nimitz con su brazo izquierdo y con su mano derecha recibió a Matthews con un fuerte apretón de manos.

—Lady Harrington, gracias por recibirme. Espero no molestarla.

—Por supuesto que no. —Honor estudió su expresión por un momento y miró a Candless—. Gracias por hacerle pasar, Jamie.

—No hay de qué, milady. —No era muy común abandonar a su gobernadora sin protección, pero los guardaespaldas de Honor habían aprendido a acostumbrarse a sus deseos.

—Gran almirante, milady. —Candless dio media vuelta y se fue. Honor se volvió hacia Matthews.

—Bueno, gran almirante, ¿qué puedo hacer por usted?

—Tengo una proposición que hacerle, milady. Y me gustaría que la considerara seriamente.

—¿Una proposición? —Honor levantó su ceja derecha.

—Sí, milady. Me gustaría que se incorporara a la armada graysoniana.

Los ojos de Honor se abrieron como platos, y Nimitz levantó las orejas. Comenzó a hablar, pero se calló y se permitió unos segundos de calma para colocar al ramafelino sobre su hombro. Se sentó más alto de lo habitual, recto, y con su suave cola enroscada alrededor de su cuello para protegerse, mientras ambos observaban atentamente el rostro de Matthews.

—No estoy segura de que sea una buena idea —dijo ella finalmente.

—¿Me permite preguntarle por qué, milady?

—Por varias razones —respondió Honor—. La primera y la más importante, soy la gobernadora. Y es un trabajo a tiempo completo, gran almirante, especialmente en un destacamento como este donde existen tantas discusiones sobre si debería serlo o no.

—Yo… —Matthews hizo una pausa y se frotó la ceja—. ¿Puedo serle sincero?

—Por supuesto.

—Gracias. —Matthews se frotó la ceja de nuevo, y después alzó su mano—. He estado discutiendo este tema con el protector Benjamín, milady, y me ha dado permiso. Estoy seguro de que él ha considerado sus responsabilidades como gobernadora Harrington antes de tomar la decisión.

—Estoy segura, pero yo también debo considerar esas responsabilidades. Y no es solamente eso. Existen otros motivos.

—¿Me permite preguntarle cuáles son?

—El primero, es que soy una oficial de la Real Armada Manticoriana. —La boca de Honor hizo un gesto de amargura al pronunciar aquellas palabras—. Sé que me han reducido mi salario, pero eso puede cambiar. ¿Qué pasaría si me llamaran a filas?

—Si eso pasa, volvería, por supuesto, y podría abandonar nuestra armada, milady. Y, si me permite hacerle un comentario sobre este tema, le diré que Mantícora en ocasiones ha cedido a alguno de sus oficiales para asistir a los aliados. De hecho, nos han proporcionado una larga lista de oficiales. Dadas las circunstancias, estoy seguro de que el primer lord del espacio, Caparelli, estaría de acuerdo en aceptar nuestra propuesta, para que usted pueda incorporarse a filas en Grayson.

Honor hizo una mueca y se mordió el labio inferior. Esta oferta le había llegado por sorpresa, y estaba asombrada por su reacción. Una parte de ella dio un salto de alegría, por las ganas de volver a un trabajo que verdaderamente comprendía. Pero por otro lado, le daba pánico solo de pensarlo, una sensación de terror le acobardaba. Miró a Matthews profundamente, como si lo que él había visto en ella cuando se lo dijo le fuera a ayudar a tomar una decisión, pero no funcionó. Tan solo le devolvió la mirada con educación y ella se dio media vuelta.

Ella miró a su alrededor, con brazos cruzados, y trató de pensar. ¿Qué demonios le pasaba? Este hombre le estaba ofreciendo algo que siempre había deseado más que nada en el universo. Bueno, en el de Grayson, no en Mantícora, pero al fin y al cabo ella era graysoniana y también manticoriana. Y él estaba en lo cierto. La presión política hacia que resultara imposible para el Almirantazgo el conseguir una nave para ella, pero la Armada no tenía problema en «cederla» a Grayson. De hecho, sería una solución perfecta. Entonces ¿por qué tenía la garganta seca y el corazón tan acelerado?

Recapacitó, se colocó de cara a los ventanales de la sala divisando los jardines cuando cayó en la cuenta de lo que le pasaba. Tenía miedo. Miedo de no ser capaz.

Nimitz hizo un suave sonido y le colocó su cola alrededor del cuello. Ella sintió el apoyo del ramafelino, pero continuó observando los jardines con una mirada amarga. Esta vez no era como antes, como el hormigueo antes de afrontar nuevas responsabilidades al servicio de la reina. Siempre había sentido nervios a la hora de tratar con la jerarquía para afrontar un nuevo reto. Ese miedo en parte se correspondía con la situación. Pero esta vez era algo más y mucho más profundo.

Cerró los ojos y se enfrentó a la situación. Se sentía avergonzada ante la verdad. Estaba…perjudicada. Le vino a la mente el recuerdo de su inseguridad, de sus pesadillas y sus impredecibles ataques de ansiedad y depresión. Y entonces comprendió cual era el problema. Una oficial que no podía controlar sus emociones no podía estar al mando de ninguna nave. Una capitana que se regodeaba en su propio dolor no tenía nada que ofrecer a aquellos que daban su vida por ella. Eso la hacía más peligrosa que el enemigo en sí, y aunque aquello no fuera verdad (que sí lo era) ¿le quedaban aun fuerzas para afrontar la situación?, ¿podría soportar de nuevo la muerte de personas bajo su mando? Y quizá lo más peligroso de todo ¿podría dejarles morir si la misión lo requería? La gente moría en las batallas. Y ella lo sabía mejor que nadie. Pero ¿podría vivir en la idea de sentenciar a su gente a la muerte una vez más?, ¿se acobardaría en el último momento, incumpliendo con sus funciones de mando por miedo a no poder afrontar su sentido de culpabilidad?

Abrió los ojos y apretó los dientes, estaba tensa y temblaba, una sensación de incertidumbre le recorrió el cuerpo y ni siquiera Nimitz podía tranquilizarla Luchó contra sus miedos como si de un monstruo terrible se tratara, pero este no se rendía, y ella contempló el reflejo de su rostro en los cristales, pálida y nerviosa, sin respuesta a aquella pregunta que atormentaba su mente.

—Yo… no estoy segura de que pueda volver a ejercer de oficial, gran almirante —admitió ella. Era una de las afirmaciones más duras que había hecho en su vida, pero debía admitirlo.

—¿Por qué? —preguntó él, y ella se acobardó ante su tono de voz.

—No me parece que haya sido… —dejó de hablar un momento para darse un respiro y le miró a los ojos—. Un oficial debe estar en plena forma antes de estar al mando de otras personas. —Sentía que temblaba como una hoja, pero su voz sonaba serena, y consiguió pronunciar sus palabras de manera firme y decidida—. Debe ser capaz de afrontar el trabajo antes de aceptarlo, y no estoy segura de ello.

Wesley Matthews asintió, y sus ojos color avellana intentaban estudiar su rostro. Ella había aprendido a lo largo de los años a llevar el peso de la autoridad, pensó, pero hoy estaba angustiada, y se sintió responsable de su dolor. Esta mujer ya no era la luchadora fría y centrada que una vez defendió su mundo de fanáticos religiosos con cinco veces más armamento que ella. Por entonces estaba asustada también; él lo sabía, a pesar de que las reglas de juego les obligaban a esconder sus miedos. Pero lo que sentía hoy era distinto. En el pasado temía por su vida, temía cometer un error en la siguiente misión, pero siempre contaba con el coraje para salir adelante y continuar.

Ella le miró de nuevo, sus ojos se encontraron, sabía muy bien lo que él estaba pensando, y él se preguntaba si esta era la primera vez que se enfrentaba a sus miedos. Era tres años mayor que él, a pesar de su aspecto juvenil, pero tres años no eran nada, y en ese momento él sintió que era tan joven como aparentaba. Quizá eran sus ojos, pensó; su mirada de súplica, su honestidad a la hora de admitir que ya no tenía las respuestas a sus preguntas y que parecía que necesitaba de su ayuda. Estaba avergonzada de su decisión, de su debilidad, como si no fuera consciente del coraje que requería admitir su inseguridad.

Se mordió el labio y se dio cuenta de que el protector tenía toda la razón al intentar impedírselo hace meses. No porque ella no pudiera desempeñar el trabajo, sino porque tenía miedo a no cumplir con sus obligaciones. Porque sabía que ella se negaría y que el hecho de tener que admitirlo acabaría con su carrera para siempre. Cuando un oficial confesaba su incapacidad, ya fuera real o imaginaria, ya no podía echarse atrás. Ese daño era permanente, ya que se lo había infligido ella misma y nadie más podía ayudarla.

Sin embargo el sentido de responsabilidad de lady Harrington aún estaba a flote, aún no tenía el veredicto final, y, cuando sus miradas se cruzaron, él supo que la decisión última estaba tanto en sus manos como en las de ella. Él había forzado esta situación, había sacado sus sentimientos a relucir, obligándola a tomar una decisión, y se arrepentía profundamente de ello.

Pero el daño ya estaba hecho.

—Milady —dijo él con voz calmada—, debo decirle que hace falta mucho valor para admitir su indecisión, pero creo de corazón que está siendo demasiado dura consigo misma. Por supuesto que está superada por los acontecimientos, ¿quién no lo estaría? Ha visto como su vida personal y profesional se hace pedazos, como ha sido trasladada a otra sociedad completamente diferente y obligada a ser no un simple ciudadano, sino uno de sus soberanos. Existe la creencia de que Dios pone a sus siervos a prueba, y al superar nuestros obstáculos nos superamos a nosotros mismos. Sus obstáculos han sido más duros y agotadores que los de la mayoría, milady, pero lo ha superado como siempre lo ha hecho, con el coraje de una graysoniana que no se empequeñece ante la intolerancia y el miedo al cambio. Es posible que usted ahora no lo vea de la misma manera, pero solo por esta vez, confíe en nuestro criterio más que en el suyo propio, se lo ruego.

Honor se quedó callada, mirándole a los ojos, cada una de sus palabras resonaba en su cabeza y sus pensamientos atravesaban su vínculo con Nimitz. El ramafelino estaba quieto sobre su hombro, estático, su ronroneo era casi inaudible, y ella se dio cuenta del esfuerzo que estaba realizando para captar con exactitud las emociones de Matthews.

—Dice que duda de su habilidad para estar al mando de su vida —continuó el almirante—. Milady, la manera en la que usted ha cumplido con sus funciones de gobernadora prueba todo lo contrario. Este destacamento ha mejorado más que ningún otro gracias a usted. Soy consciente de que ha contado con la ayuda de lord Clinkscales, que es un regente excepcional y que el empuje de las nuevas tecnologías le ha dado una oportunidad con la que ningún gobernador había contado hasta ahora, pero usted ha sabido aprovechar todas estas circunstancias. Y cuando fue atacada por hombres aterradores y llenos de odio, ello no le frenó para continuar con sus obligaciones y defenderse de los ataques. Actuó siempre de forma responsable, a pesar del daño que le hacían. No veo ningún motivo por el cual fuera a actuar de diferente manera en el futuro.

Honor continuaba callada, pero percibió la sinceridad de Matthews a través de Nimitz. Creía en sus palabras. Podía estar equivocado, pero no estaba diciendo aquello solo por apuntarse un tanto o porque se viera en la obligación de alabarla sin más.

—Yo… —enmudeció, se aclaró la garganta y desvió su mirada para romper con la intensidad del momento—. Es posible que tenga razón, gran almirante —continuó después de la pausa—. Quiero pensar que la tiene. Quizá hasta lo crea de verdad, y le agradezco que valore el que haya cogido al toro por los cuernos —calló de nuevo y se sorprendió al ver que esbozaba una pequeña sonrisa—. Al toro por los cuernos —repitió—, ¿sabe usted que he usado esa expresión toda mi vida y nunca he estado cerca de ninguno? —Sacudió la cabeza y su voz se volvió más enérgica, más normal.

»Sin embargo, el caso es que sigo siendo la gobernadora Harrington. ¿Es más importante para usted el tener un capitán mas (en concreto uno que quizás cumpla o no con su deber) o que yo continué con mis responsabilidades como gobernadora?

—Milady, lord Clinkscales ha demostrado que puede gobernar Harrington en su ausencia si la situación lo requiere, y nunca estaría a más de unas pocas horas de distancia desde cualquier punto del sistema Yeltsin. Puede continuar cumpliendo con sus funciones en el destacamento, pero quizá no sea consciente de lo mucho que la Armada la necesita.

—¿De veras? —Honor levantó las cejas sorprendida y el almirante sonrió sin ganas ante la sorpresa de Honor.

—De veras, milady. Piense un poco. Sabe lo pequeña que era nuestra Armada antes de unirse a la Alianza, y usted estaba aquí cuando fuimos atacados por Masada. Tan solo tres de nuestros capitanes sobrevivieron, y nunca hemos tenido ni la experiencia, ni las armas modernas, ni las tácticas que poseen los manticorianos. Creo que no lo hemos hecho del todo mal, pero, aparte de oficiales como el capitán Brentworth con experiencia muy limitada en operaciones antipiratería, ninguno de nuestros nuevos capitanes han tomado el mando en acción, y todo ellos son muy novatos en el puesto. Además, nos encontramos en estos momentos con una flota bastante más grande de lo habitual. Estamos trabajando a bajo mínimos, milady, y ninguno de mis oficiales, ni siquiera yo que soy su comandante jefe, tiene la mitad de la experiencia que usted posee. No creo que la RAM quiera desaprovechar sus habilidades en tierra firme. Su Almirantazgo no es tan ingenuo, sea cual sea la situación política en el Reino Estelar. Pero es absolutamente necesario que, mientras la tengamos con nosotros, tratemos de aprovechar su experiencia al máximo.

Su sinceridad conmovió a Honor, que frunció el ceño. Nunca lo había visto de esa manera. Había visto con que determinación la armada graysoniana había comenzado su tarea de expandir sus fuerzas y mejorar su armamento, y, de repente, cayó en la cuenta de lo que significaba aquel gran paso hacia lo desconocido. Ella había sido entrenada en una flota de más de quinientos años-T de historia, como armada estelar número uno de su serie. La Armada la había formado, infundido en ella confianza y sabiduría, había cometido sus aciertos y sus errores con las reglas de medición, y había adquirido una base de pensamiento táctico y estratégico sobre el que elaborar el suyo propio. La armada de Grayson no contaba con aquellas ventajas. No tenía ni dos siglos de antigüedad, y antes de la Alianza, no habían sido nada más que una flota de defensa, sin acceso a las reservas de memoria institucional y sin experiencia, algo que se daba por sentado en la armada manticoriana.

Y ahora, en menos de cuatro años-T habían sido arrastrados a una guerra de supervivencia que llevaba existiendo desde hacía más de cientos de años luz. Se había expandido más de cien veces su tamaño durante esos cuatro años, pero sus oficiales debían estar empezando a darse cuenta de la situación en la que estaban y de su inexperiencia ante los desafíos a los que se enfrentaban.

—Yo… nunca lo había visto de esa manera, gran almirante —dijo ella después de una larga pausa—. Yo solo soy capitán. Tan solo me he preocupado de mi propia nave o como mucho de un escuadrón.

—Lo sé, milady, pero ha capitaneado un escuadrón. Dejándome a mí a un lado y al almirante Garret, no contamos con un solo oficial en Grayson que posea esa experiencia, antes de nuestra unión con la Alianza, y contamos con once superacorazados, sin mencionar nuestras unidades más ligeras.

—Entiendo. —Honor dudó por un segundo y suspiró—. Sabe que botones apretar, ¿verdad, gran almirante? —Su voz sonaba divertida, no acusadora, y Matthews se encogió de hombros y sonrió, como asintiendo a su pregunta—. De acuerdo, si es cierto que busca a una persona que esté casi en plenas facultades, me parece que la ha encontrado. ¿Qué ha planeado hacer con ella?

—Bueno… —Matthews intentó disimular su alegría, pero era complicado, sobre todo cuando su ramafelino movía las orejas y el hocico en señal de felicidad—. El astillero finalizará su labor de adecuación de El Terrible el mes que viene. Es el último regalo del almirante Haven Albo, así que he pensado que sería perfecto para usted.

—¿Un superacorazado? —Honor ladeó la cabeza y se rió—, ese es un buen incentivo, gran almirante. Nunca he manejado nada más grande que un crucero de batalla. ¡Vaya salto en la jerarquía!

—Creo que no me ha entendido, milady. No pretendo colocarle al mando de El Terrible. O quizá debería decir no de forma directa.

—¿Disculpe? —Honor pestañeó—. Pensé que había dicho…

—He dicho que le otorgaba El Terrible —dijo Matthews—, pero no en calidad de comandante. De eso se encargará su capitán, almirante Harrington; le concedo el Primer Escuadrón de Batalla.