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Ciudad de Harrington era tan solo una ciudad más en Mantícora, pero parecía mucho más grande ya que la arquitectura de Grayson reflejaba los límites de la base técnica anterior a la Alianza, sin las impresionantes torres que poseen la mayoría de las civilizaciones contragravitatorias. Los edificios de Grayson eran bajos y se encontraban muy cerca del suelo (un edificio de treinta pisos era ya una barbaridad), y las casas a su vez eran pequeñas y se extendían a lo ancho, no a lo alto.

Honor pensaba que aquello era algo raro mientras su coche la llevaba por la avenida Courvosier y observaba la capital a través de la ventanilla. Se había acostumbrado (a base de mucho esfuerzo) al hecho de que las capitales de los asentamientos adoptaran el nombre de la gobernadora, pero al ver las calles pasar se acordaba de las grandes diferencias que existían entre los graysonianos y los manticorianos. Habría sido mucho más sensato utilizar las nuevas tecnologías adquiridas para construir las torres (una sola torre podría haber albergado a toda la población de Ciudad de Harrington, y habría sido más práctico a la hora de defenderse ante un enfrentamiento), pero Grayson no funcionaba así.

Los súbditos de Honor eran una mezcla entre tradición obstinada e ingenio. Hicieron uso de las nuevas tecnologías para construir la ciudad entera de pies a cabeza en menos de tres años-T, lo cual era un récord para un proyecto de ese tamaño, pero la construyeron de la manera que ellos consideraron más apropiada y ella había sido suficientemente inteligente para no abrir la boca. Al fin y al cabo, era su hogar. Tenían todo el derecho a hacer de él un lugar confortable, y mientras pasaba por las amplias calles secundarias y las verdes granjas repartidas por la ciudad, se daba cuenta de que tenía sentido. Era distinta a todas las ciudades que había visto hasta ahora, pero, curiosamente, era perfecta.

Presionó el botón para bajar la ventana de armoplast y respiró la suave fragancia de cornejo y cerezo al entrar con su coche en el parque Bernard Yanakov. Un millón de años, pensó. La lucha de las primeras generaciones graysonianas por mantenerse con vida había sido más terrible de lo que mucha gente podía imaginar, y aun así, estos árboles de la Antigua Tierra habían sobrevivido durante tantos años. La labor de preservar los cornejos, no porque fueran útiles, sino por su belleza, era admirable. Habían conseguido que estos árboles fueran casi idénticos a los originales de la Antigua Tierra y la fruta de sus cerezos seguía siendo comestible (al menos para los graysonianos). Honor nunca se atrevería a probarlas, a menos que vinieran de una de las granjas orbitales, donde muchas variedades terrestres se mantenían inalteradas o se importaban una vez que la Estrella de Yeltsin recuperó su capacidad interestelar. Sin embargo, los nativos se habían adaptado sorprendentemente a ellas. No les quedaba otro remedio, ya que era físicamente imposible descontaminar las tierras de labranza del planeta y mantenerlas así.

Bueno, casi lo habían conseguido, se recordaba a sí misma, al ver la cúpula de cristoplast que cubría toda la ciudad y miles de hectáreas de terreno hasta ahora desérticas. La gente de Grayson vivía más bien como moradores de un hábitat orbital en vez de un planeta corriente, y sus viviendas eran enclaves herméticos de aire filtrado y agua destilada, pero Ciudad Harrington era diferente. Por primera vez, los arquitectos de Grayson habían sido capaces de diseñar una ciudad viva y respirable, donde la gente podía caminar por sus calles sin necesidad de llevar máscaras de emergencia. Esta nueva tecnología se utilizó poco después en el sector agrícola.

La producción de comida siempre había sido un factor muy limitado en Grayson. Ni siquiera los nativos podían sobrevivir a base de vegetales cultivados en terreno no trabajado y mantener las granjas descontaminadas era una pesadilla, por ello dos tercios de los alimentos que consumían eran cultivados en el espacio. Las granjas orbitales eran mucho más productivas, a nivel de volumen, que una granja sucia, pero su construcción había sido muy costosa, especialmente con la tecnología de la que disponían antes de la Alianza. Históricamente, alimentar a la población suponía un setenta por ciento del sistema de producto bruto de Yeltsin, pero aquello estaba a punto de cambiar. La proyección de las cúpulas celestes indicaba que los alimentos podían cultivarse en granjas cubiertas (básicamente invernaderos cerrados de gran tamaño) con menos de dos tercios de los costes de producción de los hábitats orbitales y con una inversión menos costosa.

Las consecuencias, tanto para la economía como para la población, serían estupendas. Estas cúpulas celestes no solo iban a mejorar el aspecto de las ciudades; iban a eliminar aquellos factores que habían obligado a Grayson a practicar un control de población draconiano a lo largo de su historia, y fue posible gracias al influjo de la tecnología manticoriana y al apoyo financiero de Honor.

Experimentó una sentida y profunda sensación de triunfo al pensarlo y sonrió al ver la cúpula, pero apenas su coche volvió la esquina su sonrisa desapareció. Un grupo de manifestantes se habían concentrado en el Yountz Center, en el corazón del parque Yanakov, ignorando las burlas y los insultos que les lanzaban los habitantes de Harrington. El cordón de seguridad de la Guardia de Harrington con sus túnicas verdes y pantalones verde claro protegían a la multitud en caso de que los insultos llegaran a más, y Honor sintió la ira de LaFollet a su lado Al comandante le disgustaba la idea de obligación que tenía la Guardia de protege a aquellos que menospreciaban a su gobernadora, pero ella consiguió mantener una expresión serena. Después de todo, no estaba sorprendida. Los manifestantes se habían contenido un poco, pero sabía que hoy estarían allí.

Suspiró y se dijo a sí misma que debería estar agradecida por la disminución de protestas. Los piquetes que solían asediar diariamente la Casa Harrington habían abandonado sus puestos desde la semana pasada, y Honor no pudo contener su alegría cuando les vio retirar el campamento. La primera contramanifestación tuvo lugar de improviso por unos cien trabajadores de las Cúpulas Celestes cuando intentaban apaciguar la situación, y dos grupos de piquetes se liaron a insultos con ellos, lo que provocó una situación más violenta que acabó con los obreros persiguiendo a los piquetes por la avenida Courvosier. Lo mismo ocurrió los tres días siguientes, aunque esta vez no se trataba de los empleados de la Cúpulas Celestes, sino de varías docena de habitantes de Harrington. Al cuarto día desaparecieron las pancartas de las puertas.

Honor se sentía muy aliviada, por la ausencia de piquetes y también por la escrupulosa neutralidad con la que actuó la Policía de Ciudad Harrington. Ella sospechaba que la PCH había esperado deliberadamente a que los grupos que estaban en su contra estuvieran en plena forma antes de lidiar con los disturbios producidos, y al menos no fue ella la que dio la orden. Mejor aún, las órdenes que le había dado a Andrew LaFollet habían mantenido a un lado a sus guardaespaldas personales, y las peleas le habían dado la excusa perfecta para mantener a los manifestantes al margen de las ceremonias de hoy.

Sin embargo, hoy era un día suficientemente importante (y una ocasión muy positiva) para que sus enemigos la pasaran por alto, y al verla pasar en su coche comenzaron a alzar sus voces en actitud de condena. No podía creer las cosas que estaba escuchando, pero aun así consiguió mantener la calma mientras su coche pasaba de largo y, de repente, un coro de ovaciones consiguió silenciar a los manifestantes cuando atravesaba las puertas del Centro.

El Centro era un pequeño complejo donde se encontraba el Pabellón de la Juventud junto con otros edificios alrededor de un pequeño lago, y hoy estaba a rebosar. Se podían ver las pancartas de colores, una banda musical tocaba el himno nacional, varios grupos policiales (algunos provenían del Asentamiento Mayhew para poder cubrir todas las necesidades) se alinearon en la carretera de acceso para contener a la muchedumbre y Honor se sintió relajada al escuchar los clamores de bienvenida que le habían preparado. Levantó su mano con un gesto de agradecimiento y Nimitz se posó en su regazo. El ramafelino se atusó para la ocasión y ella, al verlo, se rió; él sacó su hocico por la ventanilla y saludó con sus bigotes a sus admiradores.

El coche aparcó al pie de la tribuna que el equipo había preparado ante el Pabellón de la Juventud. En las gradas no cabía ni un alfiler y Honor pasó a través del tumulto de la música y del griterío, mientras los guardaespaldas seleccionados se colocaron firmes en doble fila. Las mejillas de Honor se enrojecían cada vez más al escuchar el griterío y la expectación. Incluso ahora, le costaba aceptar que ella era la soberana directa de toda aquella gente, y le daba la sensación de que la habían confundido con alguien importante de verdad.

Colocó a Nimitz en su hombro y Howard Clinkscales dio un paso adelante para darle la bienvenida. Su fornido regente de pelo blanco le hizo una reverencia a su súbdita favorita, después extendió su brazo y la escoltó entre las filas de guardaespaldas a las escaleras de la tribuna. La banda de música tocó las últimas notas de himno nacional en el preciso momento en que ella se subió a la tribuna; los aplausos se silenciaron cuando Honor soltó el brazo de Clinkscales y subió al podio cubierto de banderas.

Había otro hombre de pelo blanco, este de edad preprolongada y vestido de negro con un alzacuellos antiguo, que esperaba a Honor pacientemente. Ella le dedicó uno de sus recién aprendidas reverencias y el reverendo Julius Hanks, líder espiritual de la Iglesia de la Humanidad Libre le extendió su mano con una sonrisa, después se volvió hacia el público, se aclaró la garganta y Honor ocupó su lugar al lado de él.

—Oremos, hermanos y hermanas —dijo sencillamente, y se hizo el silencio, al tiempo que su voz se cernía sobre ellos—. ¡Oh, Dios, Padre y Creador de la Humanidad!, te damos las gracias por este día y por el gesto con el que nos has recompensado, el fruto de nuestro trabajo. Suplicamos tu bendición al enfrentarnos al gran camino de la vida. Danos fuerza para superar nuestros desafíos, y ayúdanos a saber y entender siempre tu voluntad, para que volvamos a ti al final de cada día con el sudor de tu trabajo sobre nuestras frentes y tu amor en nuestros corazones. Y te suplicamos humildemente, que le concedas la sabiduría a nuestros líderes, y en particular a esta gobernadora, para que su gente prospere bajo su soberanía y camine en la luz de tu camino. En el nombre del Padre, el Intercesor y el Todopoderoso, amén.

Un profundo «amén» resonó entre la multitud y Honor se unió a ellos. No se había convertido a la Iglesia de la Humanidad (ese era uno de los motivos por los que los predicadores estaba enfurecidos con ella), sin embargo respetaba la Iglesia y la fe de personas como el reverendo Hanks. Le incomodaban algunos aspectos de la doctrina de la Iglesia, como la clara inclinación al sexismo, pero la Iglesia era un organismo vital y uno de los puntos centrales de la vida en Grayson, y sus creencias eran mucho menos rígidas que las de otros.

Gracias a su interés por la historia militar, Honor conocía demasiado bien que la intolerancia religiosa había pagado su precio en sangre y barbarie; cómo la aceptación de la fe universal se volvía un instrumento de represión. Ella vio muy bien lo fanáticos que podían llegar a ser los miembros de la Iglesia de la Humanidad originaria cuando desempolvó los conocimientos de la Antigua Tierra para fundar su propia sociedad perfecta en su preciado planeta. A pesar de ello, aquí la Iglesia había evitado la represión. Hubo un tiempo, en él el que esto no era del todo cierto. Lo sabía porque se había aplicado en el estado de la historia de Grayson con más esfuerzo que la de Mantícora. Era su deber ya que debía aprender a comprender a la gente que la había llevado al poder. Por ello, conocía los períodos en los que la Iglesia se había vuelto más fuerte, cuando la doctrina se había convertido en dogma. Pero aquella etapa apenas duró, lo cual no deja de ser sorprendente en una sociedad tan tradicional como la de Grayson Quizá se debía a que la Iglesia había aprendido de los horrores de la guerra Civil de Grayson, donde murieron más de la mitad de los habitantes del planeta Habían aprendido la lección, aunque ella consideraba que aquello era tan solo una posible respuesta, la otra era el mundo en el que vivían.

Grayson en sí era el peor enemigo de su gente, la amenaza invisible siempre acechando a los incautos. Esto no era un rasgo característico de la Estrella de Yeltsin, por supuesto. Cualquier hábitat orbital acechaba a sus habitantes con la destrucción, y muchos otros planetas eran tan peligrosos como Grayson o incluso más. En ambientes como estos, sus habitantes se convertían mayormente en esclavos de la tradición, ya que les aseguraba la supervivencia, o desarrollaban un instinto casi automático de rechazo a la tradición, en una búsqueda por una mejor forma de vida. Lo que diferenciaba a los graysonianos del resto era que, de alguna manera, habían actuado de las dos maneras. Se aferraron a la tradición cuando les beneficiaba, pero, al mismo tiempo, estaban dispuestos a considerar conceptos más novedosos, que incluso los manticorianos habrían negado, ya que los tres mundos habitables del sistema de Mantícora eran compatibles con la humanidad.

Ella levantó la cabeza mientras el silencio dejaba paso de nuevo a los susurros y el movimiento de la multitud, y de nuevo se contagió del dinamismo y la determinación de aquella gente que se había decidido a servirla. El balance de la tradición y su identidad se oponía a la necesidad de conquistar y experimentar su entorno. Era como un perfume embriagador que ansiaba tener. Se giró de cara a sus súbditos cuando una gran ovación la recibió y se preguntó cómo afectaría su persona a la situación actual.

Observó la multitud a lo lejos. Miles de rostros expectantes y ansiosos se giraron hacia ella y trató de controlar sus nervios. Nimitz emitió un suave y divertido sonido que reconfortó a Honor y ella sonrió hacia la expectante muchedumbre.

—Muchas gracias por este cálido, y de alguna manera increíble, recibimiento —el sistema de sonido amplificaba su voz de soprano, y soltó una risa discreta ante la rigidez de su voz—. No estoy acostumbrada a dirigirme a tanta gente —continuó—, y me temo que soy aún novata en el tema de los discursos, así que pido disculpas. —Señaló las mesas repletas de comida que había sobre el césped—. Y como veo que los camareros están ya esperando, seré breve. —Aquel comentario provocó risas y aplausos, y ella sonrió abiertamente—. Bueno, ya veo cuáles son vuestras prioridades —dijo bromeando, y sacudió la cabeza—. Ya que estáis tan hambrientos, no perdamos más tiempo.

—Estamos aquí —continuó en un tono más serio— para inaugurar la cúpula de la ciudad. Este es un nuevo destacamento, y por el momento no contamos con muchos recursos. Todos sabemos que nuestra estructura financiera no da para muchos lujos y vosotros sabéis, mejor que nadie, lo costoso que resulta construir un nuevo destacamento de la nada. Sois conscientes de lo duro que habéis trabajado tanto cada uno de vosotros como aquellos que se encuentran trabajando en los proyectos en estos momentos y no pueden estar hoy con nosotros, para construir esta maravillosa ciudad. —Señaló el parque a su alrededor, los edificios que se asomaban tras los árboles, y la brillante y apenas visible cúpula sobre ellos. Después hizo una pausa de unos segundos y se aclaró la voz—. Sí, eso lo sabemos todos —dijo en tono calmado—. Pero lo que quizá no sepáis es lo orgullosa que estoy de todos y cada uno de vosotros. Me honra el hecho de que algunos de vosotros hayáis abandonado otros destacamentos más sólidos para venir aquí, partiendo de la nada, y creando este bello entorno para todos nosotros. Vuestro planeta tiene historia, y yo aún soy una recién llegada, pero ninguno de vuestros ancestros ha hecho tanto y os lo agradezco de corazón.

Un agradecido silencio por parte de la multitud pareció responder a su sinceridad y ella se giró y le hizo un gesto a un hombre joven para invitarle a subir a la tribuna junto con los otros dignatarios. Adam Gerrick parecía encontrarse extraño con un atuendo tan formal, pero la gente le reconoció y comenzó a aplaudir con entusiasmo cuando el ingeniero jefe de Cúpulas Celestes S. A. de Grayson subió a la tribuna.

—Creo que todos conocéis al señor Gerrick. —Honor colocó una mano sobre su hombro al presentarlo al público—. Y estoy segura de que sabéis cuál es su papel en el diseño y la ejecución de la cúpula de nuestra ciudad. Lo que quizá no sepáis, ya que él aún lo desconoce, es que el éxito de este proyecto —señaló la cúpula con la otra mano—, y el de la granja de prueba, han sido seguidos muy de cerca más allá de este destacamento. Como he dicho antes, somos un nuevo destacamento, con unas condiciones financieras complicadas, pero el señor Gerrick está a punto de cambiar esta situación. He sido informada personalmente a través del protector Benjamín que este Consejo ha aprobado una asignación de fondos para todas aquellas ciudades que deseen seguir nuestro ejemplo e invertir en cúpulas para la ciudad o para la agricultura. —El público se puso tenso, la miraban impávidos y ella asintió—. Desde esta mañana, Cúpulas Celestes S. A. ha recibido propuestas de proyectos futuros que suman en total más de doscientos millones de austins, y esto solo es el comienzo.

La cúpula parecía temblar ante el clamor del público allí presente. El proyecto de Cúpulas Celestes había sido una aventura muy arriesgada para un destacamento tan reciente y había sido posible gracias al dinero de Honor. Ella había utilizado el dinero del premio y las ganancias de sus inversiones para iniciar la sociedad con doce millones de dólares manticorianos (más de dieciséis millones de austins) y Cúpulas Celestes había construido la cúpula de Ciudad de Harrington como un proyecto de prueba. Y había dado resultado, Cúpulas Celestes S. A. era una compañía pionera en el desarrollo de una nueva tecnología, lo que significaba ganancias e inversión, además de puestos de trabajo para todo el Destacamento Harrington.

Gerrick se encontraba a su lado, como petrificado cuando la multitud comenzó a aplaudirle, al igual que lo habían hecho con su gobernadora. Nunca había considerado las implicaciones financieras de su proyecto cuando lo consultó con Honor. Había pensado tan solo en términos de eficiencia y novedad, y ella se preguntaba si él se había percatado de la cantidad de dinero que estaba a punto de percibir. Pero tanto si lo sabía como si no, se merecía cada penique, tanto él como Howard Clinkscales que actuó como presidente de Cúpulas Celestes.

Ella esperó a que cesaran las felicitaciones, luego alzó las manos y sonrió a su público.

—Y ahora, señoras y caballeros, ¡disfrutemos del banquete! —gritó, y respondieron con risas de alegría mientras se acercaban a la comida.

Los oficiales de la PCH y los guardaespaldas actuaron como controladores, pero los habitantes de Harrington mostraban un nivel de educación y disciplina mayor que el de los manticorianos. Apenas se producían confusiones cuando comenzaron a formarse las filas; ella pudo observar todo el proceso mientras charlaba con Clinkscales y el reverendo Hanks. Había marchado todo muy bien, pensó. Mejor de lo que se esperaba, lo cual hizo que la repentina interrupción que ocurrió a continuación fuera muy escandalosa.

—¡Arrepiéntete!

La voz amplificada venía de la última fila de las gradas, y Honor se volvió de forma involuntaria para ver lo que ocurría. Vio a un hombre vestido de negro, con una mano blandiendo un viejo libro de tapas negras y con la otra sujetando el micrófono.

—¡Arrepiéntete y confiesa tus pecados, Honor Harrington, para no guiar al pueblo de Dios hacia el dolor y la condena!

Honor se estremeció y se le puso un nudo en el estómago. Su amplificador era mucho menos potente que los que habían montado para los oradores (existía un límite en cuanto al tamaño de los altavoces que pasaban por seguridad) pero tenía el volumen al máximo. Se oyó el chirriar del altavoz, pero su voz se seguía oyendo a los lejos, y el corazón de Honor se sintió herido y acobardado ante la confrontación. No podía afrontar esto, pensó desesperada. No ahora. Su gente esperaba mucho de ella, y comenzó a dar marcha atrás en la tribuna. Quizá si lo ignoraba, se dijo a sí misma. Si era tan inconsecuente como ella pensaba, en realidad daba igual…

—¡He dicho que té arrepientas! —volvió a gritar el hombre de negro—. ¡Ponte de rodillas, Honor Harrington, y suplica perdón al Dios que tanto has ofendido con tus detestables transgresiones contra su voluntad!

Sus despectivas palabras la quemaban como ácido, y algo ocurrió en su interior. Algo que había dado por perdido para siempre se puso de nuevo en su lugar, como si hasta ahora se hubiera dislocado un miembro y acabara de encajarlo en su sitio…, o como el clic de un tubo de misil cuando se carga la escotilla. La expresión de sus ojos marrones oscuros se endureció y Nimitz se escondió bajo su hombro. Siseó el eco de su rabia, levantando las orejas y mostrando sus colmillos, y ella sintió como Julius Hanks se puso tenso al ver como la multitud comenzó a callar y a mirar hacia atrás. Una o dos personas empezaron a arremeter contra el hombre de negro, pero cesaron en su intento cuando vieron su alzacuellos y Honor pudo percibir como Andrew LaFollet se disponía a agarrar su comunicador. Ella le agarró por la muñeca sin apenas mirarle.

—No, Andrew —dijo ella. El brazo de LaFollet se tensó como si intentara soltarse, y ella pudo sentir su enfurecimiento a través del vínculo de Nimitz, solo entonces sus músculos se relajaron. Ella se volvió hacía él y le miró a los ojos, levantó una ceja, y él obedeció.

—Gracias —dijo ella dirigiéndose a su micrófono. El silencio se podía palpar. Su gente había venido al destacamento Harrington, porque posiblemente eran las personas más abiertas de todo el planeta Grayson. Habían escogido venir aquí, y respetaban profundamente a su gobernadora. Por ello su indignación frente aquella terrible interrupción era tan grande como la que sufría LaFollet, pero al mismo tiempo también sentían un profundo respeto por los hombres de Dios. Aquel alzacuellos mantenía a raya al más alocado, y hacía que sus palabras adquirieran más peso.

—Deje que yo trate con él, milady —susurró Hanks. Miró al anciano, y en sus ojos vio una mirada de furia—. Es el hermano Marchant —explicó Hanks—. Es ignorante, obstinado, intolerante y no tiene nada que hacer aquí. Su congregación está en el Destacamento Burdette. De hecho, es el capellán personal de lord Burdette.

—¡Ah! —dijo Honor.

Ahora entendía el enfado de Hanks y por qué intentaba contener su rabia, pero ahora era su propia ira la que debía controlar. Así que ya sabía cómo se las habían apañado todos aquellos manifestantes para entrar aquí, pensó.

William Fitzclarence, lord Burdette, era probablemente el gobernador con más prejuicios de todo Grayson. El resto de los gobernadores quizá estaba dispuesto a considerar a una mujer como gobernadora; pero Burdette ni pensarlo. El protector Benjamín se había encargado de mantenerle la boca cerrada durante su investidura, así que él se conformó con ignorarla, dirigiéndole miradas de odio cada vez que tenía ocasión. Marchant no se habría permitido venir hasta aquí sin el permiso de su patrón, lo que parecía indicar que Burdette y su gente habían decidido apoyar a la oposición abiertamente y dar a conocer de dónde provenían los fondos que habían conseguido atraer a tantos manifestantes a Harrington.

Pero de aquel tema debía encargarse más adelante. Ahora debía enfrentarse a Marchant, y no podía dejar que Hanks respondiera en su lugar. Técnicamente, él ostentaba la autoridad sobre todos los clérigos de la Iglesia, pero la tradición religiosa de Grayson promovía la libertad de conciencia. Si le dejaba que abofeteara a Marchant, ello podría provocar una crisis dentro de la Iglesia, lo cual acabaría afectándole a ella y empeoraría la situación política aún más.

Además, pensó, el desafío ante Marchant iba solo con ella, y sabía que él lo estaba deseando. Se trataba del mezquino placer de un machista de alimentar el deseo de ofender y denigrar a alguien utilizando como excusa la voluntad de Dios. Su ataque era demasiado directo, demasiado público, por eso era ella la que debía plantarle cara. Debía hacerlo si quería mantener su autoridad moral como gobernadora de Harrington, e incluso si no tuviera que hacerlo, en el fondo lo estaba deseando. Por fin una confrontación cara a cara, la cual había despertado en ella el espíritu de lucha que había dado ya por perdido. Así que miró a Hanks y asintió con la cabeza.

—No, gracias, reverendo, pero creo que este señor solo quiere hablar conmigo.

Su voz sonó alta y clara gracias al sistema de sonido, tal y como lo había planeado. La voz de soprano de ella sonaba decidida frente a los gruñidos de Marchant, y activó la visión telescópica de su ojo izquierdo artificial, para observar su expresión bien de cerca mientras inclinaba su cabeza hacia él.

—¿Hay algo que desee compartir con nosotros, señor? —dijo ella, y él clérigo se sonrojó al escuchar la cortesía con la que se había dirigido a él.

—¡Eres una extraña para Dios, Honor Harrington! —proclamó señalando de nuevo su libro y Honor sintió el nerviosismo de LaFollet cada vez que repetía su nombre. Al omitir su título, estaba insultándola indirectamente a pesar de que nunca les habían presentado formalmente, pero ella tan solo se dirigió hacia Nimitz para calmarle una vez más y esperó—. Has pecado de infidelidad y herejía, al formar parte del cónclave de gobernadores y negarte a comulgar con la fe, y ¡aquel que no sea Padre de la Iglesia no merece ser protector del pueblo de Dios!

—Perdone, señor —dijo Honor tranquila—, pero me pareció más correcto exponer mis ideas abiertamente, ante Dios y el cónclave, ya que no me he educado en la Iglesia de la Humanidad. ¿Debería haber mentido?

—¡Nunca debiste haber profanado la Iglesia para conseguir el poder terrenal! —gritó Marchant—. ¡Es una herejía para Grayson el que una mujer se presente para reclamar su posición como servidora de Dios! Durante miles de años este mundo ha sido de Dios; aquellos que han olvidado sus leyes, las han profanado al aceptar normas extranjeras y al conducir a su gente hacia guerras de poderes infieles, ¡y esa eres tú, Honor Harrington, nos has traído la desgracia! ¡Has corrompido nuestra fe con tu presencia, con tus malos ejemplos y tus ideas! «Tened cuidado con ella, hermanos. No escuchéis a aquellos que profanan el templo de vuestra alma con promesas materialistas y poder terrenal, pero seguid por el camino de Dios y seréis libres».

Honor vio como Hanks apretaba fuertemente sus dientes al ver que Marchant citaba el Libro del Nuevo Método. Era el segundo libro más sagrado de todos los textos de Grayson, y ella pudo advertir la furia que sentía el reverendo al ver que Marchant lo tergiversaba a su favor. Pero afortunadamente, Honor se había pasado horas estudiando el Libro del Nuevo Método en un esfuerzo por comprender a su gente, y lo recordaba a la perfección.

—Quizá debería terminar de leer la cita, señor —le dijo a Marchant, y su ojo protésico le mostró la expresión de susto en su rostro—. Creo —continuó de forma calmada y clara— que San Austin finaliza su pasaje diciendo «no cerremos nuestras mentes ante la novedad, aunque las cadenas del pasado nos aten con fuerza, porque solo aquellos que se aterran demasiado a lo antiguo, os alejarán del Nuevo Método y os conducirán a caminos impíos».

—¡Blasfemia! —gritó Marchant—. ¿Cómo te atreves a citar las palabras del Libro? ¡Hereje!

—¿Y por qué no? —respondió Honor con un tono sereno—. San Austin no solo escribió para aquellos que han aceptado la Iglesia, sino también para aquellos que lo harán en un futuro. Usted me llama hereje, sin embargo, una hereje es aquella que dice aceptar la fe y después la tergiversa a su manera. Yo nunca he afirmado mi fe, dado que he sido educada de diferente manera, pero ello no debería frenarme a la hora de leer y respetar sus enseñanzas, ¿verdad?

—¿Qué sabrás tú de la fe! —soltó Marchant—. ¡Repites la cita como un loro, pero no entiendes el significado! La llave que llevas en tu cuello lo prueba, ya que nunca una mujer ha estado en situación de gobernar. «Reunid a vuestros hijos para gobernar el mundo que Dios nos ordena, y cuidad bien de las mujeres y las hijas, ya que conocerán la voluntad de Dios a través de ti». ¡A través de ti! —repitió Marchant, con ojos de furia—. ¡El mismo Dios nos dice que las mujeres deben ser gobernadas por hombres, del mismo modo que un padre gobierna sobre sus hijos, para no contradecir la ley y la voluntad de Dios! ¡Tú y tu maldito Reino Estelar nos habéis infectado con vuestro veneno! ¡Estás conduciendo a nuestros jóvenes a guerras impías y a nuestras mujeres al pecado del orgullo y el libertinaje, volviendo a las esposas en contra de los maridos y a las hijas en contra de sus padres!

—No lo creo, señor. —La voz de Honor sonaba fría como el hielo mientras observaba al clérigo y eligió otro pasaje del Nuevo Método—: «Padres, no cerréis vuestra mente ante las palabras de vuestros hijos, si están aferrados a las antiguas normas. Tampoco debe haber disputas entre los hombres y sus mujeres. Deben amarse y obedecer sus consejos. Somos todos hijos e hijas de Dios, que creó al hombre y a la mujer para consolarnos y ayudarnos los unos a los otros, y llegará el día en que el hombre necesite de la fuerza de la mujer tanto como de la suya propia».

Marchant estaba atónito y se podía escuchar el murmullo de la gente que apoyaba a Honor. Ella sintió además la aprobación del reverendo Hanks y su sorpresa ante los conocimientos sobre las enseñanzas de la Iglesia, pero Honor continuaba atenta y a la espera del siguiente ataque de Marchant.

—¿Cómo te atreves a hablar de un hombre y sus mujeres? —dijo el clérigo—. La santa unión del matrimonio es un sacramento, ordenado y bendecido por Dios, mientras tú, que caes en la tentación de los placeres de la carne, insultas su verdadero significado.

El gruñido de Nimitz resonó en la oreja derecha de Honor. La multitud refunfuñaba enfurecida y Andrew LaFollet maldijo, pero Honor mantenía la calma y sus ojos daban miedo.

—Yo no insulto ni el significado del matrimonio, ni ningún otro sacramento —dijo ella, y más de alguno se acobardó ante su tono glacial— pero su propio Libro dice: «Sin amor, no existe el verdadero matrimonio; con amor, puede haber algo diferente». Y le repito, señor, San Austin escribió; «Y aun así os digo que no os apresuréis al matrimonio, ya que es algo profundo y muy preciado. Aseguraos primero de que lo que sentís es amor, y no solo un placer carnal, que os consumirá y os dejará vacío y miseria». —Sus peligrosos ojos marrones interceptaron a Marchant como dos puñales y su voz sonaba muy calmada—. Yo amaba a Paul Tankersley con todo mi corazón. Y si hubiera vivido, me habría casado y le habría dado hijos. Aunque no pertenezca a su Iglesia, le tengo un profundo respeto y yo sigo las costumbres que me enseñaron al nacer y a usted le corresponde hacer lo mismo.

—¡Así que admites tu naturaleza impura! —gritó Marchant—. ¡Tú y toda tu gente que cae en los pecados de la sensualidad no tenéis cabida entre los elegidos!

—No, señor, lo que le dicho es que he amado a un hombre tal y como Dios nos enseña y he compartido su amor de una manera diferente a como usted lo haría —la voz de Honor sonaba más fría y centrada que nunca, pero no pudo contener sus lágrimas ante la angustia de la muerte de Paul, que sintió como una puñalada, y el enfurecido gruñido de Nimitz resonó de nuevo en los altavoces. Ella se encontraba de pie, quieta y esbelta como una estatua de cara a su enemigo y con el rostro dolido, pero imperturbable. La multitud al darse cuenta empezó a alterarse.

—¡Mentira! —gritó Marchant—. ¡Dios acabó con la vida del hombre con el que pecaste como un animal, como castigo por tu comportamiento! ¡Fue su sentencia, ramera!

Honor se puso blanca y Marchant dejó ver su cara de satisfacción al darse cuenta de que por fin había logrado hacerle daño de verdad.

—¡Ay de ti, ramera de Satán, y ay de la gente de este destacamento cuando la palabra de Dios se cierna sobre vosotros! Dios sabe la verdad sobre vuestro corazón de pecadora y…

De repente, se escuchó un grave estruendo que provenía de sus súbditos. Hicieron callar a Marchant que se quedó paralizado, con la boca abierta y el rostro encolerizado y pálido al darse cuenta de que había llegado demasiado lejos. Había violado un código de conducta muy arraigado, al atacar públicamente a una mujer, y tan solo se habían mantenido al margen debido al respeto por su alzacuellos y a la disposición de Honor de contestar a sus preguntas con argumentos razonados. Pero había llegado a un límite. Todos los habitantes del destacamento de Harrington sabían la historia de su amor por Paul Tankersley y cómo había terminado. Ahora podían ver su angustia mientras Marchant hacía sangrar sus heridas, y una docena de hombres se abalanzaron sobre el clérigo.

El clérigo gritó, pero la multitud aplastante silenció su voz y él intentó frenéticamente salir gateando de las gradas. Tropezó al intentar subir a la fila de arriba, pero recuperó el equilibrio e intentó refugiarse por los asientos vacíos mientras la muchedumbre le perseguía. Honor despertó de su estado de sufrimiento y agarró a LaFollet por el brazo.

—¡Detenlos, Andrew! —LaFollet la miró, como si no acabara de creer lo que estaba oyendo, y ella le agarró con fuerza—. ¡Le matarán si no les detenemos!

—Eh… ¡sí, milady!

LaFollet hizo uso de su comunicador y empezó a ladrar órdenes, al tiempo que Honor se acercó al micrófono de la tarima.

—¡Parad! —gritó—. ¡Parad! ¡Pensad en lo que hacéis! ¡No actuéis como él!

Su voz sonó más allá de los gritos y los abucheos, y un grupo de hombres paró, pero sus súbditos estaban ya fuera de control. A todo aquello se sumó aun más gente e iban aumentando. Marchant salió corriendo temiendo por su vida, cuando un grupo con túnicas verdes atravesaban la multitud y se dirigían hacia él. Honor se quedó expectante en la tarima, esperando que sus guardaespaldas llegaran a tiempo.

Pero no fue así. Se escuchó un grito de triunfo cuando Marchant acabó en el suelo por un fuerte empujón, lo cual dio lugar a una lucha por las gradas, rebotando por los asientos. La muchedumbre se apelotonó sobre él como lobos hambrientos y alguien le golpeó en las piernas. El se acobardó, cubriéndose la cabeza con las manos mientras le aporreaban a diestro y siniestro, y entonces, como por arte de magia, apareció la Guardia. Lo rodearon, colocaron a los atacantes a un lado y cerrándolo en un anillo de uniformes verdes consiguieron sacarlo de las gradas entre un huracán de abucheos y amenazas, y Honor respiró aliviada.

—Gracias a Dios. —Respiró, cubriéndose su rostro con una mano mientras la Guardia arrastraba a un lugar seguro al clérigo golpeado, sangrando y casi inconsciente. Nimitz siseó con furia sobre su hombro—. ¡Gracias a Dios! —suspiró de nuevo, y bajó su mano, intentando contener las lágrimas cuando un brazo la rozó.

El reverendo Hanks la abrazó y ella se lo agradeció. Ya no sentía la indignación por la cruel intolerancia de Marchant, transmitida a través de Nimitz, y ella se apoyó contra él, temblando por culpa de la angustia que le había provocado escuchar los duros insultos de Marchant y por lo cerca que estuvo él de perder la vida.

—Sí, milady, gracias a Dios. —La voz de Hanks sonaba furiosa y la apartó de la vista de la multitud para darle un pañuelo. Ella lo aceptó y se secó las lágrimas, aún apoyada contra él, que continuó con la misma voz encolerizada—. Y gracias a ti, también. Si no hubieras reaccionado tan rápido… —sacudió la cabeza y suspiró profundamente.

—Gracias —repitió—, y, por favor, acepta mis disculpas en nombre de la Iglesia. Te aseguro —dijo, y su voz sonaba ahora más calmada y más enérgica (y más implacable) que nunca—, que nos encargaremos del hermano Marchant.