40
El ciudadano comodoro Abraham Jurgens se quedó mirando furioso los dos puntos que brillaban en el gráfico del puente de su nave insignia. Había conocido bien a Marie Stellingetti y a John Edwards y sabía lo buenos que eran, y el Achmed había tenido al Kerebin en el sistema gravitatónico cuando el crucero de batalla se había desvanecido. Por lo que Jurgens había podido ver, la nave lo había hecho todo bien… y sin embargo la habían destruido, y él no tenía ni idea de qué diablos había pasado. A aquella distancia no se habría podido detectar nada más débil que la signatura del propulsor de una nave estelar y todo lo que el ciudadano comodoro sabía era que el Kerebin había realizado de repente una maniobra evasiva y luego se había desvanecido.
¡Se suponía que no iba a ser así!, pensó con crueldad. Como muchos de los oficiales de la AP, Jurgens odiaba a la Real Armada Manticoriana por lo que les había hecho. Él no era como aquel idiota de Waters, para el que hasta la masacre de cosmonautas mercantes era una obligación sagrada para la causa de la República, pero tampoco iba a llorar por ellos, y sabía apreciar el valor de los ataques contra el comercio mercante manti. También se esperaba que fuera una operación relativamente segura, y sin embargo, acababan de borrar de la faz del universo a la mitad de su división de cruceros de batalla, ¡y él ni siquiera sabía cómo lo habían hecho!
Pero el caso es que sí que lo sabes, ¿verdad?, se dijo. O, por lo menos, sabes quién debe de haberlo hecho. Ese «navío mercante» extra tiene que ser una nave Q manti. Dios sabrá lo que está haciendo aquí, y Él sabrá también con qué diablos podría ir armada para cargarse al Kerebin de ese modo, pero sabes muy bien que eso es lo que es.
Había recogido información suficiente del Durandel al pasar para saber que aquello no lo había hecho el «Objetivo Uno» de Stellingetti; si tuviera ese tipo de potencia de fuego, lo habría utilizado antes de que el Kerebin mandara al otro barrio al destructor que lo acompañaba. No, había tenido que ser la segunda nave y esa nave tenía un compensador de nivel civil, o habría volado muchísimo más rápido de lo que lo había hecho. Así que tenía que ser uno de los «cruceros mercantes» de los mantis, lo que significaba que era mucho más frágil que su nave insignia. Pero era obvio que contaba con algo extraordinario en lo que a armamento se refería, y el alcance había sido de ochocientos mil kilómetros al morir el Kerebin, mucho más allá del radio de acción de las armas de energía.
¡Más de esos malditos lanzamisiles!, se preguntó. Podría ser, pero, un mercante ¿cómo va a llevar suficientes a remolque? ¡Hasta sus SA están limitados a diez o así!, y con eso no debería haber sido suficiente para borrar al Kerebin del mapa de esa manera. Pero incluso si eso fue lo que le hicieron, no frenaron lo suficiente para desplegar más, así que no pueden hacerme a mí lo mismo.
Y no era el único que lo pensaba. El ciudadano capitán Holtz, el oficial al mando del Achmed, y su propio oficial de operaciones compartían la misma opinión. Con todo, Jurgens no tenía intención de caer en ninguna trampa. Se acercaría con mucho cuidado, con todos los sistemas de defensa antimisiles activados. Trataría a esa nave con tanta cautela como si fuese otro crucero de batalla, incluso una nave de batalla, hasta que tuviese la certeza de que no le podía hacer a él lo que le había hecho al Kerebin. Pero una vez que estuviese seguro…
—El Objetivo Uno no debería haber perdido velocidad —dijo en voz baja el comisario popular Aston.
Jurgens giró la cabeza para mirar a aquel hombre rechoncho con uniforme sin insignia alguna de rango. En general, la fuerza especial había tenido suerte con sus comisarios populares. A Eloise Pritchard le habían dado una libertad notable para hacer la selección, y aparte de un tonto o dos que le habían impuesto sus propios patrocinadores, como Frank Reidel, el único superviviente de toda la compañía del Kerebin, la mayor parte tenía una capacidad sorprendente y una humanidad poco habitual en los comisarios. Kenneth Aston era ambas cosas y Jurgens asintió.
—Tiene razón. La nave Q tiene un compensador civil, así que está alcanzando su aceleración máxima y es probable que también tenga un blindaje antipartículas de nivel civil. Pero el Objetivo Uno… —Sacudió la cabeza—. Tiene que ser un crucero para producir el tipo de aceleración que ya le hemos visto, y deberían haber dejado que se largara. Lo más probable es que tenga capacidad de sobra para salir por patas, sobre todo si la nave Q puede frenarnos y nosotros somos la única nave que está lo bastante cerca para tenerlos ahora en los sensores. Si se hubieran separado, nunca lo habríamos capturado.
—A menos que no pudieran separarse por alguna razón —sugirió Aston.
—A menos que no pudieran —admitió Jurgens—. Supongo que es posible. El Kerebin se cargó un trozo de su motor, pero su aceleración era mucho mayor antes de que se le uniera la nave Q. No. —Sacudió la cabeza—. No sé quién está al mando de la nave Q pero la ha fastidiado. Está intentando mantener al crucero cerca para protegerlo.
—Estoy de acuerdo. —Aston asintió, pero también se frotó la papada con aire pensativo—. Al mismo tiempo, lo cierto es que destrozó la nave de la ciudadana capitana Stellingetti con una rapidez notable, y si tiene unos sensores de nivel militar, quizá sepa que somos la única nave que todavía los tiene en su gráfico. ¿Podría tener intención de hacernos a nosotros lo mismo?
—Es posible —dijo Jurgens muy serio—. Si nos eliminara, esos dos podrían interrumpir el contacto y jamás volveríamos a encontrarlos entre toda esta basura. —Señaló con la mano el flujo de energía hiperespacial que parpadeaba en las pantallas del puente de la nave insignia—. Ahora hemos perdido incluso al Durandel y el resto del piquete, que estaba lo bastante cerca como para responda se ha largado a perseguir a los cargueros. Pero si se cree que va a tomar mi nave insignia sin perder el culo en el proceso, ¡se equivoca de cabo a rabo!
* * *
—Ha encontrado otras cuantas ges de aceleración por alguna parte, patrona —dijo Jennifer Hughes—. Tiempo revisado para quedar al alcance de sus misiles es ahora de una hora y diecisiete minutos.
Honor se limitó a asentir. Había hecho todo lo que había podido. Tschu estaba trabajando como un poseso en la Bodega Uno, pero el daño era peor de lo que el ingeniero había pensado en un principio, y ya había perdido a seis miembros de su personal: dos habían muerto aplastados, y cuatro «solo» habían resultado heridos al golpearlos uno de los lanzamisiles desmontados antes de que pudieran atarlos. Habían tenido que revisar dos veces al alza el tiempo que iban a tardar y por mucho que Honor quisiera ponerse en contacto con él para meterle prisa, sabía que no lograría nada salvo distraerlo y retrasarlo más. Ya la avisaría él en cuanto tuviese algo de lo que informar.
Otras personas de control de daños habían conseguido volver a meter Misiles Siete en la red del control de fuego central y Ginger Lewis estaba haciendo un trabajo extraordinario en la Central de Control de Daños. La CCD no era trabajo para una suboficial, por mucha experiencia que tuviera, pero Tschu necesitaba a todos los hombres y mujeres disponibles para otros trabajos y la voz de Lewis estaba llena de confianza siempre que llamaba al puente con otro informe. No cabe duda de que Harry estaba en lo cierto en cuanto a su capacidad, pensó Honor con una ligera sonrisa y volvió a echarle otra mirada al gráfico de su repetidor.
Ya estaban con el segundo drone GE y pronto iban a necesitar al número tres. Los traspondendores del drone requerían una cantidad de potencia temible para simular la fuerza del motor de un crucero de clase Atlas y no había drone que pudiera mantenerla de forma indefinida. Pero eso era solo una de las razones por las que Honor mantenía los drones bajo un control estricto. Y por eso también hacía que Carolyn Wolcott los maniobrara de modo que entraran y salieran de la sombra gravitatoria del Viajero a intervalos regulares. A los repos debía de parecerles un modo muy torpe de mantener la formación, pero eso le permitía a Honor colocar al Artemisa justo delante de ella para cada cambio de drone. Seguramente ya no era necesario, a esas alturas los repos ya debían de tener grabado en sus cerebros que estaban persiguiendo a dos naves, pero no tenía sentido ser patoso.
Sobre todo en esos momentos. El Artemisa había desconectado el motor, pero seguía adelantándose a la velocidad de 0,39 c que había adquirido antes, y su vector lateral se dirigía casi directamente hacia el Viajero a más de treinta mil KPS. Los repos habían pasado junto a su posición menos de diez minutos antes y si se daban cuenta de lo que había pasado y deceleraban para hacer un registro, cabía la posibilidad de que los encontraran, después de todo. No había muchas probabilidades, pero era posible y Honor no podía permitir que ocurriera. No cuando ya había decidido sacrificar su nave para salvar la de la capitana Fuchien.
Se obligó a enfrentarse a ello, aceptar que había sentenciado de forma deliberada a su tripulación a una muerte segura sabiendo que no podían derrotar al enemigo. El oficial al mando de la nave repo que tenía a popa tenía que saber que había matado a su compañero con misiles. No querría acercarse más de lo necesario, así que giraría para abrir su flanco lo máximo posible y le dispararía unos pájaros para ver cómo respondía ella. Y cuando ella no le respondiera con el mismo fuego, el otro se quedaría donde estaba y machacaría al Viajero sin acercarse jamás al alcance de sus armas de energía.
Iba a morir. Lo sabía, pero si podía lisiar al enemigo lo suficiente como para que no pudiera capturar al Artemisa incluso si lo detectaban, el sacrificio habría merecido la pena. Era algo que también lo aceptaba…, pero tras su rostro sereno le dolía el corazón al tener que condenar a tantos a morir con ella. Personas como Nimitz y Samantha. Como Rafe Cardones, Ginger Lewis y James MacGuiness, que se había negado en redondo a evacuar la nave. Aubrey Wanderman, Carol Wolcott, Horace Harkness, Lewis Hallowell… Todas esas personas, personas a las que había llegado a conocer y valorar como individuos, a muchos como amigos, iban a morir a su lado. No podía salvarlos a ellos más de lo que podía salvarse a sí misma y la culpa la abrumaba. Iban a morir porque ella se lo había ordenado, porque era su obligación llevárselos a todos a la muerte con ella y la obligación de ellos era seguirla. Pero al contrario que ellos, ella moriría sabiendo que habían sido sus órdenes lo que los había matado.
Pero no había otro camino. Había sacado a otras ochocientas personas del Viajero, con lo que la lista de muertes se había reducido a algo más de mil. Mil hombres y mujeres (y dos ramafelinos) que morirían para salvar a otros cuatro mil. Se mirara como se mirara, tenía que merecer la pena, pero, Dios, cómo dolía.
Honor ocultó el dolor tras unos ojos serenos, sentía que la rodeaban los oficiales de su puente, sabía que se concentrarían en ella, seguirían su ejemplo y sacarían de allí la inspiración y la determinación cuando todo empezara, y el orgullo y el dolor por todos ellos libraron una batalla en el alma de la capitana.
* * *
Margaret Fuchien, Harold Sukowski y Stacey Hauptman contemplaban el gráfico de Annabelle Ward con expresión angustiada. El crucero de batalla había pasado disparado a su lado doce minutos antes sin percibir siquiera al crucero ni las NAL que los protegían. ¿Y por qué tendría que haberlo hecho? No eran más que siete trozos inertes de aleación, no irradiaban energía y estaban perdidos en la inmensidad del espacio-h al tiempo que el Viajero los atraía de forma deliberada hacia él.
—Setenta y cinco minutos —murmuró Ward.
—¿Estarán todavía al alcance de los sensores, capitán Harry? —preguntó Stacey en voz baja.
—Deberíamos seguir captando sus propulsores, pero la imagen no será muy clara. —Sukowski cerró los ojos un momento y después sacudió la cabeza—. Hasta cierto punto me alegro. No quiero verlo. Va a ser… —Miró a Stacey directamente a los ojos—. No va a ser nada grato, Stacey. Su nave ya ha sufrido graves daños y si esos cabrones se quedan ahí y la machacan… —Volvió a sacudir la cabeza.
—¿Se rendirá? —preguntó Fuchien en medio del silencio y Sukowski la miró—. Cuando abran fuego contra ella, ¿se va a rendir?
—No —dijo Sukowski sin más.
—¿Por qué no? —quiso saber Stacey, y su voz había adquirido de repente un matiz áspero—. ¿Por qué no? Ya nos ha salvado, ¿por qué no se rinde y salva a los suyos?
—Porque sigue protegiéndonos —le dijo Sukowski con toda la dulzura que pudo—. Cuando se acerquen lo suficiente para entablar batalla con ellos también estarán lo bastante cerca para ver al drone. Sabrán que no estamos allí, pero también sabrán con un margen de una hora o dos cuándo tuvimos que desconectar el motor y el vector que seguíamos cuando lo hicimos. Lo que significa que tendrán una idea bastante exacta de dónde podríamos estar si vuelven a buscarnos. No hay muchas probabilidades de que nos encuentren pero lady Harrington tiene intención de asegurarse. Los seguirá machacando hasta que ya no le quede ningún arma, Stacey, para inutilizar sus sensores y ralentizarlos. —El capitán mercante vio lágrimas en los ojos de Stacey y la rodeó con un brazo como había hecho con Chris Hurlman—. Es su trabajo, Stacey —dijo en voz baja—. Su obligación. Y esa mujer sabe mucho de obligaciones. He pasado el tiempo suficiente a bordo de su nave para saberlo.
—Cosa que le envidio, Harry —dijo Margaret Fuchien sin alzar la voz.
* * *
—Al alcance de misiles dentro de veintiún minutos —anunció Jennifer Hughes—. Asumiendo una aceleración constante, nos encontraremos al alcance de sus armas de energía trece minutos y medio después.
Honor asintió una vez más e introdujo un código en el intercomunicador.
—CCD, Lewis —dijo la mujer de la pantalla y Honor esbozó una sonrisa sesgada.
—No quiero tirar del codo del comandante Tschu, pero me gustaría confirmar su último cálculo para las puertas de la bodega.
—El cálculo actual es de… —Ginger le echó un vistazo al crono e hizo mentalmente algunas operaciones matemáticas— treinta y nueve minutos, señora.
—Gracias —dijo Honor en voz baja, e interrumpió la comunicación. Así que así estaban las cosas. Los lanzamisiles volverían a estar conectados justo cuando los repos los tuviesen al alcance de sus armas de energía. Pero no había nada que Honor pudiera hacer. Lo único que podía hacer era seguir huyendo todo el tiempo que pudiera y llevarse a los repos tras ella para ganar tiempo para el Artemisa, así que se preparó para seguir la partida hasta su jugada final y desesperada.
—Vamos con Alfa Uno —dijo—. Rafe, todos atentos, sellado de cascos en diez minutos.
* * *
Un Klaus Hauptman curiosamente encogido entró en el puente de mando del Artemisa. Todos los que se habían agolpado alrededor de la proyección levantaron la cabeza para mirarlo y el rostro del magnate se crispó cuando vio el brazo de Sukowski alrededor de Stacey. Debería haber sido él el que consolara a su hija. Pero había renunciado a ese derecho, pensó con aire lúgubre, cuando había demostrado ser ante ella mucho menos de lo que ella siempre había pensado que era.
Ante ella y ante sí mismo.
Cruzó el espacio que lo separaba del gráfico obligándose a mirar a los demás. Era casi un acto de penitencia, una prueba que se infligía y abrazaba de forma deliberada. Fuchien y Sukowski lo saludaron con la cabeza, con expresión neutral, pero ninguno de los dos habló y Stacey ni siquiera lo miró.
—¿Cuánto falta? —preguntó y su voz, por lo general potente y llena de confianza, era tensa y ronca.
—Dieciséis minutos para encontrarse al alcance de los misiles, señor —respondió Annabelle Ward.
* * *
—Muy bien, Steve —le dijo Abraham Jurgens al capitán de su nave insignia—. No quiero acercarme hasta que no estemos seguros de que le han arrancado todos los dientes.
—A sus órdenes, ciudadano comandante. —El ciudadano comandante Stephen Holtz miró el mapa de su repetidor y frunció el ceño. La nave Q estaba sacando unos señuelos de lo más eficaces. La GE manti también estaba empezando a jugar con sus sensores y la degradación de los sensores natural en el hiperespacio hacía que los esfuerzos de los mantis fueran incluso más eficaces de lo habitual, pero él se había adentrado cinco mil kilómetros en el radio de acción de los misiles electrónicos.
En circunstancias normales, habría girado para abrir el flanco, pero esas no eran circunstancias normales. Tenía sus propios sistemas GE totalmente activados y las mismas condiciones que perjudicaban a su control de fuego también tenían que estar perjudicando los de la nave Q. En esas circunstancias en realidad tenía sentido presentarle al enemigo la vulnerable garganta de su cuña, ya que le daba a los mantis un objetivo más débil y difuminado que los flancos y la cuña entera.
Claro que eso también lo restringía a contar con solo tres tubos de los perseguidores de proa, pero no había problema. Quería picar al muy cabrón, aguijonearlo. Si conseguía que la nave Q disparara los lanzamisiles de gran alcance que tenía, su defensa puntual sería mucho más eficaz… y el objetivo de los mantis sería mucho más difícil de alcanzar.
* * *
—¡Separación de misiles! —anunció Jennifer Hughes—. Tengo dos… no, tres que vienen hacia aquí. Tiempo de vuelo uno-siete-cero-segundos. Preparada defensa puntual.
—Preparada —respondió el teniente Jansen.
—Separe los señuelos Cuatro y Cinco un poco más, Carol —dijo Hughes—. Vamos a ver si podemos detener a esos pájaros en las alturas.
—A sus órdenes, señora. —Wolcott hizo un ajuste en su panel y Honor estiró el brazo para ver cómo estaba Nimitz. Al igual que ella, el felino tenía el casco sellado y había sujetado las correas de seguridad montadas en la silla de su persona a los anillos de su traje. No era tan útil como un armazón antiimpactos, pero nadie fabricaba armazones antiimpactos para ramafelinos.
—Impacto en nueve-cero segundos —anunció Jansen y apretó la tecla que mandaba a los antimisiles a encontrarse con el fuego enemigo.
* * *
—Han matado a los pájaros, patrón —informó la oficial táctica de Holtz cuando el tercer misil estalló en pedazos. Ninguno de ellos había conseguido penetrar siquiera en las defensas láser internas de la nave Q, observó Holtz con indignación. Bueno, tampoco le extrañaba tanto y al menos esos malditos misiles lanzados por tubos no habían vuelto para matar a su nave.
—¿Alguna señal de los lanzamisiles?
—Ninguna, ciudadano capitán. No han devuelto el fuego. —Holtz sabía que la ciudadana comandante Pacelot estaba irritada con él por preguntar lo obvio siempre que lo llamaba «ciudadano capitán» en lugar de «patrón». Hizo una mueca, pero tampoco podía culparla. Lo pensó un momento más y después asintió.
—De acuerdo. Vamos a fuego secuenciado, Helen.
—A sus órdenes, patrón —dijo la oficial, mucho más animada, e introdujo las nuevas órdenes en su panel.
* * *
Honor entrecerró los ojos cuando las pautas de disparo de los repos cambiaron. El crucero de batalla estaba utilizando tres tubos montados en la proa para disparar el equivalente de una doble andanada. Duplicaba el intervalo entre salvas y le daba a la defensa puntual más tiempo para rastrearlas, pero también incrementaba las fuentes de amenaza y permitía que el crucero de batalla sembrara su fuego de bloqueadores y otros mecanismos que permitían la penetración del fuego. Honor comprendía la lógica que se ocultaba detrás, lo que no entendía era por qué los repos se limitaban a utilizar las armas perseguidoras. Tenían veinte tubos en cada flanco y una aceleración muy superior a la suya. Podían ir tras el Viajero, virar de un lado a otro y castigar su nave con salvas deparadas desde cada flanco, de esa forma sextuplicarían los misiles disparados con cada oleada.
Honor frunció el ceño y después conectó el intercomunicado, de su traje con el canal privado de Cardones.
—¿Porqué cree que solo utiliza las perseguidoras? —preguntó, y Cardones frotó el casco.
—Está sondeándonos —dijo—. Así reduce el blanco que nos ofrece y está intentando averiguar con qué podemos defendernos.
—Que es nada en absoluto —comentó Honor en voz baja, y Cardones le dedicó una sonrisa sesgada.
—Eh, no se puede tener todo, patrona.
—Cierto —dijo la patrona con una sonrisa cariñosa—. Pero creo que podría ser algo más que eso —Cardones alzó las cejas y su capitana se encogió de hombros—. Es más que un simple sondeo. Nos tenía en gravitatónica cuando matamos a su compañero, pero estaba demasiado lejos para ver cómo lo hicimos Seguramente ha deducido que tuvimos que utilizar lanzamisiles y quizá esté intentando aguijonearnos para que disparemos los que nos queden al máximo alcance.
—Tiene sentido —asintió Cardones después de un momento, al tiempo que la defensa puntual del teniente Jansen se ocupaba del último misil de la salva reciente—. Claro que se va a dar cuenta muy pronto de que no tenemos ningún lanzamisiles, o ya habríamos empezado a dispararles.
* * *
Los misiles continuaban cayendo sobre el Viajero, precipitándose desde estribor en grupos de seis. Los señuelos y los bloqueadores de Carolyn Wolcott hacían estragos con los dispositivos buscadores de a bordo una vez que entraban en la fase final y los antimisiles y los racimos láser de Jansen los iban eliminando con una precisión metódica. Pero la ley de probabilidades es inexorable. Antes o después, uno de los misiles iba a hacer caso omiso del señuelo, iba a atravesar los bloqueadores como un tiro e iba a eludir las defensas activas.
El auricular de Honor zumbó y la capitana bajó la cabeza y vio la cara de Ginger Lewis en la pequeña pantalla de comunicaciones.
—¡Mensaje del comandante Tschu, señora! ¡Lo ha conseguido! ¡Tiene potencia en la puerta de babor y se está abriendo! ¡Se está abriendo, señora!
El corazón de Honor dio un vuelco. Solo podían sacar dos lanzamisiles de cada vez aunque la puerta de babor funcionara a la perfección, pero con eso quizá fuera suficiente. Con el enemigo dirigiéndose todavía hacia ellos por estribor, metiéndose directamente en su radio de acción al ver que no le devolvían ni un solo disparo, quizá…
Y fue entonces cuando un misil se deslizó al fin entre los antimisiles y atravesó como una daga la celosía desesperada de los racimos de láseres que eran su último recurso. Ese único misil cubrió chillando una distancia de veinticuatro mil metros, antes de detonar justo a estribor del Viajero y enviar rayos láser de cinco centímetros de anchura que rasgaron la amplia zona posterior abierta de la cuña propulsora.
Las megatoneladas del Viajero corcovearon cuando la energía le abrasó la capa metálica, una capa sin blindaje que atravesó con una facilidad desdeñosa. El Nodo Beta Ocho del anillo propulsor posterior sufrió un impacto directo y los Nodos Cinco, Seis, Siete y Nueve explotaron en un frenesí de energía que se llevó el Alfa Cinco con ellos. Explotaron varios generadores en el Propulsor Dos, matando a diecinueve hombres y mujeres, y enviando enloquecidas subidas de tensión por todo el compartimento, como relámpagos enjaulados. Estallaron las Defensas Puntuales Diecinueve, Veinte y Veintidós, junto con Radar Seis, Misiles Dieciséis y todos los hombres y mujeres que se habían encargado de esos puestos. Pero eso no fue lo más cruel que hizo el misil.
Un único rayo láser entró por la puerta de babor de la Bodega Uno. Reventó los motores que acababan de empezar a silbar, voló dos lanzamisiles completos que convirtió en astillas letales, asesinas, y destrozó las líneas de control que los ingenieros de Honor habían luchado con tanta desesperación por reparar. Y de camino mató a setenta y una personas, incluidos el teniente Joseph Silvetti, la teniente Adele Klontz… y el capitán de corbeta Harold Tschu.
Honor sintió la muerte de Tschu de un modo físico. La sintió caer sobre Samantha como un trueno, sintió que atravesaba entera a la ramafelina y de ella pasaba a su pareja, y de Nimitz a la propia Honor. Rafael Cardones giró la cabeza en redondo cuando el intercomunicador de su traje le transmitió el sonido animal de dolor que venció incluso al ulular de las alarmas y se puso pálido cuando vio la pérdida y la agonía, la desolación terrible, lacerante, que inundaba los ojos de su capitana. No sabía lo que había pasado, solo sabía que la mujer en la que confiaba todo el personal del Viajero acababa de recibir un golpe tan demoledor como su nave, y empezó a levantarse, aterrorizado por ella.
Pero Honor apretó los dientes y aplastó la agonía. No le quedaba más remedio. Cada fibra de su ser clamaba que se rindiera a ella, que lamentara su dolor como lo hacían Samantha y Nimitz, que acudiera al lado de sus queridos amigos para consolarlos por tan terrible pérdida. Pero era la capitana de una nave estelar. Era una oficial de la reina y la profunda responsabilidad de treinta y dos años de uniforme y veinte de mando la tenía agarrada por el cuello. No podía permitirse el lujo de ser humana, así que no lo fue y en su voz se percibió una calma inhumana, al tiempo que el dolor le abrasaba los ojos.
—Levántele la proa, jefe O’Halley. ¡Súbala, póngala de puntillas!
—¡A sus órdenes, señora! —soltó de golpe el timonel jefe O’Halley y el Viajero se enderezó de repente, alzándose como un caballo herido para hurtarle la popa al enemigo.
* * *
—¡Le hemos dado, patrón! —exclamó Pacelot, exultante—. ¡La potencia del motor acaba de caer de forma significativa y mire cómo huye!
—Ya lo veo, Helen. —Holtz introdujo una consulta en su mapa y comprobó la espectrografía, después se mordió el labio inferior. Era obvio que habían alcanzado a la nave Q con un disparo sólido, pero la pérdida de atmósfera no en muy alta. No sabía que la Bodega Uno había quedado despresurizada, todo lo que sabía era que a pesar de las extrañas maniobras de la nave manti, estaba perdiendo muy poco aire.
Se le disparó el cerebro al intentar adivinar por qué. El nuevo rumbo de los mantis había despojado al Achmed de un buen objetivo para sus misiles, pero a la nave enemiga también le robaba la aceleración de proa. Estaba incrementando un vector delta perpendicular al rumbo básico del Achmed, pero lo hacía desde cero, lo que a Holtz le permitiría acercarse a toda velocidad si quería. Pero…
Lo pensó un momento más y después miró la pantalla de comunicaciones conectada al puente de mando de Jurgens.
—Estamos captando muy poca pérdida de atmósfera por su parte, ciudadano comodoro, y no nos ha disparado ni una sola vez, ni mucho menos ha expulsado un solo lanzamisiles. Creo… —Respiró hondo y luego se lanzó—. Creo que no dispara porque no puede. No me imagino a ningún capitán que pudiera defenderse y no lo hiciera. Quizá no esté perdiendo más aire porque el Kerebin ya le había arrancado un trozo más grande de lo que pensamos y había despresurizado muchos de sus espacios.
Jurgens gruñó un poco y entrecerró los ojos. Quizá Holtz tuviera razón. En cualquier caso, esa teoría encajaba con los datos que habían observado. Y si tenía razón, quizá pudieran olvidarse de tantas contemplaciones, dejarse de disparar misiles de largo alcance y ponerse manos a la obra. Pero si aquella nave estaba tan malherida, ¿por qué…?
—¡Patrón! —Era Helen Pacelot y la desilusión del descubrimiento había endurecido su voz—. ¡No es el Objetivo Uno lo que tiene delante!
—¿Qué? —Holtz se volvió en redondo y la oficial sacudió la cabeza con gesto colérico.
—Acabo de recibir una buena lectura. Es un drone, ¡un puñetero drone! —Jurgens oyó el informe de Pacelot y sus ojos se encontraron con los del comisario popular Aston y de repente lo comprendieron todo. ¡Pero qué cabrones!, pensó. ¡Los pobres cabrones, hay que tener agallas, los muy puñeteros!
—Es un señuelo —susurró—. Nos apartaron de forma deliberada del crucero porque sabían que no iban a poder detenernos… ¡y porque éramos la única nave con posibilidades de capturarlo!
—Estoy de acuerdo —dijo Aston sin expresión—. ¿Pero qué hacemos ahora?
Jurgens se frotó la barbilla con el cerebro disparado, después se encogió de hombros.
—Yo solo veo una opción, señor —dijo con tono rotundo—. Por sus maniobras y las observaciones de Táctica, solo podemos suponer que el Kerebin los dañó mucho más de lo que habíamos calculado. Tiene sentido, si no pueden enfrentarse a nosotros, todo lo que podían hacer era huir y alejarnos del crucero. Pero cada minuto que pasamos persiguiéndolos es otro minuto que no estamos decelerando para ir tras el Objetivo Uno.
Introdujo unas órdenes rápidas en su propia pantalla y proyectó el rumbo de la nave Q y el del Achmed en la imagen. Otra orden produjo un cono de sombras que cruzaba el rumbo que había dejado atrás el Achmed de babor a estribo distancia de casi diez minutos luz y que también se extendía hacia la izquierda
—El crucero tiene que estar en esa zona. La probabilidad de encontrarlo es escasa si tienen cuidado, pero cuanto antes empecemos a buscar, más posibilidades tendremos. Solo que antes tenemos que terminar con la nave Q; si se escapa factor sorpresa de la operación queda al descubierto, tanto como si dejamos se largue el crucero.
—Estoy de acuerdo —volvió a decir Aston.
—Creo que tenemos que suponer que el manti está más dañado de lo que creíamos. Tenemos que entrar y acercarnos, acabar con ellos y luego volver a buscar al crucero.
Aston miró el gráfico del ciudadano comodoro durante unos diez segundos quizá, después asintió.
—A por ellos, ciudadano comodoro —dijo.
* * *
El alma de Ginger Lewis se encogió cuando la oleada de informes de daños comenzaron a derramarse por las pantallas de la CCD. Gritos medio histéricos de los restos del grupo de trabajo de la Bodega Uno ya le habían dicho lo que les había pasado a las tres cuartas partes de los oficiales de Ingeniería. En Fusión Uno solo quedaban el teniente Hansen y dos alféreces. Lo que dejaba caer toda la responsabilidad de la CCD en los hombros de Ginger, la joven tragó saliva con fuerza.
—Muy bien, chicos —dijo con tono tajante a su conmocionado personal—. Wilson, póngase en contacto con propulsor Dos. Necesito saber las bajas y los daños. Haga lo que pueda para ayudarlos a través de la telemetría. —Wilson asintió con brusquedad y Ginger se volvió hacia otro suboficial—. Durkey, usted está en salvamento y rescate. Llame a la enfermería e intente guiar a los equipos médicos y de rescate a las zonas más dañadas. Hammond, usted tiene Radar Seis. Parece que es la matriz, pero quizá no sea más que el tubo de alimentación de datos. Averigüe lo que es lo antes posible. Si es la matriz, mire a ver si puede reconfigurar el radar Cuatro para que cubra parte de la brecha. Eisley, compruebe el Depósito Cuatro. Tengo una pérdida de presión en el compartimento; el impacto en Misiles Uno-Seis puede haber dañado también la cola de alimentación de Misiles Uno-Cuatro. Si es así, desvíelo por…
Continuó dando órdenes, reaccionando con el instinto y la preparación que habían hecho que Harold Tschu la eligiera para ese puesto, y las dio con una precisión infalible que habría llenado de orgullo al fallecido ingeniero jefe.
* * *
—¡Aquí viene, patrona! —exclamó asombrada Jennifer Hughes—. ¡Vuelve a estar en aceleración máxima y viene a por nosotros como una apisonadora!
Honor sacudió un poco la cabeza, que todavía le temblaba por los ecos de la muerte de Tschu y miró el gráfico. Jennifer tenía razón. El repo no podía saber que acababa de arrancar el sistema de armas más potente del Viajero, pero era obvio que había decidido que estaba malherido y venía a darle el golpe de gracia. Pero por su perfil, iba a matarlos con armas de energía.
No tenía sentido. Los habían estado machacando durante casi cuarenta minutos sin arrancarles ni un solo misil como respuesta. Tenía que saber que podía seguirla por estribor.
Y continuar bombardeándola sin que la nave que tenía bajo su mando corriera ningún riesgo, ¿entonces por qué…?
¡El drone! Habían identificado el drone y quería acabar con el Viajero antes de que el Artemisa se le escapara del todo. Era lo único que tenía sentido y habría tenido sentido para Honor si hubiera estado en su lugar. Pero igual que ella se habría equivocado, el otro también se equivocaba.
—Muy bien —dijo, y su voz de soprano fue un viento frío que ahogó las chispas de pánico que aquel único disparo devastador había prendido—. Viene a por nosotros y vamos a sufrir, pero ni siquiera se imagina la clase de armamento de energía que tenemos nosotros. Jenny, al parecer vamos a tener la oportunidad de poner en práctica el plan de fuego Ala de Halcón, después de todo.
—A sus órdenes, patrona —dijo Jennifer Hughes, cuyo miedo había desaparecido con un gruñido ávido de anticipación. Sabía que el Viajero no solo iba a sufrir, la nave Q jamás sobreviviría a un tiroteo a quemarropa con armas de energía en el que el contrincante era un crucero de batalla de clase Sultán. El repo tenía dieciséis equipos de energía (dieciocho, contando con los perseguidores de los flancos) y veinte tubos de misiles en cada flanco, mientras que el Viajero solo tenía ocho gráseres y solo le quedaban nueve tubos en el flanco más fuerte. Pero el carguero remodelado contaba con las mismas armas que un superacorazado, y los repos no lo sabían.
—Se dispone a cruzarnos por la popa si mantenemos el rumbo —continuó Honor, hablando tanto para Cardones y el suboficial O’Halley como para Hughes—. Rafe, conecte el timón a su puesto; lo quiero a usted de reserva si perdemos el control primario. Mantendremos el rumbo hasta que no tengan más salida y entonces quiero un viraje brusco a estribor. Lo más brusco que pueda, jefe. Quiero nuestro flanco de estribor sobre ellos cuando nos pase por debajo y luego quiero atajar justo por su popa y salir por su falda. ¿Está claro? —Cardones y O’Halley asintieron y Honor se dio la vuelta para mirar a Hughes.
»Fije bien la mira, Jenny —dijo en voz baja—. Solo tenemos una pasada.
* * *
—Sigue manteniendo el perfil —dijo Pacelot. Holtz asintió. Era otra señal de los apuros de la nave Q. Si le quedara algo en alguno de los flancos, habría rodado para presentarle el flanco en cuestión a la proa de la cuña del Achmed cuando Holtz se abalanzó sobre ella. Sin duda, el capitán de la nave manti esperaba continuar subiendo para dibujar un arco y mantener el techo de su cuña hacia el Achmed cuando el crucero de batalla pasara por debajo, y quizá hasta consiguiera salirse con la suya. No era muy probable, dada la diferencia de masas, pero incluso si la nave Q se las arreglaba para esquivar la primera pasada, la clase de combate aéreo de giros y fintas que se produciría solo podía favorecer al crucero de batalla, mucho más maniobrable. Antes o después, y más bien antes, el Achmed encontraría la única abertura que necesitaba para reducir un casco mercante a chatarra
—Entraremos como estaba planeado, Helen —dijo con tono forzado y los ojos le ardieron con la necesidad de vengar al Kerebin.
—Aquí vienen —dijo Honor con voz suave, casi tranquilizadora. Observó que el radio de acción se reducía a toda velocidad, observó que el crucero de batalla empezaba a rodar para apuntar con el flanco de estribor. Después levantó la cabeza y miró al jefe O’Halley y a Rafe Cardones, y supo que la última maniobra de su carrera iba a ser perfecta… aunque no quedara nadie para recordarla.
De ninguno de los bandos.
—Muy bien —canturreó—. Preparados… Liiistos… ¡Ahora!
El Achmed se precipitó sobre ellos con un rugido al tiempo que Kendrick O’Halley tiraba de la palanca hacia atrás y viraba la nave a la derecha, de golpe. El Viajero se sacudió como una bestia enloquecida, como si la propia nave luchara por escapar de la destrucción. Pero respondió al timón, se escoró, rodó y apuntó el lado de estribor hacia su enemigo en el mismo instante en que las armas del Achmed lo señalaban.
Durante un instante congelado de eternidad, ambas naves tuvieron un blanco claro ante ellas y en ese mismo instante se activaron los planes de fuego programados en dos ordenadores diferentes.
Ningún sentido humano podría haberse enfrentado a lo que ocurrió a continuación; no hay cerebro humano que pudiera haberlo distinguido. El alcance era de apenas doce mil kilómetros y los misiles, láseres y gráseres lanzaron una granizada de destrucción a través de aquel diminuto abismo de vacío como demonios enfurecidos.
El Achmed se tambaleó cuando un primer gráser le reventó el flanco protector sin esfuerzo. Los lados de la nave contaban con más de un metro de blindaje, la aleación más resistente de cerámica y compuestos que había aprendido a forjar el hombre y el gráser lo atravesó con una facilidad desdeñosa. Unos fragmentos enormes salieron despedidos de la horrenda herida y el movimiento relativo convirtió lo que debería haber sido una única perforación en una cuchillada enorme y abierta. Le abrió el costado como un cuchillo de carnicero que abre un tiburón y por la brecha brotó el aire, los escombros y los seres humanos como un ciclón, con un aullido clamoroso.
Pero ese fue solo uno de los ocho gráseres que había y todos ellos provocaron impactos directos. En el crucero de batalla a nadie se le hubiera ocurrido que un navío mercante reformado podría contar con semejantes armas. Sus circuitos de comunicación eran una cacofonía de gritos (de agonía, de conmoción, de terror) a medida que la furia del Viajero la despedazaba como un juguete, y después, los misiles de la nave Q entraron a bombardearla, golpeándola una y otra vez con láseres impulsados por bombas que completaron el horrendo trabajo de los gráseres Las dársenas de armas estallaron en mil pedazos, las subidas de tensión se volvieron locas, las líneas de control crepitaron, se dispararon y estallaron. La sala del propulsor delantero explotó en mil pedazos cuando un gráser se clavo directamente en sus generadores y la explosión estrello cien metros de casco blindado contra los restos destrozados. Las tres centrales eléctricas se desactivaron de forma automática y las puertas de emergencias se cerraron de golpe por toda la nave. Pero en demasiados casos no había nada que esas puerta, de emergencia pudieran sellar ni aire que pudieran proteger, los gráseres del Viajero habían atravesado todo el casco hasta salir por el lado contrario y la nave giraba sin control, convertida en una masa moribunda e indefensa.
Pero no murió sola.
El Viajero había disparado una fracción de segundo antes que el Achmed, pero solo una fracción de segundo, y, al contrario que el Achmed, la nave manticoriana no tenía blindaje ni espacios divididos en compartimentos. Era una simple nave mercante, una piel fina que rodeaba un enorme vacío donde llevar la cargo y no había reforma que pudiera cambiar aquello. Las armas que sobrevivieron y le desgarraron el casco eran mucho más ligeras que las que habían destripado al Achmed pero seguían siendo atrozmente eficaces contra un objetivo tan vulnerable.
El lado de estribor quedó destrozado desde el Armazón Treinta y Uno de popa hasta el Armazón Sesenta y Cinco. Las dársenas vacías de las NAL se quebraron como vidrios estallando bajo un tacón encolerizado. Los polvorines Dos y Cuatro quedaron desgarrados junto con todos los tubos salvo los de Misiles Dos. Seis de los ocho gráseres explotaron y se llevaron a casi todo el personal que los manejaba con ellos. Un láser penetró en el corazón del casco y destruyó Fusión Uno para luego atravesar el calabozo, donde Randy Steilman y sus compañeros nunca llegarían a juicio; otro penetró directamente en el propio puente de mando. El golpe y la conmoción serraron el puente con su locura, los mamparos y los trozos del casco se rasgaron como un tejido vivo y un huracán furioso arrancó a Jennifer Hughes del sillón que ocupaba en el puente a pesar del armazón antiimpactos y la lanzó al espacio. Nadie encontraría jamás su cuerpo, pero eso ya casi carecía de importancia ya que la ola gigantesca de atmósfera la aplastó contra el borde de la brecha del casco y le destrozó el casco al instante. John Kanehama chilló por su intercomunicador cuando una lanza de aleación voladora lo empaló; al suboficial mayor O’Halley lo partió por la mitad una astilla tan alta como él y Aubrey Wanderman vomitó en su casco cuando esa misma astilla atravesó su propio equipo de control y destrozó a Carolyn Wolcott y al teniente Jansen.
Esa bolsa de infierno se repitió una y otra vez por todo el inmenso casco del Viajero. Trozos enteros de la nave explotaron y se clavaron en las personas que habían evitado el fuego del Achmed, como si la nave moribunda quisiese vengarse de la tripulación que la había llevado a aquello; la Viajero se desplomó tambaleándose con los motores destrozados, los hipergeneradores destruidos y ochocientos muertos y moribundos en sus destrozados compartimentos.