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Honor Harrington se obligó a permanecer sentada, inmóvil, mientras la iban invadiendo los informes de daños. Una parte de ella estaba horrorizada por lo que acababa de hacer, pero un crucero de batalla de clase Sultán era demasiado peligroso para andarse con tonterías. Había tenido que eliminarlo con la primera andanada, incluso sabiendo que semejante exceso de fuego prácticamente garantizaba que no habría ningún superviviente en su objetivo, así que acababa de convertir a dos mil personas en plasma sin darles la menor oportunidad.

Pero el repo no había caído sin devolver el golpe. La única andanada que había disparado había enviado veinte misiles hacia el Viajero y el Artemisa, y la proximidad del crucero civil había obligado a Honor a convertir su nave en un objetivo incluso más fácil. Si cualquiera de esos misiles hubiera ido a por el Artemisa y hubiera traspasado las defensas, podría haber destruido la nave civil sin dificultad y con ella los mismos civiles por los que estaba luchando Honor. Así que había interpuesto al Viajero justo en la popa del crucero y había absorbido de forma deliberada la venganza del moribundo Kerebin. El personal de la sección de Defensa lo había hecho muy bien, pero la nave jamás había contado con la defensa puntual de una nave de guerra así que los habían alcanzado ocho cabezas láser.

—Tenemos noventa y dos muertes confirmadas hasta ahora, patrona —dijo Rafe Cardones con tono duro—. La enfermería informa de más de sesenta bajas más y siguen entrando.

—¿Daños materiales?

—Hemos perdido los gráseres Uno, Tres y Cinco del flanco de babor —dijo Tschu desde el Centro de Control de Daños—. Misiles Uno y Siete también han desaparecido y el Cinco y el Nueve solo están disponibles con control local. Las dársenas de lanzamiento de NAL Uno son siniestro total, pero al menos estaban varias. Gravitatónica Dos ha desaparecido, he perdido tres generadores de flancos protectores, también del flanco de babor y el propulsor Dos ha perdido un nodo beta.

—Patrona, se informa de función negativa en la Bodega Uno —añadió Jennifer Hughes con tono urgente, y Honor sintió que se le hacía un nudo en el estomago.

—¿Harry?

—Lo estoy comprobando. No tenemos constancia de ningún fallo en los raíles, pero… —El ingeniero se interrumpió y soltó sin ruido una silenciosa maldición—. Me corrijo. Hay constancia de un fallo, solo que no es con el sistema de lanzamiento. —Estudió los monitores y después sacudió la cabeza—. Los raíles siguen conectados, patrona, son las puertas de la bodega. El impacto en el anillo propulsor posterior debe de haber mandado una subida de tensión a través de la línea eléctrica. La puerta de babor se ha cerrado a medias, sin terminar el ciclo y la de estribor está igual.

—¿Podemos volverlas a abrir?

—No a corto plazo —dijo Tschu con tono lúgubre. Introdujo una orden en el panel, después lo intentó con una segunda e hizo una mueca—. Al parecer se pararon ahí porque se les quemaron los motores. En la puerta de babor podrían ser solo los sistemas de control, no puedo saberlo con certeza con los controles remotos, pero la puerta de estribor está quemada, sin duda. Si en la de babor son los controles, puede que podamos apañar unas líneas nuevas y abrirla otra vez. Con eso tendría dos raíles de lanzamiento despejados, pero ese impacto destrozó medio casco y no tengo ningún visual superviviente de esa zona que me diga cuántos escombros hay por el medio. Las reparaciones van a llevar por lo menos una hora, suponiendo que sean posibles. —La miró a los ojos directamente desde la pequeña pantalla de comunicaciones de la capitana—. Lo siento, patrona. No puedo hacer nada más.

—Comprendido. —La mente de Honor se disparó. Su nave era de una lentitud patética comparada con la nave de guerra repo que seguía abalanzándose sobre ella y los brutales daños que había recibido el flanco de babor reducían su potencia de fuego a corto alcance en una cuarta parte; además, las puertas bloqueadas de la bodega le impedían desplegar los lanzamisiles. Incluso si Tschu tenía tiempo de abrir otra vez la puerta de babor, su nave habría perdido dos terceras partes de la capacidad de fuego de largo alcance. Sus posibilidades de sobrevivir contra una nave de guerra normal que se internase en el radio de acción de sus misiles eran casi nulas y, como acababa de demostrar el primer crucero de batalla repo, hasta una nave que consiguiera eliminar con sus misiles podía llevarse al Viajero con ella.

Todavía tenía el segundo escuadrón de NAL (por eso había expuesto el lado de babor en lugar de las dársenas de lanzamiento de estribor) y en la Selker podía utilizarlas. Con el apoyo de las naves ligeras estaba dispuesta a enfrentarse a un crucero pesado incluso sin los lanzamisiles, pero no bastarían contra un crucero de batalla. Aunque se las arreglara para destruir algo de ese tamaño, haría trizas al Viajero de tal modo que cualquier otra nave de guerra de los repos la tomaría sin dificultad.

—Tengo al habla a la capitana Fuchien, patrona —informó Fred Cousins, y Honor se despejó al momento. Contuvo a Cousins con una mano el tiempo suficiente para mirar a Jennifer Hughes a los ojos.

—¿Cuánto tiempo tenemos antes de que se nos echen encima los repos?

—Supongo que podremos mantenernos alejados de ellos unas tres horas más —respondió Hughes—. No sé lo que le pasó al crucero pesado, frenó un poco y se desvaneció del gráfico hace veintiséis minutos pero el segundo Sultán se acerca a toda velocidad. Lo más seguro es que nos tenga en modo pasivo y con la velocidad que mantiene, terminará alcanzándonos con el tiempo.

Honor respiró hondo cuando sus opciones se clarificaron con una sencillez brutal. No sería un crucero pesado cuando llegara el ataque, pensó con aire lúgubre, después le hizo una seña a Cousins.

—Póngame con la capitana Fuchien —dijo, y la cara de Margaret Fuchien sustituyó a la de Tschu en la pantalla de comunicaciones.

—Gracias, ¿capitana…? —dijo la patrona civil y Honor esbozó una sonrisa sesgada. Lo cierto era que no había habido tiempo para presentaciones oficiales hasta entonces.

—Harrington, del crucero mercante armado de su majestad Viajero.

Los ojos de la otra mujer se abrieron como platos, pero después sacudió la cabeza como si quisiera espantar una mosca molesta.

—¿Cuál es su situación, lady Harrington? —preguntó. Sus sensores habían captado el halo de atmósfera y vapor dé agua que indicaba una ruptura masiva en el casco, y los mecanismos ópticos mostraban los grandes agujeros abiertos en él flanco y la zona de babor del Viajero.

—Tenemos por lo menos ciento cincuenta bajas —dijo Honor con tono inexpresivo—. He perdido un tercio del costado de babor y la mayor parte del potencial de misiles. Estamos intentando recuperar los lanzamisiles, pero no tiene buena pinta. Si está pensando que podemos enfrentarnos a ellos, me temo que se equivoca.

Honor sintió el silencio que cruzaba todo su puente de mando cuando lo dijo Era algo que ya sabían todos, pero oírselo admitir a su capitana en voz alta lo hacía irreversible, y eso despertó ecos en las mentes de todos. La boca de Fuchien se apretó con fuerza en la pantalla de comunicaciones, después cerró los ojos un momento.

—Entonces, mucho me temo que tenemos un problema muy serio, milady —dijo en voz baja—. Mi hipergenerador ha sufrido daños muy graves. No puedo subir más y mi índice de transición descendente se ha reducido en un ochenta por ciento, más o menos. Si lo presionamos más, es muy probable que el sistema entero se nos desmorone. Lo que significa que tampoco podemos huir de ellos.

—Ya veo. —Honor se recostó y se obligó a no mostrar ninguna emoción mientras un Nimia embutido en su traje malla se acurrucaba en el respaldo de su sillón. El vínculo que la unía al felino le transmitía el miedo de la tripulación del puente (y la disciplina que lo mantenía a raya); Honor se frotó una ceja y se obligó a pensar—. En ese caso… —empezó a decir cuando otra voz irrumpió de repente en el circuito.

—¡Soy Klaus Hauptman! —le soltó—. Su hipergenerador no está dañado, ¿por qué no puede acoger a nuestros pasajeros en su nave?

Honor apretó los labios y la expresión de sus ojos se endureció. La presencia de Hauptman a bordo del Artemisa era una autentica sorpresa, pero la repentina intrusión era tan típica de él que a la capitana le apeteció arrearle un puñetazo.

—Estoy hablando con la capitana Fuchien —dijo con frialdad—. ¡Despeje este canal de inmediato!

—¡Ni hablar! —le contestó de golpe Hauptman, pero después se detuvo. Honor casi podía verlo contener el genio y su voz era un unto más serena cuando continuo—. Mi presencia en este canal no le impide hablar con la capitana Fuchien —dijo—, y mi pregunta sigue en pie. ¿Por qué no puede sacarnos usted de aquí?

—Porque —dijo Honor con una precisión gélida— la capacidad nominal de nuestros sistemas de soporte vital es de tres mil individuos. Todavía tenemos mil novecientas personas a bordo y nuestros sistemas medioambientales también han resultado dañados. Dudo que tenga suficiente capacidad a largo plazo para mi propio personal, y mucho menos para todos los presentes en su navío. ¡Y ahora o bien despeja este canal o mantiene la boca bien cerrada, señor!

El rostro de Klaus Hauptman se tiñó de rabia, pero cerró la boca de golpe y luego levantó los ojos de la pantalla de comunicaciones en blanco para mirar a su hija. Nadie más habría reconocido el miedo que se ocultaba tras la expresión controlada de Stacey, pero él la conocía muy bien. Casi podía sentir aquel miedo y dentro de él todo le gritaba que le chillara a Harrington, que la amenazara, que la intimidara, (¡que la sobornara si era necesario!) para que pusiera a su hija a salvo. Pero hubo algo en los ojos de Stacey que congeló las amenazas y los sobornos en los labios de su padre y una sensación ardiente y sorda de vergüenza que el magnate no terminaba de entender se mezcló con la rabia cuando volvió a mirar el intercomunicador.

—Y ahora, capitana —continuó Honor con más calma—. ¿Qué tal está su sistema de soporte vital?

—Intacto —dijo Fuchien; solo una ligera sonrisa carente de humor traicionaba su reacción al modo que había tenido Honor de cortar a su jefe—. Hemos perdido tres nodos beta, algunos de los botes salvavidas y un diez por ciento de nuestra defensa puntual, pero aparte de eso y del hipergenerador, no estamos en mala forma. Hasta ahora.

—¿Cuál es su lista de pasaje?

—Vamos ligeros. Tengo unos dos mil setecientos, además de la tripulación.

—Comprendido. —Honor se frotó la punta de la nariz y sintió los bigotes de Nimitz, que le rozaron con suavidad la nuca al tiempo que el apoyo del felino la inundaba, después asintió.

—Muy bien, capitana, esto es lo que vamos a hacer. Voy a transferir a todo el personal no esencial a su nave, dado que usted cuenta con soporte vital para atenderlos. Después…

—¡Espere un momento! —La interrupción explotó en labios de Klaus Hauptman casi contra su voluntad—. ¿Qué quieres decir con eso de transferir personal a esta nave? ¡Por que…!

—¡Señor Hauptman, guarde silencio! —soltó Honor—. ¡No tengo tiempo ni paciencia para aguantar sus interrupciones, señor!

El silencio restalló durante un segundo eterno; después. Honor volvió a dirigirse a Fuchien, cuyo rostro comenzaba a dar señales de entenderlo todo En su camarote, Klaus Hauptman maldijo con un veneno amargo y silencioso furioso por el tono de la capitana. Pero entonces levantó la cabeza y miró otra vez a Stacey y en esa ocasión vio algo más en sus ojos aparte del miedo. Vio., decepción, y después, la joven apartó los ojos de él sin decir ni una sola palabra

—Como ya he dicho, tengo intención de trasladar a todo el personal no esencial a su nave —continuó Honor—. También voy a desplegar seis NAL para apoyarlos y cubrirlos. En cuanto se complete el traslado, tanto usted como las NAL desconectarán todas las emisiones. Todas, capitana Fuchien. Quiero que su nave se convierta en un agujero en el espacio, ¿me entiende?

—Sí. —La palabra que salió de la boca de Fuchien era casi un susurro y Honor se obligó a sonreír.

—Antes de que lo desconecte todo, desplegaré un drone GE programado para ajustarse a sus emisiones. El Viajero se separará de ustedes y se llevará el drone con él. Con un poco de suerte, los repos creerán que seguimos juntas y la dejarán a usted en paz. En cuanto esté segura de que así es, quiero que empiece a hacer una transición descendente gradual. Baje al espacio-n y quédese allí diez días al menos. ¡Diez días, capitana! Repare su generador y ponga tanto espacio como pueda entre usted y este volumen de espacio-h antes de volver al hiperespacio.

—¡Cobarde! —siseó Klaus Hauptman. Ya estaba fuera de control y lo sabía y se avergonzaba, pero no podía evitarlo. No temía por él, era el temor por su hija lo que impulsaba—. ¡Ni siquiera va a intentar defender esta nave! ¡Se va a limitar a huir con la esperanza de que a nosotros no nos vea nadie! ¡Nos está abandonando para salvar ese pellejo falto de…!

—¡Papá, cállate de una vez! —Hauptman giró en redondo y le dio la espalda al intercomunicador porque aquella voz gélida no era la de Honor Harrington. Era la de Stacey y sus ojos llameaban con una furia que Klaus jamás había visto en ella.

—Pero va a…

—Va a morir por ti, papá —dijo Stacey Hauptman con voz acerada—. ¡Con eso tendría que ser suficiente hasta para ti!

Hauptman se tambaleó, herido como nadie lo había herido hasta entonces y se le encogió el alma al ver la expresión de su hija.

—Pero… —Tragó saliva—. Pero eres tú la que me preoc… —empezó otra vez, pero Stacey se limitó a estirar la mano junto a él y desconectar el intercomunicador con una palmada. Después le dio la espalda y salió del camarote de su padre sin decir nada.

—Ha desconectado, milady —dijo Fuchien en voz baja—. Lo siento mucho. Lo último que le hace falta es esa clase de…

—No se preocupe. —Honor sacudió la cabeza y después miró a Rafe Cardones—. Comience el traslado. Quiero a todos los heridos y a todos los miembros prescindibles de esta tripulación a bordo de esa nave dentro de treinta minutos. Asegúrese de que los acompañan el Dr. Holmes y todos nuestros prisioneros de guerra.

—Sí, señora —Cardones asintió con brusquedad y su capitana volvió a mirar a Fuchien.

—Haremos todo lo que podamos para hacer que sigan. ¿Qué tal sus sensores?

—Tenemos el mismo equipo electrónico con el que empezaron la guerra los cruceros de batalla de la clase Homero y hemos recibido la mayor parte de las actualizaciones de la Fase Uno y la Dos, incluyendo los señuelos y los drones GE todo salvo los sistemas furtivos y la comunicación FTL. Esos eran demasiado secretos.

—¿Tanto tienen? —Honor estaba impresionada y se volvió a frotar la punta de la nariz—. Es mejor de lo que me esperaba. Entonces debería tener una ventaja considerable sobre los repos.

—Lo sé —dijo Fuchien—. Debieron de estar a cubierto bajo una EmVel absoluta hasta que nos tropezamos con ellos de bruces. Y si no lo estaban, debería haberlos visto el Ala de Halcón aunque nosotros no…

—¿Qué ha dicho? —Fuchien frunció el ceño, sorprendida, ya que la cara de Honor se había quedado de repente blanca como el papel—. ¿Ha dicho el Ala de Halcón? —preguntó con dureza.

—Sí, milady. El Ala de Halcón, el comandante Usher. ¿Conocía… conocía usted al comandante?

—No. —Honor cerró los ojos y se le dispararon las aletas de la nariz. Después sacudió la cabeza—. No —repitió en voz muy baja—, pero conocía al Ala de Halcón. Fue mi primer destino al mando de una nave con hipercapacidad.

—Lo siento, milady —dijo Fuchien con suavidad—. No sé que… —Le tocó a ella sacudir la cabeza—. Sé que no es mucho, milady, pero esa nave y el comandante Usher son la única razón de que nosotros tuviéramos alguna posibilidad de huir. Mi oficial táctica… no cree que hubiera ningún superviviente.

—Ya veo. —Honor había comandado cinco naves estelares. La segunda la habían convertido en chatarra, la primera la habían destruido y la última estaba a punto de morir con ella. Se permitió tomarse un momento más para llorar la pérdida de la nave que en cierto momento había supuesto el universo entero para ella y después volvió a abrir los ojos y su voz de soprano habló con calma y firmeza—. De acuerdo, capitana. Voy a trasladar a su nave al menos a uno de mis cirujanos y tantos auxiliares como pueda enviarle, además de a todos mis heridos. ¿Tiene las instalaciones necesarias para ocuparse de ellos?

—Puede estar segura de que montaremos esas instalaciones, milady.

—Gracias. Y ahora las NAL. Son un modelo nuevo y las seis seguramente podrían enfrentarse a un crucero pesado por usted si es necesario. Pero no tienen hipergeneradores ni velas Warshawski. No pueden entrar en una ola gravitaciónal, tendrá que acoger a sus tripulaciones y destruirlos cuando empiece a realizar la transición.

—Entonces debería llevárselas con usted —dijo Fuchien—. Sí de todos modos nosotros vamos a huir al espacio-n y son lo bastante potentes como para ser tan útiles…

—No son lo bastante potentes como para marcar la diferencia contra un crucero de batalla —dijo Honor y las palabras eran una admisión tácita de la verdad que sabían ambas mujeres—. Quedarían destruidas en cualquier caso y al menos de este modo usted contará con cierta cobertura si tropieza con ustedes otro repo. —Y al menos yo puedo sacar a su personal vivo de aquí.

—Yo… —empezó a decir Fuchien, después se detuvo—. Tiene razón, por supuesto —dijo en voz baja.

—Me alegro de que esté de acuerdo. —Honor se permitió esbozar una breve sonrisa—. Pues creo que eso es todo, y tengo que ocuparme de algunas cosas aquí Solo le pediré una última cosa, si me lo permite.

—Lo que quiera, milady.

—Por favor, prepárese para recibir una transferencia de datos para el Almirantazgo. Me gustaría que el primer lord supiera lo que hemos logrado aquí antes de… —Honor se encogió de hombros.

—Por supuesto, milady. Se lo entregaré en persona. Tiene usted mi palabra

—Gracias. —El gráfico de Honor mostró las NAL que despegaban del lado de estribor, que seguía intacto y las primeras pinazas y cúteres que se movían hacia el Artemisa. Las lanzaderas del crucero civil también estaban despegando para contribuir al traslado. Honor asintió.

»En ese caso, capitana Fuchien, pongámonos a trabajar —dijo en voz baja, e interrumpió las comunicaciones.

* * *

El frenético flujo de personal entre el Viajero y el Artemisa se produjo a velocidad de vértigo, cada vez les quedaba menos tiempo y el margen era crítico. A pesar de la presión, Rafael Cardones y Scotty Tremaine consiguieron imponer un orden draconiano en el traslado y la lista de evacuados que había elaborado Cardones según las órdenes de Honor era inflexible.

Los tres ayudantes de John Kanehama fueron trasladados, ya que las maniobras de huida a cubierto que debía realizar el Artemisa iban a requerir toda la ayuda de astronavegación que pudieran conseguir. También se fueron Fred Cousins y todo su departamento, el Viajero ya no tendría a nadie con quien comunicarse una vez que se separaran del Artemisa. Harold Sukowski y Chris Hurlman se fueron, al igual que todos los oficiales del Vaubon que se habían rendido. Los especialistas en hidroponía, los auxiliares médicos de sobra y los marines que no se iban a necesitar en los grupos de abordaje también se fueron. Los oficiales de logística y los empleados del almacén, los soldados encargados de las señales y los intendentes, los oficiales de personal y los cocineros… cada ser humano que no fuera imprescindible para luchar por la nave o para reparar sus daños se fue y si bien sintieron alivio al ver que salvaban la vida, a todos y cada uno los consumía también la culpa por dejar allí a sus compañeros.

Pero no todos los que estaban en la lista se fueron.

El cabo de mar Thomas estaba muerto, así como su ayudante principal y ninguno de los miembros supervivientes de la fuerza policial del Viajero se le ocurrió comprobar el calabozo. A Randy Steilman, Jackson Coulter, Elizabeth Showforth, Ed lllyushin y Al Stennis les habían proporcionado trajes malla cuando la nave entró en combate, pero continuaban confinados en sus celdas que, de todos modos, estaban ubicadas en el corazón de la nave, un lugar más seguro que casi cualquier otro de la misma, y los trajes del calabozo no contaban con intercomunicadores… lo que significó que nadie escuchó sus gritos para que los liberasen.

Se suponía que Scotty Tremaine debía irse, junto con Horace Harkness. No habría necesidad de un departamento de Operaciones de Vuelo una vez que se fueran todas las pinazas salvo dos y cuando no iba a haber ninguna NAL presente, pero ni Tremaine ni Harkness tenían intención de dejar la nave, y Tremaine envió a dos de los pilotos regulares de pinazas y a su ingeniero de vuelo en su lugar.

También se suponía que debía irse Ginger Lewis. La joven seguía en la lista de turnos restringidos, pero sabía que Harold Tschu iba a necesitar todas las manos disponibles para intentar desbloquear las puertas atascadas de la bodega. Así que hizo caso omiso de la orden de subir a bordo de la pinaza y le cedió su sitio a un técnico informático de veintidós años y en su primer destino; después se dirigió, limada y pálida, a la Central de Control de Daños.

Yoshiro Tatsumi fue otro de los que rechazaron la oportunidad de escapar. Lo habían destacado para que acompañara al Dr. Holmes, pero, sin decir nada, intercambió su lugar con otro auxiliar médico. La Dra. Ryder había estado a su lado cuando la había necesitado, ahora era ella la que lo necesitaba a él.

Hubo otros hombres y mujeres que tomaron la misma decisión y le dieron la espalda a la oportunidad de volver a casa. En algunos casos fue valentía, en otros desafío, pero en todos era también lealtad. Lealtad para con su nave, para con sus compañeros, para con los oficiales y su obligación y, sobre todo, para con su capitana. Honor Harrington los necesitaba y ellos se negaron a abandonarla.

* * *

Klaus Hauptman permanecía sentado en su camarote, encorvado en un sillón repleto de cojines, ocultando la cara entre las manos mientras lo embargaba la vergüenza. No la ira que con tanta frecuencia lo empujaba, la vergüenza. Una vergüenza amarga y cortante. Ese tipo de vergüenza que se arrastra por el interior de un hombre y lo destruye. Una parte de él sabía que había sido el terrible miedo que sentía por la seguridad de su hija lo que lo había empujado a desafiara Honor Harrington, lo que lo había hecho despotricar contra ella y maldecirla, pero eso no le ofrecía ningún consuelo, ningún escudo contra la conmoción herida, la incredulidad de que él pudiera hacer semejante cosa que había visto en los ojos de Stacey. La única persona del universo cuya buena opinión le importaba de verdad había mirado en su alma y se había apartado de lo que había visto allí; Hauptman sintió que los ojos le ardían con unas lágrimas que por alguna razón se negaba a derramar.

Pero detrás de la mirada de los ojos de Stacey estaba el desdén frío que había oído en la voz de Harrington. No era la primera vez que lo oía, pero esa vez lo merecía. Lo sabía y era incapaz de decirse lo contrario. Y al enfrentarse aquella amarga verdad, Klaus se vio obligado a enfrentarse también a los recuerdos que tenía de su anterior encuentro. Se vio obligado a admitir, quizá por primera vez en su vida adulta, que se había mentido a sí mismo. Él, que siempre había pensado que podía enfrentarse a sí mismo sin parpadear, ya no estaba tan seguro. Harrington también había tenido razón aquella primera vez pensó con una mueca desdichada. Había tenido razón al rechazar la presión que había intentado ejercer él, había tenido razón al despreciarlo, incluso había estado en lo cierto al amenazar a un hombre capaz de rebajarse hasta el punto de amenazar a sus padres solo porque lo embargaba la cólera, el resentimiento y el orgullo herido. Un hombre capaz de hacer eso sin ni siquiera darse cuenta de lo despreciable que era, porque tales consideraciones no significaban nada al lado de la rabia del momento.

Se quedó allí sentado, a solas con la ácida realidad de lo que era, y toda su riqueza, poder, posición y logros no pudieron defenderlo contra sí mismo.

* * *

Harold Sukowski bajó con celeridad por el tubo de embarque equipado con generadores de gravedad de la nave de pasajeros, rodeaba con un brazo protector a Chris Hurlman. La comandante ya se había recuperado por completo de sus heridas físicas durante el tiempo que había pasado a bordo del Viajero y había ido dejando atrás las heridas psicológicas, mucho más de lo que Sukowski habría creído posible. Pero seguía estando frágil, seguía faltándole aquel humor duro y temerario que Harold le había conocido durante tantos años, así que la mantuvo junto a él, quiso protegerla de cualquier contacto fortuito en el caos que los rodeaba.

Margaret Fuchien había encargado a los sobrecargos y todos los tripulantes que pudo encontrar que guiaran la afluencia de refugiados. Era esencial que se despejaran las galerías de las dársenas de botes lo antes posible y el personal del Artemisa hizo todo lo que pudo para que los evacuados siguieran moviéndose sin detenerse. Pero se produjo un atasco en el flujo cuando Sukowski y Hurlman salieron del tubo tras Shannon Foraker. A todos los prisioneros de guerra del Viajero los habían enviado juntos, con un único marine para acompañarlos; la cabeza de Sukowski se alzó de inmediato cuando vio la rabia instantánea que aparecía en los rostros de los guías que los aguardaban. La rabia se convirtió con igual rapidez en odio, odio por las personas que vestían el uniforme de la Armada que acababa de destruir al Ala de Halcón y había matado a treinta de sus compañeros; el sobrecargo jefe que estaba a cargo del grupo abrió la boca con el rostro crispado de ira. Pero Sukowski dio un rápido paso al frente y se interpuso entre Warner Caslet y Denis Jourdain, a la cabeza de los prisioneros, y miró al otro con dureza.

—Ni se le ocurra abrir la boca —le dijo al sobrecargo con tono frío y mordaz. El hombre tuvo un espasmo de confusión cuando aquel hombre mutilado y con el rostro lleno de cicatrices, vestido con ultraje malla liso, le hablo con voz dominante y gélida; después, Sukowski se adelanto antes de que el otro pudiera continuar—. Soy el capitán Harold Sukowski —dijo con la misma voz fría y en los ojos y en los ojos del sobrecargo hubo un destello cuando reconoció al cuarto capitán con mas rango de su naviera—. Estas personas me salvaron la vida, a mi y a mi primer oficial; nos salvaron de los carniceros que tomaron el Buenaventura en Tecmac. También ejecutaron a todos y cada uno de los cerdos que nos tenían retenidos y después perdieron su nave al intentar salvar a otro navío manticoriano —No dio el nombre exacto del navío. No importaba, y además, Caslet y Jourdain tampoco lo sabían al acudir al rescate de Viajero—. Y usted los va a tratar con respeto, sobrecargo jefe. ¿Esta claro?

—Eh… ¡Si señor! —balbuceó el sobrecargo—. ¡Como diga señor!

—Bien. Y ahora vamos a salir de aquí para despejar esta galería.

—Sí, señor. ¿Si el capitán y… y sus amigo, tienen la bondad de seguirme, por favor?

El hombre se los llevó y Sukowski sintió una mano en el hombro. Se volvió y vio a Caslet mirándolo y los ojos de los dos hombres se encontraron con una sonrisa compartida y desolada de comprensión… y dolor.

* * *

—Último bote, patrona —anunció Cardones. El primer oficial estaba ronco de dar órdenes y Honor levantó la vista y asintió tras interrumpir un segundo la reunión que mantenía con Jennifer Hughes. Se tomó un momento para lanzar una mirada angustiada al respaldo de su sillón de mando, con el deseo desesperado de haber enviado a Nimitz a la otra nave. Pero el felino no la habría abandonado, como Samantha jamás habría abandonado a Harold Tschu e igual que Honor jamás lo habría abandonado a él. Podría haber hecho que se lo llevaran por la fuerza, pero había sido incapaz. No podía, y al menos Nimitz estaba en mejores condicione que Samantha. Él tenía su traje malla. Tschu no había podido permitirse adquirir uno y había tenido que conformarse con un módulo de soporte vital normal. Pero al menos Honor había podido hacer algo sobre eso. Todavía tenía el modelo de lujo que le había comprado a Nimitz antes de que Paúl le diseñara el traje a su felino (el que tenía la armadura antirradiación incorporada y el soporte vital prolongado) y había insistido en que Tschu llevara a Samantha a las dependencias de la capitana y la instalara en ese módulo, más protegido.

Tampoco es que al final la diferencia fuera a ser tan grande, pensó con aire lúgubre.

—¿Cuándo podemos separarnos? —preguntó.

—Cuando quiera, patrona. —La sonrisa de Cardones era un lúgubre como la sensación que experimentaba Honor—. No está programado el regreso de ese bote. Nos quedan solo dos pinazas… y las cápsulas salvavidas, por supuesto.

—Por supuesto —asintió Honor con el espectro de una auténtica sonrisa, después volvió a marcar el código de la Central de Control de Daños.

—CCD, suboficial mayor Lewis.

—¿Lewis? ¿Qué está haciendo ahí abajo? —preguntó Honor, sorprendida.

—El comandante Tschu tiene a todo bicho viviente que le sobra en la Bodega Uno, señora, incluyendo al teniente Silvetti. Yo solo les estoy cuidando el chiringuito —dijo Ginger entendiendo mal la pregunta adrede, los labios de Honor se plegaron en una pequeña y triste sonrisa.

—Está bien, suboficial mayor. Dígame cómo les va.

—Los motores de estribor están congelados, es definitivo, señora —dijo Lewis con viveza—. Están deshechos y van a necesitar que los sustituyan enteros. Dos de los motores de babor siguen operables y el tercero puede que lo esté, pero han volado todas las líneas de control entre el marco siete-nueve-dos y las láminas de popa. Ahora mismo están montando nuevos cables, pero tienen que quitar los escombros para meterlos y dos de los lanzamisiles se han soltado del raíl número Cuatro. Van a tener que sujetarlos antes de que puedan meterle mano siquiera a esa parte del problema.

—¿Algún cálculo de tiempo?

—El ingeniero jefe calcula que un mínimo de noventa minutos, señora.

—Comprendido. Dígale que siga trabajando.

—A sus órdenes, señora.

Honor interrumpió la comunicación y miró a Jennifer Hughes.

—¿Cuánto falta para interceptación del enemigo?

—Al alcance de misiles dentro de dos horas y cinco minutos.

—¿Pero todavía nos tiene en gravitatónica?

—A esta distancia y con estas condiciones, solo nos puede tener en eso, señora —dijo Hughes con confianza.

—Muy bien. —Honor se volvió hacia Cardones, que se había hecho cargo de Comunicaciones tras la partida de Cousins—. Rafe, póngame con la capitana Fuchien en la pantalla principal.

—Sí, señora.

La pantalla de comunicaciones de dos metros del mamparo delantero de la cubierta de mando se encendió. El rostro de Fuchien era sombrío y había una expresión acosada en sus ojos, pero asintió con cortesía.

—Es la hora, capitana —le dijo Honor con una voz cuya serenidad la sorprendió incluso a ella. Quizá la sorprendió sobre todo a ella—. Adelántenos con su nave. Les quiero a la sombra de nuestros propulsores cuando apague el motor.

—Sí, milady —dijo Fuchien en voz baja. Honor miró por encima del hombro.

—Despliegue el drone GE, Jenny.

—A sus órdenes, señora.

El Artemisa se deslizó por delante del Viajero una vez más y se colocó justo delante. Honor se volvió hacia el timonel jefe O’Halley.

—Esto hay que hacerlo bien, jefe —le dijo en voz baja y su timonel asintió. El Artemisa estaba tan cerca que el perímetro de seguridad de la cuña propulsora se encontraba a apenas sesenta kilómetros del Viajero. Tenía que ser así si quería ocultar sus propulsores de los sensores del crucero de batalla repo que estaba detrás de la nave Q, pero el Viajero seguía acelerando a más de cien gravedades. El menor error que se cometiera al timón cuando se desconectara la cuña del Artemisa y Honor ejecutara la maniobra de separación podría poner en contacto su cuña con el casco del crucero civil, lo que destrozaría al instante la nave.

—Comprendido, señora —dijo O’Halley con mucha más calma de la que podría sentir en realidad; Honor alzó los ojos hacia el gráfico principal y observó que el Artemisa se colocaba con exactitud en la posición acordada, después respiró hondo y miró a Fuchien.

—Buena suerte, capitana —dijo.

—Que Dios la bendiga, milady —dijo Fuchien en voz baja, y las dos capitanas, ambas con los ojos embargados por el dolor de lo que les obligaba a hacer su cargo, se saludaron con un asentimiento de cabeza.

—Muy bien —dijo Honor Harrington con tono vivo, al tiempo que se volvía de nuevo hacia su puente de mando—. ¡Ejecute!