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La ciudadana capitana Marie Stellingetti lanzó una maldición cuando otra cabeza láser rasgó el flanco de su crucero de batalla y comenzaron a aullar nuevas alarmas de daños. El Kerebin había recibido nueve impactos hasta ese momento y, si bien ninguno era vital, todos eran graves; a las naves de reparaciones de la fuerza especial les llevaría semanas, seguramente meses, ocuparse de los daños sin el apoyo de una base.

—Está cambiando de rumbo otra vez, patrona —informó su oficial táctico con tono tenso—. No sé… ¡Jesús! —El destructor manticoriano escupió otra andanada doble y al menos la mitad de los pájaros que iban a por ellos llevaban bloqueadores y ayudas de penetración, no cabezas nucleares. Hicieron estragos en la defensa puntual del Kerebin y Stellingetti volvió a maldecir cuando otro láser más se estrelló contra el casco de su nave.

—¡Se ha caído el Gráser Nueve! —informó su ingeniero jefe desde Control de Daños—. ¡Tenemos nueve bajas en ese equipo, ciudadana capitana! —Se produjo una pausa y después—: Daños colaterales en los generadores de flancos Quince y Diecisiete. Puede que perdamos el Diecisiete por completo.

—Este hijo de puta es bueno, patrona —dijo el oficial táctico.

—¡Sí, y es culpa mía por meterme con él así! —gruñó Stellingetti. Podía admitirlo ya que el comisario popular Reidel que, según la muy pensada opinión de Stellingetti, era un auténtico gilipollas, se había ido al Achmed a una consulta con el ciudadano comodoro Jurgens. Lo que significaba que al menos podía pelear por su nave sin preocuparse de que nadie intentara adivinar sus intenciones… y además podía ser honesta con sus oficiales.

El ciudadano comandante Edwards se limitó a gruñir desde su puesto en Táctica, pero los dos sabían que la capitana tenía razón. Ellos tenían unas cabezas láser mucho más pesadas que habían impactado al menos tres veces en el destructor enemigo, a pesar de contar con una defensa puntual absurdamente eficaz, y la caída en su aceleración indicaba un daño grave en los propulsores. Pero los duelos de misiles con los manticorianos por lo general se inclinaban a favor de los mantis. Stellingetti lo sabía y sin embargo contaba con cargarse a aquel sin llegar a entrar en el radio de acción de las armas de energía, donde un único impacto certero podía tener consecuencias catastróficas.

Pero no estaba funcionando. El Kerebin seguía ganando, era mucho más grande y resistente, así que cualquier otro resultado era inconcebible, pero mientras aplastaba al manti, este estaba abriendo unos agujeros muy grandes y desagradables en su casco. Y Stellingetti tuvo que admitir con furia que los malditos mercantes estaban huyendo como alma que llevaba el diablo. Lo que al final no les serviría de nada, con toda probabilidad, pero se estaban dispersando en todas direcciones mientras su diminuta escolta libraba una batalla desesperada y perdida para cubrir su huida. Contra un único atacante, aquellos vectores que se separaban a toda velocidad les habrían dado al menos a tres de ellos una posibilidad excelente de escapar.

Pero el Kerebin no estaba solo. Sus dos vecinos más cercanos ya se estaban acercando, emplazados por el informe inicial que había enviado Stellingetti sobre el convoy, y sin duda esos habrían hecho correr la voz entre los demás vecinos. Los piquetes estaban tan separados que incluso al más cercano le llevaría otra hora llegar allí pero en la Fractura Selker las densidades de partículas eran muy bajas (para estar en el hiperespacio) y los mercantes no tendrían tiempo suficiente de desaparecer de la gravitatónica del Kerebin antes de que llegara la ayuda.

Cosa que resultaría al menos en el caso de tres de ellos. El que Táctica había supuesto en un principio que era un crucero de batalla quizá consiguiera escapar, después de todo. Estaba generando una velocidad delta a un ritmo asombroso para un mercante, así que Stellingetti se preguntó qué demonios era. Desde luego no era la nave de guerra que había dicho el CIC en un principio. Ningún crucero de batalla manti huiría dejando que un único destructor le cubriese la huida.

No, eso tenía que ser una nave mercante y Stellingetti sintió un escalofrío cuando se le ocurrió algo. Fuera lo que fuera, contaba también con una excelente defensa puntual así como con un motor de nivel militar, y de repente se alegró de que así fuera. El piquete entero navegaba hacia Silesia bajo una EmVel total, a apenas 40.000 KPS para permitir que el resto del tráfico (que viajaba a los 44.000 KPS máximos que imponían las condiciones locales) los adelantara, cuando el pequeño convoy apareció en la mira del Kerebin; Stellingetti había lanzado toda su primera salva contra el crucero de batalla suponiendo que ese era su enemigo más peligroso. Sus defensas habían detenido a muchos de sus pájaros, a pesar de la sorpresa, pero había recibido al menos tres impactos directos. Si no hubiera contado con una defensa puntual, el Kerebin lo habría volado en mil pedazos y si era lo que de repente sospechaba Stellingetti que era…

—De acuerdo, John —Je dijo a Edwards con tono grave—. Vamos a dejarnos de tonterías. Fuego rápido con todos los tubos. —Odiaba quemar munición de esa manera con la fuerza especial tan lejos para reaprovisionarla, pero, a menos que inundara las defensas activas del destructor, aquello les iba a llevar todo el puñetero día.

—A sus órdenes, patrona. Comenzamos fuego rápido.

—Timonel, ponga rumbo dos-seis-cero, aceleración máxima. Acerque el radio de acción.

—Poniendo rumbo dos-seis-cero, aceleración máxima, a sus órdenes.

El Kerebin viró hacia su enloquecedoramente eficaz oponente y Stellingetti observo su gráfico durante un momento, después se puso en contacto directo con el Centro de Información de Combate.

—CIC, ciudadano comandante Eric

—Jake, soy la patrono. Que alguien compare la signatura de emisión del Objetivo Uno con los datos que tenemos de los cruceros civiles de clase Atlas de los mantis.

—Cruceros civ… —Herrick se interrumpió—. ¡Por Dios, patrona! Si eso es un Atlas, podría tener hasta cinco mil pasajeros a bordo, y, ¡le hemos dado de lleno al menos tres veces!

—A mí me lo vas a decir —dijo Stellingetti con aire sombrío mientras veía que su fuego intensificado arremetía contra el destructor al tiempo que otro par de láseres bomba le arrancaba a ella otro trozo más de nave—. Ya le volveré a llamar, Jake. Las cosas se están complicando un poco por aquí.

* * *

Margaret Fuchien hizo entrechocar los puños con fuerza, los ojos le ardían de vergüenza cuando miró con furia el gráfico táctico de Annabelle Ward. Los misiles del Artemisa podrían haber marcado la diferencia entre la vida y la muerte para el Ala de Halcón… si le hubieran permitido dispararlos. Pero las severas órdenes del comandante Usher habían sido inequívocas, y había tenido razón. Si el Artemisa hubiera disparado contra la nave repo, esta habría devuelto el fuego con toda seguridad (y con razón) y las armas del crucero civil, que no contaba con blindaje, estaban pensadas para enfrentarse con piratas de tamaño de cruceros o más pequeños. Nadie había anticipado, ni en sus peores pesadillas, que fuera a encontrarse casi cara a cara con todo un crucero de batalla repo. Y aunque el Artemisa y el Ala de Halcón ganaran, el crucero civil quedaría machacado, convertido en chatarra, y ella tenía casi tres mil pasajeros a bordo. Fuchien no podía poner en peligro a esos pasajeros para intentar ayudar al Ala de Halcón, así, que estaba huyendo a su máxima velocidad, mientras el destructor moría para cubrir su huida.

Su auricular zumbó con un mensaje prioritario, Fuchien apretó el botón para aceptarlo y la voz dura de su ingeniero le quemó el oído.

—Acabo de llegar al híper principal, patrona —dijo con tono lúgubre—. Esto es un desastre. La mitad de las líneas eléctricas se han caído, hemos perdido presión y tenemos catorce muertos.

Fuchien cerró los ojos, angustiada. La andanada inicial de los repos los había cogido a todos por sorpresa. No sabía qué hacía un crucero de batalla enemigo a oscuras por completo en plena Fractura, pero a los muy cabrones les había dado resultado. Con los propulsores y los sensores activos desconectados, no había habido ninguna signatura de emisiones que hubiera podido advertir al Ala de Halcón (o al Artemisa) de su presencia hasta que lanzaron el ataque, y era obvio que habían confundido al Artemisa con un crucero de batalla. Eso era lo único que había evitado la destrucción instantánea del Ala de Halcón y Ward había hecho casi un milagro al detener casi el setenta y cinco por ciento del fuego que les habían lanzado. Fuchien lo sabía, pero los cinco láseres impulsados por bombas que hablan penetrado en sus defensas habían provocado unos daños muy graves. Gracias a Dios ninguno de sus pasajeros había resultado muerto, pero se confirmaba que treinta miembros de la tripulación habían fallecido, había perdido tres nodos beta y dos de sus grandes botes salvavidas, y uno de los disparos había alcanzado de lleno el híper principal.

—¿El generador? —preguntó Fuchien con dureza, negándose a pensar en los muertos.

—No tiene buena pinta, patrona. —La voz del comandante Cheney carecía de expresión—. Hemos perdido los dos reguladores de la fase superior, sus molicircuitos quedaron fritos cuando fallaron las líneas eléctricas. El sistema básico está intacto, pero si intentamos subir de las bandas delta, la armonía nos va a destrozar.

—Maldita sea —susurró Fuchien. Abrió los ojos y le lanzó otra mirada colérica al gráfico de Ward. El repo cargaba contra el destructor en ese momento, lo presionaba a la máxima velocidad y el Ala de Halcón estaba demasiado dañado para poder mantener el radio de acción. Quizá durara otros quince minutos, cualquier segundo más allá de eso requeriría un milagro especial. Y cuando ellos desaparecieran, los repos irían a por el Artemisa y si Fuchien no podía subir de las bandas delta, no podría dejarlos atrás de ninguna de las maneras. En velocidad real estaba a la altura de los repos, kilómetro por kilómetro, pero la habían atrapado en las bandas delta porque los cargueros que los acompañaban no podían subir mis. Y según el informe de Cheney, el Artemisa tampoco podía hacerlo ya, y eso iba a tener un resultado letal. Al contrarío que su nave, los repos todavía podían subir a las bandas épsilon o zeta, adelantarla sin dificultad y después volver a bajar a las delta justo encima de ella.

La capitana se obligó a apartar la vista del gráfico cuando varios misiles más cayeron sobre el destructor que los seguía. No podía permitirse pensar en Usher y su gente. Su trabajo era salvar a sus pasajeros y su nave para que el sacrificio del Ala de Halcón significase algo al menos, ¿pero cómo…?

—Timonel, pónganos a máxima potencia militar —dijo, y percibió el sobresalto de sus oficiales a pesar de las desesperadas circunstancias en las que se encontraban; desde las primeras pruebas, el Artemisa jamás había puesto su motor al máximo. Cuando se alcanzaba la aceleración máxima militar, las salvaguardas se desconectaban y quedaba una tolerancia cero para la fluctuación de los compensadores, y si el compensador fallaba, todos los seres humanos que estuvieran a bordo del Artemisa, incluyendo los pasajeros de Fuchien, morirían. Pero…

—A sus órdenes, patrona. Conectando potencia máxima militar.

Fuchien contuvo el aliento cuando su timonel superó la línea roja de los propulsores, pero el Artemisa asimiló la carga como un campeón. Fuchien percibió que su hermosa nave se esforzaba y estiraba cada músculo para poder satisfacer sus duras demandas, y sintió ganas de llorar porque va sabía que no seria suficiente. Pero era la única posibilidad que tenía. No podía subir para esquivar a los repos, pero si podía abrir el radio de acción lo suficiente y podía poner bastante distancia entre ellos y los sensores del enemigo mientras los retrasaba el Ala de Halcón, quizá pudiera bajar lo suficiente. Si se hundía un par de bandas (o incluso si conseguía volver al espacio-n) y después apagaba el motor y todas las emisiones activas, quizá consiguiera eludir a los muy cabrones.

Quizá.

—¡Allá van los propulsores delanteros del Ala de Halcón! —gimió alguien, y Fuchien apretó la mandíbula mientras intentaba pensar en algo más (¡lo que fuera!) que pudiera hacer.

—¡Patrona, tengo otra pesadilla en el monitor! —anunció Ward y Fuchien se desperezó con una sacudida.

—¿Otro repo? —preguntó con dureza.

—No me parece… —Ward se interrumpió y después sacudió la cabeza—. No es una nave de guerra, patrona. Es una nave mercante.

—¿Una nave mercante? ¿Dónde? —Ward destacó la pesadilla en el gráfico y Fuchien abrió mucho los ojos. Era una nave mercante que se acercaba por estribor y se dirigía directamente hacia el Artemisa. La velocidad de acercamiento ya era de más de treinta mil KPS y la pesadilla aceleraba a doscientas gravedades enteras ¡Pero aquello era una locura! Hasta unos sensores civiles serían capaces de captar la detonación de las cabezas láser a esa distancia, y cualquier patrón mercante que estuviera en sus cabales debería huir en dirección contraria a tanta velocidad como le permitiera su nave.

»¡Comunicaciones, adviértalos! —ordenó Fuchien. No tenía ningún sentido añadir otra nave al botín de los repos. El carguero desconocido seguía estando a varios minutos luz de distancia y Fuchien prefirió dedicarse a la supervivencia de su propia nave en lugar de esperar a que pasara el lapso en las comunicaciones. Introdujo la orden para hablar otra vez con Cheney.

—Sid, ¿cuándo puede tener listas las reparaciones?

—¿Reparaciones? —Cheney lanzó una carcajada amarga—. Olvídelo. Ni siquiera tenemos repuestos para este tipo de daños. Una nave de reparaciones bien equipada tardaría una semana por lo menos en encontrarlos todos.

—De acuerdo. ¿Dice que son solo los reguladores de la fase superior?

—Creo que eso es todo —la corrigió Cheney—. Eso y las líneas eléctricas. Pero por aquí todavía estamos apartando cosas, y estamos trabajando con traje… —Fuchien casi lo pudo ver encogiéndose de hombros.

—Necesito saberlo lo antes posible, Sid. Si no podemos subir, tendremos que bajar y tengo que saber si el generador va a soportar una transición de emergencia.

—¿Una transición de emergencia? —Cheney no parecía muy seguro—. Patrona, no puedo garantizar que la nave aguante, ni siquiera si no veo ningún problema más. Nos metieron un buen cañonazo en los sistemas de control y si no estamos al cien por cien cuando lo intente, estamos todos muertos.

—Y puede que estemos todos muertos si no lo intentamos —dijo Fuchien con tono lúgubre—. Usted consígame toda la información que pueda en cuanto pueda.

—Sí, señora.

—Oh, Dios. —El susurro de Annabelle Ward era una plegaria, Fuchien levantó la cabeza justo a tiempo de ver que el Ala de Halcón se desvanecía de la pantalla con una brusquedad nauseabunda. La capitana se quedó mirando el punto vacío durante unos instantes largos y terribles, y después se lamió los labios.

—¿Podríamos ver los traspondedores de las cápsulas salvavidas a esta distancia, Anna? —preguntó en voz muy baja.

—No, señora —respondió la oficial táctica en voz igual de baja—. Pero dudo que los haya. Desapareció de la pantalla demasiado rápido y leí una fortísima masa de energía. Creo que fue el tanque de fusión, patrona.

—Que Dios tenga piedad de ellos —susurró Margaret Fuchien. Y ahora nos toca a nosotros, dijo una suave vocecita en su interior—. Muy bien, Anna. Haga todo lo que pueda con la defensa puntual si se acercan lo suficiente para dispararnos, pero por el amor de Dios, ¡no responda al fuego!

—Patrona, no puedo evitar que un crucero de batalla termine volándonos en pedazos. Quizá duremos un tiempo contra los tubos perseguidores, pero jamás soportaremos más de media docena de andanadas completas.

—Lo sé, pero su aceleración no es mucho mayor que la nuestra. Van a necesitar casi una hora entera solo para atraparnos, gracias al Ala de Halcón, y en cuanto Sid me diga que es seguro, voy a intentar una transición de emergencia a las bandas beta. Me arriesgaré a recibir un par de andanadas de persecución si le lleva mucho tiempo darme la luz verde para la maniobra.

—De acuerdo, patrona. Haré lo que pueda. —Ward introdujo las órdenes en su consola y desplegó varios señuelos para misiles, después volcó tres drones ge por un costado. Cada uno de los drones estaba programado para duplicar la signatura herida de los propulsores del Artemisa, y la técnica los mandó disparados en tres rumbos divergentes. No les duraría mucho la potencia y no era muy probable que engañasen a los repos tanto tiempo, pero el retraso mientras el enemigo averiguaba cuál era cada uno quizá le hiciese ganar a Ingeniería unos cuantos y valiosos minutos más.

* * *

—Patrona, ese mercante sigue acercándose —informó. Captó una leve transmisión y conectó los ordenadores para mejorarla, después sacudió la cabeza—. Es un andi, señora.

—¿Qué es esto, una confluencia de agujero de gusano? —gruñó Stellingetti mientras miraba furiosa el gráfico de su repetidor. Su reducido tamaño hacía que las cosas parecieran más juntas de lo que estaban en realidad y la capitana miró furiosa a la nueva pesadilla que se acercaba a la presa que huía. La proyección quedó más confusa con la aparición de los drones ge de los mantis, pero el Kerebin había estado lo bastante cerca como para ver cómo los lanzaban y el CIC había conseguido rastrearlos cuando aparecieron en la pantalla. Saber cuáles eran los objetivos falsos les permitía hacer caso omiso de ellos y concentrarse en el autentico y el crucero de batalla se abalanzó sobre él. Los daños de la batalla habían reducido su aceleración en un cinco por ciento, pero era una nave más pequeña que su presa y todavía podía alcanzar una mayor aceleración que los mantis.

—¿Quién viene por detrás?

—Creo que es el Durmdel el que va delante, patrona —respondió Edwards.

El rumbo es más o menos el que tiene que ser y su aceleración es excesiva para un crucero de batalla. Y seguramente será el Achmed el que tiene a estribor.

—¿El Durandel está al alcance del sistema de comunicación?

—Apenas con estas condiciones —dijo el oficial de comunicaciones de Stellingetti.

—Ordénele que frene un poco y que recoja a nuestras pinazas de búsqueda y rescate.

—A sus órdenes, ciudadana capitana.

Stellingetti no esperaba que sus pinazas rescataran a muchos mantis, pero al menos algunas cápsulas salvavidas habían salido disparadas antes de que estallara el destructor. Aquellas personas ya no eran enemigos, no eran más que un puñado de seres humanos perdidos en medio de una inmensidad inconcebible. Si no los recogía nadie de inmediato, nunca aparecerían y Marie Stellingetti se negaba a abandonar a nadie a ese tipo de muerte.

—¿Quién diablos es el recién llegado, John?

—Por la fuerza del propulsor, es otro mercante —respondió Edwards estoy captando un traspondedor andermano.

—¿Un andi? —Stellingetti sacudió la cabeza—. Maravilloso. ¡Sencillamente estupendo! ¿Para qué iba a maniobrar un andi para emparejar su vector con el de un manticoriano que lleva un crucero de batalla en el culo?

—No lo sé, patrona. —El oficial táctico introdujo una consulta en su sistema y sacudió la cabeza—. Esto es una carrera. No sé quién pilota esa nave, pero es bueno, y está corriendo muchos riesgos con un motor civil. El Objetivo Uno la está superando en aceleración, pero la nueva está virando hacia ella. Da la sensación de que los vectores se van a encontrar más o menos cuando nosotros entremos en límite del radio de acción de los misiles.

—¡Maldita sea! —La ciudadana capitana se mordisqueó una uña y, por primera vez, pensó que ojalá estuviera a bordo el comisario Reidel. No era propio de Stellingetti evadir sus responsabilidades pero si el Comité de Seguridad Pública la iba a hacer cargar con su maldito espía, ¡el muy hijo de puta podía al menos ser de alguna utilidad diciéndole cómo solucionar aquel desastre! Sus órdenes le exigían que «Utilizara cualquier medio necesario» para evitar que un navío de bandera manticoriana huyera y pudiera avisar de la presencia de la fuerza especial, pero cuando el ciudadano almirante Giscard y la comisaria popular Pritchard habían escrito esa orden, no se les había ocurrido que podrían tener entre manos un crucero de pasajeros. La conciencia de Stellingetti jamás la perdonaría si mataba a varios miles de civiles, pero sus órdenes no le dejaban opción. Si el crucero no se detenía, tenía que destruirlo y el alma se le encogía solo de pensarlo. Sin duda el Comité de Información Pública afirmaría que la nave estaba armada (que lo estaba) y que su armamento y la negativa a detenerse la habían convertido en un objetivo legítimo. Al Comité de Información Pública se le daba muy bien culpar a las víctimas de su destino. Pero Stellingetti tendría que seguir mirándose al espejo cada día.

¿Y qué pretendía el maldito andermano? Sus ordenes también le exigían que se apartara de los andis, e incluso que los ayudara contra otros atacantes. Pero si el carguero insistía en meter la nariz en aquello, terminaría allí metido y sería testigo de todo el incidente si ella volaba en pedazos el crucero civil. ¿Y qué hacía ella entonces? ¿Se cargaba también a los andis para eliminar cualquier testigo que pudiera disputar la versión del Comité de Información Pública de lo que había ocurrido allí?

—¡Comunicaciones, advierta al andi que se largue! Dígale que se aparte o no podré hacerme responsable de las consecuencias.

—A sus órdenes, patrona.

* * *

—Olvídese de una transición de emergencia, patrona —dijo Sid Cheney con tono tajante—. Tenemos dos sectores dañados en la línea de datos primarios, el ordenador principal está frito y el auxiliar también se vio afectado con el cañonazo que nos metieron. Le mete encima una transición de emergencia y la proporción es de setenta-treinta a que o bien el ordenador de apoyo o las líneas de control quedan medio fritas.

—¿Cuánto tiempo va a necesitar para sustituir los sectores dañados? —quiso saber Fuchien.

—Incluso si consigo sustituirlos, todavía tenemos que preocuparnos de los daños del ordenador.

—Lo sé. —Fuchien se estaba aferrando a un clavo ardiendo porque eso era lo único que le quedaba—. Pero si podemos sacar de la ecuación al menos parte de la incertidumbre…

—Ya tengo personal trabajando en ello, pero es un trabajo de doce horas según el manual. Estoy tomando todos los atajos que puedo y creo que puedo dejarlo en seis, pero con eso no va a ser suficiente, ¿verdad?

—No, Sid —dijo Margaret Fuchien en voz baja.

—Lo siento, Maggie. —La voz del ingeniero era incluso más suave que la suya—. Haré todo lo que pueda.

—Lo sé.

Fuchien se obligó a erguir los hombros y respiró hondo. Los drones GE de Ward no habían engañado al repo que los perseguía. En dieciocho minutos quedarían al alcance de los misiles y con un hipergenerador del que no podía fiarse, no había forma de que el Artemisa pudiera hacer la transición lo bastante rápido como pan desaparecer de los sensores de los repos.

Volvió a mirar el gráfico de Ward y frunció el ceño. La nave andermana seguía acercándose a toda velocidad a su nave, había dibujado un ángulo que igualaría sus vectores en algo menos de quince minutos. No sería capaz de seguir el ritmo del crucero civil durante mucho tiempo, incluso con los nodos beta dañados, el Artemisa podía dejar atrás a cualquier granelero jamás construido, pero en cuanto se fundieran sus rumbos, estarían moviéndose casi a la misma velocidad.

Tenía que admirar el modo de pilotar del que hubiera conseguido nacer aquello, pero, por su vida que no se le ocurría para qué lo había hecho.

—¿Ya se ha recibido algo de los repos? —le preguntó a Comunicaciones.

—No, señora.

La respuesta sonó tensa, que era lo mismo que sentía Fuchien. La capitana esbozó una sonrisa confusa antes de obligarse a dar una vuelta por la cubierta de mando. No tenía ninguna alternativa, ¿verdad? Cuando estuvieran al alcance de los misiles de los repos todo lo que podía hacer era virar y rendirse. Cualquier otra cosa sería una locura.

—¡Patrona! —Era su oficial de comunicaciones—. ¡Nos está dando el alto el andi!

* * *

—Bueno, pues ya han hecho el enlace —comentó Edwards—. ¿Y ahora qué?

—No lo sé. ¿Ha respondido a nuestra advertencia de algún modo?

—No, patrona —respondió comunicaciones—. Ni una sola palabra.

—¿Pero a qué coño está jugando? —bramó Stellingetti, furiosa. Se volvió a hundir, colérica, en su sillón de mando y miró rabiosa su gráfico. Fueran cuales fueran las intenciones del navío andermano, acababa de mandar al infierno las opciones de ataque del Kerebin. Estaba demasiado cerca de los mantis. A esa distancia, los misiles de Edward tenían tantas probabilidades de darle a ellos como a los mantis y el patrón del manti lo sabía. Había reducido el ritmo de aceleración para ponerse a la altura de la del andi y navegaba justo por delante de la nave andi para utilizarla como escudo. Stellingetti hizo rechinar los dientes.

—A los andis no les va a hacer gracia que ataquemos naves comerciales tan cerca de su Imperio, patrona —señaló Edwards en voz baja—. No creerá que el payaso este está intentando espantarnos, ¿verdad?

—Pues se va a llevar una sorpresa de la leche si es así —dijo Stellingetti con un chirrido de dientes.

* * *

El crucero de batalla continuaba acercándose a toda velocidad, devorando la distancia que lo separaba de las otras dos naves. Bastante más lejos, a estribor, el crucero Durandel había lanzado sus pinazas para ayudar a los equipos de salvación y rescate del Kerebin. Ya habían recogido a más de ochenta miembros de la tripulación del Ala de Halcón, un número asombrosamente alto, lo que decía mucho de la determinación de las pinazas de búsqueda; con todo, las operaciones de rescate del crucero lo habían sacado de las operaciones de caza y captura. El crucero de batalla Achmed, sin embargo, había pasado como un trueno junto al Durandel unos cuarenta minutos antes, y con la velocidad aumentando de forma constante, todavía tenía grandes posibilidades de adelantar al Kerebin y al Artemisa.

Había otras naves de la Armada Popular que también se estaban acercando y una de ellas ya tenía bajo su punto de mira al carguero manticoriano Trotamundos y había comenzado a acercarse a toda velocidad mientras que otro había salido disparado para perseguir a la Palimpsesto. La situación entera era de lo mas confusa, pero estaba claro que la controlaban las naves de guerra repos y la distancia entre el Kerebin y el Arfen, iba disminuyendo a toda velocidad.

—Acercándonos a ochocientos mil clicks —anunció Edward y Stellingetti gruñó. Otro segundo luz y medio más y podría dispararle al manti con sus armas de energía. La interferencia del andi no salvaría al crucero civil de eso y cuando el capitán del manti se diera cuenta de que no tenía forma de escapar, no tendría más remedio que…

»¡Trazas de misiles! —chilló Edwards y Marie Stellingetti medio se levanto del sillón de mando sin poder creérselo. ¡No es posible! ¡Esa salva titánica no podía proceder del manti o nunca habría abandonado al destructor! Tenía que ser el andi, ¿pero cómo…?

—¡Giro a babor! —gritó armas—. ¡Devuélvanle el fuego al andi!

El Kerebin giró de repente a la izquierda y rodó con un movimiento frenético para interponer Ja cuña y evitar el holocausto inminente, pero no había salida no con tantos misiles. Consiguió enviar al espacio su propia andanada antes de que sus maniobras de evasión la retorcieran y desviaran sus tubos del objetivo, pero a bordo de la nave nadie tuvo tiempo de ver qué habían logrado sus disparos, si es que habían logrado algo. Los misiles que se precipitaban sobre ellos llegarían veinte segundos antes de que impactaran los del Kerebin, Llegaron como rayos y se dispersaron para englobar al crucero de batalla, y no había nada que su Capitana pudiera hacer. Las CME lucharon por confundirlos, los antimisiles salieron con un rugido, los racimos láser apuntaron a las cabezas láser que llegaban y dispararon con una intensidad desesperada, y casi cien misiles perdieron el rastro o se desvanecieron entre las bolas de fuego de las interceptaciones que consiguieron triunfar. Pero quinientos más siguieron su camino y cuando llegaron a la posición de ataque y detonaron, los láseres de rayos X envolvieron el Kerebin como el aliento de un dragón.

No todos llegaron a la posición de ataque al mismo tiempo. Se aproximaron en oleadas sucesivas y les llevó casi nueve segundos detonar a todos, pero los rezagados no fueron más que un esfuerzo perdido. Cinco segundos después de que detonara la primera cabeza láser, la Kerebin y todos los hombres y mujeres que llevaba a bordo se habían convertido en una bola de plasma en expansión.