35
Aubrey Wanderman esperaba su traslado a las dependencias de la capitana, una cabo de los marines permanecía junto a él con el rostro inexpresivo. Aubrey la conocía bien, la cabo Slattery y él habían practicado con frecuencia en el cuadrilátero, pero la expresión oficial de la joven no le daba ninguna pista sobre su destino. La única buena noticia, aparte de que Ginger se estaba recuperando extraordinariamente bien de su dura prueba, era que lo que lo aguardaba era «solo» la apertura de un expediente y no un consejo de guerra. Lo peor que podían hacerle si le abrían expediente era meterlo en el calabozo por un máximo de cuarenta y cinco días por delito y degradarlo un máximo de tres rangos. Claro que en eso no contaba que le quitaran el estatus de suboficial interino. La capitana podía hacer eso cuando quisiese y comenzar el proceso de degradación a partir del rango permanente que ostentaba.
Y quizá lo hiciese, pensó Aubrey. Pelearse a bordo de la nave era un delito grave, pero un delito del que la Armada ya había aprendido hacía tiempo a ocuparse «en casa», sin avisar a la artillería pesada, y la rodilla de Randy Steilman iba a necesitar reconstrucción quirúrgica. Lo cual podría haberse convertido con toda facilidad en un delito de consejo de guerra, con un buen periodo de tiempo en la prisión militar o incluso una licencia deshonrosa tras un veredicto de culpabilidad.
Iba a perder la franja de suboficial, pensó con aire lúgubre. Eso como mínimo…, pero había merecido la pena. Las emociones electrizadas de la pelea ya habían pasado y el recuerdo del crujido de la rodilla de Steilman revolvió el estómago de Aubrey. Y también lo dejó conmocionado. A pesar de todo lo que le habían enseñado el suboficial mayor Harkness y el artillero Hallowell, la parte anterior de su cerebro todavía no había asimilado que era capaz de hacer algo así. Pero el choque emocional y las náuseas no conseguían sofocar la sensación fría de satisfacción que sentía también. Se la debía a Steilman y no solo por lo que aquel canalla de técnico de motores le había hecho a él. Con todo, no es que estuviera deseando enfrentarse a la patrona.
* * *
Honor Harrington se encontraba sentada, cuadrada y erguida, tras su escritorio cuando el cabo de mar hizo entrar a Randy Steilman para enfrentarse a ella. El técnico de motores iba con el uniforme de diario, no con el mono habitual de trabajo, pero tenía un aspecto terrible. La pierna inutilizada estaba metida en una escayola de tracción que se le balanceaba desde la cadera con cada torpe zancada y los ojos se asomaban al exterior a través de unas ranuras estrechas y moradas a ambos lados de la masa de carne hinchada que había sido la nariz. Se veían dientes rotos entre unos labios igual de hinchados y el pómulo roto era una masa de cardenales lívidos con todos los tonos del arco iris. Honor había visto los resultados de la violencia física más de una vez, pero no recordaba haber visto muchas veces a alguien al que hubieran golpeado con tanta saña como a ese hombre, y tuvo que recordarles a sus pétreos ojos que no mostraran su satisfacción.
—¡Gorra fuera! —ordenó Thomas, y Steilman levantó el brazo para quitarse la boina con gesto perezoso, antes de arrastrar los pies para adoptar lo que se podría llamar una posición de firmes. Intentaba parecer desafiante, pero Honor vio el miedo en su rostro y el hundimiento de los hombros. Le habían dado una paliza en más de un sentido, pensó, y volvió los ojos para mirar a Sally MacBride.
—¿Cargos? —preguntó, y MacBride hizo alarde de consultar su memobloc.
—Al prisionero se le acusa de violar el Artículo Treinta y Cuatro —dijo con tono vivo— lenguaje violento, ofensivo y amenazador contra otro tripulante; Artículo Treinta y Cinco, agresión a otro tripulante; Artículo Diecinueve —su voz se volvió más fría—, conspiración para desertar en tiempo de guerra; y Artículo Noventa, conspiración para cometer asesinato.
Los ojos de Steilman chispearon al oír la tercera acusación y se oscurecieron de repente al oír la cuarta. Honor miró a Rafe Cardones.
—¿Ha investigado los cargos, señor Cardones?
—Lo he hecho, capitán —respondió el primer oficial con tono formal—. He interrogado a cada testigo sobre el incidente del compartimento del comedor y todos los testimonios respaldan los dos primeros cargos. Basándonos en los testimonios de la técnica de electrónica Showforth y del técnico medioambiental Stennis, corroborados a su vez por las pruebas halladas en las dependencias del prisionero y en la cápsula salvavidas uno-ocho-cuatro, creo que hay pruebas convincentes que apoyan también los dos últimos cargos.
—¿Recomendaciones?
—Castigo a bordo para los dos primeros y regreso a la primera estación naval disponible para celebrar un consejo de guerra formal y juzgar los dos últimos —dijo Cardones, y Honor vio que Steilman se ponía pálido. Lo podían fusilar según el Artículo Diecinueve o Noventa, y lo sabía. A Honor no le pareció muy probable, ya que en realidad no había conseguido desertar ni matar a Ginger Lewis, pero, como mínimo, Randy Steilman iba a ser un hombre muy viejo cuando consiguiera salir de la cárcel.
Era costumbre permitir que el acusado hablara en su propia defensa, pero en aquella ocasión no tenía mucho sentido y en el camarote de día de la capitana todo el mundo lo sabía. Además, pensó Honor con frialdad, no quería que las palabras de aquel hombre contaminaran el aire que tenía que respirar ella.
—Muy bien —dijo, y le hizo un gesto a Thomas.
—¡Prisionero, fiiir-mes! —soltó el suboficial y Steilman intentó cuadrar los hombros.
—Por violar el Artículo Treinta y Cuatro, cuarenta y cinco días de reclusión incomunicada con raciones básicas —dijo con frialdad—. Por violar el Artículo Treinta y Cinco, cuarenta y cinco días de reclusión incomunicada con raciones básicas, las sentencias se aplicarán de forma consecutiva. Por los cargos de violación de los Artículos Diecinueve y Noventa, al prisionero se le mantendrá en reclusión incomunicada hasta que se le ponga bajo custodia de la primera estación naval disponible para la celebración de un consejo de guerra formal. Ocúpese de ello, cabo de mar.
—¡A sus órdenes, señora!
Steilman se encogió y empezó a abrir la boca, pero no tuvo la oportunidad de hablar.
—¡Prisionero, póngase la gorra! —gritó Thomas. Steilman dio una sacudida y después volvió a ponerse la boina con unas manos que temblaban de forma visible—. ¡Media vuelta! —soltó Thomas, y el técnico de motores se giró y salió del camarote arrastrando los pies con torpeza y sin decir ni una sola palabra.
* * *
Se abrió la escotilla y Aubrey levantó la cabeza, nervioso, cuando el cabo de mar apareció en el umbral. Su rostro era tan inexpresivo como el de la cabo Slattery pero ladeó la cabeza con gesto imperativo y Aubrey se levantó. Siguió a Thomas al pasillo y respiró hondo cuando apareció la escotilla de las dependencias de la capitana. El hombre de armas uniformado de verde que la vigilaba giró la cabeza para mirarlos sin emoción y después apretó el botón que abría la escotilla; Aubrey entró con paso marcial y se detuvo delante del escritorio de la capitana.
—¡Gorra fuera! —ordenó Thomas, y Aubrey se quitó la boina y se la metió bajo el brazo izquierdo, después se cuadró.
—¿Cargos? —le preguntó lady Harrington a la contramaestre con tono vivo y formal.
—Al prisionero se le acusa de violar el Artículo Treinta y Seis, pelearse con un compañero de la tripulación, con circunstancias agravantes —dijo la contramaestre con el mismo tono vivo.
—Ya veo. —La capitana miró a Aubrey con una expresión fría en los ojos castaños—. Ese es un delito muy grave —dijo, y después se volvió a mirar al comandante Cardones.
»¿Ha investigado la acusación, señor Cardones?
—Así es, capitán. He interrogado a todos los testigos del incidente. Todos ellos están de acuerdo en que el prisionero buscó de forma intencionada un enfrentamiento con el técnico de motores de tercera clase Steilman, en el curso del cual tuvieron unas palabras y el prisionero lo acusó de intentar asesinar a la suboficial mayor Lewis. Se produjo entonces una pelea, en la que Steilman intentó dar el primer golpe. El suboficial interino Wanderman se defendió y durante la pelea consiguiente golpeó al técnico de motores Steilman de forma sistemática, le rompió la nariz, el pómulo, varios dientes, que le saltaron de la encía, y la rótula, lo que requerirá cirugía reconstructiva.
—¿He de suponer que esas son las «circunstancias agravantes»? —preguntó la capitana.
—Sí, señora. En especial la rodilla. Todos los testigos están de acuerdo en que el técnico de motores Steilman ya se encontraba incapacitado, y que la patada en la rodilla se dio con la intención deliberada de que tuviera el efecto que tuvo.
—Ya veo. —La capitana volvió a lanzarle una mirada de basilisco a Aubrey y después se recostó en su sillón. El ramafelino de la percha que había sobre el escritorio también lo examinó, con los ojos verdes muy atentos y las orejas levantadas; después, la capitana levantó un dedo y señaló a Aubrey.
»¿Es cierto que buscó un enfrentamiento con el técnico de motores Steilman?
—Sí, señora, lo busqué —respondió Aubrey, con tanta claridad como pudo.
—¿Utilizó en algún momento lenguaje ofensivo o amenazador para dirigirse a él?
—No, señora —dijo Aubrey, después hizo una pausa—. Eh, excepto al final, señora. Entonces sí que lo llamé «gilipollas» —admitió, poniéndose muy colorado. Los labios de la capitana parecieron temblar durante solo un momento, pero Aubrey se dijo que tenía que haber sido su imaginación.
—Ya veo. ¿Y le rompió de forma intencionada la nariz, el pómulo, los dientes y la rodilla?
—La mayor parte solo pasó, señora. Salvo la rodilla. —Aubrey se quedó inmóvil con los ojos clavados en algún punto situado cinco centímetros por encima de la cabeza de su capitana—. Supongo que eso lo hice a propósito, señora —dijo en voz baja.
—Ya veo —dijo lady Harrington otra vez, después miró a su primer oficial—. ¿Recomendaciones, señor Cardones?
—Es una confesión muy grave, capitana —dijo el comandante—. No podemos permitir que nuestro personal vaya por ahí rompiéndoles los huesos a sus compañeros de forma deliberada. Por otro lado, es la primera vez que el prisionero se mete en un lío, así que supongo que procede un poco de benevolencia.
La capitana asintió con gesto pensativo y después miró a Aubrey durante sesenta horribles segundos de silencio. El joven se obligó a quedarse inmóvil, aguardando a que le anunciaran su destino.
—El primer oficial tiene razón, Wanderman —dijo lady Harrington al fin—. Defenderse de un ataque es una cosa, buscar de forma deliberada un enfrentamiento con un compañero y después destrozarle la rodilla es otra muy diferente. ¡¿Está usted de acuerdo?!
—Sí, señora —dijo Aubrey, con tono viril.
—Me alegro, Wanderman. Espero que todo esto sea una lección para usted y que nunca más vuelva a aparecer ante mí ni ante ningún otro capitán por cargos parecidos. —Honor dejó que asimilara eso y después clavó en él una mirada impávida—. ¿Está dispuesto a aceptar las consecuencias?
—Sí señora —dijo otra vez Aubrey, y su superior asintió.
—Muy bien. Por violar el Artículo Treinta y Cinco, con circunstancias agravantes, al prisionero se le recluirá en sus dependencias durante un día y se le impondrá una multa de una semana de paga. Puede irse.
Aubrey parpadeó y sus ojos descendieron hacia el rostro de la capitana sin poder creérselo. El rostro femenino no movió ni un músculo cuando le devolvió aquella mirada de ojos desorbitados, pero había la sombra de una chispa en los ojos que habían permanecido fríos hasta entonces. Aubrey se preguntó si se suponía que debía decir algo, mas fue el cabo de mar el que acudió a rescatarlo.
—¡Prisionero, póngase la gorra! —chilló, y la columna de Aubrey se puso rígida de forma automática cuando se volvió a poner la boina—. ¡Media vuelta! —soltó Thomas, y Aubrey se giró y salió del camarote con aire marcial para comenzar su reclusión en sus dependencias.
* * *
—¿Vio la cara que puso Wanderman? —preguntó Cardones cuando se fue la contramaestre y Honor sonrió.
—Creo que esperaba que le cayera un planeta encima —respondió.
—Bueno, podría haberle caído —señaló Cardones y después esbozó una amplia sonrisa—. Yo diría que le dio un susto de muerte, patrona, o al menos el de su vida.
—Se lo tenía bien merecido, por no decir nada desde el principio. Y en lo de la rodilla quizá se excediera un poco. Por otro lado, Steilman sí que se lo estaba buscando y me alegro de que Wanderman le diera su merecido. Tenía que aprender a defenderse solo.
—Y no cabe duda de que lo ha hecho. Tampoco es que espere que tenga más problemas después de la paliza que le ha dado a Steilman.
—Cierto. Y si él no hubiera metido a Steilman en el calabozo, Showforth y Stennis quizá no se hubieran derrumbado y delatado lo de la deserción, ni hubieran dicho nada de Coulter y la PUC de Lewis —dijo Honor con un tono mucho más serio—. En general, creo que ese chico nos ha hecho un gran favor.
—Desde luego —dijo Cardones—. Pero ojalá no hubiera llevado tanto tiempo y ojalá no hubieran estado a punto de matar a Lewis en el proceso.
Honor asintió poco a poco, volvió a reclinar el sillón y puso los talones sobre la mesa al tiempo que Nimitz se precipitaba a acurrucarse en su regazo. La embargó la aprobación del felino por el modo que había tenido de tratar a Steilman y a Aubrey; su adoptada se echó a reír y le rozó las orejas.
—Bueno, ahora que nos hemos quitado esto de en medio, supongo que ya es hora de decidir lo que hay que hacer a continuación.
—Sí, señora.
Honor se frotó la punta de la nariz con aire pensativo. Al final no había habido ningún temporizador en las cargas de demolición nucleares, y las tropas de tierra se habían derrumbado al enterarse de la deserción de su líder y de lo que les había pasado a sus antiguos cómplices a bordo de la nave de reparaciones. Cuando las pinazas del Viajero desembarcaron todo un batallón de marines con armaduras de batalla y volvieron a alzar el vuelo para proporcionar apoyo aéreo, los piratas se pegaron por rendirse.
Tampoco es que les fuera a servir de mucho a la larga, pensó Honor con aire lúgubre. El Gobierno planetario de Sidemore, o lo que quedaba de él después de aquellos largos y salvajes meses de ocupación por parte de las fuerzas de Warnecke, había salido de su escondite al darse cuenta de que la pesadilla había terminado. El presidente del planeta había estado entre los primeros rehenes fusilados por las tropas de Warnecke, pero la vicepresidenta y dos miembros de su gabinete habían eludido la captura. Todavía había cierta expresión de angustia acosada en sus ojos cuando Honor bajó a tierra firme a saludarlos, pero constituían un gobierno funcional. Y lo mejor de todo era que Sidemore tenía pena de muerte.
Honor seguía un poco conmocionada por la satisfacción fría que había sentido al informar al antiguo líder pirata que lo entregarían a las autoridades de Sidemore para someterlo a juicio. La vicepresidenta Gutiérrez le había prometido a Honor que Warnecke tendría un juicio escrupulosamente justo, pero Honor podía vivir con eso. Había pruebas más que suficientes y estaba segura de que aquel tipo tendría un ahorcamiento igual de justo. Muchos de sus hombres se unirían a él y no era una idea que la molestara en absoluto.
Lo que sí le molestaba eran esas cuatro naves de Warnecke que seguían sueltas. Una era un crucero ligero y las otras tres solo eran destructores, pero el sistema Marsh no tenía nada con lo que defenderse de ellas. Y dado que los piratas no sabían que habían destruido su base, no cabía duda de que terminarían volviendo. Según los archivos capturados en el planeta, navegaban en solitario así que se podía esperar que regresaran de uno en uno, pero cualquiera de ellos podía destruir cada pueblo y cada ciudad del planeta si su capitán decidía vengarse de Sidemore, y todavía faltaban unas semanas para que llegara el escuadrón de la AIA que había prometido el comodoro Blohm.
—Creo que vamos a tener que desplegar algunas de las NAL —dijo Honor finalmente.
—¿Para mantener la seguridad del sistema?
—Sí. —Honor se frotó la nariz un poco más—. Destacaremos a Jackie Harmon como oficial al mando y le daremos el NAL Uno. Con seis NAL debería ser capaz de ocuparse de todas las naves que le quedan a Warnecke, sobre todo si las coge por sorpresa y está Jackie al mando.
—Eso es la mitad de nuestro destacamento de parásitos, patrona —señaló Cardones—. Y no disponen de hipercapacidad. Se quedarán aquí metidos hasta que podamos volver a recogerlos.
—Lo sé, pero solo vamos a estar fuera el tiempo suficiente para acercarnos a Nuevo Berlín y no podemos dejar Marsh sin protección. —Lo pensó un poco más y luego asintió—. Creo que también les vamos a dejar unas cuantas docenas de lanzamisiles. Podemos modificar el control de fuego para permitir que cada NAL maneje un par al mismo tiempo y luego los ponemos en la órbita de Sidemore. Si cualquiera de los huérfanos de Warnecke quiere meterse con ese tipo de potencia de fuego, no van a volver a salir de aquí.
—Me gusta —dijo Cardones después de un momento, después esbozó una gran sonrisa—. Claro que la gente que teníamos volviendo a cargar esos lanzamisiles quizá se enfade un poco cuando demos media vuelta y los volvamos a descargar.
—Ya se les pasará —respondió Honor con otra sonrisa igual—. Además, les explicaré que es todo por una buena causa. —Se frotó la nariz por última vez y después asintió—. Otra cosa, creo que le dejaré a Jackie órdenes escritas para entregarle las naves a la vicepresidenta Gutiérrez si consigue capturarlas intactas. No es mucho, pero esta gente está completamente sola y con eso debería ser suficiente para espantar a cualquier pirata normal.
—¿Y tienen personal para tripularlas? —preguntó Cardones con aire dubitativo y Honor se encogió de hombros.
—Tienen unos cuantos cosmonautas con experiencia y los que Warnecke utilizaba como mano de obra esclava seguirán aquí hasta que alguien con suficiente soporte vital pueda organizar su repatriación. Jackie y su equipo pueden darles un curso rápido sobre sistemas armamentísticos. Además, voy a recomendar que el Almirantazgo ponga aquí una estación naval.
—¿Ah, sí? —Cardones alzó las cejas y su superior se encogió de hombros.
—En realidad tiene sentido. La Confederación siempre ha odiado concedernos derechos básicos en su espacio. Es una estupidez, somos nosotros los que por tradición hemos mantenido la piratería a raya, pero creo que parte de ese resentimiento es porque no quieren admitir que nos necesitan. Claro que algunos de sus gobernadores también odian tenernos por aquí porque perjudicamos el negocio. Pero Marsh tiene todas las razones del mundo para estarnos agradecidos y acaban de tener una experiencia espantosa por culpa de no poder defenderse solos. Y además están a solo quince años luz de Sachsen. Nosotros no tenemos ninguna estación allí, pero los andis sí y si ponemos una estación aquí y mantenemos unos cuantos cruceros o cruceros de batalla, tendríamos un sitio donde las escoltas de los convoyes podrían dar la vuelta… y además mantendríamos vigilados a los andis de Sachsen.
—Ahora mismo la AIA está siendo muy servicial con nosotros, patrona.
—Sí, ya lo sé. Y espero que siga así. Pero quizá no lo haga y ni ellos ni los confederados pueden poner objeciones a que firmemos un acuerdo básico con un sistema independiente que está fuera de sus fronteras. También sería algo que podríamos ampliar a toda prisa si no quedara otro remedio y si alguna vez se monta algo entre nosotros y los andis, quizá no nos fuera mal tener una flota entre ellos y Silesia.
—Hmm. —Cardones se frotó a su vez la nariz durante un momento. Su capitana hablaba más como una almirante que como una capitana, pensó. Claro, había sido almirante durante los dos últimos años, ¿no? E incluso antes de eso jamás la había arredrado aceptar responsabilidades adicionales.
»Puede que tenga razón —dijo al fin—. ¿Es una de las cosas que enseñan en el Curso de Oficiales Superiores?
—Pues claro. En el plan de estudios lo llaman Paranoia Constructiva de primero —dijo Honor con una mirada inexpresiva y Cardones lanzó una risita. Honor se levantó a continuación de su escritorio y dejó que el sillón regresara solo a su posición—. Muy bien. Tantearé a Gutiérrez a ver qué piensa de la base antes de irnos, sin compromiso, solo voy a sondearla. Suponiendo que destaquemos a NAL Uno y los lanzamisiles, ¿cuándo podríamos partir?
—Nos llevará un día, supongo —respondió Cardones con aire pensativo—. Tendremos que proporcionarle a Jackie unos cuantos repuestos, por lo menos; y todavía tenemos marines repartidos por todo el planeta.
—Un día está bien, tampoco tenemos tanta prisa.
—Sabe que vamos a perder un buen montón de dinero en recompensas si Jackie consigue capturar esas naves intactas y se las entrega al Gobierno, patrona —dijo Cardones.
—Cierto. Por otro lado, si el Almirantazgo acepta la idea de instalar aquí una base, puede que decidan seguir adelante y pagar de todos modos. Yo no necesito el dinero, pero desde luego tengo intención de recomendar que se porten como es debido con el resto de nuestro personal. Se lo merecen.
—Sí que se lo merecen —asintió Cardones.
—¿Muy bien entonces? —Honor se levantó y con Nimitz en brazos se dirigió a la escotilla—. Pues vamos a ver si ponemos todo esto en marcha.