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—¡Por Dios, Randy! ¿Pero tú estás chiflado, tío? —Ed Illyushin se inclinó hacia él y le habló en voz lo bastante baja como para que nadie más lo pudiera oír en la cantina medio vacía.

—¿Yo? —Randy Steilman esbozó una sonrisa perezosa—. Pero si no tengo ni puñetera idea de qué estás hablando.

—¡Estoy hablando de sobre lo que le pasó a Lewis! —siseó Illyushin—. Maldita sea, ya han cogido a Showforth y a Coulter, ¿crees que alguno se va a ir de la lengua?

Al Stennis asintió con gesto nervioso, con los ojos disparados para asegurarse de que no había nadie lo bastante cerca para oírlos. Claro que tampoco era muy probable que hubiera alguien. No se podía decir que Steilman y sus compinches fueran muy populares entre sus compañeros.

—Showforth no sabe una mierda —dijo Steilman—. Y lo único que tiene que hacer es decir eso. En cuanto a Jackson… joder, pero si lo sugirió él. —Cosa que no era del todo verdad, pero se acercaba bastante. Steilman había decidido que la euforia general provocada por las recientes victorias del Viajero había hecho bajar la guardia a todo el mundo y era el momento de ocuparse de Lewis. Había sido Coulter el que había sugerido la forma perfecta de hacerlo y había plantado los archivos correspondientes en la PUC de Lewis—. Y al contrario que vosotros, gusanos, Jackson tiene huevos. Y aunque no los tuviera, ¿creéis que podría delatarnos sin confesar un intento de asesinato?

—Pero si lo hacen sudar lo suficiente, quizá les cuente lo de… —empezó a decir Stennis con tono nervioso, solo para cerrar la boca con un chasquido cuando Steilman lo miró furioso.

—No hablamos de eso fuera del camarote —le dijo en voz baja el fornido técnico de motores—. Y nadie va a preguntarles por eso porque nadie sabe nada. Y en cuanto a lo de hacerlos cantar, los dos han pasado ya por eso. No es la primera vez que están en un calabozo y no van a hundirse solo porque alguien los cierre bajo llave. ¿Y cómo coño los van a hacer sudar si no tienen ninguna prueba?

—¿Y cómo estás tan seguro de que no la tienen? —preguntó Illyushin con un tono solo un poco más tranquilo—. ¿Por qué los cogen a ellos, y solo a ellos, si no hay pruebas?

—¡Joder, el hecho de que los metieran a los dos en la trena es la mejor prueba de que no tienen nada! —bufó Steilman—. Mira, saben que los dos comparten camarote con nosotros, ¿no? Y saben que yo tuve unas palabritas con Lewis, ¿no? —Los otros dos asintieron y el matón se encogió de hombros—. Bueno, pues por eso los están interrogando, gilipollas. Todo lo que tienen es un posible motivo. Si tuvieran pruebas suficientes para demostrar quién lo hizo, ya habrían sabido a cuál tenían que coger, ¿no? Lo que significa que todo lo que tienen que hacer Showforth y Jackson es aguantar un poco y no pueden hacernos ni una mierda.

—No sé —empezó a decir Stennis con recelo—. A mí me parece que…

El técnico medioambiental se interrumpió asombrado cuando alguien deslizó una bandeja por la mesa junto a Steilman. El técnico de motores giró la cabeza y comenzó a crispar la boca con una mueca de desdén para alejar al intruso cuando je quedó con los ojos muy abiertos. Se quedó mirando al joven durante un incrédulo segundo y después se puso rojo cuando Aubrey Wanderman le dedicó una sonrisa burlona.

—¡¿Qué cojones quieres, mocoso?! —dijo haciendo rechinar los dientes y la sonrisa de Aubrey se hizo más burlona todavía. No fue fácil, pero tampoco tan difícil como esperaba.

—Se me ocurrió venir a comer algo —dijo—. Mi horario de turnos está en el aire, por así decirlo; me han dado un par de días libres para que pase algún tiempo en la enfermería con una amiga, así que tengo que comer cuando puedo escaparme.

Steilman entrecerró los ojos. Allí había algo raro. La ironía de la voz de Wanderman cortaba como un cuchillo y había demasiada firmeza en sus ojos. Quizá hubiera una chispa de nerviosismo en el fondo, pero no había miedo, y debería haberlo habido. Al técnico de motores le llevó un momento más darse cuenta de que había algo más en aquellos ojos, algo que estaba acostumbrado a ver solo en los suyos y lo embargó una oleada de pura incredulidad. ¡Vaya, pero si el capullito aquel estaba buscando pelea!

—¿Ah, sí? —se burló—. Bueno, ¿y por qué no te vas a comer a otra parte, bicho raro? Puede que me ponga a vomitar si tengo que mirarte mucho tiempo.

—Adelante —dijo Aubrey mientras cogía el tenedor—. Pero intenta no salpicarme la bandeja.

Steilman se estremeció de rabia al oír el desprecio burlón que había en la voz del joven y apretó el puño sobre la mesa. Stennis parecía confuso, pero Illyushin lo observaba todo con atención. Se las había arreglado para evitar las acciones oficiales con mucha más eficacia que Steilman y con frecuencia se ponía del lado del cauto Stennis en las discusiones, pero, al igual que Coulter, compartía la vena cruel de Steilman. Coulter y él eran más bien hienas que acompañaban al elefante solitario y peligroso y crispó los labios en una sonrisa peligrosa. No sabía qué creía Wanderman que estaba haciendo, pero sabía que aquel estúpido chaval estaba a punto de recibir la madre de todas las palizas. Estaba deseando verlo… y estaba tan concentrado en Aubrey que ni él ni ninguno de sus compañeros se dieron cuenta de que Horace Harkness y Sally MacBride entraban sin ruido en el compartimento.

—¿Quieres, que te meta el culo entre las orejas de una patada, mocoso? —gruñó Steilman.

—Pues no. —Aubrey ensartó unas judías verdes, masticó sin prisas y tragó—. Yo solo estoy aquí sentado, comiendo. Además, pensé que te gustaría saber cómo le va a Ginger Lewis.

—¿Y por qué me iba a importar un pedo en un traje de vacío esa puta presumida? —Steilman esbozó una leve sonrisa cuando el fuego destelló al fin en los ojos de Aubrey—. Así que se me echó encima por algo que yo no hice, ¿y qué? No es nada nuevo. Parece que la listilla jodió su propia PUC. Aunque no es que me esperara algo tan estúpido de toda una suboficial mayor como ella.

—De hecho —la voz de Aubrey era un tanto menos serena, pero el joven no perdió la calma y clavó los ojos en los de su enemigo—, se va a poner bien. La doctora Ryder dice que saldrá de la enfermería en una semana o así, en cuanto haga efecto la curación rápida.

—¿Ya mí qué coño me importa?

—Pues pensé que te gustaría saber que no has conseguido matarla, después de todo —dijo Aubrey con tono despreocupado y en voz lo bastante alta como para que lo oyeran en cada mesa, así que las cabezas se volvieron hacia él con gesto incrédulo. La mayor parte de los hombres y mujeres que había en aquel compartimento habían llegado a la misma conclusión, pero a ninguno se le había ocurrido que alguien (¡y mucho menos Aubrey Wanderman!) llegaría a decirlo en voz alta.

Steilman se puso pálido. No de miedo, sino de furia, y se levantó de golpe. Aubrey dejó caer el tenedor y también se puso en pie con un giro, después se apartó un poco del mayor, pero sin interrumpir en ningún momento el contacto visual, su sonrisa ya no era fría y burlona. Era desagradable y estaba llena de odio, y Steilman se sacudió como un toro furioso.

—Tienes una boca muy grande, imbécil —dijo con un chirrido de dientes—. ¡Quizá debería cerrártela alguien!

—Solo digo lo que pienso, Steilman. —Aubrey se obligó a hablar con tono frío, observando al más grande con los sentidos alerta—. Claro que es lo que piensa todo el mundo, ¿no? Y cuando Showforth o Coulter se derrumben, porque se van a derrumbar, Steilman, la tripulación entera sabrá que es verdad. Igual que van a saber que el gran Randy, tan malo él, no tuvo huevos para ir a por una mujer él solito. ¡¿Qué te pasa, Steilman?! ¿Tienes miedo de que la chica te dé la gran paliza, como te la dio la contramaestre?

Steilman ya no estaba pálido. Estaba blanco como el papel, pero de rabia, consumido por la necesidad de aplastar a aquel cabroncete insufrible. Estaba demasiado furioso para pensar, para darse cuenta de que había docenas de testigos. Pero incluso si se hubiera dado cuenta, quizá no le habría importado. Su furia era demasiado profunda, demasiado explosiva para recordar que había planeado sorprender a Aubrey a solas una vez más. Que había tenido intención de tomarse su tiempo, hacer que aquel capullito gimoteara y le rogara. Lo único que quería en aquel instante era molerlo a palos y no se le ocurrió que lo habían incitado de forma deliberada para que lo hiciera.

Al Stennis lo observaba todo horrorizado. Al contrarío que Steilman, él todavía podía pensar y sabía lo que iba a pasar si Steilman daba el primer puñetazo. Aubrey no había hecho ni un solo movimiento amenazador, ni siquiera había proferido una simple amenaza. Si Steilman lo atacaba delante de todos esos testigos y después de las advertencias que ya había recibido, lo meterían en el calabozo y se quedaría allí hasta el final de la misión, y eso podía llevar con demasiada facilidad al descubrimiento del plan entero para desertar, sobre todo con Showforth y Coulter ya bajo sospecha. Stennis lo sabía, pero no había nada que pudiera hacer. Solo podía quedarse allí sentado, con la boca abierta y ver cómo se derrumbaba todo.

Randy Steilman bramó de rabia y se lanzó con una mirada asesina en los ojos. Estiró la mano hacia la garganta de Aubrey, con los dedos curvados para arrancar la carne y estrangular, y después lanzó un chillido de agonía cuando una patada seca perfectamente calculada le explotó en el vientre. Voló de espaldas y aterrizó sobre dos sillas vacías, después se incorporó de un tirón y cayó de rodillas sobre la cubierta. Luchó por recuperar el aliento, mirando furioso al delgado suboficial interino, incapaz de creer lo que acababa de pasar. Y después hizo un barrido con los brazos, estrelló unas cuantas sillas para apartarlas de su camino y se volvió a lanzar, en esa ocasión desde las rodillas.

Aubrey realizó un giro con la pierna que fue como un fogonazo y acertó a Steilman en toda la cara antes de que se hubiera erguido del todo. El técnico de motores volvió a derrumbarse con un chillido de dolor cuando se le rompió la nariz y le saltaron dos incisivos. Escupió dientes rotos y bastante sangre, clavando los ojos en todo, conmocionado y furioso; Illyushin dio un paso hacia Aubrey con una mueca de desdén. Pero se detuvo tan deprisa como había empezado, se detuvo con un jadeo agónico cuando un puño de acero se cerró sobre su nuca. Alguien le llevó uno de los brazos a la espalda y se lo retorció hasta que el dorso de la mano tocó los omóplatos y una rodilla se le clavó en la columna mientras una voz profunda y fría le bramaba al oído.

—Vas a quedarte al margen de esto, cariño —le dijo Horace Harkness en voz baja, casi con ternura— o yo mismo te rompo la puta espalda.

Illyushin se quedó pálido, de un color blanco pastoso, arqueado por el dolor del codo y el hombro. Al igual que Steilman, era un matón y un sádico, pero no era tonto del todo… y conocía la reputación de Harkness.

Nadie prestaba atención a Illyushin ni a Harkness. Todos los ojos estaban posados en Steilman y Aubrey cuando el técnico de motores se levantó, tambaleándose una vez más y se sacudió con la cara cubierta de sangre de la nariz y la boca machacada, después se pasó el dorso de una mano por la barbilla.

—¡Vas a morir, mocoso! —bramó—. ¡Te voy a arrancar la cabeza y mearme en tu cuello!

—Pues claro que sí —dijo Aubrey. Sentía que el corazón se le había disparado como un loco y que el sudor le cubría la línea del pelo. Estaba asustado, sabía lo mal que podía terminar todavía aquello, pero era capaz de dominar su miedo. Estaba usando ese miedo, como le habían enseñado Harkness y el artillero Hallowell. Dejaba que agudizara sus reflejos pero no permitía que lo dominara. Estaba centrado, de un modo que Randy Steilman jamás llegaría a entender siquiera y vio al otro hombre ir a por él.

Steilman se lanzó a por él con más cautela en esa ocasión, con el puño derecho apretado junto al costado y el brazo izquierdo extendido para coger y acercar a Aubrey. Pero a pesar de lo que ya había pasado, esa cautela no era más que un fino barniz que cubría la cólera. No entendía, no tenía ni idea de lo mucho que había cambiado Aubrey y su intelecto todavía no se había puesto a la altura de sus emociones. El chico le había hecho daño, pero era casi tan duro físicamente hablando como creía y ni siquiera podía concebir la posibilidad de que pudiera perder. No era posible, sin más. El mocoso había tenido suerte, eso era todo, y Steilman recordaba cómo había aterrorizado a Aubrey la primera vez que se habían visto, y luego lo había golpeado de una forma salvaje la única vez que le había puesto las manos encima. Sabía, no lo pensaba, lo sabía, que podía hacer pedazos a aquel cabroncete y emitió un profundo gruñido mientras se preparaba para hacer precisamente eso.

Aubrey lo dejó ir a por él, ya no tenía miedo, solo se sentía un poco inseguro. Recordaba todo lo que el artillero Hallowell le había enseñado, sabía que Steilman todavía podía vencerlo a pesar de lo que había pasado, si Aubrey lo dejaba. Pero también recordaba lo que Hallowell le había dicho que tenía que hacer y sus ojos estaban fríos cuando salió al encuentro del otro. Con el brazo derecho rozó el brazo izquierdo de Steilman, que intentaba cogerlo, como si fuese un estoque que efectuase una parada, al tiempo que el puño del técnico de motores se alzaba en un golpe bárbaro. Había una potencia inmensa en aquel puñetazo, pero la mano izquierda de Aubrey le dio una fuerte palmada a la muñeca y desvió el golpe al aire varío; después, su mano derecha continuó adelantándose tras detener el brazo del otro. Abarcó con los dedos la nuca de Steilman, tiró y el propio impulso del técnico de motores le ayudó a lanzar la cabeza justo cuando Aubrey levantaba la rodilla de golpe.

Steilman se tambaleó hacia atrás con otro chillido de dolor, llevándose las dos manos a la cara. Unas pisadas aporrearon el suelo cuando dos marines con los brazales negros de la policía de la nave irrumpieron en el compartimento, pero la mano levantada de Sally MacBride los detuvo. Ninguno de los marines dijo una sola palabra, pero se detuvieron en seco con los ojos oscurecidos por una expresión satisfecha cuando se dieron cuenta de lo que estaba pasando.

Las manos de Steilman seguían cubriéndole la cara, dejándolo ciego y vulnerable, cuando un puño derecho duro como una roca le clavó un gancho cruel en la entrepierna. El puñetazo empezó en algún lugar de la pantorrilla derecha de Aubrey y el sonido que emitió Steilman no fue un chillido esa vez. Era un sonido animal de agonía cuando cayó hacia delante dando un coletazo. Las manos le cayeron al instante de la cara a la entrepierna y el borde de una mano izquierda de canto le rompió el pómulo derecho como si fuera un martillo. La cabeza del matón cayó de lado, con los ojos aturdidos, muy abiertos de incredulidad y un dolor terrible; después lanzó un chillido agudo cuando una patada precisa le hizo estallar la rodilla derecha.

La rótula se rompió en mil pedazos al instante y el técnico cayó al suelo con unos chillidos altos y agudos, al tiempo que la pierna se le doblaba hacia atrás en un ángulo imposible. Y ni siquiera había llegado a tocar al muy cabrón. Aun entre la agonía, aquel pensamiento le abrasaba el cerebro como un veneno. El mocoso no solo le había dado una paliza, lo había destruido como si fuese lo más fácil del mundo.

—Eso es por mí y por Ginger Lewis —dijo Aubrey Wanderman mientras se apartaba del hombre al que una vez había temido cuando MacBride les hacía por fin un gesto a los marines para que se adelantaran—. Espero que lo hayas disfrutado, gilipollas —terminó con tono frío, entre los sollozos de dolor del otro—. Yo me lo he pasado en grande, desde luego.