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Ginger Lewis observaba a su sección, que estaba ayudando al personal del Raíl Número Tres a maniobrar el lanzamisiles para devolverlo a la Bodega Uno. El lanzamisiles era más pequeño que una NAL, pero mucho más grande que una pinaza y a sus diseñadores no les había preocupado tanto la facilidad de manejo como la eficacia en el combate. Y tampoco ayudaba mucho que el Viajero, al ser una de las primeras cuatro naves en las que se había instalado la nueva versión lanzada por raíles, se había visto obligado a averiguar los procedimientos de manejo más o menos sobre la marcha. Pero cada lanzamisiles costaba más de tres millones de dólares, lo que ponía su reutilización en un lugar muy alto de la lista de logros deseables del DepNav. Y Ginger tenía que admitir que tenerlos disponibles para dispararle a otro enemigo tenía sentido.
Nada de lo cual hacía que aquel trabajo fuera menos pesado de lo que era.
Las NAL de la comandante Harmon habían rastreado todos los lanzamisiles utilizados en la breve pero salvaje destrucción de los cruceros de Andre Warnecke; todos salvo tres, lo que era una hazaña excepcional dado lo difícil que era encontrarlos con la baja signatura que emitía el sistema. Sería una buena idea ponerles una baliza de rastreo, pensó Ginger mientras tomaba nota mentalmente de que debía sugerirlo. ¿Por qué no se le habrá ocurrido a nadie de DepNav?
Entretanto, los veintisiete lanzamisiles (sin balizas) localizados se habían remolcado hasta el Viajero donde el personal del departamento de Táctica y el de Ingeniería, ataviados con trajes de malla, se habían partido los cuernos para rectificar las células de lanzamiento. A dos los habían descartado, se podían arreglar, pero no con los recursos de los que disponía a bordo el Viajero, y la capitana había ordenado que se destruyeran.
Lo que dejaba veinticinco lanzamisiles, a todos los cuales había que recargarles las células. Podrían haberlo hecho en los raíles de lanzamiento, pero el Viajero estaba equipado con el último misil modelo C, Marca 27, que pesaba algo más de ciento veinte toneladas en una gravedad estándar. Incluso en caída libre, eso suponía un montón de masa e inercia y aquellos malditos trastos encima medían casi quince metros. En general, Ginger tenía que admitir que recargarlos fuera del la nave, donde había espacio de sobra para trabajar, y volver a montarlos después en los raíles tenía mucho más sentido.
También era destrozador y agotador, y los equipos combinados de Ingeniería y Táctica llevaban con ello dieciocho horas seguidas. Era el tercer turno de Ginger y la joven estaba empezando a preocuparse por la fatiga del personal. La gente cansada podía hacer cosas peligrosas y su trabajo consistía en asegurarse de que no le pasaba nada a ninguno de los miembros de su equipo.
Subió un poco más por el costado de la Bodega Uno y se asomó directamente al mamparo para poder ver mejor mientras el personal del raíl (con monos rígidos y equipados con unidades de manejo de carga de tracción compresora) iba guiando con todo cuidado el lanzamisiles hasta que encajaba en su sitio. Las unidades de manejo parecían lanzamisiles manuales, solo que más grandes, y cada extremo contaba con un compresor y una unidad de tracción combinados con una propulsión calculada de mil toneladas. El personal del raíl estaba utilizando los compresores como si fueran destornilladores gigantes e invisibles para alinear con precisión la zapata magnética del lanzamisiles con el raíl y, a pesar de su agotamiento, se movían con cierto dinamismo. Ginger esbozó una sonrisa cansada al verlo. La moral a bordo del Viajero se había disparado desde Schiller. Primero habían acabado con dos destructores piratas (bueno, está bien, con un destructor) y con un crucero ligero, y encima habían capturado un repo. Luego habían volado directamente a Marsh y se habían cargado ¡cuatro cruceros pesados!, y después habían capturado a uno de los asesinos de masas más buscados de la historia silesiana en un tiroteo personal con la Veja Dama; habían mandado al infierno a mil más, volándolos en mil pedazos y habían salvado a un planeta entero de la devastación nuclear. No está nada mal, pensó con otra amplia sonrisa al tiempo que recordaba una discusión muy lejana con un desilusionadísimo Aubrey Wanderman. No, no es una nave de barrera, no, Niño Prodigio. ¡Pero por alguna razón dudo mucho que hubieras querido estar en algún otro sitio que no fuera el puente de mando de la Veja Dama cuando esto pasó a la historia!.
Como siempre, al pensar en Aubrey se despertó en ella una punzada reflexiva de preocupación, allí también estaba pasando algo. Ginger no había conseguido averiguar lo que era con exactitud. Todavía era lo bastante novata en el rango como para que le costara un poco aprovechar la red de información de los suboficiales mayores (después de todo, no podían llamarse «cotilleos») pero sabía que Horace Harkness y el artillero Hallowell estaban implicados y ella sentía un respeto inmenso por aquellos dos caballeros. Saber que estaban echando una mano era un alivio inmenso, al igual que los cambios que estaba viendo en Aubrey. Seguía siendo un chico cauto, pero ya no estaba muerto de miedo, y a menos que Ginger se equivocara mucho, el muchacho estaba empezando a echar músculo. Uno de los efectos secundarios de los tratamientos de prolongación era la ralentización del proceso de maduración física. Con veinte años, Aubrey se parecía mucho a un muchacho de dieciséis o diecisiete años de una civilización anterior a los tratamientos de prolongación, pero se estaba convirtiendo en un muchacho de diecisiete años fornido y con buenos músculos, y su confianza estaba creciendo al mismo ritmo. También se percibía una nueva madurez. El muchacho al que ella había tomado el pelo (y que había tomado en cierto modo bajo su ala) durante el adiestramiento estaba creciendo y a Ginger le gustaba el hombre en el que se estaba convirtiendo.
—¡Muy bien! —La exclamación de triunfo del jefe Weintraub se oyó por el intercomunicador cuando el lanzamisiles encajó al fin. El equipo de trabajo se apartó un poco y despejó el perímetro de seguridad del raíl mientras Weintraub le hacía una señal a la teniente Wolcott para que metiera el lanzamisiles; Ginger oyó un coro de vítores agotados cuando el dispositivo regresó con suavidad a su sitio en la cola de lanzamiento.
»Solo nos quedan ocho más, tropa, y solo dos son nuestros. —Weintraub utilizó los propulsores del traje para girar hasta que se quedó delante de Ginger y la saludó con el brazo de un manipulador—. El próximo nene nos llega en unos cinco minutos, Ginger. Deja a los tuyos aquí para que se tomen un respiro y vete a ver cómo les va a los que cargan el número Veinticuatro, ¿quieres?
—No hay problema, jefe. —Técnicamente hablando, Ginger tenía un rango superior al de Weintraub, pero él era el especialista en misiles al que DepArm había entrenado de forma específica para que fuera el mandamás del Raíl Tres y allí mandaba él. Además, eso le daba la oportunidad de jugar con su mochila PUC por primera vez en ese turno. Le devolvió el saludo y se acercó al borde de las puertas de la bodega de carga y consultó el HUD proyectado en el interior de su casco. ¡Ah! Ahí estaba el número Veinticuatro. A nueve klicks en cero-tres-nueve.
Ginger desacopló las botas del casco y flotó durante un momento mientras contemplaba la inmensa canica azul y blanca de Sidemore. Es un planeta precioso. Me alegro de que pudiéramos recuperarlo para la gente a la que pertenece. Después miró las estrellas y la embargó una conocida sensación de asombro. Al contrario que a algunas personas, a Ginger le encantaban las actividades extra-vehiculares. La inmensidad del universo no la molestaba, la encontraba purificadora y relajante, aunque fuera de un modo extraño; una sensación especial de privacidad mezclada con la alegría maravillada que le inspiraba pensar que Dios le permitía vislumbrar su creación desde su propio y magnífico punto de vista.
Pero no estaba allí para admirar el paisaje. Centró el retículo en la baliza del lanzamisiles Veinticuatro y fijó el vector en los sistemas de guía automatizada de la enorme mochila propulsora de uso constante que se ató encima del traje malla que llevaba. Las mochilas PUC estaban diseñadas para las AEV prolongadas, disponían de mucha más resistencia y potencia que los propulsores estándar de los trajes malla y Ginger adoraba las pocas oportunidades que tenía de jugar con ellas. Volvió a comprobar el vector, esbozó una gran sonrisa de anticipación y apretó el botón de activación.
Y fue entonces cuando ocurrió.
En cuanto la joven activó los propulsores, el sistema entero se volvió loco. En lugar de la suave presión que esperaba Ginger, la PUC se puso al instante a máxima potencia. La alejó de golpe de la nave con una aceleración que solo se utilizaba en casos de emergencia; Ginger gruñó de angustia, incapaz de gritar bien bajo aquella propulsión masiva. Buscó con frenesí el sistema de anulación manual, con el pulgar, y encontró el botón con la velocidad ciega e infalible de los que se han entrenado sin descanso, lo apretó con fuerza… y no pasó nada.
Y eso tampoco fue lo peor. Los propulsores de posición también se habían desquiciado y la sacudían con movimientos salvajes, mandándola al espacio girando sin parar. Perdió toda referencia espacial en los dos primeros segundos y el oído interno se le volvió loco cuando empezó a alejarse de la nave rodando como una peonza. Gracias a la misericordia de Dios al menos se alejaba de la nave; su PUC estropeada podría haberla hecho estrellarse con igual facilidad contra el casco, con consecuencias letales.
Pero las consecuencias que sufría ya eran bastante graves. Por primera vez en su vida, a Ginger Lewis la destrozaba el mareo que siempre había evocado en ella una simpatía divertida cuando lo veía en otros. Vomitó sin poder contenerse, tosiendo y atragantándose cuando las respuestas instintivas con las que sus instructores tanto la habían machacado lucharon por mantener las vías aéreas limpias. Jamás había esperado necesitar ese tipo de entrenamiento (¡ella no era de las que echaba la papilla por un trabajito en el vacío!), pero solo el legado de sus inmisericordes instructores la mantuvo con vida el tiempo suficiente para apretar el interruptor de la barbilla manchado de vómito que la ponía en comunicación con la frecuencia de guardia de las AIV de Operaciones de Vuelo.
—¡SOS! ¡SOS! ¡Fallo del traje! —jadeó mientras los propulsores continuaban bramando como animales enloquecidos—. Al habla… —Tuvo más nauseas y se atragantó cuando la sacudieron unas arcadas secas—. ¡Al habla Azul Dieciséis! ¡Estoy… Dios, no sé dónde estoy! —Oyó el pánico en su voz, pero ni siquiera podía ver. El contenido de su estómago cubría el interior del casco y borraba las estrellas, lo que agravaba su desorientación, ¡y los propulsores seguían tronando sin ritmo ni razón!—. ¡SOS! —chilló por el intercomunicador. Pero nadie respondió.
* * *
—¿Pero qué…? —Scotty Tremaine acababa de relevar al teniente Justice, oficial de operaciones de NAL. Dos y acababa de sentarse en su sillón de Operaciones de Vuelo cuando notó el rastro del radar que salía disparado de la nave con un vector imposible.
Introdujo una consulta en los ordenadores, pero tampoco sabían lo que era y frunció el ceño. La frecuencia de guardia estaba en silencio así que no podía ser nadie con problemas, pero tampoco se le ocurría qué otra cosa podía ser. Dio con un lápiz en la pantalla y dibujó el rastro, lo trasladó al gráfico maestro del CIC y después apretó la tecla general de transmisión.
—Operaciones de Vuelo —dijo con viveza por el micro—. Tengo una pesadilla sin identificar saliendo… —comprobó los números—… treinta y cinco ges. A todos los líderes de sección, comprueben sus secciones. ¡Quiero un recuento del personal ya!
Se recostó en el sillón y se mordió el labio a medida que comenzaron a llegar los informes. Retumbaron por el intercomunicador a una velocidad tranquilizadora, el técnico fue tachando cada líder de sección de la lista maestra a medida que le fueron informando. Pero entonces se detuvieron y todavía quedaba una sección sin tachar.
—¡Azul Dieciséis, Azul Dieciséis! —te dijo al micro—. ¡Azul Dieciséis, necesito su recuento! —Solo le respondió el silencio y entonces habló otra persona.
—Vuelo, aquí Amarillo Tres. Envié a Azul Dieciséis a comprobar el lanzamisiles dos-cuatro hace tres o cuatro minutos.
A Tremaine se le congeló la sangre en las venas y activó de inmediato la conexión con la dársena de Botes Uno.
—¡Holandés! ¡Holandés! —gritó—. ¡Operaciones de Vuelo declara un holandés errante! ¡Saquen ahora mismo la pinaza de emergencia!
Le respondió una voz sobresaltada y él conectó con el CIC.
—Ullerman, CIC —dijo una voz.
—Tremaine, Operaciones de Vuelo —dijo Scotty con tono urgente—. ¡Escuche. Tengo un holandés errante que se aleja de la nave a treinta y cinco ges! He dibujado el rastro en su gráfico hace tres minutos. Coordínese con la pinaza de emergencia y guíelos hasta él, ¡y por el amor de Dios, no lo pierda!
—Recibido —dijo la voz, Tremaine se volvió entonces hacia su radar. Era de corto alcance y mucho menos potente que los dispositivos principales, y el rastro ya estaba desapareciendo de su pantalla. Vio la signatura de radar mucho más grande de la pinaza de emergencia, que dejaba la nave con los propulsores a reacción, y movió los labios en una silenciosa plegaria por el que estuviera dibujando aquel rastro que se desvanecía.
Si la pinaza no lo encontraba antes de que Rastros lo perdiera, el pobre cabrón se convertiría en un holandés errante de verdad.
* * *
—¿Está seguro, Harry? —preguntó Honor en voz baja.
—Completamente —dijo el capitán de corbeta Tschu haciendo rechinar los dientes—. Algún hijo de puta enfermo manipuló la PUC, patraña. Intentó que pareciera un fallo general del sistema, pero se pasó de listo cuando puso el intercomunicador en «Fallo». El intercomunicador no forma parte de la PUC y tuvo que conectar los ordenadores de la PUC con el mono de la chica. No es tan difícil, pero no ocurre por casualidad; tiene que conectarlo alguien, y alguien lo conectó, coño. El ordenador de la PUC está frito por completo; se suponía que todos los archivos de ejecución tenían que colgarse y quemarse con el resto del sistema, pero mi equipo de recuperación de datos encontró una única línea de código que dirigía la salida al intercomunicador de Ginger enterrada en la basura. No es más que un fragmento, pero también está totalmente fuera de los parámetros de programación normales porque se supone que no hay ningún enlace entre la PUC y el intercomunicador. Esto no ha sido un fallo del equipo y no lo provocaron unos archivos corruptos. Aquí hicieron falta archivos colocados a propósito para provocarlo.
Honor entrelazó las manos a la espalda. Tardó casi un minuto entero en hablar y le refulgían los ojos. La moral (y el rendimiento) a bordo del Viajero había ido aumentando a pasos agigantados. Su equipo se había unido, se habían fundido en una entidad que vivía y respiraba gracias a los logros compartidos. Solo tenían que echar un vistazo a su alrededor para ver lo bien que lo habían hecho y Honor también se aseguraba de que supieran lo orgullosa que estaba de ellos. Hasta Sally MacBride y el cabo de mar Thomas se lo habían comentado y el departamento de Ingeniería de Tschu era el que mayores mejoras había mostrado de todos.
Alguien había intentado asesinar a uno de los miembros de su tripulación y el modo en que lo había hecho el que fuera era casi peor que el intento en sí. Pocos cosmonautas lo admitirían, pero el terror de perderse, de vagar impotentes por el espacio hasta que el aire y el calor del traje se acabaran era una de las pesadillas más oscuras de su profesión.
Y eso era lo que le habían hecho a Ginger Lewis y la ira de Honor aumentó todavía más porque era culpa suya. Jamás había tenido duda alguna, sabía quién era el responsable de aquello y la responsable de que Steilman siguiera en libertad era ella. Debería haberse olvidado de la carrera de Tatsumi y del amor propio de Wanderman y debería haber pulverizado a Steilman la primera vez que había quebrantado las reglas. Se había permitido distraerse; de hecho, se había permitido ansiar el momento en el que Wanderman le daría a Steilman su merecido, y había olvidado que aquel tipo podía convertir a Lewis en su próxima víctima.
La comisura derecha de la boca empezó a sufrir pequeños espasmos y Rafe Cardones, que conocía de siempre los síntomas, sintió que se ponía tenso ante las reveladoras señales de un ataque de furia. Después comprendió que su capitana estaba más rabiosa de lo que él había pensado pues su voz era tranquila, casi familiar, cuando al fin se dirigió a él.
—¿Lewis se encuentra bien?
—Angie dice que lo estará, pero yo diría que con esto ha consumido la suerte de dos vidas enteras —respondió el primer oficial con cautela—. Los propulsores de posición podrían haberla estrellado con toda facilidad contra el casco y, además, inhaló suficiente ácido estomacal como para provocar graves daños en los pulmones. Angie ya está en ello, pero la chica aceleró a treinta y cinco ges durante veinte minutos, sin advertencia previa, y su vector se parece una especie de comadreja persiguiendo a un conejo. Cosa que no le hizo ningún bien, y había sufrido una anoxia importante, a causa del daño pulmonar, no de un fallo en el traje, cuando la pinaza llegó a ella. Por cierto —añadió—, Tatsumi era el auxiliar de urgencias. Angie dice que la chica está viva solo gracias a él.
—Ya veo. —Honor se paseó una vez por su camarote de día mientras Nimitz se agazapaba en su percha sacudiendo la cola y con pelo erizado, compartía la ira abrasadora de su persona. Tschu había llevado a Samantha con él y esta se estremecía reflejando también las emociones que irradiaban de Honor y Nimitz… y de su persona también. El ingeniero estiró la mano para acariciarle el lomo con gesto tranquilizador y la felina se apretó contra su caricia, pero también enseñó los caninos con un susurro sibilante.
—¿Quién estaba trabajando en el mantenimiento de los trajes? —preguntó Honor al fin, dándoles la espalda a los demás.
—He sacado la lista de turnos, pero estamos haciendo turnos extra por culpa de la recuperación de los lanzamisiles y ha habido unas cuantas manos más implicadas —dijo Tschu—. Tengo la comprobación que se hizo de la PUC de Lewis, la hizo Avram Hiroshio, uno de mis mejores técnicos, pero entró y salió tanta gente del depósito de trajes que podría haberlo hecho cualquiera. Fueron los programas, señora. Todo lo que necesitaba el muy cabrón eran cinco segundos cuando no hubiera nadie mirando para sobrescribir su chip en el ordenador de la PUC.
—¿Pretende decirme —Honor pronunció cada palabra con una precisión letal— que alguien de mi nave ha intentado asesinar a un miembro de mi tripulación y no tenemos la menor idea de quién ha podido ser?
—Puedo reducir la lista un poco, patrona, pero no lo suficiente —admitió Tschu—. Podrían haber sido dos o tres docenas de personas. Lo siento, pero es la verdad.
—¿Está Randy Steilman en esa lista? —preguntó la capitana con tono inexpresivo.
—No, señora, pero… —Tschu hizo una pausa y respiró hondo—. Steilman no, pero Jackson Coulter y Elizabeth Showforth sí, y los dos forman parte del círculo de Steilman. Aunque tampoco puedo demostrar que hayan sido ellos.
—Me da igual lo que pueda demostrar. Ya me da igual. —Honor se volvió hacia Cardones—. Avise al cabo de mar. Quiero a Coulter y a Showforth en el calabozo, y quiero que los hagan sudar.
—Entiendo, señora —empezó a decir Cardones— pero sin,…
—Es una orden —dijo Honor, con el mismo tono inexpresivo y sereno—. Dígales eso. Y recuérdeles que un miembro en activo del ejército no tiene derecho a permanecer en silencio. Una de esas dos personas acaba de intentar cometer un asesinato y quiero que los machaquen hasta que sepan cuál fue.
Cardones la miró a los ojos sin alterarse, pero en los suyos había una sombra de inquietud.
—Patrona, lo haré, pero sabe que van a reivindicar que nunca tuvieron intención de matarla, que no fue más que una broma que se les fue de las manos, y eso si conseguimos que se vengan abajo.
—Me da igual. —Honor Harrington se irguió en toda su altura con las manos todavía entrelazadas a la espalda, sus ojos eran puro hielo castaño, ardiente—. Este es el segundo «accidente» que tiene uno de los míos. Entiéndame bien. ¡No habrá un tercero! Voy a meter a esos dos en el calabozo, voy a hacer que los machaquen y voy a averiguar quién lo ha hecho. Y cuando lo haga, por Dios que pienso convertir al que sea en el pedazo de escoria más lamentable que se haya puesto jamás un uniforme manticoriano. ¿Me oye Rafe?
—Sí, señora. —Cardones asintió con viveza mientras intentaba contener el impulso de cuadrarse. Honor le devolvió el saludo.
—Bien.
* * *
Aubrey Wanderman estaba sentado una vez más en la enfermería, en esa ocasión sosteniendo la mano de Ginger. La joven yacía muy quieta, con la boca y la nariz cubiertas por una mascarilla transparente de oxígeno. La comandante Ryder le había prometido a Aubrey que su amiga se pondría bien, que solo necesitaría el oxígeno hasta que la curación rápida le reparara los pulmones abrasados por el ácido, pero estaba tan quieta… Tan deshecha…
¡Es solo la curación rápida, idiota!, se dijo con brusquedad, y sabía que era verdad. La habían anestesiado mientras le extraían el ácido de los pulmones y luego habían tenido que inyectarle una dosis masiva de los compuestos de curación rápida. Eso siempre apagaba al receptor como si fuera una luz. Pero saberlo no hacía que Ginger tuviera mejor aspecto, seguía horrible y Aubrey levantó la cabeza cuando Yoshiro Tatsumi se detuvo a los pies de la cama.
—Gracias —dijo Aubrey sin más y el auxiliar médico se encogió de hombros, incómodo.
—Oye, es mi trabajo, ¿no?
—Sí, ya lo sé. Pero gracias de todos modos. Es amiga mía.
—Lo sé. —Tatsumi asintió, una sombra de compasión le oscureció los ojos cuando la miró—. Sabes que es probable que tenga algunos problemas cuando salga de la rápida, ¿no? —dijo en voz baja—. A ver, el viajecito fue de órdago, tío.
—Tiene todas las papeletas para sufrir el post-traumático. —Sacudió la cabeza—. Una vez conocía un técnico, un tío de electrónica, como tú, se hizo un holandés. Estaba trabajando en una matriz de gravitatónica y algún gilipollas del CIC no comprobó el tablón de advertencias. Le dio potencia a la matriz mientras el tipo estaba en ella y lo sacó del casco de un golpe. La subida de tensión le frio el intercomunicador y la mitad del sistema electrónico del traje. Nos llevó casi doce horas encontrarlo. Ese hombre no volvió a hacer una extravehicular en su vida. Era incapaz.
—Ginger es mucho más dura que todo eso —dijo Aubrey con más confianza de la que sentía—. Además, siempre ha adorado las AEV y solo estuvo ahí fuera unos treinta minutos. Puede superarlo. Esta chica no va a dejar que un estúpido accidente la afecte así.
—¿Accidente? —Tatsumi parpadeó y después miró a su alrededor con cautela y negó con la cabeza—. No fue ningún puñetero accidente, tío —dijo en voz mucho más baja—. ¿Es que no te has enterado?
—¿Enterarme de qué? La teniente Wolcott me dio permiso para bajar directamente y no me he movido de aquí.
—Mierda, Wanderman, la Veja Dama ha metido en el calabozo a Coulter y Showforth. Corre el rumor de que alguien saboteó la PUC, y la patrona está bastante segura de que fue uno de esos dos. Va a convertir al que fuera en masa para reactores cuando averigüe a cuál tiene que colgar. A ver, ¡la señora está muy cabreada, tío!
—¿Coulter y Showforth? —repitió Aubrey y no reconoció su propia voz. Tatsumi asintió y Aubrey se levantó con un movimiento fluido. Dio unas suaves palmadas en la mano de Ginger y luego miró otra vez a Tatsumi—. Échale un ojo por mí, ¿quieres? Quiero que haya alguien aquí si se despierta.
—¿Adonde vas? —preguntó el auxiliar con aire inquieto.
—Tengo que ver a alguien para hablar de una lección —dijo Aubrey sin alzar la voz y se alejó sin decir ni una palabra más.