31
El ambiente de la sala de reuniones se podría haber cortado con un cuchillo. Los oficiales superiores de Honor, además de Warner Caslet y Denis Jourdain, se habían sentado alrededor de la larga mesa y había más de un rostro ceniciento.
—Dios mío, señora —dijo Jennifer Hughes—. ¡Lo hizo así, sin más, mató a todas esas personas, y encima sonrió!
—Lo sé, Jenny. —Honor cerró los ojos y se pellizcó el puente de la nariz mientras se estremecía por dentro. Ya no le quedaba ninguna duda, Warnecke estaba loco. No en el sentido legal de ser incapaz de distinguir entre lo que está bien y lo que está mal, sino en un sentido mucho más profundo y fundamental. Sencillamente, le daba igual la diferencia entre el bien y el mal, y su despreocupada masacre no hacía más que confirmar de nuevo la decisión que ya había tomado. Pasara lo que pasara, no podían permitirle escapar para poder hacerlo de nuevo. Porque ese era en realidad el quid de la cuestión. Volvería a hacerlo, o algo igual de terrible. Una y otra vez… porque lo disfrutaba, así de simple.
—No podemos… no puedo, dejarlo marchar —dijo Honor—. Hay que detenerlo, aquí y ahora.
—Pero si está dispuesto a matar a todo el planeta… —comenzó a decir Harold Tschu poco a poco, y Honor sacudió la cabeza con brusquedad.
—No lo está. O, por lo menos, todavía no. Sigue jugando con nosotros y sigue creyendo que puede ganar. Piensen en el historial que tiene, lo que intentó hacer en el Cáliz y lo que ha hecho desde entonces. Sea lo que sea, este hombre está convencido de que puede vencer al universo entero porque es más ambicioso y más despiadado que todos los demás. Cuenta con eso. Espera que seamos los buenos y que nos apartemos para no tener que aceptar la culpa de lo que nos puede costar detenerlo.
—Pero es que si no nos apartamos y él aprieta ese botón, la culpa será nuestra, señora —dijo Cardones en voz baja. Los ojos de Honor destellaron y el oficial agitó una mano de inmediato—. No me refiero a eso, patrona. Tenía usted razón, la decisión será de Warnecke. Pero, por la misma razón, siempre sabremos que podríamos haberlo dejado marchar y no lo hicimos.
Había dicho «podríamos», primera persona del plural, pensó Honor, pero quería decir podría, segunda persona del singular. Estaba intentando convertirlo en una decisión de grupo para darle a Honor una salida, para protegerla.
—Eso no nos lo vamos a plantear siquiera. Rafe —respondió la capitana en voz baja—. Sobre todo porque no tenemos la certeza de que no lo vaya a hacer de todos modos. —Se frotó la sien y sacudió la cabeza—. Por muy relajado que intente parecer, tiene que odiarnos por haber volado en pedazos su flota y su pequeño reino privado. Ya ha demostrado lo poco que le preocupa asesinar a un pueblo entero, y que está dispuesto a hacerlo, y sabe con toda exactitud cómo castigarnos utilizando nuestros propios principios contra nosotros. La ética de todo esto ni siquiera se la plantea y lo que ya ha hecho le acarreará la pena capital en cualquier tribunal que lo capture. Le he ofrecido una opción, pero él prefiere apostar por una victoria absoluta en lugar de aceptar la prisión como alternativa, así que la amenaza de un castigo definitivo tampoco lo va a disuadir. Tal y como él lo ve, no tiene nada que perder, así que ¿por qué no hacer lo que le dé la gana?
Se recostó en el sillón y abrazó a Nimitz contra el pecho, el silencio reinó en el compartimento cuando los otros comprendieron que su capitana tenía razón.
—Si hubiera alguna forma de separarlo de ese transmisor —murmuró Honor— Alguna forma de apartarlo para poder ocuparnos de él de una vez por todas.
Alguna…
Hizo una pausa y entrecerró los ojos. Cardones se irguió en el sillón y la miró nervioso cuando sintió que la mente de su superior empezaba a dispararse, después miró el resto de las caras. Los otros oficiales del Viajero parecían tan nerviosos como él, pero la expresión de Warner Caslet era casi tan concentrada como la de Honor.
—Separarlo del transmisor —murmuró el repo. Los ojos de Honor giraron para mirarlo y el oficial asintió poco a poco—. No podemos hacerlo, ¿verdad? ¿Pero y si lo separáramos a él y a su transmisor del planeta?
—Exacto —dijo Honor—. Alejarlo del radio de acción de las cargas y luego ocuparnos de él.
—Pero podría dejar un temporizador —caviló Caslet, y fue como si Honor y él estuvieran solos. Los demás podían oír las palabras, pero ellos dos se estaban comunicando a un nivel mucho más profundo del que podía seguir cualquiera.
—De los temporizadores podemos ocuparnos —respondió Honor—. Sabemos desde donde está transmitiendo y no dejaría el detonador en ningún lugar al que pudiera acceder cualquier otra persona. Lo que significa que tiene que estar en su cuartel general, y eso lo podemos sacar de la órbita si no queda más remedio.
—Está en un pueblo —objetó Caslet.
—Desde luego, pero si utilizó un temporizador, lo programaría para contener la detonación hasta que él estuviese lo bastante lejos de Sidemore como para que no pudiéramos adelantarlo antes del hiperlímite, y lo más seguro es que su nave de reparaciones sea más lenta incluso que el Viajero. Incluso si pudiera alcanzar las doscientas ges (que no puede), todavía necesitaría más de cuatro horas para llegar al hiperlímite, y nuestras NAL pueden alcanzar casi las seiscientas. Eso nos da tres horas para que puedan alcanzarlo, aunque partamos de cero.
—¿Tres horas para encontrar un temporizador que podría estar en cualquier parte de su cuartel general? —objetó Caslet.
—No tenemos que encontrarlo nosotros —dijo Honor, y su voz era tan fría como el espacio—. Lo de ahí abajo es una ciudad bastante grande, pero su cuartel general está cerca de un extremo. Si no nos queda más remedio, supongo que podríamos evacuar ese extremo de la ciudad, y luego eliminar el cuartel general con un ataque cinético. La onda expansiva y la burbuja termal arrancarían de cuajo las propiedades de la zona, sin duda, pero la explosión sería limpia y no tendríamos que matar a nadie. De hecho, va a dejarse a un montón de gente atrás. ¿Y sí les decimos que las cargas están ahí abajo? Después les ofrecemos cadena perpetua si encuentran el temporizador, lo desactivan y nos lo entregan… y les decimos que si estalla, ejecutaremos a cualquiera que sobreviva a las explosiones. Después de ver cómo los vende su intrépido líder, creo que podemos contar con que lo encuentren por nosotros.
—Muy arriesgado en cualquier caso, pero es probable que tenga razón —asintió Caslet—. ¿Pero cómo lo hacemos para que esté dispuesto a abandonar el planeta así como así? Puede que esté loco, pero es demasiado listo para dejarse engañar por algo que no parezca al menos factible.
—Los sistemas de comunicación —dijo Honor en voz baja—. Los sistemas de comunicación de la nave de reparaciones. Ese es el punto débil del hilo del que ha colgado su espada de Damocles.
—¡Por supuesto! —Los ojos de Caslet ardían—. Es imposible que su unidad de mano tenga semejante alcance. Una vez que se aleje unos cuantos segundos luz del planeta, ¡tendría que usar el comunicador de la nave para transmitir la orden de detonación!
—Exacto. —Los ojos del color del chocolate de Honor ardían tanto como los de Caslet y la capitana sonrió—. No solo eso, creo que se me ocurre un modo de sacar también el temporizador de la ecuación, o al menos de contar con otra hora por lo menos para intentar encontrarlo.
—¿Sí? —Caslet se frotó la mandíbula.
—Creo que sí. Harry —se volvió hacia su ingeniero jefe—, voy a necesitar que improvise de inmediato un equipo especializado para sacar esto adelante. En primer lugar…
* * *
—Muy bien, señor Wamecke —le dijo Honor a la cara de la pantalla de comunicaciones unas horas después—. He considerado mis opciones, como le dije que haría, y tengo una oferta que hacerle.
—¡No me diga! —Warnecke sonrió como un tío benévolo y levantó las manos en un elocuente gesto de invitación—. Cuéntemela, capitana Harrington. Asómbreme con su sabiduría.
—Usted quiere abandonar el sistema y yo quiero estar segura de que no va a volar el planeta en mil pedazos al irse, ¿correcto? —Honor hablaba con calma, intentando hacer caso omiso del horno de emociones que era Andrew LaFollet. La golpeaban a través del vínculo que la unía a Nimitz, su hombre de armas principal estaba horrorizado ante lo que te proponía hacer su gobernadora. Pero ella no podía permitirte preocuparte por eso en ese momento. Su participación personal era el único cebo que podría atraer a un hombre que veía el universo solo como una extensión de sí mismo, y que esperaba lo mismo de los demás; solo así podría tenderle una trampa, así que concentró toda tu atención en el enemigo.
—Eso parece resumir nuestras peticiones bastante bien —asintió Warnecke.
—Muy bien. Le propongo permitir que usted y tu gente suban a bordo de tu nave de reparaciones, pero solo después de que yo haya enviado un grupo de abordaje a la nave para inutilizar todos sus sistemas de comunicación. —Warnecke ladeó la cabeza con una expresión paralizada y Honor sonrió—. Sin contar con un sistema a bordo que transmita la orden de detonación, no podrá traicionarme en el último momento, ¿verdad?
—¡Tiene que estar usted bromeando, capitana! —Esa vez el tono de Warnecke era irritado y había fruncido el ceño—. Si me quita la capacidad de transmitir, también me está quitando el arma de la mano. ¡No creo que me interese mucho subir a bordo de la nave, solo para que me hagan estallar en mil pedazos en cuanto llegue al espacio!
—Paciencia, señor Warnecke. ¡Paciencia! —sonrió Honor—. Cuando mi personal haya inutilizado los sistemas de comunicación de su navío, usted enviará a los guardaespaldas que haya designado a bordo. Usted, sin embargo, y no más de otras tres personas elegidas por usted, estarán a bordo de una única lanzadera desarmada, amarrada al exterior de su nave, donde tres de mis oficiales y yo nos reuniremos con usted. El transmisor de su lanzadera podrá, por supuesto, enviar la orden de detonación en cualquier momento durante ese proceso. Mi personal inutilizará después todos los transmisores que haya a bordo de todas las naves pequeñas amarradas en sus dársenas de botes. Cuando me informen de que todos sus sistemas de comunicación de largo alcance (salvo el que hay a bordo de su lanzadera) están inoperables, le permitiré que salga de la órbita. También dispondrá a bordo de su lanzadera de una radio de corto alcance, con un alcance máximo no superior a los quinientos klicks, determinado por mi personal, no por el suyo, con la que podrá mantenerse en contacto con el personal que tiene a bordo de la nave. Una vez que mis militares abandonen su nave y usted se dé por satisfecho, usted, mis tres oficiales y yo permaneceremos a bordo de la lanzadera mientras ustedes se dirigen al hiperlímite. Suponiendo que no ocurre nada, digamos, impropio, antes de llegar al límite, podrá subir entonces a bordo de su nave; después, mis oficiales y yo desacoplaremos la lanzadera y regresaremos a mi nave llevándonos con nosotros el único medio que tiene usted para hacer detonar las cargas. Dado que la lanzadera estará desarmada, por supuesto, impedir su partida de cualquier modo.
Honor levantó una mano con la palma hacia arriba y arqueó ambas cejas; Warnecke se la quedó mirando durante varios segundos.
—Una propuesta interesante, capitana —murmuró al fin—, pero aunque no estaría bien acusar a una oficial y dama de doblez, ¿qué va a impedir que su equipo de abordaje plante su propio artefacto explosivo mientras destruye mis trasmisores? Me desagradaría muchísimo hacer el tránsito al hiperespacio solo para que vuelen mi nave en mil pedazos.
—Su personal será libre de supervisar las operaciones. Mi equipo de abordaje estará armado, por supuesto, y responderá a cualquier intento de interferencia con una fuerza letal. Pero su personal en realidad no tiene que interferir, ¿verdad? Todo lo que tienen que hacer es decirle que se ha colocado tal artefacto y usted aprieta el botón.
—Cierto. —Warnecke se rascó la barba con suavidad—. Pero entonces tendríamos que solucionar la situación a bordo de la lanzadera, capitana. Le agradezco que esté dispuesta a ofrecerse como rehén para demostrar la honestidad de sus intenciones, pero usted desea traer también a tres de sus oficiales consigo. Bien si pone a cuatro militares armados, usted incluida, en una situación como esa quizá decidan tomar alguna medida heroica, y eso también me desagradaría.
—Es posible, pero tengo que tener algún medio de asegurarme de que no envía la orden por el intercomunicador de la lanzadera.
—Cierto —dijo Warnecke otra vez, y después esbozó una sonrisa perezosa—. Sin embargo, capitana, creo que voy a tener que insistir en que su personal acuda desarmado.
—Imposible —soltó Honor, y rezó para que el otro no adivinase que ella ya se había planteado eso mismo—. No tengo intención de proporcionarle ningún rehén más, señor Warnecke.
—Me temo que no tiene alternativa —dijo el pirata—. ¡Vamos, capitana! ¿Dónde está ese valor guerrero, la voluntad de morir por aquello en lo que cree?
—Aquí no se trata de morir por aquello en lo que creo —le respondió Honor con brusquedad—. Aquí se trata de morir y permitir que usted vuele el planeta en mil pedazos.
—Entonces creo que estamos en un punto muerto. Una pena. Parecía una idea tan buena…
—Espere. —Honor se llevó las manos a la espalda y empezó a pasearse de un lado a otro con el ceño fruncido, sumida obviamente en sus pensamientos. Warnecke se recostó en su sillón y jugueteó con el transmisor de mano mientras silbaba una alegre melodía e iban pasando los segundos. Al poco tiempo, Honor se detuvo y volvió a mirar a la cámara—. De acuerdo, puede registrarnos en busca de armas cuando subamos a bordo —dijo, mientras ocultaba con cuidado el hecho de que había tenido intención de hacer esa oferta desde el principio—, pero mi personal seguirá a bordo de su nave cuando lo haga así que le aconsejo que tenga mucho cuidado con lo que hace. Subiremos a bordo de su lanzadera antes de que inutilicen los transmisores de sus otras naves más pequeñas y uno de mis ingenieros colocará una carga de demolición en el exterior de su lanzadera, una carga lo bastante potente como para destruir toda su nave.
—¿Una carga de demolición? —Warnecke parpadeó y Honor contuvo una sonrisa ante la prueba de que al fin había conseguido sorprenderlo.
—Me parece justo —replicó Harrington— dadas las cargas que ya ha colocado usted en el planeta. Nuestra carga estará programada para detonar a una orden de mi nave y estaré en comunicación con ella en todo momento. Si se interrumpen las comunicaciones mi primer oficial hará estallar la carga y con ella su nave, y a nosotros dos.
Warnecke frunció el ceño y Honor se dominó para poder permanecer impasible. Había un fallo patente en su oferta y la capitana lo sabía. Más aun, esperaba que Warnecke lo viera. Suponiendo que Honor hubiera interpretado bien la personalidad del pirata, este casi tendría que planear aprovecharse de ello… y la sorpresa cuando se diera cuenta de que no podía debería contribuir a distraerlo de lo que Honor tenía intención de hacer en realidad.
—Vaya, eso sí que es elegante, ¿verdad? —dijo al fin el hombre de la pantalla, después lanzó una risita—. Me pregunto si tendremos tiempo para jugar una mano o dos de póquer, capitana. Sería interesante ver si esa vena jugadora se traduce en las cartas.
—No estoy jugando, señor Warnecke. Puede matar al planeta entero y puede matarme a mí, pero solo si está dispuesto a morir usted también. Si no ocurre nada… inapropiado, sin embargo, y sube a bordo de su nave en el momento que hayamos concertado, digamos diez minutos antes del límite, mis oficiales y yo podremos llevarnos la lanzadera, su transmisor y también la carga de demolición lejos de su nave.
—Vaya, vaya, vaya —murmuró Warnecke. Lo pensó en silencio durante varios segundos y después asintió—. Muy bien, capitana Harrington. Tenemos un trato.