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—Muy bien, amigos. —Honor miró con gesto firme a los presentes en su puente demando y después al intercomunicador en cuya pantalla dividida se encontraban las caras de Harold Tschu y Jacquelyn Harmon y pensó que ojalá el comandante de Sachsen de la ala hubiera tenido a alguien a quien mandar con ellos. Pero lo mejor que le pudo prometer el comodoro Blohm era organizar un escuadrón propiamente dicho con un escalón de combate terrestre, pero para unos tres meses después, lo que dejaba la situación por completo en manos de Honor hasta entonces.

»Hagamos esto bien a la primera, ¿de acuerdo? —continuó—. ¿Está Ingeniería lista, Harry?

—Sí, señora. Le garantizo que será espectacular, patrona.

—Siempre que solo sea espectacular. No perdamos un nodo alfa de verdad.

—No hay problema, señora.

—Bien. ¿Su equipo está informado, Jackie?

—Sí, señora —dijo la comandante Harmon desde el puente de mando del Pedro y sus ojos oscuros resplandecieron.

—Bien. —Honor giró en su silla y miró a sus poco ortodoxos invitados. Warner Caslet y Denis Jourdain carenan de sillones con armazones antiimpactos, pero llevaban los trajes malla cuando se colocaron junto al gráfico principal. El punto verde del Viajero atravesaba con velocidad constante el gráfico, acercándose a la barrera alfa de sistema Marsh; Honor saludó con la cabeza a Caslet cuando el repo giró la cabeza y la miró. Después, la capitana respiró hondo—. En ese caso, vamos allá —dijo con calma.

La almirante Rayna Sherman, que en otro tiempo había sido algo parecido a una almirante de verdad en algo que casi podría confundirse con una Armada, se enfrentó a su continua sensación de desesperación cuando se detuvo el ascensor. Para cuando se abrió y salió a su puente de mando, su rostro carecía de cualquier tipo de expresión. El turno de guardia recibió su presencia con respeto, pero sin la limpieza de una tripulación naval de verdad y la capitana ocultó su habitual destello de amargura cuando les devolvió el saludo con la cabeza.

Cruzó el espacio que la separaba del gráfico y le echó un vistazo, pero no había cambiado nada, por supuesto, y ella continuó hacia su sillón de mando mientras su nave insignia seguía con su lento y monótono barrido. Era ridículo. Su Presidente Warnecke (por cierto, no somos modestos ni nada), el Willis, el Hendrickson y el Jarmon (bautizados así por los tres sistemas del Cáliz, que cualquiera salvo un idiota sabía que nunca volverían a ver), representaban un tercio entero de la «armada» de Andre Warnecke. También eran sus unidades más potentes y mantenerlas allí era un auténtico desperdicio de su potencial. Ya hacía mucho tiempo que Sherman se había dado cuenta de lo estúpida que había sido al alistarse con Warnecke. Pero ya que estaba allí y no podía moverse, (y además de verdad; los que Warnecke sospechaba que planeaban desertar morían de mala manera y el Gobierno de la Confederación ya la había condenado a muerte, lo que la dejaba sin lugar alguno al que huir), al menos habría preferido operar de una forma eficaz. El escuadrón había sido diseñado para volar como escuadrón y con el apoyo de los cruceros pesados para eliminar a los escoltas de los convoyes, las unidades más ligeras podrían haber avanzado a pasos agigantados por el espacio silesiano. Sobre todo en ese momento, cuando los mantis habían reducido sus fuerzas locales al mínimo. Y la razón de ir a Marsh había sido que nadie más pasaba jamás por allí. La defensa principal de su base era su aislamiento y si alguien llegaba a averiguar dónde estaban y pasaban a hacer una visita, sus cuatro cruceros no iban a detenerlos.

Además, si Sherman hubiera estado allí para pastorearlo, al «comodoro» Arner y a sus cerdos se les habría negado su entretenimiento favorito. La mayor parte de las seguidoras originales de Andre Warnecke se habían largado en cuanto este había demostrado cómo era en realidad y Sherman comprendía con toda exactitud por qué a ella y a la mayor parte del personal femenino restante las habían transferido a las naves que nunca dejaban Marsh.

Hizo una mueca interna, evitando con cuidado que se le notara en la cara. Al menos estar aquí atrapada es mejor que tener que ver trabajar a un tipo como Arner, pensó con aire lúgubre. El escuadrón de Arner ya debía de haber atacado el convoy que iba rumbo a Posnan y saber cómo habría permitido su jefe que se divirtiera su tripulación ponía enferma a Sherman. ¿Cómo se ha llegado a esto?, se preguntó una vez más. Yo llegué a creer en esto, pensé que las cosas iban a cambiar en el Cáliz, que todo sería mejor. Y ahora no veo ninguna forma de salir… y el Líder está cada vez más loco. Ya iban las cosas mal antes de que nos sacaran del Cáliz, pero ahora… Se estremeció. Puede que crea que de verdad va a volver algún día, pero lo dudo. Creo que solo está cabreado con el universo. Quiere desquitarse haciendo daño a tantas personas como pueda… y yo estoy metida justo en medio.

Cerró los ojos.No puedes pensaren eso, se dijo con dureza. Puede que esté loco, pero eso solo lo hace más peligroso. Si piensa siquiera que de repente ya no eres «de fiar»

Abrió los ojos con otro escalofrío y echó el sillón hacia atrás. Al menos no se veía obligada a pasar mucho tiempo en tierra firme. Que ya era algo. El Líder había conseguido meter más de cuatro mil de sus Guardias de Élite a bordo de las naves que habían huido del Cáliz, y todos y cada uno de ellos estaban en Sidemore. Solo Dios sabría lo que harían para divertirse, pero Sherman no tenía ningún deseo de averiguarlo. Ya tenía bastantes pesadillas. Tampoco es que hubiera…

—¡Huella de híper!

Sherman se incorporó de pronto, asombrada. El oficial tánico del Warnecke ya estaba inclinado sobre su panel y Sherman cerró la boca con firmeza. La avisaría en cuanto supiera algo, así que la capitana se obligó a esperar, pero Rastros alzó la voz antes que el otro.

—¡Jesús! —jadeó el teniente Changa—. ¡Tenemos una llamarada Warshawski, almirante, y es grande! Da la sensación de que alguien ha perdido un nodo alfa entero, quizá dos, al cruzar la barrera.

—¿Una llamarada? —Sherman se levantó y cruzó el espacio que la separaba de Changa, el teniente dio unos golpecitos en unas imágenes en cascada.

—¿Lo ve, señora? La potencia subió por lo menos un cuatro mil por ciento justo cuando se desprendió la última energía del tránsito. No sé quién es, pero ha tenido una suerte de la leche de que la vela le aguantase durante la transición.

—¿Es uno de los nuestros? —preguntó Sherman girando en redondo hacia Táctica.

—Imposible —dijo el comandante Truitt—. No tenemos programada ninguna vuelta hasta dentro de nueve días de aquí. Además, este tío es muchísimo más grande que cualquiera de los nuestros. Yo diría que es un mercante.

—Rastreando rumbo —informó Changa—. Ya tengo sus propulsores y creo que tiene como seis o siete megatoneladas. Podría ser un poco más si ha perdido más de un nodo alfa.

—¿Alcance y rumbo?

—Hizo una transición penosa —respondió Truitt—. Supongo que no es de extrañar si estaba perdiendo una vela. Está a treinta minutos luz, justo sobre la elíptica a cero-ocho-dos norte. Velocidad actual… digamos unos novecientos KPS. La aceleración parece de unas ochenta ges, yo diría que ha perdido un buen trozo de una de sus salas de motores, si eso es lo mejor que puede hacer.

—¿Dirección?

—Parece que se dirige a Sidemore —dijo su astronavegadora—. Pero a menos que consiga acelerar un poco más, le va a llevar más de trece horas.

Sherman asintió y regresó despacio a su sillón. El desconocido estaba a más de once minutos luz de sus naves. Incluso si supiera que estaban allí, todavía tardaría un buen rato en llegarles cualquier transmisión que pudiera haber enviado, pero Sherman se preguntó quién diablos era. Podría ser una presa enviada por una de las naves que operaba fuera, pero eso iba estrictamente contra el procedimiento operativo estándar. Los contactos que tenía el Líder en Silesia estaban a una distancia muy poco práctica de Marsh (el aislamiento tenía sus inconvenientes) y sus capitanes por lo general enviaban las presas a uno de los peristas sin dar más rodeos. Recuperar las tripulaciones de las presas era una lata, pero Warnecke había conservado el Silas para eso. El cruce de mercante y crucero de pasajeros capturado alcanzaba una velocidad bastante decente y estaba muy ocupado realizando traslados entre Marsh y… donde fuera.

Pero si no era una presa, ¿qué estaba haciendo allí? Nadie se acercaba jamás a Marsh. Por eso habían elegido ese sistema. Y si alguien iba a pasar por allí sin duda habría sido un carguero volandero más pequeño, no algo de aquel tamaño.

La llamarada Warshawski. Tiene que ser eso. Sabían que la vela estaba a punto de fallarles y no estaban lejos de la ruta más rápida entre el Imperio y Sachsen. Necesitaban un sistema a toda prisa y nosotros éramos el puerto seguro más cercano al que podían llegar… pobres cabrones…

Volvió a recostarse en el sillón y se frotó la sien. Si tenían problemas, empezarían a pedir ayuda a gritos en cuanto viesen a alguien al que gritarle, ¿y qué iba a hacer ella entonces? Perder una vela no impedía que una nave entrara en el hiperespacio, solo significaba que si se metía allí y luego chocaba con una ola gravitacional, quedaría destruida. Pero todavía podía maniobrar por allí y todavía podía alcanzar una velocidad aparente mil veces superior a la de la luz. Así que si esos tíos volvían a saltar al hiperespacio, al final llegarían a alguna otra parte, siempre que tuviesen cuidado de evitar todas las olas gravitacionales de la ruta. Navegar con ese tipo de rumbo no era lo más práctico del mundo, pero se podía hacer.

Lo que significaba que si captaban algo sospechoso y echaban a correr, ella no tendría más remedio que perseguirlos por el hiperespacio. En teoría, eso no debería ser problema, dado que tanto la aceleración como la velocidad máxima que podían alcanzar eran muy inferior a la de la nave de Sherman, pero una razón por la que tan pocos visitaban Marsh era que solo servía al sistema una única ola gravitacional, y además bastante débil. Lo que quizá hubiera sido un factor en la decisión del desconocido de ir allí, ya que una ola más débil habría forzado menos una vela que estaba fallando. Pero eso también significaba que el carguero podía huir casi en cualquier dirección con los propulsores, y las condiciones del hiperespacio local eran penosas para los sensores. Si uno de los suyos no estaba justo encima de ellos cuando hicieran la transición, el carguero tendría una posibilidad excelente de eludir a sus naves. En cuyo caso, la próxima visita que recibirían sería la de un escuadrón de la Confederación.

No, tenía que acercarse lo suficiente para estar segura de que no podían eludirlos. La mejor solución sería interceptarlos dentro del hiperlímite de Marsh, donde no pudieran regresar al hiperespacio, lo que significaba a menos de diecinueve minutos luz de la G6 primaria. Pero les llevaría mucho tiempo llegar allí (desde luego el tiempo suficiente para cambiar de opinión y huir si veían cualquier cosa sospechosa) así que la primera regla del negocio era evitar que sospecharan algo.

Muy bien. Si era una nave mercante, era de suponer que tenía unos sensores de nivel civil, con lo que no era muy probable que viera a las naves de Sherman si estaban por encima de los ocho minutos luz, y no le enviaría un mensaje a menos que la viera. Así que la primera prioridad era mantener el radio de acción abierto hasta tenerlos donde los quería. También le daría la posibilidad de ver si sus sensores eran mejores de lo que ella suponía, dado que no cabía duda de que le enviarían un mensaje si la veían. Por tanto, si no había mensaje era porque no sabían que estaba allí. Pero si no lo sabían, seguro que lo transmitían directamente a Sidemore, lo que significaba…

Se frotó la sien con más fuerza, después asintió y giró la silla para mirar a la astronavegadora.

—Nuevo rumbo para el escuadrón, Sue. Deberíamos tener como unos tres minutos luz de margen antes de entrar en el radio de acción de sus sensores. Quiero un vector que nos saque y nos haga dar un rodeo en un ángulo abrupto que nos haga llegar por estribor con respecto a ellos cuando giren para dirigirse a Sidemore, pero mantendremos la dirección actual durante… —comprobó la hora en la pantalla del gráfico— otros diez minutos.

—No hay problema —respondió la astronavegadora—. Tenemos una aceleración seis veces superior a la de ellos.

—Bien. —Sherman se dirigió a su oficial de comunicaciones—. Llame a Sidemore. Dígales que voy a maniobrar para quedarme fuera del radio de acción de los sensores del objetivo hasta que lo tengamos dentro del hiperlímite y envíeles nuestro rumbo una vez que Sue lo trace. Si esa gente les envía un mensaje, quiero que tierra firme les diga que nos visita una patrulla de lucha contra la piratería de la Confederación y que está justo fuera del sistema con respecto a ellos, que se está transmitiendo su mensaje y que deben mantener su perfil actual. Que les digan que las unidades navales se encontrarán con ellos en el punto que está calculando Sue. ¿Entendido?

—Sí, señora —dijo la oficial de comunicaciones y Sherman volvió a recostarse en su sillón.

* * *

—Sidemore debería estar recibiendo nuestro mensaje ahora, señora —dijo Fred Cousins y Honor asintió.

Las maniobras de los corsarios habían dejado claro que tenían al Viajero en gravitatónica, pero muy pocos mercantes serían capaces de captarlos con tal alcance y era evidente que pensaban que el Viajero no lo había hecho. Sus naves se estaban desviando para rodear el radio de acción teórico de los sensores del Viajero para luego regresar por detrás en un intento obvio (y lógico) de atajar cualquier posibilidad de huida. Además, las cuatro naves permanecían juntas. Lo que estaba muy bien. Si Honor podía atraerlos a todos para el combate inicial, no tendría que preocuparse por si escapaba cualquiera de ellas.

Se obligó a recostarse en el sillón e irradiar una confianza serena, con Nimitz (ataviado con su traje malla) acurrucado en su regazo. La llamarada Warshawski de Tschu había sido tan convincente como le había prometido y como también le había prometido, había conseguido fingirla sin llegar a dañar nada. Lo que no significaba que no hubiera forzado el sistema al máximo y ese tipo de cosas siempre tenían consecuencias. Habían hecho falta todos los nodos alfa de proa para proyectar una pulsación de potencia adecuada y Honor suponía que DepPers iba a decirle unas cuantas cosas sobre el hecho de haberle arrebatado como mil horas a la vida prevista de la nave, pero había merecido la pena. O más bien, se corrigió, hasta el momento parecía haber merecido la pena.

Caslet se había acercado para colocarse junto a ella y los ojos de ambos se encontraron cuando Honor levantó la cabeza. Tanto él como sus oficiales superiores habían cenado con ella cada noche, y entre ella y el comandante repo había crecido una sensación de respeto mutuo e incluso una cierta simpatía cauta Honor recordó a Thomas Theisman, el patrón (y después almirante) del destructor repo que había capturado en la batalla de Blackbird, y esbozó una pequeña sonrisa. Theisman y Caslet tenían mucho en común. En realidad, también lo tenían Allison MacMurtree, Shannon Foraker y (por mucho que le hubiera costado reconocerlo de un comisario popular) Denis Jourdain. Todos ellos eran demasiado buenos en su trabajo para su gusto, y todos ellos eran personas íntegras.

—Cuatro cruceros pesados son una apuesta muy fuerte, capitana —comentó Caslet en voz baja.

—Ya le he dicho que tenemos unos dientes muy afilados —respondió ella con calma—. Me preocupa menos el número que lo lentos que somos. Si se separa alguno, el que se separe va a escapársenos.

Caslet parpadeó. ¿A aquella mujer le preocupaba que un crucero pesado pudiera escapársele a una nave mercante reformada? Estaba dispuesto a admitir que la nave de Harrington contaba con armas de energía muy potentes pero había tenido oportunidades de sobra para darse cuenta de que el Viajero tenía en realidad un diseño civil, con todos los puntos vulnerables que eso implicaba y no podía haber muchos lugares para poner lanzamisiles. El armamento de largo alcance tenía que ser débil; sobre todo, dado el espacio que debían de ocupar esos puñeteros gráseres, y aquella nave tampoco podía tolerar demasiados daños. Todo lo cual significaba que una AC bien manejada podía hacer pedazos aquel lento, feo y desprotegido casco en cualquier tipo de combate prolongado. Cierto era que contaba con aquellas NAL pero las NAL también eran frágiles y no iban bien armadas. Lo mirara como lo mirara, Warner Caslet contaba con que el Viajero iba a sufrir graves daños antes de poder eliminar a tantos adversarios.

—Bueno, al parecer de momento no parecen querer separarse —dijo con tono seco—. Así que si esa es su mayor preocupación, capitana, yo diría que las cosas van bastante bien hasta ahora.

* * *

—Llega un mensaje de tierra firme —informó la oficial de comunicaciones del Warnecke. Escuchó con atención durante un minuto o dos y luego miró a Sherman por encima del hombro—. La base dice que son el carguero andermano Sternenlicht. Han sufrido un fallo doble de nodos en la vela delantera y han sufrido bastantes bajas cuando estallaron los nodos. Solicitan asistencia médica y técnica.

—¿Truitt? —preguntó Sherman.

—Comprobando las bases de datos. —El oficial táctico estudió su pantalla durante unos segundos y después se encogió de hombros—. No lo tenemos en la lista, pero nuestras listas andermanas nunca han sido muy completas. Pero el encabezamiento del mensaje pertenece sin duda al servicio mercante andi y el traspondedor encaja.

—Ya veo. —Sherman cruzó las piernas y lo pensó un momento, después volvió a mirar a la oficial de comunicaciones—. ¿Cómo respondió tierra firme?

—Se lo pondré —dijo la oficial de comunicaciones y un momento después se oyó la voz fuerte y melosa de Andre Warnecke por los altavoces: «Sternenlicht, le habla Sidemore. Hemos recibido su mensaje y estamos preparándonos para prestarles ayuda. Me temo que carecemos de las instalaciones necesarias para reparar aquí sus nodos, pero también tenemos buenas noticias para acompañar a las malas. Dos divisiones de cruceros silesianos de patrulla contra la piratería procedentes de Sachsen se pasaron a hacernos una visita de cortesía a principios de esta semana y todavía están dentro del sistema. Lo más probable es que tampoco puedan ayudarles con los nodos, pero tienen cirujanos a bordo y al menos pueden avisar a alguien de que están ustedes aquí. Estoy solicitando que les presten ayuda inmediata, pero han estado haciendo maniobras en nuestro cinturón de asteroides exterior y les va a llevar un tiempo llegar hasta ustedes. Mantengan el perfil de vuelo actual. Calculo que se encontrarán con ustedes en unas cinco horas y les escoltarán el resto del camino, Sidemore, corto».

—No está mal —murmuró Sherman. Es como si lo dijera en serio. Me pregunto cómo alguien así de loco puede parecer tan razonable y servicial. Sherman sacudió la cabeza y comprobó su gráfico una vez más. El alcance había bajado a diez minutos luz mientras su escuadrón rodeaba el Sternenlicht para llegar a la posición de la emboscada, pero seguía estando muy lejos del alcance de los sensores de un mercante.

* * *

—… camino. Sidemore, corto.

Honor miró a Rafe Cardones con una ceja alzada.

—Ah, pero qué retorcidos somos —dijo el oficial con una sonrisa lúgubre—. Al menos confirma que hemos acertado con el sitio. Si esos son cruceros confederados, me como todos los sensores principales.

—Estoy de acuerdo, milady —señaló Jennifer Hughes—. Carol tiene sus emisiones encuadradas por todo el panel. Son idénticas a los perfiles que sacamos de los ordenadores de aquel bote, y le garantizo que no están cerca de ningún cinturón de asteroides.

—Bien —asintió Honor, satisfecha. No es que hubiera muchas dudas, pero siempre era agradable tener la certeza de que iban a matar a las personas que debían.

Contempló su gráfico y observó que el punto del Viajero se movía poco a poco hacia el planeta mientras los cruceros esquivaban al incauto mercante. Además mantenían una formación cerrada. Lo cual estaba muy bien Así estarían todos dentro de su radio de acción cuando llegara el momento.

—Responda, Fred —dijo—. Deles las gracias por su ayuda y dígales que mantendremos el perfil. Asegúrese de incluir la descripción de la doctora Ryder, de nuestras bajas para que se las transmitan a sus cirujanos.

* * *

Sherman sofocó la sensación de culpabilidad cuando observó que el indefenso carguero se metía directamente en su trampa. Sustituir los nodos alfa de ese navío iba a ser una tarea gigantesca para su nave de reparaciones (tendrían construir aquellos malditos trastos desde cero, ya que ninguna de sus naves utilizaba nodos tan potentes) pero podía hacerse. Y Andre estaría encantado de añadir aquella nave a su lista de presas. Y mejor todavía, allí había una tripulación entera de cosmonautas cualificados, personas a las que se podría convencer para que les proporcionaran parte del apoyo técnico adicional que necesitaban.

Sería más compasivo si nos ¡imitáramos a hacerlos pedazos!, pensó con aire lúgubre, pero no puedo. Andre se tomaría su tiempo para matarme si me cargo su presa. Observó el punto iluminado del carguero, a menos de diez minutos del punto de encuentro, y había angustia en sus ojos. Lo siento; le dijo al pitido, y giro la silla para mirar de nuevo a su oficial táctico.

* * *

—Nueve minutos y medio para interceptación, señora —dijo Jennifer Hughes— Se están acercando por estribor justo por debajo de los dos mil KPS, y están decelerando a doscientas ges. Distancia actual a Bogey Uno, un poco más de tres-uno-uno-mil klicks; distancia a Bogey Cuatro, un poco más de cuatro-cero-nueve mil. Estamos captando emisiones de control de fuego de Bogey Dos, pero los otros ni siquiera nos están tanteando. Los tenemos donde los queremos, milady.

Honor asintió. Los cruceros de la Confederación se habían puesto en contacto por el intercomunicador horas antes y, de hecho, la mujer que se había presentado como la almirante Sherman lucía un uniforme silesiano. O por lo menos lo lucía la imagen del intercomunicador. La imagen de Honor había salido con un uniforme mercante andermano, cortesía de una pequeña alteración informática. Pero al contrario que la «almirante Sherman», Honor sabía que la cara que tenía en su pantalla estaba mintiendo, ya que Táctica había rastreado la maniobra entera de los cruceros de Warnecke y no se parecía en nada a la que había descrito Sherman.

—Muy bien, chicos. —Levantó la cabeza y miró a Caslet, y el repo le devolvió el saludo—. Comience el ataque, comandante Hughes —dijo con tono formal.

—A sus órdenes, señora. Carol, saca los lanzamisiles.

* * *

—Qué raro. —Sherman se volvió para mirar al comandante Truitt y el oficial táctico se encogió de hombros.

»Acabo de captar algo que se separaba del objetivo —dijo—. No sé muy bien qué es. Parecen restos de algún tipo, pero deben de ser bastante pequeños; las lecturas del radar no podrían ser más débiles. Está cayendo por estribor de la nave y… —Frunció el ceño—. Allá va otra tanda.

—¿Qué clase de restos?

—No lo sé —admitió Truitt—. Es como si estuvieran expulsando carga… Y otra más. —De repente sonrió—. No creerá que estaban metiendo algo de contrabando en la Confederación, ¿verdad?

—Quizá —dijo Sherman, pero su tono era incierto. Si el Sternenlicht llevaba contrabando de verdad (y la mayor parte de los capitanes de Silesia lo harían), querrían deshacerse de él antes de que el escuadrón confederado le enviara a alguien a bordo. Pero si iba a soltar carga, ¿para qué esperar tanto? Tenía que saber que las naves de Sherman estaban lo bastante cerca como para verlo en el radar, ¿no? Claro que por los informes médicos, tenían personal bastante malherido en aquella nave. Entre el importante fallo técnico y las bajas, a la capitana quizá se le hubiera pasado hasta ese momento.

Una cuarta oleada de restos había salido disparada de la parte posterior de la cuña del carguero mientras Sherman reflexionaba. Y le siguió una quinta… y después, el carguero viró de repente y giró el vientre de la cuña hacia los cruceros, y Rayna Sherman descubrió lo que era en realidad la carga expulsada.

* * *

En vista de la gran vulnerabilidad de los lanzamisiles ante cualquier arma, DepPers seguía intentando encontrar un diseño hecho de unos materiales con una signatura lo bastante baja como para derrotar al control de fuego del enemigo. No lo habían conseguido del todo todavía, pero sí que habían dado con algo que arrojaba unas lecturas en el radar mucho más débiles de lo que debería tener algo de su tamaño, y su nuevo revestimiento óptico era mucho más eficaz tanto contra la detección visual como contra las pulsaciones láser del radar que la mayor parte de las armadas preferían para sus sistemas de control de fuego de corto alcance. Lo que significaba que los misiles no parecían lo bastante grandes como para ser una amenaza… un hecho con el que Honor había contado cuando Cardones, Hughes y ella habían elaborado la táctica inicial.

Cinco salvas completas cayeron por estribor, eyectadas con limpieza por las inmensas puertas de carga; el control de fuego que llevaban a bordo los lanzamisiles estaba programado para activarse de forma retardada. La primera salva esperó cuarenta y ocho segundos, la segunda treinta y seis, la tercera veinticuatro y la cuarta doce…

La última se disparó al lanzarse y trescientos misiles capitales entraron directamente en los dientes de los corsarios.

El radio de acción estaba por debajo del medio millón de kilómetros y los últimos misiles capitales de la RAM aceleraban a 92.000 kilómetros por segundo al cuadrado. El tiempo de vuelo hasta la nave enemiga más cercana era de veinticuatro segundos, el tiempo a la más lejana era de solo cuatro segundos más, el Hendrickson, el Jarmon y el Willis no tuvieron ni una sola oportunidad.

Setenta y cinco potentísimas cabezas láser cayeron sobre ellos con un chasquido, las naves ni siquiera tenían activado el control de fuego, por no hablar ya de la defensa puntual. No había necesidad. Los cazadores eran ellos y su presa no en era más que un enorme carguero, lento e impotente. Era lo que sabían, o lo que creía saber. En ese momento los capitanes les gritaban órdenes frenéticas a lo timoneles e intentaban virar las naves para interponer las cuñas, y el Jarmon de hecho, lo consiguió… aunque no le sirvió de mucho. La tormenta de misiles programada con exquisitez por Jennifer Hughes cayó sobre ellos como una cuchilla y a sus pájaros les quedó tiempo de sobra en los motores para realizar las maniobras finales de ataque. Las bombas láser atravesaron los flancos de los objetivos como si fuesen papel y detonaron en un radio de acción de apenas mil kilómetros; ningún crucero pesado construido jamás podría sobrevivir a esa clase de fuego.

* * *

Warner Caslet se quedó mirando el gráfico sin poder creérselo cuando las trazas de los misiles se reprodujeron como horrendas serpientes de luz. Giró en redondo para mirar la pantalla visual y luego dio un paso atrás, tambaleándose cuando detonaron las cabezas nucleares de los láseres. El alcance era poco más del segundo luz y medio, y el salvaje resplandor blanco del fuego nuclear le acribilló los ojos a pesar de los filtros ópticos.

Dios, pensó aturdido. ¡Dios bendito, y eso es solo una nave Q! ¡¿Qué demonios pasa si instalan en una nave de guerra el… el trasto que diablos fuera?!

* * *

Rayna Sherman se puso blanca como el papel cuando los misiles desgarraron el Presidente Warnecke. Su nave insignia estaba a punto de exigir la rendición del «carguero» y su control de fuego estaba conectado para eso. A la tripulación, simples humanos, del Warnecke, aquello la cogió desprevenida por completo, pero los ordenadores de la defensa puntual observaron la repentina erupción de fuentes de amenaza y se conectaron de forma automática, lanzaron antimisiles y soltaron de repente racimos de láser para enfrentarse a los que se filtraran.

Por desgracia, sus defensas eran demasiado débiles para detener tanto fuego aunque hubieran sabido por adelantado lo que se les venía encima. Solo era un crucero pesado y ni siquiera un superacorazado podría haberle lanzado setenta y cinco misiles en una sola andanada. Consiguió detener muchos, pero la mayor parte pudieron pasar, Sherman se aferró a su sillón de mando cuando los láseres acuchillaron su nave. El blindaje se hizo pedazos bajo la transferencia cinética y el aire se escapó en enormes y obscenas burbujas que no eran más que eructos de atmósfera; las alarmas de daños aullaron y no había nada, nada en absoluto que Sherman pudiera hacer.

La cuña del Warnecke fluctuó como loca cuando explotaron los nodos alfa y beta. La mitad del radar y toda la gravitatónica estallaron en mil pedazos y un muro furioso de onda expansiva y fragmentos atravesó la sección de comunicaciones. Los dos flancos protectores parpadearon, se apagaron y después volvieron a activarse con menos de la mitad de la fuerza; dos tercios de su armamento quedaron destruidos por completo. La nave se tambaleó de lado, viva pero moribunda, y su gráfico medio inutilizado mostró las inconfundibles lecturas de radar de unas NAL saliendo disparadas de los flancos del enorme carguero.

—¡Comunicaciones! ¡Dígales que nos rendimos! —gritó Sherman.

—¡No puedo! —le respondió a gritos la aterrada oficial de comunicaciones—. ¡Han desaparecido, han desaparecido todos en Comunicaciones Uno y Dos!

Sherman sintió que se le paraba el corazón. El carguero estaba dándose la vuelta otra vez, presentándole el costado al Warnecke, y solo podía haber una razón para que hiciera eso. ¡Pero sin comunicaciones, ella ni siquiera podía decirles que se rendía! A menos…

—¡Desconecte la cuña!

La astronavegadora del Warnecke se la quedó mirando un instante antes de entenderlo. Era la señal universal, a la desesperada, de rendición, y las manos de la joven volaron por el panel.

* * *

—Fijando objetivo —dijo Jennifer Hughes con frialdad cuando el Viajero completó el giro. Ocho inmensos gráseres apuntaron al objetivo y la oficial apretó el botón.

* * *

Los gráseres, como los láseres, son armas que disparan a la velocidad de la luz. Rayna Sherman ni siquiera tuvo oportunidad de darse cuenta de que al fin había encontrado una forma de escapar de la locura de Andre Warnecke, porque los letales chorros de la radiación gamma concentrada llegaron antes de que ella supiera siquiera que los habían disparado.

* * *

—Y con eso —dijo Honor Harrington en voz baja mientras miraba en la pantalla la bola de luz y los restos cada vez más grandes de lo que poco antes era la Bogey Dos—, se acabó lo que se daba.