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Aubrey Wanderman entró corriendo en el gimnasio. Una docena de marines que habían pasado de extraños incomprensibles a amigos en las últimas semanas lo recibieron con un gesto, y oyó a un puñado que saludaban con alegres insultos al «chupavacíos» que se colaba entre ellos. Ya se había acostumbrado y, siempre que lo permitía el rango, respondía con la misma moneda. Era extraño, pero allí se sentía más cómodo que en cualquier otro lugar de la nave y sospechaba que no iba a poder compartir jamás el desdén habitual que sentía la marina por los «cabezas de tarro».

También estaba deseando comenzar la sesión que tenía programada y eso también era muy raro para alguien que solo se había planteado ese entrenamiento por pura desesperación. Pero el hecho era que había llegado a disfrutarlo, a pesar de los cardenales. Su cuerpo delgado estaba empezando a echar músculo y la disciplina (y la confianza en sí mismo) eran casi más agradables que la sensación de capacidad física que las acompañaba. Además tenía que admitir que el gimnasio era su refugio. A las personas que había allí les caía bien, de verdad… y no tenía que preocuparse por si aparecía Steilman. Esbozó una amplia sonrisa. ¡Si había un lugar en el que Randy Steilman jamás se atrevería a asomar la jeta, era en Marinelandia!

Pero se detuvo de golpe, sorprendido, y se le borró la sonrisa de la cara cuando vio a dos personas en el centro del gimnasio. El sargento mayor Hallowell no iba con el chándal gastado de siempre. Ese día lucía un gi formal, atado con el cinturón negro de su rango, y lady Harrington se encontraba también allí, delante de él.

La capitana también llevaba un gi y Aubrey parpadeó cuando vio los siete nudos trenzados en su cinturón. Sabía que su capitana era cinturón negro de coup de vitesse, pero no se había dado cuenta de que tenía una categoría tan alta. Solo se concedían dos rangos más por encima del séptimo; al puñado de personas que alcanzaban el noveno se les llamaba solo «Maestro» y solo un individuo especialmente necio pedía una demostración de por qué.

Pero el cinturón del sargento mayor Hallowell tenía… ¡ocho nudos! Y Aubrey tragó saliva. Era consciente de que el artillero se estaba conteniendo en sus sesiones, pero no se había imaginado hasta qué punto, y de repente se sintió mucho mejor sobre su incapacidad para anotarse algún punto con su mentor. Pero aquel pensamiento casi se perdió entre la sorpresa de ver a la capitana allí. Que él supiera, lady Harrington jamás iba al gimnasio de los marines, y él sintió una oleada de emociones ambiguas al verla allí.

No es que hubiera estado evitándola, los suboficiales de tercera clase interinos pocas veces tenían necesidad de «evitar» al semidiós que comandaba una nave de la reina, pero se había sentido muy incómodo en su presencia desde que Steilman le había dado la paliza. Cosa que admitía que era porque sabía que Ginger y el suboficial mayor Harkness tenían razón; debería haber contado la verdad sobre lo que había pasado y haber confiado en la capitana para que se encargara de todo. Pero todavía le preocupaba lo que un tipo tan desagradable como Steilman podría hacerle a sus amigos, o hacer que su cuadrilla les hiciera a esos mismos amigos. Además, admitió también, había pasado de no creer en absoluto que él pudiera hacer algo para ajustar cuentas con Steilman a sentir un deseo ardiente de hacer eso precisamente. Era algo personal y si bien sabía que en muchos sentidos era una actitud estúpida, así era como se sentía.

Había temido que la propia capitana le preguntara lo que había pasado, y le había horrorizado la posibilidad. No le parecía que pudiera mentirle a ella y sabía que no habría podido ocultarlo si lady Harrington le hubiera dado la orden explícita de contarlo todo. Pero la capitana, aunque le había lanzado unas cuantas miradas inquisitivas cuando se había presentado en su puesto tras la paliza, tampoco lo había presionado. Pero allí estaba y si lo veía, ¿supondría por qué se encontraba allí? Y si lo hacía, ¿le pondría fin? Que podía hacerlo se daba por hecho, Aubrey no concebía nada que la capitana no pudiera hacer si se empeñaba y se preguntó si era por eso por lo que había acudido al gimnasio.

En ese momento, sin embargo, la atención de Honor Harrington estaba centrada por completo en Hallowell. Los dos llevaban un equipo protector más pesado de lo que solían utilizar los marines, y se inclinaron con gesto solemne antes de ponerse en posición.

Todas las demás actividades cesaron cuando el resto de los marines se reunieron en silencio alrededor de la esterilla central y Aubrey se unió a ellos. El ramafelino de la capitana se había estirado sobre las barras paralelas irregulares, y lo miraba todo con las orejas ladeadas. Aubrey sintió que contenía el aliento cuando la capitana y Hallowell se enfrentaron en absoluta inmovilidad. Por alta que fuera la capitana, el marine era diez centímetros más alto y Aubrey sabía por propia y dolorosa experiencia lo rápido que podía ser, Pero fueron pasando los segundos sin que ninguno de los dos se estremeciera siquiera. Se limitaron a mirarse con una intensidad tan centrada que a Aubrey le pareció que casi podía estirar la mano y tocarla.

Y entonces se movieron. A pesar de la concentración con la que los observaba, Aubrey nunca estuvo seguro de quién inició el movimiento. Era como si se hubieran movido de forma totalmente simultánea, los músculos controlados por un único cerebro, y las manos y los pies golpearon con una velocidad y una potencia que él jamás había imaginado posible. Siempre había pensado que la mayor Hibson era un relámpago, y lo era, pero la capitana y el sargento mayor eran igual de rápidos por lo menos, y los dos eran más grandes.

El coup de vitesse carecía de la elegancia del yudo o el aikido. Era un estilo duro y ofensivo que se apropiaba sin vergüenza de cualquier fuente (desde el savate al taichi) y los destilaba todos convirtiéndolos en pura ferocidad. Aubrey sabía que algunos consideraban el coup como una disciplina tosca o señalaban que su énfasis ofensivo desperdiciaba mucha más energía que el aikido, la más perfecta de las artes defensivas. Pero mientras miraba a la capitana y al sargento mayor, supo que estaba en presencia de dos asesinos… y por qué Honor Harrington prefería el coup a cualquier otra forma de lucha. Fue un momento de extraña introspección en la personalidad de su capitana, un instante en el que se dio cuenta de que aquella mujer nunca se conformaría con defenderse si podía pasar al ataque, y que nadie le había enseñado jamás a retroceder. Se movió directamente hacia Hallowell y a pesar de que el alcance y la fuerza de él eran mayores y también contaba con un rango más, era ella la que atacaba.

Las manos envueltas en mitones y los pies acolchados provocaban ruidos secos en el equipo protector; Aubrey los observó ejecutar combinaciones que ni siquiera podría haber descrito y mucho menos (¡qué ridículo concepto!) haber ejecutado. Los rostros permanecían inexpresivos y concentrados, y, después, Aubrey hizo una mueca cuando el pie izquierdo de Hallowell se estrelló contra el estómago de la capitana.

Pero Harrington lo había visto llegar. No podía esquivarlo, así que se tiró sobre él y dio un golpe con el codo derecho un instante antes de que el pie entrara en contacto con ella. Aubrey oyó el agudo crujido, ¡crack!, cuando el codo acolchado se clavó en la delgada pantorrilla del sargento mayor; Hallowell gruñó cuando el golpe anuló buena parte de la fuerza de la patada. Conservó la suficiente para que la capitana gruñera a su vez, pero su expresión ni siquiera vaciló cuando el brazo que lo había golpeado rebotó y se estiró. El puño de la capitana fue directamente a por el plexo solar de Hallowell, pero el brazo de este bajó para bloquearlo y desvió el golpe; sin embargo mientras él bloqueaba la mano de la capitana, la mano derecha de esta subió con un golpe seco victorioso que cayó sobre el dorso de la rodilla del sargento mayor, que continuaba estirada. La rodilla se dobló de golpe en una respuesta refleja y la capitana giró a la derecha con un pie mientras que con el otro barría el espacio buscando el tobillo derecho de su contrincante y el brazo derecho se agitaba en lo que parecía un molino de viento descontrolado pero que no era tal. Hallowell movió la cabeza, sacándola súbitamente del camino del golpe de Harrington al tiempo que un brazo subía para bloquearlo, pero el puño femenino se introdujo de repente por debajo del bloqueo y machacó el tórax del sargento mayor al tiempo que su pie actuaba como una guadaña y encontraba el tobillo del artillero. Este cayó, pero arrojó su peso de forma deliberada hacia ella en un intento de derribarla con él, y a punto estuvo de conseguirlo. La tiró, sí, pero la capitana se plegó en un movimiento tan controlado que daba la sensación de que eso era lo que ella había pretendido que hiciera él. El brazo izquierdo de Honor se disparó y se introdujo por la axila izquierda del hombre desde atrás antes de bajar para cogerle la muñeca. La capitana giró a medias para apartarse de él y le levantó la muñeca con una sacudida, forzándole el codo hacia atrás e inclinándose con fuerza a la izquierda para obligarlo a girarse a la derecha (con lo que le atrapaba ese brazo debajo del cuerpo); la mano derecha de la capitana bajó como un destello en un tajo que se detuvo en seco en cuanto tocó el lado del cuello expuesto del sargento mayor.

—Punto para usted —admitió Hallowell con tono imperturbable, después rodaron, se separaron y se pusieron en pie. El marine movió el brazo izquierdo, flexionó los dedos de esa mano y sonrió—. Eso se lo enseñó Iris Babcock, ¿no es cierto, señora?

—Pues de hecho, así fue —respondió la capitana con una sonrisa de asentimiento.

—A esa mujer siempre le han ido los trucos sucios —comentó Hallowell con ironía. Terminó de ejercitar el brazo y se inclinó otra vez—. Claro que —añadió— a mí también —y los dos se pusieron en posición una vez más.

* * *

Veinte minutos más tarde Aubrey Wanderman sabía que nunca (y quería decir nunca) querría cabrear a la capitana o al sargento mayor Hallowell. El sargento mayor había ganado a la capitana por puntos, siete a seis, pero hasta Aubrey sabía que podría haber sido al revés con toda facilidad. La capitana también había conseguido otra cosa que Aubrey nunca había hecho: el artillero Hallowell estaba sudando y sin aliento cuando intercambiaron inclinaciones al final de la sesión. Claro que la capitana estaba igual y le estaba saliendo un cardenal muy interesante en la mejilla derecha.

—Gracias, artillero —dijo en voz baja cuando salieron de la esterilla y el resto del gimnasio cobró vida—. No había disfrutado tanto de un combate desde la última vez que nos entrenamos Iris y yo.

—No hay de qué, milady —respondió con un rumor sordo Hallowell mientras se masajeaba un dolor en la parte posterior del cuello—. No ha estado tan mal para una oficial de la marina, si la capitana me lo permite.

—La capitana se lo permite —asintió ella, con una sonrisa llena de hoyuelos—. Tendremos que probar otra vez.

—Como la capitana diga —asintió Hallowell con una gran sonrisa.

Lady Harrington asintió y después miró a Aubrey.

—Hola, Wanderman. Tengo entendido que ha estado ejercitándose con el sargento mayor y con el suboficial mayor Harkness.

—Eh, sí, señora. —Aubrey sintió que le ardía la cara, pero la capitana se limitó a ladear la cabeza y mirarlo con aire pensativo durante un momento, después volvió a mirar a Hallowell.

—¿Cómo le va, artillero?

—No va mal, milady. No va mal. Vacilaba un poco cuando empezamos, pero últimamente ataca como si fuera en serio. —Aubrey sintió que se ruborizaba todavía más, pero Hallowell le guiñó un ojo mientras le sonreía a la capitana—. Todavía estamos trabajando en movimientos básicos, pero es rápido y no creo que cometa el mismo error dos veces con frecuencia.

—Bien. —La capitana se secó la cara con una toalla, después se la colgó al cuello y se inclinó para recoger a su ramafelino, que se había acercado corriendo a ella Lo cogió en brazos y le sonrió a Aubrey—. Yo diría que también está echando algo de músculo, Wanderman. Me gusta. Siempre me gusta ver que mi personal se mantiene en forma…, y me gusta pensar que saben cuidarse solos si es necesario.

Su felino miró a Aubrey con la cabeza ladeada y el joven sintió que se le paraba el pulso. Lo sabía, pensó. Sabía la verdadera razón que lo había llevado allí y para qué estaba intentando ponerse en forma. Y entonces lo golpeó la segunda parte no solo lo sabía, ¡lo aprobaba! Ninguna capitana podía decirle a un miembro de su tripulación que quería que le diera una paliza de la leche a otro miembro de su tripulación, pero ella se lo acababa de decir de todos modos y él sintió que cuadraba los hombros.

—Gracias, milady —dijo en voz baja—. Me gustaría pensar que podría hacerlo, si fuera necesario. Claro que todavía tengo mucho que aprender del artillero y del suboficial mayor Harkness.

—Bueno, ambos son buenos profesores —dijo la capitana con ligereza, y le dio una alegre palmada en el hombro; los ojos castaños le brillaban con un curioso destello bastante serio—. Por otro lado, yo ya he hecho todo lo que he podido por usted intentando agotar al artillero. De ahora en adelante, está usted solo.

—Lo entiendo, milady. —Aubrey miró al sonriente Hallowell y sintió que una sonrisa sesgada le brotaba en los labios—. ¡Siempre que no haya conseguido que decida desquitarse conmigo, señora! —añadió.

—OH, yo no me preocuparía por eso, Wanderman —dijo Hallowell—. Después de todo —añadió y le dedicó a la capitana una inmensa sonrisa cuando Aubrey y él terminaron al unísono—: ¡Esta nave tiene una médica magnífica!

* * *

—Siéntese, Rafe. —Honor inclinó la silla hacia atrás y señaló la que había al otro lado de su escritorio. Nimitz y Samantha estaban sentados en la percha que había encima y Cardones les dedicó una sonrisa irónica cuando se sentó. Honor siguió la mirada de su primer oficial y se encogió de hombros. Samantha manejaba los ascensores tan bien como Nimitz y parecía que los ramafelinos estaban intentando repartir el tiempo para que ninguno tuviera que abandonar a su persona durante un periodo demasiado largo.

—¿Ha dicho que tenía algo nuevo, señora? —dijo el primer oficial y la capitana asintió.

—No nos dimos cuenta en un primer momento, pero, después de todo, encontramos una pequeña mina de oro a bordo del Vaubon. Sabe que Carol ha estado revisando todo lo que descargamos de la nave repo, ¿no? —Cardones asintió. La teniente Wolcott había terminado ocupando la plaza de oficial de inteligencia de Honor y había mostrado un meritorio instinto para ese trabajo—. Bueno, anoche Scotty y ella estaban repasando algunos de los memoblocs que recuperamos y se encontraron con algo muy interesante.

—¿Carol y Scotty, eh? —Cardones volvió a mirar a los ramafelinos y después miró con una ceja alzada a su capitana, que se encogió de hombros. Las normas prohibían las aventuras entre oficiales de la misma cadena de mando, pero Tremaine y Wolcott tenían el mismo rango, aunque Scotty era más veterano, y estaban en departamentos diferentes—. ¿Y qué encontraron? —preguntó Cardones.

—Esto. —Honor puso un bloc sobre el escritorio—. Parece que el teniente Houghton lleva un diario.

—¿Un diario? —Cardones entrecerró los ojos—. ¿Lo sabe Caslet?

—No lo sé y no tengo intención de decírselo —respondió Honor—. Como es obvio preferiríamos no contarle todo lo que sabemos y tampoco quiero que se le eche encima a Houghton por eso. Para empezar, ese hombre le cae bien y, si he de ser justa con Houghton, no creo que pusiera nada confidencial por escrito. Pero un poco de lectura entre líneas nos cuenta muchas cosas.

—¿Por ejemplo? —Cardones se inclinó hacia delante con expresión atenta.

—La mayor parte es personal, como es de esperar, pero aquí dentro hay varias referencias al «escuadrón», aunque tuvo cuidado de no mencionar nunca su tamaño. También hay un comentario bastante mordaz sobre unas órdenes de ayudar a los mercantes andis, lo que sugiere un intento por controlar la barrena diplomática en el caso de que algo delate sus actividades, y una referencia a un tal ciudadano almirante Giscard. La verdad es que no esperaba encontrar nada, pero de todos modos comprobé nuestra base de datos y el caso es que tenemos algo sobre Giscard. Solo era comandante antes del intento de golpe de Estado, pero tenemos extractos del informe que reunió la OIN sobre él porque sirvió como agregado naval en Mantícora… y porque sirvió como instructor en su academia militar.

—¿Un comandante? —Cardones parpadeó y Honor asintió.

—Sospecho que habría tenido mayor rango si hubiera sido legislaturísta. Ya sabe lo duro que era para cualquier otro llegar a un rango superior, ¡pero si solo hicieron capitán a Alfredo Yu, por el amor de Dios! Pero parece que Javier Giscard era uno de los mayores defensores de los ataques contra naves comerciales dentro de la AP.

—Lo que lo convertiría en la elección lógica para mandarlo aquí, ¿no? —murmuró Cardones.

—Desde luego que sí. Ojalá tuviéramos más detalles sobre él aunque supongo que tenemos suerte de tener siquiera esto sobre alguien que terna un rango tan bajo durante el antiguo régimen. Y ojalá hubiéramos sabido esto antes de despedir al Vaubon. Hay una nota en el expediente que tenemos sobre él que dice que la OIN tiene mucha más información que nosotros. —Cardones asintió, incluso con la tecnología moderna de almacenamiento de datos, no había forma de que los inmensos expedientes que tenía la OIN sobre oficiales enemigos pudieran meterse enteros en la memoria de la nave—. Pero lo que tenemos sugiere que lo que él defendía era desplegar fuerzas pesadas para las operaciones sistemáticas. También insistía en la necesidad de contar con un buen elemento explorador al servicio de la fuerza principal. Al parecer él cree en monitorizar los objetivos con cierto detalle antes de entrar, que es seguramente lo que estaba haciendo el Vaubon cuando Caslet se tropezó con Sukowski y averiguó lo de Warnecke.

—No me gusta cómo suena eso —Cardones se frotó una ceja—. Si lo eligieron para poner en práctica sus teorías, es muy probable que lo dejaran levantar la fuerza que quería.

—Exacto. Yo diría que tenemos una posibilidad excelente de estar enfrentándonos al menos a un escuadrón de AC, es posible que incluso cruceros de batalla con cruceros ligeros como elementos exploradores. Los CL ya serían una mala noticia, pero los cruceros pesados o los cruceros de batalla podrían hacer estallar en pedazos cualquiera de las escoltas de nuestros convoyes, dada nuestra escasez general de fuerzas.

—Y además estamos nosotros —dijo Cardones en voz baja.

—Y además estamos nosotros. —Honor jugueteó con el memobloc mientras lo miraba con el ceño fruncido—. Si Giscard está ahí fuera —dijo al fin con el tono de alguien que piensa en voz alta—, y tiene todas esas legaciones repos y misiones comerciales convertidas en una red de inteligencia, lo más seguro es que termine familiarizado de las pautas locales de envíos, ¿no?

—Sí, señora. —Cardones asintió, se preguntaba adonde quería ir a parar y su capitana hizo una mueca.

—De acuerdo, vayamos un poco más allá y supongamos que ya lo ha hecho, o que lo hará en breve, que ya le ha llegado noticia de que tenemos naves Q en la zona. Según las pautas de pérdidas existentes, y suponiendo que los repos estén implicados en ellas, debe de haber estado operando con destacamentos separados. Es posible que haya hecho que sus naves pesadas operaran solas, pero es más probable que las mantuviera en divisiones de dos naves al menos; las conferencias de la academia militar enfatizaban bastante la necesidad de no dar la seguridad nunca por sentada y mantener los activos concentrados. Pero si usted fuera Giscard y alguien le dijera que hay un escuadrón de naves Q manticorianas en la zona, ¿cambiaría usted su pauta de operaciones?

—Sí, señora —respondió Cardones después de pensarlo un momento—. Si hacía hincapié en la concentración de fuerzas para los ataques rutinarios, se inclinaría por fuerzas más grandes. No podría cubrir tanto terreno, pero estaría en mejor posición para enfrentarse a uno o dos de nosotros. Y, por supuesto, no podría contar con que nosotros operáramos de uno en uno, lo que incrementaría su necesidad de concentrarse.

—Desde luego, pero yo estaba pensando en algo un poco más extremo que eso.

—¿Más extremo? —Cardones frunció el ceño—. ¿Cómo, señora?

—Supongamos que Giscard es tan listo por lo menos como nosotros, pero no sabe que hemos capturado una de sus naves ni que tenemos razones para sospechar de su presencia. Dicho eso, yo supondría que mis contrapartidas manticorianas harían precisamente lo que hemos estado haciendo nosotros, desplazarnos a la zona donde es mayor la amenaza y patrullarla. —Miró a Cardones, que asintió y después continuó.

»De acuerdo. Bien, si yo fuera él y operara a partir de esas suposiciones creo que quizá decidiese mirar en algún otro sitio. Un sitio donde pudiera aplastar un montón de naves con poco riesgo relativo, mientras las naves Q se afanan buscándome en otra parte.

—Supongo que eso tiene sentido —asintió Cardones mientras estudiaba la cara de su superior—. La pregunta es, ¿dónde encontraría un objetivo así?

—Justo aquí —dijo Honor en voz baja y encendió el holograma de un gráfico. Mostraba las aproximaciones al cuadrante suroeste de la Confederación; la capitana arrojó un punto de luz a unos veinte años luz de Sachsen. Cardones lo miró un momento y después entrecerró los ojos cuando lo comprendió, el punto de luz estaba en la zona conocida como la Fractura Selker.

Las «fracturas» eran volúmenes de hiperespacio entre olas gravitacionales. No eran nada insólito, de hecho, la mayor parte del hiperespacio era una enorme fractura, dado que las olas gravitacionales tendían a ser bastante estrechas en términos interestelares. Por desgracia, los patrones de esas olas, que parecían hechos a retazos, implicaban que en la mayor parte de los viajes las naves estelares tenían que cruzar al menos una. Y dado que cada ola era más potente que cualquier cosa que pudiera generar el hombre y tenía una frecuencia y un flujo únicos, la interferencia entre la ola y una cuña propulsora generaba al instante una liberación de energía suficiente como para destruir cualquier nave construida jamás.

Por eso las expediciones colonizadoras habían seguido utilizando navíos diseñados para el espacio normal que se desplazaban a una velocidad inferior a la de la luz y equipados con sistemas criogénicos, a pesar de que los viajes podían durar siglos, al menos antes de la invención de la vela Warshawski y el detector de anomalías gravitatónicas. Las naves de reconocimiento tripuladas por especialistas temerarios habían utilizado el hiperespacio para explorar el universo, pero el número de víctimas había sido alto. Las tripulaciones se habían seguido presentando voluntarias (atraídas por una combinación de pasión por los viajes, adicción a la adrenalina y unos salarios increíbles) pero los que se llevaban a sus familias a las estrellas se habían conformado con el espacio normal y la criogenización.

Pero en 1273 PD, la hiperfísica Adrienne Warshawski había montado unos nodos propulsores con un diseño radical y mucho más potentes (a los que llamó «nodos alfa») en la nave de prueba Ala Veloz y había producido las primeras velas Warshawski. En realidad, no era más que las dos bandas acentuadas del espacio de una cuña propulsora normal pero el Ala Veloz las había proyectado como enormes discos perpendiculares al eje central, no como cuña. La verdadera brujería radicaba en lo que Warshawski había logrado hacer con esas velas, que había sido darles tal capacidad de «sintonizar» que les permitía ajustar la fase y fundirse con una ola gravitacional natural. Estabilizaban al Ala Veloz con respecto a la ola gravitacional y si se hacían sutiles ajustes de fuerza y frecuencia, generaban un «factor de sujeción» que le permitía utilizar la ola en sí, en conjunción con su compensador inercial, para generar unos ritmos de aceleración extraordinarios. Y como beneficio adicional, el interfaz entre la vela y la ola producía unos remolinos de unos niveles de energía absurdamente altos que de paso podía aprovechar la nave y que le permitían disfrutar de un ahorro enorme en la masa del reactor.

Huelga decir que la vela Warshawski revolucionó los viajes interestelares. En lugar de evitar las olas gravitacionales como si fueran una plaga, los capitanes comenzaron a buscarlas, ayudados por los detectores gravitatónicos que ya había producido la científica, y que todavía se conocían como «Warshawskis» en su honor. Esas olas habían pasado de ser trampas mortales a convertirse en los medios más eficientes de transporte conocidos por el hombre. Una nave podía generar la misma velocidad sostenida con un motor propulsor, pero las rutas evasivas requeridas para evitar las olas añadían muchísimo tiempo al viaje y las, consecuencias de encontrarse con una ola inesperada seguían siendo fatales, y cabalgar sobre las olas, sin embargo, una nave estelar aceleraba más, costaba menos explotarla y eliminaba el peligro de tropezarse con una.

Al mismo tiempo, casi siempre era necesario que una nave hiciera al menos una transición (y por lo general más) entre ola y ola gravitacional en cualquier viaje largo, y esas transiciones se hacían (con mucho cuidado) con el motor propulsor.

Sobre todo, pensó Cardones, en la Fractura Selker.

Las rutas interestelares más importantes se habían trazado de tal modo que evitaran las fracturas más anchas. Alargaban un poco más varias de esas rutas pero se consideraba que merecía la pena en términos de seguridad y rentabilidad. La Fractura Selker, sin embargo, era imposible de evitar. Las naves que iban del Imperio a Silesia no tenían forma alguna de rodearla. Y solo para empeorar todavía más las cosas, también albergaba la ola gravitacional solitaria conocida como la Fisura Selker.

La mayor parte de las olas gravitacionales estaban trabadas, formaban parte de una red de patrones de tensión unidos que además se anclaban unos a otros y obligaban a sus ramales a mantener una relación fija entre sí. Se movían con los años, pero con lentitud, como una unidad y de forma predecible.

Las olas solitarias no. Las olas solitarias eran espuelas o llamaradas arrojadas por las olas trabadas; no formaban parte de la red. Podían aparecer y desaparecer sin advertencia previa o cambiar de posición a una velocidad increíble y si bien la mayor parte de los hiperfísicos creían que las olas solitarias eran, en realidad, fenómenos cíclicos cuya cadencia se podría predecir una vez que se acumularan los datos suficientes, acumular datos sobre ellas era justo lo que los patrones mercantes más ansiaban evitar.

Pero la Fractura Selker no se podía evitar, así que las naves que se movían entre el Imperio y la Confederación la cruzaban con el motor propulsor a una velocidad bajísima (del orden de los 0.16g) para asegurarse de que podían esquivarla si la Fisura Selker aparecía de repente en sus detectores. Lo que implicaba que tardaban más de cinco días solo en cruzar la Fractura, pero también significaba que salían vivos de allí.

—¿Cree que los repos podrían atacar a un convoy en la Fractura? —La pregunta de Cardones era una afirmación y Honor asintió.

—¿Por qué no? —preguntó la capitana en voz baja—. A estas alturas, en la Confederación todo el mundo sabe que solo utilizamos destructores para escoltar a nuestros convoyes. Lo que es suficiente para disuadir a los piratas normales, pero no a los cruceros pesados ni a los cruceros de batalla. Y la densidad de partículas es anormalmente baja en la Fractura. Lo que les da un mayor alcance a los sensores si quieres establecer una línea de piquetes, y la baja velocidad de tus objetivos hace que sea mucho más fácil interceptar a los que captes. No solo eso, puedes ir tras ellos con el motor propulsor y los flancos protectores activados sin perder la capacidad de utilizar los misiles. Unas naves pesadas podrían masacrar a la escolta… y después dar caza a los mercantes con tranquilidad.

—Y llevarse hasta cuarenta o cincuenta cargueros de una sola vez —dijo Cardones en voz baja.

—Exacto. Claro que —Honor cruzó las piernas y entrelazó las manos sobre la rodilla derecha— todo esto no son más que especulaciones. No podemos permitirnos dejar pasar la posibilidad de que quizá decida seguir trabajando en los terrenos de caza actuales, o incluso puede que intente ambas operaciones a la vez, aunque no me lo parece, por alguna razón. Se aleja demasiado de su insistencia en la concentración de fuerzas.

—Pero no creo que podamos permitirnos descartarlo del todo, señora.

—No, no podemos. —Honor miró el holograma con el ceño fruncido y después suspiró—. Bueno, solo veo un modo de proceder. Pasaremos por Sachsen pasado mañana. Iba a hacer una simple pasada por allí y luego iba a continuar directamente hacia Marsh, pero ahora creo que tendremos que parar. Es posible que los andis o los confederados tengan algo en el sistema que quiera venirse con nosotros a Marsh.

—Poco probable, señora —señaló Cardones—. El Destacamento Confederado estaba a punto de partir a enfrentarse con los secesionistas de Psique cuando pasamos por allí y a menos que haya un convoy dentro del sistema, lo más grande que tendrán disponible los andis será un bote o dos.

—Lo sé. Por eso iba a hacer una pasada rápida hasta que salió a la luz esta nueva información. Ahora bien podríamos comprobarlo, de todos modos, ya que tenemos que parar el tiempo suficiente para dejar despachos nuevos en la embajada. Le enviaré órdenes a Alice para que continúe con sus operaciones, pero que cambie a códigos traspondedores andis o confederados y que se asegure muy mucho de mantenerse a cubierto durante las interceptaciones hasta que esté segura de con quién está tratando.

»Al mismo tiempo —continuó mientras volvía a recostarse— les enviaré despachos a Gregor y al Almirantazgo. Si Giscard está operando por aquí, necesitamos más naves Q y las necesitamos ya. No sé dónde va a encontrar el almirante Caparelli más unidades, pero va a tener que sacarlas de algún sitio.

—¿Y el ataque contra Warnecke?

—Continuaremos con eso con el apoyo andi —dijo Honor con viveza— o sin él. Ir a por los piratas en sus guaridas es la mejor forma de interrumpir sus operaciones y esta es la primera base que hemos podido identificar. Y lo que es más importante, Warnecke es mucho más peligroso que el independiente medio. Tenemos que eliminarlo, del todo, y lo antes posible.

—¿Y después, señora?

—Después creo que le echaremos un vistazo a la Fractura. Nosotros podemos cuidarnos mejor que cualquier nave mercante si no nos queda más remedio, pero lo que me gustaría hacer es limitarme a cruzar la zona, utilizando un ajuste andi en el traspondedor, creo, mientras vemos si podemos captar alguna señal de algún piquete. No se esperarán sensores de nivel militar a bordo de un mercante y si tienen órdenes de ayudar al comercio andi, deberían dejarnos en paz si creen que eso es Lo que somos. Deberíamos poder cruzar la zona sin demasiados problemas y si nos olemos que hay naves de guerra acechando, eso confirmaría nuestra hipótesis de que hay una autoridad superior al mando.

—¿Qué hacemos a corto plazo si los captamos, señora?

—Una cosa que no haremos es entablar combate con ellos —dijo Honor con firmeza—. Si están operando con cruceros de batalla, serán mucho más rápidos que nosotros. Y pueden derribarnos hasta en la Fractura, donde podemos utilizar los lanzamisiles y aunque tengamos suerte contra la primera o las dos primeras naves. Y si han reunido un piquete, alguien se va a dar cuenta si empezamos a pegarnos con sus vecinos. —Sacudió la cabeza—. El almirantazgo nunca pretendió que nos enfrentáramos a naves capitales y yo no tengo ningún deseo de reescribir nuestras órdenes en ese aspecto. Quizá con el Intrépido y el Nike me sentiría más agresiva; con el Viajero siento un inmenso deseo de ser tan inofensiva como pueda en lo que respecta a un escuadrón repo.

—Hm. —Cardones pensó en todo ello durante dos segundos y después esbozó una amplia sonrisa—. Puedo vivir con ese planteamiento, señora —dijo con tono alegre.