27
Honor se encontraba en la galería de la dársena de botes y observaba con sentimientos encontrados la pinaza que acababa de atracar. Se había pasado dos horas atrayendo a los piratas para que atacaran al Viajero y no se había sentido del todo tranquila cuando se había planteado cómo iba a ocuparse de los tres. Tenía la potencia de fuego necesaria para acabar con ellos, pero a menos que fueran a por ella en masa, al menos uno habría tenido una posibilidad excelente de abrir al Viajero en canal antes de que la nave o sus NAL pudieran cargárselo. Y resultaba que un crucero ligero (que encima era repo) salía como un rayo de la nada para «rescatarla». A pesar de todas las posibilidades que habían barajado ella y su equipo táctico, esa era una que jamás se les había ocurrido y Honor se había sentido deshonesta y culpable a la vez al dejar que los repos se metieran directamente en su trampa y encima se llevaran una paliza en el proceso. Aquel patrón había perdido a miembros de su personal (más de cincuenta si los informes iniciales de Susan Hibson y Scotty Tremaine eran precisos) para salvar a una nave mercante enemiga y le parecía cruel e ingrato «recompensarle» quitándole la nave.
Pero no le quedaba más remedio. La mera presencia de un CL repo en Silesia ya exigía una investigación y esa nave era una nave de guerra enemiga. Pero al menos podía hacer todo lo que estaba en su poder para ayudar con los heridos que habían caído en su desigual batalla; Angela Ryder, los dos ayudantes de cirujano y una docena de auxiliares habían acudido a la otra nave en la primera pinaza.
Honor se apartó cuando unos adustos auxiliares salvaron el tubo con los heridos más críticos. La presencia de los marines del Viajero era evidente en la galería, pero despejaron el camino hasta los ascensores y los auxiliares bajaron corriendo por él con el teniente Holmes a la cabeza.
La oleada de cuerpos rotos continuó durante un tiempo agónicamente largo, después Honor respiró hondo cuando otro grupo bajó por el tubo. El hombre que iba en cabeza llevaba un traje malla repo con una insignia de comandante y la capitana se adelantó cuando el repo cayó de un salto en la gravedad interna del Viajero.
—Capitán —dijo Honor en voz muy baja. El hombre enjuto, fuerte y moreno la miró durante un instante con la cara muy blanca y los ojos todavía asombrados, después se cuadró con una precisión dolorosa.
—Warner Caslet, ciudadano comandante, NAP Vaubon. —El hombre hablaba con el tono mecánico de una pesadilla. Carraspeó y después señaló con un gesto al hombre y a las mujeres que tenía detrás—. Comisario popular Jourdain; ciudadana capitana de corbeta MacMurtree, mi primera oficial; y ciudadana capitana de corbeta Foraker, mi oficial táctica —dijo, con la voz ronca.
Honor los saludó con la cabeza uno por uno, después le tendió la mano a Caslet. Este la miró varios segundos, después irguió los hombros y estiró también la suya.
—Comandante —dijo Honor sin alzar la voz mientras Nimitz permanecía muy quieto sobre su hombro—. Lo siento. Ha mostrado valor y compasión al acudir en ayuda de una nave con bandera enemiga. El hecho de que no supiera que estábamos armados solo hace que su acción al correr semejante riego sea mucho más loable todavía y estoy convencida de que habría acabado usted con los tres. Lamento profundamente tener que «recompensarlo» llevándome su nave. Se merece algo mejor y ojalá pudiera dárselo. Pero si le sirve de algo, permítame darle las gracias en mi nombre y en el de mi reina.
La boca de Caslet se crispó e inclinó la cabeza. No había mucho más que pudiera hacer y la capitana sintió la amarga sensación de pérdida del hombre a través de Nimitz. Había una rabia profunda, ardiente, en aquella pérdida (no tanto contra Honor como contra aquella broma infernal del universo) y también había miedo. Eso la confundió un momento y después le apeteció darse de patadas. Por supuesto. Aquel hombre no temía lo que ella pudiera hacerle a él o a su tripulación, temía lo que su propio Gobierno les haría (a ellos o a sus familias) y ella también sintió una oleada nueva y amarga de furia. Aquel hombre se había enfrentado a un riesgo enorme por hacer lo correcto y Honor no soportaba pensar en lo que le iba a costar.
El ciudadano comandante se quedó inmóvil un momento más y después respiró hondo.
—Gracias por su pronta asistencia médica, capitana Harrington —dijo—. Mi gente… —Se le quebró la voz y la capitana asintió con gesto compasivo.
—Nos ocuparemos de ellos, comandante —le prometió—. Se lo garantizo.
—Gracias —dijo otra vez el repo, después carraspeó una vez más—. No sé si se lo han dicho, capitán, pero tenemos a dos ciudadanos manticorianos a bordo. Los rescatamos de otros piratas y lo han pasado bastante mal.
—¿Manticorianos? —Honor alzó las cejas y empezó a hacer más preguntas, pero al momento se detuvo. Caslet y sus compañeros no estaban en su mejor momento y lo menos que podía hacer era darles tiempo para que se recuperaran. Sin duda algún tipo duro de la OIN habría argüido que sorprenderlos mientras todavía estaban conmocionados era la mejor manera de sacarles información, pero allá ellos. La guerra entre la República popular y el Reino Estelar era un asunto muy feo, pero Honor Harrington pensaba tratar a aquellas personas con el respeto que exigían sus acciones.
»El comandante Cardones, mi primer oficial —dijo mientras le hacía un gesto a Rafe para que se adelantara—, les acompañará a su alojamiento. Haré que trasladen aquí su equipo personal en cuanto sea posible para que puedan quitarse las mallas. Podemos hablar más tarde, durante la cena.
—Mi gente… —empezó Caslet, pero se detuvo. Ya no eran «su» gente. Eran prisioneros de guerra y estaban bajo la responsabilidad de Honor. Pero al menos ya había visto que sus captores tenían la intención de tratarlos bien y asintió. Después, sus compañeros y él salieron de la galería tras Cardones mientras dos marines iban en pos de ellos y Honor los observaba irse con una sonrisa triste.
* * *
—¿Qué hacemos con el Vaubon? —preguntó Cardones. Honor y él se encontraban en el puente del Viajero, contemplando el gráfico y preguntándose qué les parecería todo aquello a las autoridades de Schiller. Los sensores de vigilancia del sistema silesiano tenían que haber captado las emisiones de la corta y salvaje batalla, pero allí no había salido nadie a hacer ninguna pregunta. Lo que quizá indicara que el gobernador de Schiller, como Hagen, tenía un «acuerdo» con los piratas de la zona, pero también quizá no fuera más que simple prudencia, sobre todo si habían captado unas buenas lecturas de las armas empleadas. Según los expedientes del departamento de inteligencia que tenía Honor, la unidad más pesada que tenía Schiller era una corbeta y nada tan pequeño querría irritara algo que disponía de los gráseres de una nave de barrera.
—No lo sé —dijo después de un momento. Nimitz ronroneó con suavidad desde el respaldo del sillón de mando y su persona estiró la mano para acariciarlo sin apartar los ojos del gráfico.
Caslet había seguido los protocolos correspondientes para rendir su nave. Si la capitana tenía tiempo, se suponía que debía sacar a su tripulación en una nave más pequeña y después disparar las barrenas, pero las ordenanzas de la guerra establecían unos estándares diferentes si se encontraba en una posición táctica desesperada. Se suponía que el enemigo debía darle la oportunidad de rendirse y se suponía que ella debía aceptarla en lugar de dejar que mataran a su tripulación para nada. Después de todo, no solía haber muchos supervivientes en una nave destruida por impactos hechos a quemarropa y el quid pro quo para sacarlos vivos era que la nave, una vez rendida, continuaba rendida y se convertía en el botín intacto del vencedor.
Pero antes de que abordaran su nave, se suponía también que debía purgar sus ordenadores y destruir el equipo clasificado, y Caslet lo había hecho. Sin duda la OIN querría de todos modos examinar la nave con detalle y los pelotones de búsqueda de Honor la saquearían por si encontraban algún documento impreso. Pero no había muchos datos que recuperar y a aquellas alturas la RAM ya había capturado naves repos suficientes como para estar familiarizada con su tecnología. Honor no esperaba encontrar ningún baúl del tesoro en el Vaubon, pero todavía tenía que decidir qué iba a hacer con su presa… y sus prisioneros.
—Lo más importante —dijo después de un momento, tanto para sí como para Cardones— es evitar que los repos sepan que la tenemos. Las pérdidas en Posnan quizá expliquen lo que esta haciendo aquí, pero si formaba parte de una operación de ataque a naves comerciales, no era la única. Así que lo primero es asegurarnos de que los nuestros lo saben antes de que los suyos se den cuenta.
—Tiene sentido, señora. ¿Pero qué hay de notificar a los repos?
—Y también está eso —asintió Honor, no muy contenta. Los Acuerdos de Deneb exigían que los combatientes informaran de los nombres de los prisioneros (y los muertos en combate) al otro bando, por lo general a través de la Liga Solariana, dado que casi siempre era el sistema neutral más poderoso que tenían por allí. Aunque por tradición los repos se mostraban bastante descuidados, el Reino Estelar no lo era; pero decirles a los repos que habían hecho prisioneros a Caslet y su personal equivalía a decirles también que habían tomado su nave.
»Podemos aplazarlo un tiempo —decidió Honor—. Se nos exige que notifiquemos a su Gobierno dentro de «un periodo de tiempo razonable», no en cuanto sea físicamente posible. Dados los requisitos operativos de seguridad que tenemos nosotros, voy a interpretar eso de una forma un tanto literal. —Cardones asintió y su capitana le dio unas cuantas vueltas al tema mientras miraba la pantalla unos minutos más, después asintió con decisión.
»Todavía dispone de hipercapacidad, así que pondremos una tripulación básica a bordo (el teniente Reynolds puede tomar el mando) y la enviaremos a la estación Gregor para que regrese a Mantícora. De camino puede hacer una parada en la estación naval andi de Sachsen y después en Nuevo Berlín. Creo que es algo que tenemos que contarle a Herzog Rabenstrange y podemos pedirle a nuestro embajador en Sachsen que transmita la información a nuestras estaciones de la Confederación. Dejaremos unos despachos con nuestro agregado naval aquí, en Schiller, para el resto del escuadrón cuando roten por aquí. Seguramente es el mejor modo de hacer correr la voz sin cargarnos la seguridad.
—Sí, señora. ¿Y los prisioneros?
—No tenemos espacio en el calabozo para quedarnos con ellos —murmuró Honor frotándose la punta de la nariz— y me gustaría trasladar a sus heridos a un hospital de verdad en cuanto sea posible. Se lo debemos. —Bajó a Nimitz de la silla y lo acunó en sus brazos mientras lo pensaba, después asintió una vez más—. La enfermería del Vaubon está intacta y su soporte vital está en buenas condiciones. Prescindiremos de los oficiales y enviaremos a la mayor parte del personal raso (y a todos los heridos) con él, y haré que Reynolds le pida a la AIA que evacue a las bajas en Sachsen.
Cardones respondió con un asentimiento. Comprendía la lógica de retener a los oficiales del Vaubon, eran los que más probabilidades tenían de instigar algún intento por retomar la nave durante el viaje de regreso.
—Le pediré a la mayor Hibson que destine un destacamento de seguridad adecuado —comentó, y Honor asintió.
»¡Bueno! —dijo el primer oficial con tono vivo—. Con eso despachamos a los repos, ¿qué hay de los piratas?
—Se les aplica el tratamiento habitual —respondió Honor. Corrían cierta riesgo entregándoles el puñado de piratas que habían sobrevivido al combate al gobernador del sistema. Aunque este fuera un hombre honesto, los bandido, podrían descubrir el pastel de la captura del Vaubon. Por otro lado, tampoco eran tantos. De hecho, no había ninguno de las dos naves más ligeras y no quedaban oficiales del puente de mando del crucero ligero. Los supervivientes sabían que habían estado disparando a un crucero ligero, pero no era muy probable que supieran que era un repo y tampoco habían tenido oportunidad de descubrirlo después. Con todo…—. Quizá no sería mala idea que nos jactáramos un poco de cómo los engañamos para que cayeran en la emboscada de «nuestro» crucero ligero —añadió.
—Me ocuparé de ello, señora —asintió Cardones. Se fue para dar las órdenes oportunas y Honor se quedó donde estaba, sin dejar de contemplar la pantalla.
Todavía quedaban preguntas sin respuesta. El número de piratas había sido una auténtica sorpresa y también habían estado mucho más armados de lo habitual. Las naves mercantes casi nunca contaban con armas y no hacía falta mucha potencia de fuego para obligarlas a rendirse, pero esa gente había metido en sus naves suficiente armamento como para reducir de verdad la cantidad de soporte vital requerido por las grandes tripulaciones que solían llevar los piratas.
Bueno, al menos tenía una oportunidad excelente de averiguar de qué iba todo aquello. No había habido supervivientes de la primera víctima del Vaubon, el fallo total del compensador y cincuenta y un segundos de aceleración desbocada a más de cuatrocientas gravedades se habían ocupado de eso. Pero los ordenadores de la nave habían quedado intactos. A las NAL de la comandante Harmon les había llevado cinco horas dar caza al casco y remolcarlo hasta el Viajero pero Harold Tschu y Jennifer Hughes tenían a su personal echándole un buen vistazo al sistema. Honor intentó no pensar en los restos humanos entre los que estaban trabajando mientras lo hacían y le dio al fin la espalda al gráfico con la esperanza de que al menos encontraran pronto alguna respuesta.
* * *
Warner Caslet mantuvo los hombros rectos mientras seguía al teniente de los marines por el pasillo. No era fácil y maldecía su propia estupidez. Había perdido su nave, el pecado más temible que podía cometer cualquier capitán, y la había perdido para nada.
Apretó los dientes hasta que le dolieron los músculos de la mandíbula. No le servía de nada saber que había hecho lo correcto (lo más honorable, se burlaba su cerebro), dada la información que tenía. Inteligencia no le había advertido que los mantis estaban usando naves Q, Y tenía motivos para creer que el Viajero era una auténtica nave mercante cuando había acudido en su ayuda. E incluso por mucho que se odiara en ese momento, seguía convencido de que había tomado la decisión conecta basándose en lo que sabía. Nada de lo cual podía atemperar el desdén que «M» por lo mismo… ni salvarle de las consecuencias.
Al menos todavía van a tardar bastante, pensó con ironía. La República Popular se había negado a intercambiar prisioneros de guerra durante el tiempo que durase esta. Había precedentes a favor y en contra del intercambio de prisioneros, pero los mantis tenían una población mucho más pequeña que la República… que no tenía ninguna intención de devolverle personal cualificado a la RAM. Además pensó con un destello de humor amargo, ¡tendríamos que intercambiar veinte por uno solo para quedar empatados!
Warner Caslet no estaba deseando pasarse los años siguientes en un campo de prisioneros, aunque se supusiera que los mantis trataban mejor a sus prisioneros que la República. Con todo, sería mejor para su salud seguir siendo prisionero… de forma permanente. Al menos los mantis no lo iban a fusilar por estupidez.
Se había planteado la posibilidad de pedir asilo político, pero no podía hacerlo. Sabía que algún miembro de la AP lo había hecho, como Alfred Yu, que se había convertido en almirante de la Armada graysoniana. Cualquiera de ellos estaba muerto si volvía a caer en manos de la República, eso no había ni que decirlo, pero no era por eso por lo que Caslet no podía hacerlo. A pesar de todos los excesos del Comité de Seguridad Pública, a pesar de todos los obstáculos absurdos que el Comité, sus comisarios y la se le imponían a la Armada popular, Warner Caslet había hecho un juramento al aceptar su cargo. No podía darle la espalda a ese juramento como no había podido dejar que los carniceros de Warnecke violaran y asesinaran a los cosmonautas civiles que creyó que tripulaban aquella nave. Se había quedado estupefacto al darse cuenta, pero era verdad. Aunque eso significara que los suyos lo iban a fusilar por ello.
Levantó la cabeza cuando su escolta se detuvo. Un hombre con un uniforme verde sobre verde que desde luego no era manticoriano se encontraba junto a una escotilla cerrada y levantó una ceja al mirar al teniente.
—El coman… el ciudadano comandante Caslet para ver a la capitana —dijo el marine, los labios de Caslet se crisparon ante la corrección. Seguía sonando ridículo, pero al menos era un extraño y reconfortante vínculo con quien había sido y lo que había sido solo unas horas antes.
El hombre del uniforme verde asintió y habló por el intercomunicador un momento, después se apartó cuando se abrió la escotilla. El teniente también se apartó con un respetuoso gesto de la cabeza y el ciudadano comandante le devolvió el saludo antes de entrar por la escotilla y detenerse.
Lo esperaba una larga mesa cubierta con un mantel de color blanco níveo dispuesta con rutilante loza de porcelana y cristal. Unos deliciosos aromas culinarios llenaban el ambiente y Denis Jourdain, Allison MacMurtree, Shannon Foraker y Harold Sukowski ya estaban sentados allí junto con media docena de oficiales manticorianos, incluyendo al comandante Cardones y la joven teniente que había estado al mando de las pinazas que habían abordado al Vaubon, Otro hombre de uniforme verde permanecía junto al mamparo y un tercero (pelirrojo y con irnos ojos grises vigilantes que denotaban a un «guardaespaldas») siguió sin ruido a la capitana Harrington cuando esta cruzó el espacio que los separaba.
Caslet la observó con cautela. En la galería de la dársena de botes estaba demasiado conmocionado como para formarse tina impresión. Cosa que lo irritaba, aunque desde luego tenía motivos de sobra, pero ya había recuperado la compostura y la midió con la mirada con detenimiento. Por la reputación que tenía, aquella mujer debería escupir fuego y medir tres metros de altura; a Caslet algo le picaba entre los omóplatos al encontrarse en su presencia. Esa mujer era una de las pesadillas de la AP, como el almirante Haven Albo o la almirante Kuzak, y no se imaginaba lo que estaba haciendo comandando una nave Q en aquel lugar olvidado de la mano de la galaxia. Suponía que tendría que agradecerles a los mantis que utilizaran tan mal su capacidad, pero en aquellos momentos le costaba un poco.
Era una mujer alta y se movía como una bailarina. El cabello trenzado bajo la boina blanca era mucho más largo de lo que lo tenía en la única foto que había en el informe que había hecho Inteligencia de ella, y los ojos almendrados eran mucho más… desconcertantes en carne y hueso. Sabía que uno de ellos era artificial pero los mantis construían unas prótesis excelentes y no supo distinguir cuál era el falso. Era extraño. Sabía de su habilidad en el combate cuerpo a cuerpo y por alguna razón se esperaba que fuera… ¿más fornida? ¿Más corpulenta? No se le ocurría el término exacto, pero fuera lo que fuera, ella no lo era. Tenía la robustez de su mundo natal, cuya gravedad era bastante alta, y tenía unas manos de dedos largos, fuertes y musculosas, pero era una mujer esbelta y elegante, una gimnasta, no una gorila, sin un solo gramo de más por ninguna parte.
—Ciudadano comandante. —Honor le tendió la mano y sonrió cuando el ciudadano comandante se la estrechó. Era una sonrisa cálida, pero un tanto sesgada. El lado izquierdo de la boca se le movía con una vacilación de una fracción de segundo y el repo oyó que arrastraba de forma muy leve la «d» de «comandante». ¿Era el legado de la herida en la cabeza que había sufrido en Grayson?
—Capitana Harrington. —En vista del agresivo igualitarismo de los nuevos gobernantes de la República Popular, Caslet ya había decidido refugiarse tras el rango naval de la mujer en lugar de utilizar cualquiera de sus varios títulos «elitistas».
—Por favor, únase a nosotros —lo invitó la capitana, lo acompañó hasta la mesa y lo sentó en la silla que tenía a su derecha antes de sentarse ella con una elegante economía de movimientos. Su ramafelino se sentó enfrente del ciudadano comandante y Caslet sintió una oleada de sorpresa al percibir la inteligencia brillante que había en aquellos ojos del color de la hierba. Con una sola mirada sapo que el informe de la capitana se había equivocado al decir que era un simple animal; claro que, la República sabía muy poco de los ramafelinos. La mayor parte dé lo que sabían eran solo rumores y los propios rumores discrepaban mucho unos de otros.
Un mayordomo de cabello rubio sirvió el vino y Harrington se recostó en su silla y miró a Caslet con franqueza.
—Ya se lo he dicho al comisario Jourdain y a las ciudadanas capitanas de corbeta MacMurtree y Foraker —dijo—, pero me gustaría agradecerles una vez más lo que intentaron hacer. Ambos somos oficiales navales, ciudadano comandante. Sabe lo que me exige mi cargo, pero lamento profundamente la necesidad de obedecer esos requerimientos. También lamento la pérdida de esos miembros de su tripulación. Tuve que esperar hasta que los piratas se adentraron lo suficiente en el radio de acción de mis armas de energía para garantizar una muerte limpia antes de entrar en combate… y, por supuesto, para asegurarme también de que su nave no podía escapar. —Lo dijo con franqueza, sin inmutarse, y Caslet sintió un reticente respeto por aquellos ojos firmes—. Si hubiera podido disparar antes, algunas de esas personas todavía estarían vivas y yo siento de verdad no haber podido hacerlo.
Caslet asintió, muy rígido, incapaz de confiar en su propia voz. De hecho, tampoco sabía si podía responder abiertamente delante de Jourdain. El comisario popular estaba metido en un lío tan grande como Caslet, pero seguía siendo comisario y tan obstinado y consciente de su obligación como Caslet. ¿Por eso, se preguntó el ciudadano comandante con ironía, se habían llevado mucho mejor de lo que había esperado él en un principio?
—También me gustaría agradecerle los cuidados que les ofreció al capitán Sukowski y a la comandante Hurlman —dijo Harrington después de un momento—. He enviado a su Dra. Jankowski con el resto de su tripulación para que se ocupe de sus heridos, pero mi cirujana me ha asegurado que los cuidados que le ofreció a la comandante Hurlman fueron los que habría pedido cualquiera y por eso se lo agradezco de todo corazón. Tengo alguna experiencia sobre lo que los animales les pueden hacer a los prisioneros —sus ojos castaños se convirtieron en pedernal por un instante— y le agradezco desde lo más profundo la decencia y la consideración que ha demostrado.
Caslet volvió a asentir y Harrington cogió su copa de vino. Miró su interior unos segundos y después volvió a clavar los ojos en la cara de su invitado.
—Es mi intención notificarle su actual estatus a la República Popular, pero nuestros requerimientos operativos de seguridad exigen que retrasemos esa notificación durante un breve espacio de tiempo. De momento me temo que tendré que retenerle a usted y a sus oficiales superiores a bordo del Viajero pero se les tratará en todo momento con la cortesía que merecen su rango y sus actos. No se le presionará para que revele ningún tipo de información confidencial. —Caslet entrecerró los ojos un poco al oír eso y la capitana esbozó otra de sus sonrisas sesgadas—. Oh, si cualquiera de ustedes deja caer algo, le aseguro que informaremos de ello, pero el interrogatorio de los prisioneros le corresponde en realidad a la OIN, no a mí. Dadas las circunstancias, yo me alegro de que sea así.
—Gracias, capitana —dijo el repo, y Honor asintió.
—Entretanto —continuó la capitana—, he tenido oportunidad de revisar con él la estancia del capitán Sukowski a bordo de su nave. Me doy cuenta que no comentó con él ningún asunto operativo, pero dado lo que sí le dijo y lo que hemos sacado de los ordenadores de los piratas, sospecho que sé lo que estaba usted haciendo en Schiller y por qué acudió en nuestra ayuda. —Los ojos femeninos adquirieron aquella luz pétrea una vez más y Caslet se alegró de que aquella furia gélida no estuviera dirigida contra él—. Creo —continuó con una voz tranquil que no ocultaba en absoluto su cólera— que ha llegado el momento de que alguien se ocupe del señor Warnecke de una vez por todas y gracias a ustedes, deberíamos poder hacerlo.
—¿Gracias a nosotros, señora? —La sorpresa le arrancó la pregunta a Caslet y su interlocutora asintió.
—Hemos recuperado toda la base de datos de la nave que inutilizaron. No hemos podido sacar nada de los restos de las otras dos, pero de esa lo sacamos todo… incluyendo sus datos de astronavegación. Sabemos dónde está Warnecke ciudadano comandante, y tengo intención de hacerle una pequeña visita.
—¿Con una sola nave, capitana? —Caslet le echó un vistazo a Jourdain. Dejando aparte de que él también estaba a bordo, era obvio que su obligación era hacer lo que estuviera en su poder para garantizar la destrucción del Viajero, pero no podía desprenderse de los recuerdos de lo que los carniceros del Warnecke le habían hecho a la tripulación del Erewhon, o, si a eso iban, a Sukowski y Hurlman. Jourdain le sostuvo la mirada durante un momento y después hizo un ligerísimo asentimiento, Caslet miró de nuevo a Harrington—. Disculpe, señora —dijo con cautela—, pero nuestros datos indican que tienen varias naves más. Incluso aunque sepa dónde encontrarlo, quizá esté intentando morder más de lo que pueda arrancar.
—Los dientes del Viajero son bastante afilados, ciudadano comandante —le replicó la dama, con una sonrisa ligera y peligrosa—. Y hemos descargado informes completos sobre su flota. Han tomado el planeta Sidemore, en el sistema Marsh. Marsh es, o era, una república independiente justo en el límite exterior de la Confederación, lo que quizá explique por qué los silesianos nunca lo buscaron allí, suponiendo que sepan siquiera que se ha escapado. Pero ya era un sistema bastante marginal incluso antes de que lo tomaran y el único apoyo logístico con el que cuentan parece ser una única nave de reparaciones que sacaron de Cáliz con ellos. Tienen unos recursos limitados a pesar de los contactos que haya podido mantener Warnecke y, según nuestros cálculos, tienen, o tenían, un total de doce naves. Usted eliminó dos y nosotros hemos eliminado otro par, lo que reduce el número a ocho, y algunas de ellas estarán fuera realizando operaciones. Según los datos de la presa capturada, sus defensas orbitales son insignificantes y solo tienen unos cuantos miles de tropas en el planeta. Confíe en mí, ciudadano comandante. Podemos vencerlos… y vamos a hacerlo.
—No puedo decir que sienta oír eso, capitana —dijo Caslet después de un momento.
—Eso me había parecido. Y si bien quizá no sea una gran compensación por la pérdida de su nave, al menos puedo ofrecerle un asiento en tribuna para ver lo que les ocurre a los psicópatas de Warnecke. De hecho, me gustaría invitarlo a usted y al comisario Jourdain a que compartan el puente conmigo durante el ataque.
Caslet se estremeció de sorpresa. Permitir que un oficial enemigo, un prisionero de guerra en realidad, accediera a tu puente de mando en plena guerra era insólito. Después de todo, unos ojos cualificados iban a percibir al menos unos cuantos pequeños detalles que a tu almirantazgo no le haría gracia que tuvieran. Claro que, pensó un momento después, tampoco era como si pudiera informar a los suyos de lo que viera, ¿no?
—Gracias, capitana —dijo—. Se lo agradezco mucho.
—Es lo menos que puedo hacer, ciudadano comandante —dijo Harrington con otra de aquellas tristes y suaves sonrisas. Le hizo un gesto ligero con su copa y el repo cogió la suya con un gesto automático—. Quiero proponer un brindis que podamos compartir todos, damas y caballeros —le dijo a la mesa y en ese momento su gélida sonrisa no era triste ni dulce—. Por Andre Warnecke. Por que reciba todo lo que se merece.
Alzó la copa al tiempo que la envolvía un murmullo de aprobación y Warner Caslet oyó su propia voz (y la de Denis Jourdain) corear la respuesta.