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El ciudadano comandante Caslet exhaló un profundo suspiro de alivio cuando atracó su pinaza. Las órdenes que tenía de permanecer de incógnito en todo momento tenían sentido, suponía, pero también eran una auténtica lata, sobre todo porque ni siquiera el propio cuerpo diplomático de la República sabía que al ciudadano almirante Giscard lo habían destinado a la Confederación. Los embajadores y agregados comerciales que salpicaban el espacio silesiano formaban parte integral de la cadena de información de la República, pero la mayor parte eran también restos del antiguo régimen. El Comité de Salud Pública había aplicado la teoría de la escoba nueva a los diplomáticos destinados a lugares como la Liga Solariana, pero Silesia era un lugar remoto, demasiado lejos de las críticas palestras de las maniobras políticas como para darle la misma prioridad a su limpieza. Por tanto, la Seguridad del Estado confiaba en el personal de sus propias embajadas no más de lo estrictamente necesario, lo cual, admitió Caslet, quizá fuera lo más inteligente desde el punto de vista de la seguridad. Seis embajadores veteranos legislaturistas habían desertado a Mantícora… después de que la se ejecutara a la mayor parte del resto de sus familias por «traicionar al pueblo».

Esa predecible relación de causa y efecto era uno de los ejemplos más notorios de las locuras del ardor revolucionario, en opinión de Caslet, cosa que además a él le complicaba todavía más la vida. No podía aprovechar de forma directa los conductos de información del servicio diplomático sin revelar su presencia y, con toda probabilidad, algo sobre su misión, y lo tenía prohibido porque esos mismos recursos informativos eran sospechosos a los ojos de sus superiores. El ciudadano almirante Giscard podía utilizar cualquier información que ellos encontrasen, pero solo después de que se canalizase a través de uno de los embajadores enviados desde el intento de golpe de Estado, y Jasmine Haines, la agregada comercial del sistema Schiller, ocupaba un lugar demasiado bajo en la cadena alimenticia. Caslet podía utilizar a Haines para enviar despachos codificados a Giscard a través de la valija diplomática, pero no podía decirle a la agregada lo que decían esos despachos ni quién era él, ni siquiera podía pedirle datos concretos que podrían «de algún modo comprometer la seguridad operativa de su misión» como decían de forma concisa aunque no muy útil sus órdenes.

Al menos disponía de los códigos de autentificación para requerir su ayuda, pero se había visto obligado a entrar en Schiller a escondidas y ocultarse detrás del gigante gaseoso más grande del sistema mientras enviaba una simple pinaza con los despachos. Cosa que había odiado. Odiaba quedarse encerrado en el punto de encuentro hasta que regresara su pinaza y, todavía peor, odiaba enviar a su gente a una situación peligrosa cuando él no podía ir con ellos. Pero Allison parecía haber manejado el encuentro con tanta discreción como podría haberse esperado; Caslet se quedó mirando desde la galería de la dársena de botes cuando el tubo de atraque se extendió para recibir la esclusa de la pinaza.

MacMurtree flotó por el tubo y Caslet sintió una punzada de enojo al ver el brillo de los ojos de su compañera cuando él le devolvió el saludo con un poco más de impaciencia de lo debido. Aquella mujer lo conocía bien y sabía que estaba inquieto, impaciente por volver a cazar piratas. Claro que él también la conocía bien a ella. Ninguno de los dos lo había dicho, pero ambos compartían el mismo desdén por el Comité de Salud Pública y sus secuaces, salvo, quizá, por un puñado como Denis Jourdain. Y a ninguno de ellos les gustaba demasiado el concepto de atacar naves mercantes.

Lo que es una tontería por nuestra parte, reflexionó Caslet, la única razón para tener una armada es negarle el uso del espacio al enemigo mientras lo aseguras para ti, ¿no? ¿Y cómo se lo puedes negar a otros si no estás dispuesto a destruir sus buques mercantes? Además, el tonelaje mercante es tan importante para los mantis como las naves de guerra, quizá incluso más, ¿no?

Se olvidó del tema con una sacudida de cabeza y señaló los ascensores con un gesto. MacMurtree se adaptó a su paso y el capitán marcó el código del puente en el panel.

—¿Cómo fue? —preguntó.

—No del todo mal —dijo MacMurtree con un pequeño encogimiento de hombros—. La verdad es que sus patrullas de aduanas no valen un pimiento. Ninguna se acercó lo suficiente ni siquiera para echarnos un ojo.

—Bien —gruñó Caslet. No le había hecho mucha gracia la tapadera del «bote del asteroide minero» que especificaban sus órdenes ya que una pinaza no se parecía en nada a una nave civil. Pero lo que en otro tiempo había sido IntNav insistía en que lo que pasaba por patrulla de aduanas por aquellos pagos se conformaría con una lectura del traspondedor y, diablos, habían tenido razón. Bueno, no está mal para variar, pensó con sequedad.

—De todos modos lo hicimos todo por haz de rayos desde la órbita —continuó MacMurtree—. A Haines no le hacía gracia mandar su bote de despachos, pero aceptó las órdenes. El almirante Giscard —no había comisarios populares por allí para oír que utilizaba el rango prerrevolucionario— debería recibir nuestros despachos en menos de tres semanas. —La mujer hizo una mueca—. Nos podríamos haber ahorrado unos buenos diez días si lo hubiéramos enviado directamente al punto de encuentro, patrón.

—Seguridad, Allison —respondió Caslet, y su compañera bufó con una falta de humor que su capitán comprendía a la perfección. Para tener a la Seguridad del Estado contenta ellos tenían que enviar los despachos al sistema Saginaw, desde el que otro bote de despachos, ese a las órdenes de un embajador en el que confiaba el Comité de Seguridad Pública, se los llevaría a Giscard. Incluso con las elevadas velocidades FTL que solían alcanzar los botes de despachos, eso iba a llevar su tiempo.

»En cualquier caso —continuó el patrón—, podemos estar seguros de que va a saber lo mismo que nosotros, y lo que estamos haciendo. Lo que significa que podemos salir de caza otra vez con la conciencia tranquila.

—Cierto —asintió MacMurtree—. ¿Ha aparecido algo mientras yo estaba fuera?

—La verdad es que no. Claro que aquí estamos un poco a desmano. Creo que podemos salir del hiperlímite planetario, meternos en el hiperespacio y alejarnos un par de semanas luz, y luego volver por el mismo camino que tomamos para ir a la Estrella de Sharon.

—¿Y si nos tropezamos con algún otro?

—¿Se refiere a un pirata «normal» en lugar de los alegres muchachos de Warnecke? —MacMurtree asintió con la cabeza y Caslet se encogió de hombros—. Hemos sacado lo suficiente de sus ordenadores como para reconocer sus emisiones. Deberíamos ser capaces de identificar a los que queremos si los vemos.

Hizo una pausa y se frotó una ceja, y MacMurtree volvió a asentir. Un análisis concienzudo había demostrado que la ciudadana sargento Simonson había sacado más de los ordenadores del pirata que ya habían derribado de lo que pensaban. Lo que era una suerte ya que habían sacado incluso menos de lo que esperaban de sus prisioneros. Pero eso, a su manera, había sido de lo más satisfactorio. Sin necesidad de hacer ningún tipo de trato, habían sometido a todos los piratas a un juicio justo antes de lanzarlos por la exclusa. Pero la Armada Popular no estaba tan enferma como los prisioneros y no disfrutaba con ese tipo de cosas, así que los marines de Branscombe habían ejecutado a cada uno de ellos antes de que cayeran en el vacío.

Pero entre los retazos que Simonson había recuperado había más que suficiente para confirmar las afirmaciones del capitán Sukowski sobre Andre Warnecke y algunas aleccionadoras estadísticas sobre otras unidades del escuadrón corsario. La mayor parte eran por lo menos tan potentes como la que había destruido el Vaubon y tenían cuatro naves que parecían contar con armas más pesadas que la mayor parte de los cruceros pesados de la República. La buena noticia era que un examen de los sistemas armamentísticos de su captura había demostrado algunas deficiencias patentes. El gobierno revolucionario del Cáliz había construido sus naves para destruir naves mercantes que no podían devolverles el fuego, o bien para combatir a unidades de la Armada silesiana, que no se podía decir que estuvieran a la altura de las armadas importantes, y eso se notaba. Parecían haber insistido en atestar sus naves con el sistema más pesado y ofensivo posible, lo que no era un error muy frecuente en las armadas de las potencias más débiles. Los lanzamientos de pesos pesados eran impresionantes, sin duda, pero era igual de importante evitar que los malos le dieran a tu nave y para eso no iban bien equipados.

Lo que no significaba que no fueran a ser peligrosos si no se les manejaba bien pero no había indicaciones de nada que pudiera llegar a la altura de los cruceros de batalla de Giscard. Con todo, si la gente de Warnecke se las arreglaba para lanzar dos o tres de sus naves contra una de las de la República, las cosas podrían complicarse. Y si eso era cierto para los cruceros de batalla, con mucha más razón para los cruceros ligeros.

Era una idea que daba que pensar, pero los ordenadores también habían escupido algo más, todas las naves de Warnecke se habían construido en el mismo astillero y a todas les habían instalado los mismos derivados de los sensores estándar de la Armada silesiana y sus sistemas ge. Por lo que Foraker había podido determinar, su radar era una instalación única, así que todo lo que necesitaban era una buena lectura del mismo y sabrían que tenían los cabrones asesinos que buscaban.

—Supongo que si nos tropezamos con algún otro, tendremos que advertirles y largarlos de allí —suspiró al fin el capitán. Odiaba planteárselo siquiera. Los piratas eran los enemigos naturales de cualquier hombre de guerra, pero él sabía que no tenía alternativa. Jourdain era un buen tipo, pero se resistiría a matara los piratas normales de los que podría esperarse que contribuyeran a presionar a los mantis.

—Mal asunto —murmuró MacMurtree, y el capitán se echó a reír sin ganas.

—Entre usted y yo, Allison, he pensado lo mismo más de una vez y de dos en los últimos tres años —dijo. Su compañera lo miró durante un momento, con los ojos muy abiertos por un instante, después sonrió y le dio un golpe en el hombro. Muy pocos oficiales de la Armada Popular se habrían atrevido a hablar con nadie con tanta franqueza, por mucho tiempo que llevaran sirviendo juntos; la oficial empezó a responder, pero cerró la boca con otra sonrisa cuando el ascensor llegó a su destino. Las puertas se abrieron con un susurro y Caslet salió por delante al puente del Vaubon.

—¿Todo bien, ciudadana primera oficial? —le preguntó Jourdain a MacMurtree y la mujer asintió.

—Sí, señor —dijo con viveza—. La ciudadana Haines ya ha enviado el bote de despachos.

—¡Excelente! —Jourdain incluso se frotó las manos con un gesto de satisfacción—. En ese caso, ciudadano comandante, creo que es hora de que vayamos a buscar a esa gente, ¿no le parece?

—Desde luego que sí, señor —dijo Caslet y sonrió. La primera vez que Jourdain había subido a bordo, Caslet habría apostado cinco años de paga a que aquel tío nunca sería nada más que un grano en el culo. Tiempo después Caslet ya se había dado cuenta de la suerte que había tenido con aquel comisario y su sonrisa adquirió un matiz más cálido y sincero durante un momento. Después se recuperó y miró a su astronavegador.

—De acuerdo, Simón. A por ellos.

* * *

Harold Sukowski se dejó caer en la silla que había junto a la cama de Chris Hurlman y le sonrió. Era más fácil que antes porque la joven ya no parecía un animal acorralado. La doctora Jankowski había vigilado de cerca a Chris, pero la cirujana había decidido dejar la ayuda psicológica para después y se había limitado a asearla y tratar sus heridas físicas. El hecho de que Jankowski fuera una mujer había ayudado, sin duda, pero Sukowski sospechaba que era la sensación de seguridad lo que había marcado en realidad la diferencia. Por primera vez desde la captura del Buenaventura, Chris se sentía a salvo de verdad, entre personas que no solo no la amenazaban a ella o a su patrón, sino que, de hecho, solo querían lo mejor para ellos.

El primer día o dos no habían hecho mucho más que esperar. Él se había sentado junto a su cama casi todo el día y Chris se había quedado allí echada, con los ojos clavados en el techo. La histeria no había comenzado hasta el tercer día y por suerte había sido muy breve. En esos momentos la joven tenía días buenos y días malos, pero aquel parecía ser uno de los primeros y consiguió esbozar una sonrisa a modo de respuesta cuando su patrón se sentó junto a ella. Solo era una sombra de su antigua y contagiosa sonrisa y a Sukowski se le partió el corazón al ver el valor que debía de hacerle falta para proyectar siquiera aquel intento torcido, pero lo único que hizo fue darle unas suaves palmaditas en la mano.

—Parece que aquí no lo hacen nada mal —comentó con un tono deliberadamente distendido. La sonrisa de la joven vaciló, pero no desapareció, y después se aclaró la garganta.

—Sí —dijo con voz ronca. Su voz sonaba oxidada y rota, pero el dolorido corazón del capitán dio un vuelco cuando habló su primer oficial porque la chica no había dicho ni una sola palabra durante la estancia de pesadilla a bordo del corsario—. Quizá debería haber obedecido las órdenes —dijo con voz áspera y una única lágrima le resbaló por la mejilla.

—Pues sí —asintió él, al tiempo que estiraba la mano para secársela con un dedo lleno de dulzura—, pero si lo hubieras hecho, ahora estaría muerto. Dadas las circunstancias, he decidido no denunciarte por amotinamiento.

—Vaya, gracias —consiguió decir la joven y le temblaron los hombros con una risita que era más bien un sollozo. Después cerró los ojos y se lamió los labios—. ¿Van a meternos en un campo de prisioneros?

—Pues no. Dicen que nos enviarán a casa en cuanto puedan. —Chris giró la cabeza en la almohada y se le abrieron los dos ojos de golpe con expresión de incredulidad. Sukowski se encogió de hombros—. Nadie lo ha dicho, pero tienen que estar aquí fuera para atacar a nuestras naves comerciales. Con lo que van a tener un montón de prisioneros de guerra de las naves mercantes. Antes o después tendrán que admitir que los tienen y los acuerdos de intercambio de prisioneros civiles son bastante claros.

—Siempre que se molesten en hacer prisioneros —murmuró Chris, y Sukowski negó con la cabeza.

—A mí me gusta tan poco el Gobierno repo como a cualquiera, pero esta gente parece bastante decente. Desde luego nos han cuidado muy bien —quería decir «te han cuidado» y su compañera asintió— y parecen tan decididos a coger a los cabrones que nos atacaron como lo estaría cualquiera de nuestros patrones. He tenido la oportunidad de echarle un vistazo a los archivos visuales que tienen de otra nave a la que atacaron los muy cabrones y creo que entiendo por qué tienen tanto empeño en cogerlos —añadió con un ligero estremecimiento, después volvió a encogerse de hombros—. En cualquier caso, eso es justo lo que están haciendo ahora mismo, lo que sugiere que tienen intención de seguir las reglas en lo que a los civiles se refiere.

—Quizá —dijo Chris con recelo, y Sukowski apretó la mano que todavía sostenía. No podía culparla por anticipar lo peor, no después de lo que había sufrido, pero estaba convencido de que estaba desconfiando demasiado de Caslet y Jourdain.

—Creo… —empezó a decir, pero no terminó la frase porque se la cortó el aullido repentino de la alarma general del Vaubon.

* * *

—¡Dígame algo, Shannon! —dijo Caslet con tono urgente mientras observaba la desagradable imagen que se dibujaba en el gráfico. Una nave mercante con aspecto de ballena se bamboleaba con desesperación por el espacio con un vector que más o menos convergía con el del Vaubon mientras que no menos de tres barracudas más pequeñas la perseguían. Estaban todas dentro del alcance del radar de Foraker, o lo habrían estado si la técnica hubiera podido entrar en modo activo sin traicionar su disfraz de nave mercante; las signaturas de sus propulsores ardían claras y marcadas en la pantalla de los vectores, lo que solo podía significar una cosa.

—Un mom… —Foraker se interrumpió a media frase. Se inclinó sobre sus lecturas mientras sus dedos acariciaban el panel como un amante, al tiempo que estudiaba las comunicaciones, al poco se irguió.

»Son nuestros chicos, patrón —dijo con tono rotundo—. Parece que son dos un poco más pequeños que el que matamos y un tercero algo más grande, quizá de nuestro tamaño. Es difícil saberlo desde aquí sin pasar a modo activo, pero estamos captando algunas dispersiones del mercante y el radar está bien. Yo diría que son ellos… y por las maniobras, sin duda son piratas. Solo un pequeño problema, señor. —Le dio la vuelta a la silla para mirarlo y la sonrisa que esbozó era lúgubre—. Lo que persiguen es un manti.

—¡Oh, mierda! —La maldición susurrada de MacMurtree fue casi una oración, tan baja que solo la oyó Caslet, cuyo rostro también se tensó. ¡Estupendo, sencillamente estupendo! Para empezar las probabilidades ya eran una mierda y encima la víctima prevista de los corsarios tenía que ser una nave mercante manticoriana.

Volvió la cabeza y miró a Jourdain cuando el comisario popular cruzó el puente hasta él. La expresión de Jourdain era tan desazonada como la de Caslet, el comisario se inclinó hacia él para hablarle en voz muy baja al oído al ciudadano comandante.

—¿Y ahora qué?

—Señor, no lo sé —se limitó a decir Caslet mientras observaba a la condenada nave manti que seguía huyendo lo más rápido que podía, que no era mucho. Los piratas se habían extendido en un cono, a babor de su víctima, al otro lado del rumbo básico de la nave con respecto del Vaubon, pero se acercaban a toda velocidad. Lo tendrían dentro del alcance de los misiles en menos de doce minutos y al carguero ya le era imposible eludirlos.

Caslet se inclinó e introdujo una consulta en su gráfico, después frunció el ceño cuando los números parpadearon y los vectores se proyectaron en la pantalla. Si todo el mundo mantenía su rumbo actual, los malos iban a adelantar a su presa a menos de un millón de kilómetros del Vaubon, justo delante de ellos, demasiado cerca para su gusto. Y lo que era peor, dado el modo en que sus rumbos estaban convergiendo y teniendo en cuenta la inevitable deceleración de los piratas para abordar al carguero, se estarían moviendo a no mucho más de unos cuantos KPS más rápido que el Vaubon en el momento de la interceptación, lo que prolongaría el tiempo de cualquier combate y complicaría todavía más las cosas.

—¿Estamos recibiendo algún impacto de radar? —preguntó.

—Negativo, patrón. Parecen estar concentrándose en el manti. —Foraker exhaló un elocuente bufido de desdén ante el descuido de los corsarios—. Claro que tienen que tenernos en gravitatónica, pero quizá no vean ningún motivo para mirarnos más de cerca —admitió—. Nosotros los tenemos en modo pasivo, después de todo. Es muy probable que ellos nos estén rastreando del mismo modo y parezcamos otro mercante cualquiera. Quizá incluso esperen que no los hayamos visto todavía. Si es así, no querrían llamarnos a la escotilla con el radar.

Caslet asintió y frunció el ceño al mirar la pantalla. Ese carguero era una nave enemiga. No una nave de guerra, no, pero seguía estando bajo bandera enemiga. Y dada las órdenes de su misión, tenía la obligación de atacarla. Sus superiores, desde luego, no se habían planteado jamás una situación en la que él pudiese considerar siquiera la posibilidad de rescatarla, pero él sabía demasiado sobre los psicópatas que tripulaban las naves de aquellos piratas. Todos y cada uno de sus instintos clamaba que acudiera en ayuda del manti, pero las probabilidades eran abrumadoras. Estaba dispuesto a apoyar a su gente contra cualquier cosa que hubiera en el espacio, tonelada por tonelada, teniendo siempre en cuenta la ventaja técnica de los mantis, se corrigió con amargura, y dudaba que los piratas se hubieran enfrentado a alguien capaz de defenderse desde que se habían constituido en independientes. Además, sus armas eran mejores que las de los piratas… y para variar no estaba mal encontrarse en el bando que llevaba las de ganar por una vez. Estaba seguro de que podía derribar a las dos naves más pequeñas, era el navío más grande el que le preocupaba. Eso y el hecho de que si entablaba combate, podía esta bastante seguro de que iba a haber alguien de la jerarquía que pediría su cabeza. ¡Pero, maldita fuera, no podía quedarse allí cruzado de brazos y ver cómo esos bárbaros asesinaban a otra tripulación más!

—Quiero entrar en combate, señor. —Apenas podía creerse lo que acababa de decir y vio el sobresalto en el rostro de Jourdain cuando escuchó su propia voz, que continuaba hablando con un tono tranquilo y rotundo que debía de pertenecerá alguna otra persona—. Son piratas y saben que incluso si nos derriban, antes podemos hacerles mucho daño. Si entramos abiertamente, es probable que se detengan.

—¿Y si no es así? —preguntó Jourdain con tono tajante.

—Si no es así, pueden derribarnos a nosotros si no tenemos suerte. Pero no hasta que los machaquemos con tal fuerza que no supondrán ninguna amenaza para las operaciones del ciudadano almirante Giscard. Y si no intervenimos, le van a hacer a esa nave exactamente lo mismo que les hicieron al capitán Sukowski y a la comandante Hurlman… y a la tripulación del Erewhon.

—Pero es un navío manticoriano —señaló Jourdain en voz baja— y nosotros estamos aquí para atacar sus naves comerciales.

—Bueno —Caslet sintió que sonreía—, en ese caso, tendremos que convencer a esos tíos para que nos dejen quedarnos con la presa, ¿no? —Jourdain parpadeó y lo miró, Caslet se encogió de hombros—. Será un poco duro para la tripulación si los rescatamos y luego capturamos nosotros su nave, ciudadano comisario, pero una vez que hayan tenido la oportunidad de hablarlo con el capitán Sukowski, creo que estarán de acuerdo en que están mejor con nosotros que con la gente de Warnecke. Y, como usted dice, se supone que tenemos que capturar a cualquier mercante manti con el que nos tropecemos. Lo dice aquí mismo, en nuestras órdenes.

—Por alguna razón —dijo Jourdain con un tono muy seco— dudo que las personas que elaboraron esas órdenes esperaran que nos enfrentáramos a unos piratas con una proporción de tres a uno.

—Entonces deberían haberlo dicho, señor. —Caslet sintió que su sonrisa se ensanchaba todavía más, sintió una temeraria oleada de adrenalina y levantó la mano con la palma hacia arriba con un gesto claro—. Y dado lo que sí nos han dicho, no creo que tengamos otra opción. ¡Nuestras órdenes no son discrecionales, después de todo!

—Nos van a colgar a los dos si pierde esta nave, ciudadano comandante.

—Si perdemos la nave, esa será la menor de nuestras preocupaciones, señor. Por otro lado, si lo conseguimos, creo que el ciudadano almirante Giscard y la ciudadana comisaria Pritchard harán la vista gorda a cualquier, bueno, irregularidad, que pudieran encontrar en nuestros actos. El éxito, después de todo, sigue siendo la mejor justificación.

—Está usted loco —dijo Jourdain en tono familiar, después se encogió de hombros—. Con todo, supongo que, de perdidos, al río.

—Gracias, señor —dijo Caslet en voz baja, y miró a MacMurtree y a Foraker—. De acuerdo, chicas, vamos a hacer esto bien. Shannon, despliegue un drone GE. Supedítelo para que nos siga a unos cien mil klicks de distancia y prográmelo para que irradie otra signatura de crucero ligero. Si solo nos están rastreando en modo pasivo, quizá crean que nuestro «consorte» estaba ocultando sus propulsores a nuestra sombra hasta el momento de comenzar el ataque.

—A sus órdenes, patrón —respondió Foraker y Caslet se volvió hacia su astronavegador.

—Listo para poner la cuña a toda potencia, Simón, y trace un rumbo de interceptación directo. Después deme tiempo y velocidades de fusión de rumbos.

—A sus órdenes, patrón. —El teniente Houghton tecleó unos números que alterarían un poco el curso del Vaubon y que incrementarían su velocidad de modo radical, después estudió su gráfico un momento—. Suponiendo que no se separen, una interceptación directa a máxima aceleración se interpondrá en su rumbo básico dentro de once minutos y dieciocho segundos. Entraremos con un vector convergente, el alcance un poco por debajo de los setecientos mil klicks del bandido más cercano, con una velocidad relativa de más uno-cinco-nueve-seis KPS.

—Shannon, con ese rumbo ¿estaremos pronto al alcance de sus misiles?

—Digamos unos ocho minutos, patrón.

—De acuerdo, chicas —decidió Warner Caslet—. Allá vamos.

* * *

—¡Tenemos un cambio de estatus en el Objetivo Dos!

El comodoro Jason Arner se puso rígido en su sillón de mando del puente del crucero ligero cuando su oficial táctico canturreó la noticia.

—¿Qué clase de cambio? —soltó.

—Es… ¡Oh, mierda! ¡No es un mercante! ¡Es un puñetero crucero ligero y viene a toda velocidad!

—¿Un crucero? —Arner clavó una mirada en el gráfico—. ¿De quién? —quiso saber—. ¿Manti?

—Creo que no. —El oficial táctico conectó los sistemas activos y el apoyo informático y examinó de cerca la nave que se acercaba, después sacudió la cabeza—. Definitivamente no es manti. Y tampoco es andi ni confederado. No sé quién coño es, pero viene cargado hasta las cejas y… —Hizo una pausa y después habló con tono neutro—. Capto otro crucero a estribor del primero.

—¡Mierda! —Arner miró con furia su pantalla y su mente se puso a funcionar. Su primera suposición (que el crucero fuera un manti que utilizaba el carguero que tenía delante como cebo para piratas) acababa de caerse con todo el equipo. Pero si los recién llegados no eran mantis, ni andis ni silesianos, ¿que coño eran? ¿Otro par de piratas? Eso ocurría en ocasiones, aunque muy pocas veces, pero incluso en su oficio había reglas y birlarle a otro la presa iba en contra de todas ellas.

»¿De dónde ha salido el segundo crucero?

—No lo sé —respondió el oficial táctico con franqueza—. Va por detrás, a unos cien mil klicks y supongo que podría haberse escondido bajo su GE, pero en ese caso, tiene unos sistemas de la leche. Llevo más de media hora rastreando al Objetivo Dos con gravitatónica y ni siquiera olí otra fuente de propulsores Claro que si se lo curraron, han podido mantener al Objetivo Dos entre nosotros y ellos. No habríamos podido verlo desde aquí si se acercaron justo con el mismo rumbo.

—O quizá sea un drone —señaló Arner.

—Es posible. Pero desde aquí no puedo saberlo.

—¿Cuánto tiempo necesitas para confirmarlo o negarlo?

—Unos seis minutos, quizá.

—¿Podemos escabullimos todavía en ese punto si no queda más remedio?

—Muy justos —dijo el oficial táctico. Trabajó en su panel durante un momento y después se encogió de hombros—. Si aguantamos tanto y luego alcanzamos velocidad máxima en nuestro mejor vector de huida, pueden tenernos dentro del alcance de sus misiles y mantenernos allí unos veinte minutos, quizá, dependiendo de su aceleración máxima, pero no pueden meternos dentro del alcance de sus armas de energía a menos que los dejemos.

Arner gruñó y se frotó la barbilla recién afeitada. Al contrario que muchos de sus compañeros de escuadrón, él recordaba haber sido algo parecido a un oficial naval y se mantenía más o menos presentable. Algunos desventurados patrones mercantes habían visto aquel aspecto presentable y habían esperado que eso significara que estaban tratando con un individuo civilizado. Se equivocaban pero, a pesar de todos sus defectos, Jason Arner pocas veces se dejaba llevar por el pánico y el instinto del oficial naval que casi había sido se había puesto manos a la obra. Si esos tipos eran piratas (o naves de guerra normales) y seguían acercándose, tendría que enfrentarse a ellos. Por otro lado, él tenía tres naves contra dos de los otros, incluso suponiendo que fueran dos naves en realidad, y sus navíos estaban muy bien armados para el tonelaje que tenían. Era probable que recibiera unos cuantos impactos desagradables, lo que cabrearía bastante al almirante Warnecke, cosa que no era una perspectiva muy halagüeña. Pero si capturaba a los recién llegados además de al carguero, no solo cobraría la carga que llevaba su víctima original, sino que muy posiblemente añadiría otro crucero a la flota, quizá incluso dos. Con eso debería bastar para tener al almirante contento, dados los planes que tema de terminar volviendo al Cáliz.

—Mantenga el perfil de persecución —le dijo a su timonel y después se dirigió al oficial táctico—. Continúe con esa segunda nave. Avíseme en cuanto esté seguro en uno u otro sentido.

* * *

—No están despegándose, patrón —informó Foraker y Caslet asintió, una pequeña voz de cordura le chillaba desde algún lugar de su cabeza porque sabía que, a pesar de todo lo que le había dicho a Jourdain, lo que estaba a punto de hacer era de lo más estúpido. De hecho, estaba seguro de que Jourdain lo sabía tan bien como él, y si tenía que enfrentarse a una proporción de tres contra uno, al Vaubon lo machacarían incluso aunque ganara, y si perdía, todos y cada uno de los hombres y mujeres de su tripulación iban a morir casi con toda seguridad. Si se miraba desde ese punto de vista, no tenía ninguna lógica arriesgarlo todo para proteger a un navío enemigo, pero sabía que lo iba a hacer de todos modos.

¿Por qué?, se preguntó. ¿Porque el trabajo de un oficial naval era proteger a los civiles de asesinos y violadores? ¿Porque creía de veras que era su obligación para con su propia armada? ¿Porque merecía la pena reducir las probabilidades a las que quizá tuviera que enfrentarse el ciudadano almirante Giscard? ¿O era un gesto propio y descabellado de desafío dedicado al Comité de Seguridad Pública? Su manera de decirle, solo por una vez: «¡Miren! Sigo siendo un oficial de una armada en la que el honor significa algo, piensen lo que piensen ustedes».

No lo sabía y tampoco importaba. Fuera lo que fuera lo que lo empujara, también empujaba al resto de sus oficiales. Lo sentía en todos ellos (en todos, incluso en Jourdain) y le dedicó una sonrisa lúgubre al gráfico.

¡Preparaos, cabrones, porque estamos a punto de abriros un agujero nuevecito en el culo!

—El remolque es un drone —dijo el oficial táctico sin más—. Tiene que serlo. La señal que tengo de él en el radar es mucho más fuerte que la del líder, o bien está aumentando de imagen o a su oficial táctico le importa una mierda que los localice en la mira de Control de Misiles.

—¿No me diga? —murmuró Arner con una sonrisa maliciosa. La nave mercante que había servido de desencadenante involuntario de la confrontación continuaba avanzando a la desesperada, pero las naves de Arner estaban perdiendo velocidad para igualarse con su presa. Tampoco es que nadie le estuviera prestando demasiada atención. Al extraño que se acercaba lo superaban por completo en potencia de fuego, pero el caso es que estaba armado, lo que lo convertía en el centro de atención. Además, ya habría tiempo de sobra más tarde para recoger al mercante.

—Sabe —dijo el oficial táctico poco a poco—. Me da la sensación de que ese pájaro podría ser repo.

—¿Repo? —El tono de Arner era una objeción—. ¿Y qué iba a hacer un repo aquí fuera?

—Y yo qué coño sé, pero no es ninguna otra cosa que yo reconozca y no creo que otro pirata estuviera dispuesto a enfrentarse a los tres. Además, la mayoría no desperdiciamos tonelaje con drones GE. —El oficial táctico sacudió la cabeza—. No, señor. Este es el tipo de estupidez que intentaría hacer un oficial de la armada. Ya sabe, el honor de la flota y todo eso.

—Entonces vamos a tener que enseñarle lo errado que está —dijo Arner con una carcajada malvada.

* * *

—Entramos dentro del alcance de misiles dentro de un minuto, patrón —dijo Foraker con tono tenso—. Nos están alcanzando con radar y láser, pero creo que están pasando bastante del drone. No parece que se lo hayan tragado.

—Comprendido. —Caslet activó el armazón antiimpactos y por el rabillo de] ojo vio que el resto de la tripulación del puente estaba haciendo lo mismo. No tenía muy claro que el drone fuera a engañar a aquellos cabrones, pensó un poco distraído, pero había merecido la pena intentarlo.

Estudió la formación del enemigo con atención e hizo una mueca de desprecio. Habían cerrado la formación un tanto y habían girado un poco, con lo que habían ralentizado la velocidad de acercamiento relativa, pero una de las naves más pequeñas estaba más o menos medio millón de klicks más cerca del Vaubon que sus consortes. Con su actual ritmo de acercamiento, eso la pondría dentro del alcance de sus misiles automáticos seis minutos antes de que sus amigas pudieran devolver el favor y ya era hora de empezar a igualar las cosas.

—Elimina al más cercano, Shannon —dijo con frialdad—. Machaca a ese cabrón.

* * *

Al igual que los destructores más pequeños de clase Breslau de la AP, los cruceros ligeros de clase Conquistador disponían de una cantidad considerable de misiles. También eran veinte mil toneladas más pesados que los Apolo de la RAM y su costado contaba con nueve tubos en comparación con los seis de la clase manticoriana. Contra un Apolo, la ventaja de peso del Vaubon quedaba anulada por los misiles de Mantícora, que eran superiores, al igual que su defensa puntual y CE, pero los pájaros repos eran mejores que los que llevaban los piratas y el ciudadano comandante Caslet y Shannon Foraker se habían pasado horas discutiendo el mejor modo de utilizarlos incluso contra los mantis.

El Vaubon se abalanzó sobre sus enemigos girando sobre su eje central como un derviche. Se podría perdonar a los piratas por suponer que era una simple maniobra para conseguir la máxima cobertura posible gracias al suelo y al techo de su cuña, pero no lo era, como descubrieron cuando Foraker apretó el botón que abría fuego. Los tubos de babor escupieron nueve misiles, pero con los motores programados para activarse con retraso. Se deslizaron al exterior a la velocidad impuesta por los potentes motores de sus tubos y después el costado de estribor del crucero rodó hacia el objetivo y disparó. Era una maniobra complicada, pero Foraker la había planeado a la perfección y las cuidadosas órdenes enviadas a los motores de la primera andanada hicieron caer los dieciocho misiles chillando sobre su enemigo en solo una salva exquisitamente coordinada.

El destructor pirata no se esperaba tanto fuego. Los misiles de contraataque salieron disparados a su encuentro, pero no tenían misiles (ni tiempo) suficiente para detenerlos a todos, y cinco cabezas láser irrumpieron en el radio de acción del ataque. Entraron con trayectorias individuales y cayeron como un tajo sobre la nave mientras esta rodaba con frenesí para interponer la cuña, tres de ellos alcanzaron posición de ataque. Unas bombas de rayos láser se aferraron a sus costados y la nave se sacudió y corcoveó cuando le desgarraron el casco sin blindaje. La nave eructó aire y escombros al espacio y los ojos de Warner Caslet ardieron.

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—¡Ciérranos! ¡Ciérranos! —gritó Arner. ¡Dios! ¿De dónde sacaba un único CL esa clase de potencia de fuego? Miró furioso sus lecturas y aporreó un brazo del sillón de mando, después enseñó los dientes cuando Táctica le dio la respuesta. ¡No era de extrañar que el muy cabrón girara de esa manera! Pero eso no iba a ayudar al muy hijo de puta en un combate con armas de energía.

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Las andanadas de seguimiento ya estaban en el espacio, cayendo sobre el pirata aislado al tiempo que los misiles de contraataque del Vaubon y sus racimos láser se deshacían del fuego que recibían. La Armada silesiana era una flota de segunda clase y el gobierno revolucionario de Cáliz había utilizado sus naves como modelos. El destructor pirata tenía armamento de energía muy pesado para su tamaño, pero solo contaba con cuatro tubos de misiles en los flancos y su defensa puntual estaba muy por debajo de la media. La nave se sacudió otra vez cuando dos cabezas nucleares más de la segunda andanada doble la desgarraron, la cuña propulsora fluctuó cuando el impacto acabó con los nodos de los motores y el casco destrozado se arrastró tras ella cuando aceleró con frenesí en pos del apoyo de sus consortes.

Pero ya era demasiado tarde, se relamió Caslet. A él le arrearían los otros dos, pero esos cabrones ya no estarían por allí a esas alturas. Y si lo estaban, no iban a servir de mucho.

—Entrando en el radio de acción de los otros dentro de tres minutos, patrón —le advirtió Foraker y él asintió cuando otra andanada más de cabezas nucleares láser desgarraron a su víctima. En esa ocasión alcanzaron algo importante, la cuña cayó de repente a media fuerza cuando se desconectó el anillo de popa. Solo había dos misiles en su siguiente andanada y la defensa puntual también era más débil, Caslet enseñó los dientes. Otras dos andanadas deberían terminar de cargársela antes del plato fuerte.

Le lanzó una mirada rápida a la nave mercante y asintió. El mercante no sabía qué carajo estaba pasando, quizá pensaba que el Vaubon era otro pirata más que iba a unirse al ataque contra ellos, pero su patrón había hecho lo más inteligente. Estaba dentro del radio de acción de todos los combatientes, cualquiera de los cuales podría decidir de repente lanzarle un misil o dos, así que había alterado su rumbo noventa grados en el mismo plano y había rodado para ponerse de lado, con lo que solo le presentaba el vientre de la cuña a las naves de guerra. Lo que significaba que el radio de acción se estaba cerrando incluso más rápido; se encontraría dentro del radio de acción de las armas de energía, no solo de los misiles, en pocos minutos si continuaba con ese rumbo, pero era el único movimiento lógico y Caslet dedicó unos momentos a compadecer a su capitán.

Ganara quien ganara allí, su nave seguiría estando a merced del ganador y Caslet se preguntó a qué bando estaría animando.

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—¡A tiro! —gritó el oficial táctico y Arner sintió que su nave corcoveaba cuando lanzó la primera andanada contra el crucero ligero que los atacaba. Su rostro había palidecido mientras observaba las trayectorias de los misiles que aceleraban hacia su oponente. Una de sus naves ya había sufrido daños críticos y el fuego del Vaubon solo parecía estar intensificándose. Pero él todavía tenía veinte tubos contra sus dieciocho y tenía que ser débil en el radio de acción de las armas de energía para dar cobijo a tantos lanzamisiles.

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Caslet observó que el fuego de Shannon desgarraba los misiles que los atacaban. La defensa puntual lo estaba haciendo bien, pero algunos de esos pájaros iban a pasar y se aferró a los brazos del sillón de mando cuando el Vaubon se tambaleó bajo un impacto directo. El láser le perforó el costado de estribor y penetró en el casco destrozando el blindaje y reventando una de las armas láser, pero los tubos estaban intactos y respondieron con máxima potencia de fuego.

Una andanada más cayó sobre el destructor que ya había mutilado, pero Shannon había cambiado y dirigía su atención al CL pirata sin que nadie se lo hubiese ordenado y Caslet asintió con gesto de aprobación. Además, ya no había necesidad de seguir disparándole al primer objetivo del Vaubon. La última salva derribó todo el flanco protector de babor y después, una segunda explosión (el depósito de fusión no, el destello no era lo bastante grande) le rompió la espalda justo por delante del aro de propulsores de popa. Se alejó girando, vencida sin remedio cuando los propulsores delanteros se volvieron locos antes de que las salvaguardas cortaran la energía y Caslet hizo una mueca. Si el compensador había desaparecido con la explosión, aquella oleada masiva de aceleración los había matado a todos en el casco delantero.

Pero no tenía tiempo de preocuparse por hombres muertos, los vivos requerían toda su atención y el Vaubon volvió a tambalearse cuando los alcanzó otro impacto. Y otro. Gravitatónica Uno se desvaneció en medio de un caos de blindaje y cuerpos aplastados, y los misiles Siete y Nueve desaparecieron con ella. Otro impacto perforó el polvorín número Tres y lo sacó del alimentador de los restantes lanzamisiles, otro más reventó tres nodos beta del anillo delantero y la nave se bamboleó otra vez cuando el primer láser naval se estrelló contra su flanco. Las alarmas de daños chillaron y la potencia del motor cayó, pero sus propios láseres volvían a gruñir y estaba consiguiendo hacer diana en el a pirata. La signatura de las emisiones del muy cabrón parpadeaban y bailaban cuando sufría daños y…

—¡Jesucristo bendito!

La conmocionada exclamación de Foraker atravesó el puente como una sierra circular y Caslet se quedó con la boca abierta cuando su gráfico cambió de repente. En un momento dado su nave se estaba abalanzando contra el fuego de dos ponentes y al siguiente ya no había oponentes. La aceleración de las naves de guerra los había llevado a menos de trescientos mil klicks de la nave mercante manticoriana, que había vuelto a girar de repente para presentarles el costado. Ocho gráseres increíblemente potentes habían surgido del «mercante desarmado» como si fueran la ira de Dios y el segundo destructor pirata se había desvanecido, sin más. Un par de impactos sobre el crucero ligero le atravesaron el flanco protector como si no hubiera existido y el tercio posterior de la nave voló en un huracán de blindaje hecho pedazos y vaporizado. Tres de los láseres de Shannon añadieron su propia furia a los daños, abriéndole unos agujeros enormes en lo que quedaba del casco, pero eran estrictamente por si acaso, porque aquella nave ya era un casco inerme.

—Nos dan el alto, patrón —dijo el teniente Dutton con voz temblorosa desde Comunicaciones. Caslet se limitó a mirarlo, incapaz de hablar, después volvió a mirar el gráfico y tragó saliva cuando las inconfundibles signaturas de los propulsores de una docena de NAL se alzaron de la sombra gravitatónica del «mercante» y clavaron las miras de sus armas en su nave.

—Altavoz —dijo con voz ronca.

—Crucero desconocido, le habla la capitana Honor Harrington del crucero mercante armado Viajero, de la Armada de su majestad —dijo una suave voz de soprano—. Les agradezco su ayuda y ojalá pudiera ofrecerles la recompensa que merece su valentía, pero me temo que voy a tener que pedirles que se rindan.