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La suboficial mayor de ingeniería Lewis intentó por todos los medios no fruncir el ceño al entrar en Propulsor Uno. No era el puesto de Ginger y no quería estar allí. Por desgracia, había un fallo técnico en las conexiones que unían al Propulsor Uno con la Central de Control de Daños y el teniente Silvetti, el jefe de Ginger en la CCD, la había mandado a supervisar a los técnicos que buscaban el fallo. Estrictamente hablando, no formaba parte de su trabajo como Jefe de Turno de la CCD hacer reparaciones rutinarias, pero Silvetti ya había aprendido a confiar en el instinto de su subordinada para encontrar y arreglar problemas, y era probable que el inexperto suboficial de tercera clase, cuyo personal había captado el detalle, necesitara algún cuidado.

Ginger no podía cuestionar la lógica de Silvetti, sobre todo porque eso le permitía apuntarla como «baja» y poner al suboficial Sewell en su puesto en la CCD durante el resto del ejercicio. Ingeniería había hecho grandes progresos durante las últimas semanas, pero el departamento en general seguía estando por debajo de los niveles requeridos y su personal necesitaba todos los ejercicios prácticos que pudieran conseguir. A lo que Ginger ponía objeciones era a que Randy Steilman estaba asignado a Propulsor Uno y ella había tenido intención de obedecer al pie de la letra la orden de Sally MacBride de apartarse de él. No porque estuviera de acuerdo con ella, sino porque era una orden.

—¿Qué hay, Ginger? —Era Bruce Maxwell, recién ascendido a suboficial mayor como Ginger, pero diez años mayor que ella y duro como un tronco curtido. Era jefe de turno de Propulsor Uno, cosa que ella no le envidiaba en absoluto. Steilman estaba en el turno de Maxwell y aunque era un hombre duro que no toleraba tonterías, con eso ya era suficiente para hacer bajar el índice de eficacia de su personal diez puntos enteros. No porque Steilman no supiese hacer su trabajo, sino porque tenía objeciones constitucionales contra la realización de ese trabajo.

—Hola, Bruce —respondió Ginger mientras se apartaba de la escotilla para dejar pasar al suboficial Jansen y su personal.

—Tengo entendido que tenemos un problema de telemetría —Maxwell levantó una ceja cuando el personal de Jansen se arracimó alrededor de las conexiones que transmitían las imágenes de Propulsor Uno al repetidor de la CCD.

—Sí. —Ginger observó a Jansen, que se acababa de poner a trabajar. No tenía intención de meterse hasta que Jansen pidiera ayuda, si es que lo hacía, y su personal no tenía mala pinta mientras montaban los bancos de trabajo portátiles para apoyar el equipo y se ponían manos a la obra—. Podría ser un simple enchufe defectuoso —le dijo a Maxwell— pero lo dudo. Algo eliminó nuestras lecturas de todos vuestros nodos impares.

—¿Solo los impares?

—Sí. Ese es el problema. Están todos en el mismo enlace primario, pero hay dos secundarios distintos, cualquiera de los cuales debería poder transmitir solo. Me da que es algo que tiene que ver con el propio sistema de monitorización. —La suboficial sacudió la cabeza—. A veces pienso que ojalá el Vulcano hubiera tenido tiempo de hacer una reparación completa de las salas de motores.

—Tú y yo, los dos —asintió Maxwell con amargura. Los diseñadores navales tenían una gran fe en la redundancia y una sala de propulsores naval habría tenido dos enlaces de datos primarios completos, que habrían estado lo más separados posible para evitar que un único impacto los eliminara a los dos. Es más, cada línea habría dado servicio a un sistema de monitorización diferente, cada uno totalmente independiente y aislado de todos los demás. Pero los diseñadores del Viajero no habían visto razón para incluir daños bélicos en su planteamiento de las cosas que podrían ir mal. Se les notaban demasiado los ancestros civiles, tan conscientes ellos de los gastos, en las conexiones de mantenimiento en general, pero sobre todo allí.

—Si tenemos suerte, no será más que un problema menor de equipamiento —dijo Ginger con tono esperanzado—, pero si está en los programas… —Se encogió de hombros y Maxwell asintió con aire sombrío antes de encogerse de hombros él también.

—Bueno, sea lo que sea, estoy seguro de que lo encontrarás —dijo el ingeniero con tono alentador antes de regresar a sus tareas.

Una parte del cerebro de Ginger lo vio alejarse hacia el extremo posterior del inmenso compartimento y desvanecerse al otro lado de un imponente grupo de generadores, pero estaba centrada sobre todo en Jansen y su equipo. Permaneció a un lado, lista para intervenir si la fastidiaba y disponible para dar consejo si lo pedía; hizo un asentimiento mental de aprobación cuando observó a su personal. Jansen había puesto a dos personas a comprobar los circuitos físicos, pero él se había concentrado en el sistema de monitorización en sí, lo que significaba que estaba pensando lo mismo que Ginger.

Pasaron varios minutos y Ginger se acercó un poco más para observar la pantalla de pruebas de Jansen por encima de su hombro. El suboficial de tercera clase levantó la mirada y después le dedicó una ligera sonrisa triunfal.

—El equipo sale limpio, suboficial mayor —informó—. Solo hay un problema, ninguno de estos bonitos sistemas funcionales está haciendo su trabajo.

—¿Por qué cree usted que es? —preguntó la suboficial.

—Bueno, dado que todo el equipo de la parte delantera no parece tener problemas (todos los sensores e interfaces dan resultados del cien por cien) y que la CPU también está limpia, tiene que ser un problema de programación. Ahora mismo estoy comprobando los programas, pero si tuviera que arriesgarme, yo apostaría cinco pavos por la corrupción de uno de los archivos de ejecución primarios. Tiene que ser algo así para hacer que se cuelgue el sistema entero. Solo que, si es eso, no sé por qué ninguna de las autocomprobaciones no pitó en el CCD.

—¿Dónde están cargados los programas de autocomprobación? —preguntó Ginger.

—Están… Ah. —Jansen sonrió un poco avergonzado—. Siempre se me olvida que este es un diseño civil. Están justo aquí, ¿no?

—Exacto. —Ginger asintió—. Por eso voy a aceptar su apuesta. Mis cinco pavos dicen que el fallo está o bien en los protocolos de comunicación o bien que es un fallo de equipo, después de todo. Si la conexión de datos se ha caído, o si el interfaz de comunicación no está aceptando la entrada de instrucciones, entonces el sistema no recibió el mensaje de conectarse e informar al CCD en primer lugar y…

—… Y si el sistema de monitorización no se conectó, entonces los secundarios no nos servirían de nada porque solo son de salida —terminó Jansen—. Tiene razón. Eso duplicaría un ordenador muerto, ¿no?

—Que es por lo que ahora me pagan una pasta —le dijo Ginger dándole unos golpecitos en el hombro con una sonrisa. Jansen se la devolvió y volvía ya la vista hacia su pantalla cuando dio un salto, alarmado, al oír un repentino y espeluznante estruendo de metal al caer sobre metal. Ginger giró la cabeza de golpe y sus ojos de color azul grisáceo destellaron cuando vieron la fuente del sonido. Uno de los técnicos de Jansen estaba sentado en el suelo con el rostro contorsionado por el dolor mientras la mano izquierda apretaba la derecha contra el pecho; el contenido de su caja de herramientas se había desparramado por la cubierta, a su alrededor, pero eso no fue lo que prendió el peligroso fulgor de los ojos de Ginger.

Randy Steilman miraba al técnico y sacudía la cabeza mientras una desagradable sonrisa de satisfacción le crispaba los labios. Comenzó a alejarse y Ginger dio dos largas zancadas hacia él.

—¡No se mueva de ahí, Steilman! —Su voz hizo crujir el espacio que los separaba, el técnico se detuvo y después se dio la vuelta con una insolencia lenta y tácita. Los ojos masculinos la estudiaron con una familiaridad insolente y después ladeó una ceja.

—¿Sí, suboficial mayor? —preguntó con un tono elaboradamente inocente, pero Ginger no le hizo caso y bajó la cabeza para mirar al técnico electrónico herido. Dos de los dedos del joven estaban ensangrentados y uno a la suboficial le pareció que estaba roto.

—¿Qué ha pasado, Dempsey?

—N-no lo sé —consiguió decir el técnico con los dientes apretados—. Estiré la mano para coger la caja y… —Se encogió de hombros con ademán de impotencia, Ginger miró a la mujer que estaba trabajando con él.

—Yo tampoco lo sé, suboficial mayor —dijo—. Yo estaba mirando la pantalla. Necesitábamos una llave inglesa del número tres para sacar la tapa del puerto siguiente y Kirk estiró la mano para cogerla y entonces oí que todo caía al suelo Para cuando levanté la cabeza, ya se había acabado todo.

—¿Todavía me necesita? —interpuso Steilman con aire perezoso. Ginger le lanzó una mirada peligrosa y él le devolvió la sonrisa con gesto insulso. La suboficial contuvo una contestación brusca, tenía presentes las órdenes de MacBride y se agachó para examinar el banco de trabajo de Dempsey. Con un vistazo fue suficiente, las dos patas de lado derecho se habían desplomado y la palanca que las trababa se soltó en cuanto la tocó.

Se irguió sin prisas y el fuego de sus ojos se había convertido en hielo cuando se volvió hacia Steilman.

—Espero que todavía le parezca gracioso dentro de unos minutos —le dijo con voz gélida.

—¿Yo? ¿Parecerme gracioso? No, ¿por qué habría de parecérmelo? —dijo Randy con otra de sus sonrisas burlonas.

—Porque yo misma vi a Dempsey y a Brancusi montar el banco, Steilman. Y vi que Dempsey trababa esas patas, ¡y no se soltaron ellas sólitas, coño!

—¿Qué está diciendo? ¿Cree que yo he tenido algo que ver con esto? —La sonrisa de Steilman había cambiado, había una mueca desagradable en sus labios—. ¡Está usted loca, joder!

—Voy a dar parte de usted, Steilman —dijo Ginger con frialdad y una luz incluso más desagradable destelló en los ojos del técnico.

—Y una mierda, suboficial mayor —se burló—. No puede demostrar que le hice ni una mierda a ese banco.

—Quizá sí y quizá no —dijo Ginger sin alterarse—, pero ahora mismo voy a dar parte de usted por insolencia.

—¿Insolencia? —dijo Steilman con tono incrédulo—. Tiene usted delirios de grandeza, presumida…

—Dígalo y es usted comida para perros —le soltó Ginger; el técnico se detuvo y se quedó con la boca abierta de pura sorpresa. Después apretó el puño de la mano derecha y se adelantó.

Ginger lo vio llegar sin ceder ni un milímetro. Vio levantarse el puño y quiso que la golpeara, porque en cuanto lo hiciera, podría machacar vivo a Steilman. Golpear a un suboficial no era un delito capital como lo era golpear a un oficial, pero se acercaba bastante…

—¡Quieto ahí, Steilman! —soltó una voz de barítono y Steilman se quedó inmóvil. Volvió la cabeza y apretó la mandíbula cuando vio a Bruce Maxwell echándosele encima. Volvió a mirar a Ginger con una expresión llena de odio y la joven maldijo en silencio. ¿Por qué demonios tenía que aparecer Bruce justo en el peor momento?

»¡¿Qué coño se cree que está haciendo?! —gruñó Maxwell, y Steilman se encogió de hombros.

—Aquí la suboficial mayor y yo tenemos una pequeña diferencia de opinión, nada más.

—¡Chorradas! ¡Maldita sea, estoy hasta aquí de sus gilipolleces, Steilman!

—Yo no he hecho na —insistió Steilman con tono hosco—. Estaba ahí, na más, y esa tipa se me echó encima por lo que hizo uno de sus estúpidos mamones.

—¿Ginger? —Maxwell la miró y ella le devolvió la mirada sin alterarse.

—Llama al cabo de mar —dijo, mientras por el rabillo del ojo veía que Steilman se ponía rígido con lo que al fin era el comienzo de una inquietud auténtica—. Voy a dar parte de Steilman por insolencia… y quiero que se busquen huellas en este banco de trabajo.

—¿Huellas? —Maxwell la miró, confuso, y la suboficial esbozó una sonrisa fría.

—Alguien destrabó las patas para que se derrumbase. Bueno, quizá haya sido uno de los míos, pero no me lo creo. Creo que lo hizo alguien solo por hacer la gracia y yo no veo a nadie con guantes en este compartimento, ¿y tú?

—Pero… —empezó a decir Maxwell, solo para que lo interrumpieran.

—No es una simple broma pesada —dijo Ginger con frialdad—. Mira la mano de Dempsey. Aquí tenemos una lesión personal. Lo que lo convierte en un Artículo Cincuenta y quiero el culo del que lo haya hecho.

Maxwell bajó la cabeza y miró al técnico sentado, su rostro se tensó al ver el ángulo imposible que dibujaba el dedo anular del muchacho. Cuando volvió a mirar a Steilman, su expresión era hosca y fría, pero fue a Ginger a quien se dirigió.

—No hay problema, Ginger —dijo con tono tajante, después le hizo un gesto a otro suboficial—. Jeff, vaya a buscar al comandante Tschu, y luego llame al señor Thomas.

* * *

—¿Me ha mandado llamar, señora?

—Sí, así es, Rafe. Siéntese, por favor. —Honor le dio la espalda a la placa del mamparo que había estado contemplando, la imagen de un planeador grabada en una aleación de oro combada por calor, y señaló la silla que tenía delante del escritorio de su camarote de día. Esperó hasta que Cardones se sentó y después se llevó las manos a la espalda y lo contempló durante un largo y silencioso minuto.

»¿Qué es eso que he oído sobre Wanderman? —preguntó al fin yendo al grano con su crudeza característica y Cardones suspiró. Tenía la esperanza de que la capitana no se enterara hasta que él hubiera podido solucionar el tema, pero debería haber sabido que no iba a tener tanta suerte. Jamás había conseguido averiguar cómo conseguía la capitana mantenerse al tanto de una forma tan concienzuda de los menores incidentes que ocurrían a bordo de su nave. Estaba seguro de que MacGuiness formaba parte de su red, como sin duda también lo eran sus hombres de armas graysonianos, una vez que disponía de ellos. Pero Cardones tenía la certeza de que habría hecho lo mismo sin ninguno de ellos.

—Tenía intención de ocuparme de ello antes de informarla, señora —dijo. Nunca era una buena idea que el primer oficial se anduviera con rodeos con su oficial al mando. Al mismo tiempo, el trabajo del primer oficial era ocuparse de cosas como esa sin acudir a su patrón. La autoridad de la capitana de una nave de la Reina era la sanción definitiva para castigar cualquier acción impropia cometida por un miembro de la tripulación y por tanto se reservaba hasta que no quedaba más remedio que utilizarla. Una vez que se implicaba la capitana, ya no había forma de volver atrás, había que aplicar los artículos de guerra con todo su rigor y Cardones, al igual que Honor, creía que casi siempre era mejor salvar una situación antes de acudir a la artillería pesada.

Pero, a veces, no quedaba más remedio que sacar los cañones, pensó el oficial con aire sombrío, y el deseo de salvar lo que se pudiese no era excusa para permitir que un animal capaz de atacar a sus propios compañeros quedase sin castigo.

—Agradezco sus motivos y su postura, Rafe —decía en ese momento Honor mientras se sentaba tras su escritorio y echaba el sillón hacia atrás—, pero estoy oyendo unos rumores que no me gustan nada… incluyendo algo sobre un episodio en Propulsor Uno. —Nimitz se bajó de su percha y saltó a su regazo, donde se sentó muy erguido; después se apoyó en Honor para mirar al primer oficial con sus brillantes ojos del color de la hierba mientras ella le frotaba las orejas.

—A mí tampoco me gustan nada, señora, pero de momento estamos bloqueados. En lo que a Wanderman se refiere, él insiste en que se cayó y Tatsumi, el auxiliar que lo llevó a la enfermería, afirma que no sabe nada. —El primer oficial levantó las manos—. Creo que mienten los dos…, pero los dos están muertos de miedo. A menos que algo cambie, no creo que ninguno vaya a decir nada y, a menos que lo hagan, no tenemos nada oficial a lo que agarrarnos.

—¿Qué dice el cabo de mar?

—Thomas se llevó a algunos de los suyos y le echaron un buen vistazo al sitio de la «caída». No fue difícil de encontrar, Wanderman sangró bastante. Por allí no hay nada con lo que pudiera haber tropezado y las manchas de sangre están cerca del mamparo, que no se puede decir que sea el sitio donde se va a golpear la cara al caer alguien que baja por el medio del pasillo. Pero nada de eso es concluyente y Wanderman podría haber tropezado él solo si iba moviéndose muy deprisa.

—¿Y las costillas? —preguntó Honor en voz baja.

—Una vez más, poco probable, pero posible —suspiró Cardones—. Angie y yo hemos comentado los modos en los que una caída podría haberle infligido esas lesiones. Incluso hemos hecho simulacros en el ordenador. Yo diría que haría falta un contorsionista profesional para lograr la mayor parte de las formas en las que podría haber ocurrido, pero ya sabe con qué torpeza puede aterrizar la gente que no se espera caer. En mi opinión, y en opinión del departamento médico, la contramaestre y el cabo de mar, alguien le dio una paliza. Yo creo, y la contramaestre también, que fue un técnico de motores llamado Steilman, pero no podemos demostrarlo. También pensamos que a quienquiera que le estaba atizando lo interrumpió la llegada de Tatsumi. Me he planteado la posibilidad de hacer que Tatsumi se derrumbe. Tiene unas cuantas marcas muy negras en su historial y podría intentar sacarle la verdad, pero Angie no quiere que lo haga.

»Dice que es uno de los mejores auxiliares médicos que ha visto jamás y sea cual sea su expediente, se ha mantenido limpio a bordo del Viajero y, al parecer, también en sus últimos dos destinos. Si de verdad está rehabilitado, no quiero deshacer lo que el tipo ha conseguido rehacer.

—¿Y lo del Propulsor Uno?

—Parte de eso está claro como el cristal, señora. No cabe ninguna duda sobre la insolencia de Steilman. Había más de veinte testigos. A algunos les costó hablar, yo diría que porque le tienen miedo a Steilman, pero todos apoyan la versión de la suboficial mayor Lewis sobre lo que dijo el tipo. La otra parte no está tan clara, sin embargo. Lewis fue lista y lo intentó, pero el equipo de Thomas no pudo sacar un juego claro de huellas del banco de trabajo que se había derrumbado. Consiguieron sacar dos parciales que está claro que no pertenecen a las personas que lo estaban utilizando, pero están demasiado borrosas para poder decir más. Es bastante obvio que alguien soltó de forma deliberada las patas para que se cayese, pero no podemos demostrar que fuera Steilman.

—Pero usted cree que lo hizo él —dijo Honor, inexpresiva.

—Sí, señora, eso creo. Ese tío es un problema con «P» mayúscula, y el hecho de que Wanderman no quiera identificarlo como el tipo que le dio la paliza solo está empeorando las cosas. En parte por eso me planteé hacer sudar a Tatsumi, pero, como le digo, si de verdad se está recuperando, podríamos terminar tirando su carrera por el retrete junto con la de Steilman.

—Hmm. —Honor hizo girar el sillón poco a poco hacia delante y hacia atrás mientras se frotaba la punta de la nariz, después frunció el ceño—. Yo tampoco quiero hacerlo, Rafe…, pero no pienso tolerar este tipo de cosas. Si la única forma de saber la verdad es hacer sudar a Tatsumi, quizá no nos quede más remedio. Él solo es una persona y tenemos una tripulación entera en la que pensar.

—Lo sé, señora, y si llega el momento, lo haré. Pero dado lo que ya le ha pasado a Wanderman y lo asustado que está Tatsumi, también me gustaría proceder con cautela. —Cardones se rascó una ceja y su rostro aguileño mostró una preocupación no muy habitual en él—. El problema es que no sabemos todo lo que está pasando aquí. Tanto la contramaestre como yo pensamos que Steilman está detrás de todo, pero también le están llegando rumores que indican que no actúa solo. Incluso si lo metiéramos en el calabozo de forma preventiva, no podríamos estar seguros de que alguno de sus amigotes no llegara a Tatsumi y a Wanderman antes de que pudieran hablar con nosotros. Supongo que podríamos ponerlos a los dos bajo custodia para protegerlos y mantenerlos ahí hasta que decidan hablar, pero no puedo hacer lo mismo con Lewis, y encerrar a Wanderman y Tatsumi ya constituiría una escalada de la situación que me gustaría evitar. A corto plazo, solo indicaría que Steilman está quedando impune de momento.

Honor asintió sin dejar de frotarse la punta de la nariz, después se obligó a recostarse en el sillón y dobló las manos sobre el pelo suave y algodonoso de Nimitz. Años de experiencia en el mando le habían enseñado a mantener la expresión serena, pero la rabia hervía en su interior. Odiaba a los matones y despreciaba a esa escoria que se unía en bandas para generar la clase de miedo que describía Cardones. Y además, las víctimas de Steilman eran miembros de su tripulación. No conocía a Kirk Dempsey, pero sí que conocía a Wanderman y le caía bien el chaval. De todos modos, tampoco se trataba de eso. Era responsabilidad de la Armada, y a bordo del Viajero eso significaba que la responsabilidad era suya, ocuparse de que cosas así no ocurrieran y de que la gente que intentaba que pasaran pagara el precio. Pero Cardones tenía razón. Mientras Wanderman y Tatsumi se negaran a dar nombres y no pudieran demostrar que Steilman había provocado el «accidente» en Propulsor Uno, no tenían motivos oficiales para llevar a cabo el tipo de acción que podría meterlo en cintura.

Honor bajó la vista y contempló el secante de su mesa durante dos minutos interminables, después cogió aire con brusquedad.

—¿Quiere que hable yo con Wanderman?

—No lo sé, señora —dijo Cardones poco a poco. Una cosa que tenía clara el primer oficial era que si había un oficial del Viajero capaz de hacer abrirse a Wanderman, esa era la capitana. El chaval la idolatraba y confiaba en ella. Quizá le dijera quién lo había atacado. Y quizá no. No solo estaba casi muerto de miedo, sino que a esas alturas había insistido en la versión de la «caída» en tantas entrevistas que cambiar la historia supondría admitir que había mentido y Wanderman era lo bastante joven como para sentir en lo más hondo esa humillación.

»Hay otra cosa que me gustaría intentar antes, señora —dijo el primer oficial después de unos segundos. Honor lo miró con una ceja ladeada y Cardones esbozó una leve sonrisa—. La contramaestre ha decidido que lo que Wanderman quizá necesite es algún, bueno, consejo —dijo—, así que le ha preguntado al suboficial Harkness si tendría la amabilidad de ser el mentor del chaval.

—¿Harkness? —Honor frunció los labios y después lanzó una risita. Había algo maligno en aquel sonido y sus ojos almendrados brillaron con un deleite gélido—. No me lo había planteado —admitió—. Sería una presencia tranquilizadora, ¿no?

—Sí, señora. Lo único que me preocupa un poco es su tendencia a tomar medidas directas —respondió Cardones, y los ojos de Honor destellaron cuando recordó una conversación en la que el almirante Haven Albo la había sermoneado a ella sobre las desventajas de las medidas directas. Con todo, había ocasiones en las que eso era precisamente lo que requería una situación, así que confió en el criterio de MacBride y Harkness. Todos los oficiales de carrera sabían quién dirigía en realidad la Armada de la reina y ella estaba más que dispuesta a darles a sus suboficiales superiores un poco de libertad de acción creativa.

—De acuerdo, Rafe —dijo al fin—. Lo dejaré en sus manos y en las de la contramaestre de momento, pero ahora mismo podemos machacar a Steilman por la acusación de insolencia. Ábrale un expediente disciplinario mañana al señor Steilman. A ver qué le parece ser técnico de motores de tercera clase, y quiero la oportunidad de tener una pequeña charla con él. Y también que vigilen a Wanderman, y a Tatsumi. No quiero que les pase nada más antes de que tengamos la oportunidad de llegar al fondo de esto. Yo no me voy a meter, para darles a usted y al suboficial Harkness un poco de espacio para maniobrar, pero si Wanderman tiene algún otro problema u otra persona «se cae» o tiene un «accidente», se acabaron las contemplaciones. —Esbozó una sonrisa lúgubre—. Todas las contemplaciones —añadió en voz baja.

* * *

—Bueno, bueno, chaval. Veo que ya vuelves a andar por ahí.

Aubrey Wanderman se giró en redondo al oír aquella voz profunda e hizo una mueca de dolor al sentir las costillas medio soldadas. El suboficial mayor de aspecto fornido y magullado que se asomaba a la escotilla abierta luda los misiles cruzados de un oficial de artillería. Era un hombre grande (no tan grande como Steilman, no obstante cinco centímetros más alto que Aubrey) y parecía un hombre duro. Aubrey lo había visto por ahí, pero no tenía ni idea de quién era… o, si a eso iba, para qué había ido a la enfermería.

—Eh, sí, ¿suboficial mayor…? —dijo con tono incierto.

—Harkness —dijo el suboficial mayor dándose unos golpecitos en el lado derecho del pecho de su mono de trabajo—. Estoy en Operaciones de Vuelo.

—Ah. —Aubrey asintió, pero se le notaba confundido. No conocía a nadie en Operaciones de Vuelo, si bien le sonaba el nombre de «Harkness». La reputación del suboficial mayor era una especie de leyenda, aunque según los rumores, en los últimos tiempos se había reformado. Con todo, a Aubrey no se le ocurría ninguna razón para que Harkness lo visitara a él, precisamente.

Sí. —Harkness se sentó en la cama sin ocupar que había enfrente del catre en el que Aubrey se había pasado los últimos dos días y sonrió—. Tengo entendido que tuviste un pequeño accidente, chaval.

Que Harkness lo llamara «chaval» no ofendía a Aubrey tanto como cuando otros veteranos utilizaban el término, pero sintió un escalofrío bastante conocido al oír la palabra «accidente». Así que era eso. Harkness estaba allí para intentar hacerlo hablar, Aubrey sintió que se le ponía la cara rígida.

—Sí —dijo desviando la vista—. Me caí.

—Y una mierda. —La frase salió neutral. De hecho, Harkness parecía casi divertido y Aubrey sintió que una oleada de calor sustituía al anterior escalofrío. ¡No tenía ninguna gracia, después de todo! Clavó los ojos en Harkness, brillantes de rabia, pero el suboficial mayor se limitó a lanzarle la sonrisa perezosa y segura de sí misma de un kodiak máximo de Gryphon o la de un hexapuma de Esfinge, y Aubrey se puso más colorado todavía.

Harkness dejó que el silencio se prolongara unos momentos más y después se apoyó en los codos y se reclinó un poco en la cama.

—Mira, chaval —bramó con tono razonable—. Yo sé que eso son chorradas, tú sabes que son chorradas, la contramaestre sabe que son chorradas, coño, si hasta la Veja Dama sabe que son chorradas. Estás mintiendo como un bellaco, ¿no? —Sostuvo la mirada de Aubrey con el mismo desafío perezoso y después asintió cuando el joven no dijo nada—. Pues sí, y Tatsumi también —continuó con calma—. No digo que no lo comprenda, Steilman puede ser un hijo de puta de lo más desagradable, pero no creerás de verdad que esto va a terminar aquí, ¿no?

Aubrey sintió un escalofrío nuevo y más profundo al oír el nombre de Steilman. No se lo había dicho ni a un alma y estaba seguro de que Tatsumi tampoco, pero Harkness lo sabía de todos modos y si se lo contaba a la contramaestre o al primer oficial, Steilman jamás creería que no había sido Aubrey.

—Yo… —empezó a decir, después cerró la boca y se quedó mirando a Harkness con expresión impotente.

—Deja que te explique algo. —La profunda voz del suboficial mayor albergaba una extraña nota de compasión—. Verás, no estoy aquí para pedirte que des ningún nombre, y no voy a ir corriendo a ver a la contramaestre o al señor Thomas para contarles nada de lo que me digas. Resulta que yo creo que deberías acudir a ellos, pero eso es cosa tuya. No es una decisión que nadie pueda tomar por ti, aunque quizá quieras pensar en lo que le vas a decir a la capitana Harrington si decide preguntarte. Hazme caso, chaval, cuando la Vieja Dama hace preguntas, consigue respuestas, y no querrás ser tú el que la cabree. —Aubrey tragó saliva y el suboficial mayor lanzó una risita—. Claro que eso también es cosa tuya y no voy a ser yo el que te diga lo que tienes que hacer. No, señor —dijo sacudiendo la cabeza—. Yo estoy aquí para algo un poco más práctico que eso.

—¿Práctico? —preguntó Aubrey, vacilante.

—Pues sí. Lo que yo quiero saber, Wanderman, no es lo que le vas a decir a la gente sobre el tema. Quiero saber lo que vas a hacer tú.

—¿Hacer? —Aubrey se hundió en su cama, se apretó las costillas con una mano y se lamió los labios. La curación rápida estaba funcionando, pero todavía los tenía hinchados; después tragó saliva otra vez—. ¿Qué… qué quiere decir con eso de «qué voy a hacer», suboficial mayor?

—Tal y como yo lo veo —dijo Harkness con calma— Steilman te dio una paliza de la hostia y luego lo más probable es que dijese algo así como «tengo amigos, así que mantén la boca cerrada o verás». —Se encogió de hombros—. Lo único es que si vas a mantener la boca cerrada, entonces vas a tener que encontrar algo que te lo quite de encima, o el resultado final va a ser el mismo. Conozco a los gilipollas como Steilman. Les gusta hacer daño a la gente, es lo que les pone. Así que, ¿cómo pensabas manejar a ese tío la próxima vez?

—Yo… —Aubrey se interrumpió una vez más con expresión de impotencia y Harkness asintió.

—Lo que me imaginaba. En esa parte no habías pensado, ¿verdad?

Aubrey sacudió la cabeza sin darse cuenta siquiera que al hacerlo admitía de forma tácita que, en realidad, no se había caído… y que Harkness tenía razón sobre quién lo había atacado. Sus ojos se aferraron a los del suboficial mayor y Harkness suspiró.

—Wanderman, eres un buen chaval, pero, Dios, qué verde estás. Aquí solo tienes dos alternativas. O bien acudes a la contramaestre y le cuentas lo que pasó en realidad, o te ocupas de Steilman tú solo. Una cosa u otra. Porque si no lo haces, ya puedes apostar que Steilman se va a ocupar de ti en cuanto se dé cuenta de que está a salvo. Bueno, ¿qué va a ser?

—Yo… —Aubrey bajó los ojos al suelo y respiró hondo, después sacudió la cabeza—. No puedo acudir a la contramaestre, suboficial mayor —admitió con la voz ronca—. No soy solo yo… y no es solo Steilman. Él tiene amigos… y yo también. Si lo entrego, ¿cómo sé que uno de sus amigos no va a ir a por mi o a por Gin…? —Hizo una pausa y carraspeó—. ¿O a por uno de mis amigos?

—Muy bien. —Harkness se encogió de hombros—. Creo que estás cometiendo un error, pero si es así como te sientes, así es como te sientes y yo no soy tu madre. Pero eso solo deja una opción. ¿Y tú estás dispuesto?

—No —murmuró Aubrey desesperado. Se le hundieron los hombros y el rostro le ardía de humillación, pero se obligó a levantar la vista de la cubierta—. No he tenido una pelea en mi vida, suboficial mayor —dijo con una especie de dignidad vana—. Ni siquiera sé si tendría agallas para intentar defenderme la próxima vez, pero incluso si las tuviera, no se me daría muy bien.

—¿Agallas? —repitió Harkness en voz muy baja, después se echó a reír—. ¡Chaval, tú tienes muchas más agallas que Steilman! —Aubrey parpadeó y el suboficial mayor sacudió la cabeza—. Le tienes un miedo de muerte, pero tampoco se puede decir que estés aterrorizado —señaló—. En cuyo caso habrías llamado a chillidos a la contramaestre en cuanto llegaste a la enfermería. No, señor, tu problema, Wanderman, es que tienes demasiadas agallas para tener un ataque de pánico y no las suficientes para hacer lo mismo, porque te lo pensaste bien y te diste cuenta de que era lo más inteligente. Digamos que estás atrapado en medio. Pero ahora quiero que pienses en Steilman durante un minuto. Piensa en quién eligió para darle una paliza de la hostia. Te supera en masa, ¿en qué, dos a uno más o menos? Te dobla la edad y tiene diez veces más experiencia que tú. ¿Pero buscó pelea conmigo? ¿Se enfrentó a la contramaestre? ¿O a Bruce Maxwell? No, señor. Fue a por un simple novato que supuso que era un objetivo fácil, y tuvo mucho cuidado de sorprenderte solo. ¿Cuántas agallas crees que hacen falta para eso?

El joven parpadeó. El suboficial mayor se equivocaba en lo que a su valor se refería, de eso Aubrey no tenía ninguna duda, pero quizá no le faltara razón sobre Steilman. Aubrey ni siquiera había considerado lo que había ocurrido bajo esa luz.

—Verás, lo que tienes que entender sobre la gente como Steilman —dijo Harkness— es que siempre van a lo seguro. A Steilman le gusta dar palizas. Disfruta haciendo daño y le gusta sentir que es el que manda. Y además es un cabrón muy grande, lo admito. Es más grande que yo, y fuerte, y juega sucio y me imagino que le gusta pensar que es un tipo duro y peligroso. Pero no es tan listo en realidad, chaval. Si lo fuera, sabría que cualquiera puede ser peligroso. Incluso tú.

—¿Yo? —Aubrey se quedó mirando al más maduro y después se echó a reír un poco a lo loco—. ¡Pero si podría destrozarme con una sola mano, suboficial mayor! ¡De hecho, ya lo ha hecho!

—¿Hiciste cuerpo a cuerpo en el básico? —respondió Harkness.

—Pues claro, pero nunca se me dio muy bien. ¡No irá a decirme que seis semanas de instrucción me enseñaron a darle una paliza a alguien como Steilman!

—No. Pero sí que te proporcionaron las bases, por eso se llama «básico» —dijo Harkness con tal seriedad que Aubrey tuvo que escucharlo—. Claro, sabías que no era de verdad. Estabas en el campamento y pensaste, eh, soy un tío pequeño y nervudo, nunca he tenido una pelea en mi vida, nunca voy a tenerla y tampoco quiero tenerla aunque pudiera. ¿Es eso más o menos?

—Pues sí —dijo Aubrey con sentimiento y Harkness lanzó una risita.

—Bueno, pues me da que te equivocaste. Vas a tener una pelea, la única pregunta es si quieres ganarla o que te partan esa cabeza de chorlito. ¿Y sabes cuál es el secreto para que no te partan la cabeza?

—¿Cuál? —preguntó Aubrey casi contra su voluntad.

—Pues partir la cabeza del otro antes —dijo Harkness con tono lúgubre—. Es tomar la decisión al entrar de que no solo vas a intentar defenderte. Es decidir ahora mismo, por adelantado, que vas a matar a ese cabrón si hace falta.

—¿Yo? ¿Matar a alguien como Steilman? ¡Está usted loco!

—No está bien decirles a tus mayores que están locos, chaval —dijo Harkness con otra de esas sonrisas perezosas—. Cuando tenía tu edad, no era mucho más grande que tú. Bueno, era más alto, pero no tenía mucha más carne en los huesos. Pero lo que sí era, Wanderman, era mucho más mezquino que tú. Y si quieres enfrentarte a Steilman y salir de una pieza, entonces vas a tener que ser muy mezquino tú también.

—¿Mezquino? ¿Yo? —Aubrey lanzó una carcajada amarga, Harkness suspiró y volvió a incorporarse en la otra cama.

—Escúchame —dijo con tono tajante—. Ya te he dicho que solo tienes dos alternativas, y tú ya me has dicho que no vas a hacer lo más inteligente. De acuerdo, eso solo deja lo menos inteligente y si vas a ir por ese camino, tienes unas cuantas cosas que aprender. Y por eso estoy aquí. Lo único en el mundo que Steilman no se espera es que vayas tú a por él la próxima vez, y te voy a contar un pequeño secreto sobre Steilman. No sabe pelear. No cuando es de verdad. Nunca ha tenido que aprender porque es grande, fuerte y mezquino. Así que para eso estoy aquí, chaval. Si quieres aprender a darle tal paliza a ese cabrón que se le quede el culo entre las orejas, el artillero Hallowell y yo te vamos a enseñar cómo se hace. No podemos garantizarte que ganes, pero sí podemos garantizarte una cosa, Wanderman. Danos al artillero y a mí unas cuantas semanas para trabajar contigo y no te preocupes, que ese hijo de puta va a tener que currárselo mucho.