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—¿Pero qué tenemos aquí? —murmuró el capitán subalterno Samuel Webster dirigiéndose también al oficial táctico del Scheherazade.

—No lo sé, patrón. —El comandante Hernando sacudió la cabeza—. Se acercan con un vector de interceptación bastante estándar, pero son dos. Eso no encaja con el perfil de los que trabajan por cuenta propia. ¿Y ve esto? —introdujo una orden en su panel y las cifras de potencia calculada de la cuña propulsora de la Bogey Uno parpadearon—. Es muy alto para la aceleración que observamos, patrón. Lo pone por lo menos al nivel de un crucero pesado, y pasa lo mismo con su amigo.

—Maravilloso.

Webster se recostó en el sillón y se rascó la arrugada barbilla. Se suponía que no iba a ser tan complicado, reflexionó, sobre todo en esa zona. A pesar del repentino incremento de las pérdidas en ese sector, los puntos realmente calientes se suponía que seguían estando en Telmach, Brinkman y Walther en Breslau, o en Schiller y Magyar, por el sur de Posnan. ¿Entonces qué estaban haciendo un par de cruceros pesados volando con un vector claro de persecución detrás de una nave mercante manticoriana justo al lado de la Estrella de Tyler?

—¿No hay posibilidad de que sean silesianos? —preguntó, y Hernando negó con la cabeza.

—No, a menos que los sistemas GE de los confederados hayan mejorado mucho más de lo que se supone que lo han hecho. Si estos imbéciles mantienen una aceleración constante, estaban a menos de nueve minutos luz antes de que los viéramos e incluso ahora nos está costando mantenerlos en pasivo. Dudo mucho que un mercante normal llegara a enterarse de que están ahí fuera.

—Hmm. —Webster volvió a rascarse la barbilla y pensó que ojalá estuviera la capitana Harrington allí para aconsejarlo. Aquellas dos pesadillas estaban empezando a darle muy mala espina y de repente se sintió demasiado novato para lo que estaba a punto de ocurrir.

Levantó una mano y llamó a su primer oficial. El comandante DeWitt cruzó el puente y Webster habló en voz muy baja.

—¿Qué dice si le digo que tenemos un par de cruceros pesados repos, Gus?

DeWitt se volvió para echarle otro vistazo al gráfico. Se frotó una mejilla curtida con el nudillo del índice derecho y después asintió poco a poco.

—Podría ser, señor —asintió el oficial—. Pero si lo son, ¿qué coño hacemos con ellos?

—Me da la sensación de que no vamos a tener mucha elección —dijo Webster con ironía.

Las órdenes de la capitana Harrington eran muy claras. Podía enfrentarse a un único crucero pesado repo con su bendición, pero si se tropezaba con un crucero de batalla (cosa que, dadas las lecturas todavía provisionales de Hernando sobre la fuerza de sus propulsores, todavía podía ser cualquiera de aquellas dos naves) o con más de una AC, se suponía que debía evitar entablar combate siempre que fuera posible. Por desgracia, las pesadillas, fueran quienes fuera o lo que fueran en realidad, estaban ya a menos de cinco minutos luz. El Scheherazade había alcanzado los once mil KPS y aceleraba a ciento cincuenta gravedades, pero las pesadillas superaban ya los cuarenta y tres mil KPS y alcanzaban las quinientas gravedades. Eso significaba que los rebasarían en poco más de cuarenta y un minutos, y Webster estaba demasiado alejado del hiperlímite para escapar trasladándose al hiperespacio. Lo mirara como lo mirara, aquellos tipos iban a rebasarlos y no había nada que él pudiera hacer.

A pesar de las probabilidades numéricas, calculó que tenía una excelente habilidad de enfrentarse a los dos y ganar, sobre todo si pensaban que era un simple carguero desarmado hasta que les demostrara lo contrario. Claro que si resultaban ser cruceros de batalla, a él le iban a hacer mucho daño, pero probablemente no tanto como les gustaría. ¿Pero y si se separaban? Si la Bogey dos se quedaba fuera del alcance de los misiles (cosa que bien podría hacer, dado que costaba concebir a un oficial al mando repo pensando que iba a necesitar a dos cruceros pesados para acabar con un solo mercante), Webster jamás podría entablar combate con él. Y eso significaba que estaba a punto de revelarle mucha información sobre la capacidad de su nave a los malos, pasara lo que pasara con la nave que se acercara. Por otro lado…

—¿Probables intenciones enemigas? —le preguntó a DeWitt. El primer oficial frunció el ceño mientras lo pensaba. Era cinco años-T mayor me su capitán y mientras Webster había sido durante años especialista en comunicaciones, DeWitt había hecho su carrera en Táctica. A pesar de ello, no quedaba duda de quién estaba al mando y era señal de la confianza que tenía el mismo Webster que pudiera hacer la pregunta que acababa de plantear.

—Si esos son repos de verdad —dijo DeWitt sin prisas—, deben de estar aquí para asaltar nuestras naves comerciales, lo que explicaría muchas cosas sobre las pérdidas que hemos tenido en este sector. —Webster asintió y el ceño del primer nidal se profundizó—. Al mismo tiempo no hemos recibido ni un repajolero mensaje, y perdone la expresión, que confirme su presencia. Lo que significa que se las han arreglado para capturar a las tripulaciones de todas las naves que han modo hasta ahora, ¿no?

—Exacto —asintió Webster—. Lo que quizá sea la mejor noticia que hemos tenido de momento.

—Cierto. —DeWitt asintió con vigor—. Incluso con unos sistemas GE repos de primera clase, la mayor parte de los mercantes los vería llegar a tiempo para sacar a sus tripulaciones en naves más pequeñas. Lo que significa que debían de estar operando de dos en dos, por lo menos, todo el tiempo.

—Si yo fuera su oficial superior —caviló Webster—. Me acercaría a toda marcha, con toda la velocidad de adelantamiento que pudiera generar con ambas naves. Después le daría al intercomunicador en cuanto las maniobras de mi objetivo demostraran que ha percibido mi presencia y le ordenaría que guardara silencio comunicativo y que se abstuviera de hacer uso de las lanzaderas.

—Desde luego —dijo DeWitt—. Con dos naves justo encima de nosotros y las dos con velocidad de adelantamiento de sobra, jamás podríamos sacar una lanzadera. Y ningún mercante rompería el silencio comunicativo cuando tiene delante los costados de un par de cruceros pesados. Por lo menos en el espacio silesiano. Quizá se arriesgara en un sistema manticoriano, pero las probabilidades de que alguien de aquí nos pasara el mensaje van de escasas a inexistentes, así que ¿para qué arriesgar la nave y la tripulación?

—De acuerdo —dijo Webster con más viveza—. No podemos escapar y es probable que no se separen. Esa es la buena noticia. La mala es que son, como mínimo, cruceros pesados, lo que significa que van a tener una defensa puntual decente y que pueden rebasarnos a más de cuarenta mil KPS. No tendremos mucho tiempo para entablar combate y van a ser objetivos difíciles para los misiles si tienen tiempo para ver venir a nuestros pájaros, así que tenemos que eliminarlos a los dos, rápido y sin contemplaciones. —DeWitt asintió una vez más y Webster miró a su oficial táctico.

»Suponga que lo que tenemos aquí son un par de AC repos, Oliver. Suponga también que no se van a separar y que mantendrán la aceleración actual hasta que respondamos de algún modo a su presencia. No nos va a quedar más remedio que entablar combate, así que prepáreme la mejor forma de cargarnos a los dos por la vía rápida.

—Sí, señor. —Hernando le echó otro vistazo al gráfico, su expresión eran de repente mucho más cauta—. ¿Hasta qué punto está dispuesto a dejar que se acerquen antes de reventarlos, patrón? ¿Dentro del alcance de las armas de energía?

—Puede ser. Nuestras escotillas armamentísticas no son fáciles de distinguir, pero si los dejamos acercarse mucho, entonces ellos también tienen la posibilidad de utilizar sus armas de energía. Déme una opción de largo alcance y otra de corto alcance.

—Sí, señor —repitió el oficial táctico y empezó a hablar con gran empeño con su ayudante.

—Gus —Webster se volvió hacia su primer oficial—, quiero que se ponga al habla con el comandante Chi. Si tenemos que soltar sus NAL, van a tener una desventaja de velocidad tremenda. Revise con él el perfil del acercamiento del enemigo para determinar el momento óptimo de lanzamiento para su equipo. Lo más probable es que no podamos sacarlos tan pronto como querríamos, pero quiero sus mejores cálculos para meterlos en el plan de Oliver.

—No hay problema, señor —asintió DeWitt y se dirigió a su propio puesto de mando mientras Webster se recostaba una vez más en su silla.

* * *

—Bajando a tres minutos luz, ciudadano capitán.

—Bien. —El ciudadano capitán Jerome Waters recibió el informe con un asentimiento. La tripulación del puente, incluyendo el comisario popular Seifert, estaba relajada y llena de confianza, como no podía ser de otro modo. La Estrella de Tyler era territorio virgen, pero aquella sería la quinta captura general para la división de cruceros de Waters y hasta ese momento la operación entera había transcurrido sin contratiempos, tal y como había predicho el ciudadano almirante Giscard. La parte más complicada había sido evitar que las tripulaciones de sus presas se escaparan y hasta el momento ninguna había mostrado un deseo especial de hacerlo.

Y Waters más bien lo lamentaba. Odiaba al Reino Estelar de Mantícora con una pasión ardiente. Lo odiaba por lo que su armada le había hecho a la Armada Popular. Lo odiaba por construir mejores naves con mejores armas de las que le podía proporcionar a él su Gobierno. Y sobre todo, el exdolista lo odiaba por tener una economía que hacía caso omiso de las «condiciones igualitarias» y los «derechos económicos», esos tópicos en los que la República Popular había basado toda su existencia… y aun así le proporcionaba a su pueblo el nivel más alto de vida de la galaxia conocida. Ese era el insulto que Waters era incapaz de perdonar. En otra época los ciudadanos de la República de Haven habían sido al menos tan acaudalados como los de Mantícora, y según todo lo que a Waters le habían enseñado desde la cuna, los ciudadanos de la República Popular deberían estar incluso mejor que los de Mantícora. ¿Acaso no había intervenido el Gobierno para obligar a los ricos a pagar lo que les correspondía? ¿No había legislado la Declaración de Derechos Económicos? ¿No había obligado a la industria privada a subvencionar a los que se habían quedado sin empleo por culpa de cambios tecnológicos injustos o a causa de los requerimientos de mano de obra? ¿No les habían garantizado incluso a los menos favorecidos de sus ciudadanos educación gratuita, asistencia médica gratuita, viviendas gratis y unos ingresos básicos?

Pues claro que sí. Y con todos esos derechos garantizados, sus ciudadanos deberían ser ricos y sentirse seguros, disfrutar de una economía boyante. Pero ni eran ricos, ni se sentían seguros ni tenían una economía boyante, y aunque Jerome Waters jamás lo habría admitido, los éxitos del Reino Estelar lo hacían sentirse pequeño y un tanto mezquino. No era justo que unos herejes económicos como aquellos tuvieran tanto mientras los fieles tenían tan poco; ansiaba aplastarlos en el polvo como se merecían por sus pecados.

Y si unos cuantos estúpidos mercantes espaciales era tan idiotas como para pensar que no hablaba en serio cuando les ordenaba que no intentaran escaparse, entonces para él sería un inmenso placer hacerlos pedazos muy, muy pequeños.

—¿Alguna indicación de que sepan que estamos aquí atrás?

—No, ciudadano capitán. —Ni uno solo de los miembros de la tripulación de Jerome Waters soñaría siquiera con omitir ni una coma de los nuevos tratamientos igualitarios del régimen—. Mantienen el rumbo tan anchos y panchos. Si supieran que estamos aquí, ya habrían respondido de algún modo, aunque fuera con una transmisión.

—¿Cuánto tiempo falta para que no les quede más remedio que saber que estamos aquí?

—No pueden faltar más de tres o cuatro minutos, ciudadano capitán —respondió su oficial táctico—. Incluso con sensores de grado civil, las signaturas de nuestros propulsores ya deben de estar transmitiéndose bastante rápido.

—De acuerdo. —Waters intercambió una mirada con el comisario popular Seifert y después le hizo una seña a su oficial de comunicaciones—. Preparado para transmitir nuestras órdenes en cuanto reaccionen, ciudadano teniente.

* * *

—Está bien, patrón —dijo Hernando—. Hasta un mercante medio ciego los vería a estas alturas.

—Es cierto. —Webster oyó la tensión de su propia voz y se obligó a relajar los hombros como había visto hacer a la capitana Harrington en Basilisco y Hancock; las siguientes palabras las pronunció con un tono más tranquilo y pausado—. Muy bien, chicos. Creo que ha llegado la hora. Timonel, ejecute Alfa Uno.

* * *

—Bueno, ya nos ven, ciudadano capitán —dijo el primer oficial de Waters cuando la aceleración del carguero subió de repente a ciento ochenta gravedades y viró con brusquedad a estribor. El ciudadano capitán asintió y se volvió hacia su oficial de comunicaciones, pero el mensaje ya se estaba transmitiendo.

* * *

—¡Nave mercante manticoriana, le habla el crucero pesado Faca de la República! No intenten comunicarse. No intenten abandonar la nave. Reanuden su perfil de vuelo original y manténganlo hasta que los abordemos. Se responderá a cualquier tipo de resistencia con una fuerza letal. Aquí, el Faca, corto.

La seca voz vibró en los altavoces del puente y Webster le echó un vistazo a Hernando y DeWitt.

—Según el guión —comentó—. Y además parece que hablan en serio, ¿eh? —Hubo más de una persona en el puente que, de hecho, llegó a sonreír, a pesar de la tensión interna. Webster le hizo una seña a su oficial de comunicaciones—. Ya sabe qué tiene que decirles, Gina.

* * *

—Ciudadano capitán, afirman que no son manticorianos —dijo el oficial de comunicaciones de Waters—. Dicen que son andermanos.

—Y una mierda —dijo Waters muy serio—. Eso es un código de traspondedor manti. Dígales que tienen una oportunidad más para reanudar el rumbo antes de que abramos fuego.

* * *

—Carguero manticoriano, ustedes no son, repito, no son un navío andermano. Repito. Regresen a su dirección y aceleración originales y mantengan el silencio comunicativo, o les dispararemos. ¡Esta es la última advertencia! Faca corto.

* * *

—Dios, qué molestos parecen, ¿no? —murmuró Webster—. ¿Están dentro del radio de acción, Oliver?

—Casi, señor. Al alcance de misiles en cuarenta y un segundos.

—Entonces supongo que no debemos poner demasiado a prueba su paciencia. Ha llegado el momento para Alfa Dos.

* * *

—¡Jesús, mire a ese idiota! —murmuró el primer oficial de Waters y el ciudadano capitán sacudió la cabeza asqueado. Después de pretender huir, cosa que era obviamente imposible, y de intentar tirarse un farol bastante torpe, estaba claro que el patrón manti había sufrido un ataque de pánico. No era que se estuviera limitando a recuperar su dirección original, es que encima estaba intentando regresar al vector original y ese segundo cambio de rumbo era incluso más desenfrenado que el primero. Viró a babor con esfuerzo y en el proceso rodó a lo loco hasta presentarle el vientre de la cuña al Faca y su consorte. Waters bufó.

—Timonel, invierta la aceleración.

* * *

—Aquí vienen —murmuró Webster. Los dos cruceros repos habían girado y desaceleraban a toda prisa. Todavía rebasarían al Scheherazade a más de treinta mil KPS pero su ritmo de desaceleración era casi el triple de lo que podía alcanzar la nave de Webster. No había forma de evitar encontrarse con ellos una vez que lo sobrepasaran y los repos lo sabían.

Pero lo que no sabían era en lo que se estaban metiendo, pensó con gesto lúgubre. Eso era obvio. Había tenido buen cuidado de presentarle el vientre de la cuña a los repos mientras el personal de táctica abría las escotillas que normalmente ocultaban las armas, porque al abrir esas escotillas habían quedado solo los finos trozos de plástico que la capitana Harrington había convencido a los del Vulcano para que pusieran, y esos trozos eran transparentes para el radar. El mapa del casco dibujado por el radar revelaría algo muy extraño en los flancos del Scheherazade, y él se había tomado muchas molestias para asegurarse de que los repos no captaran nada.

Pero ni siquiera habían intentado mirar con tanta atención y en ese momento se acercaban a la nave de Webster con una confianza sublime. Los apuntaban casi directamente con la popa, y solo podían disponer del armamento de persecución… y con la popa de la cuña abierta del todo y delante de todos.

Samuel Webster sintió un cosquilleo. A la capitana Harrington le hubiera encantado el plan de Hernando y los toques que le había añadido él. Pero no era el momento de pensar en la capitana. Esa maniobra era crítica, cada uno de sus aspectos había sido preprogramado a conciencia. O bien funcionaba a la perfección o las cosas se iban a complicar mucho, y miró a su oficial táctico.

—De acuerdo, Oliver. Prepara el disparo —dijo en voz baja y Hernando asintió.

—A sus órdenes, señor. Timonel, preparado para ejecutar Baker Uno a mi señal. —El oficial táctico le lanzó otra mirada a su panel y comprobó la solución de fuego ya fijada en la pantalla, después posó los ojos en el gráfico cuando las lecturas de alcance comenzaron a bajar con un destello.

Samuel Webster permaneció sentado, muy quieto. Había sentido la tentación de decantarse por la opción de Hernando de largo alcance y confiar en que los lanzamisiles acabaran con los repos, pero había demasiadas posibilidades de que al menos uno de ellos consiguiera evadirse en último extremo. Un combate a medio alcance habría metido al Scheherazade en el peor de los mundos. Los repos habrían estado demasiado cerca para que ellos pudieran largarse y demasiado lejos para emplear las armas de energía, mientras que el tiempo de vuelo de sus pájaros les habría permitido lanzar a su vez dos o incluso tres andanadas, y a pesar de su inmenso tamaño, esa nave podía soportar muchos menos daños que cualquiera de sus oponentes.

Pero si no podía luchar a larga distancia sin dejar que alguno se escapara y si no podía luchar a medio alcance sin resultar gravemente mutilado, solo le quedaba la opción del corto alcance. Necesitaba inutilizarlos a los dos en el menor tiempo posible y eso significaba lanzar los primeros impactos con armas que dispararan a la velocidad de la luz y desde lo más cerca posible. Claro que si los dejaba acercarse mucho y no los inutilizaba con la primera andanada, iban a hacerle pedazos la nave, pero no antes de que él los destrozara también a los dos.

—Preparados —murmuró Hernando—. Preparados… listos… ¡ya!

* * *

—¡Ciudadano capitán! ¡Los mantis…!

Waters se levantó con una sacudida de la silla cuando el carguero manticoriano giró de repente a babor. ¡Era una locura! Si estaba intentando zafarse, había elegido el peor momento posible, ¡sus cruceros iban a pasar a ambos lados de la nave manticoriana en menos de doce segundos y sus andanadas la harían pedazos!

—Preparados para… —comenzó y fue entonces cuando el universo voló en mil pedazos.

* * *

—¡Entrando en combate… ya! —soltó Hernando y los finos escudos de plástico de las escotillas se desvanecieron cuando ocho inmensos gráseres salieron de golpe del costado de babor del Scheherazade. El alcance era de apenas cuatrocientos mil kilómetros, no había flanco protector que los interceptase y siete de los ocho haces impactaron en el blanco.

Los dos cruceros pesados se tambalearon al transferirse la energía cinética y unas astillas enormes se desprendieron girando del casco. Las popas incendiadas se desgarraron como un papel y por allí se escaparon escombros, armas, hombres y mujeres en una tormenta de atmósfera que se aventaba de la nave. El blindaje de las naves no sirvió de nada contra un disparo de energía del nivel de un superacorazado y los gráseres penetraron a fondo en el casco, destrozando mamparos y aplastando armas. Las dos naves perdieron los anillos de propulsores de popa casi al instante y la signatura de emisión del Faca parpadeó como loca cuando las subidas de tensión le desangraron los sistemas.

Pero el Scheherazade no se quedó por allí para relamerse. Al tiempo que Hernando disparaba, el timonel ya estaba virando para completar un giro de ciento ochenta grados a babor. Y en un mismo destello de apenas unos segundos, la nave rodó de lado. Los cruceros malheridos pasaron con un rugido junto a ella, con las armas supervivientes de los costados disparando con frenesí con un control local sobre el equivalente del espacio profundo de las miras abiertas, pero no tenían ningún blanco al que disparar, solo el impenetrable techo y suelo de la cuña del enemigo.

—¡Baker Dos! —soltó Hernando, y el timonel volvió a virar el timón de nuevo.

La nave Q siguió girando a babor, colocándose en perpendicular a los vectores de los repos y después volvió a rodar para erguirse sin dejar de disparar al acercarse. El costado destelló una vez más y en esa ocasión además del gráser escupió misiles. Su fuego desgarró toda la parte delantera de las cuñas de sus enemigos y al tiempo que disparaba las armas de babor, el flanco protector de estribor cayó y seis NAL salieron con una explosión de sus dársenas y aceleraron tras los cruceros pesados a seiscientas gravedades.

Los repos hicieron todo lo que pudieron, pero aquella primera y devastadora andanada había hecho estragos en sus sistemas electrónicos. El control de fuego central estaba hecho pedazos y luchaba por organizarse y restablecer el control sobre la situación a medida que se conectaban los sistemas secundarios. Las armas supervivientes estaban todas conectadas al control local de emergencia y dependían de los sensores de las armas y de los ordenadores de rastreo. La mayor parte ni siquiera sabía dónde estaba el Scheherazade y machacaban el CIC con consultas frenéticas. Pero el CIC necesitaba tiempo para recuperarse de tan terrible golpe… y los cruceros no tenían tiempo. Solo tenían quince segundos y un solo láser se estrelló contra el Scheherazade como respuesta a la segunda y devastadora andanada.

La nave de Webster se estremeció cuando aquel único impacto penetró en el casco sin blindar y las alarmas de daños comenzaron a escucharse. Misil Tres desapareció, el mismo impacto penetró hasta la Dársena de Botes Uno e hizo pedazos dos cúteres y una pinaza, por fortuna ninguno tripulado. Murieron diecisiete hombres y mujeres, y once más resultaron heridos, pero, para lo que podía haber sido, el Scheherazade se libró con daños mínimos.

Los repos no. La segunda andanada de Hernando no fue tan precisa como la primera; había demasiadas variables y estas cambiaban con demasiada rapidez como para poder lograr la misma precisión. Pero fue lo bastante preciso contra unos objetivos totalmente abiertos y la NAP Faca se desvaneció en medio de una bola de fuego cuando uno de los gráseres del Scheherazade encontró su sala de fusión. No había cápsulas salvavidas y los ojos de Webster salieron disparados hacia el segundo crucero justo cuando la proa se abrió como una vara triturada. Los propulsores delanteros dejaron de funcionar al instante y la despojaron de la cuña y los flancos protectores, dejándole solo los propulsores a reacción para maniobrar; Webster enseñó los dientes antes de hablar.

—Lancen el segundo escuadrón de NAL —dijo, y después señaló con un gesto repentino de la mano a la oficial de comunicaciones—. Póngame con ellos, Gina.

—Línea directa, patrón —respondió Gina Alveretti, y Samuel Houston Webster habló con un tono frío y preciso.

—Crucero repo, le habla el crucero mercante armado de su majestad Scheherazade. Prepárense para ser abordados. Y, como ustedes mismos dijeron… —le dedicó una sonrisa feroz a su cámara—, se responderá cualquier tipo de resistencia a nuestros marines con una fuerza letal.

* * *

—Estoy empezando a sentirme un poco como un padre cuyos hijos siguen sin llegar después del toque de queda —comentó el ciudadano almirante Javier Giscard mientras le servía más vino a la comisaria popular Eloise Pritchard. Menos mal que ni el Comité de Seguridad Pública, por su tranquilidad de espíritu más que nada, ni sus secuaces de la Seguridad del Estado sabían lo bien que se llevaban Giscard y Pritchard. Si lo hubieran sabido se habrían escandalizado bastante, porque Giscard y su perro guardián eran compañeros de viaje… y de cama.

—¿Y eso? —preguntaba Pritchard en ese momento mientras tomaba un sorbo de vino. Sabía tan bien como Giscard lo que ocurriría si la Seguridad del Estado se llegaba a enterar de la verdadera naturaleza de su relación, pero tampoco tenía intención de dejar escapar a Giscard. No solo era un oficial brillante y muy perspicaz, sino que era también un hombre sobresaliente. Lo había entrenado uno de los mejores capitanes que había tenido la Armada Popular antes de la guerra, Alfredo Yu, y, al igual que su mentor, era mucho mejor militar de lo que se merecía el antiguo régimen. Pritchard se preguntaba con frecuencia qué habría pasado si a Yu no lo hubieran empujado a desertar sus propios superiores después del fiasco de Yeltsin. Javier y él se habrían convertido en un equipo magnífico, pero en ese momento estaban en bandos contrarios y ella esperaba que nunca tuvieran que encontrarse cara a cara, sabía lo mucho que Javier respetaba a su antiguo maestro. Pero Javier también odiaba con pasión a los legislaturistas. Quizá no respetara demasiado al nuevo régimen, y Pritchard tampoco podía culparlo por mucho que hubiera querido hacerlo, pero era un hombre leal. O lo sería a menos que la Seguridad del Estado hiciera algo que lo empujara a ser desleal.

Pero Eloise Pritchard tenía intención de asegurarse de que eso no pasara jamás. Javier era un oficial demasiado valioso… y ella lo amaba demasiado.

¿Hmm? —le preguntaba él mientras le mordisqueaba el lóbulo de la oreja y con la mano le acariciaba la cadera bajo la sábana.

—Te preguntaba por qué te sientes como un padre agobiado.

—Oh. Bueno, es solo que algunos de los niños se están quedando a jugar hasta muy tarde. No me preocupa demasiado el Vaubon, Caslet es un buen oficial y si ha hecho uso de su criterio y se ido a otro lugar, era porque tenía una buena razón. Pero estoy un poco preocupado por Waters. Jamás debería haberle dado la opción de llegar hasta la Estrella de Tyler antes de regresar al punto de encuentro.

—No te cae bien Waters, ¿verdad? —preguntó Pritchard y el almirante se encogió de hombros.

—No me estoy metiendo con él porque tenga un exceso de celo revolucionario, ciudadana comisaria —dijo con ironía, admitiendo de forma tácita los poderosos mecenas que el fervor ideológico de Waters le había proporcionado—. Es su criterio lo que me preocupa. Ese hombre odia demasiado a los mantis.

—¿Cómo se puede odiar «demasiado» al enemigo? —En labios de cualquier otro comisario, esa pregunta habría tenido connotaciones inquietantes, pero la curiosidad de Pritchard era genuina.

—La determinación es una gran cualidad —le explicó Giscard muy en serio— y a veces el odio puede ayudar a generarla. Ese hombre no me gusta porque sean cuales sean las diferencias que tengamos con los mantis siguen siendo seres humanos. Si esperamos que actúen de forma profesional y humana en lo que se refiere a los nuestros, tenemos que actuar del mismo modo cuando se trata de los suyos. —Hizo una pausa y Pritchard asintió antes de que él continuara—. El problema con la gente como Waters, sin embargo, es que el odio comienza a sustituir al sentido común. Es un oficial competente y bien entrenado, pero también es muy joven para el rango que tiene y no le habría venido mal un poco más de experiencia antes de convertirse en capitán. Supongo que no es muy diferente de la mayor parte de nuestros capitanes… o almirantes —admitió con una sonrisa irónica— en ese aspecto, dado lo que le pasó al antiguo cuerpo de oficiales. Pero es demasiado impaciente, se enardece enseguida. Me preocupa un poco cómo puede afectar eso a su criterio y pienso que ojalá lo hubiera atado en corto un poco más.

—Ya veo. —Pritchard se echó hacia atrás y su cabello de color platino se derramó sobre el hombro de su amante; después asintió poco a poco—. ¿De verdad crees que se ha metido en algún tipo de problema?

—No, la verdad es que no. Estoy un poco preocupado por los informes que dicen que los mantis han mandado aquí unas naves Q. Si vuelan juntas, dos o tres de ellas podrían representar una complicación muy desagradable para cualquiera que se las encuentre de frente, y Waters puso rumbo hacia allí antes de que recibiéramos el despacho que nos alertaba de su presencia. Pero tiene órdenes de atacar únicamente a naves solas y no veo a ninguna nave Q arremetiendo contra un par de AC de clase Espada a menos que los cruceros la jodan bien jodida. No, más que otra cosa es una corazonada, que debería estar vigilándolo más de cerca, Ellie.

—Por lo que he visto hasta ahora, yo prestaría atención a esa «corazonada» Javier —dijo Pritchard con tono serio—. Respeto mucho tus instintos.

—Entre otras cosas, espero —dijo su compañero con una sonrisa juvenil mientras exploraba bajo las sábanas; la mujer le dio un ligero golpe en el torso desnudo.

—¡Déjalo ya, corruptor de la virtud cívica!

—Me parece que no, ciudadana comisaria —respondió el almirante y su compañera se retorció de placer. Pero luego la mano masculina se detuvo. La comisaria se apoyó en un codo para exigir su regreso, pero no tardó en parar con una sonrisa resignada. Adoraba a aquel hombre, pero ¡Dios, qué exasperante podía llegar a ser! La inspiración le llegaba en los peores momentos, maldita fuera, y él siempre tenía que perseguir esa nueva idea antes de rechazarla.

—¿Qué pasa?

—Estaba pensando en las naves Q de los mantis —caviló Giscard—. Ojalá pudiéramos confirmar si Harrington está al mando o no.

—Creí que acababas de decir que una nave Q no estaba a la altura de un crucero pesado —señaló Pritchard. Su compañero asintió y la comisaria se encogió de hombros—. Bueno, tú tienes doce cruceros pesados y ocho cruceros de batalla. A mí me parece una capacidad de destrucción bastante tranquilizadora.

—Oh, cierto. Muy cierto. Pero si están tan ocupados buscando aquí, quizá deberíamos irnos de caza a otra parte. Sean cuales sean las probabilidades teóricas, siempre cabe la posibilidad de que algo vaya mal en un combate, ya sabes. Y una nave Q tiene la posibilidad de vencer a una de nuestras unidades, digamos a uno de nuestros cruceros ligeros, y cargarse la operación entera al descubrir que estamos aquí.

—¿Y?

—Y, ciudadana comisaria —dijo Giscard mientras dejaba la copa de vino para tener las dos manos libres y se volvía hacia ella con aquella sonrisa que la comisaria adoraba—, es hora de reajustar nuestros patrones operativos. Podemos dejar despachos para Waters y Caslet en todos los buzones aprobados, pero el resto ya estamos concentrados aquí. Dadas las circunstancias, creo que voy a hablar con mi personal sobre posibles terrenos de caza nuevos…, pero más tarde, por supuesto —dijo con malicia mientras la besaba.