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—¡Dios mío, Aubrey, ¿pero qué te ha pasado?!

Aubrey abrió los ojos y escudriñó a Ginger Lewis. Lo primero que pensó sin darse cuenta fue que no sabía qué estaba haciendo aquella chica en el camarote que compartía con otros tres suboficiales. Lo segundo fue preguntarse por qué parecía tan preocupada. Solo cuando llegó a la pregunta número tres se dio cuenta de que seguía en la enfermería, bajo observación por culpa de una conmoción cerebral.

—Me caí —dijo. Las palabras le salieron un poco pastosas y entrecortadas sacias a los labios hinchados y a una nariz que seguía negándose a admitir demasiado aire, después volvió a cerrar los ojos cuando lo invadió una nueva oleada de dolor. El cirujano teniente Holmes le había prometido que la cura rápida se encargaría de los cardenales más escandalosos y las contusiones en un par de días. Por desgracia todavía no había empezado a hacer efecto e incluso cuando lo hiciera, la nariz rota y las costillas fracturadas iban a llevar un poco más de tiempo.

—Y una mierda —dijo Ginger con tono rotundo, Aubrey volvió a abrir los ojos—. A mí no me vengas con chorradas, Niño Prodigio. Alguien te ha dado una paliza de la hostia.

Aubrey parpadeó ante la expresión asesina de su amiga. Tenía una sensación extraña, indiferente y se preguntó por qué estaba tan cabreada Ginger. Después de todo, no era ella la que había recibido la paliza.

—Me caí —dijo el joven otra vez. Incluso en su desorientado estado sabía que tenía que atenerse a su historia. Era importante, aunque había momentos en los que no recordaba muy bien por qué. Pero entonces lo recordó y una sombra le cubrió los ojos—. Me caí —repitió por tercera vez—. Tropecé yo solo. Aterricé de bruces y… —Se encogió de hombros e hizo una mueca cuando el movimiento le provocó una nueva punzada caliente que lo atravesó entero.

—De eso nada —lo contradijo Ginger con el mismo tono tenso y rotundo— tienes dos costillas rotas y el teniente Holmes dice que tu cabeza se golpeó con algo por lo menos tres veces, Niño Prodigio. Ahora dime quién fue. Lo voy a hundir.

Aubrey volvió a parpadear. Qué extraño. Ginger estaba enfadada por lo que le había pasado a él. Siempre le había gustado aquella chica y a pesar del miedo gélido que lo invadía cada vez que pensaba en Steilman, le emocionó la preocupación de su amiga. Pero no podía decírselo. Si se lo decía, Ginger haría algo. Terminaría metiéndose por el medio y él no podía hacerle eso a una amiga.

—Olvídalo, Ginger. —Aubrey intentó, sin demasiado éxito, que su voz pareciera más fuerte y segura—. No es problema tuyo.

—Oh, sí que lo es —dijo la joven con los dientes apretados—. En primer lugar, eres un amigo. En segundo, según Tatsumi, ocurrió en Ingeniería y eso es mi territorio. En tercero, a los cabrones que van por ahí dando palizas a la gente les hace falta que alguien les abra otro agujero en el culo. Y en cuarto, ahora soy suboficial mayor y me apetece abrir algún que otro agujero. ¡Así que dime quién te ha hecho esto!

—¡No! —El joven sacudió la cabeza sin fuerzas—. No puedo. No te metas en esto, Ginger.

—¡Maldita sea, te estoy ordenando que me lo digas! —le soltó la joven, pero Aubrey se limitó a sacudir la cabeza otra vez. Ginger lo miró furiosa, con chispas en los ojos e iba a decir algo cuando apareció el teniente Holmes.

—Ya es suficiente, suboficial mayor —dijo el médico con firmeza—. El paciente necesita descansar. Vuelva dentro de diez o doce horas y quizá le saque algo con más sentido.

Ginger miró al cirujano durante un momento, después respiró hondo y asintió.

—De acuerdo, señor —dijo de mala gana, y le lanzó a Aubrey otra mirada abrasadora—. En cuanto a ti, Niño Prodigio, que te arreglen la cabeza. Ya me lo digas tú o no, voy a averiguar quién te hizo esto y cuando lo haga, pienso acabar con él.

La suboficial se dio la vuelta y salió con paso furioso de la enfermería; Holmes sacudió la cabeza mientras la veía irse. Después bajó la cabeza para mirar a Aubrey y alzó una ceja.

—He visto gente cabreada en mis tiempos —dijo con suavidad— pero creo que últimamente no recuerdo a nadie que estuviera tan cabreada. No sé sobre quién se cayó usted, pero le aconsejo que recuerde el nombre porque me parece que la suboficial mayor va a convertir su vida en un auténtico infierno hasta que se lo diga. —Aubrey alzó los ojos sin hablar y Holmes sonrió—. Allá usted, Wanderman… pero no diga que no se lo he advertido.

* * *

Ginger bajó furiosa por el pasillo que salía de la enfermería y después se detuvo. Se quedó quieta un momento mientras se frotaba una ceja, después asintió de golpe, dio media vuelta y regresó por donde había venido. Encontró al hombre que buscaba en el dispensario. Le daba la espalda mientras hacia inventario, pero se dio la vuelta de inmediato cuando la joven se aclaró la garganta. Una expresión preocupada cruzó la cara del hombre, después puso el ordenador manual en modo de espera y la miró con la cabeza ladeada.

—¿Puedo ayudarla, suboficial mayor?

—Creo que sí —respondió Ginger—. Usted fue el que encontró a Wanderman, ¿no?

—Sí, suboficial mayor —dijo el otro con mucho cuidado y la suboficial esbozó una pequeña sonrisa.

—Bien. Entonces quizá pueda decirme usted lo que necesito saber, Tatsumi.

—¿Y qué sería, suboficial mayor? —preguntó el auxiliar médico con cautela.

—Lo sabe muy bien, maldita sea —dijo Ginger con voz acerada—. Él no quiere decir quién fue pero usted lo sabe, ¿verdad?

—Yo… —Tatsumi vaciló—. No sé muy bien adonde quiere ir a parar, suboficial mayor.

—Entonces deje que se lo deletree —dijo Ginger sin alzar la voz, acercándose un poco más—. El dice que se cayó, usted dice que cree que se cayó, y los tres sabemos que eso son gilipolleces. Quiero un nombre, Tatsumi. Quiero saber quién se lo hizo y quiero saberlo ahora.

Los ojos azules grisáceos de la joven se clavaron en los ojos masculinos y él tragó saliva. La tensión se podía cortar en el dispensario, poniéndole a Tatsumi los nervios de punta; tuvo que hacer acopio de todas sus fuerzas para apartar sus ojos de los de su superior.

—Mire —dijo al fin con un matiz ronco en la voz—, él dice que se cayó, ¿no? Bueno, pues yo no puedo decirle otra cosa. Ya he hecho todo lo que puedo hacer.

—No, de eso nada —dijo Ginger con tono rotundo.

—¡Sí, claro que sí! —El auxiliar volvió a mirarla con expresión tensa—. Llegué justo a tiempo de salvarle el culo, suboficial mayor, y arriesgué el cuello para hacerlo, ¡pero no pienso meter la cabeza en una picadora, joder! Me cae bien el chaval, pero yo tengo mis propios problemas. Si quiere saber quién lo hizo, que se lo diga él.

—Puedo ponerle delante de la contramaestre y el primer oficial en cinco minutos, Tatsumi —dijo la suboficial con el mismo tono firme—. Con su historial, no creo que le apetezca mucho pasar por eso. Sobre todo no cuando el silencio se puede ver como una especie de complicidad. El auxiliar la miró furioso y después cuadró los hombros.

—Haga lo que quiera, suboficial mayor —dijo—, pero en lo que a mí respecta, esta conversación nunca ha tenido lugar. Que se lo diga él y quizá, solo quizá, pueda respaldarlo, pero yo no pienso empezar a soltar nombres por mi cuenta. Se me ocurre empezar a hacer eso y lo mismo aparezco muerto, ¿entiende? ¿Quiere volver a mandarme a la prisión militar? De acuerdo. Perfecto. Adelante. Haga lo que crea que tenga que hacer. Pero yo no pienso dar ningún nombre por mi cuenta, ni a usted ni a la contramaestre, ni al primer oficial; ni siquiera a la capitana. —Apartó los ojos de la suboficial y se encogió de hombros—. Lo siento —dijo en voz más baja—. De verdad que lo siento. Pero así están las cosas.

Ginger se balanceó sobre los talones. Su sospecha inicial de que Tatsumi había sido parte en la paliza de Aubrey había saltado por los aires al ver la profundidad del miedo del auxiliar, y ese mismo miedo provocó un escalofrío helado que recorrió los huesos de Ginger. Allí estaba pasando algo incluso más feo de lo que había supuesto en un principio, la joven se mordió el labio. Aubrey no quería que se metiera y Tatsumi parecía temer sinceramente por su vida. Por alguna razón tenía la certeza de que el auxiliar médico se lo habría dicho si solo hubiera una persona implicada. Después de todo, si tanto Tatsumi como Aubrey testificaban contra él, la disciplina de la Armada caería sobre el que fuera como un martillo. No tendrían que preocuparse más por él… lo que significaba que les preocupaba alguien más. Y eso sugería…

—De acuerdo —dijo Ginger en voz muy baja—, guárdese sus secretos… por ahora. Pero voy a llegar al fondo de esto y no creo que sea la única que me ponga a buscar. Aubrey y usted pueden decir lo que quieran pero el teniente Holmes sabe que no se cayó y ya puede apostar que va a escribir un informe completo. Y con eso los que se van a implicar van a ser la contramaestre y el cabo de mar, como mínimo, y me da que el primer oficial tampoco lo va a pasar por alto. Con tanto peso investigando desde arriba, alguien va a descubrirlo todo y si usted está implicado, más le vale rezar para que lo averigüe otro antes que yo. ¿Está claro?

—Muy claro, suboficial mayor —medio susurró el auxiliar, y Ginger salió con paso colérico de la enfermería.

* * *

—… Así que esa es la historia, contramaestre. Ninguno de los dos quiere decir ni una palabra, pero sé que no fue una simple caída.

Sally MacBride echó hacia atrás la silla y examinó a la furiosa y joven suboficial mayor con una expresión penetrante en sus ojos castaños. Ginger Lewis había entrado en la unida fraternidad de los suboficiales superiores del Viajero menos de un mes antes, pero a MacBride le gustaba lo que había visto hasta entonces. Lewis era concienzuda, trabajadora y firme con el personal, pero había conseguido no convertirse en un héroe de cartón para ocultar cualquier tipo de inseguridad que pudiera sentir con respecto a su nuevo cargo. Eso era lo que más había temido MacBride cuando la Veja Dama había anunciado los ascensos de Maxwell y Lewis. En ese instante se preguntaba si no debería haberse preocupado por otra cosa al ver la indignación en los ojos de la joven. Una suboficial a la que no le importara lo que le ocurría a su equipo era inútil, pero una que dejaba que la ira gobernara sus acciones era casi peor.

—Siéntese —dijo al fin, mientras señalaba la otra silla que tenía en su cubículo. Esperó hasta que su visitante obedeció y después dejó que su propia silla regresara a su posición inicial—. De acuerdo —dijo con viveza—, me ha contado lo que cree que pasó. —Ginger abrió la boca, pero una mano levantada la detuvo antes de que pudiera hablar—. No he dicho que se equivoque, solo he dicho que hasta ahora es un caso de lo que usted cree que pasó. ¿Hay algún error en esa afirmación? —Ginger apretó los dientes, después respiró hondo y sacudió la cabeza.

»Eso me había parecido. Bueno, resulta que el teniente Holmes ya ha hablado conmigo —continuó MacBride—, y que yo he hablado con el cabo de mar Thomas. Mi teoría, y la del teniente, es la misma que la suya. Por desgracia, las pruebas no son concluyentes. El teniente Holmes puede decirnos que, en su experta opinión, las lesiones de Wanderman no son el resultado de una caída, pero no puede demostrarlo. Si no es el propio Wanderman el que nos dice que no lo fueron, no hay nada oficial que nosotras podamos hacer.

—Pero es que está asustado, contramaestre —protestó Ginger. Su voz era más suave, con un matiz de dolor en ella, y miraba a MacBride con una súplica en la girada—. Es un chaval en su primer destino, y está muerto de miedo por culpa de lo que le hizo eso. Por eso no quiere decirme nada.

—Quizá tenga razón. En realidad, quizá yo tenga mis sospechas sobre quién pudo hacerlo. —Los ojos de Ginger se agudizaron, pero MacBride continuó con tono neutro—. El señor Thomas y yo hablaremos con Wanderman por la mañana, intentaremos que se abra. Pero si no lo hace, y si Tatsumi tampoco lo hace, entonces tenemos las manos atadas. Y si nosotros tenemos las manos atadas, usted también.

—¿A qué se refiere? —la pregunta de Ginger salió quizá con demasiada sequedad.

—Quiero decir, suboficial mayor Lewis, que usted no va a jugar a los vigilantes ni a los vengadores enmascarados en mi nave —dijo MacBride con rotundidad—. Sé que Wanderman y usted se entrenaron juntos. De hecho, sé que usted lo ve como una especie de hermano pequeño. Bueno, ¡pues no lo es! Él es un suboficial interino y usted es una suboficial mayor. No son niños y esto no es un juego. La obligación de Wanderman es contarnos qué pasó y es un buen chico. Quizá lleve un tiempo, pero creo que nos lo acabará contando. Pero, entretanto, usted no es su hermana mayor, ni su niñera, y se abstendrá de tomar ninguna medida fuera de los canales oficiales.

—Pero… —empezó Ginger solo para pararse en seco cuando MacBride la miró furiosa.

—No tengo por costumbre repetirme, suboficial mayor —dijo la oficial con frialdad—. Apruebo su preocupación y su sentido de la responsabilidad. Son cualidades muy loables y forman parte de su rango. Pero hay un momento para presionar y un momento para no presionar. También hay un momento para salirse de los canales oficiales y un momento para asegurarme de que no lo hace, maldita sea. Ya me ha informado del caso, como se supone que debía hacer. Si puede convencer a Wanderman para que nos diga algo más, bien. Pero aparte de eso, va a dejar este asunto en mis manos. ¿Está claro, suboficial mayor Lewis?

—Sí contramaestre —dijo Ginger con frialdad.

—Bien. Entonces será mejor que se vaya. Creo que su turno empieza dentro de cuarenta minutos.

Sally MacBride observó a la joven cuando salió con paso colérico de su despacho y suspiró. Tal y como le había insinuado a Ginger, sospechaba lo que había ocurrido y no culpaba a nadie más que a ella misma. No es que fuera todo culpa suya pero debería haber sacada a Steilman de la compañía del Viajero en cuanto vio su nombre en la lista. No había hecho y se preguntó hasta qué punto había sido por orgullo. Después de todo, ya lo había puesto en su sitio una vez y estaba segura de que podría hacerlo de nuevo. De hecho, todavía estaba segura… solo que no había contado con lo que podría costarle a otra persona, y debería haberlo hecho, sobre todo después del primer altercado del técnico con Wanderman.

Miró con el ceño fruncido la terminal vacía de su ordenador. No había dejado de vigilar a Steilman pero este parecía haber desarrollado un mayor grado de astucia animal desde su anterior crucero juntos. Claro que también era diez años-T mayor y de algún modo había conseguido sobrevivir todos esos años sin terminar en la prisión militar. Eso ya debería haberle dicho algo, aunque todavía seguía sin entender cómo había llegado hasta Wanderman sin que ella lo supiera. A menos que las sospechas de Ginger Lewis estuvieran en lo cierto, claro. La mayor parte de la tripulación del Viajero era tan buena como cualquiera con la que hubiera servido MacBride, pero había un pequeño grupo de auténticos agitadores. De momento el cabo de mar Thomas y ella habían conseguido mantenerlos a raya, o eso pensaban. Pero MacBride empezaba a tener sus dudas y frunció los labios mientras hojeaba su índice mental de nombres y caras.

Coulter, pensó. Ese estaba metido. Steilman y él estaban en Ingeniería. El capitán de corbeta Tschu y ella los habían separado lo mejor que habían podido, pero seguían teniendo el mismo turno aunque en secciones diferentes. Eso les daba demasiado tiempo para intercambiar ideas en su tiempo libre y era más que probable que se las hubieran arreglado para atraer unas cuantas almas con ideas afines. Elizabeth Showforth, por ejemplo. Andaba por ahí con Steilman y, a su manera, estaba tan podrida como él. Y luego estaban Stennis e Illyushin.

MacBride gruñó para sí. Las personas como Steilman y Showforth la ponían enferma, pero eran tipos que sabían cómo generar el miedo en la gente y la inexperiencia de la mayor parte de sus compañeros de tripulación les proporcionaban un mayor campo de acción. Demasiados de los componentes de la tripulación del Viajero eran demasiado jóvenes, demonios, sin la firmeza necesaria para defenderse. Ya había empezado a oír rumores sobre pequeños hurtos y actos de intimidación, pero pensó que estaba controlado y esperaba que la situación mejorara a medida que los novatos fueran encontrando su sitio. Pero dada la escalada de lo que le había pasado a Wanderman, al parecer se había equivocado. Y si el joven no quería presentarse y admitir lo que había pasado, ella no podía tomar ninguna medida oficial, lo que solo aumentaría el estatus de Steilman a los ojos de sus amigotes y empeoraría las cosas.

A Sally MacBride no le gustaban las conclusiones a las que había llegado. Sabía que podía aplastar a Steilman y su cuadrilla como a insectos si no le quedaba más remedio, pero eso significaba emprender una investigación en toda regla. Incluiría también medidas enérgicas para toda la tripulación y las consecuencias para la moral y la unión que había estado alimentando entre la tripulación podrían ser extremas. Pero si no se hacía algo, el cáncer que los estaba consumiendo tendría el mismo efecto.

Reflexionó unos momentos más y después asintió. Como le había dicho a Lewis había un momento para no presionar…, pero también había un momento para presionar. Lewis era demasiado nueva en su cargo para hacer ese tipo de cosas y MacBride no podía hacerlo en persona sin que fuera demasiado obvio que lo estaba haciendo. Sin embargo, había otras personas que podían dejar sentir su presencia.

Tecleó un código en su intercomunicados

—Centro de comunicaciones —dijo una voz, y la oficial esbozó una fina sonrisa.

—Le habla la contramaestre. Necesito ver al suboficial mayor Harkness. Búsquelo y dígale que venga a verme a mi despacho, ¿quiere?