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Caslet estaba esperando en la galería de la dársena de botes cuando atracó la pinaza de Branscombe. Se llevó las manos a la espalda y se quedó quieto, ocultando su impaciencia mientras se desplegaba el tubo de atraque. Encajaron los umbilicales y tras cumplirse el ciclo, se abrió el tubo. Un momento después, Branscombe bajó flotando con la armadura de combate, se agarró a la barra y bajó de un salto a la gravedad interna del Vaubon. No era una maniobra sencilla con armadura de combate y más de uno de los «músculos» del exoesqueleto de los marines había arrancado por completo una de las barras, pero Branscombe había hecho que pareciera lo más sencillo del mundo. Aterrizó en la cubierta, el marine se alzaba medio metro más de lo habitual con la inmensa armadura, y levantó el visor.

—Les arrancamos un trozo tremendo de popa por la cuaderna ochenta o así, patrón —dijo— y uno de nuestros impactos les atravesó el puente entero. Aquello es un desastre. No funciona nada salvo las luces de emergencia y da la sensación de que por lo menos un tercio de la sección informática voló con el imparto. Pero mis técnicos dicen que no consiguieron vaciar la memoria principal y la ciudadana sargento Simonson está trabajando ahora mismo para sacar algo.

—Bien. ¿Algún tipo de resistencia?

—Ninguna, señor. —Al igual que el de Shannon Foraker, el vocabulario del ciudadano capitán Branscombe tenía cierta tendencia a reincidir, después sonrió con malicia—. Calculo que matamos más o menos a la mitad de su tripulación, ¿se puede creer que solo los que iban a abordarnos llevaban el traje? —Sacudió la cabeza y le tocó entonces sonreír a Caslet.

—Eso es lo que pensaban, por lo menos. Algunos parecían tener la sensación de que los habíamos engañado o algo así.

—Se me rompe el corazón —comentó Caslet y después se frotó la barbilla—. Así que Simonson quizá pueda sacarles algo a los ordenatas, ¿eh? Bueno, eso son buenas noticias.

—No parecía demasiado segura, señor —le advirtió Branscombe— pero si hay alguien que puede hacerlo, es ella. Pero, entretanto, puede que tengamos algo mejor que eso.

Caslet levantó la cabeza de golpe, pero el ciudadano capitán no lo estaba mirando. La armadura de combate estaba diseñada para ser casi indestructible y en la parte posterior del casco de Branscombe había una placa sólida de blindaje. En ese momento estaba mirando la pequeña pantalla que cubría la zona que tenía justo detrás, así que Caslet se hizo a un lado para rodearlo. Dos marines más bajaban por el tubo con un hombre y una mujer metidos entre ambos, los dos ataviados con unos monos mugrientos.

—¿Son esos sus oficiales superiores? —preguntó Caslet con frialdad.

—No, señor… quiero decir, ciudadano comandante. —El marine hizo una mueca—. Si están diciendo la verdad, ni siquiera son miembros de la tripulación.

—Pues claro que no —dijo Caslet con tono sarcástico.

—De hecho, patrón, yo creo que están diciendo la verdad. —Caslet miró otra vez al marine con las cejas alzadas y Branscombe sacudió la cabeza con el gesto que alguien con armadura utiliza en lugar de encogerse de hombros—. Ya verá por qué, dentro de un minuto —dijo con voz todavía más seria.

Caslet arrugó la frente con aire escéptico, pero no dijo nada mientras los marines y sus prisioneros salían del tubo. Pero después se puso rígido, cuando comprendió al fin el aspecto de los prisioneros.

Con los tratamientos de prolongación siempre resultaba difícil juzgar la edad de alguien, pero el hombre tenía unas cuantas hebras grises en el cabello y la barba desaliñada. Tenía la cara chupada y grandes bolsas oscuras bajo los ojos, una cicatriz fea y reciente le desfiguraba la mejilla derecha. De hecho, comprendió Caslet, le rodeaba todo el lado de la cabeza y le faltaba la oreja derecha entera.

La mujer era seguramente más joven, aunque era difícil de decir. En otro tiempo debía de haber sido bastante atractiva y se notaba incluso tras la piel sucia y el cabello graso; estaba incluso más demacrada que su compañero y sus ojos eran los de un animal acorralado. Se paseaban sin descanso por todas partes, observando cada sombra y Caslet tuvo que contener el deseo repentino de apartarse de ella. Irradiaba un aura peligrosa, medio loca, asesina, y su boca era un gruñido congelado.

—Ciudadano comandante Caslet —dijo Branscombe sin alzar la voz—, permítame presentarle al capitán Harold Sukowski y a la comandante Christina Hurlman. —Los ojos del hombre destellaron, pero consiguió asentir con cortesía. La mujer ni siquiera se movió y Caslet la vio ponerse tensa cuando el hombre (Sukowski) le pasó un brazo alrededor.

—Ciudadano comandante —dijo Sukowski con voz ronca y los ojos de Caslet se agudizaron al oír su acento—, nunca pensé que me alegraría de ver a la Armada Popular, pero me alegro. Me alegro mucho.

—Son ustedes mantis —dijo Caslet en voz baja.

—Sí, señor. —La mujer seguía sin decir nada. Solo movía los ojos, que seguían disparándose de un lado a otro como los de los animales atrapados, y Sukowski la atrajo un poco más hacia él—. Capitán de la Buenaventura. Esta… —la voz le vaciló un poco, pero consiguió contenerse de nuevo con un esfuerzo—… es mi primera oficial.

—¿Pero qué diablos estaban haciendo ahí? —quiso saber Caslet mientras señalaba con un ademán del brazo la mole que se veía tras el mamparo de la galería.

—Capturaron mi nave en Telmach hace cuatro meses. —Sukowski miró por la galería un momento y después se encontró con la mirada de Caslet y le rogó—: Por favor, ciudadano comandante. Debe de tener un médico a bordo. —Caslet asintió y Sukowski carraspeó—. ¿Podría pedirle que lo llamara, por favor? Chris lo… lo ha pasado mal.

Los ojos de Caslet se posaron un instante en la mujer y el estómago le dio un vuelco cuando recordó lo que esos mismos piratas habían hecho a bordo del Erewhon. Una docena de preguntas se dispararon por su cerebro, pero consiguió contenerlas todas antes de que le cruzaran los labios.

—Por supuesto. —Le hizo un gesto a uno de los marines, que sujetó el codo de Hurlman con suavidad para llevarla hacia el ascensor. Pero en cuanto la tocó, la mujer, que hasta entonces había permanecido inmóvil, estalló con violencia. Era una locura, el marine llevaba armadura de combate y todavía tenía bajado el visor, pero ella se fue a por él con las manos y los pies, y el silencio absoluto de su ataque fue casi tan aterrador como su furia. Si el marine no hubiera llevado armadura, cualquiera de la media docena de golpes que le atizó la joven antes de que cualquiera hubiera podido reaccionar, lo habría lisiado o matado, así que el compañero del marine se adelantó.

—¡No! ¡Atrás! —gritó Sukowski y se metió en la refriega. El primer marine ni siquiera estaba intentando defenderse. Se limitaba a intentar apartarse de su atacante sin hacerle daño, pero la oficial no se rendía. Dio un salto, rodeó el casco del otro con los brazos y estrelló la rodilla contra el peto blindado del marine una y otra vez; Caslet abrió la boca cuando Sukowski se acercó a ella de un salto.

—¡Tenga cuidado! ¡Va a…

Pero Sukowski hizo caso omiso del ciudadano comandante. Su atención se centraba únicamente en Hurlman y habló con voz muy dulce.

—Chris. Chris, soy yo. El patrón, Chris. Todo va a ir bien. Ese hombre no nos va a hacer daño. Chris, son amigos. Escúchame, Chris. Escúchame.

Las palabras brotaron como una letanía suave y tranquilizadora y la furia de la mujer flaqueó. Se fue ralentizando el ataque, que al fin se detuvo; después, la joven miró por encima del hombro cuando Sukowski la tocó.

—No pasa nada, Chris. Ya estamos a salvo. —Una lágrima resbaló por la mejilla del manticoriano, pero mantuvo la voz serena y dulce—. No pasa nada. No pasa nada, Chris.

La joven emitió un sonido, el primer sonido que Caslet le oía. No era una palabra. Ni siquiera parecía algo humano, pero Sukowski asintió.

—Eso es, Chris. Venga, vamos. Ven aquí conmigo.

Christina se sacudió y cerró los ojos con fuerza durante un instante, después soltó el asco del marine, al que se había aferrado con todas sus fuerzas. Se fue encogiendo y se agazapó en el suelo mientras Sukowski se arrodillaba a su lado.

La rodeó con ambos brazos, abrazándola con fuerza, pero ella se retorció contra él y le dio la espalda. Levantó la cabeza para mirar a los marines y a Caslet y volvió a enseñar los dientes. Estaba lista para atacar otra vez y Caslet se lamió los labios cuando reconoció el lenguaje corporal de la manticoriana. La brutalidad que había sufrido a manos de sus captores era dolorosamente evidente, pero la joven no había atacado al marine para protegerse ella. Era a su capitán al que estaba defendiendo y estaba lista para enfrentarse a todos, solo con las manos contra armaduras de combate, si insinuaban siquiera una amenaza contra él.

—Se acabó, Chris. Ya estamos a salvo —le susurró Sukowski al oído, una y otra vez, hasta que al fin la joven se relajó aunque solo fuera un poco. El capitán manticoriano cerró también los ojos un instante y después volvió a mirar a Caslet.

»Creo que será mejor que la lleve yo a la enfermería —dijo, y tenía la voz ronca, sin la calma que se había obligado a fingir cuando hablaba con Hurlman.

—Por supuesto —dijo Caslet en voz baja. Respiró hondo y se arrodilló para mirar a la mujer—. Nadie va a hacerle daño a usted ni a su capitán, comandante Hurlman —dijo con la misma voz serena—. Nadie va a volver a hacerles daño a ninguno de los dos, jamás. Tiene mi palabra.

Christina lo miró furiosa, moviendo la boca sin emitir sonido alguno, pero el repo le sostuvo la mirada y algo pareció destellar en lo más profundo de los ojos femeninos. La comandante dejó de mover la boca y Caslet asintió, después se levantó y le tendió la mano.

—Venga conmigo, comandante. La llevaré a ver a la doctora Jankowski. La aseará a usted y a su capitán antes de que volvamos a hablar, ¿de acuerdo?

Hurlman se quedó mirando aquella mano durante un largo y tenso momento, después hundió los hombros. Dejó caer la cabeza durante un instante y después estiró el brazo. Cogió la mano del repo con un gesto tan nervioso como el de cualquier animal salvaje, pero el hombre se la apretó con dulzura y después la levantó.

* * *

Dos horas más tarde, Harold Sukowski se encontraba en la sala de reuniones de Caslet, mirando al ciudadano comandante, a Allison MacMurtree y a Denis Jourdain, que estaban sentados enfrente. Christina Hurlman no estaba con ellos, estaba sedada en la enfermería, al cuidado de la ciudadana doctora Jankowski y Caslet rezaba para que la prognosis de Jankowski fuera acertada. La doctora había sido médica civil en Torre DuQuesne antes del intento de golpe de Estado. No era la primera vez que se enfrentaba al trauma provocado por una violación y parecía casi aliviada por la actitud homicida de Hurlman.

—Mejor alguien que todavía está dispuesta a luchar que alguien que está vencida por completo, patrón —había dicho la médica—. Ahora mismo está muy mal, pero todavía tenemos algo en lo que apoyarnos. Si no se desmorona cuando comprenda que está a salvo de verdad, creo que tiene posibilidades de recuperarse. Quizá no del todo, pero sí mucho más de lo que cree usted.

Caslet regresó al presente y miró a Sukowski. El manticoriano tenía mucho mejor aspecto tras ducharse y ponerse un mono limpio, mas la tensión de su rostro no había comenzado a mitigarse siquiera y Caslet se preguntó si alguna vez lo haría.

—Creo —dijo el ciudadano comandante— que podemos admitir que usted y la comandante Hurlman son quienes dicen ser, capitán Sukowski. Pero de todos modos me gustaría saber qué estaban haciendo a bordo de esa nave.

Sukowski esbozo una pequeña y amarga sonrisa de comprensión. A esas alturas los marines de Branscombe ya habían llevado a todos los piratas supervivientes al Vaubon y Caslet no había visto tantos psicópatas juntos en toda su vida. Jamás había creído que Atila el Huno tuviera una nave espacial, por lo general los cosmonautas requerían un cierto grado de inteligencia, pero aquellos tipos eran de otra clase. No cabía duda de que eran inteligentes, al menos a su manera, pero también eran una escoria sádica y brutal, y Caslet era incapaz de imaginarse cómo habían sobrevivido Sukowski y Hurlman siendo sus cautivos.

—Como ya le he dicho, ciudadano comandante, capturaron mi nave en Xelmach. Saqué a la mayor parte de mi tripulación de allí, pero Chris… —Sus ojos destellaron—. Chris no quiso dejarme —dijo en voz baja—. Pensó que necesitaba que me cuidaran. —Consiguió esbozar una sonrisa temblorosa—. Tenía razón, ¡pero, por Dios, ojalá se hubiera ido! —Bajó la cabeza y miró la mesa durante un momento, después respiró hondo y levantó la mano para tocársela oreja desaparecida.

»Me hicieron esto justo después de abordarnos —dijo, sin gesto alguno—. Estaban… enfadados porque mi gente se les había escapado y tres de ellos me sujetaron mientras otro me arrancaba la oreja. Creo que iban a matarme solo porque estaban cabreados, pero querían tomarse su tiempo y Chris se soltó del que la sujetaba a ella, no sé cómo. No sirvió de mucho, aunque paralizó al cabrón del cuchillo y derribó a otros tres antes de que se le echaran todos encima. —El manticoriano apartó la vista y apretó la mandíbula.

»Creo que los cogió por sorpresa, pero le dieron una paliza de muerte cuando la derribaron y después… —Se interrumpió y volvió a respirar hondo, MacMurtree le pasó un vaso de agua helada. El capitán tomó un largo sorbo y después carraspeó—. Perdón. —La palabra le salió ronca, así que volvió a aclararse la garganta, después volvió a poner el vaso con mucho cuidado en la mesa—. Perdón. Es solo que lo que le hirieron… los distrajo y me dejaron en paz a mí. Pero se desquitaron con ella. —Cerró los ojos y apretó la mandíbula—. Lo de los hombres ya fue malo, pero ¡Dios, las mujeres! Incluso les daban consejos a esos cabrones enfermizos, como si fuera una especie de…

Se le quebró la voz y se le dispararon las aletas de la nariz.

—Si necesita más tiempo… —empezó a decir Jourdain en voz baja, pero Sukowski agitó la cabeza con brusquedad.

—No. No, estoy todo lo bien que voy a estar durante un tiempo. Déjenme seguir adelante y contarlo todo.

El comisario popular asintió, aunque la expresión de su rostro era angustiada endose recostó en su silla y Sukowski abrió otra vez los ojos.

—Solo seguimos vivos porque pertenecemos al cartel Hauptman. El señor Hauptman ha aceptado pagar el rescate de cualquier miembro de su personal que caiga en manos piratas y uno de sus «oficiales» se presentó antes de que llegaran a matar a Chris. ¡Dios, jamás he hablado tan rápido en toda mi vida! Pero conseguí convencerle de que valíamos más vivos que muertos y él llamó a sus animales. Tampoco es que yo estuviera muy seguro de que no fueran a empezar otra vez. El hermano del cabrón que me había rebanado la oreja apareció por el calabozo la primera noche e intentó violar a Chris otra vez. Ella apenas estaba consciente, pero eso no le importó, solo que lo sorprendí por detrás y le pegué tal patada en los huevos que se los clavé entre las orejas. Entonces sí que creí que nos iban a matar a los dos y parte de mí ansiaba que lo hicieran. Debía de estar loco. Chillaba que mataría a cualquiera que la tocara y los colegas del cabrón chillaban que eran ellos los que me iban a matar a mí; entonces, Chris consiguió levantarse no sé cómo e intentó ir a por ellos, pero le dieron un golpe con la culata de un riñe de pulsos, yo me lancé hacia el del arma y…

Se interrumpió, las manos le temblaban con violencia y volvió a aclararse la garganta.

—Eso es todo lo que recuerdo durante un día o dos —dijo sin gesto—. Cuando recuperé la consciencia, su «capitán» me dijo que más me valía tener razón en lo del rescate porque si le estaba mintiendo, iba a entregarle a Chris a la tripulación y me iba a obligar a mirar antes de lanzarnos al espacio a los dos. Pero entretanto nos dejaron más o menos en paz. Creo… —de hecho, consiguió esbozar una parodia funesta que quería ser una sonrisa— que tenían miedo de que si intentaban alguna otra cosa, tuvieran que matar a una o a las dos gallinas de los huevos de oro. En cualquier caso, eso es lo que estábamos haciendo en esa nave infernal y hasta un campo de prisioneros de guerra va a parecemos el paraíso comparado con ella.

—Creo que podemos evitar eso, capitán Sukowski —dijo Jourdain y Caslet lo miró sorprendido—. La comandante Hurlman y usted ya han sufrido bastante. Me temo que tendremos que retenerlos algún tiempo, pero le doy mi palabra que los dejaremos a los dos en la embajada manticoriana más cercana en cuanto nos lo permita nuestra postura operativa.

—Gracias, señor —dijo Sukowski en voz baja—. Muchas gracias.

—Entretanto, sin embargo —dijo Caslet después de un momento—, cualquier información que pueda darnos nos sería de gran utilidad. Quizá estemos en guerra con su reino, capitán Sukowski, pero no somos monstruos. Queremos a esa gente, a todos.

—Pues van a necesitar más de una nave —dijo Sukowski con expresión seria—. No tuve oportunidad de ver sus datos de astronavegación, pero decidieron que tenía que ganarme el pan y me pusieron a trabajar en Ingeniería. Dijeron que ya que lo había arreglado de tal modo que tenían que ser ellos los que tripularan el Buenaventura, al menos podía hacer algo útil en su nave. Se lo pasaban en grande dándome todos los trabajos de mierda, aunque, francamente, me alegraba de tener algo que hacer y además hablaban delante de mí. Tomé nota de los nombres de naves que dejaban caer y que yo haya contado, tienen por lo menos diez, quizá unas cuantas más.

—¿Diez? —Caslet no pudo contener la sorpresa y Sukowski esbozó una amarga sonrisa.

—A mí también me sorprendió. No me imaginaba quién podría estar tan loco como para financiar a maníacos como esos, pero es que estos no son piratas. A lo que se está enfrentando usted, ciudadano comandante, era antes un escuadrón oficial de corsarios que operaban desde el Cáliz.

—Oh, Dios —murmuró MacMurtree y Caslet apretó la boca. El historial que tenían cubría el Levantamiento del Grupo del Cáliz y el lunático que lo había iniciado. Solo un gobierno como el de la Confederación podría haber dejado que un loco como Andre Warnecke se apoderara de una sola ciudad, por no hablar ya de todo un grupo de estrellas con tres planetas habitados. Claro que, para ser justos, al principio había parecido bastante cuerdo; hasta que se hizo con el poder, en cualquier caso. Había anunciado su intención de crear una república y celebrar elecciones libres y abiertas en cuanto hubiera «garantizado la seguridad pública»; después había puesto a sus amigotes a cargo de la seguridad interna y había propiciado un reinado del terror que había hecho que las purgas de la Seguridad Estado de la República parecieran una merienda en el campo. Lo que en otro tiempo había sido IntNav calculaba que había asesinado unos tres millones de habitantes del Cáliz antes de que la inepta Armada de la Confederación consiguiera entrar y aplastar la rebelión después de intentarlo durante más de catorce meses-T.

—Exacto —dijo Sukowski con el mismo tono lúgubre—. Los silesianos fueron incluso más incompetentes de lo habitual y estos cabrones se las arreglaron para salir antes de que les cayera el techo encima. Y lo que es peor, se llevaron a Warnecke con ellos.

—¿Warnecke está vivo? —jadeó Caslet, y Sukowski asintió—. Pero si lo colgaron —protestó Caslet—. ¡Tenemos copias de las imágenes en nuestra base de datos!

—Lo sé —gruñó Sukowski—. Su gente también tiene copias y se parten el culo cada vez que las ven. Por lo que pude adivinar, los confederados creyeron que había muerto en los combates, pero aun así querían dar ejemplo con él, así que falsificaron las imágenes de su ahorcamiento. Pero está vivo, ciudadano comandante, y él y sus asesinos se han apoderado de algún planeta en algún sitio remoto, con todo incluido. No sé muy bien dónde está, pero los habitantes no tuvieron ni una sola oportunidad cuando les cayó encima el escuadrón. Ahora Warnecke lo está utilizando como base de operaciones hasta que esté listo para montar su «contraofensiva» contra la Confederación.

—¿Esta gente se cree de verdad que puede hacerlo? —preguntó Jourdain con tono escéptico, y Sukowski se encogió de hombros.

—Eso no puedo decírselo. En este momento son piratas; Warnecke todavía tiene contactos por algún sitio de la Confederación, contactos dispuestos a deshacerse del botín por él y no les va nada mal, a pesar del modo en el que operan. Hay algunos, por lo menos, que sí que parecen creer que están acumulando recursos para recuperar el Cáliz, aunque otros parece más bien que están solo siguiéndole la corriente a un lunático. Pero de momento los mantiene a raya y, por lo que decían uno o dos de ellos, sus contactos están casi a punto de empezar a proporcionarle más naves.

—No me gusta la pinta que tiene esto —murmuró MacMurtree.

—A mí tampoco —asintió Caslet, después miró a Jourdain—. Y estoy seguro de que tampoco le va a gustar al ciudadano almirante Giscard ni a la ciudadana comisaría Pritchard. Pensábamos que Warnecke estaba muerto, así que no tengo información detallada sobre él. Pero la que tengo sugiere que es de los que vería la oportunidad de capturar una nave de guerra normal como una forma de aumentar su «armada».

—No estará sugiriendo que podría amenazarnos a nosotros, ¿verdad? —protestó Jourdain.

—No subestime a esta gente solo porque sean animales, señor. De acuerdo, la Armada de la Confederación son unos incompetentes, pero lo cierto es que Warnecke los contuvo durante más de un año-T y consiguió largarse de allí cuando al fin se derrumbó. La nave que acabamos de capturar estaba tan bien armada como uno de nuestros destructores de clase Bastogne. Es posible que tenga otras incluso más potentes y si se lanza sobre nuestras naves, de una en una, podría eliminar incluso a un crucero de batalla si tiene naves suficientes.

—El ciudadano comandante tiene razón, señor —interpuso MacMurtree. Jourdain la miró y la oficial se encogió de hombros—. Dudo que Warnecke pudiera capturar una de nuestras unidades en condiciones útiles, pero eso no significa que no vaya a intentarlo. Y a los nuestros les dará igual que destruya o capture su nave. En cualquier caso estarán muertos.

—Y eso sin mencionar siquiera las atrocidades que va a cometer esta gente entretanto —añadió Caslet.

—Comprendido, ciudadano comandante. —Jourdain se pellizcó el labio inferior y miró otra vez a Sukowski—. ¿Usted no tendrá ni idea de dónde se encuentra ese planeta del que se han apoderado, verdad, capitán?

—Me temo que no, señor —dijo el manticoriano con pesar—. Todo lo que sé es que estaban volviendo ya a su base.

—Ya es algo —murmuró Caslet—. Sabemos dónde estaban hace unas semanas y sabemos dónde están ahora. Eso nos da una dirección general, al menos. —Se rascó una ceja—. ¿Esta gente operaba sola, capitán?

—Lo estuvieron mientras nosotros estuvimos a bordo, pero por lo que se oía por ahí, esperaban encontrarse con al menos dos o tres naves más bastante pronto. No sé muy bien dónde, pero se supone que el mes que viene o así va a entrar un convoy en Posnan, así que calculan que tendrán fuerzas suficientes para eliminar la escolta.

—En ese caso es probable que tengan unidades bastante potentes, patrón —señaló MacMurtree con tono preocupado, y Caslet asintió.

—¿He de suponer, capitán Sukowski, que estamos hablando de un convoy manticoriano? —preguntó con suavidad. Sukowski no dijo nada, se limitó a mirarlos con gesto incómodo, y el ciudadano comandante asintió—. Discúlpeme. No debería haberle presionado sobre ese punto, pero dudo que ni siquiera Warnecke se atreviera con un convoy con una gran escolta. Los únicos que llevan escolta por aquí son ustedes y los andis, y ustedes tienen mucho menos personal que la AIA. —Se mordisqueó la uña del pulgar y después volvió a mirar a Sukowski y asintió.

»De acuerdo, capitán. Muchas gracias. Nos ha sido de gran ayuda y creo que puedo hablar en nombre de mis superiores cuando digo que haremos todo lo que podamos para encontrar y destruir al resto de esas alimañas. De momento, ¿por que no regresa a la enfermería y descansa un poco? La comandante Hurlman va a necesitarlo cuando vuelva a despertar.

—Tiene razón. —Sukowski se puso en pie y miró a los tres repos, después le tendió la mano a Caslet—. Gracias —dijo sin más, mientras estrechaba la mano del ciudadano comandante, después se volvió y se fue. El marine que estaba a la puerta de la sala de reuniones se lo llevó a remolque cuando la escotilla se cerró tras él y Caslet se dirigió a los otros dos.

—Ha sido una suerte que Sukowski y Hurlman estuvieran a bordo —dijo con tono grave—. Por lo menos ahora sabemos algo.

—Quizá sus ordenadores nos digan algo más —dijo Jourdain con tono esperanzado, mas MacMurtree negó con la cabeza.

—Lo siento, señor. Simonson me puso al corriente justo antes de que se reuniera con nosotros el capitán Sukowski. Consiguieron descargar los datos del sistema principal, pero el impacto del puente mandó al diablo la sección de astronavegación. Tenemos mucha información sobre su nave y sus operaciones, y el cuaderno de bitácora de su «capitán» nos dice dónde han estado, pero se refiere a su base llamándola solo «base», sin referencias astrofísicas.

—Entonces se lo preguntamos a la tripulación —dijo Jourdain y esbozó una sonrisa gélida—. Creo que si les sugerimos que no vamos a fusilar al que nos diga dónde está «la base», alguien se presente voluntario.

—Podemos intentarlo, señor —suspiró Caslet—, pero ahora que Sukowski nos ha dicho quién está detrás de esto, algo que hasta ahora no me parecía que tuviera mucho sentido, está comenzando a parecer mucho más creíble. —Jourdain lo miró con curiosidad y el ciudadano comandante se encogió de hombros—. El caso es que estos tíos están trabajando bajo condiciones de seguridad operacional. Creo que por eso el cuaderno de bitácora nunca se refiere a su sistema base por el nombre. Puede que también explique por qué los suboficiales no parecen tener ni idea de dónde está. A la mayor parte de los oficiales ya los habían destacado para que tripularan las presas, y tanto el astronavegador como el capitán y el primer oficial murieron cuando el puente perdió presión. Entre los supervivientes no hay ni uno solo que parezca saberlo, y lo que no saben… no pueden contarlo, ni siquiera para salvar sus miserables vidas —terminó Jourdain, asqueado.

—Exacto. —Caslet se frotó la mandíbula con gesto pensativo y después introdujo una orden en su terminal para pedir un mapa estelar holográfico. Tecleó varías órdenes más para destacar ciertos sistemas y después se recostó en el sillón, silbó una melodía desafinada y estudió su obra.

—¿Tiene alguna idea, ciudadano comandante? —preguntó Jourdain después de un momento.

—Un par de ellas, en realidad, señor —admitió Caslet—. Mire. La primera vez que captamos su rastro fue aquí, en Arendscheldt, luego los seguimos directamente a la Estrella de Sharon, ¿no es así? —Jourdain asintió y Caslet señaló con un gesto dos estrellas más—. Bueno, según el cuaderno de bitácora de su capitán, los últimos dos sitios en los que probaron antes de Arendscheldt, fueron Sigma y Hera. Antes de eso capturaron una presa en Creswell, por eso no tenían personal para tripular el Erewhon, habían agotado toda la tripulación excedente en Creswell, después de no conseguir atacar nada en Slocum. ¿Lo ve? Están dibujando un arco y Sukowski dijo que pretendían encontrarse con más naves antes de atacar a un convoy que va a Posnan. Yo diría que eso significa que se dirigían a Magyar o Schiller, su siguiente parada. Podría sugerir también que su base se encuentra por aquí abajo, al suroeste, pero eso es mucho más problemático.

—Mm. —Jourdain estudió el gráfico a su vez durante varios segundos y después asintió—. De acuerdo, hasta ahora tiene lógica, ciudadano comandante, ¿pero dónde le lleva eso?

—Schiller —respondió Caslet con una sonrisa—. Magyar está muy por debajo de Schiller, lo que lo coloca más cerca de nosotros que Schiller, como unos veinte años luz. Si no fuera por Sukowski, eso convertiría a Magyar en el objetivo más probable para estos tíos, pero la elevación de Schiller lo coloca más cerca de Posnan y si nos dirigimos directamente allí, puede que lleguemos a tiempo de capturar otra nave sola que pueda decirnos dónde está su base.

—¿Y si llegan antes todos los demás juntos? —preguntó Jourdain con cierta frialdad.

—No tengo demasiadas tendencias suicidas, señor —dijo Caslet con suavidad—. Si están allí todos juntos, de ninguna de las maneras pienso enfrentarme a ellos sin una buena razón. Pero lo que también convierte a Schiller en un sitio más atractivo para mí que Magyar es que allí tenemos una delegación comercial y la agregada tiene un bote de despachos. Si le pasamos la información que tenemos, la agregada puede utilizar el bote para alertar al ciudadano almirante Giscard incluso más rápido que nosotros.

—Cierto —murmuró Jourdain, y después asintió—. Muy bien pensado, ciudadano comandante.

—¿Entonces tengo su permiso para proceder hacia Schiller?

—Sí, creo que lo tiene —asintió Jourdain.

—Gracias, señor. —Caslet miró a MacMurtree—. Ya ha oído al ciudadano comisario, Allison. Dígale a Simonson que termine lo antes que pueda y que luego plante las cargas de demolición. Quiero salir de aquí antes de dos horas.