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La alarma general arrancó a Warner Caslet de un sopor sin sueños. Se dio la vuelta, se sentó y estiró la mano para apretar el botón del intercomunicador por puro instinto incluso antes de abrir los ojos, la luz destelló en el camarote oscurecido cuando se encendió la pantalla.

—Aquí el capitán —dijo con una voz cargada de sueño—. Dígame.

—Creo que han picado, patrón. —Era Allison MacMurtree, su primera oficial—. No sé si son los que estamos buscando, pero hay alguien que viene a por nosotros.

—¿Solo uno? —Caslet se frotó los ojos y MacMurtree asintió.

—Todo lo que tenemos hasta ahora es una única signatura de propulsores, patrón. —El ciudadano comisario Jourdain entró en la imagen de la primera oficial y miró a Caslet por encima del hombro de la mujer. MacMurtree le echó un vistazo al recién llegado, pero en su rostro no había preocupación, a pesar de que había muchos comisarios populares que consideraban el término «patrón» o «patrona» casi tan «desleal y elitista» como atreverse a llamar a cualquiera, salvo a otro comisario, «señor».

—¿A qué distancia?

—Justo a diecinueve millones de klicks, patrón. Ponga un poco más de un minuto luz. No estamos captando… —Se interrumpió y apartó los ojos de la imagen. Caslet oyó la voz de Shannon Foraker y después MacMurtree volvió a mirar la pantalla con una sonrisa escalofriante—. Táctica lo acaba de confirmar, patrón. Están entrando emisiones activas de velocidad de la luz y encajan con la signatura de nuestro chico en el panel.

—¿Así que viene a por nosotros?

—Sin lugar a dudas. Somos los únicos que andamos por aquí aparte de ellos, y acaba de encender el motor hace dos minutos —confirmó la oficial y Caslet le dedicó una sonrisa igual de gélida.

—Subo de inmediato. Shannon y usted ya saben lo que hay que hacer hasta que yo llegue.

—A sus órdenes, patrón. Nos hacemos los gordos, tontos y felices.

—Bien. —Caslet interrumpió la comunicación y cruzó el espacio que lo separaba de su taquilla. Uno de los muchos privilegios a los que el cuerpo de oficiales de la República se había visto obligado a renunciar era a sus mayordomos, pero eso nunca había molestado demasiado a Caslet, y desde luego no le importaba en aquellos momentos. Hizo una rápida inspección visual de los indicadores de su traje malla antes de sacarlo pero lo cierto era que su mente estaba muy lejos. A pesar de toda la seguridad que había proyectado en honor de Jourdain, las posibilidades de encontrar a un pirata concreto siempre eran escasas. Pero él lo había conseguido y se preguntaba si podría arreglárselas para dar el siguiente paso del orden del día. Según los diarios de los sensores que habían sacado de los ordenadores del Erewhon, la nave pirata era mucho más ligera que el Vaubon y Caslet dudaba que cualquier panda de piratas pudiera estar a la altura de la eficacia de su tripulación, veterana y bien preparada. Estaba seguro de que podía destruir a aquella gente, pero lo que él quería en realidad era capturar su nave y sus ordenadores en un estado razonablemente intacto, y eso prometía ser bastante más difícil.

Se metió en el traje, contuvo un estremecimiento conocido al conectar los tubos y lo selló. Quería esa nave y estaba dispuesto a correr ciertos riesgos para capturarlo, pero no estaba dispuesto a poner en peligro a su propia gente. Si surgían problemas, se conformaría con volarlo en mil pedazos. De hecho, eso era lo que quería hacer una parte de él, y enseñó los dientes cuando recogió el casco y se dirigió a la escotilla.

* * *

—Parece que lo tenemos embaucado, de momento, por lo menos. —Ese fue el recibimiento de MacMurtree cuando Caslet entró en la cubierta de mando. Le señaló con un gesto el gráfico principal y lo siguió cuando su capitán se acercó a él—. Se acerca casi directamente por popa (uno-siete-siete), pero va muy alto así que todo lo que ve de nosotros es el techo. No hay forma de que pueda recibir ningún tipo de imagen nuestra, ya sea de radar o visual.

—Bien. —Caslet le pasó el casco a un alabardero, que se lo enganchó en el brazo del sillón de mando, y se quedó examinando el gráfico. La nave pirata había reducido la distancia a algo más de dieciocho millones y medio de kilómetros y estaba acelerando a casi quinientas gravedades. La velocidad del Vaubon era de 13.800 KPS y estaba acelerando hacia el sol F6 llamado la Estrella de Sharon a doscientas dos gravedades pero los piratas ya habían alcanzado los 15.230 KPS, una velocidad de adelantamiento de más de 1.400 KPS. Caslet consideró las proyecciones de los vectores durante un momento y después miró al ciudadano teniente Simón Houghton.

—¿Cuenta atrás para la intercepción?

—Con las aceleraciones actuales, pongamos cuarenta y cinco minutos —respondió el astronavegador—, pero su velocidad de adelantamiento sería de más de 12.000 KPS.

—Comprendido. —Estudió el gráfico unos segundos más y después se dirigió a su sillón de mando. Jourdain ya se había sentado en el sillón a juego que tema al lado y alzó las cejas cuando el ciudadano comandante se sentó.

—¿Esta seguro de que estas son las personas que busca, ciudadano comandante?

—Si Shannon dice que son ellas, es que son ellas, señor. Y hasta ahora parecen estar haciendo justo lo que queremos. El problema es conseguir que sigan haciéndolo.

—¿Y cómo piensa hacerlo? —La pregunta de Jourdain podría haber sido irónica, pero la curiosidad del comisario era sincera, y Caslet esbozó una breve sonrisa.

—Ninguno de sus sensores puede atravesar nuestra cuña, señor. En este momento, lo único que tienen es su aparente fuerza y nuestras emisiones activas; Shannon e Ingeniería se han tomado algunas molestias para hacer que ambas cosas parezcan producto de una nave mercante. No podríamos engañar a una nave de guerra normal durante mucho tiempo si sospechase, pero esta gente espera ver un mercante. Cosa que deberían seguir suponiendo, a menos que hagamos algo que los haga cambiar de opinión, o bien que le echen un vistazo a nuestro casco. Por fortuna, están muy por encima de nosotros, lo que significa que ahora mismo se dirigen directamente hacia el techo de nuestra cuña. No podemos contar con que eso dure hasta el momento de la interceptación, pero debería darnos tiempo de sobra para reaccionar antes. Y si calculamos bien el tiempo, la geometría cuando al fin decidamos «verlos» y responder a la amenaza debería evitar que pudieran ver lo que tenemos cuña arriba.

—Así que no podrán echarle ese vistazo a su casco —dijo Jourdain con un lento asentimiento, y Caslet asintió a su vez.

—Esa es la idea, ciudadano comisario. Si esta es su aceleración máxima, cosa que parece probable, tenemos una ventaja de unas diez ges, pero es no es suficiente a menos que podamos hacer que se acerquen más. En este momento su velocidad de adelantamiento sigue siendo muy baja así que podrían evadirse sin problemas y volver a cruzar el hiperlímite antes de que los rebasáramos si nos limitáramos a dar la vuelta y perseguirlos. Pero si actuamos como un auténtico carguero aterrado, deberían seguir acercándose y frenando para abordarnos o entablar combate hasta que los tengamos justo donde los queremos.

—Y entonces los hacemos estallar en mil pedazos —dijo Jourdain con una satisfacción mal disimulada. El comisario popular se había pasado horas revisando los archivos visuales que había hecho el ciudadano capitán Branscombe de la carnicería ocurrida a bordo del Erewhon y era obvio que había superado cualquier reserva que pudiera haberle quedado sobre la reducción de la presión sobre los mantis. Era una indicación más de que era un hombre demasiado decente para poder ser un buen espía del Comité de Seguridad Pública, pero Caslet no tenía ninguna intención de quejarse de eso. Con todo, ya era hora de llevar los pensamientos de Jourdain por una dirección un tanto diferente.

—Y entonces los podemos hacer estallar en mil pedazos, señor —dijo—. Pero por muy satisfactorio que pudiera ser eso, preferiría capturarlos más o menos intactos.

—¿Intactos? —Las cejas de Jourdain se volvieron a alzar—. ¿Pero eso no sería mucho más difícil?

—Oh, pues sí, señor. Pero si podemos echar mano de sus bases de datos, estaríamos en una posición mucho mejor para enterarnos de lo numeroso que es ese nido de alimañas concreto. Con suerte, puede que encontremos incluso datos suficientes para identificar a algunas de sus otras naves si nos tropezamos con ellas, o averiguar dónde tienen su base. La información es la segunda arma más letal conocida por el hombre, señor.

—¿La segunda? Y dígame, ¿cuál es la primera, ciudadano comandante?

—El factor sorpresa —dijo Caslet en voz baja—. Y eso ya lo tenemos.

* * *

Los piratas siguieron acercándose y el Vaubon los dejó aproximarse. El crucero ligero se dirigía con ritmo constante hacia la Estrella de Sharon, avanzando sin prisas en un acercamiento rutinario al cambio de posición; Caslet y Shannon Foraker observaron a los piratas, que cada vez se acercaban más. Pasaron treinta y cuatro minutos y el radio de acción se redujo a algo más de los siete millones de kilómetros.

La velocidad de adelantamiento de los piratas llegaba casi a los diez mil kilómetros por segundo, cosa que a Caslet le parecía excesiva. Incluso a una aceleración tan baja como la que había revelado el Vaubon hasta ese momento, una inversión repentina de potencia por su parte obligaría a la nave pirata a rebasarla a una velocidad relativa de más de seis mil KPS en catorce minutos y medio. Suponiendo que el «carguero» sobreviviera a la maniobra, los piratas necesitarían otros veintiséis minutos solo para reducir la aceleración a cero con respecto a su objetivo, momento en el que la distancia entre ambos habría ascendido una vez más a nueve millones y medio de kilómetros y los piratas tendrían que ponerse a perseguirlos de nuevo. Claro que, en último caso, ese era un juego en el que el «carguero» solo podía perder, dada la aceleración superior que podía alcanzar la nave pirata, pero un patrón mercante con agallas quizá estuviera dispuesto a intentarlo. Por muy inútil que fuera a la larga, quizá pudiera alargar las cosas el tiempo suficiente para que apareciera otra nave e, incluso en la Confederación, cabía la posibilidad de que esa otra nave fuera de guerra. Las probabilidades de que se diera un resultado tan feliz eran mínimas, literalmente, pero el hecho de que los malos no lo habían tenido en cuenta era una indicación más de su falta de profesionalidad.

Por otro lado, ni siquiera a esa panda de acémilas se le ocurriría seguir acelerando mucho más tiempo, sobre todo porque hasta un mercante iba a captar su presencia en un millón de klicks o así. Muy pronto se dejarían sentir y…

—¡Separación de misiles! ¡Tengo dos pájaros, patrón, separándose hacia babor y estribor!

—De acuerdo, timonel —dijo Caslet con calma—. Ya sabe lo que tiene que hacer.

—A sus órdenes, señor. Maniobra de evasión.

El morro del Vaubon se inclinó hacia abajo cuando el crucero se colocó en perpendicular a la elíptica del sistema y se lanzó en picado a la desesperada antes de rodar a estribor. El movimiento alejó su vector de la trayectoria de los misiles e interpuso entre ambas naves el suelo de la cuña propulsora en la única maniobra de evasión que podía ejecutar una nave desarmada. A pesar del enorme radio de acción, la velocidad de adelantamiento de la nave pirata puso al Vaubon dentro del alcance de sus misiles electrónicos y, sin contar con unas defensas activas que pudieran interceptar el fuego que recibieran cerca del blanco, siendo realistas, lo único que podía hacer un carguero era intentar esquivarlo. Claro que lo que los piratas querían, precisamente, era que los esquivaran, y sus cabezas nucleares convencionales detonaron al final de su recorrido sin más alboroto. Pero el mensaje ya se había transmitido con claridad.

—Nos están dando el alto, patrón —dijo el oficial de comunicaciones—. Nos están ordenando que reanudemos nuestro rumbo original.

—¿Ah, sí? —murmuró Caslet, y le sonrió a su comisario popular—. Qué oportuno. ¿Han dicho algo de desconectar la cuña?

—No, ciudadano comandante. Quieren que mantengamos nuestra aceleración original mientras ellos igualan la velocidad.

—Pues eso es más oportuno todavía —comentó Caslet y después comprobó el gráfico. La «maniobra de evasión» del Vaubon había abierto un poco más la separación vertical (no mucho, solo un poco); el comandante se recostó y se frotó la mandíbula durante un momento—. Ted, deles el alto, audio solo, nada de imágenes. Infórmeles de que somos la nave mercante andermana Ying Kreuger y ordéneles que se aparten.

—A sus órdenes, ciudadano comandante. —El ciudadano teniente Dutton se volvió hacia su cámara y Jourdain le lanzó a Caslet una mirada un tanto perpleja.

—¿Y qué consigue con eso, ciudadano comandante? —inquirió.

—Estamos dentro del radio de acción de sus misiles, señor —respondió Caslet—, pero ningún pirata en su sano juicio quiere volar a su presa, e incluso con las cabezas láser, los misiles no son armas de precisión. Son, sobre todo, para impresionar; necesita acercarse más con las armas de energía para poder amenazamos con el tipo de daño que podría detenernos sin destruirnos directamente. Los patrones mercantes lo saben y un capitán con agallas, o muy estúpido, intentaría al menos salir de esta hablando hasta que se las arreglaran para tenerlo dentro de su alcance efectivo. Es mejor no salimos del papel todavía y, lo que es más importante, cuanta más separación vertical pueda generar antes de reanudar el rumbo original, más cerrado será el ángulo cuando se encuentren nuestros vectores. Tendrán que acercarse desde más arriba, por encima de nosotros, y con eso deberíamos mantener la cuña entre sus sistemas activos y nosotros al menos un poco más.

—Ya veo. —Jourdain sacudió la cabeza y esbozó una leve sonrisa—. Recuérdeme que no juegue al póquer con usted, ciudadano comandante

—Están repitiendo la orden de que reanudemos el rumbo y aceleremos —anunció Dutton, y le sonrió a tu capitán—. Parecen un tanto cabreados, patrón.

—Qué pena. Repita el mensaje. —Caslet le devolvió la sonrisa y luego miró a MacMurtree—. Seguiremos protestando hasta que se acerquen a los cuatro millones, Allison, después obedezca como una presa buena.

* * *

La caza estaba llegando a su fin y el ambiente en el puente del Vaubon era mucho más tenso que antes. Las exigencias de los piratas de que el Ying Kreuger se encontrara con ellos se habían ido haciendo más desagradables y amenazantes, puntuadas por lanzamientos de cabezas nucleares que, aunque no les acertaran, detonaban cada vez más cerca, hasta que al fin Caslet se rindió y obedeció. En ese momento los piratas estaban a poco más de un cuarto de millón de kilómetros de distancia y Caslet sacudió la cabeza, maravillado. En ningún momento había esperado que los muy idiotas se acercaran tanto sin darse cuenta de que les estaban tomando el pelo, pero el patrón pirata parecía disfrutar de una confianza sublime. El hecho de que todavía le quedara por ver el casco de su presa no significaba mucho para él ya que sabía por sus emisiones que era una nave mercante. De todos modos, nadie podía ver lo que había tras una cuña propulsora activa, el efecto de una banda de un metro de anchura en el que la gravedad local subía de cero a casi cien mil metros por segundo al cuadrado convertía los fotones en galletitas saladas. Alguien que estuviera dentro, y que supiera la fuerza exacta de la cuña, podría utilizar la compensación informática para volver a convertir las emisiones aplastadas en algo comprensible, pero en el exterior no se podía hacer el mismo truco. Las maniobras de Caslet habían mantenido su cuña entre su nave y los sensores del bucanero por razones que los piratas no veían ningún motivo para cuestionar, pero lo cierto era que los malos se encontraban en esos momentos dentro del radio de acción de las armas de energía de la nave popular, así que el capitán miró a Foraker.

—¿Lista, Shannon?

—Sí, señor. —La oficial táctica estaba tan absorta en su panel que utilizó el tratamiento utilizado antes del golpe de Estado sin ni siquiera pensarlo y Jourdain agitó la cabeza con aire irónico y resignado.

—Muy bien, chicos. Ahora es cuando atrapamos a esos cabrones. Preparados…y… ¡ejecuten!

El Vaubon dejó de ser un mercante. Foraker no había podido utilizar ninguno de sus sistemas activos sin traicionar el juego, pero los sistemas pasivos habían ido rastreando a conciencia a su oponente durante casi dos horas. Sabía con toda exactitud dónde estaba el enemigo y también sabía que el enemigo estaba perdiendo velocidad y dirigiéndose hacia ella con un ángulo lo bastante cerrado como para permitirle meterle un disparo desde abajo. Allison MacMurtree hizo girar el Vaubon a estribor a una velocidad repentina, como un destello, y cuando la nave rodó, el flanco de babor apuntó al pirata y dos potentes armas láser dispararon a la vez. Caslet podría haber disparado una andanada tres veces más pesada, pero quería que la nave sobreviviera…y dos disparos limpios sin la interceptación de ningún flanco protector era más que suficiente para sus propósitos.

Los láseres son armas que disparan ala velocidad de la luz y el primer aviso que recibieron los piratas fue el instante en que los dos disparos de Foraker dieron en el blanco en la popa de su nave. Su armamento de persecución se desvaneció en una explosión de fragmentos de blindaje y los haces de luz coherente se introdujeron en su anillo propulsor de popa como demonios. Unas subidas de tensión inmensas les desangraron los sistemas internos e hicieron volar varios equipamientos como si fueran palomitas de maíz cuando todo el tercio posterior del casco se convirtió en cascotes y la central de energía sufrió una suspensión de emergencia. Los propulsores se desconectaron y, de repente, la nave fue incapaz de maniobrar, con la popa hacia su víctima y sin cuña ni flancos protectores que interceptaran el fuego del Vaubon.

—Les habla el ciudadano comandante Warner Caslet —dijo Caslet con frialdad por el intercomunicador—. Son ustedes mis prisioneros. Cualquier intento de resistencia dará como resultado la destrucción de su nave.

No hubo respuesta y el capitán observó su gráfico con atención. A pesar del enorme daño que había sufrido la nave pirata, al menos parte de las armas del costado debían de haber sobrevivido/ incluyendo los tubos de los misiles, y con esto todavía podían disparar unos cuantos proyectiles con la energía de reserva. Pero las emisiones dejaban claro que aquella única y devastadora andanada había mutilado al navío. Si decidía luchar, sería uno de los combates más cortos de la Historia.

—No hay respuesta, patrón —dijo Dutton—. Puede que nos hayamos cargado sus transmisores.

Caslet asintió. Incluso era muy probable que también hubiera acabado con los receptores de los piratas. Pero ya hubieran oído el mensaje o no, quienquiera que estuviera al mando por allí era obvio que no tenía intención de suicidarse; Caslet le echó un vistazo a la pequeña pantalla de comunicaciones conectada a la dársena de tropas de la pinaza del ciudadano capitán Branscombe.

—De acuerdo, Ray. Vaya a por ellos, pero mucho cuidado. No acerque mucho las pinazas y manténganse fuera de la línea de tiro.

—A sus órdenes, señor —respondió Branscombe, y las dos pinazas repletas de marines con armadura de combate se alejaron flotando de la dársena del Vaubon. Dibujaron un amplio círculo para evitar quedar al alcance de las armas del costado del crucero ligero y se detuvieron a dos kilómetros de la nave medio destrozada, justo a popa. Se abrieron las escotillas y los marines blindados fueron saliendo y salvando la brecha que los separaba del casco de los piratas.

Caslet observó en la pantalla que los marines iban avanzando hacía la escotilla de personal intacta más cercana. Era posible que los piratas intentaran un último gesto suicida de desafío y se volaran en mil pedazos solo para llevarse a los marines con ellos, pero los piratas no eran kamikazes… y no sabían que Caslet ya sabía lo del Erewhon. Si lo hubieran sabido y si hubieran sospechado lo que pensaba hacer con ellos, quizá se hubieran suicidado, pero no lo sabían, así que se relajó cuando los hombres de cabeza de Branscombe entraron en el casco y comenzaron a reunir a la tripulación pirata, que no presentó resistencia.

—Bien hecho, ciudadano comandante —dijo sin alzar la voz Denis Jourdain—. Muy bien hecho. Y dadas las circunstancias —sonrió con cierto matiz de tristeza—, creo que esto si es algo de lo que podemos sentirnos orgullosos.