16
Honor levantó la mirada del lector cuando repicó su intercomunicador. MacGuiness metió la cabeza en su camarote de día y se acercó a la terminal, pero en ese momento repicó otra vez y en esa ocasión con esa nota bitonal de una señal urgente, así que Honor dejó el lector a un lado.
—Ya respondo yo, Mac —dijo poniéndose de pie al instante. Nimitz levantó la cabeza desde su percha y su persona sintió una rápida oleada de interés en el felino, pero tampoco tuvo mucho tiempo de planteárselo cuando apretó la tecla de aceptación. Abrió la boca, pero Rafe Cardones empezó a hablar con una brusquedad muy poco usual antes incluso de que se estabilizara su imagen.
—Creo que tenemos a nuestro primer cliente, señora. Tenemos un Bogey persiguiéndonos por abajo, a estribor y con una velocidad de adelantamiento de novecientos KPS. Táctica habla de trescientas ges y está a 1,7 millones de klicks. Suponiendo una aceleración constante, John calcula que nos interceptará en alcance cero en unos diecinueve minutos.
—¿Acabáis de captarlo?
—Sí, señora. —Cardones sonrió como un tiburón—. No vemos tampoco ninguna señal de contramedidas electrónicas. Parece que andaba por ahí escondido y acaba de encender los motores.
—Ya veo. —La sonrisa de Honor era la gemela de la de su primer oficial—. ¿Masa? —preguntó.
—Por la signatura de su propulsor, Jenny calcula que es de unas cincuenta y cinco kilotoneladas.
—Vaya, vaya. —Honor se frotó la punta de la nariz durante un momento y después asintió con brusquedad—. De acuerdo, Rafe. Quiero a todos en sus puestos. Que Susan y Scotty reúnan a sus equipos de abordaje y destaque NAL Uno para lanzamiento cuando yo dé la señal. Estaré en el puente en cinco minutos.
—A sus órdenes, señora.
La alarma general comenzó a gemir incluso antes de que Honor cortara la comunicación, y Nimitz aterrizó sobre su mesa con un ruido sordo. La capitana se levantó y al volverse se encontró con que MacGuiness ya había sacado su traje, Honor le lanzó una sonrisa de agradecimiento al tiempo que lo cogía y se dirigía al dormitorio. El mayordomo estaba sacando el traje malla del felino cuando se cerró la escotilla tras ella y comenzó a despojarse del uniforme. Lo dejó tirado en alfombra (Mac se lo perdonaría por esa vez) antes de meterse en el traje con una prisa dolorosa. Para cuando volvió a salir por la escotilla, MacGuiness ya le había puesto el traje a Nimitz, Honor levantó al felino y se dirigió al ascensor privado de la capitana a la carrera.
Introdujo el código de destino y luego se obligó a quedarse quieta y pensar en lo que sabía. La agudeza de unos sensores de nivel mercante variaba muchísimo. Cualquier patrón con algo más de medio cerebro quería los mejores que pudiera conseguir si iba a pasearse por la Confederación, pero ningún sensor era mejor que las personas que los manejaban y algunos cosmonautas mercantes tendían a ser un poco descuidados con esas cosas.
Con eso presente, cualquiera que estuviera detrás del Viajero seguramente no se sorprendería demasiado si la nave no reaccionaba de inmediato a su presencia pero iba a empezar a sospechar si seguía sin reaccionar durante mucho tiempo. Lo que significaba…
La puerta del ascensor se abrió y entró con pasos firmes en el metódico bullicio de su puente de mando. Las tripulaciones de artillería todavía estaban llegando (todavía tenían que pulir más cosas de las que ella hubiera preferido) pero el personal táctico de Jennifer Hughes ya estaba conectado y monitorizando el acercamiento de la pesadilla. Honor le echó un vistazo al crono y se permitió esbozar una pequeña sonrisa. Los diseñadores del Viajero habían situado las dependencias dé la capitana una sola cubierta más abajo y justo debajo del puente, el ascensor privado era un lujo maravilloso. Honor le había prometido a Rafe que estaría allí en cinco minutos y había llegado en poco más de tres. Cardones dejó libre el sillón del centro del puente y Honor se lo agradeció con un gesto cuando se sentó. Nimitz trepó al respaldo mientras ella enganchaba el casco en el brazo del sillón y apretó el botón que desplegaba las pantallas que tenía alrededor.
El Viajero estaba a veintiún minutos luz de la G2 primaria del sistema Walther, a algo menos de quince años luz de Libau, avanzando a apenas 11.175 KPS y con una aceleración de solo setenta y cinco gravedades. Lo que era más bien poco, incluso para un mercante, pero tampoco inaudito para un patrón con los nodos de los motores gastados, Honor lo había decidido con premeditación y alevosía. No quería que a nadie se le escapara su presencia y una velocidad tan baja era el equivalente a dejar un rastro de sangre en el agua. Y al parecer había funcionado, la pesadilla se había acercado otros doscientos mil kilómetros y su velocidad seguía aumentando. Ya tenía una ventaja de velocidad de novecientos diez KPS e iba aumentando de forma constante, pero eso iba a cambiar. No querría contar con demasiada velocidad de adelantamiento cuando los rebasara, pero era obvio que esperaba que el Viajero saliera disparado cuando lo viera por fin. Quería un poco de velocidad extra a mano en ese caso y a Honor le pareció que sería una pena desilusionarlos.
—De acuerdo, Rafe. Aceleración máxima.
—A sus órdenes, señora. Jefe O’Halley, pónganos en uno-punto-cinco KPS justos.
—Entramos en uno-punto-cinco KPS justos, señor —respondió el timonel y el Viajero salió disparado de repente a una velocidad segura máxima normal. Solo era la mitad de la nave que se acercaba por estribor, pero sería suficiente para convencerlo de que los habían visto.
—¿Cuánto falta ahora para adelantamiento?
—Que sean dos-cuatro-punto-nueve-cuatro minutos, milady —respondió John Kanehama casi al instante, y ella asintió.
—Déle el alto, Fred. infórmele que somos un navío manticoriano y ordénele que se aparte.
—A sus órdenes, señora. —El teniente Cousins habló un instante por la cámara y Honor observó la pantalla con atención. Estaban dentro del alcance de misiles de motor propulsor. Un pirata no querría dañar a su presa, pero…
—¡Separación de misiles! —canturreó Jennifer Hughes—. ¡Se nos acerca un pájaro a ocho-cero mil ges! —Observó la pantalla un momento y después asintió—. No es un pájaro muy caliente, señora. Pasará por estribor a más de sesenta mil klicks.
—Qué amable por su parte —murmuró Honor mientras miraba el rastro del misil que perseguía a su nave. Los rozó por estribor y detonó, pero solo cuando ya estaba muy lejos del Viajero; además, era una cabeza nuclear normal, no láser. Pero el significado estaba claro. Honor se planteó seguir huyendo (aunque el atacante había demostrado que tenía radio de acción suficiente para dispararle a la nave, no era muy probable que lo hiciera cuando el mercante tampoco podía escapar) pero no había ninguna garantía de que la persona que había detrás de esos tubos de misiles se sintiera razonable.
—¿Algo por el intercomunicador?
—Todavía no, señora.
—Ya veo. Muy bien, Rafe. Gire todo a babor y acabe con la aceleración, pero no desactive la cuña.
—A sus órdenes, señora.
El Viajero dejó de acelerar y Honor tecleó el código de la nave insignia del Escuadrón Uno de las NAL. La comandante Jacquelyn Harmon, oficial al mando superior de las NAL en el Viajero, era una mujer de cabellos y ojos oscuros con el ego de un piloto de la era preespacial y un sentido del humor sardónico, dos cosas que seguramente le eran muy útiles al comandante de una nave tan frágil. Había sido ella la que había insistido en llamar a las doce NAL que tenía a su mando con el nombre de los doce apóstoles y dominaba la atestada cubierta de mando de la Pedro cuando apareció su imagen en la pequeña pantalla de Honor.
—¿Lista, Jackie? —preguntó Honor.
—¡Sí, señora! —Harmon le dedicó una sonrisa ávida y Honor sacudió la cabeza.
—Recuerde que los queremos vivos si podemos capturarlos.
—Lo recordaremos, señora.
—Muy bien. Despeguen cuando quieran una vez que bajemos el flanco protector, pero no se alejen. A sus órdenes, señora.
Honor interrumpió la comunicación y miró a Hughes.
—Baje el flanco de estribor.
—A sus órdenes, señora. Bajando el flanco de estribor.
El flanco protector de estribor del Viajero se desvaneció. Unos segundos después, seis pequeñas naves de guerra salieron disparadas por las «dársenas de carga» de estribor, impulsadas por propulsores convencionales. Se apartaron a toda velocidad de la cuña de su nave nodriza antes de conectar los motores, después se quedaron allí, protegidas por la inmensa sombra de los sistemas de detección gravitatónica y del radar; Honor volvió a mirar su gráfico.
El Bogey estaba perdiendo aceleración con fuerza. Dada la velocidad de adelantamiento que tenía, sobrevolaría al Viajero a unos ciento cuarenta mil kilómetros antes de detenerse a una distancia relativa de ella, pero su velocidad sería lo bastante baja como para simplificar el abordaje. Claro que quizá le sorprendiera un poco descubrir quién iba a abordar a quién, pensó con frialdad.
—Tengo dos buenas lecturas pasivas para Plan de Fuego Patentado, señora —informó Hughes—. Solución encontrada y en marcha, y rastreo visual ya lo tiene. Va a aparecer en su repetidor.
Honor bajó la vista. El atacante estaba perdiendo velocidad y le mostraba la popa a la imagen, lo que le permitió a Honor echar un buen vistazo por la parte trasera abierta de la cuña. Era más pequeño que la mayor parte de los destructores y no podía contar con armas muy pesadas si había metido con calzador un hipermotor y unas velas Warshawski en ese casco. Pero tenía los extremos blindados de una nave de guerra convencional, lo que sugería que contaba al menos con cierto armamento para persecuciones, y fuera lo que fuera lo que le habían montado, apuntaba directamente al Viajero. La capitana comprobó la solución de interceptación de Kanehama y asintió para sí. No tenía sentido dejar que aquella nave se acercara lo suficiente como para que le disparara por el flanco, sobre todo cuando ella podía meterle un disparo perfecto por el trasero.
—A mi señal, Jenny —dijo en voz baja mientras levantaba la mano izquierda, después tecleó en su intercomunicador con la derecha—. Navío desconocido —dijo con tono seco—, le habla el crucero mercante armado de su majestad Viajero. ¡Desconecte motores de inmediato o será destruido! —Bajó la mano de golpe al tiempo que hablaba y todas las armas del costado del Viajero dispararon a la vez. Ocho gráseres inmensos destellaron, el más cercano no acertó a la pesadilla por menos de treinta kilómetros y lo siguieron otros diez misiles igual de inmensos. Al igual que el único disparo que había hecho el Bogey, eran cabezas nucleares estándar, no láser, pero al contrario que la del Bogey, estas detonaron en un radio de acción de apenas mil kilómetros que encerró a la nave por completo en sus trayectorias.
El mensaje era clarísimo y solo para darle un poco más de énfasis, seis NAL cayeron de repente sobre su nave nodriza, apuntaron con sus propias baterías al Bogey lo fustigaron con unas miras de radar y láser lo bastante potentes como hacerle hervir la pintura del casco, para asegurarse de que sabía que estaban allí.
—¡Recibido, Viajero! ¡Recibido! —chilló una voz por el intercomunicador y el motor del Bogey se apagó de repente—. ¡No disparen! ¡Dios, por favor, no disparen! ¡Nos rendimos!
—Prepárense para ser abordados —dijo Honor con frialdad—. Cualquier intento de resistencia dará como resultado la destrucción instantánea de su navío. ¿Comprendido?
—¡Sí! ¡Sí!
—Bien —dijo Honor con el mismo tono gélido, después interrumpió la comunicación, se recostó en la butaca y le sonrió a Cardones—. Bueno —dijo con mucha más suavidad—, qué emocionante, ¿no?
—Más para unos que para otros, señora —respondió Cardones con una amplia sonrisa.
—Supongo —asintió Honor y miró a Hughes—. Bien hecho, artillera, y eso va para todos ustedes —le dijo al puente en general. Le respondieron unas sonrisas complacidas mientras la capitana se volvía de nuevo hacia Cardones—. Dígale a Scotty y Susan que pueden despegar y después ajustar las velocidades. Las NAL pueden echarle un ojo a nuestro amigo mientras nosotros maniobramos.
—A sus órdenes, señora.
Honor se levantó y se estiró, después volvió a recoger a Nimitz.
—Supongo que puede terminar usted aquí, primer oficial —dijo para el resto del personal del puente—, y que sepa que me ha apartado sin miramientos de un gran libro. Estaré en mis dependencias. Dígale a la mayor Hibson que escolte al comandante de ese trasto a mi camarote después de dejar al resto de su personal en el calabozo, por favor.
—Sí, señora. No será problema —asintió Cardones sin dejar de sonreír.
—Gracias —dijo Honor y se dirigió al ascensor mientras su turno lanzaba una risita tras ella.
* * *
El comandante de los corsarios era un hombre rechoncho y fornido que en otro tiempo había sido musculoso, pero que ya hacía mucho tiempo que era solo gordo; su rostro fofo estaba gris del susto cuando la mayor lo metió de un empujón en el camarote de Honor. No iba esposado y superaba en masa a la pequeña marine en una proporción de al menos dos a uno, pero solo un auténtico idiota se habría tomado libertades con Susan Hibson. Tampoco es que pareciera que al pirata le quedara nada con lo que tomarse libertades.
No obstante, Andrew LaFollet permanecía alerta a la derecha de Honor, con los ojos grises fríos y una mano en la culata de la pistola de pulsos cuando el corsario dejó de arrastrar los pies e intentó cuadrar los hombros. Honor se recostó en su silla, acarició las orejas erguidas de Nimitz con una mano y lo miró con unos ojos que eran igual de gélidos que los de su hombre de armas, el esfuerzo del pirata por mantenerse erguido se hundió en la desesperación. Tenía un aspecto vencido y patético, pero Honor recordó a que odioso oficio se dedicaba y dejó que el silencio se prolongara antes de esbozar una fina sonrisa.
—Qué sorpresa. —Habló con voz fría y el prisionero se estremeció. Honor sintió el terror que lo paralizaba a través de Nimitz y el felino le enseñó los dientes al cautivo con aire desdeñoso.
»A su tripulación y a usted los ha capturado cometiendo un acto de piratería la Real Armada Manticoriana —continuó después de un momento—. Como capitana de este navío, tengo toda la autoridad de la ley interestelar para ejecutarlos a todos y cada uno. Le aconsejo que me ahorre cualquier tipo de fanfarronería que pudiera irritarme.
El prisionero volvió a estremecerse y Honor sintió un torrente de aprobación fría y divertida que se escapaba de Susan Hibson al ver al personaje duro y frío que sacaba su capitana. Sostuvo la mirada del capitán con unos ojos castaños glaciales hasta que el hombre asintió con una sacudida de la cabeza y después dejó que la butaca se volviera a erguir tras un balanceo.
—Bien. Aquí la mayor —señaló a Hibson— tiene unas cuantas preguntas para usted y su tripulación. Le sugiero que recuerde que nos apoderamos de toda su base de datos, intacta, y también la vamos a analizar. Si se da la casualidad de que detecto alguna discrepancia entre lo que dice la base de datos y lo que dicen ustedes, no me va a hacer ninguna gracia. —El prisionero volvió a asentir y Honor olisqueó el aire con desdén.
»Saque esto de mi vista, mayor —dijo sin inflexión alguna y Hibson miró furiosa al pirata e hizo un gesto brusco con el pulgar por encima del hombro. El prisionero tragó saliva y volvió a salir del camarote arrastrando los pies, la escotilla se cerró tras ellos. El silencio se prolongó un momento más y después LaFollet carraspeó.
—¿Me permite preguntarle qué va a hacer con ellos, milady?
—¿Hm? —Honor alzó la cabeza hacia él y después esbozó una pequeña sonrisa—. No voy a lanzarlos al espacio si es a eso a lo que se refiere, no a menos que encontremos algo muy feo en sus archivos, en cualquier caso.
—No pensé que fuera a hacerlo, milady. Pero en ese caso, ¿qué es lo que hará con ellos?
—Bueno —Honor le dio la vuelta al sillón para mirarlo y le hizo un gesto para que se sentara en el sofá—. Creo que se los voy a entregar a las autoridades locales silesianas. No hay ninguna base naval de verdad en Walther, pero mantienen un pequeño puesto de aduanas. Tendrán las instalaciones necesarias para ocuparse de ellos.
—¿Y su nave, milady?
—Pues seguramente la barrenaremos después de vaciarles los ordenadores —dijo, con un encogimiento de hombros—. Es el único modo, aparte de ejecutarlos, de tener la seguridad de que no la recuperan.
—¿Recuperarla, milady? Creí que había dicho que se los entregaría a las autoridades.
—Y eso haré —dijo Honor con sequedad—, pero eso no significa que vayan a seguir encerrados. —LaFollet la miró con expresión confusa y Honor suspiró—. La Confederación es una cloaca, Andrew. Oh, la gente normal que vive ahí seguro que es tan decente como la de cualquier otro lugar, pero lo que se hace pasar por Gobierno está plagado de corruptos. No me sorprendería que nuestro gallardo pirata tuviera algún tipo de acuerdo con el gobernador del sistema Walther.
—¡Está de broma! —LaFollet parecía escandalizado.
—Ojalá —dijo la capitana y se rio sin ganas al ver la expresión de su guardaespaldas—. A mí me pareció casi tan difícil de creer como a usted la primera vez que me destinaron aquí, Andrew. Pero entonces capturé a la misma tripulación dos veces… y eran unos tipos muchísimo más desagradables que ese tío. Se los entregué al gobernador de la zona y este me aseguró que se ocuparían de ellos; once meses más tarde tenían una nueva nave y los capturé saqueando un carguero andi en el mismo sistema estelar.
—¡Por todas las pruebas benditas! —murmuró LaFollet y se sacudió como un perro tras un baño.
—Por eso quería hacer que esa lamentable escoria se cagase de miedo. —Honor giró la cabeza hacia la escotilla por la que había desaparecido el prisionero—. Si lo vuelven a soltar, quiero que sude balas cada vez que se le ocurra siquiera ir a por otro mercante. Y por eso también les voy a decir a él y a toda su tripulación una cosa más antes de entregarlos.
—¿Y qué es, milady? —preguntó LaFollet con curiosidad.
—Un pase gratis es todo lo que tienen —dijo Honor muy seria—. La próxima vez que los vea, todos y cada uno salen por la esclusa con un dardo de pulsos en la cabeza.
LaFollet se la quedó mirando y se quedó pálido ante la sinceridad de la expresión de su jefa.
—¿Le escandaliza, Andrew? —preguntó con suavidad. El guardaespaldas vaciló un momento, después asintió y Honor suspiró con tristeza—. Bueno, a mí también me molesta, la verdad —admitió—, pero no se deje engañar por la patética pinta de ese tío. Es un pirata, y los piratas no tienen nada de encantador. Son ladrones y asesinos. ¿Se acuerda de la tripulación de la que le hablé? —Alzó una ceja y LaFollet asintió—. La segunda vez que los capturé, acababan de matar a diecinueve personas —dijo con tono rotundo—. Diecinueve personas cuyo único delito era tener algo que ellos querían, personas que estarían vivas si los hubiera ejecutado la primera vez que les puse la mano encima. —Sacudió la cabeza y sus ojos eran tan fríos como el espacio—. Les daré a las autoridades locales una oportunidad para que se ocupen de su propia basura, Andrew. Corruptos o no, este es su espacio y se lo debemos. Pero mientras yo esté aquí, una única oportunidad es lo que tienen.