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—Ese mercante no debería estar ahí.

El casco muerto flotaba en los márgenes externos del sistema Arendscheldt, tan lejos de la primaria G3 que nadie debería haberlo encontrado jamás. Y nadie lo habría encontrado si el crucero ligero no hubiera estado tan ocupado escondiéndose. Se había colocado en una posición desde la que sus sensores podían trazar el comercio del sistema y evaluar las mejores ubicaciones en las que colocar otras naves cuando llegara el momento, y había detectado los restos de pura chiripa. Y, pensó con frialdad el ciudadano comandante Caslet, porque la bruja táctica de la AIA tuvo una corazonada.

Se preguntó cómo podía redactar el informe para que pareciera que había tenido una razón concreta para perseguir aquella leve señal del radar. El hecho de que Denis Jourdain, comisario popular de la NAP Vaubon, fuera un tipo sorprendentemente bueno ayudaría, pero a menos que se le ocurriera una razón concreta para hacer el barrido, alguien iba a argumentar de todos modos que debería haberse ocupado solo de sus asuntos. Por otro lado, el Comité de Seguridad Pública no creía que los militares fueran capaces de conducir su propio rebaño. Lo que significaba que las personas que se pronunciarían en último caso sobre sus acciones en general no tenían ninguna experiencia naval… y que la mayor parte de las personas que sí tenían esa experiencia estaban dispuestas a mantenerla boca cerrada a menos que alguien la cagase a lo grande. No debería haber problema para explicarlo con la suficiente ambigüedad, sobre todo con la ayuda encubierta de Jourdain.

Tampoco era que le importara demasiado a Caslet en ese momento, mientras observaba la pantalla secundaria que le transmitía el vídeo del ciudadano capitán Branscombe. El ciudadano capitán y un escuadrón de sus marines seguían barriendo el frío y oscuro interior sin aire de la nave, pero lo que ya habían encontrado era suficiente para provocarle náuseas a Caslet.

La nave había sido en otro tiempo un navío con bandera de la Asociación Trianon. La asociación era un simple protectorado de un solo sistema de la Confederación silesiana. No tenía Armada (el Gobierno central de la Confederación prefería no entregar naves de guerra a secesionistas en potencia) y no era muy probable que alguien anduviera al tanto de su comercio. Lo que quizá explicara lo que le había pasado al casco de lo que en otro tiempo había sido la Erewhon.

Giró la cabeza para echarle un vistazo a la imagen de la pantalla principal que mostraba el exterior del Erewhon y volvió a hacer una mueca cuando vio las feas marcas de perforación que habían dejado los disparos de energía. El mercante no iba armado, pero eso no había impedido que quien quiera que lo hubiera abatido abriera fuego contra él. Los agujeros parecían diminutos en aquel casco de cinco millones de toneladas, pero Caslet era un oficial naval. Estaba familiarizado con la carnicería que podían provocar las armas modernas y no le había hecho falta el vídeo de Branscombe para saber que los disparos habían hecho añicos los sistemas internos del Erewhon.

¿Porqué?, se preguntó. ¿Para qué demonios quieren hacer algo así? Tenían que saber que era muy probable que le destrozaran el motor y ¡es fuera imposible llevarse la nave!, así que, ¿para qué dispararle así?

No tenía respuesta para eso. Todo lo que sabía era que alguien lo había hecho y, a juzgar por las pruebas, parecían haberlo hecho solo por capricho. Porque les había parecido divertido reventar un navío desarmado.

Se estremeció al darse cuenta del término que había elegido cuando Branscombe regresó con sus marines a lo que había sido el gimnasio del Erewhon y las luces despiadadas cayeron sobre los cuerpos retorcidos. No sabía quién había golpeado al Erewhon, pero no había estado muy acertado en la selección del objetivo. Según el manifiesto que terna en sus ordenadores, la nave se dirigía a recoger un cargamento en Central, el único mundo habitado de Arendscheldt, y en ese momento viajaba ligera; en sus bodegas apenas llevaba poco más que maquinaria pesada para las minas de Central. Un botín como aquel no tenía mucho valor y el fuego de los atacantes había inutilizado el hipergenerador del Erewhon. No tenían forma de llevarse la nave con ellos y al parecer no disponían de gran capacidad de carga, así que no podían trasladar un botín con una masa tan grande. Pero daba la sensación de que habían encontrado un modo de resarcirse de la pérdida, pensó con una expresión fría y salvaje, y se obligó a mirar los cuerpos otra vez.

Habían metido a todos los miembros varones de la tripulación en el gimnasio y los habían ejecutado. Parecía que a varios los habían torturado antes, pero no era fácil estar seguro, ya que los cuerpos yacían en filas desiguales; los habían segado con fusiles de pulsos y los dardos de hipervelocidad habían convertido sus cuerpos en un montón de kilos de carne desgarrada y mutilada. Pero ellos habían tenido más suerte que sus compañeras. Los equipos forenses ya habían recopilado en sus informes las violaciones en masa y la brutalidad, y cuando sus asesinos habían terminado con ellas, le habían disparado a cada mujer en la cabeza antes de irse.

A todas salvo a una. A una mujer no la habían tocado, su cuerpo todavía estaba vestido con el uniforme de capitana del Erewhon. La habían esposado a una máquina de ejercicios desde donde había podido ver todas las incalificables cosas que los atacantes le habían hecho a su tripulación, y al acabar, se habían limitado a irse y dejarla allí… Después habían cortado la electricidad y habían quitado el aire.

Warner Caslet era un oficial con experiencia. Había estado en combate y había vivido los horrores sangrientos que formaban parte de cualquier guerra. Pero aquello era otra cosa y sintió un odio frío, abrasador, por la gente que había detrás.

—Lo hemos confirmado, ciudadano comandante —informó Branscombe, y Caslet oyó un odio equivalente en su voz—. No hay supervivientes. Hemos sacado la lista de los ordenadores y hemos conseguido identificar a todos salvo a tres miembros de la tripulación. Están todos aquí, es solo que esos tres están tan destrozados por lo que les hicieron esos cabrones que no podemos hacer una identificación precisa.

—Comprendido, Ray. —Caslet suspiró, después se recobró—. ¿Han recogido los archivos de sus sensores?

—Sí ciudadano comandante, los tenemos.

—Entonces ya no hay nada más que puedan hacer —decidió Caslet—. Vuelvan a casa.

—Sí, ciudadano comandante. —Branscombe cambió al circuito de mando de sus marines para ordenarle a su equipo que regresara al Vaubon y Caslet se volvió para mirar al ciudadano comisario Jourdain.

—Con su permiso, señor, voy a informar de la posición del casco a las autoridades de Arendscheldt. —¿Podemos hacerlo sin revelar nuestra presencia?

Caslet consiguió no añadir «por supuesto que no», y no solo por prudencia. A pesar de su papel como espía oficial del Comité de Seguridad Pública a bordo del Vaubon, Jourdain era un hombre razonable. Tenía un matiz innegable de gazmoño ardor revolucionario, pero los dos años-T y medio que se había pasado en el Vaubon parecían haberlo mitigado un tanto y Caslet había terminado por reconocer lo que era una decencia fundamental en él. Al Vaubon le habían ahorrado los peores excesos del Comité de Seguridad Pública y de la Oficina de Seguridad del Estado y la tripulación que tenía antes del golpe había permanecido casi intacta. Caslet sabía lo afortunados que habían sido tanto él como su personal y estaba decidido a protegerlos lo mejor que pudiese, lo que convertía al razonable Jourdain en un tesoro que no tenía precio.

—Si informamos de esto, sabrán que alguien estuvo aquí, ciudadano comisario —decía en ese momento—. Pero sin un encabezamiento de identificación, no sabrán quién lo envió y para cuando lo reciban, ya habremos pasado la barrera alfa y estaremos en el hiperespacio.

—¿En el híper? —dijo Jourdain con un poco más de brusquedad—. ¿Qué hay de nuestra misión de reconocimiento?

—Con el debido respeto, señor, creo que tenemos una responsabilidad más urgente. No sé quienes son esos carniceros, pero siguen por ahí fuera y si han hecho esto una vez, seguro que lo volverán a hacer, coño… A menos que los detengamos.

—¿Detenerlos, ciudadano comandante? —Jourdain lo miró con los ojos entrecerrados—. Nuestro trabajo no es detenerlos. Se supone que estamos reconociendo el terreno para el ciudadano almirante Giscard.

—Sí, señor. Pero el ciudadano almirante no tiene programado comenzar las operaciones aquí hasta dentro de más de dos meses y tiene a otros nueve cruceros ligeros que puede enviar antes a echar un vistazo.

Sostuvo la mirada de Jourdain hasta que el ciudadano comisario asintió poco a poco. No es que estuviera de acuerdo, pero tampoco rechazaba de plano lo que sabía que Caslet estaba a punto de sugerir, y el ciudadano comandante escogió sus siguientes palabras con cuidado.

—Dados los demás recursos de los que dispone el ciudadano almirante Giscard, señor, creo que puede prescindir de nuestros servicios durante unas semanas. Entretanto, sabemos que hay alguien ahí fuera que torturó y masacró de forma deliberada a una tripulación entera. Yo no sé usted, señor, pero yo quiero a ese cabrón. Lo quiero muerto y quiero que sepa quién lo está matando y creo que el ciudadano almirante y la comisaría Pritchard compartirían esa ambición.

Los ojos de Jourdain destellaron al oír eso. Eloise Pritchard, la comisaria popular de Javier Giscard, era lista, dura y ambiciosa. Aquella mujer de piel oscura y cabello de color platino era también extraordinariamente atractiva… como lo había sido su hermana. Los Pritchard eran dolistas que vivían en Torre DuQuesne, se podría decir que la peor urbanización del sistema Haven, y una noche oscura una banda juvenil había arrinconado a Estelle Pritchard. Fue la brutal muerte de Estelle lo que había empujado a Eloise a meterse en los grupos activistas de la Unión de Derechos de los Ciudadanos y de ahí había pasado al servicio del Comité de Seguridad Pública; Jourdain sabía tan bien como Caslet cómo reaccionaría aquella mujer ante una atrocidad como la que tenían delante. Pero a pesar de todo eso, lo que Caslet sugería inquietaba a Jourdain.

—No estoy seguro, ciudadano comandante… —apartó la mirada, poco dispuesto a entablar contacto visual, y dio una vuelta rápida por el puente de mando—. De hecho, lo que propone podría ir contra el propósito de nuestras órdenes —continuó con el tono de alguien que odiaba lo que estaba obligado a decir—. El único propósito que nos ha traído aquí es empeorar tanto las cosas que los mantis tengan que desviar fuerzas para solucionarlo. Matar a los piratas de la zona va a hacer disminuir la presión sobre ellos, al menos un poco.

—Soy consciente de ello, señor —respondió Caslet—. Al mismo tiempo, creo que los dos sabemos que las operaciones del destacamento especial tendrán el efecto de presión deseado, y el modo que tuvieron de reventar al Erewhon y privarse de la posibilidad de llevárselo con ellos, por no mencionar lo que le hirieron a su tripulación, sugiere que esta… gente… es independiente. No me imagino a ninguno de los grupos principales apoyando a una banda de bombas de relojería desbocadas como estas, aunque solo sea por las presas perdidas que deben de provocar sus acciones. Si son independientes, acabar con ellos no reducirá las pérdidas totales de los mantis en la Confederación de forma significativa. Y es más, recuerde las órdenes que tenemos sobre el comercio andermano.

—¿Qué pasa con eso? —preguntó Jourdain, pero por su tono Caslet supo que ya lo había adivinado. Si todo iba como debía, se suponía que el Destacamento Especial Veintinueve del ciudadano almirante Giscard debía permanecer en secreto en todo momento, pero en un ataque de realismo que muy pocas veces se daba, alguien se había dado cuenta en casa de que eso no iba a ser muy probable a la larga. No les había impedido ordenarle a Ciscard que lo hiciera de todos modos, pero les había hecho plantearse cómo iban a reaccionar los andermanos si el Imperio se daba cuenta de lo que estaba pasando. Los diplomáticos y los militares no se ponían de acuerdo sobre cómo iban a reaccionar los andis. Los diplomáticos tenían la sensación de que la antigua tensión entre los andermanos y los manticorianos por Silesia evitaría que el Imperio se quejara demasiado, en teoría cualquier cosa que debilitara al Reino Estelar le daba al Imperio más probabilidades de quedarse con toda la Confederación. Los militares pensaban que eso eran tonterías. Los andis tenían que adivinar que ellos eran los próximos en la lista de la República y, por tanto, no era muy probable que fueran a aceptar que les llevaran la guerra hasta la puerta de casa sin decir nada.

Caslet compartía la opinión de los militares, aunque habían triunfado los diplomáticos, y en eso había influido de forma sustancial, como bien sabía el ciudadano comandante, la persistente desconfianza que seguía sintiendo el Comité de Seguridad Pública por su propia armada. Pero a los almirantes estarían tirado un pequeño hueso (que Caslet sospechaba que casi habrían preferido no recibir) y las órdenes del destacamento especial exigían de forma específica que ayudara a las naves mercantes andermanas contra los piratas locales. Cosa que, por supuesto, hacía imposible que su misión fuera encubierta; pero la idea era, al parecer, que el gesto convenciera a los andis de que los motivos de la República eran tan puros como la nieve en lo que al Imperio se refería. Personalmente, Caslet pensaba que solo un andi con un gravísimo problema de retraso mental pensaría eso, pero la cláusula que hablaba de proteger los envíos imperiales le abría una puerta diminuta.

—Esa gente acabó con una nave silesiana, señor —dijo en voz baja— pero, maldita sea, seguro que no le hacen ascos a un andi. Que nosotros sepamos, pueden haberse cargado ya una docena de mercantes imperiales. E incluso si no lo han hecho, lo harán si tienen la oportunidad. Si los eliminamos y podemos demostrar que lo hicimos, eso nos daría munición extra para convencer a los andermanos de que no somos sus enemigos si observan nuestra presencia.

—Eso es verdad, supongo —dijo Jourdain poco a poco, pero su mirada era astuta cuando clavó los ojos en los de Caslet—. Y al mismo tiempo, ciudadano comandante, no puedo evitar sospechar que el Imperio no es en realidad lo primordial en su razonamiento.

—No lo es. —Caslet jamás lo habría admitido ante otro comisario popular—. Lo que es «primordial en mi razonamiento», señor, es que esos tipos son unos cabrones y unos sádicos y, a menos que alguien acabe con ellos, van a seguir haciendo cosas como esta.

El ciudadano comandante señaló con un gesto la escena del gimnasio, todavía congelada en su pequeña pantalla, y en su rostro solo había dureza.

—Sé que se está librando una guerra, señor, y sé que tenemos que hacer muchas cosas que no nos gustan cuando hay guerra. Pero este tipo de carnicerías no forma parte de una guerra, o no debería. Soy un oficial naval. Mi trabajo es evitar cosas como esta si puedo, me da igual a quién pertenezca la nave en cuestión. Con su permiso, me gustaría tener la oportunidad de hacer algo decente. Algo de lo que podamos sentirnos orgullosos.

Contuvo el aliento cuando los hombros de Jourdain se tensaron al oír las últimas palabras. No sería difícil interpretarlas como una crítica indirecta a toda la guerra contra Mantícora, y eso era peligroso. Pero Warner Caslet no podía permitir que unos tipos capaces de hacer algo así escaparan impunes para seguir haciéndolo, no si había alguna forma de poder detenerlos.

—Incluso suponiendo que estuviera de acuerdo con usted —dijo Jourdain después de un momento de elocuente silencio—, ¿qué le hace creer que puede encontrarlos?

—No estoy seguro de poder —admitió Caslet—, pero creo que tenemos muchas posibilidades si el personal del ciudadano capitán Branscombe nos trae los archivos de los sensores del Erewhon. Los piratas tenían que estar al alcance de sus sensores cuando le dispararon. No espero conseguir datos de nivel militar de los sensores de un carguero, pero confío que captaran lo suficiente como para que podamos identificar la signatura de emisiones de quien lo haya hecho. Eso significa que podremos reconocerlos si los vemos.

—¿Y cómo los va a encontrar o a saber al menos dónde buscarlos?

—En primer lugar, sabemos que son piratas —dijo Caslet descontando con los dedos a medida que iba hablando—. Eso significa que podemos confiar en que se estarán trabajando otro sistema por alguna parte. En segundo lugar, podemos estar bastante seguros de que ninguno de los grupos principales los está financiando, ya que ni uno solo de los gobernadores de los sistemas de la Confederación estaría dispuesto a mirar para otro lado con personas que hacen este tipo de cosas. Lo que significa que es muy probable que estén operando desde un sistema que a nadie más le interesa, uno donde han podido entrar y establecer instalaciones propias. En tercer lugar, parece que se les ha secado la fuente aquí, en Arendscheldt. No hay forma de saber si liquidaron a alguien más aquí al día siguiente, pero por aquí no hay muchos envíos y la ciudadana cirujana Jankowski calcula que golpearon el Erewhon hace menos de dos semanas. En mi opinión, eso sugiere que seguramente no atraparon a nadie más, en cuyo caso sin duda siguieron adelante para buscar negocios más sustanciosos. En cuarto lugar, si yo fuera un pirata saliendo de aquí, me iría a la Estrella de Sharon o a Magyar. Esos son los dos sistemas habitados más cercanos, y de los dos, la Estrella de Sharon es el más cercano. Si se dirigieron allí, puede que todavía estén allí, dado que hace muy poco que estuvieron aquí, como sabemos. Lo que me propongo hacer es informar a Arendscheldt de la ubicación del Erewhon y trasladarnos de inmediato a la Estrella de Sharon. Con suerte, puede que los cojamos allí. Si no, podemos continuar hasta Magyar, y dado que nosotros iremos directamente sin buscar presas, es probable que podamos llegar allí antes que ellos.

—Un sistema estelar es una zona muy grande, ciudadano comandante —señaló Jourdain—. ¿Qué le hace pensar que los encontrará incluso si están allí?

—No los encontraremos nosotros, señor. Los convenceremos para que nos encuentren ellos.

—¿Disculpe? —Jourdain parecía confuso y Caslet esbozó una leve sonrisa antes de hacerle un gesto a su oficial táctica para que se reuniera con ellos.

La ciudadana capitana de corbeta Shannon Foraker era una de las escasas oficiales que habían recibido un ascenso tras el desastre de la Cuarta Batalla de Yeltsin. Había sido ella la que había advertido la trampa en la que había caído la flota del ciudadano almirante Thurston y no había sido culpa suya que la hubiera advertido demasiado tarde. Caslet sabía que el informe de Jourdain había tenido mucho que ver con el ascenso de Shannon y el comisario popular había llegado a compartir la sensación de casi idolatría que sentía el resto de la tripulación del Vaubon por la oficial táctica. Era una de las poquísimas oficiales republicanas que se negaban a desesperarse por la inferioridad de su equipo frente al del enemigo, de hecho, se lo tomaba como un reto personal y los resultados que obtenía en ocasiones rayaban la pura hechicería. Era tan buena, de hecho, que Jourdain había decidido pasar por alto los frecuentes lapsos que había en su vocabulario revolucionario. O quizá, pensó Caslet con ironía, al fin se había dado cuenta de que Shannon estaba tan metida en sus ordenadores y sensores que no tenía tiempo que perder en pequeñeces como los matices sociales.

—¿Está al corriente, Shannon? —preguntó el ciudadano comandante cuando Foraker se detuvo junto a su silla. La oficial asintió y su superior señaló con un gesto de la cabeza a Jourdain—. Entonces cuéntele al comisario popular por qué podemos contar con que los malos nos encuentren a nosotros.

—No hay problema, patrón. —Foraker le lanzó una sonrisa radiante a Jourdain y este se la devolvió casi sin querer—. Esos cabrones andan a la caza de naves mercantes, señor. Lo que hacemos es sintonizar nuestros equipos GE, quitar más o menos la mitad de nuestros nodos beta de la cuña para que quede reducida a la signatura energética que podría tener un mercante y entrar por donde esperan ver un carguero. Si están ahí fuera, tendrán que acercarse a, bueno, unos cuatro o cinco minutos luz, como mínimo, para ver lo que hay tras la GE y darse cuenta de que somos una nave de guerra. Para entonces, mis ordenatas y yo ya habremos encuadrado su emisión y ya pueden despedirse. Si son los que hicieron esto, lo sabremos.

—¿Lo ve, señor? —le dijo Caslet a Jourdain—. Les daremos un blanco que no puedan resistir e intentaremos llevarlos al huerto. Como mínimo, deberíamos poder identificarlos y con un poco de suerte, se pondrán a igualar velocidades antes de saber lo que somos en realidad. Sin conocer su aceleración máxima ni nuestros vectores exactos por adelantado, no puedo prometer que los vayamos a alcanzar, pero pienso hacer sudar tinta a los muy cabrones. De hecho, casi preferiría no atraparlos.

—¿Por qué no? —preguntó Jourdain, sorprendido.

—Porque si podemos acercarnos lo suficiente para perseguirlos hasta el hiperespacio sin adelantarlos, puede que sean tan estúpidos como para llevarnos a su sistema natal —dijo Caslet con gesto grave—. Independientes o no, puede que tengan más de una sola nave, señor, y quiero saber dónde tienen la madriguera. Tengo la sensación de que el ciudadano almirante Giscard querrá cazarlos tanto como nosotros y, al contrario que el Vaubon, él sí que tiene la potencia de fuego necesaria para aplastar a cualquier panda de piratas, da igual cómo operen.

Jourdain asintió poco a poco, ni siquiera pareció notar que Caslet había dicho «nosotros» y no «yo», y el ciudadano comandante ocultó una sonrisa interna. Jourdain se dio otro paseo por la cubierta de mando, con las manos a la espalda volvió a asentir y se giró para mirar otra vez al oficial al mando del Vaubon.

—De acuerdo, ciudadano comandante. Podemos tomarnos un tiempo y desviarnos a la Estrella de Sharon al menos. Si no damos con ellos allí, tendré que reconsiderarlo antes de autorizar que continúe a Magyar, pero el hecho de que nos desviemos a la Estrella de Sharon no hará retrasarse al resto del escuadrón. Y… —esbozó una sonrisa fría y glacial—, tiene razón. Yo también quiero cazar a esos tipos.

—Gracias, señor —dijo en voz baja el comandante Warner Caslet, y miró a Foraker—. Descargue los datos de Branscombe de inmediato, Shannon.