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—¿Tiene un minuto, señora?

Honor levantó la vista de la terminal de la sala de reuniones. En el umbral de la escotilla abierta se encontraban Rafe Cardones y el capitán de corbeta Tschu. Cardones tenía una carpeta bajo el brazo y la ramafelina del ingeniero jefe cabalgaba sobre su hombro con las orejas levantadas y los bigotes temblorosos. Como sugería el fatigado rostro de Tschu, se había pasado casi cada minuto del día enterrado en Ingeniería, lo que significaba que su felina no había pasado mucho tiempo en el puente. La felina miraba a su alrededor con los ojos verdes y brillantes, resplandecientes de interés, y Nimitz se irguió al instante en el respaldo de la silla de su persona. Honor les hizo un gesto a los dos hombres para que entraran y ocultó una sonrisa cuando sintió el saludo que Nimitz le dedicó a Samantha. A los felinos no les interesaba en absoluto la sexualidad humana y para Honor fue un alivio ver que, incluso con el vínculo que la unía a Nimitz, las aventuras amorosas del felino no tenían ningún efecto sobre sus hormonas. Lo que no significaba, sin embargo, que no fuera consciente de lo que sentían tanto Nimitz como Samantha, y se preguntó si Nimitz había experimentado lo mismo con ella y Paul Tankersley.

Señaló unos sillones y después cerró la escotilla cuando Cardones y Tschu se hundieron en ellos. Cardones puso la carpeta encima de la mesa y Honor esbozó una leve sonrisa cuando el hombre se recostó en el asiento con un suspiro.

—¿Por qué tengo la sensación de que ustedes dos tienen algo en mente? —preguntó, y Cardones esbozó una sonrisa.

—Pues porque así es, supongo —respondió—. Yo…

Se interrumpió cuando Nimitz se bajó de la silla de Honor y cruzó sin ruido la mesa. Samantha saltó del hombro de Tschu para reunirse con él y los dos se sentaron con cuidado, uno enfrente del otro. Se miraron a los ojos fijamente, con las narices casi tocándose, solo se les movían las puntas de las algodonosas colas. Cardones los miró un momento y después sacudió la cabeza.

—Es agradable ver que las cosas le van bien a alguien, por lo menos —dijo, después se giró y miró a Tschu con una ceja alzada—. ¿Esta tiene un felino en cada puerto?

—No. —La voz profunda del ingeniero tenía un matiz divertido a pesar del obvio cansancio—. No es para tanto. Pero la verdad es que no se le dan nada mal los tíos, ¿verdad?

Ambos felinos hicieron caso omiso de los humanos y se concentraron el uno en el otro, Honor oyó el sonido profundo, casi subsónico, de sus ronroneos. Los ruidos sordos y suaves se buscaron y fundieron, envolviéndose en una armonía intrincada y extraña; Tschu le lanzó a Honor una mirada sorprendida, casi de disculpa, pero ella se limitó a encogerse de hombros con impotencia. En su entorno natal, los ramafelinos jóvenes establecían con frecuencia relaciones temporales, pero los felinos maduros eran monógamos y se emparejaban de por vida. Los que adoptaban a humanos, sin embargo, pocas veces tenían parejas permanentes, Honor se había preguntado con frecuencia si era porque sus vínculos adoptivos los apartaban de otros de su especie o si adoptaban a humanos en primer lugar porque de algún modo eran diferentes de sus compañeros. Honor había presenciado otros cortejos felinos y ese parecía un tanto más serio, lo que podría tener… consecuencias interesantes. Los felinos sin pareja eran relativamente infértiles pero las parejas estables eran un asunto muy diferente.

Claro que no terna sentido comentarlo. Lo que ocurriera entre Samantha y Nimitz era cosa de ellos, un punto que la mayor parte de los humanos, que insistían en pensar que los felinos eran mascotas, no entendían. Una idea errónea que quizá surgiera de un hecho muy sencillo, los humanos eran casi siempre los miembros alfa en los vínculos, pero eso era porque los ramafelinos que los habían adoptado habían decidido vivir en la sociedad humana y admitían la necesidad de atenerse a las reglas humanas, algunas de las cuales los desconcertaban. Contaban con las personas para que los guiaran, y no solo a nivel social; sabían que no entendían bien las maravillas tecnológicas de la humanidad y que esas maravillas podían matar. Pero cualquiera que hubiera sido adoptado en algún momento sabía que un ramafelino era una persona, con los mismos derechos y necesidad ocasional de espado que cualquier ser humano. Siempre era el felino el que iniciaba un vínculo y se habían dado casos en los que habían repudiado ese vínculo cuando el humano intentaba convertirlo en una especie de relación de propiedad. No ocurría con frecuencia, los ramafelinos pocas veces cometían el error de elegir a alguien capaz de hacer eso, pero ocurría.

Cardones observó a los dos felinos durante un momento más, sonriendo y sin ser consciente de todas las implicaciones de lo que estaba viendo y oyendo, después carraspeó y volvió a mirar a Honor. Se le desvaneció la sonrisa y puso una mano en la carpeta.

—Harry y yo tenemos un problema, señora.

—¿Que es? —preguntó Honor con calma.

—La eficiencia de la tripulación, señora —dijo Tschu—. Y para ser más concretos, el nivel de eficiencia de Ingeniería. Seguimos sin levantar cabeza allá abajo.

—Ya veo. —Honor echó el respaldo hacia atrás y jugueteó con una lápiz. Su «convoy» había salido un mes antes de Nuevo Berlín y debía llegar a Sachsen en una semana; la larga travesía le había dado tiempo suficiente para tantear a su tripulación. La verdad era que no necesitaba que Tschu le dijera que la eficiencia de su departamento seguía siendo mínima. Claro que el suyo no eral el único departamento que seguía teniendo problemas, pero sí era el que contaba con el margen más amplio entre los objetivos planteados y la realidad. Pero le alivió ver que era él el que lo planteaba. Había estado dispuesta a permitir que Cardones le diera tiempo a Tschu para que solventara la situación él solo, pero también había sentido curiosidad por ver cómo respondía el ingeniero a la falta de presión oficial por parte de sus superiores. Algunos oficiales habrían intentado fingir que no había ningún problema hasta que el primer oficial o el oficial al mando les llamara la atención, y se alegraba de saber que Tschu no funcionaba así.

—¿Y ya sabe por qué? —preguntó después de un momento, y Tschu se pasó mía mano por el pelo cortado al rape.

—Creo que sí, señora. El problema es lo que voy a hacer para solucionarlo.

—Explíquemelo, comandante —le sugirió Honor, y él frunció el ceño.

—Básicamente es una cuestión de rango —comenzó, después se detuvo y respiró hondo—. Antes de continuar, señora, por favor entienda que no estoy poniendo excusas. Si tiene algún consejo o sugerencia, será un placer escucharlos, pero sé quién es el responsable de Ingeniería. —Miró a Honor a los ojos con franqueza hasta que su capitana asintió y después continuó.

»Una vez dicho eso, creo que sí que necesito algún consejo. Esta es la primera vez que dirijo un departamento y hay un par de cambios que me gustaría probar pero no me siento cómodo haciéndolos sin consultarlo antes con usted. Y si los hago, me temo que significará apartarse bastante de los procedimientos normales.

Honor volvió a asentir. Nimitz estaba demasiado ocupado con Samantha para que Honor pudiera percibir las emociones del ingeniero, pero no le hacía falta su vínculo con el felino para reconocer su franqueza. Como muchos de sus oficiales, era joven para el rango que ostentaba y, como le había dicho, era la primera vez que era el único responsable de dirigir su propio departamento. Era obvio que esa inexperiencia se hacía notar y Honor sospechaba que lo que quería en realidad de ella era que le dijera que lo que fuera que tenía en mente era una respuesta aceptable, no que se levantara y le solucionara ella los problemas.

—De acuerdo —dijo con un tono más normal—. Como en todos nuestros departamentos, tengo un montón de novatos y el tamaño de esta nave solo exacerba el problema. Con Fusión Uno metido en el centro del casco y Fusión Dos todavía en su posición original, necesito casi quince minutos solo para ir de una central eléctrica a la otra, y las dos están muy lejos del híper principal, las salas de propulsores y la Central de Control de Daños. Durante las primeras semanas me pasé demasiado tiempo intentando desplazarme de un sitio a otro entre unas secciones de trabajo muy dispersas, y mis ayudantes seguían mi ejemplo. Estoy seguro de que una gran parte era debido a que sé lo novatos que son la mayor parte de mis chicos y quería estar disponible si surgía algún problema. Por desgracia, lo único que conseguía era intentar estar en demasiados sitios a la vez. Era un pato mareado y cuando aparecía un problema, yo casi siempre estaba donde no debía. —Se encogió de hombros y se frotó una ceja con una sonrisa irónica.

»Esa parte ya está solucionada. He hecho que se metieran enlaces de conexión extra en Fusión Uno y hemos construido repetidores completos de los paneles de control maestros de Fusión Dos e Híper también en el Uno. Eso debería permitirme monitorizarlos directamente y dejarme comunicarme cara a cara con cada estación a la vez si hace falta.

Honor asintió de nuevo. Sabía que Tschu estaba haciendo modificaciones, pero no se había dado cuenta de que eran tan extensas como parecía estar sugiriendo. Pero lo aprobaba y puso otro positivo mental al lado del nombre del ingeniero. Las personas que se metían a fondo para resolver los problemas en lugar de quedarse paradas retorciéndose las manos, por desgracia, escaseaban mucho.

—El mayor problema que tengo ahora es que no estoy viendo aumentar la eficiencia tras las nuevas disposiciones, no tanto como había anticipado. Parte es de esperar, con tantos novatos que todavía están aprendiendo su trabajo, supongo, y nos está llevando más tiempo sacarle toda esa mierda teórica de la cabeza porque tenemos muy poca gente experimentada que pueda servirnos de mentores. Pero en parte es también por la naturaleza de esa gente «experimentada». Con franqueza, tengo unas manzanas muy podridas ahí abajo, señora.

Honor irguió el sillón una vez más y plegó las manos sobre la mesa. Hasta ese momento (gracias, sin duda, a Sally MacBride) el Viajero había experimentado pocos de los problemas disciplinarios que Honor medio se había esperado. La contramaestre no era de las que aguantaban tonterías y Honor estaba bastante segura de que había solucionado unos cuantos problemas de personal con intervenciones directas que los militares de carrera no se imaginarían. Como capitana del Viajero, Honor podía vivir con eso, pero parecía que Tschu también tenía problemas. Y, pensó, sintiéndose culpable, había sido ella la que les había dado a los oficiales del Viajero más agitadores en potencia de los que en realidad les correspondían.

—Tengo más o menos una docena de casos difíciles de verdad —dijo Tschu—. Dos de ellos son auténticos problemas. Tienen la preparación y la experiencia necesaria para hacer su trabajo, pero son unos camorristas, así de sencillo. Se tocan la barriga si no hay alguien encima de ellos a cada momento y presionan a los novatos para que hagan lo mismo. No puedo rebajarlos porque ya no se les puede rebajar más, ya son la escoria del departamento.

—¿Quiere que los saque de ahí? —preguntó Honor en voz baja.

—Señora, nada me gustaría más —dijo Tschu con franqueza—, pero creo que sería un error. Lo que tengo que hacer es conseguir que levanten el culo y no lo vuelvan a sentar, y asegurarme de que todo el mundo se entere.

—Ya veo. —Honor asintió, estaba de acuerdo y le complacía la respuesta de Tschu.

—El problema es que algunos de mis suboficiales mayores no están haciendo su trabajo. Mis niños problemáticos tienen mucho cuidado de no intentar nada cuando hay un oficial por allí, pero según los diarios de los turnos, están montándolas de todos los colores cuando no estamos. El mayor problema es Propulsor Uno, el jefe de la sala de máquinas no tiene agallas para amilanar a los camorristas sin el apoyo de un oficial, pero la situación es casi peor en el tercer turno. —El ingeniero hizo una pausa y después sacudió la cabeza—. En cierto modo, entiendo que los jefes en cuestión anden espantados —admitió—. Ingeniería puede ser un lugar peligroso y, si he de ser totalmente honesto, creo que al menos los dos que he mencionado son capaces de organizarle un «accidente» al que los cabree.

—El que se atreva a organizar un «accidente» en mi nave rezará a los cielos pidiendo no haber nacido —dijo Honor muy seria.

—Lo sé, y usted solo los tendrá delante después de que yo haya acabado con ellos —dijo Tschu—. Pero hasta que intenten algo de verdad, todo lo que puedo hacer es advertirles y no me parece que me crean. Y lo que es peor, los dos suboficiales mayores que parecen estar rindiéndose tampoco se lo creen.

—¿Entonces qué quiere hacer sobre el tema?

—Bueno, señora… —Tschu le echó un vistazo a Cardones, que asintió, y después cogió una gran bocanada de aire—. Lo que quiero hacer, señora, es relevar Los dos suboficiales mayores que he mencionado. Les encontraré algún destino de mierda, algo que se los quite de encima a otra gente y que le deje claro a su personal que los hemos sacado de ahí por falta de rendimiento. Pero ya tengo un suboficial mayor menos de lo requerido por la plantilla. Si los echo, tendré que sustituirlos por alguien que tenga agallas para hacer el trabajo y no tengo personal con el rango y la actitud necesarios para hacerlo.

—Ya veo —repitió Honor mientras iba repasando opciones mentalmente. Dada la prisa con la que habían tripulado sus naves, andaban muy justos de personal y Tschu tenía razón sobre la falta de suboficiales mayores. Y nadie más tenía personal equivalente que pudiera pasarle al ingeniero.

—¿Qué hay de Harkness? —le preguntó a Cardones después de un momento.

—Pensé en él, señora. Una cosa que tengo clara es que no le iba a pasar ni una a nadie, y solo un lunático se atrevería a meterse con él. El problema es que Scotty lo necesita. Técnicamente hablando, quizá pertenezca a Misiles, pero también es el mejor ingeniero de vuelo de naves ligeras que tenemos. No solo tiene al día las pinazas, sino que también se pasa mucho tiempo en los escuadrones de NAL. Si lo sacamos de Operaciones de Vuelo, vamos a dejar un agujero inmenso en ese departamento.

—Comprendido —murmuró Honor, y volvió a mirar a Tschu—. Supongo, Harry, que si está haciendo esta propuesta, es porque tiene algún candidato en mente.

—Sí, señora, pero ninguno tiene el rango necesario para el trabajo. Ese es mi problema. El suboficial Riley ya está ejerciendo de jefe de turno en la Central de Control de Daños y supongo que puedo ascenderlo a suboficial mayor y ponerlo en Propulsor Uno en el tercer turno. Pero con eso sigo necesitando a alguien para el primer turno, que es la patata caliente de verdad, además de un sustituto para Riley en la CCD. Tengo a dos personas en mente, pero el caso es que este es su primer destino. Sé que pueden asumir la responsabilidad y hacer el trabajo, pero los dos son solo técnicos de segunda clase.

—¿Quiere poner a un técnico de segunda clase en la plaza de un suboficial mayor? —preguntó Honor con tono muy cauto, y Tschu asintió.

—Sé que parece una locura, señora, pero las listas de turnos ya no pueden ser más justas. Ya he destinado a mucha gente basándome en la capacidad y no en el rango porque es el único modo de que se haga el trabajo, pero los reajustes que puedo hacer tienen un límite si no quiero empeorar las cosas. Si ascendemos a las personas que estoy pensando, haremos menos daño a mi programa general.

—¿No tienen a ningún suboficial mayor que crea que puede encajar en esas plazas?

—No, señora. La verdad es que no. Oh, tengo gente muy buena ahí abajo, no estoy intentando decir que todos sean un problema, ni siquiera la mayoría. Pero andamos tan justos de personal y hay tanto trabajo que, como ocurre con el jefe Rile y, los que tienen la experiencia necesaria y, eh, la fortaleza intestinal requerida, ya están en los puestos básicos. No puedo sacar a uno sin dejar otro agujero y no tengo a nadie que los sustituya para tapar los agujeros.

—Ya veo. Y con exactitud, ¿quiénes son los segunda clase de los que estamos hablando?

—Técnico de motores Maxwell y técnica electrónica Lewis, señora —interpuso Cardones, tecleó algo en su carpeta y lo miró—. Ambos tienen notas muy altas en la academia y los dos han tenido un rendimiento ejemplar desde que llegaron a bordo, además son un poco mayores para el rango que ostentan, pero eso es solo porque se enrolaron después de que comenzara la guerra —añadió a modo de explicación—. Maxwell es especialista en motores; se especializó en la marina mercante y era jefe de sala de máquinas en la naviera DO; en realidad solo necesitó el curso de la Armada para conseguir la certificación. Es bueno, señora, muy bueno. Lewis es especialista en gravitatónica. No tiene ninguna experiencia anterior, pero le he echado un buen vistazo a su historial desde que llegó a bordo. Es firme como una roca y el jefe Riley habla muy bien de ella, sobre todo a la hora de encontrar y solucionar problemas. Harry quiere que sustituya a Riley en la CCD y quiere a Maxwell para Propulsor Uno. Con franqueza, creo que lo harían muy bien en esos puestos, pero ninguno tiene, ni de lejos, el rango que lo justifique ante DepPers.

—El primer oficial tiene razón en eso, señora —dijo Tschu—, pero los dos son muy buenos y los dos tienen agallas. Ninguno se amilanaría ante las manzanas podridas.

Honor se meció en el sillón otra vez y se quedó mirando a Nimitz y Samantha sin verlos mientras lo pensaba. El problema, como ni Cardones ni Tschu tenían que decirle, era que no podía coger sin más a dos marineros de segunda clase y convertirlos en suboficiales mayores interinos. Si iban a cumplir con esas obligaciones, no solo se merecían el rango oficial que las acompañaba, lo necesitaban. Ya habría resentimiento suficiente entre la gente a la que habían pasado por encima, pasara lo que pasara; si no recibían la licencia de los emolumentos que por lo general iban con el trabajo, su autoridad moral quedaría bajo sospecha. Pero si Honor les daba esas cimbras, tendría que ser capaz de justificar sus acciones.

La capitana de una nave de la reina tenía autoridad de sobra para ascender a quien fuera durante un despliegue. Tales ascensos eran «interinos» hasta el final de la misión, como el que le había dado a Aubrey Wanderman. Pero su confirmación por parte de DepPers al final de la misión era casi automática, solo se hacía una somera inspección del expediente del individuo y de sus niveles de eficiencia; la teoría era que una capitana era más que capaz de juzgar la idoneidad de su personal para un ascenso.

Sin embargo, si Honor ascendía de repente a un técnico de segunda clase a suboficial mayor, DepPers iba a hacer muchas preguntas. No sería la primera vez que un capitán se andaba con favoritismos y era inaudito un ascenso tan repentino. Tendría que ser capaz de justificarlo con los resultados que obtuviera y más valía que esa justificación fuese razonada. Y lo que era peor, el único modo que tenía DepPers de rectificar cualquier error por su parte sería rebajando a Maxwell y a Lewis a lo que considerara sus rangos apropiados, lo que equivaldría a una degradación con causa. No lo llamarían así en sus expedientes, pero esa degradación los perseguiría durante el resto de su carrera. Cualquier oficial que leyera esos expedientes seguramente pensaría que los habían ascendido por una cuestión de favoritismo y tendrían que trabajar más que cualquier otro para demostrar que no había sido así.

Apartó los ojos de los felinos y volvió a centrarse en Tschu. Este la observaba con gesto nervioso y esa ansiedad era señal de que comprendía mejor que nadie las implicaciones de su solicitud. Pero también parecía seguro de que iba por el buen camino y, al contrario que Honor, conocía a los individuos en cuestión.

—¿Se da cuenta —dijo, ya que alguien tenía que decirlo— de que va a poner a esas personas, Maxwell y Lewis, en una posición muy difícil?

—Sí, señora. —Tschu asintió sin vacilar—. La verdad es que preferiría que fuera solo un puesto interino, pero… —Se encogió de hombros, él también era consciente de lo que Honor ya se había planteado—. En lo que a Maxwell se refiere, conoce su trabajo de arriba abajo y los reclutas lo saben. También saben de dónde sacó esa experiencia y es un tipo grande y duro. Dudo que ni siquiera Steil —Se detuvo—. Dudo que ni siquiera el peor camorrista quiera ponerlo a prueba. Lewis no impone tanto físicamente hablando, pero, creo, con franqueza, que tiene una gran capacidad de liderazgo, y es una especie de maga a la hora de encontrar y solucionar problemas. No se le da tan bien la teoría, pero incluso de eso sabe más que el noventa por ciento de la gente que tengo. No me sorprendería que saliera disparada como un mustang durante los próximos diez años y terminara haciendo mi trabajo, señora. Quizás antes, con los programas rápidos de instrucción de oficiales que DepPers está diciendo que va a implantar. Es muy buena.

Honor se limitó a asentir, pero le sorprendió el cálculo que hacía Tschu del potencial de Lewis. La RAM tenía mustangs que habían empezado como soldados rasos y se habían ganado los ascensos a pulso, más que la mayor parte de las armadas con tradición aristocrática, pero era inaudito que alguien distinguiera a una simple segunda clase en su primer destino y dijera que tenía madera de oficial. La breve sospecha de que quizá Tschu tuviera razones personales para ascender a Lewis le cruzó la mente como un destello, pero la desechó al instante. No era de los que se involucraban sexualmente con sus reclutas, e incluso si lo fuera, seguro que ella habría percibido algo en él por medio de Nimitz.

El caso era que Harold Tschu le estaba pidiendo que arriesgara su criterio profesional por dos personas a las que ni siquiera conocía. Hacían falta agallas para hacer eso, muchos capitanes estarían encantados de vengarse de él si DepPers caía sobre ellos por culpa de ese tema, pero eso tampoco significaba necesariamente que tuviera razón. Por otro lado, era su departamento. Al contrario que Honor él sí que conocía a las personas implicadas y había que hacer algo. Todos los demás departamentos de la nave dependían de Ingeniería, y Control de Daños sería un factor crítico en cualquier combate.

En realidad, todo se reducía a si ella tenía fe o no en el criterio de Tschu. En cierto sentido, el ingeniero la había arrinconado. Y no lo culpaba, pero al proponer aquella solución, le había dado solo dos opciones: o estaba de acuerdo con él, o no lo estaba y, por tanto, insinuaba que no tenía fe en él. Nadie lo sabría jamás salvo ella. Rafe y el propio Tschu…, pero con eso ya sería suficiente.

—De acuerdo, Harry —dijo al fin—. Si cree que esa es la solución, vamos a probar. Rafe —miró a Cardones—, que el jefe Archer procese el papeleo antes del cambio de turno.

—Sí, señora.

—Gracias, señora —dijo Tschu en voz baja—. Se lo agradezco.

—Usted vuelva a Ingeniería y demuéstreme que era lo que había que hacer —respondió Honor con una de sus sonrisas sesgadas.

—Lo haré, señora —le prometió el capitán de corbeta.

—Bien.

Los dos oficiales se levantaron para irse y Samantha saltó de la mesa al hombro de Tschu. Pero no se subió del todo, se quedó aferrada a la parte superior del brazo del ingeniero y miró a Nimitz, que se volvió y miró a Honor con ojos risueños.

—¿Está en condiciones de llevar dos felinos, señor Tschu? —preguntó Honor con sequedad.

—Soy esfingino, señora —le respondió el ingeniero con una leve sonrisa.

—Pues casi que menos mal —se rio Honor y observó que Samantha seguía subiendo hasta el hombro derecho de su persona. Nimitz la siguió un momento después y se encaramó al hombro izquierdo de Tschu; una sensación de satisfacción bañó el vínculo con Honor.

»Pero no te quedes por ahí hasta muy tarde, Apestoso —le advirtió Honor—. Mac y yo no vamos a esperar para cenar, y hoy tenemos conejo.