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Honor se levantó y se tiró del borde de la guerrera de gala cuando la pinaza atracó en la Estación Alfa, el nodo central de la infraestructura orbital de Potsdam. Control de Acercamiento no había dado indicación de ver nada especial en su pinaza, aunque tampoco se lo esperaba. Sospechaba que alguien como Herzog Rabenstrange, al que tan bien se le daba averiguar cosas, se le daba incluso mejor mantenerlas en secreto… lo que en esos momentos tanto podía ser una bendición como lo contrario. Se preguntaba qué era lo que pretendía el Imperio en realidad en lo que a su escuadrón se refería, pero también estaba segura de que solo descubriría lo que Rabenstrange decidiera dejarle descubrir. Con todo, si la intención del Imperio era poner objeciones, no había necesidad de que el almirante disimulara. Eso tenía que ser buena señal, como lo era aquel ofrecimiento explícito de apoyo operativo.

La luz verde se encendió cuando el tubo de acoplamiento quedó bien sellado y el ingeniero de vuelo abrió la escotilla. Honor miró una vez a su trío de hombres de armas y después se puso a Nimitz en el hombro. Al contrario que los graysonianos, el felino estaba completamente relajado, así que Honor decidió tomárselo como otra buena señal cuando estiró la mano para coger la abrazadera y meterse en la gravedad cero del tubo.

Tal y como le habían prometido, la galería del muelle estaba vacía a excepción de una única comandante de la AIA. El alfiler de oficial del estado mayor le colgaba del hombro, y se cuadró y saludó cuando Honor salió de un salto del tubo. Honor le devolvió el saludo y la oficial andermana le tendió la mano.

—Comandante Tian Schoeninger, milady —dijo—. Soy la oficial de operaciones del almirante Rabenstrange. Bienvenida a Nuevo Berlín.

—Gracias, comandante. —Honor le devolvió el apretón con cautela, la gravedad de Potsdam era solo de un ochenta y cinco por ciento de la de la Tierra, menos del sesenta y cinco por ciento de la de Esfinge. Al igual que la mayor parte de los andermanos, Schoeninger era pequeña, esbelta y de huesos finos; sus ojos, tan almendrados como los de la propia Honor, centellearon cuando le dedicó una sonrisa a la impresionante altura de la capitana.

—Mis hombres de armas —dijo Honor señalando con la mano libre a LaFollet Jamie Candless y Eddy Howard. La comandante frunció un poco el ceño y empezó a decir algo cuando vio las armas de pulsos enfundadas de los guardaespaldas, pero luego cerró la boca y se conformó con un asentimiento.

—Caballeros —dijo después de la más breve de las pausas—. Creo que nunca he tenido el placer de conocer a un graysoniano. Tengo entendido que su mundo es tan, eh, arduo como Potsdam.

—A su manera, señora —reconoció LaFollet en nombre de sus compañeros, y la oficial sonrió. Después soltó la mano de Honor y señaló con un gesto la pinaza de la AIA amarrada junto al Viajero.

—Si tiene la bondad de seguirme, milady, el almirante Rabenstrange la espera.

* * *

La pinaza de la AIA era un modelo VIP con todas las comodidades de una costosa lanzadera civil de pasajeros, incluyendo un bar con una portentosa variedad de botellas. El suelo de la cubierta estaba alfombrado, los asientos eran de una comodidad pecaminosa y la música brotaba de altavoces escondidos; Honor se preguntó si formaba parte de la dotación de parásitos habitual del Derfflinger. Era un espécimen bastante inútil en lo que a naves militares pequeñas se refería, pero quizá la AIA la consideraba apropiada para un almirante, sobre todo cuando ese almirante era también el primo del emperador.

El piloto hizo una aproximación oblicua a la nave insignia de Rabenstrange para darles a los pasajeros la oportunidad de apreciar el superacorazado y Honor estudió al Derfflinger con interés. Había visto unas cuantas naves de guerra andermanas la última vez que había estado destinada en Silesia, pero, al igual que la RAM, en la Confederación la AIA utilizaba sobre todo naves ligeras. Esa era la primera mirada de cerca que podía echarle a una nave imperial de barrera, y era impresionante.

Sabía por los informes de inteligencia que las naves de la clase Seydlitz, como el Derfflinger, eran medio millón de toneladas más pequeñas que la clase Esfinge de la RAM, lo que las convertía en unas naves que eran algo más de tres cuartas partes de un millón de toneladas más ligeras que las recién incorporadas naves de clase Gryphon, pero todavía le conferían a la nave insignia de Rabenstrange un peso bastante superior a los siete millones de toneladas. Compartía el casco de doble extremo y blindado de todas las naves de guerra impulsadas por propulsores, pero era gris en lugar del color blanco que preferían tanto la RAM como la AP y, en lugar de un número en el casco, llevaba el nombre esmaltado junto al anillo de propulsores de popa, en unas letras doradas con ribetes rojos de al menos cinco metros de altura. Su armamento también estaba dispuesto de forma diferente, las armas iban separadas con una cubierta para gráseres relativamente ligeros entre dos cubiertas para misiles muy pesados; Honor frunció los labios en un silbido silencioso. El Derfflinger ya era más pequeño que un SA de la RAM y los polvorines para tantos tubos era obvio que habían reducido muchísimo la masa que podría haberse utilizado para armas de energía. Pero si bien esa nave sería mucho más débil que una de sus homologas manticorianas en un combate con armas de energía, también llevaba bastantes más misiles en los costados que una Esfinge. Honor lo sabía por los informes que le habían dado, pero verlo en persona seguía resultando bastante sorprendente. Le veía varias ventajas a la mezcla de armamento, pero el Derfflinger se encontraría en un serio aprieto si algún enemigo conseguía acercarse a él.

La nave flotaba sobre un fondo de estrellas en su órbita de estacionamiento, una montaña de aleación y blindaje adornada por las luces verdes y blancas de toda nave estelar atracada. Mientras la estudiaba, Honor comprendió de repente por qué la AIA había aceptado unos SA más pequeños. La masa inferior del Derfflinger le permitiría alcanzar una aceleración superior a la de una Gryphon, a igual eficiencia de compensadores, y esa vivacidad encajaba a la perfección con la doctrina de misiles pesados que parecía haber adoptado la AIA. Claro que, pensó con una sonrisa que ocultó con cuidado, los andis quizá se encontraran con que no era tan eficaz contra la RAM como se esperaban. Los lanzamisiles de Mantícora y los compensadores inerciales actualizados podían compensar de sobra las ventajas del Derfflinger. Un SA de la RAM podía igualar con creces el peso de lanzamiento de la nave andi, al menos en la primera andanada, y el mejor compensador de la nave manticoriana la haría por lo menos igual de maniobrable, a pesar de la ventaja con la que contaba el Derfflinger en cuanto a masa.

Por otro lado, pensó y de repente perdió las ganas de sonreír, los tipos que tienen en inteligencia fueron capaces de averiguarlo del escuadrón. Me pregunto si también están trabajando en la adquisición de nuestros diseños de compensadores. ¡Mira tú que idea tan bonita!

La pinaza se acercó con un movimiento rápido a su destino, desconectó la cuña y entró por debajo del gigante de la órbita solo con los propulsores convencionales, un tractor la metió después en la resplandeciente caverna de una dársena. La depositó con suavidad en una horquilla y la cubierta alfombrada tembló cuando los brazos mecánicos de atraque la sujetaron al dispositivo.

Un capitán de corbeta de aspecto impecable la saludó y su compañía se cuadró cuando Honor salió de un salto del tubo. El intercomunicador omitió el anunció habitual de la llegada de un oficial, pero las gaitas del contramaestre piaron. Eran de las antiguas, las que funcionaban a base de pulmón, no la versión electrónica que utilizaba la RAM, y Honor mantuvo el saludo de respuesta hasta que se apagó el sonido.

—¿Permiso para subir a bordo, señor? —preguntó entonces.

—Permiso concedido, milady —respondió el capitán de corbeta mientras bajaba la mano de golpe del borde de su gorro alto con visera. Aquel uniforme de cuello alto tenía que ser muy incómodo, pensó Honor, y mantener su prístina blancura libre de manchas debía de ser una lata, pero la verdad era que el aspecto era impecable.

Al igual que el de los marines de la guardia de honor. Como ocurría en la Armada de Grayson, pero al contrario que en la RAM, los marines de la AIA eran unidades del ejército destinadas a una nave. Las naves andermanas también llevaban menos marines, ya que su única función era proporcionar una tuerza de abordaje y de combate en tierra, pero su instrucción era tan rígida como la de cualquiera de los marines de Honor y parecían tan competentes como peligrosos, incluso con el uniforme de gala. El pecho de las guerreras negras lucía elaborados alamares, cosa que a Honor le pareció decididamente raro y el oficial que iba en cabeza incluso llevaba una pelliza ribeteada de piel sobre un hombro e iba tocado por un gorro alto de piel con un esqueleto de plata en el frente.

Honor alzó las cejas ya que ese esqueleto indicaba que los «marines» del Derfflinger eran un destacamento de los húsares Totenkopf, el equivalente del Regimiento de la Reina del Real Ejército Manticoriano. Gustav Anderman había diseñado en persona el uniforme de los Totenkopf para que reflejaran su «legado prusiano»; Honor se preguntó si sería tan incómodo como parecía. Por otro lado, al igual que el hombre que había diseñado sus uniformes, la reputación de los Totenkopfs era tal que a la gente pocas veces le daba por reírse de ellos. Pero no se les veía mucho fuera de Potsdam, salvo en tiempo de guerra, y su presencia en la nave era señal de que el emperador tenía en muy alta estima a Rabenstrange.

Su oficial levantó la espada para saludar cuando los soldados se cuadraron, Honor respondió al saludo mientras seguía a Schoeninger hasta el ascensor. La comandante tecleó un código de destino y después le dedicó a Honor una sonrisa tímida cuando el ascensor comenzó a moverse.

—No cabe duda de que nuestra gente es… pintoresca, ¿verdad? —murmuró.

—Sí. Sí que lo son —respondió Honor con tono neutro, no estaba muy segura de qué pretendía decir Schoeninger, pero la comandante se limitó a sacudir la cabeza.

—Le aseguro que nuestros uniformes de faena son mucho más prácticos, milady. Hay momentos en los que desearía un poco menos de anacronismo deliberado en el corte de nuestro uniforme de gala, pero supongo que ya no seríamos nosotros si renunciáramos a él.

Su tono era tan irónico que Honor sonrió, pero también le ofreció una oportunidad que no esperaba.

—¿Esos eran los húsares Totenkopf, verdad? —preguntó.

—Sí, así es. —Schoeninger parecía sorprendida de que Honor los hubiera reconocido, aunque no había sorpresa entre las emociones que Honor percibía a través de su vínculo con Nimitz.

—Tenía la impresión de que solo dejaban Potsdam en tiempo de guerra. —Honor convirtió la afirmación en una pregunta y Schoeninger asintió.

—Ese suele ser el caso, milady. Pero Herzog Rabenstrange es primo carnal del emperador. Asistieron juntos a la Academia y siempre han estado muy unidos. Su majestad ordenó en persona que se asignara a los Totenkopf a su nave insignia.

—Ya veo. —Honor asintió poco a poco y la comandante volvió a sonreír. Era una sonrisa muy leve, pero Honor percibió la satisfacción de Schoeninger y comprendió que la comandante había guiado la conversación de forma deliberada para poder hacer esa última afirmación. Honor se preguntó si solo había sido para dejar clara la importancia social de su jefe. Pero, por lo poco que había visto hasta entonces de la comandante Schoeninger, no parecía muy posible. Era mucho más probable que la comandante quisiera asegurarse de que Honor era consciente de que cualquier cosa que dijera Rabenstrange se podía tomar como algo procedente del círculo más íntimo del emperador. Fueran cuales fueran sus intenciones, Schoeninger había sido muy sutil y Honor sintió una gran admiración por ella. Puede que la sutileza no fuera su fuerte, pero eso no significaba que no supiera apreciarla en otros.

El ascensor llegó a su destino y la comandante los llevó por un pasillo hasta una escotilla protegida por otros dos marines de uniforme negro que se cuadraron al verlas acercarse.

—Invitados para ver al almirante —dijo Schoeninger—. Nos esperan.

—Sí, señora. —El marine que respondió habló en inglés estándar, no en alemán, un detalle que Honor supo apreciar; después apretó una tecla de comunicación—. Fregattenkapitanin Schoeninger und Gratín Harrington, Herr Herzog —anunció, y un momento después se abrió la escotilla.

—¿Si tiene la bondad de acompañarme, milady? —dijo Schoeninger y abrió la marcha hacia el camarote más suntuosamente amueblado que Honor había visto jamás. Las dimensiones eran algo más pequeñas que las dependencias que había tenido ella a bordo del Terrible, pero el mobiliario era de una magnitud muy diferente.

—¡Ah, lady Harrington! —El propio Chien-lu von Rabenstrange se levantó para saludarla y le tendió la mano con una sonrisa, otros dos oficiales permanecían tras él. Eran hombres los dos, uno bastante fornido para ser andermano, con el uniforme de capitán, y el otro un comandante que, al igual que Schoeninger, luda el alfiler de oficial del estado mayor.

—Herzog Rabenstrange —murmuró Honor estrechándole la mano. El capitán que estaba detrás puso una expresión un tanto afligida cuando vio las armas que portaban sus hombres de armas y sus ojos se dirigieron de soslayo a su almirante con un matiz preocupado, pero Rabenstrange se limitó a señalar con un gesto a sus compañeros.

—Capitán Gunterman, mi capitán superior, y el comandante Hauser, mi oficial de inteligencia —dijo, y sus subordinados se adelantaron para estrecharle las manos a su vez.

—Mis hombres de armas, milord —dijo Honor—. Mayor LaFollet, hombre de armas Candless y hombre de armas Howard.

—¡Ah, sí! —respondió Rabenstrange—. He leído sobre el comandante LaFollet en su informe, milady. —Le tendió la mano al graysoniano sin una sola vacilación que indicara que era consciente de que su cuna era mucho más elevada, y esa vez la sonrisa que le dedicó a Honor era mucho más seria—. Es usted muy afortunada por tener unos guardianes tan devotos y, según su expediente, tan competentes.

LaFollet se sonrojó, pero Honor se limitó a asentir.

—Sí, milord, lo soy —dijo sin más—. Espero que su presencia no suponga un problema.

—Según el protocolo más estricto, supongo que podría considerarse que lo es —respondió Rabenstrange—. Pero dadas las circunstancias y su estatus, milady, son bienvenidos.

Era obvio que el capitán Gunterman quería discutirlo y Honor lo entendía Sabía cómo se habría sentido ella si un oficial extranjero hubiera querido llevar criados armados a presencia de un miembro de la Casa de Winton. Pero Rabenstrange parecía sincero. De hecho, parecía encantado de conocerla y las emociones que coloreaban el vínculo que la unía a Nimitz combinaban la bienvenida, la diversión, la anticipación y cierto placer malicioso con una seriedad innegable.

—Gracias, mi señor, le agradezco su comprensión —dijo, y el almirante sacudió la cabeza.

—No tiene nada que agradecerme, milady. La he invitado y es usted mi huésped. Como tal, esperaba que satisficiera los requisitos legales de su posición.

Honor sintió que volvía a alzar las cejas ante aquella nueva indicación de lo bien que habían informado al almirante sobre ella. Muy pocos manticorianos se daban cuenta que la ley graysoniana exigía la presencia de sus hombres de armas y le asombró que Rabenstrange lo supiera. Pero se le notó la sorpresa y el almirante volvió a sonreír.

—Tenemos un informe bastante extenso sobre usted, milady —dijo en un tono que estaba entre la diversión y la disculpa—. Sus, eh, logros, la han convertido en una persona de especial interés para nosotros, ¿sabe?

Honor sintió que se le calentaban los pómulos, pero Rabenstrange se limitó a lanzar una risita y le indicó un sillón con un gesto. Los otros andermanos también se sentaron y LaFollet ocupó su lugar habitual a su lado mientras Candless y Howard se situaban con toda la discreción posible contra un mamparo. Apareció un mayordomo para ofrecerles una copa de vino y después se desvaneció tan silenciosamente como había llegado. El vino era tan oscuro que de hecho era negro y Rabenstrange esperó mientras Honor probaba su copa.

—Muy bueno, mi señor —dijo—. Creo que nunca he probado nada parecido.

—No, es cosecha de Potsdam. Cuando los microbiólogos rediseñaron nuestros cultivos terrestres, crearon por accidente una cepa de uvas que solo se da en Potsdam, pero que produce un vino más que notable. Uno de sus logros más fortuitos, pura serendipia, según creo.

—No cabe duda, mi señor. —Honor tomó otro sorbo con agrado, después se recostó y cruzó las piernas. Nimitz se dejó caer en su regazo y se puso cómodo; Honor ladeó la cabeza y miró a Rabenstrange con una leve sonrisa—. No obstante, milord, dudo que me haya invitado a bordo solo para compartir su bodega conmigo.

—Desde luego que no —asintió Rabenstrange mientras se recostaba también en su sillón. Apoyó los codos en los brazos y acunó la copa con aire relajado entre las manos antes de devolverle la sonrisa—. Como ya le he dicho, quería que el comandante Hauser tuviera la oportunidad de compartir con usted los datos que tenemos sobre la situación en la Confederación; de hecho, le he pedido que preparara un infolio en chip que resume todos nuestros informes de los últimos meses-T. Pero si he de serle sincero, milady, la he invitado porque quería conocerla.

—¿Conocerme, mi señor? ¿Me permite preguntarle por qué?

—Desde luego que sí. —La sonrisa de Rabenstrange se amplió y Honor percibió una oleada mayor de aquel placer malicioso cuando le centellearon los ojos—. Supongo que debería admitir que todavía me queda un poco del chico malo que fui —dijo, con una sonrisa apabullante— y uno de mis objetivos es deslumbrarla con la profundidad de la información que tenemos sobre el Reino Estelar en general y sobre usted en particular. —Honor ladeó una ceja con ademán cortés y el otro se echó a reír—. Una de las cosas que los andermanos hemos aprendido a lo largo de los años, milady, es que no es muy inteligente permitir que un aliado (o un enemigo) en potencia ignore la capacidad de nuestros servicios de inteligencia. Simplifica muchísimo la vida que la gente con la que debes tratar sea consciente de que es muy probable que sepas más de lo que ellos creen.

Honor tuvo que echarse a reír. Allí tenía un hombre que disfrutaba jugando, pensó. Había una arrogancia indiscutible entre sus emociones, era consciente de su posición dentro de la jerarquía imperial, pero también parecía negarse a tomarse demasiado en serio. La capitana percibió el acero que subyacía en su personalidad, sabía que Rabenstrange era un defensor tan ferviente del concepto del deber como ella, pero eso no significaba que no pudiera divertirse. Sin duda podía ser un hombre muy peligroso, pero también era una persona con un entusiasmo que ella pocas veces había visto.

—Considéreme deslumbrada, milord —le dijo con ironía—. Le aseguro que el próximo informe que envíe al Almirantazgo hará tanto énfasis como podría usted desear en la capacidad de sus servicios de inteligencia.

—¡Excelente! ¿Lo ve? Ya me he deshecho de una parte considerable de mi misión —el capitán Gunterman sacudió la cabeza, como un tutor con un pupilo díscolo, pero Rabenstrange no le prestó ninguna atención mientras continuaba—. Además, estaba deseando conocerla por todo lo que ha logrado usted para su reina. Tiene usted un historial más que notable, milady. Nuestros analistas esperan verla mucho en los años venideros y creo que nunca les viene mal a los oficiales que están en activo ver la valía del otro en persona.

Había un matiz leve, pero nítido de advertencia en esas palabras. El calor de la bienvenida de Rabenstrange no remitió en absoluto, pero Honor lo entendió todo. No estaba muy segura de compartir la opinión del almirante sobre el peso que tenía ella en la RAM, pero lo comprendió. Ya fueran aliados o enemigos, cualquier información personal sobre el hombre o mujer que había tras el nombre de un oficial era inestimable para cualquier comandante.

—Y por último, pero no menos importante, milady, está usted a punto de llevar su escuadrón a Silesia. —Rabenstrange se había puesto muy serio y se había inclinado hacia delante—. El Imperio comprende bien lo crítica que se ha hecho la situación allí, y tanto la reducción en los niveles de fuerza habituales de su reino como la naturaleza de su mando, señora, es una clara indicación del nivel de compromiso de su flota hacia la República Popular. Mi primo desea que le deje claro (y a través de usted, que se lo deje claro al Almirantazgo) que la opinión actual que tienen nuestros diplomáticos sobre la Confederación es algo que comparte por completo nuestro estamento militar.

—¿Y esas opiniones son, milord? —preguntó Honor con cortesía cuando el almirante hizo una pausa.

—Al igual que su reino, el Imperio tiene poderosos intereses en Silesia —dijo Rabenstrange en voz baja—. Sin duda ya le han dado un informe completo y sé que no es la primera vez que sirve en esa zona así que no intentaré ocultar que consideramos que buena parte de la Confederación es vital para nuestra propia seguridad. Ciertas facciones dentro del Gobierno y la flota han defendido siempre que se tomaran… ¿medidas más estrictas, digamos?, en esas zonas, y el actual recrudecimiento de la piratería ha añadido un punto más a sus argumentos. El hecho de que el Gobierno silesiano esté más sumido en el caos de lo habitual es también un factor en su razonamiento. No obstante, su majestad ha ordenado que no se tome ninguna medida allí sin consultarlo antes con su Gobierno, milady. Es muy consciente de la presión que sufre su Armada y de la amenaza que supone la República Popular para Silesia y, por extensión, para el Imperio. No tiene ninguna intención de realizar ninguna acción que pueda… distraer a su flota de sus actuales operaciones contra los repos.

—Entiendo. —Honor hizo todo lo que pudo por ocultar el alivio que sentía. Las afirmaciones de Rabenstrange concordaban con los análisis tanto del Ministerio de Exteriores como de la OIN, pero había una inmensa diferencia entre las opiniones de los analistas y una declaración directa y formal. Más aún, el origen y el rango naval de Rabenstrange lo convertían en un portavoz extremadamente fiable y el Imperio andermano tenía fama de decir las cosas en serio. En ocasiones, quizá decidiera no decir nada (que quizá fuera una de las formas de mentir más eficaces jamás inventadas), pero cuando decía algo, lo decía de verdad.

Claro que había unos límites muy interesantes en lo que Rabenstrange acababa de decirle. No había dicho que el Imperio tuviera intención de renunciar a los objetivos a largo plazo que tenía en Silesia, pero no movería el bote mientras el Reino Estelar luchaba por su vida contra los repos. Quizá incluso insinuara que esperaban cierta libertad de acción postbélica a cambio de su actual comedimiento, aunque Rabenstrange no lo había dicho. Por fortuna, eran consideraciones que estaban muy por encima del nivel que le correspondía a Honor.

—Le agradezco su sinceridad, mi señor, y no le quepa duda de que le transmitiré sus comentarios a mis superiores.

—Gracias, milady. Pero además de esas garantías, su majestad desea apoyar también sus operaciones. Nuestra marina mercante es mucho más pequeña que la suya y para evitar cualquier impresión de comportamiento provocador, hemos reducido un tanto nuestra presencia en la Confederación. En estos momentos, nos estamos limitando a proporcionarles escolta a nuestras naves y a mantener unas fuerzas ligeras en los sistemas nodales más importantes. Como es natural, su flota mercante es más amplia y por tanto está más expuesta que la nuestra; del mismo modo es natural que sus unidades disponibles estén más forzadas. Su majestad desea que le diga que en aquellas zonas en las que sí mantenemos la presencia de la flota de la AIA, se les ha dado instrucciones a nuestros capitanes para que les proporcionen protección a sus navíos además de a los nuestros. Si su Almirantazgo deseara redistribuir las fuerzas que tienen disponibles a la luz de esas instrucciones, les vigilaremos las espaldas mientras lo hacen. También tenemos intención de estar atentos por si hay alguna indicación de que la República popular pueda estar planteándose, bueno, echar leña al fuego, por así decirlo. Si eso ocurriera, estaremos dispuestos a presionar en el ámbito diplomático al Gobierno actual para intentar que retiren sus unidades. Como es lógico, no podemos prometer ir más allá de las medidas diplomáticas, a menos que una nave de guerra repo ataque nuestros intereses comerciales, pero lo que podamos hacer, lo haremos.

Honor parpadeó ante la inesperada generosidad de la oferta. Tenía sentido, ya que los andermanos, al igual que el Reino Estelar, tampoco querrían tener piratas (o cualquier otro atacante) en Silesia, pero aquello se podía considerar casi como un ofrecimiento informal de alianza.

—Tenga por seguro que lo transmitiré también, milord —dijo Honor, y Rabenstrange asintió.

—Y por último, milady, en lo que respecta a las operaciones de su escuadrón. ¿Estoy en lo cierto al suponer que le han proporcionado una amplia selección de códigos de traspondedor?

—Así es, milord —dijo Honor con cierta cautela. Reajustar el haz del respondedor de una nave estelar era el equivalente al truco de la antigua marina de hacer ondear una bandera falsa. La mayor parte de las naves estelares lo admitían como un ruse de guerre legítimo y media docena de acuerdos interestelares lo sancionaban, pero el Imperio andermano jamás lo había aceptado de modo formal. De hecho, el Imperio consideraba que el uso de sus códigos de identificación por parte de otros era un acto hostil e ilegal… lo que no había evitado que la OIN le proporcionara varios juegos completos de ellos.

—Eso me parecía —murmuró Rabenstrange—, y, por supuesto, una nave Q opera bajo unas restricciones bastante diferentes de las de una nave de guerra normal. —Asintió como para sí mismo y luego continuó—: Su majestad desea que le proporcione un código de autentificación con el que identificará sus naves ante cualquier nave de guerra de la AIA que se encuentre. El mismo código la identificará también ante los comandantes de nuestras estaciones navales de Silesia. Tenemos bastantes menos que ustedes, pero se alertará a las que tenemos para que les proporcionen suministros, datos de los servicios de inteligencia y mantenimiento. Donde sea posible, también les ofrecerán apoyo militar directo contra los atacantes de la zona. Además, su majestad me ha pedido que le informe de que, de momento, nuestra Armada digamos que mirará hacia otro lado si por casualidad alguna de sus naves empleara códigos de traspondedor andermanos.

—Mi señor —dijo Honor con franqueza—. Jamás habría anticipado un apoyo tan generoso por parte de su emperador. Ya debe de saber lo valiosa que puede ser ese tipo de ayuda, sobre todo para una nave Q. Le aseguro que sé reconocer su valor y en mi nombre y en el de mi reina, me gustaría que hiciera llegar el agradecimiento de mi reino a su majestad por su generosidad.

—Por supuesto —respondió Rabenstrange, después se recostó una vez más con una triste sonrisa—. Lo cierto es, milady, que ninguna de nuestras dos naciones quiere que la situación de Silesia se desborde. No cabe duda de que la Confederación es la mayor manzana de la discordia que hay entre nosotros. Si hablo solo a título personal, lo consideraría un desastre para las dos naciones que esa discordia llegara a convertirse en una hostilidad abierta. Por desgracia, nadie puede predecir a dónde pueden llevar a unos poderes interestelares las ambiciones rivales y las preocupaciones completamente legítimas por su seguridad. Al igual que usted, yo soy un simple servidor de la Corona. Sin embargo, ahora mismo en estos momentos, la cordura de la supervivencia contra la República Popular hace que sea esencial que Mantícora y el Imperio conserven las buenas relaciones y su majestad ha tomado las medidas que he descrito dado que son los medios más firmes de los que dispone para dejar claro su compromiso con esa proposición. El hecho de que me proporcione, además, la oportunidad para ofrecerle apoyo y asistencia a una oficia cuyo historial y logros respeto, no es más que un efecto secundario de ese compromiso, efecto que yo agradezco.

—Gracias, milord —dijo Honor en voz baja.

—Sí. —Rabenstrange tomó otro sorbo de vino, después cogió una bocanada de aire y se levantó con un vivo ademán—. ¡Bien! Se acabaron las formalidades, milady. La he invitado a cenar y mi chef ha hecho un esfuerzo especial por usted. Si usted, y sus hombres de armas, por supuesto… —añadió con una sonrisa radiante—, tienen la bondad de unirse al capitán Gunterman, a la comandante Schoeninger, al comandante Hauser y a mí, quizá podamos disfrutar de esa cena como seres civilizados. Ya habrá tiempo suficiente después para aburridos informes militares.