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El almirante de los Verdes sir Luden Cortez, quinto lord del espacio de la Armada Manticoriana, se puso en pie tras su escritorio cuando su alabardero acompañó a Honor Harrington hasta su oficina.

Los últimos tres días habían sido un torbellino para la gobernadora. Había conseguido robar unas cuantas horas para visitar a sus padres, pero todos los demás instantes disponibles se los había pasado arrastrándose por las entrañas de su nueva nave y discutiendo sus modificaciones con los expertos del Vulcano. No había tiempo para hacer ningún cambio importante en los planos originales, pero Honor había podido sugerir un par de mejoras que todavía podían incorporarse. Una era otro ascensor que conectara las dos bodegas para las NAL, lo que permitiría al personal de servicio moverse con más facilidad en condiciones normales y reducir en un veinticinco por ciento el tiempo que necesitaban las tripulaciones de las NAL en una situación de emergencia. Esa era la más fundamental y laboriosa de las dos y DepNav se había dedicado a poner reparos continuos durante treinta y seis horas antes de autorizarla.

Su otra sugerencia había sido mucho más sencilla y sutil. Cuando había ido tras la nave Q repo Sirio, en Basilisco, la primera advertencia que tuvo de que su adversario estaba armado había sido cuando los repos habían echado por la borda los revestimientos falsos que ocultaban los compartimentos de las armas y el radar de Honor había recogido la señal de los restos que se separaban de la nave. En parte, como respuesta a esa parte del informe que había hecho tras el combate, el Vulcano les había proporcionado a los troyanos cubiertas de escotilla electrónicas en lugar de recubrimientos falsos, y se habían tomado bastantes molestias para hacer que las cubiertas parecieran escotillas de carga normales. Había sido una idea muy loable, pero para cuando incorporaron también las cubiertas en las dársenas de lanzamiento de las NAL, había demasiadas escotillas de carga en los flancos del Viajero, no iban a engañar a nadie que pudiera hacer un reconocimiento óptico decente de la nave.

A menos, por supuesto, que las escotillas fuesen invisibles, que fue por lo que Honor había propuesto cubrirlas con trozos de plástico modelados y pintados para que se confundieran a la perfección con el resto del casco. Los trozos, como señaló, serían invisibles para el radar. Los podrían expulsar en el momento de entrar en acción sin que los traicionara el radar, eran baratos, se podían fabricar en solo unos días y sus naves podían almacenar cientos de ellos para sustituirlos después de cada acción.

Al comandante Schubert le había encantado la idea y ni siquiera DepNav había puesto objeciones, lo que lo convertía en una de las ventas más fáciles que había hecho Honor jamás. Sin embargo, incluso mientras se metía de lleno en los detalles del equipamiento, era muy consciente de un engorroso punto que nadie había discutido con ella hasta ese momento: el personal y los pormenores concretos de su misión.

Sabía, en términos generales, lo que el Almirantazgo esperaba que hiciera en Breslau, pero hasta ese momento nadie había dicho nada de forma oficial… igual que nadie le había dicho ni una palabra sobre las compañías que tripularían sus naves. Las explicaciones podían ser muchas, después de todo, todavía faltaban más de tres semanas para que el Vulcano enviara al Viajero a las pruebas posteriores a la remodelación, pero le pareció raro. Ni siquiera sabía quién iba a ser su primer oficial ni qué candidatos había para capitanear las otras tres naves de su pequeño escuadrón. En cierto sentido estaba encantada de no tener que preocuparse de eso todavía, pero sabía que no debería estarlo. Por mucho que prefiriera concentrarse en una cosa cada vez, era importante empezar a familiarizarse pronto con su equipo de mando y se preguntaba qué era lo que estaba provocando el retraso.

En ese instante, mientras cruzaba el despacho del quinto lord del espacio y estiraba la mano para estrechar la que le ofrecía este a modo de saludo, supo que estaba a punto de averiguarlo. Y mientras percibía una muestra de las emociones de Cortez a través de Nimitz, también supo que no le iba a gustar la razón.

—Por favor, milady, siéntese. —Cortés le ofreció con un gesto la silla que tenía delante del escritorio.

Honor se hundió en la silla y el almirante de rostro puntiagudo y ya un poco calvo volvió a sentarse, puso los codos sobre la mesa y entrelazó los dedos para apoyar la barbilla en ellos mientras la miraba. Solo se habían visto dos veces con anterioridad, y ambas más o menos de pasada. Pero el almirante había seguido la carrera de la capitana y se preguntaba cómo sería aquella mujer en persona, porque Lucien Cortez era un hombre que había aprendido a confiar en su instinto. En esos momentos absorbía los ojos firmes de la gobernadora, tranquilos y serenos, aunque debía de darse cuenta de que tenía que haber una razón especial para que el quinto señor del espacio convocara a una simple capitana a una reunión cara a cara, y mentalmente le dio su aprobación.

Claro que, se recordó el almirante, en realidad no era una simple capitana. Durante el último año-T y medio había sido almirante de pleno derecho en una armada bastante nueva, quizá, pero almirante al fin y al cabo. Y aunque Honor no se lo había mencionado a nadie, Cortez también sabía que la Armada Espacial Graysoniana la había relevado para llevar a cabo un periodo de servicio temporal con la RAM. En lo que a los graysonianos se refería, Honor continuaba en el servicio activo de su flota, y el rango que ostentaba en la AEG seguía vigente. ¿Cuántos oficiales, se preguntó con ironía, sabían que si dimitían de una armada podían ascender al instante cuatro rangos enteros en otra? Debía de darle a la capitana Harrington una perspectiva bastante inusual, pero no parecía demasiado consciente de ello mientras esperaba con todo el respeto que cualquier oficial debía mostrar ante un oficial superior.

Honor sintió el intenso escrutinio que los suaves ojos castaños del almirante sabían ocultar con tanto talento. No sabía lo que estaba pensando, pero sí que percibía la extraña combinación de regocijo, curiosidad, cólera, frustración y aprensión. Estaba bastante segura de que las tres últimas emociones no estaban dirigidas a ella, pero también sabía que ella, o su escuadrón, estaban en el fondo de todo, así que esperó con paciencia a que él se explicara.

—Gracias por venir, milady —dijo al fin el hombre encargado de dirigir a los soldados de la RAM—. Siento que no hayamos podido reunimos antes, pero he estado buscando como un loco el personal necesario para tripular sus naves.

La antena mental de Honor se estremeció al oír el tono del almirante, entre ácido y defensivo, y se irguió un poco más en la silla, con las manos hundidas en el pelo algodonoso de Nimitz, después lo miró con aspereza. Cortez lo vio e hizo una mueca, se recostó en su silla y levantó las manos con gesto impotente.

—Tenemos un problema, milady —suspiró—. En concreto, que la presión para acelerar su despliegue está haciendo estragos en mis planes de distribución de personal.

—¿De qué modo, señor? —preguntó Honor con cautela.

—En esencia —respondió Cortez—, nos han pedido que despleguemos sus naves seis meses antes de lo previsto y no habíamos contado con eso a la hora de asignar el personal. Sin duda estará al tanto de lo escasos que andamos de oficiales en estos momentos.

—De un modo general, señor, pero llevo tres años-T fuera del Reino Estelar, y sin ponerme el uniforme de la reina. —Honor consiguió, con alguna dificultad, mantener alejado cierto residuo de resentimiento de su voz.

—Le haré entonces un breve resumen. —Cortez apoyó los codos en los brazos del sillón y entrelazó los dedos sobre el vientre—. Como estoy seguro de que sabe, en estos momentos tenemos unos cincuenta mil oficiales y marineros de la RAM en la AEG, en situación de préstamo, y eso sin incluir el personal de puro apoyo técnico que hemos destinado a su Departamento de Construcción de Naves y a las secciones de I+D. Dada su escasez crónica de personal cualificado, con eso apenas les basta para tripular su flota y la situación ha empeorado desde que comenzaron a poner en servicio sus propios SA.

»Le menciono la situación de Yeltsin solo para darle un ejemplo, uno de muchos, me temo, aunque desde luego el más amplio, del personal que nos hemos visto obligados a prestar a nuestros aliados. En total, tenemos ciento cincuenta mil manticorianos luciendo el uniforme de otros pueblos en estos momentos. Si a eso se añade el personal de apoyo técnico, el número asciende más o menos a un cuarto de millón. —Miró a Honor con atención y esta asintió poco a poco.

»Y por supuesto también hay que contar nuestras propias necesidades. Tenemos en servicio unas trescientas naves de barrera con una tripulación media de cincuenta y dos mil personas. Lo que conlleva otro millón y medio de hombres y mujeres. Después tenemos ciento veinticuatro fuertes que cubren toda la Confluencia, con otro millón y pico de personas a bordo de los mismos. Y luego está el resto de la Flota, que utiliza otros dos millones y medio de personas, los astilleros, las bases de la flota en estaciones extranjeras como Grendelsbane, I+O, la OIN y demás. Añádase a eso el personal que necesitamos para las rotaciones de rutina y tenemos algo así como once millones de personas con el uniforme de la Armada y los Marines. Solo es algo más de tres décimas partes de un tanto por ciento de toda nuestra población, pero sale de nuestros segmentos de población más productivos y las proyecciones que hemos hecho predicen que ese número se doblará en los dos próximos años-T. Y, por supuesto, tenemos que preocuparnos de dotar de personal también tanto al Ejército como a la marina mercante.

Honor asintió otra vez, con más lentitud incluso, cuando empezó a comprender hacia dónde apuntaba Cortez. Los Marines Reales Manticorianos eran especialistas que se ocupaban de misiones a bordo de las naves, así como de proporcionar grupos de abordaje y componentes de emergencia para combates en tierra firme. El combate planetario pesado era tarea del Ejército Real que, sin las distracciones que suponía tener que dominar los sistemas navales, podían concentrarse exclusivamente en el equipo y técnicas de combate planetario. En tiempos de paz, el ejército solía reducirse de forma considerable, ya que los marines se podían ocupar de la mayor parte de las tareas de mantenimiento de la paz, pero en tiempo de guerra, había que volver a reclutar efectivos, aunque solo fuera para tener tropas de ocupación. El cuerpo de marines, por ejemplo, le había entregado el planeta Masada a un comandante del ejército apenas un año-T antes, y lo había hecho con un profundo suspiro de alivio; el ejército también era el responsable en esos momentos de ocupar no menos de dieciocho mundos repos. De hecho, para que Mantícora llegara a ganar esa guerra, el Reino Estelar iba a tener que tomar y ocupar muchos planetas repos, lo que significaba que el apetito del Ejército a la hora de reclutar personal iba a crecer en proporción directa a los éxitos de la Armada.

Ese ya era un desvío bastante importante de personal, pero, encima, la marina mercante de Mantícora era la cuarta más grande de la galaxia. Era mucho mayor que la de la República Popular; de hecho, los únicos que tenían flotas mercantes más grandes eran todos los miembros de la Liga Solariana. En términos de volumen, eclipsaba el tonelaje bélico de la RAM y esas naves mercantes eran los auténticos cimientos de la riqueza del Reino Estelar. Se podían encontrar por todo el espacio conocido, ya que dominaban el transporte de pasajeros y mercancías fuera de la Liga. Y si bien la mayor parte de los mercantes utilizaban tripulaciones mucho más pequeñas que las naves de guerra del mismo tamaño, el conjunto total de esas naves también exigía un número enorme de cosmonautas cualificados.

—La razón de que le cuente esto, milady —dijo Cortez— es para que entienda con qué tipo de números tiene que jugar DepPers. Quizá no sea consciente de que hemos doblado el tamaño de las clases en la Academia dada la necesidad que tenemos de oficiales cualificados, incluso así, nos hemos visto forzados a volver a llamar a un porcentaje mucho mayor de lo que hubiéramos querido de reservistas de la flota mercante, y en un futuro no muy lejano vamos a tener también que poner en marcha programas de formación de oficiales para convertir en oficiales de la reina a los cosmonautas mercantes sin experiencia militar previa. A pesar de eso, estamos respondiendo a la demanda, aunque sea a duras penas, y nuestros nuevos programas de formación han sido elaborados para mantener el ritmo de los requerimientos de las nuevas construcciones. Pero todo nuestro plan de gestión de personal es un edificio montado con gran cuidado, y muy frágil.

»Y ahora hemos incorporado el Caballo de Troya a nuestro calendario, pero contábamos con seis meses más antes del plazo de entrega. Como sabe, su nave y sus correspondientes NAL requieren dos mil quinientos oficiales y marineros y otros quinientos marines, y está previsto que la fuerza total del Caballo de Troya sea de quince naves. Eso son cuarenta y cinco mil personas más, milady, casi tantas como las que le hemos prestado a la AEG, y no las tenemos. Dentro de seis meses sí, pero en estos momentos, no.

Levantó las manos de nuevo y Honor se mordió el labio. Ese era un aspecto del problema de la dotación de personal que no se había planteado y le apeteció darse de patadas por ello. Tendría que haber pensado en eso, diablos, y se preguntó si una parte de su subconsciente no lo habría evitado de forma deliberada.

—¿Tan mal está la situación, sir Luden? —preguntó al fin, y el almirante se encogió de hombros con tristeza.

—Sus cuatro naves no deberían presentar mayor problema. Después de todo, solo estamos hablando de unas doce mil personas en total. Por desgracia, resulta que sí que es un problema. Para completar los números vamos a tener que reclutar personal de las compañías de las naves ya existentes. Calculo que una tercera parte de su número total de efectivos tendrá que salir de ahí y usted sabe que ningún capitán renuncia de forma voluntaria a su mejor personal. Haremos todo lo que podamos por usted, pero la mayor parte de su tripulación consistirá en novatos inexpertos recién salidos del campamento o veteranos de los que sus actuales patrones estarán encantados de deshacerse. Sus dotaciones de marines deberían ser sólidas y haremos todo lo que podamos para sacar a los más problemáticos de las dotaciones entregadas por otras naves, pero le mentiría si le dijera que va a tener las tripulaciones con las que a mí, al menos, me gustaría entrar en acción.

Honor asintió una vez más. Ya entendía los sentimientos de Cortez. El quinto señor del espacio era un comandante con experiencia en combate. Comprendía las implicaciones de lo que le estaba diciendo y se sentía personalmente responsable. No lo era, pero eso no cambiaba lo que sentía.

El cerebro de Honor empezó a dar vueltas con una curiosa sensación de indiferencia mientras asumía la noticia. Ningún capitán quería entrar en combate con una tripulación mal preparada y, en cierto sentido, eso era más cierto en el caso del oficial al mando de una nave Q que en el de cualquier capitán. Las naves Q, por lo general, operaban en solitario. No habría nadie que las sacara del lío si se montaba una buena, y vivirían o morirían dependiendo de lo bien o mal que su personal cumpliera con su trabajo. Y lo que era peor, las prisas por desplegar su escuadrón significaba que no habría casi tiempo para llevar a cabo el entrenamiento que requerían unas tripulaciones mal adaptadas. Honor confiaba en su habilidad para convencer incluso al peor agitador de que hiciera las cosas a su manera, pero necesitaría tiempo para hacerlo y las personas cuyo único defecto era la falta de experiencia necesitarían incluso más cuidado a la hora de tratar con ellas. Y si no tenía ese tiempo…

—Lo siento, milady —dijo Cortez sin alzar la voz—. Le aseguro que tanto mi personal como yo haremos todo lo que podamos y, con franqueza, he retrasado esta reunión todo lo que he podido con la esperanza de que a alguno de los miembros de mi departamento se le ocurriera alguna solución brillante. Por desgracia no ha sido así y, en tales circunstancias, sentí que era mi obligación explicarle la situación en persona.

—Lo entiendo, señor. —Honor bajó la cabeza y contempló a Nimitz durante un momento mientras le acariciaba el lomo, después volvió a mirar al almirante—. Todo lo que puede hacer es realizar las cosas lo mejor posible, sir Lucien, y todo capitán sabe que es tarea suya poner a punto a su tripulación, a patadas si es necesario. Nos las arreglaremos.

La propia Honor oyó la falsa confianza que ribeteaba su voz, pero era la única respuesta posible, era responsabilidad del capitán convertir el personal que le dieran, fuera cual fuera, en una fuerza de combate eficaz. Tampoco era la primera vez que lo hacía, pero nunca, le dijo una vocecita interna con acento frío, teniendo que salvar obstáculos tan graves.

—Bueno —Cortez apartó los ojos un instante y después volvió a mirarla directamente—, puedo ofrecerle una cosa, milady. Por muy escasos que estemos de personal con experiencia, he conseguido reunir un núcleo muy sólido de oficiales y suboficiales. Con franqueza, la mayor parte son un poco jóvenes para los puestos que les vamos a asignar, pero sus expedientes son excepcionales y creo que verá que varios ya han servido con usted. —Sacó un chip de datos del cajón del escritorio y se inclinó sobre la mesa para dárselo—. He hecho una lista en este chip y si hay algún otro oficial o marinero que quiera solicitar en concreto, haré todo lo que pueda por conseguírselo. Me temo que será cuestión de si están disponibles o no, pero, desde luego, lo intentaremos. En lo que a los novatos se refiere, su escuadrón tiene prioridad. Quizá estén todavía un poco verdes, pero al menos le daremos los que tengan los índices de eficiencia más altos.

—Se lo agradezco, señor —dijo Honor, y así era.

—He conseguido una cosa más que creo que le alegrará oír —dijo Cortez después de un momento—. Bueno, dos, en realidad. Alice Truman acaba de ascender y la hemos destinado al mando del Parnaso, será su segunda al mando.

Los ojos de Honor se iluminaron al oír eso, pero había un matiz de preocupación tras su alegría. A pesar de la anticipación que había empezado a sentir durante los últimos tres días, recordó lo que había pensado al enterarse de su misión. Una oficial del calibre de Truman, sobre todo alguien que acababa de entrar en la lista de capitanes superiores, lo que prácticamente le garantizaba un futuro rango de oficial superior de la Marina, bien podría considerar su destino en una nave Q como una bofetada en plena cara. Honor no la culparía por ello, pero si la hacía a ella responsable…

—Creo que debería mencionar —añadió Cortez como si pudiera leerle el pensamiento— que le hemos explicado toda la situación y que la capitana se presentó voluntaria a la plaza. Debía asumir el mando del Lord Elton, pero el Elton está atracado para someterse a una revisión de cinco meses. Cuando le preguntamos si consideraría la posibilidad de un traslado al Parnaso en su lugar y le explicamos que serviría con usted, aceptó de inmediato.

—Gracias por decírmelo, señor —dijo Honor con una sonrisa en la que se mezclaba la gratitud y el placer—. La capitana Traman es una de las mejores oficiales que conozco.

Y, reflexionó, el hecho de que Alice se hubiera presentado voluntaria aun sabiendo la inmensa tarea a la que se enfrentaban, la llenó de alegría.

—Pensé que le gustaría saberlo —respondió Cortez con una ligera sonrisa—. Y, además, creo que le hemos encontrado un primer oficial que le gustará.

Apretó un botón del panel de comunicaciones y volvió a recostarse en su silla. Unos momentos después se abrió la puerta otra vez y entró un comandante alto y moreno. Era un hombre de constitución alta y enjuta, con una nariz aguileña y la sonrisa fácil. El pecho de su guerrera lucía la cinta azul con barras blancas de la Orden al Valor y la cinta roja y blanca de la Cruz de Saganami, y, al igual que en el caso de la propia Honor, el galón de color rojo sangre del Agradecimiento de la Soberana le adornaba la manga derecha. Parecía decididamente joven, incluso para un receptor de tratamientos de prolongación, para haber logrado dos de las cuatro medallas más importantes al valor que otorgaba el Reino Estelar, pero al levantarse con gesto encantado, Honor no pudo evitar recordar al torpe cachorrito que era aquel teniente subalterno que se había llevado a la estación Basilisco solo ocho años antes.

—¡Rafe! —exclamó acunando a Nimitz en el hueco del codo del brazo izquierdo para tenderle la mano derecha.

—Creo que ya se conocen, milady —murmuró Cortez con una ligera sonrisa mientras el comandante Cardones estrechaba la mano de la capitana con fiereza.

—No tuve la oportunidad de servir mucho tiempo con usted en el Nike, patrona —dijo—. Quizá esta vez las cosas salgan mejor.

—Estoy segura, Rafe —dijo Honor con tono cálido, después se volvió para mirar a Cortez—. Gracias, señor. Muchas gracias.

—Ya le tocaba pasarse un tiempo como primer oficial de alguien, milady —dijo el quinto lord del espacio desechando el agradecimiento con un gesto de las manos—. Además, parece que usted ha convertido en una especie de carrera el hecho de completar su preparación. Sería una pena separar al equipo cuando es obvio que todavía tienen mucho camino por andar.

Cardones esbozó una amplia sonrisa al oír un comentario que, ocho años antes lo habría reducido al instante a una incoherencia sonrojada y balbuciente, y Honor le devolvió la sonrisa. A pesar de su juventud, Rafael Cardones era uno de los mejores oficiales tácticos que había visto jamás y era obvio que había seguido madurando durante el tiempo que ella había pasado en Yeltsin.

Cortez observó la evidente alegría de Honor y la felicidad que también expresaba Cardones, y el respeto que sentía por su nueva oficial al mando, y se preguntó si lady Harrington se daba cuenta de hasta qué punto el joven oficial la había cogido como modelo. Cortez se había tomado muchas molestias para buscarle a Honor un primer oficial adecuado y una simple comparación del expediente de Cardones antes y después de servir por primera vez con ella demostraba que sus bromas no se alejaban tanto de la realidad. De hecho, Cortez había hecho comparaciones parecidas con varios oficiales que habían servido con ella y le había impresionado lo que había descubierto. Algunos de los comandantes de combate más eficaces de la RAM nunca habían sido buenos profesores, pero Honor Harrington lo era. Además de tener un destacado historial de combate, había demostrado una habilidad casi mística para transmitir su dedicación y profesionalidad a sus subordinados, y para el oficial al mando del Departamento de Personal eso era casi más valioso que todas sus habilidades de combate.

El almirante se aclaró la garganta, recuperó la atención de los otros militares y señaló a Cardones con un gesto.

—El comandante tiene una lista parcial de la compañía del Viajero, milady. Hasta ahora es muy básica, pero al menos puede servirle para empezar. Él ya ha sugerido unos cuantos oficiales y suboficiales que contribuirían a completarla y mi personal está en estos momentos haciendo una búsqueda de datos para ver cuántos están disponibles, si es que los hay. ¿Tengo entendido que el almirante Georgides calcula otras tres semanas antes de que puedan encender los motores y comenzar a embarcar al personal?

—Más o menos, señor —respondió Honor—. Creo que es un cálculo pesimista, pero dudo que pueda recortar más de unos días de sus cálculos. Los trabajos del Parnaso y el Scheherazade habrán concluido más o menos al mismo tiempo, pero parece que el Gudrid va a necesitar al menos otros diez días.

—De acuerdo. —Cortez frunció los labios y después asintió para sí—. Tendré al menos el capitán y el primer oficial de cada una de las cuatro naves antes del jueves. Para cuando pueda empezar a embarcar a la gente, deberíamos tener todo su personal de servicio o bien a mano, o destinado y en ruta. Intentaremos tener también a todos sus contramaestres y suboficiales listos para entonces, y el general Vonderhoff me ha asegurado que sus dotaciones de marines no presentarán ningún problema. En lo que se refiere a sus reclutas, sin embargo, me temo que va a tener que conformarse con lo que haya. No tengo ni idea de cuándo los conseguiremos ni en qué orden podremos reunirlos, aunque haremos todo lo que podamos.

—Estoy segura, milord, y se lo agradezco —dijo Honor con sinceridad, muy consciente de lo poco habitual que era que Cortez discutiera en persona los problemas de dotación de un único escuadrón con la oficial destinada a su mando.

—Es lo menos que podemos hacer, milady —respondió Cortez, y después volvió a hacer una mueca—. Nunca es bueno que la política partidista interfiera en las operaciones militares, milady: sobre todo cuando nos cuestan los servidos de una oficial con su historial y lamento que su regreso al uniforme manticoriano tenga que tener lugar en estas circunstancias. Pero por si no se lo ha dicho nadie más, todos estamos encantados de tenerla de nuevo con nosotros.

—Gracias, señor. —Honor sintió que le ardían las mejillas una vez más, pero le sostuvo la mirada con firmeza y vio la aprobación en los ojos del almirante.

—En ese caso, milady, dejaré que el comandante Cardones y usted empiecen a trabajar. —Cortez le tendió la mano una vez más—. Tiene una gran tarea por delante, capitana, y se enfrenta a unos obstáculos que no deberían existir. Pero si alguien puede conseguirlo, estoy seguro de que esa persona es usted. Y por si no nos vemos otra vez antes de que salga su nave, buena suerte y buena caza.

—Gracias, señor —repitió Honor estrechándole la mano con fuerza—. Haremos todo lo que podamos.