5

5

El cúter de Honor se deslizó por la enorme escotilla de la Bodega Uno de la Viajero. La pequeña nave era un diminuto pececillo en medio de aquellas fauces inmensas tachonadas de estrellas de las puertas de carga que con toda facilidad podrían haber dado paso a un destructor, y la bodega a la que daban servicio tenía las mismas colosales proporciones. Las luces de obra creaban bolsas de luminosidad deslumbrante donde varios grupos de obreros trabajaban en las últimas modificaciones, pero no había atmósfera que difuminara la luz y la mayor parte de la extraordinaria cueva de aleación estaba incluso más oscura que el espacio que había tras la escotilla.

Un resoplido final de los propulsores apagó los últimos impulsos del cúter. La nave flotó en la gravedad cero de la bodega y Honor hizo rodar a Nimitz en su regazo para tener una visión clara del panel medioambiental de su traje malla. Después de tres años de práctica, el felino ya se había acostumbrado por completo al pequeño traje que Paul Tankersley había diseñado para él, pero eso no significaba que Honor tuviera intención de correr riesgo alguno, así que hizo una comprobación rápida pero meticulosa de los sellos del traje y los indicadores luminosos.

Nimitz soportó el escrutinio con paciencia, era tan consciente como ella de que un error podría tener consecuencias letales, pero todas las luces estaban en verde. Honor se puso en pie en la gravedad interna del cúter, se lo puso al hombro y selló también su casco. LaFollet ya había sellado el suyo y se encontraba esperando al lado de la escotilla cuando su gobernadora le hizo un gesto a la ingeniero de vuelo.

—Estamos listos, suboficial.

—Sí, señora —respondió la suboficial, al mismo tiempo que hacía una rápida comprobación visual de las lecturas de Honor antes de hablar con la cubierta de vuelo.

»Luego, abrimos la escotilla.

—Entendido —respondió el piloto, y la ingeniera de vuelo manipuló el teclado numérico que había junto a la escotilla. El cúter era una nave polivalente diseñada para encajar con los tubos de acoplamiento que había a bordo de las naves más grandes, y si bien tenía una cámara estanca, esta no era lo bastante profunda como para admitir más de una persona, o como mucho dos, al mismo tiempo. Se abrió la escotilla interna y cuando la ingeniera les hizo un gesto a sus pasajeros, Andrew LaFollet entró en la diminuta cámara.

El protocolo más estricto exigía que Honor, como oficial superior de a bordo, desembarcara la primera y en circunstancias normales, LaFollet habría respetado la costumbre. Pero la inmensidad negra e imponente de la bodega despertaba en él una cautela instintiva que anulaba la deferencia; Honor decidió no protestar cuando su guardaespaldas cerró la escotilla tras él y la cámara cumplió el ciclo. La escotilla exterior se abrió y LaFollet salió a treinta metros por encima de la cubierta de la bodega; después conectó los propulsores de su traje. El impulso lo llevó con suavidad a las planchas de la cubierta y las almohadillas de tracción de las suelas de sus botas emitieron un chasquido cuando entraron en contacto con el suelo. El guardaespaldas se quedó allí un momento, mirando a su alrededor, después asintió.

—Adelante, milady —dijo por el intercomunicador, y Honor y Nimitz entraron en la cámara con el comandante Frank Schubert, el oficial a cargo de la supervisión del Viajero. Honor cogió al felino en brazos mientras Schubert manipulaba el ciclo de la cámara, después lo soltó cuando se volvió a abrir la escotilla externa. Schubert y ella aterrizaron casi a la vez junto a LaFollet, pero a Nimitz no le gustaba la resistencia pegajosa de sus «botas» y prefirió detenerse a un metro de la cabeza de su persona. Se quedó allí, flotando sin dificultad, controlando por completo los propulsores retroactivados de sus músculos y Honor escuchó su animado «blik». A Nimitz siempre le había encantado la caída libre y la comandante percibió el placer que sentía el felino mientras flotaba sin esfuerzo.

—No te pierdas, Apestoso, anda. Es una bodega muy grande —le advirtió por el intercomunicador y sintió la confianza silenciosa de su felino. Un suave impulso de los propulsores de Nimitz lo bajó flotando, el felino estiró las patas y las manos reales enguantadas sujetaron la anilla del hombro del traje de Honor para anclarse en su sitio. La comandante configuró su ojo izquierdo artificial para que se adaptara a la luz baja y examinó la bodega al tiempo que observaba los sobrios raíles que como caballetes festoneaban los mamparos, después giró la cabeza para sonreírle al felino. Este le respondió arrugando los bigotes y Honor le mandó un suave pensamiento de advertencia para que permaneciera cerca antes de dirigirse a Schubert. El almirante Georgides había asegurado a Honor que a pesar de ostentar un rango relativamente subalterno, Schubert era uno de sus mejores oficiales y todo lo que Honor había visto hasta el momento confirmaba la elevada opinión que tenía Georgides del comandante.

—Bienvenida a bordo, milady. —La voz de Schubert era la de un sonoro tenor y el oficial sonrió y barrió el espacio abierto con un brazo, como un rey mostrando su reino.

—Gracias —respondió Honor. La bienvenida de Schubert no era la nadería educada que podría haber pensado un civil puesto que hasta que se hubieran completado las modificaciones del Viajero, la nave pertenecía al Vulcano, no a Honor. Lo que significaba que era la nave de Schubert, si es que aquel trozo de aleación sin potencia e inmóvil se podía considerar una nave, y Honor era una simple invitada a bordo de ella.

—¿Si tienen la bondad de seguirme, por favor? —continuó Schubert. Honor asintió y encendió sus propulsores cuando Schubert se alejó flotando con elegancia. LaFollet los siguió, manteniéndose tras su gobernadora con tanta precisión como si se hubiera pasado media vida metido en un traje malla manticoriano; Honor miraba a su alrededor con un interés lleno de perspicacia, con el ojo izquierdo todavía en modo de penumbra, mientras Schubert seguía hablando por el intercomunicador.

»Como puede ver, milady —dijo— una cosa que sí tenemos es montones de metros cúbicos. Cuando elaboraron los planes para la conversión, supusieron que bien podrían aprovecharlos. De hecho, la razón principal de que vayamos con retraso con respecto al plazo original es el alcance de los cambios que hizo DepNav después de que se aprobara el proyecto inicial.

Los tres humanos y el ramafelino atravesaron como flechas el vacío hacia una de las islas de luz; Schubert se detuvo dibujando un arco poco pronunciado para poder frenar, Honor y LaFollet siguieron su ejemplo y la capitana devolvió su ojo a los niveles de luz normales cuando el otro le señaló con un gesto el equipo de trabajo que teman delante, todos ataviados con trajes espaciales.

—Este es uno de los raíles principales, milady —dijo, ya muy serio—. Hay seis de ellos, dispuestos a intervalos regulares alrededor de la circunferencia de la bodega y hemos incorporado cruces cada doscientos metros. Podrá expulsar seis lanzamisiles en cada andanada y si pierde una sección de cualquier raíl, podrá llevar los lanzamisiles por un lado u otro hasta el siguiente cruce y seguir teniendo acceso a la carga de ese raíl.

—Comprendido, comandante —murmuró Honor, mientras observaba al equipo. Habían terminado las últimas soldaduras y estaban probando el tren de potencia, la capitana sintió un vuelco de admiración casi reticente al ver el diseño básico. Dado que el almirante Haven Albo no se había implicado en el proyecto Caballo de Troya, solo había podido darle una noción muy general de lo que planeaba DepNav, pero había tenido tiempo de buscar ella misma algo de información y, casi a pesar de sí misma, estaba impresionada.

Honor tenía sus propias razones para no tolerar a la almirante de los Rojos, lady Sonja Hemphill. «La Horrible Hemphill», como la llamaban en ciertos segmentos de la Flota, era la portavoz de la jeune école, la facción de la Armada que rechazaba la visión «tradicionalista» de oficiales como el conde Haven Albo. O, si a eso se iba, la propia lady Honor Harrington. Hemphill estaba dispuesta a admitir que el estudio de las estrategias y tácticas clásicas tenía algo que ofrecer, pero sostenía también, y con bastante vehemencia, que la doctrina se había petrificado. Las armas de las modernas naves de barrera eran producto de una serie de mejoras graduales sobre una base que se había establecido siglos-T antes, y por tanto, las tácticas para su empleo se habían explorado a conciencia. En opinión de Hemphill, esa exploración equivalía a un embrutecimiento y la jeune école proponía hacer pedazos el «largo atasco de conceptos anticuados» introduciendo nuevas armas. Su idea era introducir tecnologías que eran tan radicales que ninguna nave que no las adoptase tendría esperanzas de sobrevivir contra una armada que sí lo hiciese.

Honor estaba de acuerdo en gran medida con ambos análisis y sus objetivos. No creía en las balas mágicas, pero la oficial táctica que había en ella odiaba el formalismo que se había convertido en la norma, y la estratega ansiaba alguna forma de entablar batalla que fuera decisiva de verdad, no los habituales enfrentamientos de desgaste de los que la fuerza más débil podía desentenderse con facilidad.

Dadas las distancias implicadas en las guerras interestelares, lanzar una ofensiva relámpago contra algún centro vital del enemigo, como el sistema de Haven, por lo general significaba dejar al descubierto tu propio centro estratégico. Si tenías unas fuerzas lo bastante abrumadoras, quizá pudieras proteger tus zonas críticas al tiempo que atacabas las del otro, pero en una guerra seria pocas veces se daba el caso. A los estrategas de salón se les olvidaba eso cuando preguntaban por qué una armada se molestaba en luchar por los sistemas intermedios. Las naves podían moverse con libertad por toda la inmensidad del espacio y, con una elaboración juiciosa de las rutas, evitar la interceptación antes de llegar a su objetivo, así que, ¿por qué no limitarse a hacer eso? Después de todo, la República Popular había llevado a cabo docenas de golpes parecidos en sus cincuenta y tantos años de conquistas.

Pero los repos habían podido hacerlo solo porque las armadas de sus oponentes habían sido demasiado pequeñas para montar una buena defensa. La RAM, sin embargo, era lo bastante grande como para darle qué pensar incluso a la Armada Popular, y en una guerra entre adversarios serios ambos bandos sabían que sus flotas podían atacar directamente los sistemas centrales del otro. Y por ello ninguna estaba dispuesta a dejar al descubierto sus centros vitales. En su lugar, mantenían flotas y fortificaciones que esperaban que fueran capaces de proteger esas zonas y realizaban ofensivas solo con lo que les quedaba, lo que significaba que sus fuerzas ofensivas pocas veces tenían la potencia suficiente para ejecutar el golpe audaz que los aficionados ansiaban. Por eso terminaban luchando por los sistemas estelares que había entre sus sistemas natales y los del enemigo. Los blancos se solían escoger por su valor inherente, pero el verdadero objetivo era obligar al enemigo a luchar para conservarlos… y contar con la oportunidad de ir mermando sus fuerzas hasta que ya no pudiese protegerse y al mismo tiempo atacar tus centros estratégicos. Por eso precisamente el almirante Haven Albo y la Sexta Flota estaban tan resueltos a tomar la Estrella de Trevor. No solo conseguirían eliminar una amenaza para el sistema de Mantícora y simplificaren gran medida los problemas logísticos de la Alianza, sino que adentrar la lucha lo más posible en el espacio havenita mantendría a los repos a la defensiva, lo cual, con un poco de suerte, los obligaría a luchar según los términos de la Alianza…, y excluiría cualquier tentación que pudieran sentir de lanzar su propio «golpe de audacia». Ya lo habían intentado dos veces, una vez durante las primeras fases de la guerra y de nuevo en Yeltsin apenas un año antes, y en la Alianza nadie quería que sintieran la tentación de intentarlo por tercera vez.

No era la forma más rápida de ganar una guerra y a Honor le hubiera encantado lanzar el tipo de ataque que defendían los guerreros de salón. Por desgracia, eso solo podías hacerlo contra un adversario que te lo permitiese, y se dijese lo que se dijese de los repos, llevaban demasiado tiempo en el negocio de las conquistas como para permitir que eso ocurriese. Lo que significaba que la destrucción de su flota y, por tanto, de su capacidad para mantener operaciones ofensivas o defensivas, era el único objetivo estratégico factible. Cuanto más rápida y decisiva fuese la victoria que lograse la Alianza manticoriana sobre su enemigo, menos efectivos perderían por el camino, y Honor estaba a favor de cualquier cosa, aunque lo sugiriese la Horrible Hemphill, que acelerase ese proceso.

Algunos de los tradicionalistas, sin embargo, y tal como argumentaba la jeune école; tenían miedo al cambio, sin más. Comprendían las reglas actuales y no tenían ningún deseo de enfrentarse a un entorno de combate radicalmente diferente en el que la ventaja de su experiencia fuese irrelevante. Honor lo entendía y difería de su opinión por lo menos con tanta fuerza como difería de la de la jeune école, igual que sabía que hacía Haven Albo. El problema era que Hemphill había peleado tanto por introducir cambios que cualquier concepto nuevo, el que fuera, le parecía deseable solo porque era nuevo. Y lo que era peor, por mucho que hablara de armas nuevas, estaba demasiado aferrada al concepto de la guerra material… lo que no era más que otro término para ese tipo de guerra de desgaste del que Honor quería liberarse. El ideal de Hemphill era abalanzarse directamente en territorio enemigo, con un poco de suerte, equipados con armas superiores, y ponerse a machacarlos sin piedad hasta que algo cediese. A veces esa era la única opción, pero a oficiales como Honor y Haven Albo les horrorizaban las bajas que la jeune école estaba dispuesta a aceptar.

Lo que se necesitaba de verdad, pensaba Honor con frecuencia, era alguien que pudiera combinar los principios de ambas filosofías rivales. El almirante Haven Albo había logrado algo insistiendo en que había sitio para nuevas armas, pero que esas armas debían evaluarse con cuidado y adecuarse a los conceptos clásicos. Tanto él como un puñado de oficiales superiores, como sir James Webster, Mark Sarnow, Theodosia Kuzak y Sebastian D’Orville, habían empezado a avanzar en esa dirección, pero cada vez que cedían un centímetro, Hemphill y sus compañeros creían ver que la oposición se derrumbaba y se lanzaban al ataque, exigiendo más cambios todavía y más rápidos.

Nada de lo cual significaba que Hemphill no hubiera logrado muchas cosas loables. La capacidad de comunicación FTL de corto alcance de la RAM había surgido directamente de uno de sus proyectos favoritos, al igual que los nuevos lanzamisiles actualizados. Había rumores sobre otros proyectos que iban hirviendo a fuego lento en varios fogones y que podrían producir innovaciones igual de valiosas, y si Hemphill fuera un poco menos… escandalosa, Honor no habría albergado ninguna reserva al respecto. Por desgracia, la que entonces era la comandante Harrington había sido el blanco de uno de los esfuerzos de la Horrible Hemphill por forzar el despliegue de un concepto radical, y radicalmente erróneo. Se había visto obligada a entrar en una batalla a muerte contra una nave Q repo con el armamento experimental resultante, lo que había provocado la muerte de la mitad de su tripulación y que su nave terminara convertida en chatarra, y eso ya era suficiente para hacer que se tomara cualquier sugerencia de Hemphill con una gran cantidad de reservas.

En ese caso, sin embargo, el fruto del ingenio de Hemphill era impresionante, sobre todo a la luz de la experiencia personal de Honor, que sabía lo peligrosa que podía ser una nave Q bien manejada.

Flotó en aquella gravedad cero y la superficie de su cerebro escuchó con atención todo lo que Schubert decía. Sabía que más tarde sería capaz de reconstruir la conversación entera palabra por palabra, pero, de momento, sus pensamientos más profundos estaban muy ocupados con lo que ya sabía sobre el proyecto Caballo de Troya.

Las naves Q repos, como aquella a la que se había enfrentado Honor, habían sido construidas con aquel propósito concreto. En realidad eran naves de guerra disfrazadas de cargueros, con propulsores de nivel militar, flancos protectores y compensadores que estaban a la altura de su armamento. En circunstancias normales, se podía esperar que fueran capaces de defenderse incluso ante un crucero de batalla, porque los habían construido con la resistencia necesaria como para absorber grandes daños y permanecer en acción.

Esa era la mayor debilidad del Caballo de Troya, porque la clase Caravana eran cargueros auténticos, naves de carga grandes, lentas y torpes; sin blindaje, sin motores de nivel militar, sin compartimentos internos ni ninguno de los sofisticados controles remotos de daños de una nave de guerra. Sus cascos eran los husos aplastados de dos puntas de cualquier navío con motores a propulsión, pero los habían diseñado para maximizar la eficiencia de la disposición de la carga, sin los extremos blindados de una nave de guerra, en la que el casco se volvía a ensanchar para poder montar allí potentes armamentos de persecución. También se habían construido con una sola central eléctrica por nave que, como muchos de sus sistemas vitales, se había colocado de forma deliberada cerca de la superficie del casco para facilitar el acceso a la hora de hacer reparaciones u operaciones de mantenimiento. Por desgracia, eso también la exponía al fuego hostil y aunque el Vulcano había añadido una segunda central nuclear de fusión en las profundidades del casco del Viajero, nadie en su sano juicio la consideraría jamás una nave de guerra «de verdad».

Pero la innegable y fértil imaginación de los aliados que tenía Hemphill en DepNav les había dado a sus naves Q algunas ventajas que no se les habían ocurrido a los repos. Para empezar, sus baterías de armas de energía supondrían una gran sorpresa para cualquiera que tuviera la mala fortuna de encontrarse dentro de su alcance. Las naves Q de los repos se habían conformado con proyectores lo bastante pesados como para enfrentarse con cruceros y cruceros de batalla, pero Hemphill había aprovechado un atasco en el programa de construcción de los superacorazados. La producción de las armas se había adelantada mucho a la construcción de los cascos así que Hemphill había convencido al Almirantazgo para que le reservaran algunos de los láseres y gráseres terminados que esperaban en los almacenes. El Viajero apenas tenía la mitad de armas de energía de sus homólogos repos, pero las que tenía eran por lo menos el triple de potentes. Si en algún momento se acercaba lo suficiente como para dispararle a alguien con aquello inmensos haces, a su objetivo no le iban a caber dudas de que le habían dado un beso.

Y ningún atacante iba a disfrutar mucho enfrentándose al Viajero en un combate con misiles. Dudo que los troyanos iban a ser cruceros armados. Hemphill había convencido al Almirantazgo para que se jugara el todo por el todo y eliminara toda la capacidad de carga, aparte de una generosa asignación de espacio para repuestos y otros materiales de mantenimiento, incluso después de meter todo el equipo de soporte vital adicional que requerirían los marines y los artilleros del Viajero, a los diseñadores todavía les quedaba una cantidad enorme de metros cúbicos (después de todo un Caravana tenía una masa de siete con treinta y cinco megatoneladas), y habían demostrado tener una inventiva endiablada. Le habían proporcionado a la nave un polvorín suficiente para otorgarle un suministro de munición formidable a los veinte tubos de misiles que tenían en los flancos y que, al igual que las armas de energía, eran tan pesados como los que se encontrarían en circunstancias normales en un SA de clase Gryphon. Tenía sentido proporcionarle tanta capacidad de almacenamiento de munición como fuese posible a un navío al que quizá se le exigiera que operara fuera de las líneas de suministros logísticos durante largos periodos de tiempo, pero eso casi quedaba en segundo Jugar cuando se trataba del armamento de los flancos, ya que la capacidad de hacer auténtico daño a largo alcance de los troyanos era una auténtica novedad de la que Honor era partidaria de una forma absoluta e inequívoca.

La Bodega Uno del Viajero se había vuelto a reconfigurar con la única misión de transportar lanzamisiles. Su tamaño le daba espacio para albergar cientos de ellos, literalmente, y unas juiciosas modificaciones en la popa significaban que aquella nave podía hacer algo que no podía hacer ninguna nave de guerra normal. Un superacorazado quizá pudiera arrastrar hasta diez o doce lanzamisiles en el interior de la cuña propulsora para desplegarlos cuando los necesitase. Las naves de guerra más pequeñas, con cuñas más apretadas y menos potentes, se veían obligadas a tirar de ellos por popa, donde mermaban los índices de aceleración y además eran vulnerables a los «impactos» por proximidad, ya que estaban en el exterior de los flancos protectores de la nave remolcadora. El Viajero, sin embargo, carecía de los tradicionales perseguidores de popa que por lo general atestaban hasta el límite la sección trasera de una nave de guerra. Su limitado haz posterior, comparado con el de una nave de guerra, había creado algunos problemas, pero un poco de ingenio por parte de Schubert había permitido que el Vulcano extendiera la Bodega Uno casi hasta la placa de popa. Lo que significaba que las puertas de carga reubicadas se podían utilizar para soltar carga directamente por la parte posterior de la cuña propulsora que, de todos modos, no se podía cerrar con un flanco protector, y los raíles de eyección le permitirían lanzar andanadas de seis lanzamisiles de diez misiles cada uno, a un ritmo de uno cada doce segundos. De hecho, podían lanzar trescientos misiles más al espacio por minuto.

Y los diseñadores tampoco se habían detenido ahí. Dado que podían disponer de todo aquel espacio, habían adaptado las bodegas tres y cuatro, y las habían convertido en dársenas para las NAL. Las naves de ataque ligeras tradicionales eran muy inferiores a las naves de guerra con hipercapacidad por muchas razones. Su pequeño tamaño no dejaba espacio para hipergeneradores así que no podían trasladarse de un lado a otro del hiperespacio. Y tampoco podían montar velas Warshawski, lo que significaba que no se podían emplear dentro de las olas gravitacionales que solían surcar las naves estelares, incluso aunque hubiera algún modo de meterlas en el hiperespacio. Tenían unas cuñas propulsoras y unos flancos protectores relativamente más débiles y eso las hacía más frágiles que las naves de guerra más grandes, y eran demasiado pequeñas para tener un blindaje digno de ese nombre o meter suficiente armamento como para entablar un combate largo. Eran cáscaras de huevos armadas con martillos, equipadas con pesadas cargas de misiles que debían desplazar, por lo general en lanzadores cuadrados de disparo único y masa baja, y contra la mayor parte de los adversarios lo mejor que podían esperar era ser capaces de lanzar sus misiles antes de que las aniquilaran.

Pero las nuevas NAL que había estado produciendo el Reino Estelar durante los últimos cuatro años-T, y que también eran uno de los ataques de locura de Hemphill, como tuvo que admitir Honor, eran una raza muy diferente. DepNav había hecho enormes progresos en el diseño de compensadores inerciales a partir de las investigaciones originales que se habían llevado a cabo en Grayson cuando nadie quería decirles cómo funcionaban los compensadores. Dado que se les habían negado las ventajas de los conocimientos que tenían todos los demás, y las limitaciones de los supuestos que manejaban todos los demás, el Departamento de Construcción de Naves de Grayson había adoptado de forma inocente un concepto que todo el mundo sabía que no iba a funcionar y que le abrió la puerta a todo un nuevo nivel de eficiencia en los compensadores. A DepNav no se le había ocurrido en un principio, pero los astilleros del Reino Estelar tenían una provisión inmensa de técnicos expertos y estos estaban mejorando sin parar el trabajo básico de los graysonianos. La última nave manticoriana de Honor, el crucero de batalla Nike, apenas tenía cuatro años y le habían colocado lo que en aquel entonces era el mejor compensador manticoriano, y el más moderno, basado en las investigaciones originales de Grayson. Las naves que se estaban diseñando en esos momentos estarían equipadas con compensadores que aumentaban el nivel de eficacia del Nike un veinticinco por ciento… y las NAL del Viajero ya los tenían. Equipadas con propulsores más potentes a juego, podían alcanzar más de seiscientas gravedades de aceleración, lo que las convertía en las naves sublumínicas más rápidas del espacio, de momento.

También incorporaban flancos protectores mucho más pesados y armamentos de energía medio decentes que respaldaban a las células de misiles. Habían renunciado a algo en términos de peso total de lanzamiento para poder meter todo eso, pero eran más rápidas, más duras y mucho más peligrosas dentro del alcance de las armas de energía, e incluso a largo alcance, sus nuevos lanzadores, que utilizaban la misma tecnología que los lanzamisiles, les permitían lanzar misiles que eran, de forma individual, mucho más pesados y capaces.

Y lo que quizá fuera más importante, la mayor parte de los piratas tampoco eran auténticas naves de guerra. Cualquiera de las nuevas NAL estaba tan bien armada como el típico atacante y el Viajero había sido reconfigurado para transportar seis de esas naves ligeras en cada una de sus bodegas de carga modificadas. En cualquier parte que no fuera una ola gravitacional, podía multiplicar sus fuerzas dejando caer no menos de doce modernas y, para su tamaño, potentes naves parásito en medio de la batalla.

La mayor debilidad del Viajero era que había sido imposible modernizar su motor sin desmontarla, literalmente, y empezar otra vez. En un principio, la nave había sido construida como barco carbonero y la habían equipado con flancos protectores ligeros que habían sido optimizados dentro de lo posible; el Vulcano también se las había arreglado para modernizar el escudo antirradiación del interior de los flancos pero, en muchos sentidos, era una NAL a gran escala. Podía darle una paliza de muerte a la mayor parte de sus adversarios, sobre todo si los cogía por sorpresa, pero jamás podría absorber demasiados daños.

Con todo, pensó Honor cuando Schubert terminó sus explicaciones y remontó el vuelo para mostrarle el siguiente punto de interés, el Viajero y sus hermanos quizá resultaran ser más eficaces en el sector Breslau de lo que hasta el Almirantazgo estaba dispuesto a creer. En otro tiempo Honor se había pasado la mayor parte de una misión de dos años en el espacio silesiano, persiguiendo piratas en el crucero pesado Intrépido. Conocía la zona tan bien al menos como la mayor parte de los oficiales manticorianos y jamás se había encontrado con un pirata que pudiera enfrentarse a lo que podía lanzarles el Viajero. Algunos de los corsarios que también plagaban la Confederación quizá fueran otra historia (algunos de ellos casi podían igualar el poder ofensivo de un crucero de batalla), pero de esos no había muchos y, por lo general, intentaban evitar a los envíos manticorianos. Cosa que podría haber cambiado al haberse desviado gran parte de la Flota al frente de batalla, pero los corsarios también tenían que preocuparse por los «Gobiernos de liberación» a los que representaban solo de nombre. Ningún sistema estelar independizado quería irritar demasiado al Reino Estelar y por lo menos un corsario se había encontrado con que su propio Gobierno lo capturaba y entregaba a toda su tripulación a los tribunales manticorianos cuando alguien había informado a ese Gobierno de lo que le ocurriría si no entregaban a los delincuentes.

No, caviló con aire pensativo, con una compañía naval decente respaldándola, no le preocuparía demasiado la posibilidad de enfrentarse a cualquier pirata o corsario que hubiera conocido, y se dio cuenta de que, después de todo, estaba deseando dar comienzo a la misión.