El dolor fue inmenso, universal, y en un instante la calle de la Chaussée-d’Antin a las barreras de París; eran las ocho y media de la mañana.
El pueblo lanzó un clamor terrible, y después encargóse de dirigir el duelo.
Corrió a los teatros, cuyos carteles rasgó, haciendo cerrar las puertas.
En la noche de aquel día se debía dar un baile en un palacio de la calle de la Chaussée-d’Antin; el pueblo invadió el edificio, dispersó a cuantos se hallaban allí y rompió los instrumentos de los músicos.
La pérdida que se acababa de sufrir fue anunciada a la Asamblea nacional por su presidente.
Barreré subió a la tribuna y pidió a la Asamblea que se consignase en el acta de aquel día fúnebre el testimonio de los sentimientos que inspiraba la pérdida de aquel grande hombre, e insistió para que se invitase en nombre de la patria a todos los individuos de la Asamblea a tomar parte en los funerales.
Al día siguiente, 3 de abril, el departamento de París se presentó a la Asamblea nacional y pidió y obtuvo que la iglesia de Santa Genoveva fuese erigida en panteón consagrado a la sepultura de los grandes hombres, y que fuera Mirabeau el primero que se inhumara allí.
Reproduzcamos aquí ese magnífico decreto de la Asamblea, porque es bueno encontrar en estos libros, que los políticos tienen por frívolos, porque enseñan la historia de una manera menos pesada que la de los historiadores, porque es bueno, decimos, encontrar lo más a menudo posible, sea donde fuere, con tal que esté a la vista de los ojos, esos decretos notables, tanto más cuanto que nacen espontáneamente de la admiración o del agradecimiento de un pueblo.
He aquí el decreto en toda su pureza:
La Asamblea nacional decreta:
ARTÍCULO PRIMERO
El nuevo edificio de Santa Genoveva se destinará a recibir las cenizas de los grandes hombres, a contar desde la época de la libertad francesa.
ARTÍCULO SEGUNDO
El cuerpo legislativo resolverá a qué hombres se conferirá este honor.
ARTÍCULO TERCERO
Se considera digno de él a Honorato Riquetti de Mirabeau.
ARTÍCULO CUARTO
La legislatura no podrá en el futuro conceder este honor a uno de sus individuos que llegue a morir; tan sólo puede dispensarlo la legislatura siguiente.
ARTÍCULO QUINTO
Las excepciones que pueda haber para algunos grandes hombres antes de la Revolución, no se podrán hacer sino por el cuerpo legislativo.
ARTÍCULO SEXTO
El directorio del departamento de París se encargará de poner muy pronto el edificio de Santa Genoveva en estado de satisfacer su nuevo destino, haciendo grabar en el frontis.
A LOS GRANDES HOMBRES, LA PATRIA AGRADECIDA
ARTÍCULO SÉPTIMO
Hasta tanto que esté concluida la nueva iglesia de Santa Genoveva, el cuerpo de Riquetti Mirabeau será depositado junto a las cenizas de Descartes, en el panteón de dicha iglesia.
TITULO II
ARTÍCULO SÉPTIMO
La iglesia de Santa Genoveva se terminará y entregará al culto, según la intención de su fundador, bajo la advocación de Santa Genoveva, patrona de París.
ARTÍCULO OCTAVO
Conservará el destino que le dio la Asamblea constituyente, y se consagrará a la sepultura de los grandes dignatarios del imperio y de la corona, de los senadores y de los oficiales superiores de la Legión de Honor; y en virtud de nuestros decretos especiales de los ciudadanos que, en la carrera de las armas, de la administración y de las letras, hayan prestado servicios eminentes a la patria; sus cuerpos embalsamados se inhumarán en la iglesia.
Decreto del 20 de febrero de 1806.
(El titulo 1.º de este decreto consagra la iglesia de San Dionisio a la sepultura de los emperadores).
ARTÍCULO NOVENO
Las tumbas depositadas en monumentos franceses, serán trasladadas a esa iglesia para colocarlas por orden de siglos.
ARTÍCULO DÉCIMO
El capítulo metropolitano de Nuestra Señora, aumentado con seis individuos, se encargará del servicio de la iglesia de Santa Genoveva, cuya custodia se confiará especialmente a un arcipreste elegido entre los canónigos.
ARTÍCULO DECIMOPRIMERO
Se oficiará solemnemente el 3 de enero, fiesta de Santa Genoveva; el 15 de agosto, fiesta de San Napoleón y aniversario de la conclusión del concordato; el día de Difuntos, y el primer domingo de diciembre, aniversario de la coronación y de la batalla de Austerlitz, y cuantas veces se verifiquen inhumaciones en cumplimiento del presente decreto. No se podrá dar ninguna otra función religiosa en dicha iglesia sino en virtud de nuestra aprobación.
Firmado: Napoleón.
Refrendado: CHAMPAGNY.
Real orden de 14 de diciembre de 1821.
Luis, por la gracia de Dios, Rey de Francia y de Navarra.
A todos cuantos las presentes vieren, salud.
La iglesia que nuestro abuelo Luis XV había mandado edificar, bajo la advocación de Santa Genoveva, se ha terminado felizmente; y si no ha recibido aún todos los ornamentos que deben coronar su magnificencia, se halla en un estado que permite celebrar el servicio divino. Por esta razón, a fin de no retardar más el cumplimiento de las intenciones de su fundador, y de restablecer conforme a sus miras y las nuestras el culto de la patrona que nuestra buena ciudad de París acostumbraba a implorar en sus necesidades.
Oído el informe de nuestro ministro del Interior y de nuestro consejo, hemos ordenado y ordenamos lo siguiente:
ARTÍCULO PRIMERO
La nueva iglesia fundada por el Rey Luis XV en honor de Santa Genoveva, patrona de París, se consagrará incesantemente a practicar el culto divino bajo la advocación de esta santa, a cuyo efecto se pone a disposición del arzobispo de París, quien dispondrá que provisionalmente se cuiden de su servicio los eclesiásticos designados por él.
ARTÍCULO SEGUNDO
Se dispondrá ulteriormente sobre el servicio regular y perpetuo que se haya de prestar y sobre la manera de hacerlo.
Firmado: LUIS.
Refrendado: SIMEÓN.
Real Orden de 26 de agosto de 1830.
Considerando que es justicia nacional y propio del honor de Francia que los grandes hombres que han merecido bien de la patria, contribuyendo a su gloria, reciban después de su muerte ostensible testimonio del aprecio y el agradecimiento públicos.
Considerando que para alcanzar siempre objeto, las leyes que destinaban el Panteón con el susodicho propósito deben ponerse en vigor.
Hemos ordenado y ordenamos lo siguiente:
ARTÍCULO PRIMERO
El Panteón se devolverá a su destino primitivo legal, restableciéndose en el frontis la inscripción:
A los grandes hombres, la patria agradecida.
Allí se depositarán los restos de los grandes hombres que hayan merecido bien de la patria.
ARTÍCULO SEGUNDO
Se adoptarán medidas para determinar bajo qué condiciones y en qué forma se tributará este testimonio del agradecimiento nacional en nombre de la patria. Una comisión se encargará inmediatamente de preparar un proyecto de ley al efecto.
ARTÍCULO TERCERO
Se reproducen el decreto de 20 de febrero de 1806 y la orden de 12 de diciembre de 1821.
Firmado: Luis Felipe.
Refrendado: GUIZOT.
Decreto de 6 de diciembre de 1851.
El presidente de la República: Vista la ley de 4 de abril de 1791; Visto el decreto de 20 de febrero de 1806; Vista la orden de 12 de diciembre de 1821; Vista la orden de 26 de agosto de 1830.
Decreto:
ARTÍCULO PRIMERO
La antigua iglesia de Santa Genoveva se devuelve al culto, conforme la intención de su fundador, bajo la advocación de Santa Genoveva, patrona de París. Ulteriormente se adoptarán medidas para regular el ejercicio permanente del culto católico en dicha iglesia.
ARTÍCULO SEGUNDO
Se reproduce la orden de 26 de agosto de 1830.
ARTÍCULO TERCERO
El ministro de Instrucción Pública y de los Cultos y el ministro de Obras Públicas, quedan encargados cada cual de cuanto les concierna en la ejecución del presente decreto, que se insertará en el Boletín de las leyes.
Firmado: Luis Napoleón.
Refrendado: FORTOUL.
Al día siguiente, a las cuatro de la tarde, toda la Asamblea nacional salió de la sala del Picadero para dirigirse a la casa de Mirabeau, donde le esperaba el director del departamento con todos los ministros y más de cien mil almas.
Pero entre estas últimas, ni una sola había ido especialmente en nombre de la Reina.
El cortejo se puso en marcha.
Lafayette iba a la cabeza como comandante general de los guardias nacionales del reino.
Seguía el presidente de la Asamblea nacional, Tronchet, rodeado de doce ujieres.
Después los ministros.
Detrás la Asamblea, sin distinción de partidos; Sieyès dando el brazo a Carlos de Lameth.
A continuación de la Asamblea el club de los Jacobinos, como segunda Asamblea nacional; se había señalado por su dolor, probablemente más fastuoso que verdadero; había decretado ocho días de duelo, y Robespierre, demasiado pobre para comprar traje, había alquilado uno, como lo había hecho ya por la muerte de Franklin.
Detrás iba la población de París entera, contenida por dos filas de guardias nacionales cuyo número excedía de treinta mil hombres.
Una música fúnebre cerraba la marcha, oyéndose en ella por primera vez dos instrumentos desconocidos hasta entonces, el trombón y el tantán[31], que marcaban al paso de la inmensa multitud.
Hasta las ocho no se llegó a San Eustaquio, y aquí se pronunció el elogio fúnebre por Cerotti; al decir la última palabra, diez mil guardias nacionales que estaban en la iglesia descargaron sus fusiles a la vez, y la Asamblea, que no esperaba esta descarga, profirió un ruidoso grito. La conmoción había sido tan violenta, que ni un solo vidrio quedó intacto; hubiera podido creerse un momento que la bóveda del templo se iba a derrumbar, y que la iglesia serviría de tumba al ataúd.
Se emprendió de nuevo la marcha a la luz de las hachas; la sombra se extendía, y no solamente acababa de invadir las calles por donde se debía pasar, sino también la mayor parte de los corazones de aquellos que pasaban.
La muerte de Mirabeau, en efecto, era una oscuridad política. ¿En qué vía se iba a entrar ahora? El hábil domador no estaba ya allí para dirigir esos fogosos corceles que se llaman la ambición y el odio. Comprendíase que se había llevado consigo alguna cosa que en adelante faltaría a la Asamblea; el espíritu de paz velando hasta en medio de la guerra, y la bondad del corazón oculta bajo las violencias del espíritu. Todo el mundo había perdido con aquella muerte; los realistas no tenían ya aguijón, ni los revolucionarios freno; en adelante, el carro iba a rodar con más rapidez y la bajada era larga aún. ¿Quién podía decir si se rodaba hacia el triunfo o hacia el abismo?
Se llegó al panteón a medianoche.
Solamente un hombre había faltado en el cortejo: era Pétion.
¿Por qué se había abstenido Pétion? Lo dijo él mismo al día siguiente a los amigos que censuraban su ausencia.
Había leído, dijo, un plan de conspiración contrarrevolucionaria escrito de mano de Mirabeau.
Tres años después, en un sombrío día de otoño, no ya en la sala del Picadero, sino en la de las Tullerías, cuando la Convención, después de haber matado al Rey y a la Reina, después de matar girondinos y franciscanos, después de matar a los jacobinos y a los montañeses, después de matarse a sí propio, y no teniendo ya nada que matar, comenzó a sacrificar a los muertos. Entonces fue cuando con salvaje alegría declaró que se había engañado en el juicio que formara sobre Mirabeau, y que a sus ojos el genio no podía hacer perdonar la corrupción.
Y se expidió un nuevo decreto que excluía a Mirabeau del Panteón.
Un ujier se presentó en la puerta del templo y dio lectura del decreto que declara a Mirabeau indigno de compartir la sepultura de Voltaire, de Rousseau y de Descartes, y que intimaba al guardián de la iglesia a entregar el cadáver.
Así, una voz más terrible que la que debió oírse en el valle de Josafat, gritaba antes de la hora: «¡Panteón, devuelve tus muertos!».
El panteón obedeció, y el cadáver de Mirabeau fue entregado al ujier, que mandó como él mismo dice, conducir y depositar dicho ataúd en el lugar ordinario de las sepulturas.
Ahora bien, el lugar ordinario de las sepulturas era Clamart, el cementerio de los ajusticiados.
Y sin duda para que fuese más terrible el castigo que iba a sufrir hasta en la muerte, de noche y sin cortejo alguno fue inhumado el ataúd, sin dejar la menor señal en el sitio, sin cruz, sin losa, sin la menor inscripción.
Pero más tarde, un viejo sepulterero, interrogado por uno de esos curiosos que ansían saber lo que otros ignoran, condujo cierta noche a un hombre a través del cementerio desolado, y deteniéndose en medio del recinto, golpeó la tierra con el pie y dijo:
—¡Aquí es!
Y como el curioso insistiera para asegurarse, el otro replicó:
—Aquí es, respondo de ello, pues yo mismo ayudé a bajarle a su fosa y estuve a punto de rodar en ella; tan pesado era aquel maldito ataúd de plomo.
Aquel hombre era Nodier.
Cierto día me condujo también a Clamart, golpeó la tierra en el mismo sitio, y me dijo a su vez:
—¡Aquí es!
Ahora bien, hace más de cincuenta años que las generaciones que se han sucedido pasan sobre esa tumba desconocida de Mirabeau. ¿No es una expiación bastante larga por un crimen contestable, que fue más bien el de los enemigos de Mirabeau que el de ese mismo? Y ¿no será tiempo de que a la primera ocasión de remover esa tierra impura en la cual reposa, se busquen hasta encontrarlo ese ataúd de plomo que pesaba tanto en los brazos del sepulturero, y en el cual se reconocerá al proscrito del panteón?
Tal vez Mirabeau no merezca el panteón; pero, seguramente, en tierra cristiana reposan y reposarán muchos que merezcan más que él las gemonías[32].
¡Francia!, ¡entre las gemonías y el panteón una tumba a Mirabeau, con su nombre por todo epitafio, con su busto por todo adorno, con el porvenir por todo juez!