Ventana entre cielo y tierra no se sabe dónde. Da sobre un acantilado incoloro. La cresta escapa al ojo dondequiera que se pose. La base también. Dos trozos de cielo para siempre blanco lo bordean. ¿Deja el cielo intuir un final de tierra? ¿El éter intermediario? De ave de mar ni huella. O demasiado clara para parecerlo. En fin ¿qué prueba de un rostro? El ojo no encuentra ninguna dondequiera que se pose. Desiste y la imaginación se pone a trabajar. Surge por fin primero la sombra de una cornisa. Paciencia. Se animará con restos mortales. Una calavera entera sobresale para acabar. Sólo una entre las que proporcionan tales vestigios. Con el coronal intenta aún volver a la roca. Las órbitas dejan entrever la antigua mirada. Por momentos el acantilado desaparece. Entonces el ojo vuela hacia los blancos lejanos. O se aparta de lo que tiene delante.
1975