Ni rastro de vida, te dices, bah, bonito asunto, imaginación no muerta, sí, bueno, imaginación muerta imagina. Islas, aguas, azur, verdor, fija, pff, abracadabra, una eternidad, calla. Hasta toda blanca en la blancura la rotonda. Sin entrada, entra, mide. Diámetro ochenta centímetros, misma distancia del suelo a la cima de la bóveda. Dos diámetros en ángulo recto AB CD dividen en semicírculos ACB BDA el suelo blanco. Dos cuerpos blancos tendidos en el suelo, cada uno en su semicírculo. Blancos también la bóveda y el muro curvado altura cuarenta centímetros sobre el cual se apoya. Sal, una rotonda sin ornamento, toda blanca en la blancura, entra, golpea, macizo por todas partes, suena como en la imaginación suena el hueso. La luz que lo hace todo tan blanco sin fuente aparente, todo brilla con un mismo brillo blanco, suelo, pared, bóveda, cuerpos, no hay sombra. Intenso calor, superficies calientes al tacto, sin ser ardientes, cuerpos sudando. Sal de nuevo, retrocede, la rotonda desaparece, elévate, la rotonda desaparece, toda blanca en la blancura, desciende, entra. Vacío, silencio, calor, blancura, espera, la luz se debilita, todo se oscurece a un tiempo, suelo, muro, bóveda, cuerpos, veinte segundos más o menos, todos los grises, la luz se apaga, todo desaparece. Baja al mismo tiempo la temperatura, para alcanzar su mínimo, alrededor de cero, en el instante en que aparece el negro, lo cual puede parecer extraño. Espera, más o menos rato, luz y calor vuelven, suelo, muro, bóveda y cuerpos se blanquean y calientan a un tiempo, veinte segundos más o menos, todos los grises, llegan al mismo nivel del principio, donde la caída comenzó. Más o menos rato, pues pueden intervenir, la experiencia lo demuestra, entre el fin de la caída y el principio del ascenso duraciones diversas, que van desde una fracción de segundo hasta lo que hubiera podido, en otro tiempo y lugar, parecer una eternidad. Igual observación para la otra pausa, entre el fin del ascenso y el principio de la caída. Los extremos, mientras persisten, perfectamente estables, lo que en el caso del calor puede parecer extraño, al principio. También puede suceder, la experiencia lo demuestra, que caída y ascenso se interrumpan y esto en cualquier nivel, y marquen un tiempo más o menos largo de parada, antes de reemprender, o de convertirse, aquélla en ascenso, éste en caída, pudiendo a su vez sea llegar a buen término, sea interrumpirse antes, para luego reemprenderse, o de nuevo revolverse, al cabo de un tiempo más o menos largo, y así todo el rato, antes de llegar a uno u otro extremo. Por estos altos y bajos, nuevos ascensos y recaídas, sucediéndose en ritmos innumerables, no es raro que el paso se haga del blanco al negro y del calor al frío, y a la inversa. Únicamente los extremos son estables, como lo señala la pulsación que se manifiesta cuando hay una pausa en los niveles intermedios, cualquiera que sea la duración y la altura. Vibran entonces suelo, muro, bóveda y cuerpos, gris blanco o ahumado o entre los dos según. Pero es bastante raro, la experiencia lo demuestra, que el paso se haga así. Y la mayoría de las veces, cuando la luz empieza a debilitarse, y con ella el calor, el movimiento prosigue sin interrupción hasta el negro total y el grado cero más o menos, alcanzados simultáneamente uno y otro al cabo de unos veinte segundos. Igual para el movimiento contrario, hacia el calor y la blancura. Sigue en orden de frecuencia la caída o ascenso con tiempos de parada más o menos largos en los grises febriles, sin que en ningún momento el movimiento se reinvierta. (Aun así, una vez se ha roto el equilibrio, tanto el de arriba como el de abajo, el paso al siguiente varía al infinito)[7].
Pero sea cual fuere la incertidumbre, la vuelta tarde o temprano a la calma temporal parece asegurada, de momento, en el negro o la gran blancura, con su temperatura correspondiente, mundo todavía a prueba de la convulsión sin tregua. Reencontrada milagrosamente después de qué ausencia en perfectos desiertos no es ya exactamente la misma, desde este punto de vista, pero no es otra. Exteriormente todo permanece inalterado y el pequeño edificio de localización siempre tan aleatoria, su blancura fundiéndose en la circundante. Pero entra y es la calma más breve y nunca dos veces el mismo tumulto. Luz y calor siguen unidos como producidos por una sola e idéntica fuente de la que se sigue sin tener rastro. Siempre en el suelo, plegado en tres, la cabeza contra el muro B, el culo contra el muro A, las rodillas contra el muro entre B y C, los pies contra el muro entre C y A, es decir inscrito en el semicírculo ACB, confundiéndose con el suelo si no fuera por la larga cabellera de una blancura incierta, un cuerpo blanco finalmente de mujer. Similarmente contenido en el otro semicírculo, contra el muro la cabeza en A, el culo en B, las rodillas entre A y D, los pies entre D y B (blanco también al igual que el suelo)[8], el acompañante. Sobre el flanco derecho pues los dos y pies contra cabeza, espalda con espalda. Pon un espejo en sus labios, se empaña. Con la mano izquierda cada uno sostiene su pierna izquierda un poco por debajo de la rodilla, con la derecha el brazo izquierdo un poco por encima del codo. En esta luz agitada, con la gran calma blanca haciéndose cada vez más rara y breve, la inspección es difícil. A pesar del espejo podrían parecer inanimados sin los ojos izquierdos que a intervalos incalculables bruscamente se abren enormes y se exponen desorbitados más allá de las posibilidades humanas. Azul pálido agudo el efecto es fascinante, al principio. Nunca las dos miradas juntas salvo una sola vez una decena de segundos, el principio de una apoyándose en el final de la otra. Ni gordos ni delgados, ni grandes ni pequeños, los cuerpos parecen enteros y en bastante buen estado, juzgando por las partes que se ofrecen a la vista. En los rostros tampoco, con tal que los dos lados se complementen, parece faltar nada esencial. Entre su inmovilismo absoluto y la luz desencadenada el contraste es chocante, al principio, para el que recuerda todavía haber sido sensible a lo contrario. Es sin embargo seguro, por mil pequeños detalles demasiado largos de imaginar, que no están durmiendo. Di tan sólo ah apenas, en este silencio, y en ese mismo instante para el ojo de presa el ínfimo sobresalto instantáneamente reprimido. Déjalos aquí, sudados y helados, es mejor cualquier otro sitio. Pero no, la vida se acaba y no, no hay nada en cualquier otro sitio, y ya ni soñar con volver a encontrar ese punto blanco perdido en la blancura, ver si permanecieron tranquilos en medio de esta tormenta, o de otra tormenta peor, o realmente en el negro total, o en la gran blancura inmutable, y si no esto que hacen.
1965