En pie al amanecer aquel día, yo era joven entonces, con qué ánimo, y fuera, mi madre pegada a la ventana en camisón llorando y gesticulando. Mañana hermosa y fresca, demasiado pronto clareada como tantas veces, pero entonces, con qué ánimo, muy violento. Pronto el cielo iba a oscurecerse y la lluvia a caer y continuar cayendo, todo el día, hasta la noche. Luego nuevamente azul, sol, un segundo, luego noche. Sintiendo todo eso, cuán violento y la clase de día que iba a ser, me detuve y di media vuelta. Así de regreso, cabizbajo al acecho de un caracol, babosa o gusano. También mucho amor en el corazón por todo lo fijo y enraizado, piedras, arbustos y similares, muy numerosos para nombrarlos (incluso las flores del campo, por nada del mundo estando en mis cabales hubiera tocado una, para arrancarla)[1].
En cambio un pájaro sabe usted, o una mariposa, revoloteándome alrededor a través de mi camino, todo lo que se mueve, a través de mi camino, una babosa, vaya, metiéndose bajo mis pies, no, no hay tregua. Decir que me salía del camino para atraparlos, tanto no, parecían fijos en la distancia, luego, un instante después se me echaban encima. He visto pájaros con mi aguda vista volar tan alto, tan lejos, que parecían quietos, luego, un instante después se me echaban encima por todas partes, los cuervos me han hecho eso. Los patos puede que sean lo peor, verse de pronto pataleando y tropezando en medio de los patos, o de las gallinas, cualquier ave de corral, hay pocas cosas peores, incluso si estas cosas fueran evitables no voy a salirme de mi camino para evitarlas, simplemente no voy a salirme de mi camino, puesto que nunca en mi vida he estado en camino hacia ningún sitio, sino simplemente en camino. De este modo mi camino me ha llevado a ensangrentarme a través de espesos bosquecillos, me ha hundido en las marismas, en el agua también e incluso en el mar cuando le daba la gana, hasta tal punto que o perdía mi camino o tenía que echar marcha atrás so pena de ahogarme. Y así es quizá como moriré por fin si no me agarran antes, ahogado quiero decir, o en llamas, sí, puede que eso sea lo que consiga por fin, arrojándome furiosamente en las llamas con la cabeza baja y muriendo como una antorcha humana. Luego levanté la mirada y vi a mi madre gesticulando todavía desde la ventana para que volviera o me fuera, no lo sé, o sin motivo, sin otro motivo que su pobre amor impotente, y oí débilmente sus gritos. El marco de la ventana era verde pálido, el muro de la casa gris y mi madre blanca y tan delgada que dejaba pasar mi mirada (aguda vista tenía yo entonces) hasta el fondo sombrío del cuarto, y de lleno sobre todo aquello el sol todavía bajo por oriente, y todo pequeño a causa de la distancia, muy bonito todo aquello realmente, lo recuerdo, el gris viejo y luego el delgado marco verde alrededor y el blanco delgado sobre el fondo sombrío, ojalá ella hubiera podido estarse quieta y dejarme contemplar. Pero no, por una vez que yo quería pararme en un sitio y mirar alguna cosa no podía hacerlo a causa del tumulto al que ella daba rienda suelta en la ventana, con sus ademanes y aspavientos y zarandeos como si hiciera ejercicios y puede que en efecto los hiciera, no veo inconveniente, sin preocuparse de mí nada en absoluto. Ninguna continuidad en las ideas, ésta era otra de las cosas que me disgustaban de ella. Había la semana de los ejercicios, luego la de las oraciones con lectura de la Biblia, luego la de la jardinería, luego la de canto y piano, ésta era espantosa, luego una semana sin hacer otra cosa que vagar y holgazanear, ninguna tenacidad. Ah, no era a mí a quien molestaba todo eso, yo siempre estaba fuera. Pero rápidamente la continuación de aquel día que me ha venido al empezar, cualquier otro hubiera servido igual, sí, la continuación y acabarlo y al siguiente, basta ya de mi madre por ahora. Pues bien, al principio no hay problemas, todo va bien, no hay pájaros persiguiéndome, nada a través de mi camino salvo en la lejanía un caballo blanco seguido de un chico, o también podía ser un hombre o una mujer de poca talla. Ese es el único caballo completamente blanco que yo recuerdo, lo que los alemanes llaman un Schimmel si la memoria no me falla mal, ah, de joven qué viveza, qué hambre de conocimientos, Schimmel, bonita palabra, para un oído inglés. El sol le daba de lleno, como poco antes a mi madre, y me pareció ver que le cruzaba el flanco una especie de banda o cincha roja, una barriguera quizás, o quizás es que iban a algún sitio para engancharlo a una calesa o algo parecido. Cruzó mi camino en la lejanía, luego desapareció, entre las altas hierbas sin duda, no vi más que la repentina aparición del caballo, luego su desaparición. Brillaba al sol con un blanco intenso, nunca había visto un caballo igual, desde que oí hablar de ellos, y nunca vi otro. El blanco, debo decir que el blanco siempre me ha causado una fuerte impresión, todo lo que es blanco, sábanas, muros, etcétera, hasta las flores, y luego el blanco a secas, la idea del blanco, sin más. Pero rápidamente la continuación de aquel día y acabarlo. Pues bien, al principio todo va bien, no hay problemas, sólo la violencia y luego ese caballo blanco, cuando de repente me vino un cabreo salvaje, realmente cegador. Pero por qué ese cabreo repentino, no tengo ni idea, estos cabreos repentinos hacían de mi vida un infierno. Muchas otras cosas también, mi angina por ejemplo, nunca he sabido lo que es vivir sin angina, pero lo peor eran los cabreos como un viento fuerte levantándose de repente en mi interior, no, no encuentro las palabras. En todo caso no era la violencia agravándose, no tiene nada que ver, algunos días podía sentirme violento de la mañana a la noche y ni rastro de cabreo, otros relativamente tranquilo como un cordero y venirme cuatro o cinco. No, sobrepasa el entendimiento, todo sobrepasa el entendimiento, para un espíritu como el que yo he tenido toda la vida, siempre al acecho de sí mismo, posiblemente vuelva al tema cuando me sienta menos débil. Hubo un tiempo en el que intenté socorrerme dándome con la cabeza contra cualquier cosa, pero he renunciado. Lo mejor mirándolo bien era largarme pitando. Quizá deba decir aquí que solía andar muy despacio. No haraganeaba, ni mataba el tiempo, no tiene nada que ver, andaba despacio, eso es todo, pequeños pasos cortos y el pie una vez en el aire bajaba muy despacio hacia el suelo. Para compensar he debido ser con mucho uno de los corredores más rápidos que ha habido nunca en la tierra, en una distancia corta, cinco o diez metros, un segundo y ya había llegado. Pero no podía mantener ese paso, no por falta de aliento, era mental, todo es mental, quimeras. Por otro lado era tan inútil para el trote como un miriápodo. No, conmigo todo era lento, luego, de pronto zas, el relámpago, el arrebato, prisa al preso[2], ésta es una de las cosas que solía decir, una y otra vez, mientras hacía mi camino, prisa al preso, prisa al preso. Por suerte mi padre murió cuando yo era todavía joven, si no a lo mejor acabo de profesor, era su ilusión. Muy honesto discípulo fui, nada de inteligencia, pero una memoria de elefante. Un día le expliqué la cosmología de Milton, estábamos allá arriba en la montaña, apoyados en una roca enorme cara al mar, aquello le causó una fuerte impresión. En el amor también, de joven, a veces pensaba, pero no demasiado si se compara con los otros chicos, me impedía dormir a la larga. Nunca he amado a nadie creo, lo recordaría. Excepto en sueños, y entonces eran animales, animales de sueño, sin ninguna relación con los que pueden verse por el campo, no encuentro las palabras, criaturas deliciosas, blancas la mayoría. En cierto sentido quizá sea una lástima, una buena esposa que me ayudara y a estas horas quizás hubiera llegado a ser alguien, estaría quizá tendido al sol chupando mi pipa, palmoteando las nalgas de las terceras o cuartas generaciones, considerado y respetado por todos, cavilando lo que habría para cenar en lugar de arrastrar los zapatos sobre los mismos viejos caminos haga el tiempo que haga, nunca me ha gustado la exploración. No, no me arrepiento de nada, lo único que lamento es haber nacido, es tan largo, morir, siempre lo he dicho, tan cansado a la larga. Pero rápidamente la continuación, después del caballo blanco, luego el cabreo, ninguna relación supongo.
Pero para qué continuar esta historia, no sé, un día tengo que terminarla, por qué no ahora. Pero esto son pensamientos, no los míos, no es razón, vergüenza sobre mí. Es que ahora soy viejo y débil, es por el sufrimiento y la debilidad que murmuro por qué y me callo, y los viejos pensamientos montan en mí como una onda y hasta en mi voz, los viejos pensamientos nacidos conmigo y crecidos conmigo y echados a los abismos, éste es otro. No, recobremos aquel día lejano, cualquier día lejano, y los ojos que suben de la tierra oscura entregada a las cosas que contiene y de allí al cielo, luego bajan, suben y bajan, y los pies que no van a ningún sitio, que tan sólo vuelven a casa como pueden, que por la mañana se alejan de la casa y por la noche vuelven, y el sonido de mi voz de la mañana a la noche mascullando sin que yo escuche las viejas cosas de siempre, mi voz ni mía ni voz venida la noche, como un tití con la cola peluda sentado en mi hombro, haciéndome compañía. Todo este parloteo bajo y ronco, nada sorprendente mi angina. Quizá deba señalar aquí que no hablaba nunca con nadie, mi padre debió ser la última persona con quien lo hice. Mi madre era igual, no hablaba, no respondía (más que a sí misma)[3], desde la muerte de mi padre. Le pedí dinero, no puedo ocultarlo, debieron ser mis últimas palabras hacia ella. A veces me gritaba, o me imploraba, pero no duraba mucho, sólo algunos gritos, luego los viejos labios cerrados fuertemente si yo levantaba la mirada, y el cuerpo de costado y nada más que el rabillo del ojo hacía mí, pero era raro. A veces por la noche la oía hablando sola, vamos supongo, o rezando en voz alta, o leyendo en voz alta, o repasando sus himnos, pobre mujer. Pues bien, después del caballo y del cabreo ya no sé, seguí adelante, tan sencillo como eso, luego sin duda el lento cambio de opinión, torciendo poco a poco a derecha o a izquierda, hasta la media vuelta, luego el regreso. Ah, papá y mamá, pensar que deben estar en el paraíso, tan buenos eran. Ir al infierno, es todo lo que pido, y allí continuar maldiciéndolos, y ellos que me vean y me oigan desde arriba, eso a lo mejor les joroba su felicidad. Sí, yo creo en todas sus memeces sobre la vida futura, eso me fortifica, y ante un infortunio como el mío no hay ninguna nada que se resista. Yo estaba loco por supuesto y todavía lo estoy, pero inofensivo, pasaba por inofensivo, ésta sí que es buena. No es que estuviera realmente loco, sólo era raro, un poco raro, y un poco más de año en año, no debe haber mucha gente al aire libre más rara que yo en el día de hoy. ¿A mi padre lo maté también como maté a mi madre?, quizá sí en cierto sentido, pero ya no se trata de romperme la cabeza por eso, demasiado viejo y débil. Las preguntas aparecen según hago mi camino y me embrollan las ideas, es la desbandada. De pronto ahí están, no, suben desde el fondo de un viejo abismo y flotan y se deslizan antes de desvanecerse, preguntas que cuando yo tenía mi cabeza en buen estado hubieran reventado en el mismo instante pulverizadas antes de poder formularse incluso, pulverizadas. Por parejas venían a veces, paf una sobre otra, ejemplo ¿Cómo voy a aguantar un día más? y luego ¿Cómo he aguantado otro día más? o bien ¿He matado a mi padre? y luego ¿He matado alguna vez a alguien? Así, de lo general a lo particular como quien dice, pregunta y respuesta también en cierto sentido, para volverme memo. Las combato a mi manera, apretando el paso cuando me asaltan, sacudiendo y meneando la cabeza furiosamente, fulminando las cosas con ojos extraviados, elevando mi susurro a un grito, éstos son los auxilios. Pero no tendrían que ser necesarios, hay un error en algún sitio, si fuera el fin no me importaría, pero cuántas veces he dicho, ante una nueva atrocidad, Es el fin, y luego no era el fin, y sin embargo el fin ya no puede estar muy lejos, voy a caer mientras hago mi camino para no levantarme nunca más o enroscarme para pasar la noche como siempre entre las rocas y antes del alba desaparecer. Oh, ya sé que yo también acabaré y volveré a ser como antes de ser, excepto lo de que me quiten lo bailado, eso es lo que me alegra, y a veces mi susurro se debilita y muere y lloro de alegría mientras hago mi camino y por amor a esta vieja tierra que me soporta desde hace tanto tiempo sin quejarse jamás como yo dentro de poco dejaré de quejarme. Empezaré a flor de tierra, luego me descompondré y partiré a la deriva a través de toda la tierra y al final puede que desde un acantilado hasta el mar, un resto de mí. Una tonelada de gusanos por hectárea, ésta sí que es una maravillosa idea, una tonelada de gusanos, lo creo. De dónde me habrá venido, de un sueño, o de un libro de juventud leído en un rincón, o de una palabra captada mientras hacía mi camino, o estaba en mí desde siempre escondida esperando el momento de darme gusto, éste es el tipo de malos pensamientos que debo combatir como dije antes. Pero ¿no hay nada que añadir a aquel día con el caballo blanco y la madre blanca en la ventana?, por favor vuelvan a leer mis descripciones anteriores, antes de pasar a otro más lejano, nada que añadir antes de avanzar en el tiempo saltando cientos o sea miles de días como no había manera en aquella época en que tenía que sacarlos como fuera uno tras otro antes de llegar a éste al que ahora estoy llegando, no, nada, todo desaparecido menos mi madre en la ventana, el caballo, la violencia, el cabreo, la lluvia. Rápidamente pues este segundo día y acabarlo y librarme y al siguiente. Pues bien, entonces lo que me pasó fue que empecé siendo asaltado y perseguido por una familia o tribu, no sé, de armiños, esto sí que es increíble, me parecieron armiños. Incluso tuve suerte, si se me permite decirlo, de salir con vida, extraña expresión, debe haber un error en algún sitio. Cualquier otro se hubiera hecho morder y desangrar hasta morir, puede que incluso se hubiera hecho chupar hasta quedar blanco como un conejo, ya está la palabra blanco aquí otra vez. Nunca he sabido pensar, ya lo sé, pero si hubiera sabido, y hecho entonces, me habría tumbado y dejado vaciar tranquilamente, a imagen y semejanza del conejo. Pero empecemos como siempre por el principio Con la mañana y la partida. Cuando un día regresa, por una razón u otra, su mañana y su tarde vuelven también, por poco dignas de mención que hayan sido, la partida y el regreso, esto sí que me parece digno de mención. En pie por lo tanto al alba gris, débil y temblequeante como no se debe, habiendo pasado una noche atroz, lejos de imaginar lo que me esperaba, fuera y en marcha. En qué momento del año, no tengo ni idea, qué importa. No una auténtica lluvia, sino gotas, gotas por todas partes, un tiempo que debiera escampar, pero no, gotas, gotas de la mañana a la noche, sin sol, la misma luz gris, un silencio de muerte, nada se movía, ni un soplo, hasta la noche, luego la oscuridad, y un poco de viento, vi algunas estrellas al acercarme a casa. Mi bastón desde luego, providencialmente, no lo volveré a decir, si no se avisa lo contrario el bastón está en mi mano, mientras hago mi camino. Pero no mi capa, nada más que la chaqueta, nunca he soportado la capa, flotando y ondeando en tomo a mis piernas, o mejor un día de repente me puse a odiarla, con un odio repentino y violento. Muy a menudo me sucedía, listo ya para salir, ir a sacarla e incluso ponérmela, después de lo cual me quedaba ahí plantado en medio de la habitación privado de movimiento y esperando poder quitármela para volver a meterla en el armario, sobre su percha. Pero apenas al pie de la escalera y salido al aire libre he aquí que el bastón cae de mis manos y yo me desplomo de rodillas en el suelo y por el impulso sobre la barriga, esto sí que es increíble, y luego al cabo de un rato me doy la vuelta sobre la espalda, nunca he podido estar mucho tiempo de cara a la tierra, por mucho que me gustara, me daban ganas de vomitar, y me quedo allí tendido posiblemente media hora, los brazos a lo largo del cuerpo y las palmas sobre la grava y los ojos desmesuradamente abiertos errando por el cielo. Ahora bien, ¿era aquélla mi primera experiencia de ese tipo?, ésta es la pregunta que te viene de golpe. La caída clásica me era familiar, después de la cual salvo si algo se rompe se pone uno en pie y acto seguido retoma su camino, maldiciendo a Dios y a los hombres, nada que ver con esta caída. Ido de la cabeza casi todo lo que fue cómo sobreponerse al único tema veneno de las variantes infinitas que una tras otra durante toda la vida te van dando lo que mereces en dosis decrecientes hasta que de todas formas viene la muerte. De tal modo que en cierto sentido a cada ataque asunto antiguo es asunto nuevo, no hay dos suspiros iguales, nada que no sea reiteración sin fin y nada que vuelva por segunda vez. Pero ahora en pie y rápidamente la continuación de aquel día funesto y acabarlo y al siguiente. Pero para qué sirve continuar esta historia, para nada. Días fuera de la memoria uno tras otro hasta la muerte de mi madre, luego en un nuevo lugar pronto viejo hasta la mía. Y llegado por fin a esta noche entre las rocas con mis dos libros y la gran claridad de las estrellas ella se habrá apartado de mí, igual que ayer, mis dos libros, el grande y el pequeño, todo esto desaparecido en la lejanía, excepto quizás, algunos momentos dispersos, este ruidito quizá, que no comprendo, de manera que recojo mis cosas y vuelvo a mi agujero, momentos tan pasados que pueden contarse. Pasado, pasado, hay un lugar en mi corazón para todo lo que es pasado, no, para el ser pasado, estoy enamorado de la palabra, las palabras han sido mis únicos amores, algunas. Frecuentemente lo decía de la mañana a la noche, mientras hacía mi camino, y a veces oía, dopasa, dopasa[4]. Ah, si no fuera por esta horrible manía de trasladarme que siempre he tenido hubiera pasado mi vida encerrado en una gran habitación vacía llena de ecos, con un gran reloj de péndulo de los antiguos, sin nada más que hacer que escuchar y adormecerme, la caja abierta para ver el péndulo, siguiendo con los ojos el vaivén, y los pesos de plomo colgando cada vez más bajos hasta que me levanto de mi poltrona y los subo, una vez a la semana. El tercer día fue la mirada que me echó el peón caminero, esto lo recuerdo al instante, la vieja bruta en harapos doblada por la cintura en la zanja, apoyada en su laya si es que lo era y mirándome de costado bajo el borde de su viejo sombrero de fieltro, la boca roja, incluso sorprendente que la haya visto, ya está, aquí estoy, el día en que vi la mirada que me echaba Balfe, de niño la temía como al mal de ojo. Ahora está muerto y me parezco a él. Pero rápidamente la continuación y acabar con aquellas viejas escenas y llegar a éstas y a mi recompensa. Entonces ya no será como ahora, salir, ir, girar, volver, días uno a uno para pasar como páginas o para tirar arrugados a lo lejos, sino un largo hoy sin antes ni después, ni luz ni sombra, ni desde ni hasta, la vieja semiinconsciencia de dónde y cuándo y qué borrada, pero de este tipo de cosas todavía, confundiéndose en una sola, y borrándose, hasta la nada, no hubo nunca nada, nunca puede saber nada, vida y muerte nada de nada, este tipo de cosa, sólo una voz soñando y mascullando alrededor, esto es algo, la voz antaño en tu boca. Pues bien, una vez pasada la verja y en camino qué pasa, no tengo la menor idea, cuando me encuentro ya estoy allá arriba entre los helechos, azotando a derecha e izquierda con mi bastón y haciendo saltar las gotas y blasfemando, porquerías, las mismas obscenidades sin parar, espero que nadie me oyera. La garganta en llamas, tragar un suplicio, y encima una oreja que empezaba a estropearse, ya podía hurgármela, no servía de nada, cera vieja sin duda presionando en el viejo tímpano. Calma extraordinaria en toda la naturaleza y en mí también todo perfectamente calmado, una coincidencia, por qué aquel torrente de blasfemias no tengo ni idea, no, no digas tonterías, y azotar con el bastón como lo estuve haciendo, qué locura me poseía, yo tan dulce y débil que ya no podía seguir haciendo mi camino. Son los armiños ahora, no, primero me hundo de nuevo, así, y desaparezco entre los helechos, me llegaban a la cintura mientras hacía mi camino. Qué ásperos aquellos helechos, como almidonados, casi de madera, tallos terribles, te desgarran la piel de las piernas a través del pantalón, y luego los abismos que esconden, te rompes la pierna al menor paso en falso, qué lenguaje, espero que nadie lo lea, caer ni visto ni oído, pudrirse allí durante semanas y que nadie te oiga, he pensado muchas veces en esto allá arriba en la montaña, no, no digas tonterías, simplemente iba haciendo mi camino siempre, mi cuerpo haciendo lo mejor posible sin mí.
1957