EL DIARIO

1810

—aliam tenui, sed iam quum gaudia adirem,

admonuit dominae deseruitque Venus.

I

Lo oímos a menudo y al final lo creemos,

el corazón del hombre es insondable,

y es igual cómo a veces nos comportemos,

el cristiano y el pagano son culpables.

Es lo mejor que las manos nos demos

y las leyes no nos sean impresionables.

Pues si un demon nos tienta a su llegada,

si algo actúa, la virtud está salvada.

II

De mi amada buen tiempo separado

como pasa a menudo, tras terrenal contento,

y lo que también he aprendido y ganado,

sólo ella estaba siempre en mi pensamiento

y como en la noche el cielo está estrellado

el recuerdo nos guía con luz de sentimiento.

Así le era en la plumada el suceso del día

con dulces palabras a ella amable alegoría.

III

Volvía apresurado. Quebrado todavía

mi coche, una noche más me atrasaba;

ya pensaba yo como a casa llegaría

sólo paciencia y obra se necesitaban.

Mientras con herrero y carpintero departía,

martilleaban y hablar mucho rehusaban.

Cada oficio tiene su ronroneo.

Sólo me quedaba aguantar el cabreo.

IV

¡Así estaba yo! La estrella del próximo letrero

me llamó hacia ella, la casa me pareció adecuada.

Llegó una muchacha, del tipo más zalamero,

alumbrando la luz. Me sentí a gusto de entrada,

zaguán y escaleras lindos me parecieron,

las habitacioncitas me gustaron más que nada.

Al hombre pecador que a lo libre se mueve

la belleza lo trama, ella es la que lo envuelve.

V

Sentado con mi bolsa, mis cartas, el tintero,

y las precisiones de mi diario,

como siempre, cuando ya todos durmieron,

a mí y mi amada alegrías preparo.

Mas no sé, las palabras de tinta no corrieron

en todas las pequeñeces hoy tan claro:

la muchacha vino, la carga de la cena

dispuso con soltura saludando serena.

VI

Se va y viene; yo le hablo, ella contesta,

con cada palabra me parece más hermosa.

Y cómo el pollo así me trincha presta,

moviendo mano y brazo, hábil, habilidosa.

Cómo la loca cosa plumas nos presta,

basta, estoy fuera de mí, mi alma fogosa,

Tirando la silla doy un salto y aprieto

a la linda niña; susurra: ¡quieto, quieto!

VII

La tía abajo escucha, tal furia pensativa

contando los minutos que el asunto posterga.

Ella piensa abajo lo que yo hago arriba,

en cada vacilar menea fresca la verga.

No cierres tu puerta y vela activa,

así la medianoche seguro nos alberga.

Veloz a mi brazo desata sus caprichos

y se va corriendo y vuelve en servicio.

VIII

También mirando tal que de cada mirada

celestial promesa hacia mí se despliega.

Al callado suspiro no lo oprime en nada,

que sus pechos más magníficos repliega.

Veo que en oreja, cuello y nuca dorada,

la flor de amor del rubor fugaz llega

y como nada más que hacer se ofrece,

se va, vacila, mira y desaparece.

IX

De la medianoche son casa y callejuela,

a mí me han preparado un amplio lecho,

del que la parte más pequeña me revela

que ocupe el amor, que todo deja hecho.

Estoy dudando aún en apagar la vela

y ya su paso bien suave acecho.

Con ansiosa mirada sigo a la alta figura,

se acuesta conmigo que prendo la hermosura.

X

Se abre ella: Permite que te diga una cosa

para que no sea tuya y totalmente extraña.

Mi apariencia engaña, yo era temerosa,

siempre frente a los hombres era huraña,

el pueblo y la región me llaman desdeñosa.

Ahora sé cómo el corazón se amaña:

tú eres mi vencedor no dejes de emularte,

yo vi, yo amé, juréme a ti gozarte.

XI

Pura me tienes, y si mejor yo supiera

mejor te lo daría; lo que digo lo hago.

Así contra su dulce pecho me tuviera,

tal si sólo en mi pecho sintiera halago.

Como a boca, ojos, frente besos diera

así yo le daba un estupendo pago:

Pues quien al maestro juega tan ardiente

retrocede de alumno y enfriadamente.

XII

Parece bastarle una palabra dulce, un beso

que fuera eso todo lo que su corazón deseaba

cuan casta a mí, en amoroso embeleso,

del dulce cuerpo la plena forma me brindaba.

Encantada y alegre en todos sus gestos

y en calma después, ya nada le faltaba.

También yo descansé, ella atenta mirando

esperando aún al maestro y confiando.

XIII

Pero cuando pensé más tiempo mi suerte,

me hervía el alma de miles maldiciones,

a mí mismo imprecando me reía de mí inerte,

nada se puso mejor con otras reflexiones:

durmiendo está aún más bella, no despierte;

se entristecían con largas mechas los velones.

Al trabajo del día, al juvenil empeño

se une, nunca temprano, a gusto el sueño.

XIV

Así yacía divina en cómodo lugar,

todo el lecho a ella sólo pertenecía,

en la pared apretado, prensado hasta llorar,

impotente aquel al que ella nada impedía.

Mordido por serpientes en la fuente va a dar

un caminante al que la sed ya consumía.

Ella respira amable hacia un sueño de encanto,

él para no excitarla respira mas no tanto.

XV

Cogido en aquello que nunca le ha pasado,

habla él a sí mismo: así va a revelarse

por qué el novio se persigna asustado

ante los moños de cintas para preservarse.

¡Mejor allí donde alabardas han cruzado

que aquí en oprobio! No fue así al presentarse

tu señora por primera vez, aparecida

ante tus ojos en la sala encendida.

XVI

Fluyó tu corazón, fluyeron tus sentidos

tal que todo el hombre se excitó encantado.

En danza veloz por dentro la has metido,

apenas el brazo y bello el pecho alzado.

Como si tú quisieras ganarla a tu partido,

lo para ella movido todo multiplicado:

talento y gracia y los espíritus diestros

y más rápidos que todos aquel maestro.

XVII

¡Crecieron de continuo el afecto y la sed,

novios nos hicimos en primavera,

de mayo la más bella flor y adorno fue

cuánta energía de placer en las parejas era!

Y cuando por fin a la iglesia la llevé:

Ante curas y altares mi confesión sincera:

Ante tu cruz de pena, sangriento Cristo,

perdónamelo Dios, se me levantó el Isto.

XVIII

Vosotras, ricas sábanas de la noche nupcial,

almohadas, que tan ancho os extendisteis,

colchas que apreturas de placer cordial

con vuestras alas de seda cubristeis,

vosotros pájaros en jaula, que con vuestro cantar

al nuevo placer, siempre a punto desadormecisteis.

Nos visteis de vuestra protección cercados,

ella participando, y yo nunca cansado.

XIX

Y cómo a menudo entonces en despojo gozamos

los santos derechos del matrimonio a lo galante;

entre granada siembra o juncos nos echamos,

en ciertos sitios donde nunca estuve antes,

éramos instantáneos, incansables amamos

y siempre servidos por el siervo bienandante.

Maldito siervo, que indespertable yaces,

la más bella dicha a tu señor deshaces.

XX

El maestro Isto tiene ahora su ilusión

y ni órdenes admite ni descontentos.

De pronto está aquí y sin precipitación

se levanta en todo su portento.

Así está al caminante a disposición

para no pernoctar en la fuente sediento.

Él se inclina, quiere besar a la durmiente

sólo que se detiene, arrobado se siente.

XXI

¿Quién para la fuerza lo ha reacerado?

Como la imagen que le es siempre dulce,

con la que en juvenil placer hase esposado,

un vivo y agradable fuego hasta aquí luce,

tal él primero en impotencia atormentado.

Así al fuerte aquí el pelo no le luce,

estremecido se retira, prudente, suave, suave

del encantador círculo mágico librarse sabe.

XXII

Se sienta, escribe: de casa ya a las puertas,

alejarme las últimas horas han querido,

en el lugar más peregrino, es cosa cierta,

mi fiel corazón a ti de nuevo he unido.

Al final encuentras palabras encubiertas:

La enfermedad por el sano ha respondido.

El librito algo bueno te ha de mostrar,

lo mejor al final lo tengo que callar.

XXIII

Canta el gallo. La muchacha impaciente

quita el cobertor y entra veloz en su corsé.

Y como de nuevo tan extraña se siente,

tropieza, mira, baja los ojos hacia aquél.

Y como se le va por última vez viviente,

queda el bello cuerpo de ella en los ojos de él.

La corneta del postillón suena, al coche sube

y se hace llevar a su amada como en nubes.

XXIV

Y como en cada literaria partida

las moralejas nos han de estimular,

también quiero yo en vía tan querida

lo que los versos quieren confesar:

Tropezamos en el viaje de la vida,

mas en el loco mundo pueden lograr

mucho dos palancas en mecánica interior:

mucho el deber, infinitamente más el amor.

1810