EL DIOS Y LA BAYADERA

Leyenda india

Mahadöh, Señor de la tierra,

desciende por sexta vez,

tal si un semejante fuera

sentirá pena y placer.

Se aviene a vivir aquí,

deja que le pase todo.

Al penar o permitir

humano ha de ser su ojo.

Y si contemplado ha la ciudad tal caminante,

los pequeños cuidando, espiando a los grandes,

los abandona en la tarde, su camino sigue solo.

Cuando ya ha salido donde

están las casas últimas,

con mejillas de colores

ve a una perdida niña.

¡Hola, virgen!—. ¡Gran honor!

Acudo enseguida, espera—

¿Y quién eres? Bayadera,

y esta es la casa de amor.

Se agita sonando los címbalos al danzar;

tan linda la danza en círculo sabe llevar,

se inclina y dobla y le alcanza la flor.

Zalamera lo lleva al umbral,

viva lo adentra en la casa.

Bello forastero, claridad

llene de pronto la cabaña.

Estás cansado, te reanimo,

calmaré de tus pies el dolor.

Lo que quieras es ofrecido

calma, placeres o humor.

Fingidos dolores diligente palia

El divino ríe, ve con alegría

un corazón humano en tal perdición.

Él pide servicios de esclava,

ella se pone más contenta,

las artes de la muchacha

se vuelven naturaleza.

Así se orienta a la flor

el fruto suavemente;

lejos no queda el amor

si el ánimo es obediente.

Pero al probarla cada vez más hondo

elige quien sabe de alturas y fondos

placer y pavor y pena doliente.

Y él besa las pintadas mejillas

y ella siente del amor la pena

y la muchacha queda prendida

y llora por vez primera.

Inclinándose a sus pies

no por placer o beneficio,

¡ay! los miembros a su vez

niéganse a todo servicio.

Y así en la fiesta divertida del lecho

dan a los oscuros agradables velos

las horas nocturnas el lindo tejido.

Tarde dormida, entre bromas,

despierta tras pronto descanso,

junto a su corazón reposa

muerto el huésped tan amado.

Gritando sobre él se arroja,

pero nada lo despierta,

y pronto al fuego en la fosa

los rígidos miembros llevan.

Oye a los sacerdotes, los cantos fúnebres,

se lanza y corre entre la muchedumbre.

¿Quién eres tú? ¿A la fosa qué te lleva?

Sobre las andas se arroja,

su grito traspasa el cielo:

Voy a buscarlo en la fosa,

mi esposo quiero de nuevo.

Este cuerpo tan hermoso,

¿debe hacérseme cenizas?

Mío era, mío ante todo.

Ah, una noche más, divina.

Cantan los sacerdotes: llevamos al viejo

tras largas fatigas y frío postrero,

llevamos al joven antes que imagina.

Escucha nuestra moral:

éste tu esposo no era,

tú deber no has de guardar,

tú vives de bayadera.

Sólo al cuerpo va la sombra

en el reino de los muertos;

al esposo sólo la esposa,

deber y fama es a un tiempo.

¡Resuena trompeta la queja bendita!

¡Acoged oh dioses la gala del día,

oh acoged al joven con vos en el fuego!

Así el coro despiadado

aumenta su desconsuelo;

y con brazos estirados

salta a la muerte del fuego.

Pero surge el joven divino

suavemente de las llamas

y en sus brazos en vilo

va también la amada.

La divinidad se alegra del pecador arrepentido;

Los inmortales elevan a niños perdidos

con brazos de fuego hacia la gloria alta.

1797