Cuando el antiguo
padre santo,
con mano serena,
de nubes rodantes
benditos rayos
siembra en la tierra,
beso yo el último
fleco al vestido,
miedo de niño
fiel en el pecho.
Pues con Dioses
no ha de medirse
hombre ninguno.
Si se alza hacia arriba
y roza
con el cráneo las estrellas
no hay donde agarren
los inseguros pies,
y juegan con él
nubes y vientos.
Si está con fuertes,
seguros huesos,
en la bien fundada,
constante tierra;
no alcanza él
ni con el roble
ni con la cepa
a compararse.
¿Qué diferencia
Dioses de hombres?
Que muchas olas
ante ellos fluyen,
un flujo eterno:
pero a nosotros
nos alza la ola,
nos traga la ola
y nos hundimos.
Un anillito
nos limita la vida,
y muchas estirpes
se enlazan constante
en la de su existencia
cadena infinita.
1781