Capítulo LV

De pronto se oyeron ruidos y los guardias aparecieron en la puerta seguidos de Sansón y sus ayudantes, que llevaban unas cuerdas enrolladas.

—¡Oh!, amigo mío —dijo Geneviève—. Ha llegado el momento fatal; me siento desfallecer.

—Y usted está equivocado —se oyó la voz de Lorin—:

Usted está equivocado, en verdad,

¡porque la muerte es la libertad!

—Has vuelto, infeliz… —le dijo Maurice.

—Escucha —dijo Lorin—; porque lo que tengo que decir os interesa a los dos. Yo deseaba salir para comprar un cuchillo. Lo he comprado, y ya con él, me decía: «El señor Dixmer ha puesto en peligro a su mujer, ha venido a ver cómo la juzgaban, no se privará del placer de verla en la carreta sobre todo, acompañándola nosotros. De manera que le encontraré en la primera fila de espectadores; me acercaré a él y le diré: “Buenos días, señor Dixmer, y le clavaré mi cuchillo en el costado”. Pero la Providencia ya había puesto las cosas en orden. Vi que los espectadores estaban de espaldas al palacio y miraban al muelle. Pensé que se trataría de un perro que se ahogaba; me acerqué al parapeto, miré a la orilla y… adivinad lo que vi».

—A Dixmer —dijo Maurice con voz sombría.

—Sí. ¿Cómo has podido adivinarlo? Era Dixmer que se había matado él solo; el desgraciado, sin duda, lo ha hecho como expiación.

Geneviève dejó caer su cabeza entre las manos; estaba demasiado débil para soportar tantas emociones juntas. Maurice preguntó a su amigo si eso era lo que había pensado.

—Sí… a menos que… haya encontrado a alguien…

Maurice, aprovechando que Geneviève no podía verle, se desabrochó el traje y mostró a Lorin su chaleco y camisa ensangrentados.

—Eso es otra cosa —dijo Lorin, tendiendo la mano a su amigo. Luego, se acercó a su oreja para hablarle en voz baja—. Como he entrado sin que me registraran, diciendo que soy de la escolta de Sansón, tengo el cuchillo, por si la guillotina te repugna.

Maurice cogió el arma con alegría; pero se arrepintió a pensar que Geneviève sufriría demasiado y devolvió el cuchillo a su amigo que, dando un viva a la guillotina, lo arrojó en medio del grupo de condenados. Uno de ellos lo cogió se lo clavó en el pecho y cayó muerto en el acto. En ese momento, Geneviève se revolvió dando un grito: Sansón acababa de ponerle la mano en el hombro.