Toda la escena había pasado como una visión fantasmagórica a Mauricio. Apoyándose sobre la empuñadura de su espada, que nunca lo abandonó; vio caer uno por uno a sus amigos en el abismo.
Al pasar la barandilla, Lorin había visto la figura sombría y burlona de Dixmer.
Cuando estuvo sentado a su lado, Geneviève se inclinó junto a su oreja y le dijo:
—¿Sabe que Maurice está aquí? No mire ahora, podría delatarle. Está detrás de nosotros, junto a la puerta. ¡Qué pena para él si nos condenan!
—Nos condenarán; no lo dude. La decepción sería demasiado cruel, si usted tuviera la insensatez de esperar que no lo hicieran. Hay un medio para que usted se salve —dijo Lorin.
—¿Seguro? —preguntó Geneviève, cuyos ojos brillaban de alegría.
—De eso respondo yo.
—Si usted me salva, Lorin, ¡cómo le bendeciré!
—Pero este medio… —replicó el joven.
Geneviève leyó en sus ojos la causa de su vacilación.
—¿Usted también le ha visto? —preguntó.
—Sí; le he visto. ¿Quiere usted salvarse? Que él se siente aquí y usted estará salvada.
Sin duda, Dixmer adivinó en la mirada de Lorin lo que estaba diciendo, porque palideció; pero enseguida recuperó su calma.
Sin embargo, Geneviève se negó a hacer lo que decía Lorin, pese a la insistencia de este.
Simon, que no podía oír lo que decían los dos acusados, no les quitaba la vista de encima.
—Ciudadano —dijo a un guardia—, impide a los conspiradores continuar sus complots contra la República incluso delante del tribunal revolucionario.
—Ciudadano Simon —dijo el guardia—, sabes muy bien que aquí ya no se conspira, y si se hace no es por mucho tiempo. Están charlando, y si la ley no les prohíbe hablar en la carreta, ¿por qué habría de hacerlo en el tribunal?
El presidente, tras consultar con sus auxiliares, comenzó sus preguntas:
—Ciudadano Lorin, ¿de qué naturaleza eran sus relaciones con la ciudadana Dixmer?
L’amitié la plus pure unissait nos deux coeurs.
Elle m’aimait en frère et je l’aimais en soeur[27].
—Ciudadano Lorin —dijo Fouquier—, la rima es muy mala, sobran sílabas.
—Pues corta, ciudadano acusador, corta. Ese es tu oficio.
El rostro impasible de Fouquier palideció ligeramente.
—¿Con qué espíritu aceptaba el ciudadano Dixmer la amistad de su mujer con un hombre pretendidamente republicano? —preguntó el presidente.
—Eso no se lo puedo decir, porque no he conocido al ciudadano Dixmer, de lo cual estoy muy satisfecho.
—¿No dices que tu amigo, el ciudadano Maurice Lindey, era la unión de esta amistad tan pura entre tú y la acusada? —preguntó Fouquier—. Los ciudadanos del jurado apreciarán esta singular alianza de una aristócrata con dos republicanos. Usted, Lorin, conocía a esta mujer, era su amigo y ¿no conocía sus planes? Entonces, ¿es posible que ella sola haya llevado a cabo la acción que se le imputa?
Lorin insistió en que Geneviève había sido obligada por su marido.
—Entonces, ¿cómo es que no conoces al marido?
Lorin sólo necesitaba contar la desaparición de Dixmer, los amores de Geneviève y Maurice, y cómo el marido se había llevado a Geneviève a un escondite impenetrable, y quedaría exento de toda connivencia. Pero, para eso, tenía que traicionar el secreto de sus dos amigos.
—¿Qué responde usted al ciudadano acusador? —preguntó el presidente.
—Que su lógica es aplastante y me ha convencido de algo que ignoraba: que soy, según parece, el más temible conspirador que se haya visto.
Esta declaración provocó la hilaridad general. Incluso los jurados no pudieron reprimir la risa. Fouquier instó a Lorin a que hablara y se defendiera, pues se conocía su pasado de excelente republicano. Pero el joven guardó silencio, y se volvió hacia el auditorio para interrogar a Maurice con la mirada sobre lo que debía de hacer. Maurice no indicó a Lorin que hablara, y este se calló, lo que equivalía a condenarse a sí mismo. Lo que siguió fue muy rápido: Fouquier resumió su acusación; el presidente resumió los debates; los jurados salieron a deliberar y volvieron con un veredicto de culpabilidad contra Lorin y Geneviève; el presidente condenó a los dos a la pena de muerte.
Los guardias se llevaron a Geneviève y a Lorin, que saludaron a Maurice de diferente manera: Lorin sonrió; Geneviève, pálida y desfalleciente, le envió un último beso con sus dedos empapados de lágrimas.
Maurice, medio loco, no respondió al adiós de sus amigos.
Miró a su alrededor, y reconoció a Dixmer, que salía con otros espectadores; se lanzó rápidamente en su persecución le alcanzó en el momento en que sus pies tocaban las baldosas de la antesala, y llamó su atención tocándole con la mano en el hombro.