Epílogo para la edición conmemorativa castellana de El psicoanalista

Ha pasado más de una década desde el primer día que me senté frente al ordenador y decidí escribir una carta al doctor Frederick Starks, pero todavía recuerdo fácilmente el regocijo ligeramente inquietante que descubrí en mi interior aquella mañana, cuando alteré la vida meticulosamente organizada y excesivamente rutinaria de Ricky. «Feliz 53.º cumpleaños, doctor. Bienvenido al primer día de su muerte». Escribir estas palabras fue como sentir una fuerte y peligrosa resaca bajo las olas que golpean una playa, y preguntarte, justo cuando el miedo y el pánico empiezan a arraigar, si serás capaz de llegar a la arena, aunque sólo esté a unos pocos metros de distancia.

Una autora a la que admiro dijo una vez que para ella cada libro era como un hijo al que había que alimentar y criar hasta que estaba preparado para vivir su propia vida. No sé si estoy totalmente de acuerdo con esta idea. Para mí, cada libro, y sobre todo los personajes que cobran vida en sus páginas, son como las personas que entran y salen de la vida de uno. Algunas que al principio creímos que serían amigas nuestras para siempre se alejan y desaparecen. Otras, con las que no imaginamos tener demasiado en común, ocupan un lugar exagerado y nunca se van, mientras que descubrimos que, en realidad, compartimos muchas cosas con ellas. En los años transcurridos desde que envié aquella peligrosa carta al bueno del doctor Starks, he descubierto que lo más probable es que me acompañe muchos años. Permanece en mi memoria, un poco como un espíritu benigno que siempre llevo detrás del hombro, y oigo que su voz me aconseja cada vez que me siento para crear un nuevo personaje para un nuevo libro.

A veces me he preguntado por qué es una figura tan influyente en historias que son muy diferentes a la suya. He creado otros personajes que parecen reclamar más atención de forma más insistente y egoísta. Otros se hacen eco de distintas esperanzas y dilemas mucho más variados en los que están atrapados. Y, finalmente, los hay que llegan a mi vida de los libros y la abandonan rápidamente, de modo que apenas dejan huella de su paso.

Pero Ricky Starks sigue conmigo, como un viejo amigo que, al renovar relaciones, jamás parece haberse apartado de mi lado. Creo que esto obedece básicamente a dos aspectos de su historia que incluso me pillan a mí un poco por sorpresa. El primero es que todos podemos entender qué es verse abrumado por cosas que parecen fuera de nuestro alcance y que nos oprimen inexorablemente. En el caso de Ricky Starks, estas cosas son graves y amenazan su vida, pero aun así, no son imposibles de superar. Sólo son dificilísimas. Y, de hecho, son consecuencia de su pasado. Y el segundo es que encuentra una salida a lo que amenaza su existencia confiando totalmente en su propio ingenio. Creo que muchos de nosotros, cuando nos enfrentamos con problemas difíciles, recurrimos automáticamente a instituciones como gobiernos o religiones. Puede que pidamos inmediatamente ayuda a nuestros amigos y familiares. No hay nada malo en ello. Al fin y al cabo, para eso están el gobierno, la religión, la familia y los amigos, para ayudar. Pero en realidad, a lo primero a lo que tendríamos que recurrir es a nuestros recursos ocultos. En cierto modo, esto es lo que Ricky hace: busca respuestas dentro de sí mismo. Es lo que hacía como terapeuta: pedir a los demás que buscaran respuestas en su mundo interior. Y, cuando se ve inmerso en una situación para la que no hay ninguna solución escrita, la busca en sus propias capacidades. Es como si se tratara a sí mismo.

Y puede que haya una tercera razón por la que sigue conmigo: Ricky Starks aprende tanto sobre la persona en quien se convierte como sobre los asesinos que lo acosan. Y, mientras se reinventa a sí mismo, logra reconvertir su vida en algo lleno de sentido.

Creo que al escribir este thriller, o cualquier thriller, la lección que aprendí del personaje que yo mismo inventé fue sencilla, aunque profunda: no basta con limitarse a encontrar una solución a un problema. En apariencia, eso puede ser importante. Pero la forma de avanzar realmente es comprender que intentar salir de un dilema, por más complejo que sea un problema, genera una oportunidad igual de trascendental.

Una cosa es enfrentarse con el pasado de uno mismo. Pero otra totalmente distinta es ver lo que ha sido, y lo que significa, y utilizarlo después para construir un futuro mejor.

Tal vez por eso cuando traslado un nuevo conjunto de palabras a la primera página de un primer capítulo, el susurro que oigo guiándome es tan conocido. En cierto modo, es irónico. Las primeras palabras de aquella carta eran «Feliz cumpleaños…» Tal vez no fuera el cumpleaños más feliz del doctor Starks. Pero en muchos sentidos, tal vez fuera el peor y el mejor a la vez. Y creo que eso es lo que constantemente me recuerda.