12

Charlotte volvió a sus cartas, ya que Pitt no pensaba hablar con Dora en su presencia. No sabía si volvería a hablar con ella antes de irse o si pasaría a comentarle lo que hubiese descubierto con la sirvienta, caso de ser algo relevante. Durante el primer cuarto de hora sólo pudo pensar en lo que estarían comentando en la cocina. Se preguntaba si Pitt se interesaría por algo más aparte de la sirvienta de los Hilton o si, de forma accidental, se enteraría de la aventura de su padre con aquella mujer de Cater Street.

Cuando por fin se puso a escribir, no logró más que unas cartas inconexas, que adivinaba llenas de repeticiones y de palabras irrelevantes pero, aun así, era mejor que pasarse el rato preocupada por lo que ocurría en la cocina.

A las cuatro empezó a oscurecer. Una niebla proveniente del río lo cubría todo y creaba aureolas en torno a las farolas de la calle.

Caroline y Emily llegaron a los pocos minutos. Estaban ateridas de frío y no parecían muy contentas con el vestido. Pidieron que les sirvieran el té y preguntaron si Sarah había vuelto.

—No —contestó Charlotte con el entrecejo fruncido—. El inspector Pitt estuvo aquí hace un rato. No sé si se ha marchado o sigue en la casa.

Caroline dio un respingo.

—¿Por qué ha venido? —inquirió con un hilo de voz.

Charlotte se preguntaba si temía lo mismo que ella, es decir, que Pitt descubriese la aventura de Edward con aquella mujer.

—Quería hablar con Dora porque ésta conocía a la sirvienta de los Hilton y no lo dijo en su momento —contestó.

—¿Qué razones podría tener Dora para mentir? —inquirió Emily, dejando su taza sobre la mesa, antes de probar un solo sorbo—. Conocer a la muchacha no es ningún crimen.

—Supongo que tendría miedo —respondió Charlotte—. Del escándalo y demás. Si no quería tener nada que ver con la policía, lo más cómodo era negar cualquier implicación.

—Tal vez no la conociera. Pitt podría estar mal informado —sugirió Emily—. De todos modos no importa. Ha oscurecido mucho. Estoy segura de que Sarah está haciendo visitas para la parroquia en compañía de Martha Prebble, a estas horas.

Caroline se levantó y se acercó a la ventana. Sólo se veía oscuridad y una espesa niebla.

—Si lo está, hablaré muy seriamente con ella en cuanto regrese. No es necesario estar fuera tan tarde, salvo que se trate de una emergencia. Sobre todo en una noche tan horrorosa como ésta. Pediré a Maddock que vaya a buscarla.

—Supongo que el vicario la acompañará hasta casa —apuntó Emily—. No me cae mejor de lo que le cae a Charlotte —miró de reojo a su hermana—, pero no es tan maleducado como para dejar que Sarah vuelva sola en plena noche.

—Tienes razón. —Caroline se alejó de la ventana y se sentó, intentando dominar sus nervios—. Me he alterado por nada. No hay de qué preocuparse. Sabemos donde se encuentra y seguramente está realizando un trabajo excelente. Ni las muertes ni los nacimientos se dejan influir por las condiciones climatológicas o la hora. Y tampoco la enfermedad. Me he enterado de que la anciana señora Petheridge no se encuentra demasiado bien. Tal vez Sarah esté ahora haciéndole compañía.

—Sí, es posible —asintió Charlotte rápidamente. Intentaba encontrar un tema de conversación interesante para que dejara de pensar en Sarah—. ¿Creéis que el señor Nigel se casará con la señorita Decker? Sin duda ella no escatima medios para lograrlo.

—Es probable —contestó Emily fríamente—. Es un hombre muy estúpido.

Mantuvieron la charla durante una hora, aunque la interrumpieron para realizar pequeños encargos. Edward llegó poco después de las cinco.

—¿Dónde está Sarah? —inquirió nada más entrar.

—Con el vicario y la señora Prebble —contestó Caroline, mirando instintivamente hacia la ventana.

—¿A estas horas? —Edward arqueó las cejas—. ¿Se trata de una emergencia? No creo que estén haciendo las visitas normales a la parroquia cuando ya ha oscurecido. Nos espera una noche muy desagradable, ¿acaso no lo ves?

—¡Claro que sí! —replicó Caroline—. He salido y tengo los ojos para verlo, incluso desde aquí dentro.

—Está bien, querida, lo siento —dijo Edward con dulzura—. Era una pregunta estúpida. Estoy preocupado por Sarah. Dedica demasiadas horas a las obras de la iglesia. No tengo nada en contra de la caridad, por supuesto, pero le absorbe demasiado tiempo. Pasa mucho rato fuera de casa y en noches como ésta puede pillar un enfriamiento.

Edward no dijo nada acerca del estrangulador, se había limitado a comentar que con la niebla Sarah podría constiparse. Charlotte sintió una repentina ternura hacia él y le agradeció su delicadeza. Tal vez estuviese arrepentido por lo de aquella mujer y simplemente no hubiese podido librarse de ella en todos esos años. Se levantó, lo besó en la mejilla y se dirigió hacia la puerta. Edward se quedó tan sorprendido que no reaccionó. Al llegar a la puerta Charlotte se volvió y se encontró con su mirada. ¿Vio gratitud en los ojos de su padre? Quería ir a la cocina para enterarse qué le había contado Dora a Pitt.

—Iré a ver qué tal va la cena —anunció—. No creo que Dora esté decaída, pero prefiero asegurarme.

—¿Por qué tendría que estar alicaída Dora? —Oyó preguntar a su padre en el momento en que cerraba la puerta.

Al parecer, el interrogatorio de Dora se había basado esencialmente en su amistad con la sirvienta de los Hilton. Charlotte volvió a la sala de estar, plenamente satisfecha.

A las seis menos veinte, llamaron a la puerta y acto seguido Pitt entró con el semblante lívido. No se veía a Maddock por ninguna parte.

Edward se volvió y cuando comprobó quién era, se incorporó rápidamente, dispuesto a pedirle a Pitt que justificase aquella intromisión, pero se fijó en su cara. Como siempre, el rostro de Pitt era un espejo de sus emociones y se notaba claramente que estaba conmocionado. Miró fugazmente a Charlotte y luego volvió a dirigir sus ojos hacia Edward.

—¡Por amor de Dios, inspector! ¿Qué ocurre? —Edward estaba de pie—. ¿Se encuentra enfermo? —Tenía que estarlo para ofrecer aquel aspecto desolador.

Pitt intentó hablar pero no encontraba las palabras. Charlotte sintió un terrible escalofrío.

—¡Sarah! —murmuró—. Se trata de Sarah, ¿verdad?

Pitt hizo un gesto de asentimiento y cerró los ojos.

—Lo siento.

Edward parecía no entender.

—¿Qué pasa con Sarah? ¿Le ha ocurrido algo? ¿Ha habido algún accidente? —Tropezó contra una silla.

Charlotte se levantó y se puso a su lado, sosteniendo el brazo de su padre. Miró a Pitt con el corazón en un puño. Sentía un millón de agujas clavadas en los dedos y los brazos. Antes de hacer la pregunta ya sabía la respuesta.

—¿Ha sido el estrangulador? —musitó. No lo podría soportar.

—Sí —contestó Pitt con un hilo de voz y expresión de pena y vergüenza.

—¡No es posible! —exclamó Edward, meneando la cabeza. No podía comprender ni creer lo que estaba oyendo—. ¿Por qué Sarah? ¿Quién podría querer hacer daño a Sarah? —Se le quebró la voz pero prosiguió—. Era tan… —Se interrumpió; por sus mejillas resbalaban gruesas lágrimas.

Emily fue a sentarse junto a su madre y la abrazó. Caroline, destrozada, ocultó la cabeza en el pecho de su hija. Se echó a llorar y temblaba de desesperación.

—No lo sé —respondió Pitt—. ¡Dios!, no lo sé.

—¿Podemos hacer algo? —preguntó Charlotte con voz ronca. Las agujas empezaban a subirle por encima de los codos y el rostro de Pitt se empequeñecía como si se estuviese alejando.

—No, no hay nada que hacer —contestó Pitt con amargura.

—¿Dónde está Maddock?

—Me temo que no se sentía demasiado bien. Ha sido un duro golpe para él. Le aconsejé que fuera a buscar un poco de brandy y que trajera las sales, por si eran necesarias… —Su voz se fue apagando. No sabía qué decir.

Charlotte abrazó a su padre aún más fuerte.

—Papá, será mejor que te sientes. Ya has oído al inspector. Mañana tendremos que ocuparnos de muchas cosas, pero de momento no hay nada que hacer.

Edward se dirigió como un sonámbulo hacia una silla, arrastrando las piernas.

Al poco rato apareció Maddock con una bandeja, el brandy y unos vasos. Mantuvo la mirada clavada en el suelo y no dijo nada. Emily y Caroline ni siquiera le vieron. Dejó las sales sobre una mesilla y se disponía a marcharse cuando oyó a Charlotte pedirle algo.

—Maddock, anula la cena. Pídele a la señora Dunphy que prepare algo ligero para las ocho, por favor.

Maddock la miró con desconcierto. Charlotte sabía que daba la impresión de una mujer fría a la que no parecía importarle la tragedia sobrevenida. Pero no podía explicarle a Maddock que se sentía destrozada, tanto que prefería hacer algo útil o consolar a los demás para no sentir su propio dolor. Se volvió hacia Pitt y vio que la observaba con aquella ternura que tanto la incomodaba, pero en ese momento le pareció como si la acunase con su calidez y su dulzura. Sabía que él entendía su reacción y los motivos de la misma. Desvió rápidamente la mirada, ahogada en un mar de lágrimas. Lo peor era no poder entender la muerte de Sarah; no había nada contra lo que luchar.

—Gracias, inspector Pitt. —Se esforzó en dominar el temblor de su voz—. ¿Podría esperar a mañana para plantear las preguntas pertinentes? Esta noche no podemos aclararle nada salvo que Sarah se marchó a primera hora de la tarde para visitar a la señora Prebble y después pensaba acompañarla a las visitas de la parroquia. Pregunte a la señora Prebble, ella debe saber a qué hora… —No pudo acabar la frase. De pronto comprendió que no estaban discutiendo un hecho cualquiera sino la muerte de Sarah. La imagen de su hermana se había apropiado de su mente, y quería que Pitt se marchase antes de que ella se derrumbase—. Mañana intentaremos contestar a sus preguntas.

—Por supuesto —asintió él—. De todos modos, iré a hablar con el vicario y con la señora Prebble ahora mismo. —Se volvió hacia Edward, incapaz de mirar a Caroline—. Lo siento —balbuceó.

Edward se puso en pie para despedirlo.

—Gracias —dijo—. Estoy seguro de que ha hecho todo lo que estaba en su mano. Los hombres cuerdos no pueden detener a los locos. Gracias por venir en persona a comunicarnos esta desgracia. Buenas noches, inspector.

Cuando Pitt se marchó, todos se quedaron en silencio, sin saber qué decir. No había dudas, salvo una pregunta atroz, imposible de responder: ¿por qué Sarah?

Pasó un buen rato hasta que alguien se decidió a moverse. Edward fue a la cocina para comunicar a los sirvientes lo ocurrido. Emily acompañó a su madre a su habitación. En la sala de estar se sirvió una cena fría. Todos intentaron comer algo, menos Caroline. A las nueve, Edward envió a Charlotte y Emily a la cama y se quedó solo, esperando el regreso de Dominic.

Charlotte se lo agradeció. Sus fuerzas habían empezado a flaquear a medida que pasaban las horas. De repente se sintió muy cansada y el esfuerzo que hacía por contener el llanto le resultó excesivo.

Una vez en su habitación, se desvistió y colgó la ropa. Luego se lavó la cara con agua tibia, se deshizo el peinado, cepilló su cabello y se metió en la cama. Lloró con toda su alma hasta que las fuerzas la abandonaron.

El día siguiente amaneció frío y gris. Cuando Charlotte despertó sintió que por unos instantes todo volvía a ser como siempre, pero no tardó en volver a la realidad. Sarah estaba muerta. Tuvo que repetirlo varias veces. Se sentía como la mañana que siguió a la boda de Sarah: en aquel momento, como en éste, se había truncado una relación de años. Sarah había dejado de ser su hermana para convertirse en la esposa de Dominic. Recordó toda su niñez. Sarah le había enseñado a atarse los zapatos, la misma Sarah con la que había jugado a las muñecas, con cuya ropa se había vestido, la que le había enseñado a leer, la que había sido la confidente de sus primeros amores e ilusiones. Cuando Sarah se casó, Charlotte sintió que perdía una parte de sí misma, la intimidad con su hermana. Pero aquello formaba parte de un proceso natural. Sabía que un día crecerían y se distanciarían. Pero lo ocurrido era muy distinto. No era normal, era monstruoso. Ya no sentía envidia, sólo una insoportable y dolorosa sensación de pérdida.

¿Había visto Sarah la cara del asesino? ¿Le conocía? ¿Había sentido un temor paralizante? Charlotte rogó a Dios que la muerte de su querida hermana hubiese sido rápida.

No tenía sentido quedarse en la cama, ahogándose en el dolor. Era mejor levantarse y buscar algo práctico que hacer. Para Caroline sería mucho peor. Perder un hijo era la experiencia más terrible, absolutamente incomprensible. Ver morir a la persona a la que has dado vida, que ha nacido de tu propio cuerpo.

Todos estaban ya abajo, vestidos y buscando en qué ocuparse para no pensar.

Tomaron el desayuno en silencio. Dominic estaba pálido y no miraba a nadie. Charlotte lo observó por un momento, pero temió que se diera cuenta y optó por concentrarse en su tostada. El propio proceso de masticar y comer se convirtió en una excusa para no pensar en nada.

Charlotte se preguntaba dónde había estado Dominic la noche anterior. ¿Era justo suponer que si él hubiese estado en casa o hubiese quedado en volver a cenar, tal vez Sarah no habría salido? ¿Acaso el estrangulador quería matarla precisamente a ella y de no ser un día habría sido otro? ¿Se trataría de un loco llegado de los barrios bajos, harto de suciedad y pobreza, que se resarcía matando? ¿O sería un vecino de Cater Street que conocía a sus víctimas, las vigilaba y esperaba pacientemente una oportunidad, tal vez incluso entablase conversación con ellas, caminaba un rato a su lado y de pronto sacaba el alambre?

Tenía que dejar de pensar en Sarah. Ya había ocurrido; por más dolor o miedo que sintiese, nada la devolvería a la vida.

¿Cómo se sentiría aquella mañana el asesino? ¿Estaría tranquilamente sentado, tomando su desayuno? ¿Tendría hambre? ¿Estaría solo en una sórdida habitación, o sentado en una hermosa mesa de comedor, con su familia alrededor, saboreando unos deliciosos huevos con beicon y tostadas? ¿Podría estar hablando con normalidad, tal vez incluso con los niños? ¿Sabía su familia lo que era en realidad, a qué se dedicaba por las noches? ¿Habían sospechado los unos de los otros y pasado por todo el proceso? Primero, el enfado con uno mismo por haber dudado de un ser querido y la sensación de culpa por no poder dejar de hacerlo; luego, el análisis de algunos detalles del pasado, contrastar los recuerdos con los hechos hasta que el fantasma del miedo toma su forma definitiva.

¿Qué estaría pensando él? ¿Pensaría en ello o no? ¿Estaría sentado en algún lugar, meditando como lo hacía ella? Tal vez estuviese pensando lo mismo, mirase a su padre, a su hermano y sintiese miedo por ellos. Volvió a mirar de reojo a Dominic. ¿Dónde había estado la noche anterior? ¿Lo sabía con precisión? Pitt se lo preguntará.

Recogieron la mesa del desayuno y todos buscaron una ocupación mientras esperaban la llegada de la policía y el inicio de los interrogatorios.

Afortunadamente, no tuvieron que aguardar demasiado. Pitt llegó con su nuevo ayudante poco antes de las nueve. Parecía cansado, como si se hubiese acostado tarde y presentaba un aspecto más descuidado de lo habitual. El inspector parecía dispuesto para una especie de ordalía.

—Buenos días —saludó—. Lo siento, pero esto es necesario.

Todos asintieron; preferían acabar cuanto antes. Se sentaron todos salvo Dominic, que permaneció de pie, y esperaron a que Pitt empezase a hablar.

El inspector optó por ser directo.

—¿Estuvo fuera anoche, señor Corde?

—Sí, lo estuve. —Dominic sintió vergüenza y enrojeció. Charlotte comprendió que también él se había preguntado si Sarah hubiese salido de haberse quedado él en casa.

—¿Adónde fue?

—¿Perdón? —Dominic parecía un poco perdido.

—¿Dónde estaba usted?

—En el club.

—¿De nuevo? ¿Había alguien con usted?

Dominic enrojeció aún más cuando comprendió las sospechas de Pitt. A pesar de que la víctima fuese Sarah, no quedaba excluido de la lista de sospechosos.

—Sí, sí…, —balbuceó—. Varias personas. No recuerdo el nombre de todas ellas. ¿Los necesita?

—Será mejor que los consiga, señor Corde, antes de que se olviden ellos o usted.

Dominic abrió la boca como dispuesto a protestar, pero no lo hizo y se limitó a anotar una docena de nombres. Se los tendió a Pitt y dijo.

—Me parece que ésas son las personas que estaban allí ayer por la noche. No estuve con nadie durante demasiado tiempo, ya sabe como son esos lugares.

—Estoy seguro de que podremos rehacer el puzle si disponemos de todas las piezas. ¿Por qué estaba en el club ayer por la noche, señor Corde? ¿Tenía algo que hacer allí?

Dominic se sintió confundido hasta que comprendió lo que Pitt quería averiguar: saber por qué no estaba en su casa la noche anterior.

—No, nada en especial.

Pitt abandonó esa línea de preguntas. Se volvió hacia Caroline pero cambió de idea y se dirigió a Charlotte.

—¿La señora Corde salió a primera hora de la tarde para visitar a la mujer del vicario?

—Sí, poco después de comer.

—¿Salió sola?

—Sí. —Charlotte miró al suelo. Recordaba con pena y con sensación de culpabilidad la reciente escena. Era increíble comprobar como la vida de alguien podía extinguirse de la noche a la mañana.

—¿Por qué?

Charlotte miró a Pitt.

—Me ofrecí a acompañarla pero ella rehusó. Quería hablar con la señora Prebble a solas y luego ir a hacer algunas visitas para la parroquia. —Le costaba hablar.

—Hacía muchas buenas obras para la parroquia —añadió Emily.

—¿Obras para la parroquia? ¿Quiere decir que visita a los pobres y a los enfermos? —Usó el presente sin percatarse de ello.

—Sí, exacto.

—¿Sabe a quién pensaba visitar ayer?

—No. ¿Qué le ha contado Martha? Quiero decir la señora Prebble.

—Que Sarah había mencionado a varias personas, pero cuando dejó la casa del vicario ya era bastante tarde y no especificó a quién pensaba visitar ni en qué orden. Según la señora Prebble, le advirtió a Sarah que no debía ir sola, pero Sarah no hizo caso. Por lo que dijo, hay varios miembros de la parroquia enfermos… —Su voz se fue apagando.

—¿Cree que —balbuceó— pudo ser simple casualidad?

—No lo sé. Es posible que el asesino estuviese esperando a una víctima indeterminada.

—Si es así, ¿cómo demonios va a poder atraparlo? —exclamó Edward—. No puede llenar las calles de agentes hasta que vuelva a actuar. El muy canalla esperaría hasta que hubiese retirado sus hombres. ¡Podría pasar a su lado, hablar con usted, saludarle con el sombrero, y usted no podría distinguirlo del vicario o de uno de sus agentes!

Nadie respondió.

—Decía que la señora últimamente ayudaba mucho en las obras de caridad de la parroquia —retomó Pitt—. ¿Seguía un horario fijo y visitaba siempre a las mismas personas?

Dominic se lo quedó mirando.

—¿Cree que el asesino buscaba a Sarah…, quiero decir, a Sarah en concreto?

—No lo sé, señor Corde. ¿Tiene idea de quién podía amar u odiar tanto a su esposa?

—¿Amar? —repitió Dominic sin dar crédito a sus oídos—. ¡Por Dios! ¿Se refiere a mí?

Era la primera vez que se decía algo así en voz alta. Charlotte miró la cara de los demás, intentando intuir a quién se le había ocurrido esa idea antes. El único que parecía no haber contemplado esa posibilidad era su padre. Volvió a mirar a Pitt, pendiente de su respuesta.

—No sé a quién me refiero, señor Corde —dijo el inspector—. Si lo supiese habría resuelto el caso.

—¡Pero podría referirse a mí! —Dominic se mostraba cada vez más fuera de sí—. A pesar de que esta vez se tratara de Sarah, ¡sigue sospechando de mí!

—¿Está seguro de no ser culpable?

Dominic lo miró por un momento, sin decir nada.

—Salvo que esté totalmente loco y pueda convertirme en otra persona, estoy seguro de ser inocente. No podría haberle hecho daño a Sarah. No sé cuánto la quería, no sé cuánto quiero a nadie, pero sé que la amaba demasiado para herirla deliberadamente. Tal vez ambos nos hicimos daño con nuestra actitud, pero nunca le hubiese hecho nada semejante.

Charlotte no pudo reprimir las lágrimas. Si Sarah lo hubiese sabido… ¿Por qué no decimos las cosas a la gente cuando todavía estamos a tiempo? Nos dejamos llevar por trivialidades. Pero no quería entristecer a todos echándose a llorar en su presencia. Se levantó.

—Discúlpeme —dijo y salió de la habitación caminando, porque correr la hubiese delatado.

Emily no temía por Dominic sino por su padre. Nunca había pensado que el marido de su hermana pudiese tener un lado oscuro. Para ella siempre había sido lo que parecía: un hombre guapo, agradable aunque un poco arrogante, inteligente a ratos, bastante cariñoso y con una imaginación muy fértil. Era curioso que Charlotte se hubiese enamorado de él. Estaba claro que no era la persona adecuada para ella y la hubiese convertido en una persona sumamente infeliz. Él nunca habría estado a la altura de sus profundos sentimientos y su hermana se habría pasado la vida buscando algo que no existía.

Pero su padre era distinto. Estaba claro que albergaba pasiones que ninguna de ellas había sabido calibrar, y había demostrado ser incapaz de dejarlas insatisfechas o de sacrificarlas.

¿La mujer de Cater Street sería la única? Según Sarah, se trataba de una mujer mayor. Cuando su padre y ella rompieron, ¿quién la sustituyó? Nadie parecía haberse planteado esa pregunta.

Pero Emily sí se la había planteado y por la tarde, mientras cosía, pensó qué ocurriría si Pitt se enterase de la aventura de Edward y se hiciese la misma pregunta que se hacía ella. Estaba claro que se iba a enterar, ya fuese por algún cotilleo acerca de la visita de Sarah a aquella mujer o por algún desliz del servicio o de la propia Charlotte. Ésta era tan transparente como el agua. Pitt quizá incluso había hablado con la propia mujer. No era un hombre elegante ni había nacido en una buena familia, pero no era estúpido.

De todos modos, Emily se dijo que más valía que se fuese acostumbrando a opinar bien sobre él porque estaba claro que se iba a atrever a declararse a Charlotte y ella aceptaría si conseguía reunir el valor suficiente. Edward protestaría y a la abuela le daría un soponcio, pero eso era lo de menos.

También podía ser que su padre hubiese hecho algo peor que mantener a una amante o a varias. En ese caso, la familia estaría arruinada y nadie se podría plantear casarse. Esperaba que no fuese así. Dudaba que su padre tuviese más secretos, pero tampoco podía apartar de su mente esa idea sin hacer nada al respecto. Sabía que su padre estaba solo en la biblioteca.

El abominable vicario pasaría a visitarles ese día o al día siguiente, ahora que la policía ya se había marchado. Lo mejor era zanjar cuanto antes la cuestión.

Edward la miró con extrañeza cuando la vio entrar en la biblioteca.

—Emily, ¿buscas algo para leer?

—No es eso. —Se sentó en la silla de cuero que había enfrente de él.

—¿Qué pasa, entonces? ¿No quieres quedarte sola? Reconozco que yo también me alegro de tu compañía.

Ella sonrió discretamente. Aquello iba a resultar más duro de lo que había imaginado.

—Papá…

—¿Sí, querida? —Parecía tan cansado. Emily había olvidado qué edad tenía.

—Papá, la mujer de Cater Street ¿cuánto tiempo hace que es tu amante? —Era mejor ir al grano. Podía ser muy astuta con otra gente, pero nunca había conseguido engañar a su padre.

—A ratos eres como la propia Charlotte —sonrió con aire triste y Emily supo que no pensaba en ella ni en Charlotte sino en Sarah.

—¿Cuánto hace? —insistió. Necesitaba saberlo. Edward miró a su hija. ¿Calibraba hasta dónde estaba informada? Tal vez decidiera mentir para salir del paso.

—Sabemos tu historia con ella —dijo ella con tono cruel—. Sarah fue a hacerle una visita por caridad y descubrió la verdad. Por favor, papá, no lo empeores. —Le temblaba la voz. Odiaba tener que hacer aquello, pero vivir con la duda sería mucho peor; prefería afrontar la verdad, por dura que ésta fuera. Además, no quería que él mintiera, degradándose ante su propia hija.

Edward no dejaba de mirarla. Deseaba cerrar los ojos y creer que Emily nunca había formulado esa pregunta, pero ya era demasiado tarde.

—Hace mucho tiempo —contestó con un pequeño suspiro—. Duró poco. Acabó un año o dos después de que tú nacieras. Pero ella me seguía gustando. Tu madre estaba demasiado ocupada contigo. No la conociste en aquella época, pero no era muy distinta de Sarah, una mujer muy tenaz que siempre creía que sabía las cosas mejor que nadie. —De pronto las lágrimas afloraron a sus ojos y Emily apartó la mirada para evitar que se sintiera humillado. Se levantó y se acercó a la ventana para darle tiempo a que se recuperara.

—¿Hubo otra después de ella? —preguntó. Era mejor enterarse de todo de una vez.

—No —contestó él, sorprendido—. ¡Por supuesto que no! ¿Por qué preguntas algo así, Emily?

Intentó responder con una mentira rápida para que su padre no advirtiera lo que había sospechado. Aunque resultase ridículo, en ese momento sentía la necesidad de protegerle. Había creído que nunca iba a perdonarle el que hubiese hecho daño a su madre, pero en cambio ahí estaba, protegiéndole como si el herido fuese él.

—Por mamá, ¡claro! —respondió—. Es fácil perdonar un error aislado, sobre todo si se cometió hace muchos años, pero es más difícil olvidar un hecho si se ha venido repitiendo con asiduidad una vez tras otra.

—¿Crees que tu madre pensará lo mismo? —Su voz tenía un deje de esperanza que sonaba patético.

—Se lo preguntaré —dijo impulsivamente—. Me parece que está arriba, descansando. Está sufriendo mucho por lo de Sarah.

Se levantó.

—Sí, lo sé. Yo tampoco me había dado cuenta de lo que Sarah significaba para mí hasta hoy. —Edward la abrazó y la besó suavemente en la frente. Emily se aferró a él y rompió a llorar por Sarah, por ella misma y por todos…, aquello resultaba demasiado duro.

Por la tarde, George Ashworth fue a presentar sus condolencias. Naturalmente, las hizo extensivas a toda la familia y, por lo tanto, Edward lo recibió en la sala de estar. El protocolo obligaba a ofrecer un té y el protocolo aconsejaba que se rechazara. Así se hizo, tras lo cual Ashworth pidió hablar con Emily.

Emily lo recibió en la biblioteca, porque allí eran menos frecuentes las interrupciones.

Ashworth cerró la puerta al entrar.

—Emily, lo siento mucho. Tal vez no debía venir tan pronto, pero no quería que pensases que me era indiferente, estaba preocupado por ti. Supongo que es una tontería preguntar si puedo hacer algo por ti.

Emily se emocionó al comprobar que George tenía sentimientos más profundos que los dictados por la buena educación. Había deseado —y de hecho planeado— casarse con él porque le gustaba, pero no se había dado cuenta de que era una persona tan sensible. Era una agradable revelación y, curiosamente, sintió que la hacía perder parte de la calma que había intentado reunir.

—Gracias —musitó—. Es muy amable de tu parte, pero realmente no hay nada que puedas hacer, salvo tener paciencia hasta que llegue el momento en que podamos retomar nuestras vidas.

—¿Supongo que siguen sin saber quién pudo haberlo hecho?

—Así es. Me pregunto si algún día lo sabrán. De hecho, el otro día oí que una sirvienta bastante estúpida comentaba que no se trataba de un ser humano sino de una criatura sobrenatural, un vampiro o un demonio. —Emitió un breve sonido gutural que pretendía ser una risilla.

—No te convence esa teoría, ¿verdad? —preguntó con cierto embarazo.

—¡Claro que no! —replicó ella—. El asesino es algún vecino de Cater Street o los alrededores, un loco con una terrible enfermedad que le impulsa a matar. No sé si mata por alguna razón o simplemente estrangula a las jóvenes que se cruzan en su camino cuando le da el ataque. Pero es un ser humano, de eso estoy segura.

—¿Por qué estás tan segura, Emily? —preguntó George, y se sentó en el brazo de una silla.

Ella lo observó. Aquél era el hombre con el que pretendía casarse y pasar el resto de su vida. Era muy atractivo y distinguido socialmente, pero aquel día le gustaba en especial por el evidente interés que mostraba hacia ella.

—Porque no creo en monstruos —contestó con franqueza—. Existen hombres diabólicos, por supuesto, pero no monstruos. Supongo que pretende hacernos creer que lo es, porque así dejaríamos de buscarle entre nosotros. Tal vez esa creencia interrumpiría toda búsqueda definitivamente.

—Eres una persona demasiado lógica, Emily —dijo con una sonrisa—. ¿Alguna vez haces algo absurdo?

—No demasiado a menudo —respondió ella y también sonrió—. ¿Preferirías que lo hiciera?

—¡Oh, no! Eres la mezcla perfecta. Pareces femenina y frágil, sabes cuándo callar y cuándo hablar, y sin embargo tienes más sentido común que muchos hombres.

—Gracias —murmuró ella con satisfacción.

—De hecho —miró el suelo y luego a ella—, si fuera listo debería casarme contigo.

Emily contuvo la respiración.

—¿Y lo eres? —preguntó en voz baja.

Él sonrió con picardía.

—No suelo serlo. Pero creo que por esta vez tendré que hacer una excepción.

—¿Te estás declarando, George? —Se volvió hacia él.

—¿No se nota?

—Me gustaría asegurarme. Sería imperdonable cometer un error de interpretación en un asunto tan importante.

—Sí, esto es una proposición de matrimonio. —Sus ojos reflejaban cierta inseguridad, como si la respuesta le importase de verdad.

Emily supo que George le gustaba más de lo que nunca había soñado.

—Me siento muy honrada —dijo—. Y acepto. Será mejor que hables con papá cuando hayan pasado unas semanas; ahora está muy afectado.

—Así lo haré. —Se puso en pie—. Y me aseguraré de que mi petición sea convincente. Bueno, ahora tengo que marcharme, no quisiera hacerme pesado. Buenas tardes, querida Emily.