Charlotte ignoraba lo ocurrido la noche anterior y los sentimientos de Dominic. Pero al día siguiente no pudo dejar de percibir que entre ambos se abría una terrible brecha, más profunda de lo que cabría esperar aunque fuese por culpa de las sospechas que Sarah albergaba.
Sin embargo, aquella tarde se vio obligada a pensar en cosas más graves. Estaba sola en casa, transcribiendo una serie de recetas para la señora Lessing. Levantó la vista hacia la ventana y contempló los nubarrones. Todos estaban fuera, de visita, y Charlotte se dijo que se iban a mojar bastante. Mientras pensaba, alguien llamó discretamente a la puerta.
—Adelante —dijo. Faltaba mucho para la hora del té, de modo que debía de tratarse de alguna duda relativa a la preparación de la cena.
Era Millie, la nueva sirvienta, y parecía aterrada. Charlotte pensó que habría salido a cumplir algún encargo cercano y que alguien la habría molestado o por alguna razón habría recordado al estrangulador.
—Pasa, Millie. Será mejor que te sientes. Tienes un aspecto horrible. ¿Qué ocurre?
—¡Señorita Charlotte! —La pobre temblaba como si tuviera fiebre—. ¡Me alegra tanto que esté usted aquí!
—Siéntate, Millie y cuéntame qué ha pasado.
Millie tenía las piernas rígidas y no paraba de retorcerse las manos. De repente se quedó sin habla y parecía a punto de echarse a correr.
—¡Por el amor de Dios! —Charlotte suspiró y la obligó a sentarse en una silla—. Ahora cuéntame qué ocurre. ¿Has salido a hacer algún recado o has ido al sótano?
—¡Oh, no, señorita Charlotte! —Parecía conmocionada.
—Bien, ¿de qué se trata? ¿Dónde estabas?
—Estaba arriba, en mi habitación, señorita. La señora Dunphy me había dado permiso.
Charlotte retrocedió unos pasos, confundida. Habría jurado que la palidez de Millie tenía algo que ver con el estrangulador, pero no era así.
—Entonces, ¿cuál es el problema, Millie? ¿Estás enferma?
—No, señorita. —Millie bajó la vista hacia sus manos, que seguían retorciéndose en el regazo. Charlotte se dio cuenta de que Millie sujetaba algo entre las manos.
—¿Qué tienes ahí, Millie?
—¡Oh! —A la chica se le llenaron los ojos de lágrimas—. No quería traerlo, señorita, ¡pero temía por mi reputación! —Sorbió ruidosamente—. Me alegra que sea usted quien está en casa, señorita. —De repente rompió a sollozar desconsoladamente.
Charlotte estaba perpleja y asustada.
—¿De qué se trata, Millie? —Tendió la mano—. ¡Dámelo! —Millie abrió lentamente su mano para mostrarle una corbata arrugada.
Charlotte no entendía nada. No comprendía que Millie se pusiese así por una simple corbata. Aquel objeto no podía inspirar ningún sentimiento en especial y mucho menos el terror del que era presa Millie.
Charlotte cogió la corbata y la examinó. Millie la observaba con ojos bien abiertos.
—Es una corbata —dijo Charlotte—. ¿Qué pasa con ella? —Entonces la asaltó una idea—. Millie, no creerás que alguien pudo usarla para estrangular, ¿verdad? —Tuvo ganas de echarse a reír—. ¡No las mataron con una corbata, Millie! Lo hicieron con un alambre. Llévatela y dile a Maddock que la tire, ¡está asquerosa!
—Sí, señorita Charlotte. —Pero Millie no se movió. Seguía pálida y el miedo todavía se reflejaba en su rostro.
—¡Vamos, Millie!
—Es del señor Dominic, señorita Charlotte. Lo sé porque hago la colada. Las corbatas del señor Edward son de otra tela. Es fácil distinguirlas. Cuando coloco la ropa limpia en el armario, sólo con echar un vistazo ya sé de quién es cada una.
Charlotte sintió un inmotivado sudor frío. ¿Qué importancia tenía que Dominic hubiese perdido una corbata?
—Bien, es del señor Dominic —dijo tragando saliva—. Pero aun así está asquerosa. Ponla de nuevo a lavar.
Millie se levantó lentamente, estrujando la corbata entre las manos.
—No tiene nada que ver conmigo, señorita Charlotte, se lo juro. Pongo a Dios por testigo, señorita, ¡lo juro! —Estaba tan asustada que se había echado a temblar.
Charlotte no podía evitar por más tiempo la única pregunta que podía dar sentido a todo aquello. Y la formuló:
—¿Dónde la encontraste, Millie?
—En mi habitación, señorita. —Se sonrojó—. Debajo de la cama. Al darle la vuelta al colchón cayó del somier al suelo. Por eso está tan sucia y llena de polvo. Estuvo ahí desde que llegué, señorita, ¡lo juro!
Charlotte sintió que su mundo saltaba en mil pedazos. Una voz interior le susurró que debía haber imaginado algo así, pero Charlotte se negó a escucharla. En pleno caos, buscaba algo que decir y que permitiese reconstruirlo todo. Aquélla había sido la habitación de Lily durante años. Sarah nunca había dormido en ella; Dominic no tenía motivo para ir a ese dormitorio. ¿Podía ser que Lily hubiese llevado la colada a su habitación por alguna razón? Tal vez Lily había llevado la corbata para coserla. Ese argumento era fácil de rebatir puesto que la corbata no estaba rota. ¿Millie mentía? Bastaba con mirarle a la cara para descartar esa posibilidad.
—Lo siento, señorita —murmuró Millie con desespero—. ¿He hecho mal?
Charlotte apoyó su mano sobre el tenso brazo de la joven.
—No, Millie, has hecho lo correcto y no hace falta que te asustes. Pero no se lo digas a nadie, no vaya a ser que alguien lo malinterprete.
—¿Y si alguien me pregunta, señorita? —inquirió Millie y la miró con repentino alivio—. ¿Qué debo contestar, señorita Charlotte?
—No veo porque alguien te habría de preguntar nada, pero si se diese el caso, cuenta la verdad, Millie, exactamente lo que sabes, nada más, sin extraer conclusiones, ¿entiendes?
—Sí, señorita Charlotte. Y gracias, señorita.
—Está bien, Millie. Será mejor que pongas esa prenda con el resto de la colada. Por favor, encárgate personalmente. No permitas que Sarah se entere.
Millie volvió a palidecer.
—Señorita Charlotte, ¿cree que…?
—No creo nada, Millie. Tampoco quiero que la señorita Sarah piense nada al respecto. Ahora ve y haz lo que te digo.
—Sí, señorita. —Millie hizo una breve reverencia y casi tropezó al abandonar la sala.
Una vez a solas, Charlotte se dejó caer sobre el asiento más cercano. Le temblaban las piernas y le hormigueaban las manos.
¡Dominic y Lily! ¡Dominic en la cama de Lily! Dominic sacándose la corbata, la camisa y poniéndoselo todo de nuevo tan apresuradamente que se olvida la corbata. Charlotte se sentía enferma. Lily la pequeña Lily Mitchell.
Había amado a Dominic con todo su corazón, sin pedir nada a cambio, y él se había ido con la sirvienta. ¿Cuál era el problema de Dominic y de todos los hombres? ¿O acaso era problema de ella, de Charlotte? ¿Sería porque no sabía callar a tiempo? ¿Resultaba poco femenina? Algunas personas se habían interesado por ella, pero el único que realmente se había enamorado de ella como mujer era aquel desgraciado de Pitt.
Era ridículo. La autocompasión no conduce a ningún lado. Tenía que pensar en algo más. Lily había muerto. Que hubiese amado o no a Dominic, no importaba y era mejor no pensar en ello. Dominic era guapo y encantador…, el corazón le dio un vuelco. ¿Por qué no habría de gustarle a cualquier mujer? A Verity le parecía atractivo, y sabía que a Chloe también. Y ambas estaban muertas.
Se quedó helada. ¡No podía ser! Dominic se había encontrado con Edward la noche en que mataron a Lily, lo que significaba que él también había estado en esa calle. ¡No lo había tenido en cuenta! Sólo había pensado en Edward, jamás se le había ocurrido que Dominic… ¡Qué estaba sugiriendo! Quería a Dominic, le había querido desde que se había convertido en una mujer. ¿Cómo podía sospechar semejante cosa de él? ¿Dónde quedaba el amor que sentía por él? ¿Para qué le servía si no para conocerle lo suficiente para descartar que fuese un criminal? ¿Acaso era posible amar a un desconocido? ¡Jamás hubiese imaginado que Dominic se hubiese acostado con Lily! Sin embargo, en menos de una hora había llegado a aceptarlo. Tal vez su amor no fuese más que fascinación, quizá se había enamorado del propio amor o de alguien que sólo existía en su imaginación. Tal vez se había enamorado de su rostro, de su sonrisa, de sus ojos, de su cabello. ¿Acaso sabía cómo era en realidad aquel hombre? ¿Qué pensaba o sentía cuando estaba lejos de Sarah y la familia? ¿Podía haber amado a Lily o a Verity o haberlas odiado?
Cuanto más lo pensaba, más confusa se sentía y más dudaba de sí misma y del amor apasionado que había sentido durante todos aquellos años por Dominic.
Charlotte se quedó absorta, sin consciencia de la habitación en que estaba, ni de la casa, ni de la hora que era cuando llamaron a la puerta. Dora dijo que la mujer del vicario había venido a hacerles una visita y quería saber si debía servir el té, puesto que ya eran cerca de las cuatro de la tarde.
Charlotte intentó sobreponerse; no tenía ganas de ver a nadie, y menos a Martha Prebble.
—Sí, Dora, por supuesto —contestó mecánicamente—. Y haz pasar a la señora Prebble.
Martha Prebble estaba menos apagada que la última vez que Charlotte la había visto. Parecía haber recuperado el ánimo y tenía un aire más decidido. Avanzó hacia ella, para estrecharle la mano.
—Mi querida Charlotte, estás muy pálida. ¿Te encuentras bien, querida?
—Sí, gracias, señora Prebble. —Luego pensó que era mejor decir algo, por si su aspecto era tan nefasto como su estado anímico—. Estoy algo cansada, no he dormido bien esta noche. Por favor, siéntese. —Señaló la silla acolchada porque era una de las más cómodas.
Martha se sentó.
—Tienes que cuidarte más. Has sido un ángel ayudando a la señora Lessing, no puedes ser menos contigo misma.
Charlotte sonrió algo forzada.
—Ése es un buen consejo, viniendo de usted. Está en todas partes, ayudando a todo el mundo. —De pronto le asaltó una idea—. ¿Ha venido sola? No habrá cometido la imprudencia de ir por la calle sola, ¿verdad? No debería arriesgarse tanto. Le pediré a Maddock que la acompañe, a su vuelta. Cuando se marche ya habrá oscurecido. ¡Es muy peligroso!
—Es muy amable de tu parte, pero me temo que no puedo acostumbrarme a ir con escolta a todas partes.
—Entonces será mejor que se quede en casa, por lo menos hasta que… Martha… —se inclinó, esbozando una sonrisa en su adusto rostro.
—¿Hasta qué, querida? ¿Hasta que la policía encuentre al asesino? ¿Cuánto crees que puede durar esto? No puedo dejar de atender a la parroquia. Hay mucha gente que me necesita. No todos tenemos la misma suerte, ¿sabes? Algunas personas viven solas, son viejas o están enfermas. Algunas mujeres se han quedado viudas o los maridos las han abandonado y tienen que criar a sus hijos sin ayuda de nadie. La gente rica de la parroquia prefiere no conocer esos problemas, pero eso no impide que sigan existiendo.
—¿En nuestro barrio? —Charlotte se mostró sorprendida—. Pensaba que todos los vecinos de Cater Street disfrutaban de una posición holgada, tenían las necesidades cubiertas y cierto confort. Nunca he visto a ningún pobre viviendo en este barrio.
—¡Oh, lo hacen de manera discreta! —Martha miró hacia la ventana—. La pobreza está soterrada; la ropa va con parches, cosida y recosida. A veces sólo tienen un par de zapatos y comen una única vez al día. Mantienen las apariencias por preservar la autoestima.
—¡Qué horror! —Charlotte no pretendía usar un tono tan trivial como el que le salió. Aquello le parecía de verdad horrible; le dolía. No se trataba de la miserable y desproporcionada pobreza de la que hablaba el inspector Pitt, pero eso no impedía que resultase dolorosa, constante y agotadora. Charlotte no había pasado hambre en su vida ni había tenido que pensar si podría o no pagar algo. Por supuesto en alguna ocasión se había enamorado de un vestido que no se podía permitir, pero sabía que, a fin de cuentas, disponía de todo cuanto precisaba—. Lo siento. ¿Puedo ayudar de alguna forma?
Martha sonrió y apoyó su mano en la rodilla de Charlotte.
—Eres muy buena, Charlotte. Te pareces a tu madre. Estoy segura de que habrá cosas que hacer y de que ya has hecho muchas. Es una lástima que no todas las jóvenes de la parroquia actúen como tú.
Dora entró para servir el té y las interrumpió. Martha no volvió a hablar hasta que Dora se fue y Charlotte se hubo servido una taza.
—Abunda la frivolidad, la gente no se preocupa más que de sí misma.
Charlotte pensó en Emily. Por mucho que quisiera a su hermana, tenía que admitir que no hacía nada si no era para sacar algún provecho.
—Me temo que así es —asintió—. Tal vez es por falta de información.
—La ignorancia no lo justifica todo. A menudo no sabemos porque no queremos saber. Si nos damos por enterados, nos sentimos obligados a actuar.
Aquello era absolutamente cierto y Charlotte se sintió un poco culpable. Involuntariamente pensó en Pitt. Él le había obligado a ver cosas que ella prefería obviar, cosas que le provocaban zozobra, que alteraban su paz mental y su tranquilidad. Y a causa de ello se había disgustado mucho con él.
—Intenté que Verity pensase como tú —explicó Martha sin dejar de mirarla—. Tenía buen corazón, la pobre Verity.
—Tengo entendido que también conocía a Chloe —dijo Charlotte, y deseó no haberlo dicho. Era una forma de despertar un doloroso recuerdo y reavivar la tristeza. Vio cómo el rostro de Martha se contraía y cómo se le tensaban los músculos alrededor de la boca.
—Pobre Chloe —se lamentó con un tono que Charlotte no llegó a comprender—. Era tan frívola, tan despreocupada… Se reía cuando no debía. Intentaba subir en la escala social. Me temo que abrigaba ideas pecaminosas, cosas que… —Contuvo la respiración—. Pero no me gusta hablar mal de los muertos. Ha pagado por sus faltas y la corrupción ya no puede hacer mella en ella.
Charlotte la observó detenidamente. Su rostro de rasgos fuertes reflejaba confusión y tristeza.
—Será mejor que cambiemos de tema —propuso Charlotte—. He estado transcribiendo varias recetas. Estoy segura de que le van a interesar. Sarah comentó que usted andaba buscando una receta para el fricandó de ternera con espinacas. Creo que la señora Hilton tiene una cocinera excelente, o eso le ha dicho la señora Dunphy a mi madre.
—Sí, es cierto. Además es una joven muy dispuesta. Cocina mucho para los actos benéficos de la iglesia. Se le dan muy bien los pasteles. No todas las cocineras saben hacer un buen pastel de nata; resultan demasiado torpes. Para eso se necesitan manos ligeras y expertas. También es muy buena cuando se trata de preparar fruta en conserva. Se pasaba el rato enviando a la sirvienta a… —Se interrumpió. Volvía a estar lívida y en sus ojos se leía la angustia.
Charlotte levantó la mano instintivamente.
—Será mejor que no pensemos en ello. Ya no podemos hacer nada. Le buscaré la receta del fricandó. —Se puso en pie.
Martha la siguió al otro extremo de la mesa. Charlotte deseaba que la visita terminase; se sentía incómoda y no había sabido llevarla bien. Le daba pena haber despertado la tristeza de la pobre Martha con respecto a las jóvenes muertas, pero también le inspiraba compasión por su vida en general: el tener que vivir con el vicario le parecía peor destino que cualquiera de aquéllos a los que Pitt había aludido.
—Aquí tiene. —Le tendió una hoja—. Ya he copiado el fricandó una vez, puedo volver a hacerlo sin problemas. Por favor…, e insisto en que Maddock la acompañe hasta casa.
—No es necesario. —Martha cogió la receta sin mirarla siquiera—. Descuide.
—Me niego a dejarla ir sola —insistió Charlotte, y cogió la campanilla para avisar al mayordomo—. Me sentiría culpable toda la noche. ¡Estaría tan preocupada que podría caer enferma!
A Martha no le quedó otro remedio que aceptar. Diez minutos más tarde se marchó escoltada por Maddock.
Charlotte no pudo tener una tarde tranquila para poner orden en sus sentimientos. Emily volvió a casa anunciando que había invitado a lord Ashworth a cenar y que llegaría a las siete en punto.
Todo el mundo se entregó a un nervioso trajín ante semejante cambio de planes. La abuela fue la única que pareció encantada con la noticia. Le fascinaba tanto movimiento porque le permitía monologar sobre cómo se debía llevar bien una casa para que una visita imprevista, aunque fuese el propio rey, lo encontrase todo en orden y la mesa dispuesta. Emily estaba demasiado emocionada y Caroline demasiado ocupada como para molestarse en contestarle. De hecho, fue Sarah la que le pidió que mantuviese la boca cerrada. La abuela se ofendió tanto que tuvo que retirarse a sus aposentos y tumbarse un rato.
—Así se hace —la felicitó Charlotte. Sarah sonrió a su hermana por primera vez en las últimas semanas.
Todo estaba en orden y tranquilo, por lo menos en apariencia, unos cinco minutos antes de que llegara George Ashworth. Toda la familia estaba reunida en la sala de estar. Emily llevaba un vestido rosa que le sentaba muy bien aunque a su padre le había parecido una exageración tener que comprar más ropa nueva. Sarah iba de verde y también estaba muy bonita. Charlotte escogió un azul grisáceo pálido que no le gustaba demasiado hasta que se vio en un espejo y comprobó que hacía juego con sus ojos y destacaba el cálido tono de su piel y su cabello.
Se sonrojó y se sintió algo incómoda cuando Ashworth se inclinó ante ella y la examinó de arriba abajo, con evidente satisfacción. No le gustaba aquel hombre, y del cual pensaba que estaba jugando con Emily. Contestó a su saludo formalmente, sin más entusiasmo que el que señala la buena educación.
Sin embargo, durante la velada cambió en parte de opinión. La conducta de Ashworth era irreprochable y de no ser porque podía herir a Emily, tanto social como personalmente, hasta le hubiese considerado una persona agradable. Era un hombre inteligente y seguro de sí mismo. Claro que, con su estatus, probablemente se podía permitir hablar sin temor a las consecuencias. Se puede decir que cautivó a la abuela, lo que no era difícil de prever, teniendo en cuenta lo mucho que le gustaban los jóvenes apuestos y, en especial, los títulos de nobleza.
Charlotte miró de reojo y vio sonreír a Emily. Estaba claro que Ashworth sabía seducir y que se le daba extremadamente bien. Charlotte maldijo a aquel joven que iba a hacerle daño a Emily. ¡Su hermana era todavía una niña que no sabía nada del mundo, comparada con él!
A partir de ese momento, siempre que Charlotte le dirigía la palabra lo hacía con cierta rabia. Dominic la miraba con gesto de reprenderla, pero Charlotte estaba demasiado molesta para preocuparse por eso. Se sintió de nuevo confusa con respecto a Dominic. Le había amado tanto y ahora anhelaba protegerle de… ¿de qué? De Pitt, de la policía ¿de sí mismo?
Le pareció que la visita duraba eternamente. Sin embargo, no eran más de las once cuando George Ashworth se marchó y Charlotte pudo irse, por fin, a la cama. Pensaba que se iba a quedar cavilando, dándole vueltas a sus sentimientos durante toda la noche, pero nada más tumbarse, el cansancio pudo con ella y se durmió.
El día siguiente fue todavía peor. Poco después de las diez de la mañana, Maddock subió a su habitación para comunicarle que el inspector Pitt estaba en el vestíbulo y quería verla.
—¿A mí? —Trató de disimular. Pitt tal vez quería ver a su padre y sólo intentaba asegurarse de que le diesen el recado.
—Sí, señorita —contestó Maddock sin dudarlo—. Pidió verla a usted en particular.
—Asegúrate de que no es con mi padre con quien desea hablar, por favor, Maddock.
—Sí, señorita. —Maddock volvió para salir pero cuando llegó a la puerta se encontró con que el propio Pitt entraba sin pedir permiso.
—¡Inspector Pitt! —protestó Charlotte con indignación. Era la última persona a la que deseaba ver. El episodio de la corbata de Dominic estaba demasiado fresco en su memoria y le preocupaba que Pitt pudiese interrogar a Millie o se pasease por la cocina o el lavadero y advirtiese la inquietud de la sirvienta. Pero temía aún más lo que ella misma pudiera decirle al inspector. En su rostro se reflejaba la angustia del que quiere callar algo y está asustado.
—Buenos días, señorita Ellison. —Esperó a que Maddock se marchara y cerrara bien la puerta—. Charlotte, he venido para hablarle de George Ashworth.
Charlotte se sintió aliviada. ¡No tenía nada que ver con Dominic!
—¿Ya lo sabe? —preguntó Pitt. El rostro de Charlotte era único, en él podían leerse sus sentimientos como en un libro abierto.
Charlotte estaba confundida.
—No. ¿Qué pasa con él? ¿Ha descubierto algo? —Volvió a preocuparse por Emily. ¿Acaso era Ashworth el asesino? De ser así, Pitt lo detendría y él no podría herir a Emily, ni humillarla abandonándola por otra mujer.
Pitt la observaba.
—¿Le cae bien? —inquirió con una sonrisa. Tenía una mirada muy dulce.
—Me desagrada sobremanera —contestó ella con dureza.
—¿Por qué? ¿Porque teme que le haga daño a Emily? ¿Le preocupa que la mate o que se aburra de ella y la abandone por otra mujer con más dinero o con un título?
Le molestó que el inspector acertara y que se inmiscuyera. La posible humillación de Emily o el daño que pudiese sufrir no eran asunto de Pitt.
—¡Claro que temo que pueda matarla! ¿Qué ha venido a contarme, señor Pitt?
Pitt ignoró su rudeza sin dejar de sonreír.
—Que probablemente ni siquiera conocía a la criada de los Hilton y que es seguro que no mató a Lily Mitchell. Tiene una coartada perfecta para aquel día y aquella noche.
Charlotte se sintió aliviada y contenta, lo que en realidad carecía de lógica, pues eso implicaba que Ashworth seguiría en libertad y podría humillar a Emily, y ella no quería que eso ocurriera.
—De modo que ya puede descartar a un sospechoso —dijo buscando la expresión que diese a entender a Pitt que no le gustaba que la mirase en silencio, sonriendo y analizando cada gesto y cada pensamiento que pudiese reflejarse en su rostro.
—Sí —asintió—. Desde luego no es el mejor método de investigación.
—¿No puede hacer nada más? —Era una pregunta, no una crítica.
Él sonrió e hizo un divertido gesto de impotencia.
—No demasiado. Intento formarme una imagen de la clase de persona que buscamos, la clase de hombre que podría cometer semejantes crímenes.
Involuntariamente, Charlotte repitió en voz alta el mismo pensamiento que tanto había horrorizado a Dominic:
—¿Cree posible que se trate de un hombre que no es consciente de sus actos, no sabe por qué mata o ni siquiera recuerda haberlo hecho? En ese caso sería tan ajeno al problema y se sentiría tan asustado como nosotros, ¿no?
—Sí —contestó Pitt.
Pero a Charlotte no le sirvió de consuelo. Hubiese preferido que respondiera que no. Todo aquello acercaba todavía más al estrangulador a su vida; eliminaba el abismo que había entre él y ellos. Podía tratarse de alguien de su entorno. ¡Sólo Dios sabía cómo se sentiría el asesino al descubrir sus crímenes!
—Lo siento, Charlotte —dijo Pitt con ternura—. A mí también me asusta. Sé que hay que encontrarle, pero no me hace gracia tener que ser yo quien lo haga.
Charlotte no sabía qué contestar. En su mente sólo veía la corbata de Dominic, tan grande que podría estrangular al mundo entero. Deseaba que Pitt se marchara antes de que sus pensamientos desataran su lengua.
—Vi a su cuñado el otro día —dijo él.
Charlotte se puso tensa. Afortunadamente se encontraba de espaldas y eso impedía a Pitt ver el nerviosismo que la embargaba. Intentó hablar para aparentar serenidad pero no lo consiguió. ¿Sería aquélla la verdadera razón de su visita? ¿Sospecharía algo o tendría la certeza?
—En una cafetería —precisó.
—¿En serio? —logró decir ella por fin.
Pitt no contestó. Charlotte sabía que la observaba y no podía soportar el silencio.
—No creo que tuviesen demasiado de que hablar.
—Hablamos del estrangulador, por supuesto, y no de mucho más, aparte de unos cuantos crímenes. Él considera que el del estrangulador era el más importante.
—¿Y no lo es? —Se volvió para mirarle y leer en su rostro su verdadera opinión.
—Sí, claro, pero existen muchos otros. Mi ayudante perdió un brazo la semana pasada.
—¿Perdió un brazo? —exclamó Charlotte horrorizada—. ¿Cómo? ¿Qué ocurrió? —Recordaba al taciturno ayudante perfectamente.
—Gangrena —respondió Pitt sin más, pero Charlotte distinguió la rabia en sus ojos. Se olvidó de Dominic por unos instantes—. Le cayó encima una trampilla tachonada de púas de hierro y una le atravesó el brazo —explicó—. Habíamos ido a los barrios bajos a detener a un timador. —Le explicó lo que había ocurrido.
—¡Es terrible! —exclamó ella—. ¿Estas cosas le ocurren a menudo a su grupo?
—No, no demasiado —contestó—. Los detenidos tienen reacciones extrañas, intentan despertar nuestra compasión o incluso divertirnos, pero pocas veces se ponen violentos. La mayoría prefiere cumplir una condena y seguir vivo. Las penas que se imponen por violencia son demasiado graves como para tomárselas a la ligera. A un culpable de asesinato lo envían a la horca.
—¿Intentan divertirles? —preguntó incrédula.
Pitt se sentó a su lado, en el brazo de una silla.
—¿Cómo cree que la gente podría vivir en los barrios marginales si no tuviese sentido del humor? Sin la astucia y una extraña y amarga capacidad para asumir las cosas más absurdas no podrían resistirlo. Usted no entendería la jerga de los vendedores ambulantes, de las prostitutas ni de los estafadores, pero si pudiera comprenderles se daría cuenta de lo divertidos que resultan en ciertas ocasiones. No dan nada pero tampoco esperan nada, tienen mucha imaginación y son avariciosos, pero todo eso no impide que sean divertidos. Así es el mundo en el que viven. Un mundo en el que los débiles y los desleales mueren.
—¿Qué pasa con los enfermos, los huérfanos, los viejos? —inquirió ella—. ¿Cómo se puede ver eso con sentido del humor?
—Mueren, como ocurre también en las clases sociales distinguidas —replicó—. Mueren de otra forma, eso es todo. Pero Charlotte, en su mundo, ¿qué suerte corre una mujer divorciada, una que tiene un hijo ilegítimo o una cuyo marido muere y la deja sin nada para pagar las deudas? Se arruinan y acaban por suicidarse. A efectos prácticos, se arruinan el mismo día en que ocurre su desgracia. Dejan de salir a la calle y nadie las visita por la tarde. No tienen posibilidad de trabajar, no podrán casar a sus hijas y ningún comerciante les dará crédito. Es una muerte distinta, pero el final es el mismo.
Charlotte no tenía nada que alegar. Hubiese podido odiarle, negarlo o justificarlo todo, pero en el fondo sabía que era verdad. Le venían a la memoria los nombres de algunas personas que de pronto ya no debía pronunciar, recuerdos de conocidos que desaparecían para siempre.
Pitt apoyó delicadamente su mano sobre el brazo de Charlotte. La joven sintió su calidez.
—Lo siento, Charlotte. No tengo derecho a decirlo como si fuera culpa suya, como si usted colaborara feliz o conscientemente en todo este drama.
—Eso no cambia las cosas, ¿verdad? —murmuró.
—No.
—Cuénteme algunas de esas cosas divertidas. Creo que necesito saberlas.
Él se echó hacia atrás y retiró la mano. Charlotte sintió frío en el brazo. Pensaba que no le gustaría que la tocara, pero para su sorpresa no le había desagradado.
Pitt sonrió con picardía.
—Conoció a Willie cuando fue a mi oficina, ¿verdad?
Charlotte sonrió. Recordaba su cara delgada y la mezcla de interés y burla que le había producido la ignorancia de Charlotte.
—Sí, claro. Imagino que él ha sido protagonista de unas cuantas historias pintorescas.
—De cientos de ellas, y algunas son auténticas. Recuerdo una que me contó sobre cómo un vendedor ambulante y toda su familia planearon vengarse del estafador que les pagó con dinero falso. Y Belle… Iba a decir que le gustaría Belle, pero olvidaba que es una prostituta.
—Eso no impide que pueda caerme bien —respondió Charlotte y acto seguido se preguntó si habría ido demasiado lejos—. Tal vez…
Pitt la miró con comprensión.
—Belle es originaria de Bournemouth. Sus padres eran gente honrada pero extremadamente humilde. Servían en la casa de un matrimonio de clase media. El hijo de esta familia sedujo a Belle, más por la fuerza que por su encanto, según cuenta ella. Cuando se supo lo ocurrido, decidieron que era una mujer deshonrada. Por supuesto, en ningún momento se planteó la posibilidad de que se casara con ella. Belle se fue a Londres y al llegar descubrió que estaba embarazada. Empezó a trabajar cosiendo camisas (cuellos y puños, los seis ojales y las costuras por sólo dos peniques y medio). ¿Usted cose, Charlotte? ¿Tiene idea de cuánto tiempo se tarda en coser una camisa? ¿Sabe cuánto dinero se necesita para mantener una casa? ¿Sabe lo que puede comprar con dos peniques y medio? Intentó trabajar como sirvienta pero no lo logró porque no tenía autorización oficial para ejercer esa profesión. En ese momento, un caballero le propuso que se convirtiera en su amante porque no tenía suficiente dinero para casarse con ella, pero aun así le daba dinero para la manutención de su hijo.
»Belle descubrió un mundo nuevo. Le escribía a sus padres cada semana y les enviaba dinero. Ellos pensaban que lo ganaba como modista. ¿De qué iba a servirles saber la verdad? No saben lo que una modista puede ganar en Londres.
»Encontró un casero que la protegía pero que le pedía cada vez más dinero. Pero Belle tenía muchos amigos, no sólo entre sus clientes. Es una joven muy bonita y astuta. Casi siempre que la veo está sonriendo por una cosa o por la otra.
—¿Qué hizo? —Charlotte estaba intrigada.
—Consiguió un amante fijo que falsificaba documentos, escribía cartas, copiaba certificados, etcétera. El tío de ese hombre era un padrino de niños y encargó a todos sus protegidos que atracaran al casero y le hicieran la vida imposible cada vez que pusiera un pie en la calle. Así pues, le robaron el reloj, su colección de filatelia y la cartera. Pero lo peor es que lo abucheaban y se mofaban de él, hasta que se convirtió en el hazmerreír del barrio.
—Pero ¿por qué no acudía a la policía? —Charlotte no pudo evitar hacer esa pregunta—. Especialmente si podía señalar a los culpables y los robos se repetían a menudo.
—¡Lo hizo! Por eso conozco la historia.
—¿Y usted los arrestó? —Le parecía mal y estaba molesta.
Pitt sonrió y la miró a los ojos.
—Desgraciadamente, aquel día me dolía una pierna y no pude correr para coger a ninguno. Al sargento Flack se le metió algo en el ojo y se vio obligado a parar para sacárselo. Cuando pudo ver, ya no había ninguno de los pequeños a la vista.
Charlotte se sintió aliviada.
—¿Y Belle?
—El casero le bajó el alquiler a una suma razonable, aunque él seguía ganando una buena cantidad de dinero.
—¿Belle sigue trabajando de… prostituta?
—¿Qué remedio le queda? ¿Volver a coser camisas por dos peniques y medio?
—No, desde luego que no. He tenido mucha suerte de nacer en una familia acomodada. Solía pensar que era injusto que los pecados de los padres los pagasen los hijos. Ahora comprendo que no es cuestión de justicia. Cosechamos lo que nuestros padres han sembrado.
Levantó la vista y sus ojos se encontraron. La dulzura que reflejaban los de Pitt la turbó y apartó la mirada.
—¿Qué se sabe del estrangulador? ¿Cree que no puede evitar matar?
—Es probable que no sepa demasiado bien lo que hace. Eso explicaría que los más cercanos a él no se hayan percatado de nada —contestó Pitt.
Charlotte recordó la corbata negra y sintió miedo. Por un rato había olvidado que Pitt representaba un peligro y que era sólo un… ¡No, era una idea absurda!
Se puso en pie, algo tensa.
—Gracias por contarme lo de lord Ashworth. Ha sido muy amable de su parte. Me ha servido para tranquilizarme o por lo menos para descartar el peor de mis miedos.
Pitt también se levantó. Aceptaba que era hora de marcharse pero parecía decepcionado. A Charlotte le dio pena, pero Pitt la inquietaba demasiado y no quería que se quedara por más tiempo. Tenía el don de anticiparse a sus palabras y la entendía demasiado bien. Su simpatía y su inteligencia acabarían por lograr que Charlotte traicionara a Dominic y a sí misma.
No dejaba de mirarla ¿Acaso la brusquedad de la despedida le hacía sospechar? ¿Había precipitado tanto la despedida tras la mención del estrangulador que él había intuido sus temores? Tenía que enmendar su error.
—Lo siento, señor Pitt. Ni siquiera le he ofrecido una copa. —Le miró a los ojos y sonrió a pesar de que su rostro seguía tenso. Debía de tener un aspecto espantoso—. ¿Desea tomar algo?
—No, gracias, no se moleste —contestó y se dirigió hacia la puerta, pero se volvió antes de llegar—. Charlotte, ¿de qué tiene tanto miedo?
Charlotte contuvo la respiración y tardó unos segundos en poder contestar.
—¿Por qué lo dice? Me asusta el estrangulador, como a todo el mundo, ¿no?
—Ya —musitó Pitt—. Es posible que hasta el propio estrangulador esté asustado de sí mismo.
La habitación empezó a girar ante los ojos de Charlotte. Era ridículo, no podía desmayarse en ese momento. Puede que Dominic fuese un poco débil en lo referente a sus pasiones —en realidad todos los hombres lo son—, pero no sería capaz de matar, de merodear por las calles estrangulando muchachas con alambres. Sospechar de él era una bajeza, una locura y una traición.
—Sí —asintió Charlotte—. Imagino que es posible. Pero tiene que arrestarle, por el bien de todos —añadió con un tono especialmente relajado, como sugiriendo que todo aquello no tenía demasiado que ver con ella, que su preocupación era más social que personal.
Pitt esbozó una sonrisa, hizo una pequeña reverencia y se marchó. Charlotte oyó como Maddock abría y cerraba la puerta principal.
Se le aflojaron las rodillas y se dejó caer en un sofá mientras las lágrimas le resbalaban por las mejillas.
Cuando Dominic regresó a casa aquella noche, Charlotte no pudo mirarlo a la cara. Sarah también pasó toda la cena en silencio. Emily había salido con George Ashworth y un grupo de amigos. La abuela salmodiaba sobre la pérdida de la buena educación entre los jóvenes. Edward y Caroline mantenían una conversación de compromiso que nadie escuchaba.
Al acabar, Sarah dijo que se iba a acostar porque le dolía la cabeza. Caroline acompañó a la abuela a la biblioteca para leerle algo hasta que le entrara sueño. Edward se fue a su estudio para fumar y contestar la correspondencia.
Dominic y Charlotte se quedaron solos en la sala de estar. Charlotte había temido que eso ocurriera, y sin embargo se sentía casi mejor al tener que enfrentarse al problema. Podía ser que la realidad no fuese tan nefasta como ella había imaginado.
Esperó unos minutos y después levantó la vista, pensando que si no hablaba pronto Dominic podría marcharse también.
—Dominic, tengo algo que decirte.
Él se volvió.
Estaban a solas y disponía de toda su atención. Dominic había clavado en ella sus negros ojos; parecía preocupado. Normalmente eso hubiese bastado para que el corazón le diese un vuelco, pero en ese momento sólo podía pensar en Lily Mitchell y en que Sarah estaba arriba, disgustada por una tontería cuando había cosas más graves que ni siquiera imaginaba o tal vez sí. Y en Pitt. No conseguía apartar el rostro de Pitt de su mente, aquellos ojos penetrantes que la hacían sentir tan próxima a él. Se sintió desconcertada. Lo que acababa de pensar era ridículo.
—¿Sí? —preguntó Dominic.
Charlotte nunca se había caracterizado por su tacto, no sabía abordar un tema con discreción. Caroline lo hubiese hecho mejor.
—¿Te gustaba Lily? —inquirió.
Dominic puso expresión de sorpresa.
—¿La sirvienta, Lily Mitchell?
—Sí. ¿Te gustaba? Por favor, contéstame sinceramente. Es importante. —Pero no sabía qué respuesta podría tranquilizarla. Si contestase que le había gustado se sentiría triste, pero saber que la había utilizado sin que mediara sentimiento alguno le parecía aún peor porque sería más ruin y bajo.
Dominic palideció levemente.
—Sí, me gustaba bastante. Era una muchacha muy alegre. Solía hablar del pueblo donde creció, en el campo. ¿Por qué? ¿Deseas hacer algo por ella? Era huérfana, ¿sabías?, de hecho creo que era hija ilegítima. No tenía familia.
—No, no pensaba hacer nada —repuso ella con cierra brusquedad. No sabía que Lily era huérfana. Había compartido la misma casa con ella durante años, pero a efectos prácticos era como si la chica no hubiese existido. ¿Conocería igual de mal a Dominic?—. Lo preguntaba por ti.
—¿Por mí?
A Charlotte le pareció que Dominic se ruborizaba.
—Sí, por ti. —Mentir no servía de nada; evitar el problema, tampoco. Dominic la miraba fijamente. ¿Por qué demonios tenía tantas ganas de acariciarle en esos momentos? ¿Para asegurarse de que seguía siendo el Dominic al que ella había amado desde siempre, o por piedad?
—No sé de qué hablas —murmuró.
Lo miró a los ojos con una franqueza que habría sido imposible unos meses atrás. Por primera vez podía mirarlo sin que el corazón le palpitara o el pulso se le acelerara. Miraba a la persona que había más allá de aquel hombre atractivo y fascinante.
—Sí lo sabes. Millie me enseñó la corbata que encontró debajo de su cama. Era tuya.
A Dominic no se le ocurrió negarlo. Enrojeció aún más pero no apartó la mirada.
—Sí, me gustaba. Era tan… tan sencilla. En ocasiones Sarah resulta insoportablemente pedante.
—Igual que tú —respondió Charlotte con tal dureza que incluso ella misma se sorprendió. Estaba tan enfadada que no pudo evitar pensar en algo absurdo y, como de costumbre, nada más pensarlo lo dijo—: ¿Qué te parecería si Sarah se dedicase a hacer el amor con Maddock?
A Dominic le hizo gracia.
—¡No seas ridícula!
—¿Qué te parece ridículo exactamente? —replicó ella con desprecio—. Te acostabas con la sirvienta, ¿no es así? ¡Lily ni siquiera era el ama de llaves, se trataba de una simple criada!
—A Sarah no se le ocurriría hacer semejante cosa, no es una prostituta. Es increíble que te hayas atrevido a sugerir algo tan degradante.
—¿Por qué te molesta tanto que hable de un hipotético romance de Sarah cuando tú reconoces sin problema haber cometido adulterio? ¡Deberías estar avergonzado!
Dominic volvió a enrojecer y por primera vez desvió su mirada.
—No me siento muy orgulloso de ese episodio —admitió.
—¿Lo dices por Sarah o por la muerte de Lily? —De pronto lo veía todo claro. Era un descubrimiento muy doloroso, como cuando se ven los defectos de la piel a la luz de la mañana.
—¡Tú no puedes entenderlo! —exclamó él—. Cuando te cases lo entenderás.
—¿Qué entenderé?
—Que… —se levantó— que los hombres a veces… —Se interrumpió porque no sabía cómo explicarlo sin ser grosero.
Charlotte acabó la frase por él:
—¿Que los hombres habéis fijado unas reglas para vosotros y otras para las mujeres? A nosotras nos exigís que seamos absolutamente fieles pero vosotros podéis dar vuestro amor a cualquiera.
—¡No se trata de amor! —replicó Dominic—. ¡Por el amor de Dios, Charlotte!
—¿Qué es entonces? ¿Deseo, lujuria?
—No entiendes nada.
—Entonces explícamelo.
—No seas ingenua. No eres un hombre. Si estuvieses casada tal vez entenderías que los hombres somos diferentes. No se pueden aplicar las reglas y los sentimientos de las mujeres a los hombres.
—La lealtad y el honor son iguales para todos.
—¡Esto no tiene nada que ver con la lealtad ni con el honor! Yo quiero a Sarah; por lo menos la quería hasta que… —se puso lívido— hasta que empezó a temer que yo fuese el estrangulador. —Dominic la miraba y Charlotte vio el dolor y la impotencia reflejados en sus ojos.
Charlotte se puso en pie e impulsivamente apoyó su mano en la de Dominic. Él la apretó fuerte.
—¡Lo cree, Charlotte! ¡Lo afirmó sin ambigüedades!
—Creyó lo que Emily contó —dijo Charlotte con dulzura—. Y tal vez también sepa lo de Lily.
—Pero ¡por el amor de Dios! ¡No tiene nada que ver con que mataran a sangre fría a cuatro jóvenes indefensas y abandonaran sus cadáveres en plena calle!
—Si sabe lo de Lily y sospecha de mí, ha de sentirse herida. Tal vez ésa fuese su manera de vengarse de ti.
—¡Pero eso es monstruoso! No puede sentirse tan mal como para… —Dominic clavó su mirada en ella. Charlotte se la sostuvo con expresión seria.
—Yo lo estaría. Si te hubiese entregado todo mi amor y te hubiese sido fiel en cuerpo y alma, sin siquiera pensar en nadie más, me sentiría traicionada si te hubieras acostado con mi sirvienta y encima sospechase de que pudieses haber cortejado a mi hermana. Intentaría herirte en lo más profundo. Si me hubieses traicionado de esa manera, el asesinato no me parecería algo mucho más grave.
—¡Oh, Charlotte! —Se le quebró la voz y balbuceó—: Charlotte, no puedes pensar eso. ¡Por Dios! Quiero decir que yo nunca le he hecho daño a nadie. —Se aferró a su mano, con tanta fuerza que Charlotte sintió dolor.
Pero ella no estaba dispuesta a ceder.
—Excepción hecha de Sarah, claro está y tal vez incluso de Lily. Quizá se había enamorado de ti, ¿o es que las sirvientas sí pueden sentir deseo como los hombres?
—Charlotte, por favor, ¡no seas tan sarcástica! ¡Ayúdame!
—¡No sé cómo ayudarte! —Ahora fue ella quien apretó fuertemente la mano de él—. No puedo hacer que Sarah se sienta de otro modo, no puedo borrar lo que dijo ni hacer que tú lo olvides.
Dominic se quedó inmóvil durante un rato, junto a ella, mirando su cara y sus ojos.
—No, no puedes —dijo al fin, y cerró los ojos—. Y lo que es peor —añadió con un hilo de voz—, ni siquiera puedes asegurarme que no fui yo quien las mató. Ese maldito Pitt dijo que el asesino podría no ser consciente de sus actos. Por lo tanto, podría ser yo mismo. Podría haber estrangulado a cuatro muchachas y no saberlo. Aquella noche me encontré con tu padre en la calle; parece que nadie se da cuenta de que eso implica que yo también estaba allí. Conocía a las cuatro jóvenes y no estaba en casa cuando las mataron.
A Charlotte sólo se le ocurría una cosa que pudiese consolarle, y la dijo.
—Si Pitt pensase que tú podrías ser el estrangulador, habría vuelto aquí para interrogarte. Tu condición de caballero no te libraría de la justicia.
—¿Crees que ha sospechado de mí? —preguntó ansioso. Necesitaba y quería creerla, pero le resultaba muy difícil.
—Sé que no te cae bien, pero supongo que sabes que no podrías engañarle durante demasiado tiempo, ¿verdad?
Dominic hizo una mueca.
—No es que me caiga mal, me da miedo.
—¿Porque es inteligente?
—Sí, probablemente. —Suspiró—. Gracias, Charlotte. Supongo que tienes razón, Pitt me conoce lo suficiente. Si sospechase de uno de nosotros, estaría investigándonos más de cerca. Y no parece que lo esté haciendo, ¿verdad? —El miedo volvió a reflejarse en su rostro.
Charlotte decidió mentir, como si estuviese protegiendo a un niño.
—No, no lo parece.
Dominic recuperó el aliento y se sentó.
—¿Cómo es posible que Sarah piense que he podido ser yo? Cualquier persona que me conozca lo suficiente… Dijiste que me quería, ¿cómo se puede querer a alguien y pensar algo así de él?
—Porque estar enamorada de alguien no implica que le conozcamos perfectamente —contestó sintiendo el eco de las palabras en su mente. ¿Podía aquella frase significar tanto para él como significaba para ella en ese momento?
—No creo que me ame realmente —murmuró—. De lo contrario no se le habría ocurrido nada semejante.
—¡Tú mismo lo crees!
—Eso es distinto. Yo me conozco. Pero nunca pensaría nada malo de ella, en ninguna circunstancia.
—Entonces no la conoces más de lo que ella te conoce a ti —repuso Charlotte con franqueza, a pesar de que iba descubriendo lo que creía a medida que hablaba.
—¿Qué quieres decir?
—Todos cometemos nuestras faltas y también Sarah. Con pensar que es perfecta le haces tanto mal como ella te está haciendo a ti.
—No te entiendo, Charlotte. —Arrugó la frente—. A veces pienso que no sabes lo que dices.
—No te equivocas —asintió, dolida porque sabía que era cierto—. Supongo que no me entiendes… Será mejor que suba a ver si Sarah se encuentra bien.
—¿Sarah? —preguntó él, sorprendido.
Charlotte fue hasta la puerta y se volvió antes de salir.
Dominic la miraba sin comprender. A Charlotte le dolía el alma. Quería abrazarlo, consolarlo y borrar el miedo que le embargaba, pero el amor que sentía por él había cambiado. Ya no se trataba de una pasión romántica e irrefrenable. Se sentía mayor que él y también más fuerte.
—Charlotte…
Sabía lo que Dominic quería decirle: quería pedirle que lo ayudara, pero ella no sabía cómo hacerlo. Charlotte sonrió.
—No pienso comentarle nada. Todos los hombres que viven cerca de Cater Street y tienen un poco de sentido común deben de tener tus mismos miedos.
Dominic suspiró e intentó sonreír.
—Gracias, Charlotte. Buenas noches.
—Buenas noches.
Charlotte encontró a Sarah sentada en la cama, con la mirada fija en la pared y un libro boca abajo sobre la colcha.
—¿Cómo estás? —preguntó Charlotte.
—¿Qué quieres? —Sarah la miró con dureza.
—¿Necesitas que te traiga algo? ¿Una bebida caliente?
—No, gracias. ¿Qué pasa? ¿Dominic no quiere hablar contigo? —Sarah hablaba con tono amargo y Charlotte vio que estaba a punto de echarse a llorar.
Se sentó en el borde de la cama.
—Hemos estado charlando un buen rato.
—¡Oh! —replicó Sarah fingiendo desinterés—. ¿Acerca de qué?
—Del estrangulador.
—Un tema muy estimulante. Luego tendrás pesadillas. —Charlotte apoyó su mano sobre la de Sarah.
—Sarah, no deberías darle a entender que sospechas de él.
—¿Ha estado quejándose de mí, llorando en tu hombro?
—¡Es fácil adivinar lo que estás pensando, Sarah! —Se acercó más y Sarah intentó apartarse—. Pero ¿no podrías tener la sensibilidad o el sentido común suficientes para no darlo a entender? Si es culpable ya habrá tiempo de achacárselo, cuando haya quedado probado. Pero si es inocente y tus sospechas son infundadas, habrás abierto entre vosotros un abismo difícil de superar.
Los ojos de Sarah se anegaron en lágrimas.
—No sospecho de él —dijo entre sollozos—. La idea cruzó por mi mente por unos instantes, nada más. ¿Es tan difícil entenderlo? ¡No pude evitarlo! Ha salido tanto últimamente… Ya no me hace ningún caso. Charlotte, dime la verdad, ¿está enamorado de ti? Si es así quiero saberlo.
—No. —Charlotte negó con la cabeza y esbozó una sonrisa—. Yo estaba enamorada de él, eso quiso decir Emily. Pero él nunca se fijó en mí.
Las lágrimas resbalaban por las mejillas de Sarah.
—¡Oh, Charlotte! Lo siento, no lo sabía.
—No quería que lo supieses. —Charlotte forzó una sonrisa. Sus sentimientos estaban muy claros en aquel momento. Sentía lástima por Sarah porque había acusado a Dominic y se había hecho un daño irreparable a sí misma; además, Sarah no acababa de entender qué había ocurrido ni cómo podía deshacer el entuerto.
Sarah la miraba con piedad.
—¡Oh, no te preocupes! —La tranquilizó Charlotte—. Ya no estoy enamorada de él. Me gusta pero no estoy enamorada.
Sarah sonrió y aspiró por la nariz.
—¿Estás enamorada de tu desdichado policía?
Charlotte se quedó perpleja.
—¡Por favor, claro que no!
Sarah sonrió aún más.
Charlotte se inclinó hacia ella. Por encima de todo, quería proteger y ayudar a su hermana, y conseguir que las cosas volvieran a ser como antes.
—Sarah, dile a Dominic que no sospechas de él, que fue un lapsus horrible. Miéntele si es preciso. Pero no permitas que siga pensando que…
—No vendrá a mí.
—Entonces ¡ve tú a él!
—No. —Sarah negó con la cabeza.
—Sarah, por favor.
—No puedo.
Charlotte no podía añadir nada más. Se quedó callada, acariciando el pelo de su hermana. Le apartó un mechón de los ojos, luego se levantó y se dirigió lentamente hacia la puerta. Estaba demasiado cansada para sentir algo más aquella noche, demasiado trastocada con todas las nuevas. Sin duda el miedo y la pena volverían al día siguiente.