8

El 2 de octubre, Maddock llamó a la puerta de la sala de estar y entró sin esperar respuesta. Fuera llovía torrencialmente y él traía la ropa empapada y estaba lívido.

Edward alzó la vista y se dispuso a recriminarle que hubiese entrado sin esperar respuesta, pero al verlo se levantó rápidamente.

—¡Maddock! ¿Qué pasa? ¿Estás enfermo?

Maddock intentó ponerse erguido pero se tambaleó un poco.

—No, señor. ¿Puedo hablar con usted en privado?

—¿De qué se trata, Maddock? —Edward estaba asustado y todos guardaban silencio.

Charlotte los miró ansiosa, con un nudo en el estómago.

—Quisiera hablar con usted a solas, señor —insistió Maddock.

—Edward —dijo Caroline—, si ha ocurrido algo es mejor que lo sepamos todos. Es preferible que Maddock nos lo cuente a que nos deje con semejante desazón.

Maddock miró a Edward esperando una respuesta.

—Está bien —asintió Edward—. ¿Qué ocurre, Maddock?

—Se ha cometido otro asesinato, señor, en una de las esquinas de Cater Street.

—¡Oh, Dios mío! —Edward se quedó totalmente blanco y se dejó caer en la silla.

Sarah lanzó un gemido.

—¿Quién es la víctima? —preguntó Caroline con un hilo de voz apenas audible.

—Verity Lessing, señora, la hija del sacristán —contestó Maddock—. Acaba de venir un policía para avisarnos y pedir que no nos movamos de casa y que no dejemos salir a las sirvientas, ni siquiera para ir al sótano.

—Por supuesto. —Edward parecía muy afectado y tenía la mirada perdida—. ¿Murió de la misma manera que…?

—Sí, señor, estrangulada con un alambre, como las otras.

—¡Oh, Dios mío!

—Será mejor que vaya a comprobar que las puertas están bien cerradas —propuso el mayordomo—. Y de paso cerraré las contraventanas. Así las mujeres se sentirán más seguras.

—Sí —contestó Edward con aire ausente—. Sí, hágalo, por favor.

—Maddock —llamó Caroline cuando el mayordomo se disponía a salir.

—¿Sí, señora?

—Antes de nada tráiganos una botella de brandy y unas copas. Creo que nos vendrá bien.

—Muy bien, señora.

Al poco rato se oyó otro portazo y entró Dominic sacudiéndose el agua de la chaqueta.

—Tendría que haber llevado el abrigo —dijo mirándose las manos mojadas—. No esperaba este cambio de tiempo. —Miró los rostros, luego la botella de brandy y de nuevo los rostros—. ¿Qué pasa? ¡Tenéis un aspecto desolador! Ahora que lo pienso, la calle estaba llena de gente… Caroline —arrugó la frente y la miró fijamente—, no estará enferma la abuela, ¿verdad?

—No. —Contestó Edward por ella—. Han asesinado a otra joven. Será mejor que te sientes y tomes una copa de brandy.

Dominic se puso lívido.

—¡Oh, es terrible! —Contuvo la respiración y preguntó—: ¿De quién se trata esta vez?

—De Verity Lessing.

Dominic se sentó con expresión desolada.

—¿La hija del sacristán?

—Sí. —Edward le sirvió brandy y le entregó la copa.

—¿Cómo ha sido? —preguntó Dominic, aturdido—. ¿Acaso ha vuelto a ocurrir en Cater Street?

—En una de las esquinas, con un callejón —explicó Edward—. Creo que es hora de afrontar los hechos: sea quien sea el loco, vive en el barrio, cerca de Cater, o tiene negocios por esta zona que le obligan a venir muy a menudo.

Nadie respondió. Charlotte miró a su padre. Lo primero que pensó fue el inmenso alivio que le producía el saber que había estado en casa toda la noche, que en esta ocasión, cuando Pitt volviese —no dudaba que lo haría— no tendría que interrogar a su padre.

—Lo siento —prosiguió Edward—, pero no podemos fingir que se trata de algún criminal barriobajero que nos ha escogido al azar.

—Papá —murmuró Emily asustada—, no creerás que pueda tratarse de alguien que conozcamos, ¿verdad?

—¡Claro que no! —exclamó Sarah—. Tiene que tratarse de un perturbado mental.

—Eso no significa que no pueda ser un conocido nuestro. —Charlotte dio rienda suelta a los pensamientos que habían ocupado su mente—. Después de todo, ¡alguien ha de conocerle!

—No entiendo qué quieres decir —repuso Sarah, incómoda—. No conozco a ningún perturbado mental.

—¿Cómo lo sabes?

—Por supuesto que lo sé.

Dominic preguntó:

—¿Qué pretendes decir, Charlotte? ¿Que no podríamos distinguir a un loco de ese calibre de una persona cuerda?

—Eso creo. —Charlotte lo miró desafiante—. Si resultase tan sencillo, quienes le conocieran ya le habrían denunciado. Estoy segura de que tiene amigos, sirvientes y vecinos, y que va a comprar siempre a la misma tienda, si es que no tiene una familia en toda regla.

—¡Qué horror! —exclamó Emily—. Imagínate trabajar como sirvienta para una persona así o tenerlo por vecino, sabiendo que está loco, que es un asesino.

—Eso intento explicar. —Charlotte los miró a todos con expresión ansiosa—. Dudo que vosotros supierais distinguirlo, porque en ese caso ya lo habrían detenido hace tiempo. La policía ha interrogado a mucha gente. Si alguien supiera algo ya habría salido a la luz.

—Bueno, hay varias personas que me parece que no son lo que aparentan. —La abuela habló por primera vez—. Siempre he dicho que no se puede saber qué maldades se ocultan tras el rostro cordial con que se presenta la mayoría de la gente. Algunos con aspecto de santos son verdaderos diablos.

—Y algunos que parecen diablos lo son en realidad, por muchas vueltas que uno se empeñe en darle —añadió la impulsiva Charlotte.

—¿Qué quieres decir? —repuso la abuela, inquieta—. ¡Jovencita, ya va siendo hora de que controles tu lengua! En mis tiempos, una muchacha de tu edad sabía comportarse.

—En sus tiempos las jóvenes no se exponían a que las asesinaran en su propio barrio —replicó Caroline para defender a Charlotte e, indirectamente, a sí misma—. O eso al menos es lo que usted suele contarnos.

—¡Tal vez eso lo explique todo! —exclamó la abuela, airada.

—¿Explicar el qué? —inquirió Sarah—. Todos sabemos que Charlotte no sabe morderse la lengua, pero de ahí a pretender que ella tenga la culpa de los asesinatos de Cater Street…

—Sarah, ¡no seas impertinente! —ordenó la abuela—. Tú no eres así.

—Creo que estás siendo injusta, abuela —dijo Dominic con una sonrisa. Sabía que la abuela lo encontraba encantador, y se aprovechaba de ello—. Todos estamos muy afectados porque han asesinado a una joven que conocíamos bastante.

—Así es, mamá —añadió Edward—. Tal vez sería mejor que te retirases a tu habitación. Caroline se encargará de que te lleven algo de beber antes de que te duermas.

La abuela lo desafió con la mirada.

—No tengo ganas de acostarme. ¡Y no vas a sacarme de en medio!

—Creo que es lo mejor —insistió Edward con firmeza.

La abuela no se movió, pero Edward no cejó en su empeño y minutos después la abuela se marchó a la cama, por cierto bastante disgustada.

—¡Gracias a Dios! —exclamó Caroline—. Realmente es demasiado para mí.

—De todos modos —comentó Dominic ceñudo—, no podemos obviar que, como dice Charlotte, podría tratarse de cualquiera incluso un conocido o un amigo de la familia.

—¡Déjalo ya, Dominic! —replicó Sarah—. Vas a acabar por sospechar de nuestros vecinos o acusar a nuestros amigos. No podremos hablar con nadie por miedo a que sea el asesino.

—Quizá sería lo más sensato —murmuró Emily muy seria—, por lo menos hasta que encuentren al culpable.

—¡Emily! ¿Cómo puedes burlarte de algo así? No es momento para bromear.

—Emily no está bromeando —la defendió Dominic—. Está siendo pragmática, como siempre. Y hasta cierto punto tiene razón. Tal vez si Verity Lessing hubiese sido más precavida, seguiría viva.

A Charlotte se le ocurrió otra posibilidad.

—¿Eso crees, Dominic? Quizá sea ésa la clave de que nadie haya oído ningún grito. Tal vez todas las víctimas conocían al asesino y no se asustaron hasta que fue demasiado tarde.

Dominic se quedó lívido. Evidentemente no había pensado en eso. No había comprendido lo que sus propias palabras implicaban, no había imaginado nada parecido.

Charlotte pensaba que Dominic lo tenía claro y le sorprendió comprobar que no era así.

—Eso lo explicaría todo —concluyó.

—También podría ser que las hubiese atacado inesperadamente y por la espalda —apuntó Sarah.

—Creo que esta conversación no conduce a nada —interrumpió Edward—. No podemos protegernos a base de aislarnos de nuestros conocidos; además, correríamos el riesgo de cometer una grave injusticia con ellos. Sólo conseguiríamos asustarnos todavía más.

—Es fácil decirlo —dijo Caroline con la mirada fija en su copa de brandy—. Pero es más difícil cumplirlo. Me temo que a partir de hoy voy a pensar en la gente de una manera distinta. No podré evitar preguntarme hasta qué punto conozco a una persona, y tal vez los otros se pregunten lo mismo con respecto a mí o a mi familia. —Sarah la miró perpleja.

—¿Quieres decir que alguien podría sospechar de papá?

—¿Por qué no? O de Dominic. Los demás no le conocen como nosotros.

Charlotte recordó cómo su madre y ella habían sospechado de su padre en un momento de debilidad. Procuró no mirar a su madre. Cuanto antes lo olvidara, mejor para todos.

—Lo que más me asusta —admitió Charlotte— es llegar a conocer a alguien que despierte mis sospechas justificadamente y que la otra persona intuya que lo sé y yo lo vea reflejado en su rostro y no le quede más remedio que matarme para que no le delate, sin dejarme siquiera gritar socorro.

—¡Charlotte! —Edward se puso en pie y dio un puñetazo en la mesa—. ¡Cállate! Eso es absurdo y no hace más que asustarnos, sin ninguna necesidad. Ninguna de vosotras va a estar a solas con un hombre así ni con ningún otro.

—No sabemos de quién se trata. —Charlotte no pensaba callarse—. ¡Podría ser algún amigo en el que confiásemos como en nosotros mismos! Podría ser el vicario, el chico de la carnicería o el señor Abernathy.

—¡No seas ridícula! Seguramente se trata de algún conocido lejano, si no de un completo desconocido. Puede que no seamos infalibles seleccionando a nuestras amistades, pero no podemos cometer un error tan grave.

—¿Estás seguro? —Charlotte tenía la mirada perdida—. Me pregunto hasta qué punto las apariencias engañan, hasta qué punto podemos llegar a conocer a alguien. Si no sabemos demasiado de nuestros seres queridos, ¡cuánto menos sabremos de los otros!

Dominic la observaba asombrado.

—Creí que nos conocíamos bastante bien.

—¿En serio? —Charlotte clavó su mirada en aquellos brillantes ojos negros y por primera vez no sintió un escalofrío—. ¿Sigues convencido de ello?

—Tal vez. —Desvió la mirada y se acercó a la botella de brandy para servirse un poco más—. ¿Alguien quiere otra copa?

Edward se levantó.

—Creo que será mejor que nos acostemos pronto. Cuando hayamos dormido y hayamos descansado, podremos enfrentarnos mejor a los problemas y ser un poco más pragmáticos. Pensaré en ello y os comunicaré por la mañana cómo debemos actuar hasta que detengan al asesino.

Al día siguiente les esperaban las ingratas tareas de costumbre. Por la mañana, un policía fue a informarles oficialmente del asesinato y para preguntar si sabían algo al respecto. Charlotte se había preguntado si Pitt vendría y se sintió aliviada y decepcionada, a la vez, cuando comprobó que no era así.

La comida fue frugal —verduras y fiambre— y transcurrió en silencio. Por la tarde, las cuatro se dispusieron a ir a presentar sus condolencias a casa de los Lessing y ofrecerles su ayuda, a pesar de saber que no podían hacer nada por mitigar la conmoción o aliviar el dolor de aquellos padres. Sin embargo, se trataba de la clase de visitas que conviene hacer para evitar herir susceptibilidades.

Todas ellas vestían colores oscuros. Caroline iba de negro. Charlotte se miró en el espejo y no le gustó lo que vio. Llevaba un vestido verde con un ribete negro y un sombrero también negro que no resultaba demasiado favorecedor, sobre todo bajo la luz otoñal.

Fueron caminando porque la casa de los Lessing no se encontraba demasiado lejos. Las contraventanas estaban cerradas y había un agente de policía en la puerta. El hombre parecía muy triste. Charlotte pensó que debía de estar acostumbrado a la muerte y la violencia pero no al sufrimiento de aquellos que habían querido a la víctima. Es muy desagradable tener que contemplar el sufrimiento que uno no puede aplacar. Se preguntó si Pitt tendría esa sensación de impotencia o si estaría demasiado ocupado intentando encajar todas las piezas: quién estaba dónde, amores, odios, móviles. De pronto pensó en lo poco que le gustaría ese trabajo, en lo mucho que la asustaría tamaña responsabilidad. Todo el barrio esperaba que Pitt los liberase de sus temores, que encontrase al culpable para comprobar que no se trataba de ninguno de sus seres queridos, todos depositaban en él, aun sin decírselo, sus pasiones, sus secretas sospechas, sus miedos íntimos e inconfesables. ¿Esperaban que realizase alguna clase de milagro? Pitt no podía cambiar la realidad, tal vez ni siquiera pudiera dar con el asesino.

La sirvienta las recibió en la puerta, nerviosa y con los ojos enrojecidos. La señora Lessing se encontraba en la sala, que estaba en penumbra por respeto a la muerte de su hija; sólo había unas pequeñas lamparillas de gas encendidas. La señora Lessing iba vestida de negro, su rostro estaba muy pálido y su cabello algo revuelto, como si no se hubiese deshecho el moño por la noche y se hubiese limitado a repeinarlo por la mañana.

Caroline se dirigió hacia ella, la abrazó y le dio un beso en la mejilla. Verity era hija única.

—¡Querida, lo siento tanto! —dijo con dulzura—. ¿Podemos ayudarte en algo? ¿Quieres que una de nosotras se quede un rato para echar una mano?

La señora Lessing no podía hablar, sus ojos reflejaban sorpresa y a ratos esperanza. De pronto se echó a llorar desconsoladamente y ocultó la cara en el hombro de Caroline.

Caroline la abrazó con ternura, le acarició el pelo y le arregló un poco el peinado, como si eso pudiese tener alguna importancia en aquellas circunstancias.

Charlotte sentía una pena terrible. Recordaba la última vez que había visto a Verity. Se había comportado algo groseramente y tenía previsto disculparse pero ahora ya no tendría ocasión de hacerlo.

—Señora Lessing, me gustaría quedarme un rato —explicó—. Tenía mucho cariño a Verity. Por favor, déjeme ayudar. Sin duda hay mucho que hacer. No debería encargarse de todo usted sola, y sé que el señor Lessing tiene obligaciones que atender.

Pasaron unos minutos antes de que la señora Lessing pudiese dominar su llanto. Se volvió hacia Charlotte embargada por la pena pero sin avergonzarse de su estado.

—Gracias, Charlotte. Por favor, quédate.

Las demás no podían añadir demasiado. Charlotte se quedó allí porque quería hacerle compañía a la señora Lessing; al cabo de unas horas Maddock le llevó ropa y un estuche de aseo.

Fue un día muy duro. El señor Lessing era el sacristán de la iglesia y pasaba la mayor parte del día fuera de casa. Charlotte estuvo junto a la señora Lessing mientras ésta recibió a las visitas que venían a expresar sus condolencias. No había mucho que decir, todos repetían las mismas palabras de condena del crimen y de apoyo a la familia, insistían en lo mucho que apreciaban a Verity y expresaban su miedo de que aún hubiese más víctimas.

Por supuesto, el vicario pasó por allí. Charlotte temía ese momento pero sabía que era inevitable. Al parecer había estado allí la noche anterior, en cuanto se supo la noticia pero decidió volver de nuevo, esta vez en compañía de Martha. La sirvienta los hizo pasar y Charlotte los recibió en la sala puesto que la señora Lessing había accedido, por fin, a acostarse un rato y se había quedado dormida.

—¡Ah, señorita Ellison! —El vicario la miró asombrado—. ¿Ha venido a visitar a la señora Lessing? ¡Qué buena es usted! Pero ya puede marcharse tranquila; nosotros la atenderemos y la consolaremos en estos aciagos momentos. El Señor se la dio y el Señor se la quitó.

—No estoy visitando a la señora Lessing —contestó Charlotte con cierta rudeza—. Le estoy haciendo compañía y la ayudo en lo que puedo. Hay muchas cosas que atender…

—Estoy seguro de que nosotros podremos encargarnos de eso. —Era evidente que al vicario le molestaba algo; probablemente el tono de Charlotte—. Estoy más acostumbrado a este tipo de situaciones que una joven inexperta como usted. Mi misión en la vida es confortar a los que están afligidos y sufrir con los que sufren.

—Dudo que le quede tiempo para organizar una casa, señor vicario. —Charlotte no cedía ni un ápice—. Como acaba de explicar, estará muy ocupado preparando el funeral, y puesto que su misión es confortar a los afligidos, tendrá otras obligaciones a lo largo del día. Además, intuyo que la señora Abernathy sigue precisando de sus servicios.

Martha estaba más pálida de lo habitual hasta el punto que sus ojos parecían hundirse en sus cuencas y las cejas parecían demasiado negras. La pobre mujer aparentaba estar a punto de desmayarse a pesar de su robusta constitución y sus anchos hombros.

—Por favor, siéntese —Charlotte prácticamente la guio hasta una silla—. Debe de estar exhausta. ¿Ha dormido algo esta noche?

Martha indicó que no y se desplomó sobre la silla.

—Es usted muy buena —murmuró con un hilo de voz—. Hay tantas cosas que atender: la comida, escribir cartas, preparar el luto y dirigir a las sirvientas ¿La señora Lessing duerme?

—Sí y prefiero no despertarla salvo en caso de urgencia —dijo Charlotte con tono firme. Sus palabras iban dirigidas al vicario a pesar de que seguía mirando a Martha.

El vicario masculló:

—Esperaba poder ofrecer ayuda espiritual a esta mujer, pero si está durmiendo será mejor que vuelva en otro momento.

—Eso creo —aprobó Charlotte. No pensaba decirles que tomaran algo pero al ver la cara de Martha, cambió de idea—. ¿Desean tomar algo? No es molestia.

Martha se dispuso a aceptar pero de pronto su rostro reflejó una mezcla de duda y ansiedad y, tras un titubeo, optó por levantarse y rechazó la invitación.

Cuando se fueron, Charlotte se acercó a la cocina y pidió que preparasen una cena ligera y algo para ofrecer a los invitados del día siguiente. Una de las sirvientas le comunicó que la policía acababa de llegar. Charlotte sabía que iban a venir, lo había estado esperando durante todo el día y sin embargo, en ese momento, la pillaban por sorpresa.

Se trataba de Pitt, por supuesto. Se sintió algo incómoda al pensar que la iba a encontrar allí, intentando ayudar.

—Buenas noches, señorita Ellison —dijo sin mostrar sorpresa—. ¿La señora Lessing se encuentra bien como para hablar conmigo? Sé que el señor Lessing todavía está en la iglesia.

—Supongo que es necesario que hable con usted —repuso Charlotte en voz baja, con un tono que no resultase demasiado rudo—. Quizá sea mejor no retrasarlo. No hay forma de evitarlo. Si no le importa esperar un momento, iré a despertarla. Si tardo un poco no se preocupe.

—Por supuesto —dijo Pitt, y se quedó pensativo—. ¡Charlotte! —la llamó cuando la joven se encaminaba hacia la puerta.

Charlotte se volvió.

—Si está enferma o demasiado triste puedo esperar hasta mañana. Simplemente temo que tampoco entonces resulte demasiado fácil para ella. Tal vez descanse mejor una vez hecho.

Charlotte sonrió.

—Es posible. ¿Puedo quedarme si ella lo desea?

—Preferiría que lo hiciera.

Tardó unos minutos en despertar a la señora Lessing y en convencerla de que tenía un aspecto presentable, sobre todo para ver a un simple policía. Le comentó que se trataba de un hombre cortés, que no tenía nada que temer puesto que no era culpable de nada y que descansaría mejor después de haber cumplido con su deber de colaborar en la investigación. No tuvo valor para decirle que seguramente aquél sería el primero de muchos interrogatorios. Tenía bastante con enfrentarse al primero.

Pitt se mostró muy amable con ella, pero las preguntas resultaban inevitablemente dolorosas. ¿Quiénes eran los amigos de Verity? ¿Con quién salía últimamente? ¿Tenía pretendientes? ¿Tenía miedo de algo? ¿Hasta qué punto conocía a Chloe Abernathy? ¿Había visitado a los Hilton o los Ellison? ¿Conocía a las sirvientas o ellas a Verity? ¿Sospechaba de alguien?

La señora Lessing no fue de mucha ayuda. Contestaba a las preguntas con la falta de precisión que caracteriza a las personas que se encuentran conmocionadas, como si no entendiese el motivo de las distintas preguntas.

Pitt decidió dejarlo para otro momento y se levantó para marcharse. Observó cómo la señora Lessing caminaba lentamente por el pasillo y cerraba la puerta de su habitación.

—¿Se queda usted, Charlotte?

A ella ni siquiera se le ocurrió quejarse de que Pitt la llamase por su nombre de pila.

—Sí. Hay muchas cosas que hacer y el señor Lessing no puede dejar su trabajo. No es un hombre demasiado práctico y no sabe llevar una casa.

—Tal vez sea mejor que la deje a ella encargarse de algunas cosas. El trabajo no cura el dolor pero puede aliviarlo. Cuando uno está desocupado tiene más tiempo para pensar.

—Sí así lo haré. Buscaré cosas sencillas que pueda hacer ella, yo me encargaré de lo más complejo: preparar el funeral, avisar a la gente y todo lo demás.

Pitt le dedicó una sonrisa.

—En mi trabajo me toca ver muchas tragedias y hechos atroces pero, afortunadamente, también puedo ver actitudes de afecto y solidaridad. Buenas noches. —Al llegar a la puerta se volvió—. Por cierto, no olvide que no debe salir sola bajo ninguna circunstancia. Si precisa un médico, envíe a alguien a buscarlo o pida ayuda a los vecinos. Ellos lo entenderán, sin duda.

—Señor Pitt…

—¿Sí?

—¿Ha descubierto algo más? Me refiero a qué clase de hombre puede ser el asesino. —Estaba pensando en George y Emily.

—¿Sabe algo más que quiera contarme? —La miró con tal intensidad que parecía capaz de leerle el pensamiento, como si la conociese muy bien y fuese un igual y no un simple policía.

—Por supuesto que no. Si supiera algo se lo contaría.

—¿Seguro que lo haría? —apuntó Pitt con cierta desconfianza—. ¿Aunque no fuese más que una sospecha por confirmar? ¿No temería herir a alguien, tal vez a algún ser querido?

Charlotte estaba a punto de gritarle que ninguno de sus seres queridos podía tener nada que ver con los asesinatos; pero algo en él la impulsó a ser sincera. Debía elegir entre su inteligencia o su honestidad.

—Sí, por supuesto que temería herir a alguien con una simple sospecha. Pero supongo que usted no es la clase de persona que adelanta conclusiones simplemente porque alguien le hace partícipe de sus impresiones.

—Así es. De lo contrario acabaríamos con diez detenidos para un solo crimen. —Sonrió de nuevo mostrando su blanca dentadura—. ¿A quién intenta proteger?

—¡Se está anticipando a los hechos! —replicó molesta—. Yo no he dicho que supiera nada.

—No lo ha dicho directamente, pero sus evasivas así lo dan a entender.

Ella se dio la vuelta y decidió no contarle nada.

—Se equivoca. Ojalá supiera algo que pudiese servir para aclarar el caso pero no es así. Siento haberle dado la impresión contraria.

—Charlotte.

—Me trata usted con demasiada familiaridad, inspector Pitt.

Pitt se acercó a la joven por detrás, sin dejar de mirarla. Charlotte recordó las palabras de Emily sobre el interés de Pitt y empezó a enrojecer de vergüenza. De repente comprendió que era cierto. No se atrevía a mover ni un pelo.

—Charlotte —dijo él con amabilidad—. Ese hombre ha matado a cuatro mujeres hasta la fecha. Y nada indica que piense detenerse. Es probable que no pueda evitar seguir matando. Es preferible sospechar de un inocente injustamente por un tiempo (no sería ni el primero ni el último) que no hacer nada por evitar que maten a otra mujer. ¿Qué edad tenía Lily? ¿Diecinueve? Verity Lessing sólo tenía veinte. Chloe Abernathy era algo mayor. ¿Y la sirvienta de los Hilton? ¡Ni siquiera recuerdo su nombre! Si olvida lo monstruoso del caso, vaya arriba y mire a la señora Lessing.

—¡Ya lo sé! —replicó Charlotte—. ¡No tiene que recordarme todo eso! Llevo aquí desde ayer por la noche.

—Entonces, dígame lo que haya visto, pensado u oído sea lo que sea. Si me equivoco, ya rectificaré; no acosaremos a un inocente. Atraparemos al culpable un día de éstos, pero más vale que sea antes de que vuelva a matar.

Ella se dio la vuelta sin pensarlo dos veces y lo miró directamente a los ojos.

—¿Cree que volverá a matar?

—¿Usted no lo cree?

Charlotte cerró los ojos para no verle.

—¿Qué ha pasado? Éste era un lugar tranquilo y agradable para vivir. No había más dramas que alguna que otra historia de amor rota y un poco de cotilleo. Pero pronto la gente muere asesinada y todos nos miramos con desconfianza. ¡A mí me ocurre! Miro a los hombres en los que he confiado durante años y me pregunto si podrían ser el asesino. Mis sospechas me avergüenzan. Puedo ver en sus caras que saben que no me fío de ellos. ¡Eso es casi lo peor! Saben que me hago preguntas, que no estoy totalmente segura de ellos. ¿Cómo cree que se sienten? Cómo debe sentar el mirar a la esposa o la hija y saber que no saben a ciencia cierta si uno es o no el asesino. Debe doler mucho simplemente asumir que se les haya ocurrido dudar de uno. ¿Acaso eso se puede olvidar y mantener la misma relación que antes? ¿Puede el amor resistir una prueba semejante? ¿Acaso el amor no supone tener confianza y fe en alguien, conocer tan bien a esa persona que se pueda descartar toda sospecha?

Mantuvo los ojos cerrados.

—Me he dado cuenta de que apenas conozco a la gente que quiero —prosiguió—. Y me doy cuenta de que a los demás les pasa lo mismo. Todos los que se han acercado a esta casa miran alrededor e intentan encontrar un culpable ajeno a ellos, para no tener que entristecerse todavía más. Los rumores acaban convirtiéndose en certezas. No sólo sufren los muertos y quienes los querían.

—Entonces ayúdeme, Charlotte. Dígame lo que sabe o lo que sospecha.

—George Ashworth. Lord George Ashworth. Era muy amigo de Chloe Abernathy antes de que la mataran. La llevó a lugares poco adecuados, por lo menos eso afirma la señora Abernathy. Yo creo que, a pesar de lo que mi padre opina, Chloe no era una chica inmoral, simplemente era algo tonta.

—Ya lo sé.

Ella abrió los ojos perpleja.

—Ashworth sale con Emily muy a menudo. Le ruego que compruebe que él no… que no es un…

Pitt hizo un gesto de descontento.

—Vigilaré al señor Ashworth con discreción. Se lo prometo. Lo conocemos bastante bien, al menos su reputación.

—¿Quiere decir…?

—Quiero decir que es un caballero con unos gustos un tanto peculiares. El dinero y el título le permiten hacer impunemente cosas por las que otros pagarían muy caro. Supongo que hablar con Emily no serviría de nada.

—De nada, en efecto. Ya lo he intentado y si me hubiese hecho algún caso no le molestaría a usted.

Pitt sonrió.

—Por supuesto. No se preocupe. —Dejó caer su mano como si fuese a tocarle el brazo pero no llegó a hacerlo—. Pondré a lord Ashworth bajo vigilancia. Haré lo que pueda para evitar que Emily sufra ningún daño, aunque no puedo impedir que se lleve un buen susto.

—Eso no le haría ningún daño —apuntó Charlotte, sintiéndose muy aliviada—. Gracias, inspector. Me alegra que me preste su ayuda.

Pitt se sonrojó ligeramente y se dio la vuelta dispuesto a marcharse.

—¿Piensa quedarse con la señora Lessing hasta después del funeral? —preguntó antes de salir.

—Sí, ¿por qué?

—Por nada. Buenas noches señorita Ellison. Gracias por su colaboración.

—Buenas noches, inspector Pitt.

Una semana después, ya pasado el funeral, Charlotte dejó la casa de los Lessing. Pitt no era el único que le había prohibido que fuese sola a ningún lado, también su padre había insistido en ello. Se alegró mucho al ver a Dominic bajar del coche en que iba a buscarla.

Nada podía borrar el gran placer que suponía para ella encontrarse con Dominic, ni los recuerdos del funeral, ni lo patético del duelo ni el dolor de la señora Lessing. Al ver sus ojos sintió que él la acariciaba. Su sonrisa la reconfortó, diluyendo los restos de miedo e impotencia que quedaban en ella. Subió al coche, se sentó a su lado y por un momento el tiempo se detuvo; no existían ni el pasado ni el futuro.

Hablaron de cosas triviales, pero a Charlotte sólo le importaba estar junto a él y que él le prestara toda su atención.

El conductor bajó la maleta y Maddock se encargó de llevarla a la casa. Charlotte entró a la casa cogida del brazo de Dominic; era una sensación maravillosa. Pero todo se esfumó al entrar en la sala de estar. Sarah estaba sentada en un sofá, cosiendo, y los miró con ceño.

—Esto no es un baile, Charlotte —dijo con dureza—. ¡Y a menos que estés a punto de desvanecerte, no creo que necesites apoyarte en nadie de esa manera!

Emily estaba sentada al piano y se concentró en sus manos al tiempo que se iba sonrojando.

Charlotte se quedó helada y sintió como si el brazo se le hubiese muerto, a pesar de que seguía en contacto con el de Dominic. Tal vez estaban demasiado agarrados; no podía negar que lo había hecho a conciencia. Ahora se sentía incómoda y culpable. Intentó retirar el brazo pero Dominic se lo impidió.

—Sarah —dijo con gravedad—. Charlotte acaba de volver a casa después de haber hecho una obra de caridad. ¿Te hubiese gustado que la dejase volver sola?

—Me parece bien que la recibas cordialmente. —Sarah estaba molesta y su tono era duro—. ¡Pero no veo por qué tenéis que entrar tan acaramelados el uno con el otro!

Charlotte se soltó, con el rostro encendido de rabia.

—Siento haberte ofendido, Sarah, pero hasta que abriste la boca estaba más que feliz de volver a casa.

—¿Y ahora ya no? —replicó Sarah.

—Sin duda has destruido el encanto del regreso. —Charlotte se estaba enfadando. Aquello era injusto; su imprudencia no merecía una crítica tan severa y aún menos en público.

—Te has ido a la vuelta de la esquina —le recordó Sarah—. ¡No a Australia!

—Se ha quedado con la señora Lessing para ayudarla a superar el mal trago y eso es un acto especialmente caritativo. —Dominic también empezaba a irritarse—. No puede haber sido ni fácil ni agradable, dadas las circunstancias.

Sarah le lanzó una mirada feroz.

—Sé perfectamente dónde ha estado. No hace falta que adoptes una actitud beata. Se trataba de una buena obra, ciertamente, pero eso no la convierte en una santa.

Charlotte no entendía qué ocurría. Observó la expresión de Sarah y leyó el odio en sus ojos. Apartó la vista; todo aquello la ponía enferma. Emily no levantaba la mirada del teclado, así que decidió volverse hacia Dominic.

—¡Eso es! —Sarah se puso de pie—. ¡Mira a Dominic! No espero otra cosa de ti, ¡sólo que deberías hacerlo a mis espaldas!

Charlotte tragó y dijo:

—Sarah, no sé a qué te refieres, pero si insinúas que existe algo impropio u ofensivo para ti, te equivocas. Y no tienes derecho a criticarme. No hay nada censurable entre nosotros, y creo que me conoces lo suficiente para saber que no tenías que haberme acusado de algo así.

—¡Creí que te conocía! Pero ahora me doy cuenta de lo ciega que he estado mientras tú realizabas tu obra de caridad en casa de la señora Lessing. Eres una perfecta hipócrita, Charlotte. Nunca lo había sospechado de ti.

—¡Y tenías razón en no sospechar! —Charlotte oía su propia voz como si llegase de algún lugar remoto—. No he hecho nada malo. Es ahora cuando te equivocas, no antes.

Dominic volvió a tomarla del brazo y Charlotte intentó liberarse, sin éxito.

—Sarah —dijo Dominic con calma—. No sé qué has imaginado y no quiero saberlo. Pero creo que le debes una disculpa a Charlotte por tus malos pensamientos y por no haberla escuchado.

Sarah lo miró con rencor y los labios contraídos en un mohín de disgusto.

—No me mientas, Dominic. Sé que no me lo estoy inventando.

Dominic se quedó pálido y perplejo.

—¿Qué no te estás inventando? ¡No hay nada entre nosotros!

—Lo sé todo, Dominic. Emily me lo ha contado.

Aquélla era la primera vez que Charlotte veía a Dominic realmente enfadado. De pronto Emily pareció muy asustada.

—¡Emily!

—No intentes intimidar a Emily o hacerla sentir mal. —Sarah dio un paso al frente.

—¿Intimidarla? —Dominic arqueó las cejas divertido—. A Emily nadie la ha intimidado nunca. ¡Sería imposible!

—¡No te hagas el gracioso! —protestó Sarah.

Charlotte dejó de mirarlos y observó a Emily, que irguió un tanto la barbilla.

—Le contaste al inspector Pitt lo de George y Chloe Abernathy —dijo con un ligero temblor en la voz.

—¡Porque temía por tu seguridad! —Se defendió Charlotte, a pesar de que se sentía algo culpable. Sabía que Emily lo consideraba una traición.

—¿Por qué temías por mi seguridad? ¿Te asusta que pueda casarme con George y que tú te conviertas en la única soltera de la familia? —Estaba pálida y cerró los ojos—. Lo siento. No tenía que haber dicho eso.

—Pensé que podía haber matado a Chloe y que tú podrías poner en peligro tu vida —explicó Charlotte. Hubiese dado cualquier cosa porque Dominic no estuviese presente y no escuchara todo aquello.

—Te equivocas —replicó Emily serena y con los ojos aún cerrados—. George tiene muchos defectos, defectos que probablemente tú no soportarías, pero no podría haber cometido un crimen semejante. ¿Piensas que querría casarme con un asesino?

—No. Pero creo que podrías descubrirlo más tarde y que eso te costaría la vida.

—¿Tanto le odias?

—¡Él me trae sin cuidado! —exclamó Charlotte exasperada—. ¡Sólo pensaba en ti!

Emily guardó silencio.

Dominic seguía enfadado.

—¿De modo que inventaste algo sobre Charlotte y se lo contaste a Sarah para vengarte de tu hermana? —la acusó.

Emily se puso muy seria; parecía sentirse terriblemente avergonzada.

—No tendría que haberle dicho nada —admitió mirando a Dominic.

—Entonces rectifica y pide perdón —exigió él. Emily frunció el entrecejo.

—No tendría que haberlo dicho pero eso no significa que haya contado una mentira. Charlotte está enamorada de ti. Lo está desde que viniste por primera vez a casa. Y a ti te halaga esa situación. Te gusta. No sabemos bien hasta qué punto… —Dejó la última cuestión pendiente, a modo de dolorosa sugerencia.

—¡Emily! —exclamó Charlotte.

Emily se volvió hacia ella.

—¿Puedes remediar lo que le dijiste al inspector Pitt? ¿Puedes hacer que lo olvide? Pues tendrás que vivir con eso al igual que yo —dijo, y al punto se marchó de la habitación.

Charlotte se quedó mirando a Sarah.

—Si esperas que me disculpe, esperas en vano —dijo Sarah—. ¿Podrías ser tan amable de subir a tu cuarto a deshacer la maleta? Me gustaría hablar con mi marido a solas. ¡Supongo que no te extrañará que quiera preguntarle ciertas cosas!

Charlotte titubeó pero no podía hacer nada más, salvo empeorarlo. Soltó el brazo de Dominic y se marchó. Tal vez al día siguiente alguien se disculpase o tal vez no. Pero dijesen lo que dijesen, nada podría borrar el recuerdo de aquel día. Los sentimientos mutuos no volverían a ser los mismos. Lo que le había explicado a Pitt era verdad. Todo aquello era como los círculos concéntricos que se forman en el agua al tirar una piedra: cada vez se formaba un círculo mayor y aquello podía no acabar nunca.