7

La siguiente semana marcó el principio de un mes de septiembre cálido y tranquilo. Millie fue a buscar a Charlotte al jardín. Su rostro estaba sonrojado y parecía muy alterada. Llevaba un papel en la mano.

Charlotte dejó la azada con que estaba cortando la hierba entre las flores. Era más un pasatiempo que un trabajo, una excusa para estar fuera en lugar de en la cocina cociendo las frutas para hacer las compotas que luego Sarah guardaría en botes para su conservación. Sarah había ido con Dominic a un evento social, Emily estaba en un partido de tenis con un grupo de amigos entre los que figuraba George Ashworth, y Caroline había ido a visitar a Susannah.

—¿Qué pasa, Millie?

—Disculpe, señorita Charlotte, esta mañana encontré esta nota. Llevo todo el día pensando qué hacer con ella.

Le tendió la hoja.

Charlotte la cogió y leyó: «Querida Lily: Ésta es mi última advertencia. O haces lo que prometiste o lo vas a pasar muy mal». No llevaba firma.

—¿De dónde lo has sacado? —preguntó Charlotte.

—Lo encontré en uno de los armarios de mi habitación, señorita. La misma en que vivió Lily.

—Entiendo.

—¿He hecho lo correcto, señorita?

—Sí, Millie, sin duda. Habría sido un error no enseñármelo. Puede que sea importante.

—¿Cree que pudo ser el asesino quien escribió esta nota, señorita?

—No lo sé, Millie. Pero tenemos que ponerlo en conocimiento de la policía.

—Sí, señorita. Pero el señor Maddock está muy ocupado guardando el vino que ha llegado esta tarde; el señor dijo que era urgente.

—No te preocupes, Millie. La llevaré yo misma.

—Pero, señorita Charlotte, no pensará ir sola, ¿verdad?

Charlotte se quedó mirándola un momento.

—No, Millie; tú me acompañarás.

—¿Yo, señorita Charlotte? —Se quedó helada y abrió los ojos de par en par.

—Sí, tú. Ve por tu abrigo. Di a la señora Dunphy que necesito que me acompañes a un encargo urgente. ¡Vamos!

Tres cuartos de hora después, Millie estaba en la sala de espera de la comisaría mientras Charlotte aguardaba en el despacho del inspector Pitt. Se trataba de un cuarto gris, anodino y algo polvoriento. Había tres sillas, una de ellas giratoria, una mesa con cajones cerrados con llave y un buró, también con cerradura. El suelo era de linóleo marrón y se veía desgastado en el trecho que iba de la puerta hasta la mesa.

Cuando llevaba allí diez minutos, se asomó un hombrecillo de nariz puntiaguda, vestido con cierta elegancia. Al verla se sorprendió.

—Hola, señorita. ¿Está segura de que no se ha equivocado de lugar?

—Creo que no. Estoy esperando al señor Pitt.

La miró de arriba abajo detenidamente.

—No parece una chivata.

—¿Perdón?

—No parece una chivata —repitió él al tiempo que entraba y cerraba la puerta—. Un agente de información, una espía para la bofia.

—¿Para quién? —Frunció el entrecejo.

—¡La bofia, la policía! ¿No dijo que quería ver al señor Pitt?

—Sí, así es.

De repente el hombrecillo soltó una risilla y dejó al descubierto todos los dientes.

—¿Es amiga suya?

—He venido para hablar con el inspector Pitt de un asunto oficial que, perdóneme, no es de su incumbencia. —No pretendía ser grosera. Era un hombrecillo inofensivo y parecía bastante cordial.

—¿Asunto oficial? No me parece que usted tenga nada oficial que hablar con la bofia. —Se sentó en la silla de enfrente, sin dejar de mirarla con curiosidad y simpatía.

—¿Trabaja aquí? —preguntó ella.

—Claro. —Sonrió—. Yo también tengo asuntos oficiales que tratar.

—¿Sí?

—Muy importantes. —Hizo un gesto de asentimiento y sus ojos brillaron—. Trabajo para el señor Pitt. No podría arreglárselas sin mí.

—Creo que podría sobrevivir, de todos modos —dijo Charlotte con una sonrisa.

—¡Ah, señorita! Dice eso porque no sabe de qué habla, y lo digo sin ánimo de ofender.

—¿Qué no sé?

—No conoce la forma en que trabajamos aquí, señorita. Imagino que no sabría saquear una casa o robar mercancía y colocarla después. —Charlotte no entendía nada pero, a su pesar, todo aquello le resultaba muy interesante.

—No —admitió—. Ni siquiera sé de qué está hablando.

—¡Ah! —Se arrellanó en la silla—. Como ve, yo sé un poco de todo. Es mi destino. Nací y crecí en un barrio peligroso. Mi madre murió cuando yo tenía tres años, al menos eso me dijeron. Yo era muy pequeño. Tuve suerte.

—¿Suerte? ¿Quiere decir que alguien se apiadó de usted?

Él la miró como compadeciéndola, con cierta ternura.

—Quiero decir que vieron que era un niño con posibilidades que si me quedaba por allí podía resultar útil. —Charlotte recordó lo que Pitt le había contado acerca de los niños y las chimeneas y se estremeció.

—¿No tenía usted más familiares? Padre o abuelos…

—A mi padre lo colgaron en el cuarenta y dos, el año en que nací, y mi abuelo estaba en medio del océano a bordo de un barco. Mi madre tenía un hermano que era un estafador, pero no quería saber nada de niños. Sobre todo de uno que era demasiado pequeño para ayudarle. Los buenos estafadores no necesitan niños alrededor.

—¿Qué significa que a su padre lo colgaron? —preguntó.

Él se llevó la mano al cuello e imitó a un ahorcado.

Charlotte se sintió tonta y se sonrojó.

—Lo siento, yo…

—¡No se preocupe! —La tranquilizó—. No hizo nada por mí, de todos modos.

—Y su abuelo, ¿se fue a navegar? ¿Volvió en algún momento?

—¡Por Dios, señorita! Realmente vive usted en otro mundo. No se fue a navegar, lo enviaron a Australia.

—¡Oh! —No sabía qué decir—. ¿Y su tío?

—Mi tío se dedica a robar el dinero a las mujeres, señorita. Es un arte muy complejo. Algunos usan niños, pero él no. Por lo tanto, yo no le servía para nada, ¿entiende? Así pues, me asignaron a un padrino que me enseñó las reglas básicas del negocio: robaba pañuelos de seda de los bolsillos de los caballeros para ganarme el pan, por decirlo de alguna manera. Cuando crecí me vendieron a un saqueador de casas profesional. Escalaba muros y me colaba entre las rejas como una serpiente. ¡Menuda cantidad de torres abrí desde dentro para que entraran mis socios!

—¿Qué es una torre? —Su padre se pondría furioso si supiera que estaba manteniendo semejante conversación, pero los términos que usaba aquel hombre la tenían absorta. Estaba igual de fascinada que un niño que no es capaz de dejar de hurgar en la costra de una herida.

—Una torre es una casa de gente rica, una casa como la suya, probablemente. —Lo dijo sin aparente ironía; parecía gustarle despertar el interés de la joven.

—Creo que no ganó demasiado con el cambio —comentó ella—. ¿Qué pasó después?

—Bueno, transcurrió el tiempo y crecí demasiado, por supuesto. Pero antes de que mi protector pudiera «despedirme», lo pillaron y nunca volví a verle. Sin embargo, ya me había enseñado muchos trucos, cómo usar las herramientas, cómo quitar un cristal…

—¿Cómo quitar un cristal? —preguntó un tanto perpleja.

Él soltó una sonora carcajada.

—¡Dios mío! Es usted muy divertida. Preste atención a cómo se quita un cristal —se levantó y se acercó a la ventana—. Imaginemos que quiere quitar este trozo de ventana. Bien, pues se coloca cerca —iba ilustrando su explicación al tiempo que hablaba—, pone el cuchillo aquí, cerca del borde, y empuja con fuerza pero sin pasarse hasta que el cristal se rompe. Ha de tener cuidado de que no se caiga. A continuación, lo quita pegándole un trozo de argamasa marrón y listo ya no hay cristal y sin embargo no ha hecho nada de ruido. Ya sólo falta meter la mano y abrir el picaporte.

—Entiendo. ¿Nunca lo cogieron?

—¡Por supuesto que sí! Pero forma parte del juego, ¿no cree?

—¿Nunca se planteó el buscar un trabajo convencional? —Se abstuvo de decir «honesto». Por algún motivo no deseaba herir la sensibilidad de aquel hombre.

—Tenía todo lo que podía desear. Conseguí herramientas, un buen cuervo, el canario más hermoso de todo Londres y un buen perista. Vivía en una buena casa, muy confortable, en la que vendíamos unas cuantas chucherías cuando los tiempos se ponían duros. ¿Qué más necesita una persona? ¿Por qué iba a partirme el espinazo en una fábrica para que me explotaran por unos míseros peniques?

—¿Para qué quería los pájaros?

—¿Los pájaros? —Hizo un gesto de sorpresa—. ¿Qué pájaros?

—El cuervo y el canario.

Él soltó una risilla aguda y estridente.

—¡Oh! Me encanta hablar con usted, señorita. ¡Resulta tan inocente! Un cuervo es un chivato, alguien que se queda fuera y avisa cuando hay peligro, por ejemplo, si viene el propietario o la policía. Y un canario es la persona que lleva las armas y demás herramientas. Cuando se es un ladrón con clase, uno no lleva las herramientas encima, primero echa un vistazo al lugar y cuando está todo claro viene el canario y se lo entrega todo. Los canarios suelen ser mujeres. Da mejor resultado. Bessie era tan hermosa como un día de verano.

—¿Qué le ocurrió?

—Murió de cólera en el sesenta, un año antes de la guerra. Pobre Bessie.

—¿Qué edad tenía?

—Dieciocho, como yo.

Más joven que Emily, más joven que Lily Mitchell. Había vivido en los peores barrios, llevando las herramientas de un ladrón, y había muerto de una grave enfermedad a los dieciocho años. Su vida hacía que la de Charlotte pareciese un regalo, con algún que otro conflicto intrascendente. Lo único grave que le había tocado pasar era el haberse enamorado de Dominic y el tener que enfrentarse a la muerte de Lily. Todo lo demás había resultado sumamente sencillo. Coser sábanas y manteles, hacer conservas de melocotones y albaricoques, comprobar que la cuenta de la pescadería no se disparase demasiado, decidir qué ponerse para ir al baile del viernes, intentar mostrarse educada con el vicario… Mientras, otras personas, como aquel hombrecillo con el que hablaba, tenían que luchar para comer. Y muchos de ellos no lo lograban: los pequeños y los débiles, los que se asustaban con facilidad. Sólo atinó a decir:

—Lo siento.

Él la observó detenidamente.

—Es usted una criatura curiosa —dijo.

La puerta se abrió y Pitt entró en el despacho antes de que Charlotte pudiese reaccionar ante ese último comentario. El rostro del inspector reflejó sorpresa. Al parecer, ninguno de sus subordinados le había anunciado su visita.

—Señorita Ellison ¿Qué está haciendo aquí?

—Le está esperando. —El hombrecillo se puso de pie, muy animado—. Lleva aquí una media hora. —Sacó un elegantísimo reloj de oro de un bolsillo.

Pitt lo miró perplejo.

—¿De dónde has sacado eso, Willie?

—Es usted muy mal pensado, señor Pitt.

—También tengo muy mal talante. ¿De dónde lo has sacado, Willie?

—¡Lo he comprado, señor Pitt! —No parecía realmente indignado sino más bien ansioso por probar su inocencia.

—¿A quién? ¿A un chatarrero?

—¡Señor Pitt! Esto es oro de verdad, un producto de calidad.

—De la casa de empeños, entonces.

—Eso no es muy amable de su parte, señor Pitt. ¡Lo he comprado en un lugar respetable!

—Está bien, Willie. Sal y procura convencer al sargento, mientras hablo con la señorita Ellison.

Willie se descubrió e hizo una ceremoniosa reverencia.

—Willie, ¡largo!

—Sí, señor Pitt. Buenas tardes, señorita.

Pitt cerró la puerta y le indicó a Charlotte que tomara asiento. Ahora que estaban a solas parecía menos seguro de sí mismo, quizá avergonzado por el lugar en que la recibía. A Charlotte no le importaba. Le tendió la nota, sin preámbulos.

—Millie, nuestra nueva sirvienta me trajo esto hace una hora. Lo encontró por la mañana en su habitación, la misma en que se alojaba Lily.

Pitt cogió la hoja, la leyó y luego la orientó hacia la luz.

—No parece demasiado antigua y desde luego es el tipo de carta que uno no guarda como recuerdo. Supongo que la recibió poco antes de que la asesinaran.

—¿Es una amenaza? —Charlotte se acercó un poco para ver la hoja.

—Es difícil pensar que no lo sea. Pero de todos modos, puede que no fuese una amenaza de muerte.

Charlotte vio cómo se abría ante ella un mundo de horribles sospechas. ¡Pobre Lily! ¿Quién la amenazaba? ¿Por qué no le pidió ayuda a alguno de ellos? Le impresionaba saber que bajo su aspecto de dulce sirvienta, aquella joven mantenía una lucha solitaria por salir de sus problemas.

—¿Qué se supone que debía hacer? —preguntó—. ¿Quién pudo escribir semejante nota? ¿Cree que es posible descubrirle y condenarle?

—Puede que no la haya escrito el asesino.

—¡No me importa! ¡Alguien pretendía asustarla! Alguien intentaba obligarla a hacer algo que evidentemente no quería hacer. ¿Acaso eso no es un crimen?

Él la miró sorprendido, observando la rabia con que hablaba, su sensación de ultraje y sus compasivos sentimientos. Tal vez se sentía un poco culpable de que todo hubiese ocurrido en su casa sin que ella se enterara.

—Sí, es un crimen pero tenemos que conseguir pruebas. No sabemos quién escribió la nota ni qué pretendía que la chica hiciera. Y la pobre ya no está en este mundo para aclararlo.

—¿No piensa investigar? —inquirió.

Él levantó una mano como para tocarla, pero se dio cuenta a tiempo de que era un error y volvió a bajarla.

—Lo intentaré. Pero dudo que la persona que escribió esta nota sea el culpable de su muerte. La mataron con un alambre, estrangulada por detrás, igual que Chloe Abernathy y la sirvienta de los Hilton. Un atracador se hubiese atrevido a amenazar a dos sirvientas pero no se hubiese arriesgado con una chica como Chloe. —Sus ojos se iluminaron ante una nueva posibilidad—. Salvo que la confundiera con Lily. Eran de la misma estatura y tenían el mismo color de pelo. Imagino que de noche…

—¿Para qué las amenazaría? Me refiero a las sirvientas.

—Los ladrones intentan que los criados les dejen entrar y les revelen dónde se guardan los objetos de valor de una casa. Tal vez Lily se negó y… —Suspiró—. Pero me parece una forma demasiado extrema e innecesaria de hacer negocios. Hay cientos de sirvientes que estarían dispuestos a aceptar una oferta semejante, no es necesario matar a nadie para conseguir esa clase de información.

—¿Por qué no nos pediría ayuda?

—Probablemente porque no se trataba de un ladrón sino de algún pretendiente —contestó—. Una relación que prefería mantener en secreto por miedo a que ustedes no la aprobasen. Me temo que nunca sabremos la respuesta.

—Pero lo intentará, ¿verdad?

—Sí, lo intentaré. Hizo usted muy bien en venir a contármelo. Gracias.

Charlotte se sintió algo molesta por la forma en que la miraba y contempló el lugar en que estaba. ¿Por qué habría querido ser policía? En realidad no sabía nada de él, y como solía pasar, sus pensamientos se convirtieron en palabras.

—Señor Pitt, ¿siempre ha sido policía?

Pitt se sorprendió pero en sus ojos se notó que la pregunta le divertía. En otro momento quizá hubiese resultado molesta.

—Sí, desde los diecisiete años.

—¿Por qué? ¿Por qué quiso ser policía? Debe de ver tanta… —No lograba dar con la palabra para referirse a la miseria y la sordidez.

—Crecí en el campo. Mis padres trabajaban como sirvientes: mi madre era cocinera y mi padre guardabosque. —Sonrió al pensar en la diferencia de estatus que había entre ellos—. Vivíamos en casa de un caballero bastante rico. Tenía varios hijos y uno de ellos era de mi edad. Me permitían asistir con él a la escuela y solíamos jugar juntos. Yo conocía el campo mucho mejor que él; tenía amigos entre los cazadores furtivos y los gitanos. Todo ello resultaba muy emocionante para el hijo de una familia elegante, que tenía demasiadas hermanas y pasaba demasiado tiempo en clase.

»Alguien robaba faisanes de la propiedad y los vendía. Acusaron a mi padre, que fue juzgado y condenado por ello. Lo mandaron a Australia durante diez años. Yo estaba seguro de que era inocente y dediqué mucho tiempo y esfuerzo a probarlo. Nunca lo conseguí pero eso fue lo que me hizo empezar.

Charlotte se imaginó a un pobre niño desesperado y confuso, sintiéndose impotente. Aquella imagen le inspiró una ternura que la sorprendió. Se levantó rápidamente y trató de recuperar la compostura.

—Entiendo. Luego vino a Londres. Muy interesante. Gracias por contármelo. Ahora he de volver a casa o empezarán a temer que me haya ocurrido algo.

—No debió venir sola —dijo Pitt—. Haré que un agente la acompañe a casa.

—No es necesario. Pensé que querría hablar con Millie y la traje conmigo.

—No necesito hablar con ella en estos momentos, pero me alegro de que fuese suficientemente prudente para venir acompañada. —Sonrió y desvió un poco la mirada—. Y le doy mis excusas por haber puesto en duda su sentido común.

—Que tenga usted un buen día —se despidió ella y salió del despacho.

Charlotte sabía que mientras salía de la comisaría él la miraba desde el quicio de la puerta y se sintió extrañamente cohibida. Casi tropieza y se cae al llegar fuera, pero afortunadamente pudo cogerse del brazo de Millie y recuperar el equilibrio. ¿Por qué demonios tenía que sentirse tan apurada ante un simple policía?

Tres días después, Charlotte fue a visitar a los Abernathy. Había ido sola porque su madre y Sarah estaban a pocos metros, en casa del vicario.

—Tome otra taza de té, señorita Ellison. Ha sido muy amable al venir a visitarnos.

—Gracias. —Charlotte acercó la taza—. Me alegra ver que se encuentra mejor.

La señora Abernathy sonrió con dulzura.

—Me reconforta volver a ver a gente joven en casa. Nadie había venido desde que murió Chloe. Supongo que no se les puede recriminar; nadie desea visitar una casa que está de luto, y menos los jóvenes. Le obliga a uno a recordar que la muerte existe, en un momento en que todos deseamos pensar en la vida.

Charlotte deseaba aliviar su dolor, evitar que creyera que los amigos de Chloe eran tan insensibles que no pensaban en el dolor de una madre.

Se echó un poco hacia atrás.

—Quizá no querían molestar. Cuando uno está muy impresionado por algo, es comprensible que no sepa qué decir. No hay nada que pueda aliviar la pena y la gente puede mostrarse torpe, decir algo inconveniente y agravar aún más la situación.

—Es usted muy gentil, querida Charlotte. Ojalá mi pobre Chloe hubiese tenido más amigas como usted y no como aquellas frívolas que frecuentaba. Todo empezó cuando encontró a ese maldito George Ashworth.

—¿Qué ha dicho? —Charlotte se asustó tanto que olvidó la buena educación.

La señora Abernathy la miró sorprendida.

—He dicho que ojalá Chloe no se hubiese hecho tan amiga de lord George Ashworth. Sé que es un caballero, pero algunas veces los nobles tienen gustos y hábitos reprobables.

—No sabía que Chloe conociese a lord Ashworth —Charlotte estaba muy alterada. No dejaba de ver el rostro de la pequeña Emily—. ¿Le trataba mucho?

—Mucho más de lo que su padre y yo hubiésemos deseado. Pero es un hombre guapo y con título. No se puede convencer a las jovencitas. —Pestañeó varias veces.

Charlotte era consciente de que debía dejar el tema —la herida era muy profunda y hurgar en ella sería incluso cruel—, pero antes quería informarse, por Emily.

—¿Cree que engañó a Chloe, que no era sincero con respecto a sus sentimientos?

—Mi marido se enfada conmigo cuando digo esto —palideció—, pero creo que si Chloe no hubiese conocido a ese hombre seguiría viva.

Charlotte sintió como si caminase por un pasillo lúgubre y las sombras la fuesen rodeando.

—¿Por qué lo dice, señora Abernathy?

La señora Abernathy se inclinó y se apoyó en el brazo de Charlotte.

—¡Por favor, Charlotte, no repitas a nadie lo que acabo de contarte! —rogó—. Podría meterme en un grave problema si hablo demasiado.

Charlotte puso su mano sobre la de la señora Abernathy y la sujetó con fuerza.

—Descuide. Pero me gustaría saber por qué cree que George Ashworth es tan mala influencia. Le conozco y, aunque no me cae especialmente bien, no le considero tan peligroso como usted asegura.

—Engañó a Chloe haciéndole pensar cosas imposibles, cosas que estaban fuera de su alcance. La llevó a sitios donde había mujeres de escasa moralidad.

—¿Cómo lo sabe? ¿Se lo contó Chloe?

—Nos contó algo, pero lo sé por otras personas que los vieron. Un caballero, amigo de mi marido, vio a Chloe donde no esperaba encontrar a ninguna hija de buena familia.

—¿Y puede fiarse de ese amigo? ¿No pudo haberse equivocado o exagerar un poco la historia? ¿No tendría alguna razón para querer perjudicar la reputación de Chloe?

—Ninguna en absoluto. Es uno de los hombres más íntegros que conozco.

—Entonces, discúlpeme, pero ¿qué hacía ese caballero en un sitio como ése?

La señora Abernathy se quedó algo confusa por un momento.

—Mi querida Charlotte, para los hombres es distinto… Es perfectamente normal que los caballeros frecuenten locales a los que las mujeres decentes no irían. Todo el mundo acepta esa clase de cosas.

Charlotte no aceptaba nada semejante pero sabía que no merecía la pena discutir en ese momento.

—Entiendo. Y usted teme que lord Ashworth pueda haber dejado a Chloe en malas compañías o que incluso pueda haberla tentado a cometer actos inaceptables para una joven como ella o cualquier muchacha decente, ¿no?

—Sí, así es. Chloe no pertenecía a ese mundo. Creo que murió porque intentó empezar a formar parte de él.

—No estoy segura de entenderla bien, señora Abernathy. ¿Pretende decir que lord Ashworth o alguien de su círculo pudo haber matado a Chloe?

—Sí, Charlotte, eso creo. ¡Pero me has prometido no contárselo a nadie! Nada hará que Chloe vuelva a estar entre nosotros y no debemos ser vengativos.

—¡Pero podemos evitar que el crimen se repita! —exclamó Charlotte—. Y de hecho es nuestro deber.

—Pero Charlotte… No es seguro, no son más que locos presentimientos que tengo. Tal vez me equivoque y esté cometiendo una gran injusticia. —Se había puesto de pie; parecía ansiosa y gesticulaba con las manos—. Me has prometido no decir nada de esto.

—Señora Abernathy, mi hermana Emily está saliendo con lord Ashworth. Si lo que usted dice es cierto, cómo podría no tener en cuenta sus presentimientos, aún a riesgo de equivocarme. Le prometo que no diré nada, salvo si veo que Emily está en peligro. Entonces no podría permanecer callada.

—¡Oh, querida! —La señora Abernathy se sentó de golpe—. ¡Oh, querida Charlotte! ¿Qué podemos hacer?

—No lo sé —contestó la joven con franqueza—. ¿Me ha contado todo lo que sabe o sospecha que pudo ocurrir?

—Sé que bebe mucho, pero los caballeros suelen hacerlo. Sé que es jugador, pero supongo que se lo puede permitir. Sé que la pobre Chloe estaba enamorada de él, que perdió la cabeza y se hizo toda clase de ilusiones románticas. Sé que él la introdujo en su mundo, una clase social diferente que tiene otras reglas de comportamiento y se divierte con cosas horribles. Creo que si se hubiese mantenido en su propio nivel, entre caballeros moderadamente ricos y de buena familia, ahora no estaría muerta. —Las lágrimas resbalaban por sus mejillas cuando dijo—: Perdone, señorita Charlotte. —Cogió su pañuelo y se echó a llorar en silencio.

Charlotte la abrazó. Sentía una terrible pena por ella pero no podía hacer nada; además, se sentía culpable por haber sacado el tema de nuevo. Charlotte la meció como si estuviese acunando a un niño, no a una mujer de la edad de su madre.

De camino a casa pensó qué iba a decirles a su madre y a Sarah pero, afortunadamente, ellas estaban demasiado ocupadas con sus asuntos. Charlotte permaneció callada casi toda la noche, contestando cuando no podía evitarlo y haciendo algún esporádico comentario. Dominic hizo referencia a su silencio en dos o tres ocasiones, pero Charlotte no pudo abandonar su angustia ni siquiera para complacerle a él.

Si la señora Abernathy estaba en lo cierto, George Ashworth no era sólo sumamente inconveniente sino altamente peligroso y podía estar implicado en una trama de asesinato. No parecía probable que pudiese haber dos asesinos actuando en Cater Street, por lo tanto Ashworth podría haber matado también a Lily y a la sirvienta de los Hilton. Tal vez él y su grupo de amigos, en plena borrachera, habían decidido acechar a jóvenes solitarias… La sola idea la hizo estremecer.

Pero lo peor era Emily. Charlotte esperaba que su hermana no supiese que Ashworth podía ser culpable de tales crímenes. Si lo descubriera y osara denunciarle, quizá acabaría también muerta en Cater Street.

Pero Charlotte carecía de pruebas. Tal vez la señora Abernathy lo había imaginado todo, obnubilada por la pena, buscando desesperadamente un culpable, anhelando una respuesta, aunque resultase nefasta. Si Charlotte le comunicaba a Emily su temor, sin pruebas concluyentes, Emily no la creería y se enfadaría. Tal vez incluso se lo contaría a George Ashworth, simplemente para mostrarle su fe en él, y acabaría provocando involuntariamente su propia muerte.

¿Qué debía hacer? Miró las caras de toda su familia; estaban sentados en la sala, tras la cena. ¿A quién podía pedirle consejo? Su padre leía el periódico con expresión compungida. No le gustaría que lo interrumpiesen, y además parecía que Ashworth le agradaba.

Su madre estaba bordando, se la veía muy pálida. La abuela todavía no le perdonaba que hubiese dudado de su marido. Llevaba días lanzando comentarios mal intencionados. Y preguntarle a la abuela no era aconsejable: se lo contaría a todos inmediatamente o los volvería locos a base de indirectas hasta que alguien lo adivinase.

Emily estaba tocando el piano. Junto a ella, Sarah y Dominic jugaban a las cartas. ¿Podría preguntarle a Sarah? Por un lado deseaba contárselo a Dominic para poder compartir algo con él y pedirle consejo. Pero por el otro se resistía, temía que Dominic no tuviese la inteligencia necesaria, que su respuesta no fuese de gran ayuda y que no se comprometiese a nada. Tampoco se fiaba demasiado de Sarah, pero no quedaba nadie más.

Buscó el momento adecuado para poder hablar con ella, antes de irse a dormir.

—Sarah —la llamó.

Sarah se detuvo, algo sorprendida.

—Pensé que ya te habías acostado.

—Necesito hablar contigo.

—¿No puedes esperar hasta mañana?

—No, por favor, ven a mi habitación.

Charlotte cerró la puerta y se volvió hacia Sarah mientras ésta se sentaba en el borde de la cama.

—Hoy he ido a casa de la señora Abernathy.

—Lo sé.

—¿Sabías que George Ashworth era muy amigo de Chloe y salía con ella antes de que la mataran?

Sarah arrugó la frente.

—No lo sabía. Estoy segura de que Emily tampoco está al corriente.

—Eso creo. La señora Abernathy cree que George llevó a su hija a lugares poco apropiados para una señorita y que allí pudo haber encontrado a su asesino. Cree que George pudo ser responsable, en cierta medida, del crimen.

—¿Estás segura de lo que dices, Charlotte? Sé que lord Ashworth no te cae bien. ¿No estarás dejándote llevar por tus prejuicios?

—No lo creo. ¿Qué debo decirle a Emily?

—Nada. No te creería de ningún modo.

—¡Pero tengo que prevenirla!

—¿De qué? De lo único que estás segura es de que Ashworth se interesó por Chloe antes que por ella. Eso no será de mucha ayuda. Además, ¿qué tiene de raro? Chloe era una joven muy bonita, pobrecilla. No dudo que Ashworth se ha interesado por otras muchachas a lo largo de su vida y que todavía cortejará a muchas otras.

—Pero ¿qué pasa con Emily? —preguntó Charlotte—. ¿Qué ocurrirá si realmente él tuvo algo que ver con la muerte de Chloe? Emily podría enterarse. ¡Podría incluso ser la próxima víctima!

—No te pongas histérica, Charlotte —repuso Sarah—. La señora Abernathy es una mujer chapada a la antigua y algo estrecha de miras. Seguramente lo que ella considera escandaloso e inmoral no son más que cosas normales para nosotras. ¡Tengo entendido que desaprueba el vals! ¿Cómo se puede ser tan remilgada? Incluso la reina baila el vals, o por lo menos lo bailaba cuando era más joven.

—La señora Abernathy hablaba de asesinatos, no de valses.

—Para nosotras son dos polos extremos, pero para ella no son cosas tan distintas. Según ella, una persona capaz de bailar así puede plantearse perfectamente matar a alguien.

—No sabía que tenías un sentido del humor tan agudo —replicó Charlotte amargamente—. Pero éste no es momento para hacer uso de él. ¿Qué le puedo decir a Emily? No puedo quedarme de brazos cruzados.

—¡Por lo menos todavía no se lo has contado a tu querido policía!

—Por supuesto que no. Y ese comentario me sirve de poca ayuda.

—Lo siento. Tal vez sea mejor que llamemos a Emily y se lo contemos todo aunque no sé qué le contaremos exactamente. Supongo que bastará con decirle la verdad. —Se levantó y fue hacia la puerta.

Charlotte asintió con la cabeza. Era lo mejor y agradecía que Sarah la apoyara. Se hizo a un lado para que Sarah pudiera salir.

Minutos después estaban las tres en la habitación de Charlotte, con la puerta cerrada.

—¿Y bien? —preguntó Emily.

—Charlotte se ha enterado de algo y pensamos que debes saberlo —empezó Sarah—. Es por tu propio bien.

—Cuando la gente dice eso siempre se refiere a algo desagradable. —Emily miró a Charlotte—. Está bien, ¿de qué se trata?

Charlotte tomó aliento. Sabía que Emily se iba a enfadar.

—George Ashworth era muy amigo de Chloe poco antes de que ésta muriera. La llevó a muchos sitios.

Emily arqueó las cejas.

—¿Pensabas que no lo sabía?

Charlotte se mostró sorprendida.

—Sí, eso pensaba. Pero tal vez no sepas a qué tipo de lugares la acompañaba. Se trataba de sitios a los que una mujer decente no debería ir.

—¿Te refieres a burdeles?

—¡Emily, por favor! —la amonestó Sarah—. Sé que estás molesta, pero no pierdas los modales.

—¡No, no me refiero a los burdeles! —replicó Charlotte. Por lo menos creo que no es eso. Pero no deberías tomarte este tema tan a la ligera. Recuerda que Chloe está muerta y piensa en cómo murió. La señora Abernathy cree que su relación con George Ashworth le costó la vida de una u otra forma.

Emily palideció.

—¡Sé que George no te gusta y puede que incluso estés celosa, pero no pensé que caerías tan bajo! Dios sabe lo mucho que siento la muerte de Chloe, pero George no tuvo nada que ver con ello.

—¿Cómo lo sabes?

—¡Porque sólo una mente retorcida como la tuya podría pensar algo así! Conozco a George. ¿Por qué iba a hacer él una cosa tan horrible?

—¡No lo sé! Pero no te lo digo con mala intención, créeme. Te lo cuento porque no podría soportar que te pasara lo mismo a ti, si George te presentara a alguien…

Emily suspiró con desespero.

—Si Chloe se mezclaba con malas compañías era porque no tenía suficiente inteligencia para distinguir lo bueno de lo malo. Supongo que no piensas que yo tendría el mismo problema, ¿verdad?

—No sé qué decir, Emily —respondió Charlotte con franqueza—. Algunas veces me pregunto si… —Emily se puso aún más a la defensiva.

—¿Qué pensáis hacer, contárselo a papá?

—¿Para qué? Él podría prohibirte que vieras a George Ashworth pero tú seguirías haciendo lo que te pareciera, sólo que a escondidas, lo que sería incluso peor. Simplemente te pido que tengas cuidado.

La expresión de Emily se suavizó.

—Por supuesto, tendré cuidado. Supongo que lo dices por mi bien. Pero a veces resultas tan pomposa y remilgada que me desesperas. Bueno, estoy demasiado cansada para proseguir con esta charla. Buenas noches.

Una vez Emily se hubo ido, Charlotte miró a Sarah.

—No puedes hacer nada más —comentó Sarah para tranquilizarla—. Y, sinceramente, no creo que Ashworth tenga nada que ver con ese asunto. No son más que imaginaciones de la señora Abernathy. No te preocupes más por ello. Buenas noches.

—Buenas noches, Sarah. Y gracias.