Una semana después, Caroline logró por fin contratar a una nueva sirvienta para sustituir a Lily. No había sido una tarea fácil, pues a pesar de que eran muchas las chicas que buscaban trabajo, a casi todas les faltaba experiencia o buenas referencias, y algunas arrastraban una reputación poco recomendable. Además, como todo el mundo estaba al corriente de las circunstancias de la muerte de Lily, la oferta de empleo tentaba a pocas muchachas decentes.
Por fin se llegó a la conclusión de que Millie Simpkins era lo mejor que iban a conseguir y que la casa no podía seguir con una sirvienta de menos. Temían que la señora Dunphy se sintiera superada por el exceso de trabajo y aprovechase la excusa para despedirse.
Millie era una joven de dieciséis años bastante agradable. Parecía atenta y servicial y lo suficientemente limpia y ordenada. No tenía demasiada experiencia —se trataba de su segundo trabajo—, pero eso podía ser una ventaja. Al carecer de hábitos adquiridos, resultaría más sencillo enseñarle y adecuarla al tipo de servicio que se requería en su nueva casa. Y lo que era más importante, a la señora Dunphy le gustó a la primera.
El miércoles por la mañana Millie llamó a la puerta de la sala.
—Adelante —contestó Caroline.
Millie entró con un abrigo e hizo una pequeña reverencia algo ridícula.
—Disculpe, señora, pero este abrigo está bastante estropeado. No sé cómo coserlo. Le pido perdón, señora.
Caroline lo cogió y lo extendió para inspeccionarlo. Se trataba de uno de los abrigos de Edward, uno muy elegante con cuello de terciopelo. Tardó un rato en encontrar el desgarrón. Finalmente lo vio en una de las mangas, en la parte interior, cerca de la costura de la axila. ¿Cómo podía uno engancharse en semejante sitio? Separó los dos jirones con los dedos para inspeccionarlo. Parecía como si una garra afilada hubiese desgarrado el tejido unos cinco centímetros.
—No te preocupes, Millie —comentó Caroline—. Veré lo que puedo hacer pero es posible que tengamos que enviarlo al sastre para que cambie toda la manga.
—Sí, señora. —Millie se relajó un poco pero seguía nerviosa.
Caroline le sonrió.
—Hiciste lo correcto al comentármelo. Ahora, ve y ocúpate de la ropa de la casa, que es más sencillo. Creo que también hay unas enaguas rotas de Emily.
—Sí, señora. —Hizo otra curiosa reverencia—. Gracias, señora.
Cuando se quedó sola, Caroline volvió a echarle un vistazo al abrigo. No recordaba que Edward se hubiese puesto esa prenda en mucho tiempo, probablemente semanas. ¿En qué ocasión lo habría roto? Era evidente que no podía volverlo a utilizar así. ¿Por qué no le había pedido que lo cosiera en su momento? Era imposible que no se hubiera dado cuenta. Era uno de los abrigos que más le gustaba llevar cuando iba al club. De hecho, se lo había puesto la noche… la noche en que mataron a Lily. Recordaba perfectamente su llegada y lo indignado que estaba con Charlotte por haber llamado a la policía. Volvió a revivir la escena: la lámpara de gas de la pared siseaba un poco y lanzaba un haz amarillento sobre el terciopelo burdeos del abrigo. Todos estaban demasiado asustados y enfadados para pensar en ropa. Tal vez por eso Edward había olvidado comentárselo.
Tardó casi toda la tarde en repararlo. Había sacado hilos de las costuras para que no se notase el remiendo, pero aun así no estaba satisfecha con el resultado. Edward llegó a casa bastante pronto y Caroline le dijo nada más verlo:
—Me temo que se nota un poco. —Le mostró la prenda—. Pero sólo se ve cuando le da la luz, algo que no tiene porque ocurrir a menudo puesto que está en la parte interior de la manga. ¿Cómo demonios hiciste para romperlo?
Él frunció el entrecejo y miró hacia otro lado.
—No lo recuerdo. Debió de ocurrir hace siglos.
—¿Por qué no me lo comentaste en su momento? Podía haberlo remendado igual que he hecho ahora. Bueno, en realidad hubiese sido mejor aún porque lo hubiese cosido Lily. Se le daban muy bien estas cosas.
—Es probable que ocurriera después de la muerte de Lily y supongo que ya tenías suficientes cosas que atender con una sirvienta menos, sin tener que ocuparte de este abrigo. Después de todo, tengo muchos abrigos.
—No has vuelto a usarlo desde la noche en que murió Lily —insistió ella sin saber por qué.
—Bueno, tal vez ésa fue la última vez que lo usé. Eso lo explica todo. Un abrigo carecía de importancia ante la desaparición de Lily y la presencia de la policía en la casa.
—Sí, por supuesto. —Dobló el abrigo con la intención de pedirle a Millie que lo subiera al armario—. ¿Cómo ocurrió?
—¿El qué?
—¿Cómo se rompió?
—Pues no lo recuerdo, querida. ¿Tiene importancia?
—Pensaba que aquella noche habías estado en el club y que por eso habías llegado tan tarde.
—Así fue. —Su tono adquirió cierta brusquedad—. Siento que la nueva sirvienta no sepa arreglarlo pero, querida, no es tan importante. No quisiera pasar la tarde hablando de esta nimiedad.
Caroline cogió el abrigo y abrió la puerta.
—No, claro que no. Simplemente quería saber cómo se había roto. Es un desgarrón tan largo… —Y se dirigió al vestíbulo a llamar a Millie. Lo mejor sería que la joven lo planchase para quitarle las arrugas que se habían formado.
Dominic logró alterar la paz mental de Caroline y la sumió en una confusión difícil de controlar cuando, dos días después, apareció con el dedo índice asomando por un agujero del bolsillo del chaleco.
—¿Cómo has hecho eso? —dijo tomando el chaleco para examinarlo.
—Hundí demasiado la mano —sonrió—. Qué cosa tan tonta, ¿verdad? ¿Cree que podría arreglarlo? He visto lo bien que ha quedado el remiendo del abrigo de Edward.
Caroline se sentía alagada pero creía que podría haber quedado todavía mejor.
—Pienso que podré hacer algo. Lo intentaré esta tarde.
—Si consiguió arreglar el de Edward, estoy seguro de que no tendrá problema con éste.
Cuando Dominic se disponía a marcharse, a Caroline le asaltó una duda.
—¿Cuándo lo viste?
—¿El qué?
—¿Cuándo viste que el abrigo de Edward estaba roto?
Dominic frunció el entrecejo ligeramente.
—La noche en que mataron a Lily.
—¡Menuda capacidad de observación! Con todo el lío que se organizó era difícil darse cuenta de algo así. ¿O es que lo notaste en el club? Allí fue donde se enganchó.
Él negó con la cabeza.
—Yo estaba en el club pero Edward se marchó muy pronto y, cuando se fue, el abrigo no estaba roto. Lo recuerdo perfectamente. Belton, el portero, le dio su sombrero y su bastón. De haber estado roto, Belton se habría dado cuenta. No se le escapa nada.
—Tal vez te confundes con otra noche.
—No; esa noche cené con Reggie Hafft. Me dejó al inicio de Cater Street y anduve el trecho que faltaba. Vi a Edward llegar del otro extremo de Cater y lo llamé, pero no me oyó. Entró en casa un poco antes que yo.
—¡Oh! —exclamó Caroline, demasiado sorprendida para pensar con claridad.
Edward le había mentido. Era una mentira sin importancia salvo porque tenía que ver con la noche en que mataron a Lily. ¿Por qué no le había contado la verdad? ¿Tenía algo que ocultar, algo de lo que se avergonzaba? ¿Qué estaba pensando? ¡Era absurdo! Seguramente había visitado a algún amigo y lo había olvidado. Eso era. Sin duda todo tenía una explicación perfectamente lógica y ella obraba mal al desconfiar de su marido siquiera por un momento.
No volvieron a verse a solas hasta el momento de acostarse. Caroline estaba sentada en un taburete, frente al tocador, cepillándose el pelo. Edward salía del vestidor.
—¿A quién fuiste a visitar la noche en que murió Lily? —preguntó con fingida indiferencia.
Vio su rostro reflejado en el espejo, con el entrecejo fruncido.
—¿A qué te refieres?
Repitió la pregunta con nerviosismo, evitando que su mirada se cruzase con la de él.
—A nadie —contestó él—. Ya te lo dije, Caroline, ¡estuve en el club! Y luego vine directamente a casa. No entiendo por qué sigues dándole vueltas a este asunto. ¡Supongo que no imaginarás que estuve vagando por Cater, persiguiendo a mi propia criada! —Parecía muy enfadado.
—No, por supuesto que no —respondió ella con calma—. ¡No seas ridículo! —Sonrió.
Edward palideció y en su rostro apareció una expresión de indignación que Caroline conocía muy bien. ¿Le había ofendido mucho que usara el término «ridículo» o sólo lo fingía para evitar contar la verdad o sumar una nueva mentira? Pero ¿por qué se hacía esas preguntas? Se estaba preocupando innecesariamente; estaba cansada de tanta tensión y eso le hacía llegar a desvariar. Lo mejor era olvidar el asunto e irse a dormir.
Edward seguía enfadado y callado. Caroline pensó en pedirle perdón, pero en el fondo sabía que no dejaría de cuestionarse sobre el tema, que la preocupación surgiría de nuevo, antes o después, y que cualquier intento de pedir perdón no sería, en el fondo, genuino. Se metieron en la cama sin mediar palabra.
Edward parecía descansar plácidamente y respiraba con ritmo regular. Caroline no sabía si dormía, lo intentaba o fingía para evitar más preguntas.
¿Por qué no se quitaba esa idea de la cabeza? Conocía bien a Edward y sabía que, a pesar de mentir con respecto a su vuelta, era imposible que tuviese que ver con lo ocurrido aquella noche en Cater Street. Estaba convencida de ello. Pero sin duda había hecho algo que quería ocultarle. ¿Qué podía ser? Desde luego nada bueno, pues de lo contrario le habría dicho con quién había estado aunque prefiriese guardarse los motivos. ¿De dónde podía venir para llegar por el extremo opuesto de Cater? ¿Qué lugar había visitado que le obligaba a mentir?
Pensó en su vida cotidiana, las cosas que Edward hacía a diario, las personas que conocía, los lugares que frecuentaba. Pero cuanto más lo pensaba más se daba cuenta de lo poco que conocía a su marido. Cuando estaba en casa podía saber qué iba a decir, cómo iba a reaccionar frente a un hecho, quién le iba a gustar y quién le iba a disgustar. Pero cuando iba a la ciudad se perdía en un mundo distinto, habría otra parte de su vida de la que ella lo desconocía todo, salvo lo que él le contara.
Se durmió sintiéndose dolorosamente infeliz.
El día siguiente fue sorprendente y agotador.
Caroline se levantó con un ligero dolor de cabeza y sintiéndose deprimida. Estaba frente al armario de la ropa de casa, comprobando el trabajo de Millie, cuando se acercó Dora para anunciar que el inspector Pitt preguntaba si podía verla.
Con el pulso acelerado y la boca seca, Caroline contempló la pila de fundas de almohadas que había junto a ella. ¿Era posible que Pitt hubiera ido al club y hubiese descubierto la mentira de Edward? Él no podía haber matado a Lily pero tenía algo que esconder, y ella debía intentar protegerle. ¡Si por lo menos conociese la verdad!
—¿Señora? —Dora seguía esperando.
—Sí, Dora. Dígale que me reuniré con él en cinco minutos. Hágalo pasar a la sala de estar.
—Sí, señora.
Cuando llegó Caroline, Pitt estaba mirando a través de la ventana. Se volvió para saludarla.
—Buenos días, señora Ellison. Siento molestarla de nuevo pero tengo que comprobar unos datos.
—Sus datos le traen demasiado a menudo a esta casa, señor Pitt. ¿Puedo deducir por lo que acaba de anunciar que tiene algún otro sospechoso en mente?
—Así es, señora.
Era un hombre tan poco elegante y tan anticuado… Su presencia parecía invadir toda la sala. ¿O acaso pensaba así porque le daba miedo?
—¿Qué desea en esta ocasión, señor Pitt? —Era mejor acabar cuanto antes.
—Su marido llegó muy tarde a casa la noche en que mataron a Lily Mitchell y eso no es habitual en él. —Era más una afirmación que una pregunta, como si quisiese confirmar algo que ya sabía.
—Así es. —Se preguntó si su voz sonaba tan tensa como temía.
—¿Dónde estuvo?
¿Qué debía contestar? ¿Repetir la versión de Edward o mencionar la verdad que Dominic había dejado escapar sin saberlo? Al pensar en ello reparó en que ni siquiera había puesto en duda las palabras de Dominic. Si decía que Edward había estado en el club, revelaría que él le mentía a ella, pero si admitía que había estado en otro lugar, la obligaría a revelar algo que no quería o no podía explicar.
Pitt la miraba fijamente, con sus claros e inteligentes ojos. Caroline se sintió como un libro abierto, como un niño al que han descubierto haciendo una gamberrada.
—Creo que estuvo en el club —dijo lentamente, vocalizando cada sílaba—, pero no recuerdo si después iba a cenar con unos amigos.
—¿No se lo ha dicho? —preguntó él.
¿Había algo extraño en que no se lo hubiese dicho?
—Teniendo en cuenta lo que encontramos en casa al llegar (Charlotte había llamado a la policía, todos estábamos alterados y asustados), creo que me olvidé de semejante cuestión. No formaba parte de mis preocupaciones inmediatas.
—Ya. Sin embargo, no puedo dejar de pensar que el señor Ellison pudo pasar por la escena del crimen en el momento adecuado. —Sonrió mostrando sus dientes blancos. Los ojos le brillaban—. Es posible que viera algo.
Ella tragó saliva.
—Me temo que no puedo ayudarle.
—Naturalmente, señora Ellison. Ya sé que usted pasó por Cater Street en carruaje, con sus hijas, y ya he hablado con todas ustedes.
—Y también ha hablado con mi marido. ¿Qué más puede contarle? —¿Podría convencerle de que no interrogara a Edward? No había nada más que él le pudiese decir. ¿Pitt sospechaba algo o había descubierto que mentía?—. Supongo que no le cabe duda, señor Pitt, de que si mi marido hubiese visto algo, ya se lo habría contado.
—Puede que recuerde algún pequeño detalle, algo que había olvidado pensando que era insignificante. Y la hora en que pasó por allí también es importante. Las horas permiten construir o destruir coartadas.
—¿Coartadas?
—Algo que confirme que la persona en cuestión estaba en otro lugar a la hora en que ocurrió el crimen, y por lo tanto la exima de culpabilidad.
—Sé lo que significa la palabra, señor Pitt, pero no me daba cuenta de que estaba descartando a la gente en base a la imposibilidad de que estuvieran… —Se interrumpió, asustada de lo que estaba pensando y confusa.
—Bueno, cuando hay varios sospechosos, señora Ellison, las coartadas son de gran ayuda para realizar una criba y eliminar a los inocentes.
Caroline deseaba que la dejara en paz de una vez. Aquel hombre era policía, lo que a todos los efectos era como ser comerciante; no podía permitir que la dominase. Emily tenía razón; su voz era hermosa, fuerte y dulce a la vez, y su dicción resultaba perfecta.
—Supongo que sí —dijo visiblemente molesta—. Pero me temo que mi marido no se encuentra en casa y no puede sacarlo de dudas.
Pitt sonrió comprensivamente.
—Volveré esta tarde. ¿Cree que el señor Ellison habrá llegado para entonces?
—Sí, desde luego.
El inspector hizo una pequeña reverencia y se dirigió a la puerta.
Cuando Edward llegó a casa a las seis y cuarto, le comentó que Pitt había estado y que volvería.
Él se quedó rígido, mirándola.
—¿Dijo que volvería esta tarde?
—Así es.
—No debiste decirle que yo estaría, Caroline. —Su expresión era severa—. Tengo que volver a salir.
—Esta mañana dijiste… —Se interrumpió; el miedo le entumecía la garganta. ¿Intentaba evitar a Pitt para no tener que mentirle?
—Me ha surgido un compromiso después de hablar contigo esta mañana —explicó—. De todos modos, ya le he dicho todo lo que sabía. Dile eso de mi parte o pídele a Maddock que lo haga.
—Crees que… —replicó dubitativa.
—¡Por Dios, Caroline! Es un policía, no un conocido al que tengas que agasajar. Deja que sea Maddock quien le explique que me han surgido compromisos de última hora y que no tengo nada más que añadir que pueda ayudarle en su investigación. Si después de todos los interrogatorios y las pesquisas sigue sin dar con el culpable, o es un crimen sin solución o ese hombre es un incompetente.
Pero Pitt volvió a presentarse la noche siguiente y le hicieron pasar a la sala, donde se encontraban Caroline, Edward, Charlotte y la abuela. Los demás habían ido a un concierto. Maddock abrió la puerta y lo anunció y, antes de que nadie pudiese quejarse, Pitt ya estaba dentro de la habitación.
—En la casa de un caballero, señor Pitt —se quejó Edward—, es de buena educación esperar a que lo inviten a uno a pasar.
Caroline se sonrojó ante semejante grosería y la achacó al hecho de que Edward estaba asustado. Tenía que estarlo y mucho, para permitirse abandonar su buena educación. ¿Buena educación? ¿Acaso le conocía ella tan bien como creía? ¿Qué demonios había estado haciendo en Cater Street aquella noche?
A Pitt no pareció afectarle el comentario. Avanzó unos pasos más y Maddock se retiró.
—Disculpe. Los asesinatos no suelen llevarme a las casas de los caballeros; pero cuando alguien intenta evitar hablar conmigo, tengo que recurrir a métodos algo drásticos. Estoy seguro de que usted desea tanto como yo que detengamos al culpable.
—Por supuesto. —Edward lo miró con frialdad—. Sin embargo, considero que ya le he dicho todo lo que sabía y en más de una ocasión. No tengo nada que añadir a mi testimonio. Y no veo en qué podría ayudarle que volviese a repetirlo todo.
—Le sorprendería saberlo. Cada vez se añaden detalles, pequeñas cosas que se han ido recordando.
—Pues yo no he recordado nada.
—¿Dónde estaba aquella noche, señor Ellison?
Edward frunció el entrecejo.
—Ya se lo he dicho: en el club, que no está precisamente cerca de Cater Street.
—¿Estuvo allí toda la noche, señor Ellison?
Caroline miró a Edward, que se había quedado pálido. Casi se podía oír el conflicto que bullía en su cabeza. ¿Conseguiría salir airoso sin tener que mentir? ¿Qué estaba ocultando? Se volvió hacia Pitt. Sus inteligentes ojos no estaban fijos en Edward sino en ella. De pronto sintió miedo de que pudiese adivinar su miedo, que supiese por ella que su marido estaba mintiendo. Intentó distraerse y mirar hacia otro lado, y se dio cuenta de que Charlotte también la observaba. Sintió un ahogo de miedo.
—¿Toda la noche, señor Ellison? —replicó Pitt sin inmutarse.
—Eh… no, no toda la noche —contestó Edward tenso y asustado.
—¿Adónde fue, entonces? —Pitt se mostraba muy cortés. Si estaba sorprendido por la respuesta, lo disimulaba perfectamente. ¿Sería posible que ya supiera lo que le iba a contestar? A Caroline se le hizo un nudo en el estómago. ¿Acaso Pitt sabía dónde había estado Edward?
—Fui a visitar a un amigo —respondió Edward sin dejar de mirarle.
—¿De veras? —Pitt sonrió—. ¿Qué amigo, señor Ellison?
Edward apretó los labios.
La abuela se irguió repentinamente en su asiento.
—¡Joven! —exclamó—. No olvide cuál es su posición tanto en esta casa como en la sociedad en general. El señor Ellison acaba de decirle que fue a visitar a un amigo. Pues bien, no necesita conocer los detalles. Sabemos que tiene una misión que cumplir y que se trata de una ardua tarea, necesaria para que se haga justicia y se mantenga el orden público. Desde luego le ayudaremos en todo lo que podamos, pero no crea que eso le da derecho a saltarse ciertos límites.
Pitt arqueó las cejas más divertido que molesto.
—Señora, desgraciadamente los asesinos no respetan a las personas ni a las diferencias de clases. Tenemos que atrapar a ese hombre porque la próxima víctima podría ser una de sus nietas.
—¡Menuda estupidez! —dijo la abuela indignada—. Mis nietas son jóvenes de moral y costumbres intachables. Supongo que no ha conocido a demasiadas mujeres así y por eso no tendré en cuenta su insulto, que nace más de su ignorancia que de su mala voluntad.
Pitt soltó un largo suspiro y agregó:
—Señora, nada hace suponer que este hombre sólo agreda a mujeres inmorales ni que sienta predilección por ellas. La señorita Abernathy era un tanto frívola pero nada más, y Lily Mitchell tenía una reputación intachable; incluso su cita con Brody resultó sumamente correcta.
La abuela lo miró con cierto desprecio.
—Lo que es correcto para una sirvienta o para un policía puede no serlo para una joven de familia respetable.
Pitt se inclinó ligeramente.
—Me permito discrepar, señora. Creo que la moralidad es universal. Las circunstancias pueden aligerar el grado de culpa pero no evitan que el acto en sí sea criticable.
La abuela aspiró dispuesta a condenar su temeridad, pero de pronto pensó en lo que Pitt acababa de decir y optó por permanecer callada.
Caroline miró a Edward, que seguía sin contestar, y luego a Charlotte, que contemplaba a Pitt con una mezcla de sorpresa y respeto.
El inspector se volvió hacia Edward.
—Señor Ellison, necesito el nombre y la dirección de su amigo, por favor. También quisiera conocer, con la mayor precisión, la hora en que salió de allí.
De nuevo se produjeron unos momentos de tenso silencio que a Caroline le parecieron una eternidad, como cuando se duda en abrir una carta que contiene malas noticias.
—Lo siento, pero no recuerdo a qué hora me marché —repuso Edward—. En aquel momento no me pareció que fuese a ser de relevancia.
—Es posible que su amigo lo recuerde —comentó Pitt imperturbable.
—¡No! —atajó Edward—. Mi amigo está enfermo. Por eso fui a visitarle. Cuando me marché estaba a punto de quedarse dormido, por eso me fui en ese momento y no en otro. Me temo que ninguno de los dos podemos darle información más precisa. Lo siento.
—Pero usted volvió a casa y a lo largo de toda Cater Street. —Pitt no se desanimaba fácilmente.
—Ya se lo he contado. —Edward empezaba a recuperar la compostura.
—¿Se encontró con alguien en la calle?
—No que yo recuerde pero estaba pensando en llegar a casa, no en observar la calle.
—Naturalmente. Pero supongo que eso no le hubiese impedido ver a un hombre corriendo o a dos personas peleando, ni le hubiese imposibilitado oír un grito de socorro o de cualquier otra clase, ¿no?
—Por supuesto que me hubiese dado cuenta. Pero si había alguien más en la calle debió de ser gente muy discreta, un peatón tardío como yo o algo parecido. De hecho no recuerdo que hubiese nadie.
—¿Cuál es la dirección?
—¿Perdón?
—La dirección de la casa de su amigo.
—No me parece que sea relevante para la investigación. Mi amigo está enfermo y tiene problemas. Preferiría que no le visitase. No haría más que aumentar su ansiedad y empeorar su precaria salud.
—Entiendo. —Pitt permaneció inmóvil—. De todos modos, me gustaría tenerla. Es posible que recuerde la hora.
—¿Qué importancia tiene la hora?
—Nos permitiría precisar en qué momento no se cometió el crimen. Por descarte podemos llegar a la hora exacta del asesinato.
Caroline terció impulsivamente.
—Eso puede ser muy fácil de saber. Edward llegó poco después que nosotras, unos cinco minutos como mucho. Si camina desde aquí hasta Cater Street podrá calcular fácilmente la hora de salida. —Esperó con el alma en vilo ver si a Pitt le parecía bien su propuesta.
Pitt sonrió.
—Está bien. Gracias por su colaboración. —Miró a Charlotte y a continuación inclinó la cabeza con un gesto de resignación—. Espero que tengan un buen día. —Abrió la puerta él mismo y se marchó.
Se oyó la voz de Maddock en el vestíbulo y a continuación se cerró la puerta de la entrada.
—¡Pero bueno! —La abuela dejó de contener su indignación—. ¡Qué hombre tan vulgar!
—Es muy obstinado —dijo Caroline—, pero no es vulgar. Si no aclarase todas las ambigüedades nunca resolvería sus casos.
—Jamás he creído que seas una buena juez en lo que a vulgaridad se refiere, Caroline. —La abuela hablaba cada vez con más saña—. Pero me sorprende que pienses que Edward pueda saber algo acerca de este crimen. ¡Parece que dudes de él!
—¡Por supuesto que no! —mintió Caroline, con el rostro ardiendo y enrojecido—. Hablaba de la policía, no de mí. ¡No puede pretender que el señor Pitt vea las cosas como yo!
—No lo pretendo. ¡Pero tampoco esperaba, hasta ahora, que tú vieras las cosas como él!
—No es eso, abuela —interrumpió Charlotte—. Lo único que hizo mamá fue poner de manifiesto que…
—¡Cállate, Charlotte! —ordenó Edward—. Prohíbo que se siga hablando de esta cuestión. Se trata de un asunto sórdido que no tiene cabida en nuestras vidas más allá de la colaboración que ya hemos prestado. Charlotte, si no puedes controlarte, será mejor que subas a tu habitación.
Charlotte no contestó y la abuela comenzó a quejarse otra vez de la decadencia de la buena educación y el aumento del crimen y la inmoralidad.
Caroline se sentó a contemplar una foto de su boda sin dejar de pensar, cada vez más asustada, por qué razón Edward no quería decirle a Pitt dónde había estado.
Durante ese día no se volvió a mencionar el asunto.
A la mañana siguiente, Caroline estaba en la cocina, revisando las cuentas de la casa, cuando recibió una inesperada visita de la abuela.
—Caroline, quiero saber qué pretendías decir, aunque me temo que ya lo sé. Tengo derecho a saberlo.
Caroline adoptó una postura defensiva y mintió:
—No sé de qué me habla, abuela. —No había podido pensar en otra cosa, pero en ese momento fingió estar concentrada en la factura del pescadero.
—Entonces eres más insensible de lo que yo creía. Estoy hablando del policía y de su increíble desfachatez de ayer por la noche. En mis tiempos los policías sabían mantenerse en su lugar.
—El lugar de un policía es donde hay un crimen —repuso Caroline con tono de hastío. Sabía que la confrontación era inevitable pero quería retrasarla, al igual que se intenta retrasar un dolor.
—En esta casa, Caroline, no hay más crimen que tu deleznable comportamiento con respecto al buen nombre de tu marido.
—¡Eso es falso y malintencionado! —Caroline se giró en redondo y dio la espalda a la mesa; seguía teniendo la pluma en la mano pero la esgrimía como si fuese un cuchillo—. Y no se atrevería a decirlo si no estuviésemos solas y si no estuviera segura de que no voy a discutir con usted. ¡Pero esta vez se equivoca! Voy a discutir, y mucho, si se atreve a repetir mentiras como ésta. ¿Me ha oído?
—Tienes mala conciencia y por eso estás enfadada —comentó la abuela con perversa satisfacción—. Y por supuesto que lo pienso repetir, delante de Edward. Entonces veremos quién discute con quién y quién se salva.
—Le encantaría, ¿verdad? —Caroline retrocedió—. ¡Le encantaría entristecer a Edward y armar un gran revuelo! Bueno, por primera vez, no pienso ceder a su chantaje. Dígale a Edward todo lo que quiera. ¡Pero recuerde que no fue usted quien acudió en su ayuda cuando se negaba a decirle al policía dónde había estado! No hizo más que tratar groseramente a Pitt. ¿Qué pretendía ganar con eso? ¿Esperaba asustarlo? Si es así, es hora de que vaya bajando de las nubes. Sus palabras no hicieron más que acrecentar las sospechas del inspector.
—¿Sospechas de qué? —La abuela se balanceaba ligeramente adelante y atrás, de pura rabia—. ¿Qué crees que ha hecho Edward? ¿Piensas que salió tras esa chica y la estranguló? ¿Eso crees? ¿Sabe Edward que piensas eso de él?
—¡No, salvo que usted se lo haya dicho, lo que no me sorprendería! Para usted sería una gran satisfacción. ¿No le basta con la muerte de Lily?
—¿Que si me basta? ¿A mí? ¿Qué crees que gano yo con la muerte de una desdichada criada? Siempre he detestado la inmoralidad pero no soy yo quien debe juzgarla sino Dios.
—¡Es usted una vieja hipócrita! —exclamó Caroline furiosa—. ¡No existe nada más inmoral que el alegrarse de las desgracias ajenas!
—Tú misma te has buscado la desgracia, Caroline. Yo no podría hacer nada por ayudarte, aunque quisiera. —Hizo un gesto de desespero con la mano y salió de la habitación antes de que Caroline pudiese contestar; de todos modos, tampoco se le ocurría ninguna buena réplica.
Se sentó de nuevo y miró la cuenta del pescadero con lágrimas en los ojos. Odiaba las peleas pero ésta llevaba años incubándose. El rencor que ambas habían ido acumulando había estallado por la tensión provocada por la muerte de Lily. De no ser por eso, tal vez el volcán hubiese permanecido dormido para siempre. Ahora habían dicho cosas que no olvidarían fácilmente, sobre todo la abuela, si no tenía intención de hacer las paces.
Lo peor era que la abuela implicaría a toda la casa y pediría a la gente que tomase partido. Habrían miradas significativas, silencios tensos, comentarios críticos hasta que alguien tuviese suficiente curiosidad para preguntar qué pasaba. A Edward le sentaría fatal. Las quería a ambas y por encima de todo deseaba que en la casa hubiese buen ambiente. Al igual que muchos hombres, odiaba las peleas en familia. Haría lo que fuera por preservar la tranquilidad, fingiría no darse cuenta durante el mayor tiempo posible. Seguramente Dominic sería el catalizador, aún sin pretenderlo. No conocía suficientemente a la abuela para leer entre líneas e ignorar sus malas caras.
¡Sería horrible! Y lo peor era que la abuela tenía razón. Caroline sospechaba, con pavor, que Edward pudiera haber hecho algo malo. Le dolía la garganta de contener el llanto. Si bajaba la cabeza, las lágrimas empezarían a caer irremediablemente.
—¿Mamá?
Era Charlotte. Caroline ni siquiera la había oído entrar. Sorbió y dijo:
—¿Sí, quién es? Estoy muy ocupada revisando las cuentas.
Charlotte la rodeó con sus brazos y la besó.
—Lo sé todo, os he oído discutir.
Era muy de agradecer, sobre todo con lo sola que se sentía. Le costaba mucho controlarse, pero tenía años de práctica.
—¡Oh, lo siento! No me di cuenta de que elevábamos tanto la voz.
Charlotte le ajustó una horquilla y se apartó para que su madre se repusiera. Era curiosa la sensibilidad que Charlotte podía mostrar en ciertas ocasiones, mientras que en otras no tenía pelos en la lengua.
La joven se acercó a la ventana.
—No te preocupes por la abuela. Si le comentase algo a papá, él se enfadaría con ella y saldría perdiendo.
Caroline estaba demasiado sorprendida para disimular. Se volvió y miró a Charlotte, que seguía de espaldas.
—¿Por qué lo dices?
Charlotte no dejaba de mirar por la ventana.
—Porque papá no quiere hablar del tema. Tenemos que asumirlo. Se enfadará con quien vuelva a sacarlo a relucir.
—¿Qué demonios quieres decir? —A Caroline le temblaba la voz—. ¿Qué estás sugiriendo, Charlotte? ¿No pensarás que tu padre pudo…?
—No lo sé. Tal vez estaba jugando o borracho o en compañía de personas poco recomendables. El caso es que no quiere que nadie sepa dónde estuvo. No tiene sentido que nos engañemos. Pero no te preocupes, mamá, estoy segura de que no tiene nada que ver con la muerte de Lily, si eso es lo que te asusta.
—Charlotte… —No sabía qué decir. ¿Cómo podía su hija estar ahí, tan tranquila, diciendo esa clase de cosas?
—Creo que todo esto es en vano —prosiguió Charlotte, pero esta vez Caroline detectó un temblor en su voz que le indicó que a su hija le costaba un gran esfuerzo aparentar esa calma—, porque el señor Pitt acabará por averiguarlo tarde o temprano.
—¿Eso crees?
—Sí. Y papá saldrá malparado por no haberlo querido contar de buena gana.
—Entonces lo mejor sería convencerle.
Pero Caroline sabía que no tenía suficiente valor. Edward se enfadaría, adoptaría la actitud fría y distante que reservaba para los casos graves. Como aquella vez en que Caroline le había llevado la contraria sobre Gerald Hapwith. Ya habían pasado muchos años y todo parecía una tontería visto con perspectiva Pero la sensación de tristeza y aislamiento que aquel enfado le había provocado a Caroline era difícil de olvidar. Y, aún peor, en el fondo le asustaba averiguar lo que su marido pretendía ocultar. Tal vez Pitt no lo descubriese por sí mismo.
Pero lo hizo. El señor Pitt volvió dos días después, por la noche y totalmente por sorpresa —probablemente para asegurarse de encontrar a Edward— ya que no pasó a avisar durante la mañana. Los encontró a todos en casa.
—Esto resulta bastante molesto, señor Pitt —dijo Edward con cara de pocos amigos—. ¿Qué quiere ahora?
—Hemos calculado que debió de caminar por Cater Street desde las once menos cinco hasta pocos minutos después de la hora en punto.
—¿Y ha venido para decirme eso? —repuso Edward con sequedad—. Resulta una obviedad, puesto que llegué a casa a las once y cuarto.
Pitt siguió impertérrito.
—Obviedad para usted, señor, que sabía de dónde venía. Nosotros sólo podíamos fiarnos de su palabra, lo que no constituye prueba alguna. Si los crímenes se resolviesen simplemente con preguntarles a los asesinos, nuestro trabajo no tendría razón de ser.
Edward frunció el entrecejo.
—¿Qué pretende decir, señor Pitt?
—Que hemos concluido que salió de casa de la señora Attwood a las once menos cuarto. Se tarda una media hora en llegar hasta su casa, caminando a un paso normal. Por lo tanto, cruzó Cater Street entre las once menos cinco y las once y cinco.
Edward palideció.
—¡No tiene derecho a…!
—Podría haber sido más sencillo y habernos ahorrado mucho tiempo, señor, si nos hubiese facilitado la dirección de la señora Attwood. Ahora, confío en que tenga la amabilidad de decirme dónde se encontraba la noche en que mataron a Chloe Abernathy.
—Si sabe dónde estaba la noche en que mataron a Lily, sabrá que no tuve nada que ver con su asesinato —replicó Edward. Por primera vez parecía realmente asustado—. ¿Qué cree que puedo decirle sobre Chloe Abernathy?
—Sólo quiero que me diga dónde estaba aquella noche. —Pitt sonrió—. Y con quién.
—Estaba con Alan Cuthberston, discutiendo sobre negocios en su casa.
Pitt sonrió aún más.
—Bien, eso dice él pero al tratarse de un amigo bastante especial de la señorita Abernathy, hemos preferido contrastar su versión. Gracias, señor Ellison. Le ha hecho un favor al señor Cuthberston y a la policía. Encantado, señora. —Inclinó la cabeza a modo de pequeña reverencia—. Buenas noches.
—¿Quién es la señora Attwood, papá? —preguntó Sarah de inmediato—. No recuerdo que nos hayas hablado de ella.
—Dudo que lo haya hecho —contestó Edward mirando hacia otro lado—. Es una mujer bastante pesada que era familiar de un señor que me hizo un gran favor hace tiempo y que ha muerto. Ella ha enfermado y yo la visito de vez en cuando y la asisto en lo que puedo. No se encuentra postrada en cama, pero casi. No suele salir de casa. Podéis visitarla, si queréis, pero os advierto que es muy pesada y que se le va algo la cabeza. Suele confundir los recuerdos con sus propias fantasías, pero a veces está lúcida. Sin duda todo eso se agrava porque pasa mucho tiempo sola o leyendo malas novelas románticas.
Todos se sintieron aliviados pero aquella noche, ya en la cama, Caroline despertó y empezó a darle vueltas al asunto. ¿Por qué se empeñaba Edward en ocultar sus visitas a la señora Attwood? ¿Era sólo por proteger a una mujer enferma o tendría que ver con el hecho de que fuera una mujer de baja categoría, el tipo de personas con las que no deseaba que lo asociaran?
Pero enseguida afloró la mayor de sus preocupaciones, una difícil de obviar. Por un tiempo había temido que Edward hubiese tenido relación con la muerte de Lily. Él estaba acostado a su lado, durmiendo. Llevaban casados más de treinta años. ¿Cómo había podido pensar siquiera que fuese capaz de matar a una jovencita en la calle? ¿Qué clase de mujer era ella si había aceptado esa inimaginable posibilidad siquiera por unos segundos? Siempre había pensado que lo quería, no apasionadamente, por supuesto, pero sí de forma adecuada. Lo conocía bien o eso creía hasta aquella semana. En ese momento se dio cuenta de que había cosas de él que desconocía por completo.
Había compartido la misma casa y la misma cama con él durante treinta años; le había dado tres hijas y un hijo que había muerto a los pocos días de nacer. Sin embargo, se había planteado la posibilidad de que su marido hubiese estrangulado a Lily.
¿La relación que mantenían merecía la pena? Si Edward supiese lo que ella había estado cavilando, ¿qué pensaría, cómo se sentiría? Caroline se sintió confundida, avergonzada y asustada.