El malvado policía volvió al día siguiente. Primero interrogó a Maddock, después a Caroline y finalmente pidió ver a Charlotte.
—¿Para qué quiere verme? —Charlotte estaba cansada y aquella mañana se sentía superada por el miedo y por tener que vivir la inexorable realidad de la muerte. Había empezado a reaccionar. Se había ido a dormir pensando en la tragedia y, al despertar, había descubierto con horror que aún seguía ahí.
—No lo sé, querida —contestó Caroline desde el quicio de la puerta. Mantuvo la puerta abierta para que saliese su hija—. Pero quiere verte a ti en concreto; supongo que piensa que puedes ayudar en algo.
Charlotte se levantó y echó a andar lentamente. Caroline la tomó del brazo con ternura y la acompañó a la sala.
—Ten cuidado con lo que dices, querida. Estamos viviendo una terrible tragedia, no permitas que eso te haga perder los papeles ni que tu aprecio por Maddock te impulse a decir algo de lo que luego puedas arrepentirte o que conduzca a conclusiones imprevisibles. No olvides que es un policía. Recordará todo lo que digas y tratará de encontrar un significado oculto en cada cosa.
—Charlotte jamás ha pensado antes de hablar —replicó Sarah molesta—. Perderá los nervios y me parece comprensible. Ese Pitt es una persona sumamente desagradable. Pero lo menos que puede hacer Charlotte es comportarse como una dama y contar lo menos posible.
Emily estaba sentada frente al piano.
—Creo que le gusta Charlotte —dijo tocando discretamente la nota más aguda con uno de sus dedos.
—Emily, éste no es momento para frivolidades —la amonestó Caroline.
—¿No puedes dejar de pensar en temas relacionados con la vida amorosa de las personas? —Sarah la miró fijamente.
Emily sonrió con cierta arrogancia.
—¿Crees que los policías son románticos, Sarah? El inspector Pitt no tiene ningún atractivo porque es una persona corriente, de lo contrario no sería policía, pero tiene una de las voces más hermosas que he oído, de esas voces que te envuelven cálidamente. Además vocaliza maravillosamente bien y su lenguaje es excelente. Supongo que trata de mostrarnos lo mejor de sí mismo.
—Emily, Lily ha muerto y esto es muy serio. —Caroline apretó los clientes.
—Lo sé, mamá. Pero Pitt debe de estar acostumbrado a esa clase de cosas y no creo que eso le impida sentir algo por Charlotte. —Se volvió hacia su hermana y la miró—. Charlotte es muy bonita. Estoy segura de que a él no le importa que sea una malhablada. Está acostumbrado a tratar con personas vulgares.
Charlotte sintió arder el rostro. La sola idea de que el inspector Pitt se interesase por ella le resultaba insoportable.
—¡Vigila lo que dices, Emily! —amenazó—. El inspector Pitt tiene tantas posibilidades de gustarme como… como tú de casarte con George Ashworth. Y es mejor que así sea porque Ashworth es un jugador y un libertino. —Apartó a un lado a su madre y se dirigió al vestíbulo.
Pitt la estaba aguardando en la sala de espera de la parte de atrás.
—Buenos días, señorita Ellison. —Sonrió ampliamente; en cualquier otra persona, aquello hubiese resultado muy atractivo.
—Buenos días, señor Pitt —respondió ella con frialdad—. No entiendo por qué ha solicitado verme de nuevo, pero ya que lo ha hecho, ¿en qué puedo ayudarle?
Lo miró fijamente intentando que se sintiese incómodo pero en lugar de eso, por un terrible instante, le pareció detectar en sus ojos el interés del que Emily había hablado. Aquello era francamente intolerable.
—¡No se quede ahí mirándome como si fuera tonto! —exclamó—. ¿Qué quiere? —Él dejó de sonreír.
—Parece muy molesta, señorita Ellison. ¿Ha ocurrido algo que la ha incomodado? Algún acontecimiento, una simple sospecha ¿algo que ha logrado recordar? —Fijó sus claros e inteligentes ojos en ella y esperó una respuesta.
—Tengo entendido que sospecha de nuestro mayordomo —replicó con aire distante—. Eso resulta especialmente molesto para mí; en primer lugar porque está tachando de asesino a alguien que vive en mi casa, y en segundo lugar porque estoy segura de que él no pudo hacerlo y que el verdadero culpable sigue libre y en las calles. Me parece que semejante situación basta para justificar mi estado de ánimo.
—Anticipa las conclusiones con gran agilidad mental, señorita Ellison. —Sonrió de nuevo—. Usted está segura de que Maddock no es culpable y estoy dispuesto a concederle eso, pero ni usted ni yo tenemos derecho a eliminar a ningún sospechoso de la lista hasta que quede probada su inocencia o su culpabilidad. Y para acabar, se equivoca si piensa que porque estoy investigando a Maddock he dejado de barajar otras hipótesis.
—No quiero que me dé una clase sobre métodos policiales, señor Pitt. —Había entendido el mensaje y sabía que él tenía razón, pero eso no disminuía su mal humor.
—Pensé que eso la tranquilizaría.
—¿Qué quiere, señor Pitt?
—¿A qué hora vio por última vez a Maddock antes de que saliera a buscar a Lily?
—No tengo ni idea.
—¿Qué hizo usted aquella noche?
—Estuve leyendo. ¿Qué demonios tiene eso que ver?
—¡Oh! —Arqueó las cejas con interés y luego sonrió—. ¿Qué leía?
Charlotte se sonrojó y se sintió muy incómoda. Su padre no hubiese aprobado su lectura puesto que se trataba de temas inapropiados para una dama.
—Eso no es asunto suyo, señor Pitt.
Su respuesta pareció divertir al policía. De pronto, Charlotte pensó que él podía creer que se trataba de una novela romántica o incluso de cartas de amor.
—Estaba leyendo un libro sobre la guerra de Crimea —contestó con acritud.
Los ojos de Pitt se abrieron de par en par.
—Es una lectura poco habitual en una dama.
—Es posible. Pero ¿qué tiene eso que ver con Lily?
—Estoy seguro de que aprovechó esa ocasión porque su padre no es partidario de que se interese por un tema tan cruento y poco femenino.
—Tampoco eso es asunto suyo.
—De modo que estaba sola, leyendo. ¿No llamó a Maddock o a Dora para pedirles algún refrigerio, solicitar que avivaran la chimenea o que cerraran las puertas?
—No quería ningún refrigerio y soy perfectamente capaz de ocuparme de la chimenea y las puertas por mí misma.
—Por lo tanto, ¿no vio a Maddock en ningún momento?
Por fin se dio cuenta de qué intentaba comprobar Pitt. Se reprendió a sí misma por no haberlo comprendido antes.
—No, no lo vi.
—De modo que, por lo que usted sabe, pudo haber salido en cualquier momento.
—La señora Dunphy dijo que había hablado con ella. Maddock salió cuando vio que Lily no llegaba, y decidió ir a buscarla porque… porque estaba preocupado.
—Eso dice. Pero la señora Dunphy estaba sola en la cocina. Pudo haber salido antes.
—No, no pudo. De haberlo llamado me hubiese percatado de su ausencia.
—Pero usted estaba leyendo un libro que su padre no aprobaba. —La miraba cada vez con mayor interés. Sus ojos eran francos, como si no existiese ningún muro entre ellos.
—¡Él no lo sabía! —Pero al decirlo se dio cuenta de que probablemente Maddock sí lo sabía. Había cogido el libro del estudio de su padre. Maddock conocía bien cada uno de los libros y era capaz de deducir cuál faltaba; además, la conocía perfectamente. Se volvió hacia Pitt desafiante.
El inspector simplemente sonreía.
—Bien —prosiguió con un gesto que indicaba que el libro no importaba. Realmente era un hombre demasiado desaliñado, totalmente distinto de Dominic. Parecía un ave zancuda aleteando sin parar—. No puedo imaginar qué motivos podía tener para albergar un sentimiento de odio hacia la señorita Abernathy. —Bajó la voz—. ¿La señorita Abernathy era amiga suya?
—No; casi no la conocía.
—Comprendo —dijo con aire pensativo—. Por lo que me han dicho, no creo que fuese su tipo de compañía preferido. Era una chica un poco casquivana, muy dada a reírse y con metas un tanto frívolas, pobrecilla.
Charlotte lo miró. Parecía hablar muy en serio. ¿Acaso a pesar de su trabajo seguía sin habituarse a la muerte? ¿Era capaz de estremecerse frente a ella?
—No era una chica inmoral —matizó ella—, simplemente era muy joven y un poco alocada.
—Ya. —Hizo una especie de mueca—. Y no parece probable que tuviese relaciones con el mayordomo de un vecino. Supongo que aspiraba a algo más. No podía pretender mantener su estatus social y tener una aventura con un sirviente, por alto que fuese su cargo.
—¿Detecto cierto sarcasmo, señor Pitt?
—Al contrario, lo digo de corazón, señorita Ellison. No siempre sigo las reglas que impone la sociedad, pero sé bien cómo funcionan.
—¡Menuda sorpresa! —repuso ella con cinismo.
—¿No le gusta el sarcasmo, señorita Ellison?
Ella se sonrojó de nuevo. Era una buena forma de callarla.
—Me parece usted una persona grosera, señor Pitt. Si tiene alguna pregunta en relación con la investigación, hágala. De lo contrario, permita que llame a Maddock para que le acompañe hasta la puerta.
Para su sorpresa, también él se sonrojó y, por una vez, dejó de mirarla.
—Le ruego me disculpe, señorita Ellison. No pretendía ofenderla.
Charlotte se sintió confusa. Pitt parecía triste, como si realmente se hubiese sentido herido. Era culpa de ella y lo sabía; había sido demasiado directa, pero él no había perdido los papeles. Charlotte había abusado de la ventaja que le daba su posición social para decir la última palabra. No se sentía orgullosa de su estrategia; de hecho era un abuso de autoridad. Tenía que enmendar su error.
—Lo siento, señor Pitt. Le he hablado con dureza. No me ha ofendido usted, pero me siento molesta con… con las circunstancias. Le ruego disculpe mi falta de educación.
—Admiro su carácter, señorita Ellison —dijo el inspector.
Emily tenía razón: su voz era preciosa. Volvió a sentirse incómoda porque él la estaba mirando.
—Y no tema por Maddock. No he encontrado ninguna prueba que me permita arrestarlo y, sinceramente, no creo que tenga nada que ver con este crimen.
Sus ojos buscaron los de él para comprobar que no estaba mintiendo.
—¡Ojalá tuviese una pista sobre el verdadero culpable! —suspiró con ceño—. Es una clase de asesino que no se conforma con dos o tres víctimas. Por favor, extreme la precaución y no salga sola a la calle.
Charlotte sintió una mezcla de horror y vergüenza. Horror al pensar que había un loco suelto, recorriendo las calles, allí fuera, tras sus propias ventanas, y vergüenza por el intenso sentimiento que advertía en los ojos de Pitt. Era imposible que… ¡por supuesto que lo era! Era una de las estupideces de Emily. Pitt era un policía, una persona corriente. Seguramente estaba casado y tenía hijos. Era un hombre corpulento y alto. Ojalá no la mirase de aquella manera, como si fuese capaz de leer sus pensamientos.
—No —dijo tras un breve suspiro—. Le aseguro que no pienso salir sola. Ninguna de nosotras lo hará. Bueno, si no desea preguntar nada más, será mejor que continúe con su trabajo en otra parte. Buenos días, señor Pitt.
Él sostuvo la puerta mientras Charlotte salía.
—Buenos días, señorita Ellison.
Al final de la tarde, se encontraba sola en el jardín, recogiendo las rosas que se habían deshojado durante el día, cuando Dominic llegó y se le acercó.
—¡Qué pulcra eres! —Examinó los rosales que ya había limpiado—. Es curioso, nunca imaginé que fueras tan ordenada. Preocuparse por limpiarlo todo es más propio de Sarah. No creí que tú te preocuparías por esto.
Ella ni siquiera lo miró; no quería sentir la turbadora sensación que le provocaba encontrarse de cerca con sus ojos. Dijo lo que sentía, como de costumbre.
—No lo hago por pulcra. Si se quitan las flores muertas, la planta ya no invierte más energía en ellas, no crea semillas, etcétera. Eso ayuda a que broten nuevas flores.
—¡Muy práctico! Eso me recuerda a Emily —quitó un par de flores y las arrojó en el cesto—. ¿Qué quería Pitt? Creí que ya no le quedaban más preguntas por hacer.
—No estoy segura. Fue bastante impertinente —dijo y al punto se arrepintió de aquellas palabras. Tal vez Pitt no se había comportado muy amablemente, pero ella tampoco—. Debe de ser su táctica, presionar a la gente para arrancarles confesiones.
—Insiste demasiado contigo, ¿no te parece? —dijo Dominic con una risilla.
Ella lo miró y su cabeza empezó a girar. La costumbre y la familiaridad se disiparon y fue como si acabase de conocerle y de nuevo se sintiese fascinada. Reía y parecía tan masculino y romántico a la vez. ¿Por qué no era ella Sarah?
Miró las rosas por miedo a que él leyera en sus ojos. Sabía que no le resultaría difícil. Por una vez, no sabía qué decir.
—¿Sigue con lo de Maddock? —preguntó él.
—Sí.
Dominic arrancó otra rosa y la dejó en el cesto.
—¿Realmente cree que el pobre hombre estaba tan loco por Lily que cuando ella prefirió a Brody, la siguió y la mató en plena calle?
—¡No, por supuesto que no! No es tan estúpido —repuso ella.
—¿Te parece estúpido, Charlotte? La pasión puede tener una fuerza incontrolable. Si ella se rio en su cara, se burló de él…
—¿Maddock? ¡Dominic! —exclamó impulsivamente—. No sospecharás de él, ¿verdad? —Sus ojos oscuros estaban perplejos.
—Me parece poco probable —respondió él—, pero también me lo parece que alguien pensara en estrangular a una mujer con un alambre y sin embargo alguien lo hizo. Sólo conocemos una faceta de Maddock. Siempre le vemos como alguien correcto y atento: «sí, señor», «no, señor». No tenemos la menor idea de qué piensa o qué siente en su interior.
—¿Crees que lo hizo?
—¡No lo sé! Pero es algo que tenemos que tomar en cuenta.
—Tal vez Pitt tenga que hacerlo, pero nosotros no. ¡Nosotros le conocemos bien!
—No le conocemos, Charlotte. Pitt debe saber lo que hace o no lo habrían ascendido a inspector.
—No es infalible. De todos modos, dijo que no pensaba que Maddock tuviese que ver con el crimen; simplemente quiere comprobar todas las hipótesis.
—¿Dijo eso?
—Sí.
—Entonces, si no cree que Maddock es culpable, ¿por qué sigue viniendo a interrogarnos?
—Supongo que porque Lily trabajaba para nosotros.
—¿Qué pasa con las otras, Chloe y la sirvienta de los Hilton?
—Bueno, imagino que también irá allí. No se lo he preguntado.
Él se quedó mirando al suelo, con el entrecejo fruncido.
Charlotte hubiese querido decir algo más convincente, algo que hubiese recordado en el último momento. Pero lo único que llegaba a su mente era un cúmulo de sentimientos tormentosos. Arrancó la última rosa y cogió el cesto.
—Bueno, supongo que si no arrestan a nadie, declararán el caso cerrado —dijo él secamente—. No es una perspectiva demasiado tranquilizadora pero tal vez sea mejor que nada. —Y echó a andar hacia la casa.
Charlotte lo siguió en silencio. Su padre, Sarah y Emily estaban en la sala y al entrar Dominic, también se incorporó Caroline, que estaba en el cuarto de al lado. Vio el cesto con las rosas.
—¡Oh!, gracias, Dominic. —Lo tomó y se lo llevó fuera.
Edward levantó la vista del periódico.
—¿Qué te preguntó ese policía por la mañana, Charlotte? —inquirió.
—Poca cosa —contestó ella. De hecho, lo único que recordaba era lo maleducada que había estado y el alivio que le había producido saber que él no sospechaba realmente de Maddock.
—Estuviste mucho tiempo con él —comentó Emily—. Si no te estaba interrogando, ¿qué demonios hacíais?
—Emily, ¡no seas absurda! —la amonestó Edward—. Tus comentarios son de muy mal gusto. Charlotte, por favor, danos más detalles. Estamos preocupados.
—Papá, sólo se limitó a darle vueltas a lo de siempre: Maddock, la hora en que salió a la calle, qué dijo la señora Dunphy… Pero reconoció que no cree que Maddock fuese culpable, aunque pretendía investigar todas las posibilidades.
—Oh.
Charlotte esperaba una reacción de alegría o al menos de alivio; por lo que la sorprendió el silencio que se produjo.
—¿Papá?
—¿Sí, querida?
—¿No te alegras? La policía no sospecha de Maddock, el inspector Pitt me lo ha confirmado.
—Entonces, ¿de quién sospechan? —preguntó Sarah—. ¿O acaso no te lo dijo?
—¡Por supuesto que no se lo dijo! —exclamó Edward molesto—. Me sorprende que le haya contado tantas cosas. ¿Estás segura de haberlo entendido bien? ¿No será que oíste lo que querías oír?
Parecía que no deseaban creerla.
—No, no me equivoqué. Lo dijo de forma muy clara.
—¿Qué dijo exactamente? —preguntó Caroline con serenidad.
—No recuerdo sus palabras exactas pero sé que no le entendí mal, estoy absolutamente segura.
—¡Menudo alivio! —afirmó Sarah dejando a un lado su labor. Cosía muy bien; Charlotte había envidiado su habilidad desde que tenía uso de razón—. Ahora es posible que la policía deje de importunarnos.
Emily sonrió y dijo:
—Volverán.
—¿Para qué, si ya no sospechan de Maddock?
—Para ver a Charlotte, por supuesto. El inspector Pitt es un gran admirador de Charlotte.
Edward lanzó un fuerte suspiro.
—Emily, éste no es buen momento para tus frivolidades. Y mucho menos para fantasear que un policía pueda tener algo que ver con nosotros. No dudo que muchos hombres de extracción baja se sientan atraídos por mujeres de una categoría superior a la suya, pero tienen la suficiente inteligencia para no permitir que se note.
—Pero la policía no tiene por qué volver; no existe una razón de peso —insistió Sarah.
—Tienen la razón de mayor peso. —Emily no era fácil de doblegar—. El crimen va y viene pero el amor permanece.
—Algunos amores permanecen —añadió Dominic con una risilla.
—Bueno, evidentemente el asesino pertenece a otra clase social —dijo Sarah, sin hacer caso a ninguno de los dos—. No sé cómo han podido dudarlo. A mí me parece obvio.
—No —replicó Charlotte—. ¡No lo es! —Edward la miró sorprendido.
—¿Qué no lo es, querida?
—No es obvio que se trate de un asesino de otra clase social. Ellos sólo matan si no pueden evitarlo, para escapar de la policía o por venganza. Sólo agreden a personas que no conocen para robarlas. A Lily no la robaron, ¿me equivoco?
—¿Cómo sabes tantas cosas?
Charlotte era consciente de que todos la observaban.
—El inspector Pitt me lo explicó. Y me parece razonable.
—No entiendo por qué los asesinos tienen que ser razonables —comentó Sarah con impaciencia—. Habrá sido algún loco, algún depravado que no sabía lo que hacía. —Se estremeció.
—¡Pobre diablo! —Dominic lo dijo con sentimiento y Charlotte se sorprendió. ¿Por qué sentía compasión por alguien que había asesinado cruelmente a tres personas?
—Mejor guarda tu piedad para Lily, Chloe y la sirvienta de los Hilton —apuntó Edward un tanto molesto.
Dominic miró a todos.
—¿Por qué? Están muertas. En cambio, ese pobre hombre sigue vivo, o por lo menos no hay motivo para pensar lo contrario.
—¡Basta ya! —replicó Edward con ceño—. ¡Vas a asustar a las niñas!
Dominic volvió a mirar a todos.
—Lo siento. Aunque creo que en casos así, el miedo puede salvar vidas —se volvió hacia Charlotte—. De modo que Pitt no cree que pueda tratarse de un loco de los bajos fondos. ¿Qué cree?
Sólo había una conclusión posible. Charlotte trató de aparentar calma, a pesar de que la voz le temblaba ligeramente cuando dijo:
—Debe de pensar que se trata de alguien que vive aquí, en algún lugar cerca de Cater Street.
—¡Eso es absurdo! —Edward estaba escandalizado—. He vivido aquí toda mi vida. Conozco a todos los que viven en un radio de… de kilómetros. En este vecindario no hay ningún loco asesino. ¡Cielo santo! ¿Acaso no se da cuenta de que si lo hubiera lo conoceríamos? Una criatura semejante difícilmente podría pasar inadvertida. No es posible que parezca una persona normal.
—¿No? —Charlotte miró a su padre y luego a Dominic.
¿Cuánto de verdad podía leerse en el rostro de una persona? ¿Acaso alguno de los presentes podía sospechar la fuerza de los sentimientos que ella misma albergaba? ¡Dios quisiera que no! Además, si una persona semejante tuviese que saltar a la vista, ¿por qué no la habían encontrado todavía? Alguien tenía que convivir con él: su familia, su mujer, sus amigos. ¿Qué pensarían si lo supiesen? ¿Es posible reconocer a alguien así y conservar el secreto? Lo más probable era que sus conocidos se negasen a aceptarlo y cerrasen los ojos a la evidencia.
¿Qué haría ella si amase a alguien así? Si se tratase de Dominic, ¿acaso no intentaría encubrirle?, ¿acaso no moriría por él, si fuese necesario? ¡Qué idea tan monstruosa! ¿Acaso alguien parecido a Dominic podría dejarse arrastrar por una violencia tan obscena que le llevase a vagar por las calles oscuras con la intención de asesinar y sembrar el pánico?
¿Qué clase de hombre podría ser? Charlotte sólo podía imaginarlo oscuro, envuelto en una especie de niebla. ¿Lily habría visto su rostro? ¿Lo habría visto cada una de sus víctimas? Si ella pudiera verlo, ¿sería un rostro conocido? ¿Una pesadilla desconocida o familiar?
Los demás seguían hablando. Ella no había oído nada. ¿Por qué habían aceptado tan fácilmente que pudiese haber sido Maddock? Parecía como si tuviesen ganas de encontrar una rápida solución al enigma, fuese la que fuese. Era una idea terrible, pero ella podía entenderla. Eso acabaría con las sospechas. Enfrentarse a un hecho era mejor que enfrentarse a un interrogante, sabiendo que el asesino seguía allí fuera, al acecho. Cualquier solución era mejor que la duda, mejor que tener a la policía interrogando a todo el mundo. Podía entenderlo, pero al mismo tiempo se sentía avergonzada de ellos y de sí misma, por callar y exponer a un inocente. De alguna manera estaba ayudando a que todos se defraudaran a sí mismos.
La conversación seguía su curso pero ella no tenía humor para participar.
Emily no pensaba de igual manera. Al día siguiente, el problema se había reducido tanto que ya sólo lo consideraba una simple molestia que se resolvería tarde o temprano. Por supuesto que lo sentía mucho por Lily, pero ya no podía hacer nada por ella y la tristeza no le haría ningún bien. Emily nunca había entendido los duelos. Siempre le había sorprendido que fuesen las personas más piadosas quienes más se lamentaban por una muerte cuando, en estricta lógica, debían ser las que más se alegrasen. A fin de cuentas, creían en el cielo y el infierno. Probablemente el duelo era uno de los peores insultos para un muerto. Era como presuponer que no le iba a ir muy bien ante el Todopoderoso.
Lily había sido una chica vulgar, pero nada hacía suponer que se hubiese ganado la condena eterna, de modo que era de esperar que estuviera en un lugar más confortable. Sus pecados no podían haber sido demasiado graves y probablemente se considerarían purgados por la forma en que murió.
De modo que lo mejor era olvidar todo aquello, salvo el pequeño detalle de dar con el asesino. Eso era asunto de la policía. Lo que su familia y ella tenían que hacer era ir con cuidado para no tropezar con ese loco estrangulador.
Había cuestiones más importantes que resolver. Por ejemplo, averiguar qué iba a vestir la gente en la fiesta del señor Major y la señora Winter, a la que pensaba asistir con George Ashworth. Si llevase el mismo vestido que otra persona sería un fallo imperdonable. Prefería imponer modas en lugar de seguirlas, pero debía tener cuidado de no parecer demasiado excéntrica. Sonsacaría a las hermanas Madison y a la señorita Decker, por supuesto sin que se dieran cuenta.
Pasaron varios días sin que la policía volviese a interrogarlos. Al parecer estaban ocupados visitando otros lugares, probablemente relacionados con las otras muertes. Suponían que habrían ido a hablar con los Abernathy y los Hilton. El tema no volvió a tocarse abiertamente a pesar de que todos, en un momento u otro, decían algo en relación al caso. Se trataba, casi siempre, de muestras de alivio por el hecho de que la policía se hubiese trasladado, con sus sospechas y su amenaza de escándalo, a otro lugar. Otro de los sentimientos que afloraba a menudo era el de inquietud con respecto al futuro. Se preguntaba dónde podía estar el asesino y si era cierto que vivía en el vecindario. ¿Se trataría de un sirviente o algún comerciante?
Emily consiguió toda la información que buscaba y se compró un bonito vestido lila claro, con un fino ribete plateado. Tenía muy buen aspecto: su piel lucía bastante más que la de la vieja señorita Madison, y sus ojos eran más brillantes. Su tez tenía un tono perfecto, ni muy claro ni muy oscuro, y consiguió hacerse un elegante peinado.
Ashworth fue a buscarla en su carruaje y antes de marchar bajó a presentar sus respetos a la familia. Sus padres lo saludaron educadamente, pero Charlotte, como de costumbre, no ocultó sus sentimientos.
—Creo que no le caigo bien a tu hermana Charlotte —comentó Ashworth en cuanto se quedaron solos—. Es una joven muy hermosa.
Emily sabía que no tenía que preocuparse de Charlotte, pero decidió no darle demasiadas confianzas a Ashworth. Era probable que le fascinase más la caza que la presa.
—Sí lo es —admitió—. Y no eres el único que se ha dado cuenta.
—Me extrañaría que no fuera así. —La miró con una sonrisa en los labios—. ¿Te refieres a alguien en concreto? ¡Cuéntame, me encantan los cotilleos!
—Nuestro querido inspector de policía parece muy interesado en hablar con ella ¡aunque a Charlotte le fastidia bastante! —Rio abiertamente.
—Y conociéndote, no habrás dejado pasar la oportunidad de comentarlo en público. ¡Pobre Charlotte! Tener un admirador policía no resulta precisamente halagador.
Una vez en la fiesta, todo salió como Emily había planeado. Durante las dos primeras horas, todo fue de maravilla, pero al cabo de un rato se dio cuenta de que Ashworth prestaba demasiada atención a sus compañeros de bebida y de juego y también a una tal Hetty Gosfield, una jovencita de encantos discretos pero de familia muy influyente y, aún peor, ¡con dinero! Emily sabía que Ashworth se sentía fácilmente atraído por las mujeres bonitas y también sabía que tendría que ganárselo a pulso. Esa tal Gosfield empezaba a ser una seria competidora.
Emily observó como Ashworth le sonreía desde el otro extremo de la sala y Hetty reía alegremente a modo de respuesta. Un cuarto de hora después, seguían en lo mismo.
Emily suspiró. Lo último que le convenía hacer era organizar una escena. Ashworth odiaba cualquier comportamiento vulgar, con la única excepción del suyo propio. Tenía que encontrar una forma más sutil de reaccionar y hacer quedar mal a esa Gosfield. Tardó un rato en concebir su plan porque su atención estaba repartida en tres frentes: mantener una conversación con el señor Decker sin decir ninguna tontería, controlar su malhumor y organizar su estrategia.
Por fin, se puso en marcha con decisión. Conocía a uno de los amigos de Ashworth, el honorable William Foxworthy, un cabeza de chorlito que tenía más dinero que buen gusto y mucha necesidad de ostentación. No le resultó difícil llamar su atención. Estaba sentado a una de las mesas de juego, apostando a las cartas. Emily vio cómo la miraba y esperó a que ganara una partida.
—¡Magnífico, señor Foxworthy! —Aplaudió—. Es usted muy bueno. Nunca he conocido a nadie más inteligente salvo lord Ashworth, claro está.
Él levantó la vista con ceño.
—¡Ashworth! ¿Cree que es más listo que yo?
Ella sonrió con dulzura.
—Sólo jugando a las cartas. No dudo que le superáis en todo lo demás.
—No lo sé en otras cosas, pero le aseguro que soy mucho mejor que él jugando a las cartas.
Emily lo miró amablemente pero dando a entender que no creía en sus palabras.
—¡Se lo demostraré! —Se levantó con la baraja en las manos.
—Oh, se lo ruego, no se moleste —dijo ella. Su plan funcionaba perfectamente—. Estoy segura de que es usted muy bueno.
—No sé si soy muy bueno, señorita Ellison. —Estaba muy tenso, con el orgullo herido—. Eso no establece ningún tipo de comparación. Yo lo que soy es mejor que Ashworth y se lo demostraré.
—Oh, por favor. No pretendía entorpecer su partida —protestó Emily con un deje de escepticismo en la voz.
—¿No me cree?
—¿Quiere que le sea sincera?
—Entonces, ¡no me queda más opción que vencer a Ashworth! Eso la convencerá. —Se dirigió hasta donde se encontraba Ashworth conversando con Hetty Gosfield.
—¡George! —gritó.
—¡Oh, por favor! —se lamentó Emily, y no lo siguió más que unos pasos. No debía parecer que ella había organizado todo aquello, o no lograría su objetivo.
Todo salió a pedir de boca. Foxworthy interrumpió el estrecho tête à tête solicitando probar su superioridad, y Ashworth no pudo resistirse. Hetty Gosfield se quedó boquiabierta y finalmente, con expresión ofendida, se marchó con otro joven.
Al cabo, Emily volvió a encontrarse en compañía de Ashworth.
—Le he ganado —anunció él con satisfacción.
—Por supuesto. —Emily sonreía. Ashworth no había comprendido que todo el asunto tenía poco que ver con su pericia con las cartas—. Sabía que lo harías.
—No soporto la vulgaridad —peroró él con tono solemne—. Es intolerable que un hombre se dedique a alardear de sus habilidades.
Emily asintió de nuevo pero se dijo, para sus adentros, que era más intolerable aún que lo hiciese una mujer; eso dictaban las reglas de la sociedad y las conocía suficientemente bien para seguirlas a pies juntillas. Sabía perfectamente que nadie podía romperlas y ganar la partida.
Emily no hizo balance de la noche hasta que estuvo de vuelta en casa, tumbada en la cama, mirando en el techo las sombras proyectadas por las farolas de la calle. Seguía queriendo casarse con George Ashworth, pero ahora sabía que tenía una serie de defectos; ella tenía que decidir cuáles merecía la pena cambiar y con cuáles era mejor aprender a vivir, es decir, a cuáles debería adaptarse. Tal vez esperar que un hombre rico y de buena posición fuera fiel era demasiado pedir, pero sin duda podía exigirle que fuese discreto con sus aventuras. No había de dar motivos para que ella se sintiese incómoda en público. Cuando llegase el momento, expondría este punto con claridad.
Por otro lado, podía gastar su dinero como buenamente quisiera, siempre y cuando no arriesgase lo que ella consideraba el mínimo imprescindible, es decir, el mantenimiento de la casa, el sueldo del servicio, el carruaje y unos buenos caballos y suficiente presupuesto para vestidos, como conviene a una dama.
Se quedó dormida pensando en los pormenores del pacto.
El martes siguiente, fue con Sarah a casa del vicario y la señora Prebble para tomar el té y hablar sobre la tómbola que pensaba organizar la iglesia.
—¿Qué pasará si no hace buen tiempo? —preguntó Sarah.
—Habrá que confiar en el Señor —contestó el vicario—. Septiembre suele ser uno de los meses más agradables del año. Aunque llueva no hará frío. Creo que nuestros fieles feligreses soportarían con estoicismo un aguacero.
Emily tenía serias dudas al respecto y se alegraba de que Charlotte no estuviese presente para expresar su opinión.
—¿No es posible hacerlo bajo cubierto, en caso de mal tiempo? —preguntó—. No es justo pensar que el Señor nos favorecerá más que a otros.
—¿Más que a otros, señorita Ellison? —El vicario arqueó las cejas—. Me temo que no la entiendo.
—Bueno, puede que otras personas necesiten que llueva —explicó—. Los granjeros, por ejemplo.
El vicario la miró con ceño:
—Nosotros trabajamos en nombre del Señor, señorita Ellison.
No había forma de contestar sin ser descortés.
—No creo que sea complicado pedir unas tiendas prestadas —apuntó Martha pensativa—. Creo que en St. Peter tienen unas cuantas. Estarán encantados de poder prestárnoslas.
—Será todo un acontecimiento —comentó Sarah—. La gente se pondrá sus mejores galas.
—Es una tómbola para la iglesia, señorita Ellison, para reunir dinero para los pobres, no una gala para que las mujeres se luzcan —amonestó el vicario mostrando su descontento.
Sarah se sonrojó y Emily la defendió con palabras dignas de Charlotte.
—Sin duda para asistir a una reunión en honor del Señor, uno debe vestir lo mejor que pueda, ¿no es así, señor vicario? —expuso con cierta crudeza—. Eso no impide que la gente se comporte decorosamente. Es lo que ocurre en la iglesia. ¿Supongo que no pretende que la gente acuda a la misa totalmente desaliñada?
En el rostro de Martha apareció fugazmente una curiosa expresión, mezcla de triunfo y miedo, con un toque de humor, pero se esfumó sin que nadie lo advirtiese.
—Es cierto, señorita Ellison —concedió el vicario muy pío—. Esperemos que todo el mundo tenga un sentido del deber y la corrección tan desarrollado como el suyo. Es usted todo un ejemplo.
—Esperemos también que la gente se divierta —añadió Martha—. Después de todo, no se sentirán muy dadivosos si se aburren.
Emily miró al vicario.
—No somos un centro de entretenimiento —observó el vicario con expresión compungida.
Emily no podía imaginar nada menos divertido que la cara del vicario con su habitual gesto atribulado.
—Estoy segura de que podemos hacer felices a los demás —observó Emily con cierta malicia— sin parecernos remotamente a un centro de entretenimiento. —Parecía como si Charlotte le apuntara al oído—. De hecho, el saber que estamos sirviendo al Señor debería ser causa de alegría.
El vicario no supo si era un sarcasmo; el rostro de Emily no reflejaba nada. Pero vio de reojo a Martha con una sonrisa en los labios, y se preguntó si a su mujer le hubiese gustado decir lo mismo.
—Siento decirle que no conoce usted bien el mundo —empezó el vicario con aire admonitorio—, como de hecho corresponde a su condición de mujer. De todos modos, le diré que la gente no es tan feliz sirviendo al Señor como debería serlo. Si eso se enmendara, el mundo sería un lugar más habitable en lugar del valle de lágrimas y de pecado que es. Es una pena comprobar lo débil que es la carne, aunque el espíritu quiera guiarla con rectitud.
Tampoco había forma de contestar a aquel sermón. Emily decidió pasar a hablar de las cuestiones prácticas, algo que se le daba muy bien aunque no le interesara en absoluto. Pero era justo que se encargara ella y no Sarah.
De vuelta a casa, ambas caminaron en silencio. Cuando faltaba poco para llegar, Sarah cerró un poco más su chal.
—Hace más frío del que esperaba —dijo con un ligero temblor—. Parecía que iba a hacer más calor.
—Estás cansada. —Emily intentó hallar una explicación—. Has trabajado mucho en este asunto. —Decidió omitir el adjetivo que le había venido a la mente.
—No puedo permitir que la pobre señora Prebble lo organice todo. ¡No tienes idea de cuánto trabaja esa mujer! —Sarah apretó el paso. Tenía razón: Emily no imaginaba en qué ocupaba Martha Prebble todo su tiempo. Es más, no le interesaba en absoluto.
—¿En serio? ¿Qué hace?
—Consigue dinero para la iglesia, visita a los enfermos y los pobres, dirige el orfanato. ¿Quién crees que organizó el encuentro del mes pasado? ¿Quién crees que mantiene a la anciana señora Janner? No tiene familia y es más pobre que una rata.
Emily se quedó perpleja.
—¿La señora Prebble hace todo eso?
—Sí, a veces la ayudan otras personas, pero sólo cuando les apetece o les va bien o cuando creen que alguien les va a felicitar por ello.
—No lo sabía.
—Creo que es por eso que mamá soporta sus manías un tanto raras, y las del vicario. Reconozco que a veces son bastante pesados, pero no hay que olvidar que realizan un magnífico trabajo.
Emily se la quedó mirando con desconcierto. A pesar del desdén que sentía por el vicario, y por derivación también por la propia Martha, comprendió que merecían un respeto por todo lo que acababa de contarle su hermana. La gente puede tener virtudes ocultas.
Caroline también pensaba en el vicario y en Martha Prebble, pero con menos ternura. Hacía mucho tiempo que conocía el trabajo de Martha con los huérfanos y eso ya no lo impresionaba tanto. También era consciente de la soledad de una mujer que no había tenido hijos y que se veía obligada, por la familia y las circunstancias, a trabajar por los demás. Era una labor anónima, pocas veces agradecida. Pero cada vez que tenía que pasar un rato con ella y con el vicario, deseaba no tener que volver a hacerlo en mucho tiempo.
—Es una chica muy valiosa —comentó la abuela—. Un buen ejemplo para el resto de la parroquia. Es una pena que no haya muchas como ella. Debes estar orgullosa de Sarah. Ha salido muy buena.
A Caroline le parecía que hablaba de Sarah como si fuese un pastel o un pudín, pero sabía que la abuela no permitiría que se hiciese ningún comentario jocoso a sus expensas.
—Sí —asintió Caroline, sin apartar la vista de su labor. Había más ropa de casa que zurcir de la que pensaba. Hacía mucho tiempo que no les faltaba una sirvienta, de hecho desde la boda de Sarah.
—Es una pena que Charlotte no vaya por el mismo camino —continuó la abuela—. No sé cómo conseguiréis casarla. ¡Ni siquiera lo intenta!
Caroline volvió a enhebrar la aguja. Ella sabía por qué Charlotte no intentaba conseguir novio, pero eso no era asunto de la abuela.
—Sin duda tiene intereses distintos de los de Emily —dijo con vaguedad—. Y usa otras tácticas. Pero no veo por qué tendrían que ser iguales.
—Deberías hablar con ella —insistió la abuela—. ¡Ábrele los ojos! ¿Qué va a ser de ella si no se casa? ¿Lo has pensado?
—Sí, abuela. Pero asustarla no servirá de nada. Si no se casa, igualmente logrará sobrevivir. Es mejor quedarse soltera que casarse con alguien de mala reputación o mal vivir o que no pueda mantenerla como se merece.
—Caroline —prosiguió la abuela irritada—, ¡tu deber de madre es velar para que nada de eso ocurra! Y también que esta casa esté bien organizada. ¿Cuándo piensas contratar a otra sirvienta?
—He empezado a preguntar por ahí y la señora Dunphy ya ha entrevistado a dos muchachas, pero no eran buenas.
—¿Qué tenían de malo?
—Una era demasiado joven y no tenía experiencia; la otra tenía una reputación poco adecuada.
—Tal vez si hubieses vigilado a Lily un poco más de cerca, no la hubieran matado. Estas cosas no ocurren en las casas bien organizadas.
—¡No ocurrió en la casa! —Caroline no pudo contenerse—. Ocurrió en Cater Street. Y es una irresponsabilidad sugerir, aunque sea de forma indirecta, que Lily se buscó su propio final o que era una joven inmoral. ¡No permitiré que se afirme nada parecido bajo mi techo!
—¡Está bien! —La abuela se puso de pie con las manos tensas y el rostro congestionado—. Ahora entiendo por qué Charlotte no es capaz de mantener la boca cerrada y por qué Emily pierde la cabeza por ese vago, sólo porque tiene un título. Se convertirá en una desgraciada y la culpa será tuya. Cuando Edward se casó contigo le advertí que cometía un grave error pero, por supuesto, estaba enamorado de ti y no me escuchó. Ahora Charlotte y Emily pagarán por ello. ¡Luego no vengas a decirme que no te lo advertí!
—No se me ocurriría, abuela. ¿Quieres que te lleve la cena a tu cuarto o te habrás recuperado lo suficiente para bajar al comedor?
—No estoy enferma, Caroline. Simplemente estoy decepcionada, aunque no sorprendida.
—Uno se puede recuperar de una decepción al igual que de una enfermedad —apuntó Caroline con una risilla.
—Careces de modestia, Caroline, y de feminidad. Por eso Charlotte es tan gritona. Si hubieses sido mi hija, te habría educado para que fueses una dama.
Se marchó dando un portazo, sin que Caroline tuviese tiempo de replicar. Caroline suspiró. Ya había suficientes problemas y cosas que hacer como para que la abuela se pusiese a dar voces como una cantante de ópera. De todos modos, sería mejor que se fuese acostumbrando. Lo que más le dolía era que criticase a Charlotte. El comentario sobre Lily era desafortunado en un sentido más grave.
¿Qué clase de persona mataría a una joven pobre e indefensa como Lily Mitchell? Sólo un loco. Un loco surgido de los bajos fondos o un loco que tenía aspecto normal y se transformaba por la noche, al ver a una joven solitaria en la calle. ¿Podría tratarse de algún conocido?
Edward interrumpió el hilo de sus pensamientos.
—Buenas noches, querida. —La besó en la mejilla—. ¿Has tenido un buen día? —Miró la ropa de casa y frunció el entrecejo—. ¿Sigue sin haber sustituta para Lily? Pensaba que hoy ibas a entrevistar a un par de candidatas.
—Lo hice. Ninguna valía.
—¿Dónde están las niñas? ¿Y mamá? —Se sentó y se puso cómodo.
—¿Quieres una copa antes de cenar?
—No, gracias. Vengo del club.
—Ya me parecía que llegabas un poco tarde —dijo mirando el reloj.
—¿Dónde están? —repitió él.
—Sarah y Dominic han ido a cenar a casa de los Lessing.
—¿Quiénes?
—Los Lessing, el sacristán y su familia.
—¡Ya! ¿Y los demás?
—Emily ha salido con George Ashworth. Quisiera que hablases con ella, Edward, a mí no me hace caso.
—Me temo, querida, que tendrá que aprender a base de equivocarse. Dudo que escuche a nadie. Se lo podría prohibir, por supuesto, pero no podemos evitar que se vean en reuniones sociales y eso le daría un toque más romántico al asunto, lo que impulsaría aún más a Emily. A fin de cuentas, sería contraproducente.
Caroline sonrió. No esperaba que su marido tuviese una percepción tan sutil. Ella había hecho el comentario para justificar que, como madre, lo había intentado.
—Es cierto —convino—. Seguramente con el tiempo ella misma se dará cuenta.
—¿Y Charlotte y mamá?
—Charlotte está cenando con Uttley y la abuela está en su cuarto, algo enfadada porque no le permito que afirme que Lily era una inmoral.
Edward suspiró.
—No, no debemos decirlo, aunque me temo que pudiese ser cierto.
—¿Por qué? ¿Porque la mataron? Si eso crees, ¿cómo explicas lo de Chloe Abernathy?
—Querida, existen muchas cosas en este mundo que no conoces y es mejor que así sea. Pero es más que probable que Chloe buscase su propia ruina. Por desgracia —vaciló—, incluso las muchachas de buena familia mantienen relaciones, aventuras… Y nunca se sabe, despiertan celos, deseos de venganza. Cosas de las que vale más no hablar.
Caroline tuvo que contentarse con eso a pesar de que no fue capaz de creerlo a pies juntillas ni de descartarlo por completo.