3

Era a finales de julio. Caroline estaba colocando flores en la sala, pensando que lo que debería estar haciendo era revisar las cuentas de la casa. Dora entró sin llamar.

Caroline se detuvo, con una larga margarita blanca en la mano. Realmente no podía tolerar semejante comportamiento. Se dio la vuelta para empezar a hablar y fue entonces cuando vio el rostro de Dora.

—¡Dora! ¿Qué ocurre? —Dejó caer la margarita.

—¡Oh, señora! —Dora emitió un largo lamento—. ¡Oh, señora!

—Contrólate, Dora. Dime qué ha pasado. ¿Ha sido el chico de la carnicería, de nuevo? Te dije que si seguía con su actitud impertinente se lo contaras a Maddock. Él convencerá a ese jovencito de que refrene su lengua si no quiere perder su trabajo. Ahora, deja de sollozar y vuelve a tu trabajo. Y, no vuelvas a entrar en la sala sin llamar. Procura no olvidarlo.

Recogió la margarita y volvió a mirar el jarrón. Se veía demasiado azul en el lado izquierdo.

—¡Oh, no, señora! —Dora seguía a su lado—. No tiene nada que ver con el chico. Yo misma solucioné esa cuestión lo amenacé con echarle el perro, ¡imagínese!

—No tenemos perro, Dora.

—Lo sé, pero él no.

—No deberías mentir, Dora —repuso sin ánimo de criticar. Pensaba que era un trato justo. Sus palabras nacían de la costumbre, de lo que pensaba que debía decir, sobre todo de lo que esperaba que Edward quería que dijese—. Bueno, entonces ¿qué ocurre?

El rostro de Dora se volvió a contraer al recordar lo ocurrido.

—¡Oh, señora, el asesino ha vuelto a atacar! Nos va a estrangular a todos si ponemos un pie fuera de la casa.

Caroline lo negó, de entrada, para evitar que Dora se pusiese más histérica.

—¡Menuda tontería! No corres peligro alguno siempre y cuando no te pasees sola por la noche, y ninguna muchacha decente lo haría. No tienes nada que temer.

—Pero señora ¡ha vuelto a actuar! Ha agredido a Daisy, una sirvienta de la señora Waterman, ¡a plena luz del día!

Caroline sintió un escalofrío.

—¿De qué estás hablando, Dora? ¿No estarás repitiendo una sarta de estúpidos rumores? ¿De dónde sacas semejante información, de algún chico sin hogar?

—No, señora. Jenks, que también trabaja para el señor Waterman, se lo dijo a Maddock.

—¿De veras? Dile a Maddock que se presente ante mí.

—¿Ahora mismo, señora? —Dora estaba muy alterada.

—Sí, ¡ahora mismo!

Dora salió disparada y Caroline, para calmarse, volvió a ocuparse de las flores. El resultado no quedó a su gusto. Maddock llamó a la puerta.

—Sí —dijo fríamente—. Maddock, Dora me ha dicho que estuvo presente mientras usted y ese Jenks hablaban sobre las dos muchachas a las que asesinaron recientemente y sobre un nuevo crimen.

Maddock se puso rígido, en su rostro habitualmente inexpresivo se reflejaba la sorpresa.

—¡No, señora! El señor Jenks vino para traer una botella de Oporto que el señor Waterman quería regalar al señor Ellison. Mientras estábamos en mi cuarto, me dijo que tenía que mantener a las chicas en casa porque una muchacha de la casa de los Waterman, Daisy, creo que se llamaba, había sido atacada en la calle, unos días antes. Al parecer es una chica robusta, poco dada a desmayarse. Llevaba un bote de conservas en escabeche en la mano y le propinó un buen golpe al agresor. Salió ilesa y parecía bastante tranquila hasta que llegó a casa. Una vez allí, se dio cuenta de la suerte que podía haber corrido y sufrió una crisis nerviosa.

—Comprendo. —Se alegraba de no haberle criticado abiertamente pues así podía salir airosa de ese incidente—. ¿Y dónde estaba Dora?

—Imagino, señora, que en ese momento pasaba por delante de mi cuarto.

—Gracias, Maddock. Tal vez sea mejor que no envíe a las chicas a hacer ningún encargo fuera, como sugería Jenks al menos por ahora. Ojalá me hubiese contado esto antes.

—Se lo conté al señor, señora, y me pidió que no la preocupara con esta clase de noticias.

—Ya. —Se preguntó por qué motivo Edward le habría pedido tal cosa. ¿Qué hubiese pasado si ella o una de las niñas hubiesen salido solas? ¿Acaso pensaba que sólo las sirvientas corrían peligro? ¿Por qué habían matado a Chloe Abernathy, entonces?—. Gracias, Maddock. Vaya e intente calmar a Dora. Y coméntele que será mejor que deje de escuchar tras las puertas.

—¡Sí, señora, por supuesto! —Giró sobre sus talones y se marchó, cerrando la puerta tras de sí.

Tenía previsto ir a ver a Martha Prebble por la tarde. No entendía por qué, a pesar de no gustarle, aquella mujer le daba lástima. Tal vez porque le desagradaba el vicario, lo que en sí era una estupidez. Sin duda se trataba de un buen hombre y probablemente se comportaba tan correctamente con Martha como cualquier otro marido lo haría con su esposa. Pensándolo bien, no se puede esperar que un vicario sea un dechado de romanticismo; ser honesto, sobrio, educado y ganarse el respeto de la comunidad ya es suficientemente complicado. No se le puede exigir nada más. Evidentemente, Martha era una mujer razonable, aunque no lo hubiese sido de joven.

Eso le hizo pensar en Emily. Estaba muy bien que aceptase invitaciones esporádicas de lord Ashworth pero, por algunos de sus comentarios, Caroline temía que su hija albergase planes más serios con respecto a él. Emily debía abandonar semejantes proyectos por su propio bien. De lo contrario, podría llegar a sufrir mucho, no sólo por tener que renunciar a sus expectativas sino por la nefasta influencia que eso podría tener a la hora de conseguir otros pretendientes. La gente es muy dada a pensar lo peor. La mala reputación podía desanimar a otros jóvenes —o, lo que es lo mismo, a sus madres—, menos aristocráticos pero más al alcance de Emily.

Después de lo hablado con Maddock, decidió que era mejor no ir hasta la casa del vicario sola. Le pediría a Emily que la acompañase, de ese modo podrían charlar en privado. Hacía una tarde deliciosa para dar un paseo. Era bastante mejor que ir con Charlotte, que era imprevisible. Charlotte detestaba al vicario y no parecía interesada ni dispuesta a disimularlo. Ésa era otra cuestión pendiente: tenía que encontrar la forma de enseñar a Charlotte el arte de disimular u ocultar sus sentimientos. Entre otras cosas, sus sentimientos resultaban demasiado exacerbados para una dama. Quería mucho a Charlotte; de todas sus hijas era la más cálida, la más dispuesta a entablar relación y la que tenía un sentido del humor más agudo, pero se mostraba excesivamente rebelde. En ciertas ocasiones Caroline llegaba a desesperarse. ¡Si al menos adquiriese un poco de tacto antes de arruinar su vida social con una de sus salidas de tono! ¡Si pensara antes de hablar! ¿Qué hombre iba a quererla con ese carácter? La mayoría de las veces en las reuniones parecía una especie de bomba a punto de estallar.

Revisó el jarrón con flores algo exasperada y decidió que con semejante estado de ánimo no merecía la pena hacer más esfuerzos, sólo conseguiría empeorarlo. Sería mejor ir a buscar a Emily y decirle que iban a ir hasta la casa del vicario juntas. ¡Por lo menos no le arruinaría la tarde a Charlotte!

El paseo hasta Cater Street resultó muy placentero. Brillaba el sol y la brisa movía las hojas. Salieron poco después de las tres. Emily no parecía entusiasmada pero aceptó de buena gana.

Caroline se dijo que era mejor tocar el tema de forma indirecta.

—Maddock me ha comentado que han atacado a otra joven en la calle —empezó con ardides dignos de un hombre de negocios. Era mejor incluir esa cuestión en el lote.

—¡Oh! —exclamó Emily, que parecía interesada pero no asustada, tal como Caroline hubiese esperado—. Espero que no fuese nada serio.

—Aparentemente no, pero parece que se debe más a la buena suerte que a la falta de intención del agresor —contestó Caroline secamente. Quería que Emily se asustase lo suficiente para garantizar que no correría riesgos inútilmente. El riesgo era alto y los daños podían ser permanentes.

—¿Quién era? ¿Alguien que conocemos?

—Una de las criadas de los Waterman. Pero eso no tiene importancia. No debes salir sola, ninguna de vosotras debe hacerlo hasta que la policía detenga a ese lunático.

—¡Pero esto puede durar eternamente! —protestó Emily—. Pensaba visitar a la señorita Decker el viernes por la tarde.

—¡Pero si la señorita Decker ni siquiera te cae bien!

—¡Que me caiga bien o mal no tiene nada que ver! Mamá, ella conoce a gente que me gustaría conocer, o por lo menos encontrar en alguna ocasión.

—Entonces tendrás que llevar a Sarah o a Charlotte contigo. No irás sola, Emily.

Emily sintió arderle la cara.

—Sarah no querrá ir. Va a Madame Tussaud con Dominic. Le ha costado un mes convencerle.

—Pues ve con Charlotte.

—¡Mamá! —protestó Emily con evidente disgusto—. Sabes tan bien como yo que Charlotte lo estropearía todo. Aunque no dijese nada su cara la delataría.

—¿Debo entender que tampoco a ella le cae bien la señorita Decker? —replicó Caroline con cierta ironía.

—Charlotte no es nada pragmática.

Era el momento justo para cambiar de tercio y Caroline no desaprovechó la ocasión.

—A mí me parece que tú tampoco eres demasiado ducha en la cuestión. Tu interés por lord Ashworth está destinado al fracaso y le ves demasiado a menudo como para que pueda considerársele un simple amigo. Si sigues así lograrás que la gente empiece a murmurar sobre ti y acabarán conociéndote como la amiguita de Ashworth —Caroline intentaba encontrar la palabra adecuada.

—Pretendo convertirme en la esposa de Ashworth —sentenció Emily con un aplomo que dejó perpleja a Caroline—. Lo que demuestra que soy bastante pragmática.

—¡No seas ridícula! —replicó Caroline—. Ashworth nunca se casaría con una joven sin relaciones y sin dinero. Aunque él lo desease, sus padres se lo impedirían.

Emily miró por encima de su madre y siguió caminando calle abajo.

—Su padre está muerto y él tiene el mismo poder que su madre. No pierdas el tiempo intentando convencerme. Estoy decidida.

—Y tienes la desfachatez de afirmar que Charlotte no es nada pragmática —se quejó Caroline, desesperada, mientras llegaban a Cater Street—. Por lo menos predica con el ejemplo y no menciones este tema delante del vicario.

—No se me ocurriría comentar nada en presencia del vicario —contestó Emily—. No entiende nada de estos temas.

—Estoy segura de que sí entiende, pero como religioso no le interesan. Todos los hombres son iguales ante Dios.

Emily le lanzó una mirada penetrante que dejó al descubierto su propio desdén por el vicario y la hizo quedar como una hipócrita. No era un sentimiento agradable, y mucho menos si venía provocado por la hija menor de una.

—Bueno, si aspiras a convertirte en una dama será mejor que empieces a aprender a comportarte, incluso cuando estés a disgusto —sentenció Caroline con tono amenazador, consciente de que el consejo servía tanto para su hija como para ella.

—Como con la señorita Decker —repuso Emily con una sonrisa.

Caroline no supo qué contestar. Afortunadamente ya estaban delante de la puerta de los Prebble.

Cinco minutos después estaban en la sala. Martha Prebble había pedido el té y estaba sentada en un mullido sofá, frente a ellas. Curiosamente, Sarah también se encontraba allí, charlando animadamente. No pareció sorprenderse de verlas. Martha se excusó por la ausencia del vicario con un tono que hizo sospechar a Caroline que probablemente Martha Prebble se sentía tan aliviada por ello como ellas.

—Es muy gentil de su parte el ofrecerse a ayudar, señora Ellison —empezó Martha inclinándose ligeramente—. Algunas veces me pregunto qué sería de esta parroquia sin usted y sus bondadosas hijas. Sarah estuvo aquí la semana pasada. —Se volvió hacia Sarah y le dedicó una sonrisa—. Nos echó una mano con los huérfanos. Es una joven encantadora.

Caroline sonrió. Sarah nunca le había causado problema alguno, salvo quizá, brevemente, cuando ella y Edward tuvieron que decidir si Dominic era una buena elección. Pero las cosas habían salido bien y eso los hacía felices a todos… menos a Charlotte. En alguna ocasión se había llegado a plantear que… Pero Martha Prebble seguía hablando.

—… por supuesto que debemos ayudar a esas pobres mujeres. A pesar de lo que el vicario opine, creo que son víctimas de sus circunstancias.

—Las clases pobres no tienen la suerte de gozar de una buena educación como la nuestra —añadió Sarah, indicando que estaba de acuerdo.

En ocasiones Sarah resultaba tan pomposa como Edward. Caroline no había seguido el principio de la conversación, pero podía imaginarlo. Estaban preparando un acto benéfico con merienda, té y refrescos para ayudar a las madres solteras. Era un proyecto que Caroline había planteado en un momento de despiste.

La señora se quedó algo desconcertada, como si se hubiera estado refiriendo a algo muy distinto. Finalmente, prosiguió:

—Naturalmente. Pero el vicario siempre dice que nuestro deber es ayudarles, sea cual sea su situación, por muy bajo que caigan.

—Por supuesto.

Caroline se alegró al ver entrar a la sirvienta con el té.

—Tal vez sea mejor que hablemos del programa. ¿Quién dijo usted que nos iba a dirigir? Si lo ha comentado, lo he olvidado.

—El vicario —contestó Martha con una expresión indescifrable—. Después de todo, es el mejor cualificado para hablarnos del pecado, el arrepentimiento, la debilidad de la carne y su castigo.

Caroline se horrorizó ante aquella mención y agradeció al cielo el haber venido con Emily en lugar de con Charlotte. ¡Sólo Dios sabía qué habría dicho Charlotte en esa situación!

—Buena idea —dijo impulsivamente, aunque pensaba que aquello no serviría de nada, salvo para aquellas personas que se sintiesen aliviadas confesando sus sentimientos. Pobre Martha. Debía de ser agotador tratar de vivir con tanta rectitud. Miró a Sarah de reojo. Se preguntaba si su hija habría pensado alguna vez en esa clase de asuntos. Parecía tan dulce, tan sumisa y satisfecha ¿Qué pensamientos se ocultaban tras su hermoso rostro? Se volvió hacia Martha, de nuevo. Ese dolor que reflejaba su semblante, ¿sería provocado por la pena de no haber tenido ningún hijo?

—Estoy de acuerdo con usted, señora Prebble —comentaba Sarah, entusiasta—. Seguro que toda la comunidad deseará colaborar. Le prometo que no faltaremos.

—Querida, puedes opinar por ti misma —matizó Caroline algo molesta—, pero no por los demás. Yo iré, desde luego, pero no sabemos si Emily o Charlotte lo harán. Creo que Charlotte ya tiene una cita. —Y si no la tenía, Caroline le buscaría una rápido. La velada ya puede resultar suficientemente desastrosa sin la nefasta influencia de Charlotte haciendo comentarios inapropiados.

Se giraron todas hacia Emily, que abrió los ojos con aparente inocencia.

—¿Cuándo dijo que sería el encuentro, señora Prebble?

—El viernes de la semana que viene, por la noche, en la entrada de la iglesia.

Emily hizo un mohín.

—¡Oh, qué pena! Le prometí a una amiga hacerle un favor: visitar a un anciano familiar; supongo que entiende que no se arriesgaría a ir sola todo el trayecto. Las visitas significan tanto para los ancianos especialmente cuando no gozan de buena salud…

«Emily, eres una mentirosa», pensó Caroline, temiendo que su cara la traicionase. Pero tenía que reconocer que Emily se las había apañado sorprendentemente bien.

Así pasaron la tarde, entre conversaciones educadas y triviales, té caliente y aromático, galletas algo blandas, y todas deseando que el vicario no volviese antes de que se fueran.

Volvieron las tres juntas, caminando, hacia la casa. Sarah y Emily iban hablando. Sarah más que su hermana, que parecía algo decaída. Caroline se atrasó unos pasos porque seguía pensando en Martha Prebble y en el tipo de mujer que había que ser para disfrutar viviendo con el vicario. ¿Habría sido distinta de joven? Sólo Dios sabía. Edward podía resultar muy pedante en ocasiones, tal vez todos los hombres lo fueran un poco, pero el vicario era con mucho el peor. Caroline había sentido muchas veces ganas de reír de Edward o de Dominic y no lo había hecho por cobardía. ¿Tendría Martha las mismas ganas de reír? No tenía cara de querer reír. De hecho, cuanto más lo pensaba más le parecía que sólo tenía cara de sufrir: facciones prominentes, sentimientos profundos, no era una cara para estar en paz.

Un mes después, la velada era sólo un incómodo recuerdo. Charlotte estaba encantada de que le hubiesen prohibido asistir y aceptó con agrado el tener que fingirse repentinamente indispuesta.

Aquélla era una noche borrascosa, fría para el mes de agosto. Caroline, Sarah y Emily habían asistido a otro acto en la iglesia. Martha Prebble tenía un fuerte constipado y necesitaba de gente como Caroline, con capacidad de organización, para que le echaran una mano en el servicio de comidas, en que se cumpliesen los horarios previstos y en que lo dejasen todo bien limpio al marchar. Charlotte volvía a quedarse en casa, feliz, aunque esta vez le dolía la cabeza de verdad.

Pensó que la migraña podía deberse al tiempo, que estaba pesado y tormentoso, de modo que abrió las puertas del jardín para que entrase aire fresco. El remedio resultó muy eficaz y hacia las nueve de la noche ya se sentía mejor.

Cerró las puertas a las diez, porque ya había oscurecido. Allí sentada, en plena noche, se sentía algo vulnerable puesto que entre el jardín y la calle no había más que un seto de rosales. Estaba leyendo un libro de los que su padre no aprobaba. Era el momento perfecto puesto que ni él ni Dominic estaban en casa.

A las diez y media, la noche había caído por completo. La señora Dunphy llamó a la puerta de la sala.

Charlotte levantó la vista.

—¿Sí?

La señora Dunphy entró, con el pelo algo revuelto y el delantal apretujado entre los dedos.

Charlotte la miró sorprendida.

—¿Qué pasa, señora Dunphy?

—Supongo que no debería molestarla, señorita Charlotte, pero no sé qué hacer.

—¿Qué la preocupa, señora Dunphy? ¿No puede esperar a mañana?

—¡Oh, no, señorita Charlotte! Es Lily. —Parecía preocupada—. Ha salido otra vez con ese Jack Brody, y todavía no ha regresado. Ya son más de las diez y media, y tiene que levantarse a las seis de la mañana.

—Bueno, no se preocupe —aconsejó Charlotte con cierta dureza. Siempre intentaba no verse envuelta en problemas domésticos—. Tal vez si se encuentra cansada mañana, aprenda que no puede salir hasta tan tarde.

La señora Dunphy contuvo la respiración, visiblemente molesta.

—No lo entiende, señorita Charlotte. Son más de las diez y media y todavía no ha vuelto. Nunca me gustó ese Jack Brody. Maddock dijo en un par de ocasiones que no le parecía un muchacho de fiar, hasta que Lily le pidió que no se metiera en sus asuntos.

Charlotte ya se había percatado de que Maddock parecía tener cierto interés por Lily, por lo que no le extrañó que Jack Brody no fuese de su agrado, como no lo habría sido cualquier otro con el que Lily saliese.

—No se tome tan en serio la opinión de Maddock, señora Dunphy. Seguramente se trata de un joven inofensivo.

—Señorita Charlotte, son más las once que las diez, está muy oscuro ahí fuera y Lily está en algún lugar, con un hombre que no es trigo limpio. El señor Maddock ha salido en su busca. No obstante, creo que usted debería hacer algo.

Charlotte comprendió, por primera vez, qué temía la señora Dunphy.

—¡Señora Dunphy, no sea exagerada! —La riñó no porque fuera exagerada sino porque había logrado asustarla también—. Estará aquí enseguida; cuando llegue, dígale que pase a verme. Le dejaré claro que si vuelve a hacer algo así perderá su empleo. Dígale eso a Maddock cuando regrese y usted váyase a la cama. Maddock esperará despierto.

—Sí, señorita Charlotte. ¿Cree que… que estará bien?

—Dejará de estarlo si repite algo así. Ahora, vuelva a la cocina y no se preocupe más.

—Sí, gracias, señorita.

La señora se marchó. Seguía apretujando el delantal con una de sus manos.

Maddock llegó media hora después, ya pasadas las once.

Charlotte dejó el libro. Estaba a punto de acostarse. No tenía sentido esperar despierta a que llegasen los otros, a pesar de que se retrasaban más de lo previsto. Las reuniones en la iglesia solían terminar hacia las diez. Tal vez había muchos trastos que recoger, y luego tendrían que encontrar un carruaje que las llevase a casa. Su padre estaba en el club y no recordaba dónde había dicho Dominic que iba.

—¿Qué ocurre, Maddock?

—Ya son más de las once, señorita Charlotte, y Lily aún no ha regresado. Con su permiso, voy a llamar a la policía.

—¿La policía? ¿Para qué? ¡No podemos molestar a la policía porque nuestra sirvienta sale con un desvergonzado! Seremos el hazmerreír del vecindario. Papá nunca nos perdonaría. Aunque —pensó en la mejor manera de construir la frase—, aunque pasase toda la noche fuera.

Maddock endureció el gesto.

—Ninguna de las chicas del servicio es una imbécil, señorita Charlotte. Le ha ocurrido algo malo.

—Está bien. En lugar de inmoral, llamémosle locura transitoria o irresponsabilidad.

Charlotte empezaba a sentirse francamente asustada. Deseaba que su padre estuviera en casa, o Dominic; ellos sabrían qué hacer. ¿Estaría Lily realmente en peligro? ¿Debía llamar a la policía? Sólo pensar en la policía la asustaba, le parecía humillante. La gente respetable no necesitaba llamar a la policía. Si lo hacía, ¿su padre la regañaría? Empezó a imaginar posibles rumores y desgracias, el semblante de su padre rojo de indignación, Lily yaciendo en una calle.

—Está bien, será mejor que los llame —dijo con tono quedo.

—Sí, señorita. Iré personalmente. Cierre la puerta tras de mí y no se preocupe. Con la señora Dunphy y Dora aquí estará a salvo. No dejen entrar a nadie.

Charlotte se sentó a esperar. De repente, la habitación le parecía inquietante y se apretó contra los cojines del sofá. Se preguntaba si había tomado la decisión adecuada; parecía un tanto desmedido enviar a Maddock a la policía porque Lily no era tan decente como debería. Su padre se pondría furioso. Serían la comidilla del barrio. Su madre se sentiría avergonzada, puesto que aquello dañaría la reputación de la casa.

Se levantó, dispuesta a retener a Maddock, pero ya era demasiado tarde. Estaba sentada en el sofá, temblando, cuando oyó abrirse y cerrarse la puerta de entrada. Se quedó helada.

Escuchó a Sarah decir:

—¡No me había cansado tanto en toda mi vida! ¿La señora Prebble suele hacer todo eso ella sola?

—No, por supuesto que no —dijo Caroline, fatigada—. Sólo que, al estar enferma, no ha llamado a la gente que suele ayudarla.

Abrieron la puerta de la sala.

—Charlotte, ¿qué demonios haces ahí, acurrucada como un niño y a media luz? ¿Te encuentras bien? —Caroline avanzó rápidamente hacia ella. Charlotte estaba tan contenta de verla que los ojos se le llenaron de lágrimas. Tragó saliva.

—Mamá, Lily no ha vuelto a casa. ¡Maddock ha ido a avisar a la policía!

Caroline se quedó de una pieza.

—¿La policía? —repitió Emily, incrédula y molesta—. ¿En qué demonios estabas pensando, Charlotte? Hace falta estar loco.

Sarah siguió con el mismo argumento.

—¿Qué dirán los vecinos? ¡No podemos llamar a la policía porque una de nuestras sirvientas se ha escapado con alguien! —Miró alrededor como si esperase que el hombre en cuestión hiciese acto de presencia—. ¿Dónde está Dominic?

—No está, ¡evidentemente! —soltó Charlotte—. ¿Crees que si hubiese estado aquí se habría ido a la cama?

—No deberías haber dejado a Charlotte sola —protestó Emily con rabia.

—Bueno, ¡tal vez mamá no sabía que Lily iba a escoger justo el día de hoy para desaparecer! —Charlotte oyó cómo se le quebraba la voz. Pensaba en Lily, tirada en una calle—. Puede estar muerta o algo así, y a vosotras no se os ocurren más que comentarios estúpidos.

Antes de que siguiesen con el tema, la puerta volvió a abrirse y cerrarse y Edward entró en la sala de estar.

—¿Qué pasa, Caroline? —preguntó.

—Charlotte ha llamado a la policía porque Lily ha desaparecido —contestó Sarah, furiosa—. ¡Seremos el hazmerreír de todo el barrio!

Edward miró a Charlotte estupefacto.

—¿Charlotte?

—¿Sí, papá? —No se atrevía a mirarle.

—¿Qué te ha impulsado a cometer semejante locura, hija?

—Estaba asustada, podría haber pasado algo… —empezó Caroline.

—¡Cállate, Caroline! —replicó secamente su marido—. Charlotte, ¡estoy esperando una respuesta!

Charlotte se sintió tan indignada que las lágrimas desaparecieron de sus ojos. Miró a su padre con el mismo enfado con que él la miraba a ella.

—Si vamos a ser la comidilla de los vecinos —respondió—, prefiero que sea porque nos preocupamos demasiado que porque no nos preocupamos lo suficiente y no intentamos ayudarla cuando yacía malherida en alguna callejuela.

—¡Charlotte, sube a tu cuarto!

En silencio, con la cabeza en alto, Charlotte subió por la escalera. Su habitación estaba fría y oscura pero en lo único que podía pensar era que fuera hacía todavía más frío y había más oscuridad.

Por la mañana, se levantó cansada y con dolor de cabeza. Recordaba lo ocurrido la noche anterior. Lo más seguro era que su padre siguiese enfadado y la pobre Lily se llevaría la peor parte, probablemente incluso la despidiesen. Maddock tampoco debía de estar escuchando alabanzas, precisamente. Tenía que procurar no empeorar su situación dejando que su padre se enterara de que había sido él quien había sugerido llamar a la policía.

Por supuesto, si despedía a Lily, toda la casa caería en el desorden hasta que encontraran una sustituta. La señora Dunphy se sentiría muy molesta, Dora se volvería estúpida, y su madre se quejaría de lo difícil que es encontrar a una chica decente, por no hablar de lo complicado que resulta enseñarle a hacer bien su trabajo.

Todavía era temprano pero ya no le apetecía volverse a dormir. De todos modos, era mejor enfrentarse al problema cuanto antes en lugar de dejar que creciese y alcanzase proporciones alarmantes.

No había pasado del vestíbulo cuando vio a Dora.

—¡Oh, señorita Charlotte!

—¿Qué ocurre, Dora? Tienes muy mal aspecto. ¿Estás enferma?

—No, no es eso, señorita. Pero… ¿no le parece terrible?

Charlotte sintió que el corazón le daba un vuelco. Su padre no podía haber echado a Lily en plena noche.

—¿Qué ocurre, Dora? Me acosté antes de que Lily volviese.

—¡Oh, señorita Charlotte! —Dora suspiró con tristeza—. Nunca volvió. Debe de estar muerta en alguna calle y nosotros ¡acostados en nuestras camas, como si no nos importase en absoluto!

—¡No tiene por qué ser así! —replicó Charlotte, intentando convencerse a sí misma—. Probablemente ella también esté en una cama, en alguna pensión con ese tal Jack como-se-llame.

—¡Oh, no, señorita! Es muy cruel por su parte decir algo así —soltó bruscamente—. Lo siento, señorita Charlotte, pero no debió de sugerir algo así. Lily era una buena chica. Nunca hubiese hecho eso, ¡y mucho menos sin avisar!

Charlotte cambió de tema.

—¿Sabes si ha venido la policía? Creo que Maddock fue a avisarles.

—Sí, señorita, vino un guardia. Dijo que la chica no debía de ser lo que parecía y que pensaba que Lily había desaparecido voluntariamente. Pero, los policías tampoco son lo que parecen. Se mezclan con todo tipo de gente y ya se sabe ¿No lo cree así?

—No lo sé, Dora. No conozco a ningún policía.

El desayuno fue formal y tenso. Incluso Dominic parecía sumamente preocupado. Edward y él se fueron a trabajar, y Emily y Caroline se marcharon a la modista, para encargar unos arreglos. Sarah se quedó en su cuarto escribiendo cartas; era increíble la cantidad de correspondencia que mantenía. A Charlotte no se le ocurrían más de dos o tres personas a las que escribir, cada mes.

Eran las once y media. Charlotte pintaba y los resultados eran bastante buenos, teniendo en cuenta que no estaba de buen humor. Maddock llamó y abrió la puerta.

—¿Qué ocurre, Maddock? —dijo Charlotte sin levantar la vista de la paleta. Estaba preparando un tono sepia apagado para pintar las hojas más alejadas y quería que le quedase perfecto. Le encantaba pintar y aquella mañana le resultaba una actividad especialmente relajante.

—Señorita Charlotte, hay una persona que desea ver a la señora Ellison, pero como no se encuentra insiste en entrevistarse con usted.

Dejó a un lado el sepia.

—¿Qué quiere decir «una persona», Maddock? ¿De qué clase de persona se trata?

—Un policía, señorita Charlotte.

Charlotte sintió el miedo recorrerle el cuerpo. ¡Había ocurrido algo malo! ¿O habrían venido para quejarse de que los molestasen con problemas domésticos?

—Será mejor que le haga pasar.

—¿Quiere que permanezca junto a usted, señorita, por si acaso se vuelve molesto? Con la policía nunca se sabe. Están acostumbrados a tratar con otra clase de gente.

Charlotte hubiese agradecido su apoyo moral.

—No, gracias, Maddock. Pero, por favor, quédese en el vestíbulo para que pueda llamarlo, si es preciso.

La puerta se volvió a abrir al cabo de unos minutos.

—El inspector Pitt, señorita.

El hombre que entró en la sala era alto e impresionaba porque no iba demasiado arreglado; su cabello estaba revuelto y su chaqueta medio raída. Su rostro no tenía nada de especial, tal vez un ligero toque semítico aunque sus ojos eran claros y su pelo no llegaba a castaño. Parecía inteligente. Cuando empezó a hablar, Charlotte comprobó que su voz tenía una belleza poco habitual, que contrastaba con su aspecto poco favorecedor. La miró de arriba a abajo, a conciencia, lo que la molestó.

—Siento tener que hablar con usted cuando está sola, señorita Ellison, pero no hay tiempo que perder. ¿Quiere sentarse?

Se negó por instinto.

—No, gracias —repuso con tono cortante—. ¿Qué desea?

—Lo siento, pero traigo malas noticias. Hemos encontrado a su sirvienta, Lily Mitchell.

Charlotte trató de mantener la calma, aunque le temblaban las rodillas. Sentía como la sangre le subía a la cabeza.

—¿Dónde? —preguntó con un hilo de voz. Aquel hombre cruel no dejaba de mirarla. No solía disgustarle la gente por su aspecto (bueno, tal vez eso no era del todo cierto), pero ese policía no le inspiraba nada bueno—. ¿Y bien? —insistió tratando de elevar el tono.

—En Cater Street. Tal vez sea mejor que se siente.

—Me encuentro perfectamente, gracias. —Intentó fulminarlo con la mirada, pero parecía invulnerable. Él la cogió firmemente por el brazo y la llevó hasta una de las sillas con respaldo.

—¿Quiere que llame a alguna de sus sirvientas? —preguntó.

Eso acabó de indignar a Charlotte. No era tan débil como para no saber valerse por sí misma, incluso bajo el efecto de noticias espeluznantes.

—¿Qué no puede esperar? —preguntó haciendo gala de un gran autodominio.

Él dio unas vueltas por la habitación. Evidentemente carecía de modales, pero ¿qué se podía esperar de un policía? Seguramente no podía evitarlo.

—Su mayordomo nos dijo, ayer por la noche, que la joven había salido a dar una vuelta con un tal Jack Brody, otro empleado. ¿A qué hora tenía que haber regresado?

—Creo que hacia las diez y media. No estoy segura. Tal vez a las diez en punto. Maddock debe saberlo.

—Entonces, si me lo permite, le preguntaré a él. —Sonaba más como una afirmación que como una petición—. ¿Cuánto tiempo llevaba a su servicio?

Todo parecía tan remoto, tan perdido en el pasado.

—Unos cuatro años. Sólo tenía diecinueve años. —Sintió cómo perdía la voz y le llegaban un cúmulo de recuerdos de Emily. Emily de bebé, Emily aprendiendo a caminar. Era ridículo. Emily no tenía nada en común con Lily, salvo el que ambas tenían diecinueve años.

El malvado policía seguía sin quitarle ojo de encima.

—Debía de conocerla muy bien.

—Supongo que sí. —Al contestar comprendió lo poco que la conocía realmente. Lily era un rostro que revoloteaba por la casa, alguien a quien había llegado a acostumbrarse. No sabía nada acerca de ella, nada de lo que ocultaba ese rostro, sus preocupaciones o sus miedos.

—¿Había pasado alguna noche fuera con anterioridad?

—¿Qué? —Por un momento había olvidado que él estaba allí.

Repitió la pregunta.

—No. Nunca, señor… —También había olvidado su nombre.

—Pitt, inspector Pitt.

—Inspector Pitt, ¿ha muerto estrangulada, como las otras?

—Sí, estrangulada con un alambre. Exactamente como las otras.

—Y ¿también la mutilaron?

—Sí, lo siento.

—¡Oh! —Sintió como la invadían el horror, la compasión y el desfallecimiento.

Él no dejaba de mirarla. Por lo visto no se dio cuenta de nada, salvo de que permanecía en silencio.

—Con su permiso, iré a hablar con el resto del servicio. Es probable que la conocieran mejor que usted. —Algo en su tono parecía indicar que a ella no le importaba nada y eso la hizo sentirse molesta y culpable.

—¡No nos inmiscuimos en la vida de nuestras sirvientas, señor Pitt! Pero si cree que no estamos preocupados, se equivoca. Fui yo quien envió a Maddock para que les avisara, ayer por la noche. —Enrojeció de rabia, nada más pronunciar esas palabras. ¿Por qué trataba de justificarse ante aquel hombre?—. ¡Desgraciadamente no fueron capaces de encontrarla en aquel momento! —añadió con dureza.

Él recibió sus quejas en silencio y se marchó.

Charlotte se quedó mirando el caballete. El cuadro que un cuarto de hora antes le parecía sutil y evocador, se había convertido en unas simples manchas grises amarronadas sobre un papel. Su cabeza estaba llena de imágenes borrosas de calles oscuras, pasos, luchas por mantener la respiración, miedo y, por encima de todo, un espantoso ataque a la intimidad.

Seguía mirando el caballete cuando entró su madre. Se oía la voz de Emily en el vestíbulo.

—Estoy segura de que quedará fatal si lo deja tan suelto como está. ¡Se me verá gorda! Es muy poco elegante.

Caroline se detuvo y miró a su hija.

—Charlotte, querida, ¿qué ocurre?

A ella se le llenaron los ojos de lágrimas. En un intento por liberarse de la pena, se abalanzó sobre los brazos de su madre y la estrechó con fuerza.

—Es Lily, mamá. La han estrangulado, como a las otras. La encontraron en Cater Street. Hay un policía en la casa, justo ahora. Está interrogando a Maddock y al resto del servicio.

Caroline le acarició suavemente el cabello con gesto tranquilizador.

—Querida —dijo con ternura—. Temía que hubiese ocurrido algo así. Nunca creí que Lily se hubiese escapado. Supongo que quería creerlo porque era bastante mejor que esto. Tu padre se pondrá furioso cuando sepa que la policía está aquí. ¿Lo sabe Sarah?

—No; está arriba.

Caroline la separó suavemente.

—Entonces será mejor que vayamos a arreglarnos y nos preparemos para afrontar lo peor. Tendré que escribir a sus familiares, si es que los tiene. A fin de cuentas Lily era responsabilidad nuestra. Ahora sube a tu habitación y lávate la cara. Y avisa a Sarah. ¿Dónde dijiste que estaba ese policía?

El inspector Pitt regresó por la tarde para entrevistarse con Edward y Dominic e insistió en que deseaba volver a hablar con todos. Se mostraba muy tenaz y autoritario.

—¡Nunca he visto algo así! —exclamó Edward furioso cuando Maddock anunció su presencia—. La impertinencia de este joven no conoce límites. Tendré que quejarme a sus superiores. No permitiré que las mujeres se vean mezcladas en este sórdido asunto. Yo hablaré con él, nadie más. Caroline, niñas, por favor, retiraos hasta que Maddock os avise.

Todas se levantaron obedientes, pero antes de que hubiesen podido salir se abrió la puerta y apareció la desaliñada figura de Pitt.

—Buenas noches, señora —saludó—. Buenas noches —repitió, dirigiendo una mirada a todos, aunque sus ojos se detuvieron un momento en Charlotte, para embarazo de la joven. Sarah la miró molesta, como si ella tuviese la culpa de semejante incursión en su sala de estar.

—Las mujeres ya se iban —dijo Edward con rudeza—. ¿Sería tan amable de dejarlas pasar?

—¡Qué pena! —Pitt sonrió con aire afable—. Esperaba poder hablar con ellas ante usted, para que les diera apoyo moral Pero, por supuesto, si lo prefiere hablaré con ellas a solas.

—Prefiero que no hablen con usted en absoluto. Nada de lo que ellas sepan puede ayudar a resolver este asunto y no permitiré que las moleste.

—Bueno, por supuesto tendré suficiente con su colaboración, señor.

—¡Yo tampoco sé nada! ¡No me inmiscuyo en la vida amorosa de mis sirvientas! —sentenció Edward—. Pero puedo contarle lo que, como familia, sabíamos de Lily. Puedo hablarle de su eficiencia, sus referencias, donde vive su familia, etcétera. Supongo que le interesará saber todo eso.

—Sí, aunque no creo que tenga demasiada importancia. De todos modos, necesito hablar con su esposa y sus hijas. Las mujeres son muy observadoras, ya sabe; y las mujeres observan a las otras mujeres. Le sorprendería saber la cantidad de cosas que pueden pasar inadvertidas para usted o para mí y no para ellas.

—Mi mujer y mis hijas tienen cosas mejores que hacer que preocuparse de la vida amorosa de Lily Mitchell. —El rostro de Edward se iba enrojeciendo y sus manos empezaban a tensarse.

Sarah se acercó al policía.

—Realmente, señor… —Decidió prescindir de su nombre—. Le aseguro que no tengo nada que decirle. Sería mejor que interrogase a la señora Dunphy o a Dora. Si Lily confiaba en alguien, debía de ser una de ellas dos. Encuentre a ese malvado con el que salía.

—Señora Corde, ya lo hemos encontrado. Dice que dejó a Lily al final de la calle, a un paso de la casa, más o menos a las diez menos diez. Tenía que estar de vuelta en su casa a las diez si no quería encontrarse con la puerta cerrada.

—Eso dice, pero no hay pruebas —apuntó Dominic, que hablaba por primera vez. Estaba sentado en una de las sillas con respaldo y parecía un poco desconcertado, pero era el más tranquilo de todos.

El corazón de Charlotte dio un respingo al mirarle. Parecía muy sereno. Su padre se veía ridículo a su lado.

—Llegó a su pensión a las diez en punto —contestó Pitt mirando a Dominic con el entrecejo fruncido.

—Bueno, pudo haberla matado antes de las diez, ¿no? —insistió Dominic.

—Sin duda. Pero ¿por qué habría de hacerlo?

—No lo sé. —Dominic cruzó las piernas—. Eso es cosa de ustedes. ¿Por qué la habría de matar nadie?

—Es cierto. —Sarah se acercó a Dominic, dando muestras de compartir su teoría—. Tendría que estar con él, no aquí.

—Por lo menos ha tenido la delicadeza de no venir antes de que anocheciera —murmuró Emily a Charlotte—. ¡La pobre Sarah está que trina!

—¡No seas mala! —contestó Charlotte, aunque estaba de acuerdo y sabía que Emily lo sabía.

—¿Cree que fue él, señora Corde? —preguntó Pitt arqueando las cejas.

—Por supuesto, ¿quién sino?

—Creo que resulta evidente. —Edward tomó la palabra—. Tuvieron una pelea de enamorados y él perdió los nervios y la estranguló. Nos ocuparemos de todo lo que concierne al funeral, por supuesto. Pero no creo que tenga que volver a importunarnos. Maddock le dirá todo cuanto necesita saber y le será de gran ayuda.

—No la estrangularon con las manos, señor, la ahogaron con un alambre. —Pitt tensó un alambre invisible—. Supongo que uno no acostumbra llevar un alambre, por si surge la ocasión.

Edward palideció.

—¡Me quejaré a sus superiores por su impertinencia!

Charlotte sintió un absurdo deseo de reír.

—¿También fue él quien asesinó a Chloe Abernathy? —preguntó Pitt—. ¿Y a la sirvienta de los Hilton? ¿O tenemos dos estranguladores instalados en Cater Street?

Todos lo miraron en silencio. Su figura se veía ridícula en aquella sala de estar y decía cosas absurdas, desagradables y aterradoras.

Charlotte sintió la mano de Emily en la suya y se alegró de poder estrecharla.

Nadie contestó las preguntas de Pitt.