Los escritos en prosa de Verlaine no resisten una comparación con sus maravillosos versos, están llenos de pequeñas superficialidades y vanidades, pero no obstante revelan al lector atento mucho sobre la naturaleza en el fondo sencilla e infantil de este poeta. El primer volumen[13] contiene los poemas de Verlaine de sus años buenos, esos poemas maravillosamente musicales, entrañables, sollozantes, los más delicados y conmovedores que se han escrito en Francia desde hace medio siglo. Y es más que interesante ver de qué manera tan distinta los diversos traductores alemanes han interpretado y trasladado estos poemas y cómo, a pesar de la multitud de traductores, no han perdido apenas algo de su unidad interior. Desde luego han perdido —ése es el sino de todas las traducciones— muchos elementos insustituibles, sonidos dulces, sombras delicadas, melodía secreta, en algunas traducciones no se puede pensar en el original aunque la traducción es también muy bonita. Sólo que es otra cosa, del mismo modo que unos cuantos compases de música pueden resultar extraños y quedar desfigurados hasta ser irreconocibles al cambiar levemente el «tempo». Porque los poemas son música y son esencialmente intraducibles, completamente intraducibles. Que a pesar de todo se trate una y otra vez de hacerlo es tan disparatado y maravilloso como lo es la poesía misma que desde un principio es siempre un intento de hacer algo imposible. De expresar lo inexpresable.
(1922)