Wilhelm Raabe
1831-1910

No hay ningún narrador alemán de las últimas décadas, sin excluir a Freytag, que personifique para nosotros tanto el puente entre la Alemania antigua y la moderna. En las obras de Raabe el lector que no las aprecie únicamente por su grandeza y verdad humanas encuentra expresada en cien imágenes nuestra Alemania y toda la añoranza alemana de los años cuarenta, la Alemania política y la no política, y nunca la Alemania oficial sino siempre la Alemania oculta, joven, ideal. Nuestro pueblo tiene en los libros de este viejo sabio un monumento sin igual, un espejo que induce al regocijo y a la autocrítica y si alguien pretende realmente en serio leer a partir de ahora sólo libros alemanes, encontrará en Raabe un tesoro inagotable. «Alte Nester» («Viejos nidos»), «Der Dräumling», «Horacker», «Stopfkuchen», «Abu Telfan» y «Prinzessin Fisch»; ¡qué hermosos y ricos son estos libros, qué confusos son por su mucha abundancia, qué alemanes son!

(1919)

Todo el mundo conoce su nombre, su «Hungerpastor» ha sido leído por miles. ¿Por qué se habrá dado la preferencia precisamente a este libro a costa de los otros? Nadie lo sabe. Ya no es necesario explayarse sobre la manera de Raabe. Pero de vez en cuando hay que decir bien alto que, aparte de «Hungerpastor» y de «Sperlingsgasse», escribió cuatro tomos de «Cuentos», entre los que hay obritas deliciosas, y que también existe de él un «Horacker», uno de los libros más alemanes y encantadores de las últimas décadas. Raabe ha creado además en el «Dräumling» una novela humorística tan alegre, tan llena de risa interior que no se comprende por qué este librito no está en todas las casas. Delicado, lleno de aroma del país y de calor entrañable es «Pfisters Mühle» («El molino de Pfister»), magnífico y conmovedor el «Schüdderump», «Die Akten des Vogelsangs» y «Die Leute aus dem Walde» («Gente del bosque») son semblanzas que nos conducen espléndidamente desde lo pequeño, lo limitado y pequeño-burgués a lo grande y a la diversidad desconcertante de la vida.

(1907)

Le había tomado un profundo respeto a este hombre, el único narrador poético de la Alemania entre 1850 y 1880, el fabulista soñador y crítico tenaz, el amante severo y tan cordial de su pueblo. Y más aún que estas propiedades dignas me habían impresionado su humor misterioso, sus tenaces aficiones y juegos, su predilección por los rodeos y caminos largos, su gusto por los caracteres singulares y difíciles, su sicología, detrás de cuya agudeza y sarcasmo ocasional parecía existir una gran fe, un gran amor a la humanidad.

La historia de la literatura habla de él con respeto, lo conoce, ha tomado nota de él, pero lo irrepetible y más entrañable de su literatura, el verdadero milagro de su personalidad y su palabra no ha sido descubierto todavía, ni ha sido reconocido como valor eterno. Quizás se le descubra en una Alemania futura: tiene posibilidades Porque posee ese «plus» que desconcierta a la crítica, esa dimensión más que es tan difícil de encasillar y que con el tiempo suele imponerse.

En el tomo 10, pág. 163 se encuentra bajo el título «Besuch bei einem Dichter» («Visita a un escritor») un recuerdo de Wilhelm Raabe, al que H. H. visitó en 1909 en Braunschweig.