«Leaves of grass»
«Hojas de hierba»
Whitman es conocido desde hace tiempo en Europa, pero todavía poco en Alemania. Pronto probablemente se le levantarán altares, se coronará su efigie y sus escritos serán proclamados como evangelios. Ya ahora hay algunos dispuestos a hacer de él lo que no es, por ejemplo un gran filósofo y profeta de leyes nuevas de la vida. Nuestro tiempo no cultural, no filosófico no tiene ya criterios y corre entusiasmado detrás de cualquier profeta auténtico o falso. ¡Qué se ha hecho con Nietzsche, Emerson y hasta Maeterlinck! La posteridad podrá reírse aún mucho tiempo. Ya andan por ahí «Comunidades whitmanianas» y otras empresas parecidas de un entusiasmo desorientado.
El autor de «Leaves of grass» no es el que tiene el mayor talento literario, pero sí la mayor humanidad de todos los poetas americanos. En realidad habría que llamarle el único o, al menos, el primer «poeta americano». Porque él fue el primero que no se alimentó del tesoro o del desván de la vieja cultura europea, sino que estaba anclado con todas sus raíces en el suelo americano. Entona los primeros himnos del alma del joven pueblo gigantesco, canta y exulta desde un sentimiento de fuerzas enormes, no conoce nada viejo que haya quedado detrás de él, sino solamente un presente esperanzado, orgullosamente agitado y un futuro inmenso, risueño. Predica salud y fuerza, es el portavoz de un pueblo joven y fuerte que prefiere aún soñar con sus nietos y bisnietos que con sus padres. Por eso sus ditirambos recuerdan tan a menudo las ancestrales voces de los pueblos, a Moisés por ejemplo, y también a Homero. Pero a pesar de todo es de hoy, por eso predica con no menos ardor el yo, el hombre libre y creativo. Con la orgullosa alegría del hombre pleno, inquebrantado habla de sí mismo, de sus hazañas y viajes, de su patria. Canta cómo «bien concebido y criado por una madre perfecta» salió de Paumanok y recorrió las sabanas meridionales y vivió como un soldado en tiendas de campaña, cómo vio el Niágara y las montañas californianas, los bosques y las manadas de búfalos de su patria, y dedica entusiasmado y agradecido sus cantos al pueblo de América, su pueblo, al que siente como una unidad tremendamente poderosa.
Quien lea el libro en un momento apropiado encontrará en él algo del mundo primitivo y algo de las altas montañas, del mar y la pradera. Mucho le resultará estridente y casi grotesco, pero el conjunto le impresionará, como nos impresiona América, aunque no la queramos.
(1904)