«Las cuatro ramas de Mabinogi»
De los siglos XI y XII han llegado hasta nosotros, conservadas en un manuscrito de la época posterior a 1300, algunas leyendas celtas y obras en prosa galesas, que hace algún tiempo fueron traducidas al inglés y de las cuales las más valiosas acaban de ser publicadas ahora en una traducción alemana de Martin Buber. El extrañísimo libro se llama «Las cuatro ramas de Mabinogi».
Estas cuatro historias maravillosas son, al parecer, el resto de todo un mundo de leyendas, proceden de las raíces enmarañadas del patrimonio de leyendas ancestrales, que se remonta a la época pagana de los dioses terrenales. Por eso no están influidas por el todopoderoso ciclo de leyendas del rey Arturo, de las que toda la Edad Media tomó sus temas épicos, desde Tristán hasta Parsifal. Estas «Cuatro ramas» son un tesoro raro, testigos del florecimiento de un tronco hace tiempo seco. Cuando fueron escritos estos mitos ya no estaban vivos, eran temas heredados de la literatura de los bardos almacenados desde hacía tiempo, y nadie conocía ya los dioses de cuyas proezas hablaban. En parte desfigurados, en parte embellecidos y suavizados, estos mitos aparecen en una forma bárdica como en ropajes extraños, pero ricos y hermosos. «Mabinogi» es el nombre de los discípulos bardos, y Mabinogi es el nombre celta de su doctrina, del antiguo patrimonio de leyendas, mitos e historias que ellos tenían que conservar.
Tomo estos datos del breve prólogo de Martin Buber al que no sólo tenemos que estar agradecidos por la información, sino por una traducción muy bonita y expresiva. Este libro Mabinogi es como una petrificación maravillosa en cuyas formas singulares leemos con emoción un trozo de historia remota, y es más que eso, porque cuenta en sus imágenes legendarias fabulosas, un trozo de la historia que más nos interesa, la historia del alma humana. El estudio de los mitos, las leyendas y los cuentos es para el espíritu del hombre actual como el cultivo del recuerdo de la propia infancia. Sólo el mediocre no conoce la necesidad profunda de vivir de cuando en cuando en esos recuerdos y sólo el mediocre o el inculto puede, con la superioridad barata del hombre moderno desechar como fantásticas quimeras las formas míticas de épocas pasadas, o las de los pueblos primitivos. Se podría ir incluso más lejos y decir que con la muerte del mito toda la poesía ha perdido contenido y que nuestra literatura desde hace siglos no hace más que jugar casi sólo con los restos de tiempos más ricos.
A veces al leer el libro de Buber nos vienen a la memoria los cuentos irlandeses de elfos que tradujeron los hermanos Grimm, pues la exacta toponimia recuerda a menudo aquellos cuentos. Sin embargo estas historias, como todas las obras llenas realmente de la magia de lo mítico, recuerdan más a algo soñado que a algo leído. Aquí está el umbral donde el hoy se toca con lo que fue hace siglos. En nuestros sueños volvemos a encontrar aquel mundo de las asociaciones y de los símbolos desprendido de la lógica del que un día surgieron las leyendas y los cuentos de todos los pueblos. Ese carácter de sueño le tienen inequívocamente las cuatro historias de Mabinogi y el perfume mágico que exhalan recuerda la atmósfera del auténtico mito creador de dioses. Literatura, sabiduría de ideas, religión, caminan aquí todavía juntas como en las Vedas, por eso florece esta literatura tan rica y mágica, porque proviene aún del alma no dividida, soñadora y todavía no depende únicamente del intelecto. Toda literatura es expresión de un sentimiento panteísta, y todo el mundo de la magia, por fanáticamente que aparezca unido a menudo a nombre de dioses o demonios, descansa en principio también sobre este fundamento. La fantasía de los pueblos ingenuos y jóvenes no conoce aún la trágica renuncia del intelecto al último conocimiento, sino que se nutre cándidamente del pozo de los sueños, en el que yace lo más extraño y en el que son posibles transiciones de un nivel de existencia a otro.
Nosotros los hombres actuales tampoco hacemos en nuestros sueños otra cosa que practicar la magia, escapando durante horas al control de la razón, concediendo a través de imágenes deseadas permiso a nuestros instintos.
Tales sueños mágicos los encontramos a menudo en nuestro libro. Aparece un monte encantado sobre el que el señor de Arberth ve cabalgar a una bella dama, a la que no puede alcanzar sobre su más rápido corcel, hasta que le suplica en nombre de la persona que más quiera que lo espere y le hable. Entonces ella sonríe y espera y le habla, porque él es el ser que ella más quiere. No conozco un sueño más hermoso que éste.
Podrían sacarse muchos bonitos detalles de este libro. Pero el que ame la auténtica literatura de leyendas, sentirá deseos de conocer el conjunto y adquirirá el libro. Se puede leer en un día, pero no se terminaría de degustar en semanas. Para dar una pequeña muestra del estilo y de la manera de narrar presento aquí la historia de cómo Llew tomó venganza de Gronw Pebyr. Gronw Pebyr hiere con su lanza a Llew mientras éste se baña en el arroyo. Cuando Llew está fuera de peligro y tiene fuerzas para vengarse, el asesino le ofrece regalos que Llew rechaza.
«No acepto nada, Dios es mi testigo. Lo menos que puedo aceptar de él es esto, que se dirija al lugar donde yo estaba cuando me hirió con su lanza y que yo esté donde él estaba y que yo lo hiera con una lanza. Ésa es la mínima reparación que puedo aceptar». Tales palabras le fueron comunicadas a Gronw Pebyr. «Está bien», dijo éste, «estoy obligado a hacerlo. Mis leales guerreros, mis criados, mis hermanos de leche, ¿no hay entre vosotros ninguno que quiera recibir ese golpe por mí?». «No hay ninguno», contestaron. Por esa razón, porque se negaron a recibir un golpe en lugar de su señor se los llama desde entonces la tercera tribu desleal. «Está bien», dijo él, «yo le recibiré». Ambos se dirigieron a las orillas del rio Cynvacl. Gronw se encontraba en el lugar donde había estado Llew cuando lo hirió y Llew ocupó su lugar. Gronw Pebyr dijo entonces a Llew: «Señor, como fueron las malas artes de una mujer las que me impulsaron a lo que hice, te pido en nombre de Dios, que me dejes colocar entre mí y el golpe esta losa que veo aquí en la orilla del río». «Ciertamente», contestó Llew, «no te lo quiero negar». «Dios te lo pague», dijo Gronw, tomó la losa y la sujetó entre su cuerpo y el golpe. Llew arrojó su lanza y atravesó la piedra de lado a lado y a Gronw también perforando su espalda. Así fue muerto Gronw Pebyr.
(1914)
De los poetas griegos Homero es al que más quiero, de los historiadores es Hesíodo, y de los pensadores a aquellos que se llaman presocráticos. Pero el personaje humano que quiero y respeto más es el de Sócrates.
(1957)